Pareja de bailarines en una auténtica cueca del manco (don Pepe y doña Ximena de la Jara). Imagen: gentileza de don Claudio de la Jara.
Gran parte de los chilenos redescubre anualmente
la cueca en la época de septiembre, siempre en la proximidad de las Fiestas Patrias. Esto, a pesar de que el baile típico o folclórico y el canto a la rueda se encuentran a buen resguardo entre los
círculos de cultores, adoradores perpetuos e incondicionales de estas artes durante todo el año... "Yo soy la cueca patria, / la más joyante, / y el que no me conoce, / que no me cante", versaba el maestro Fernando González Marabolí al respecto.
Existen muchas variaciones del baile de la cueca chilena, sin embargo. Algunas llegan a ser muy específicas y curiosas, especialmente en el campo o en ambientes populares de las ciudades. Puede presentar estilismos de todo tipo, generalmente asociados a los grupos geográficos o los mapas humanos concretos en donde se la cultiva. Por ejemplo: la cueca del chapecao se baila distinta a la del minero; la cueca del huaso se zapatea con espuelas y ruidos de tacos más de fantasía, mientras que la de pasto verde se raspa sobre el suelo con energía.
Los expertos podrían explicar esto mejor, pero podemos decir que en aquel grupo hay ciertos "juegos" en donde uno o ambos danzantes simulan roles
o personajes además de su función de bailarines. Así, por ejemplo, en la
cueca del picado uno de los dos finge celos de que su compañero coquetee
con otros danzantes y en el baile simula bloquearle la vista o el contacto
con el resto; en la cueca del curadito, en cambio, se jugaba a
representar a un tambaleante bailarín en estado de ebriedad, como no es
difícil encontrar en cada temporada dieciochera del Parque O'Higgins y otros
centros de
fondas y ramadas de la ciudad, así que no cuesta mucho suponer un
posible origen de esta variante. La vida del campo ofrece varias otras formas lúdicas de ejecutar de la cueca en fiestas y celebraciones, además.
En aquella categoría de cuecas festivas o con "juegos", es decir, entre las que se baila con cierto grado de actuación e histrionismo, está una modalidad que ya es difícil observar y de la que se conservan poquísimas referencias publicadas, confirmando nuestra impresión de que marcha directamente a su extinción: la llamada cueca del manco o del zunco, tradición que quizá no llegue a sobrepasar el tiempo que quede a la última generación que alcanzó a conocerla y danzarla.
La cueca del manco es, en términos sencillos, una modalidad en donde el varón
escondía completa la mano opuesta a la del pañuelo bajo la manga de su
camisa o chaqueta (muchas veces era la diestra, para hacer más difícil el
desafío) y fingía ser un manco de verdad mientras bailaba. En sus bohemias memorias de "Una mirada hacia atrás", Jorge Orellana Mora dejó algo escrito sobre la misma, recordando la intensa actividad recreativa de los años cuarenta:
Las fiestas anuales de Asimet eran muy notables, organizadas con un espectáculo artístico de grandes figuras, sin olvidar una regla formal: frente al asiento de cada comensal había una botella de whisky. Seguramente, por eso, aunque el lugar era magnífico, nunca se escogió el Casino del Cerro San Cristóbal para celebrarla. ¿Qué hubiera pasado en el descenso?
Un detalle para dar una idea del ambiente. Una persona tan seria como el gerente de Mademsa, don Américo Simonetti, bailaba la cueca del zunco. Ocultaba un brazo, metiéndolo hacia abajo por el pantalón; así se le quedaba suelta una manga de su chaqueta y, en cada giro del baile la manga flotaba en el aire, dando la sensación de que don Américo era un zunco de verdad.
A tan curiosa representación le adicionaban, en muchos casos, el detalle de que el personaje interpretado no sólo carecía de una mano, sino también de un ojo. Esto provenía de otra modalidad conocida como la cueca del tuerto y que parece tener mucho que ver con aquella, siendo otra tradición que también se ha ido perdiendo.
En la cueca del tuerto el bailarín masculino aparece ahora cerrado con exageración mientras zapatea, o incluso con un parche o paño tampándolo. Si pensamos que muchos decidían hacer la danza de marras con algunos vasos ya en el cuerpo, la cueca se volvía así una prueba de destreza.
Y como si fueran pocas las desgracias del manco y el tuerto, algunos toman un tercer castigo proveniente de la llamada cueca del cojo, en la que se finge danzar con una pata de palo, tiesa o más corta. El personaje cojea como si tuviese una pierna más corta o tiesa, entonces, pero de todos modos se las arregla para bailar con esta dificultad.
No fueron pocos los pata de palo reales que zapateaban cuecas en las fiestas del pueblo de otros tiempos, llamando la atención y pudiendo ser inspiradores de la cueca a ellos alusivos. En la selección "48 cuecas y otros cantos" del investigador nortino Osvaldo Ángel, además, encontramos una pieza moderna titulada "Cueca del cojo" que podría guardar relación con los cojos cuequeros reales, cuando entraban al ruedo venciendo vergüenzas gracias al vino o la chicha:
Morir bailando una cueca
es el sueño de mi amigo.
Tiene las patas re'chuecas
las rodillas como higos.
Es un trompo cucarro,
un chinchinero,
sus parejas de baile
son los plumeros.
Son los plumeros, sí
también las puertas.
Hasta bailó curado
con una muerta!
Y zapateó calato
con un maraco!
Los enfiestados menos audaces bailan una modalidad a la vez: manco, tuerto o cojo. Los más avezados, combinarán dos de las "pifias". De alguna manera, sin embargo, el danzarín que acepta hacer la caracterización "completa" se luce en tan incómoda situación y demuestra que puede zapatear una cueca hasta de cojo, tuerto y con el pañuelo en la mano izquierda.
Danza de rotos, bailada en un ambiente más urbano pero del mundo minero, en la chingana Tres Puntas hacia 1852. Ilustración en una publicación de Paul Treutler.
Postal de la casa fotográfica de Carlos Brand con la cueca chilena, hacia 1895-1905. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.
Posiblemente relacionado con el punto anterior, cierta cueca titulada "Dicen que las penas matan" y reproducida en el cancionero de González Marabolí de la "Chilena o cueca tradicional", obra de Samuel Claro, parece aludir a los tres estados del señalado desafío:
Dicen que las penas matan
yo digo que no es así
que si las penas mataran
ya me habrían muerto a mí.
Dicen que le hace falta
la pata al cojo
al zunquito la mano
y al tuerto el ojo.
Y al tuerto el ojo, sí
quién te lo ha dicho
no me lo ha dicho nadie
yo que lo he visto.
Sopaipillas caliente
vende al frente.
Repitiendo que no somos expertos en el tema, se nos figura que no hay muchos datos sobre el origen de estos modos en las cuecas socarronas. Especulando un poco, sin embargo, puede recordarse que en el sur de Chile, especialmente en Chiloé, se bailan danzas tradicionales y folclóricas con fiestas en las que también llegan algunos vecinos disfrazados con máscaras y ropas extrañas, conocidos como los tapados. Se incorporan así al jolgorio, bailando o comiendo en abundancia con la autorización explícita de ir con tales atuendos y sin ser reconocidos, pues se supone que nadie sabe realmente quiénes eran los que estaban detrás de tales personajes una vez que se retiran.
Una característica de aquellas tradiciones era la de simular impedimentos como jorobas, deformidades o cojeras en las caracterizaciones, por lo que quizás tengan alguna relación con el origen de la curiosidad de las cuecas del manco, del tuerto y del cojo, aun si se tratara de un vínculo indirecto y sólo de una raíz común lejana. Estas se bailaban bastante en el campo según hemos oído de cultores, pero habían llegado a tener cierta popularidad en la misma vida de ciudad que, sin duda, ahora les ha ido dando la espalda.
En las representaciones de manco, tuerto y cojo prevalece el desafío deliberado para el practicante, por el hecho de que el varón deba ser capaz de bailar una cueca con los terribles inconvenientes. Es decir, faltando todo lo que se necesita para bailar bien. ¿Será, acaso, una forma de enfrentar y superar las dificultades del aprendizaje del baile, al estilo del tango con escobas que se usa para ensayar entre los cultores de esta danza platense, o el practicante de artes marciales que entrena con pesos adicionales amarrados a sus brazos y piernas?
Cabe señalar que, en la lírica de la cueca chilena, es corriente encontrar alusiones al manco o la manca pero para referirse a los caballos. Muy extrañamente aparece la palabra para aludir a verdaderos mancos, con una mano inutilizada o amputada. Dado que estudiosos de la cueca como González Marabolí, Claro o Pablo Garrido no hablan de ella, puede que se trate entonces de alguna informalidad o estilización del baile no vinculada a sus aspectos más originales, tal como sería -en el sentido opuesto- el caso de la elegante cueca de salón o las piezas excesivamente acentuadas en la figura del huaso chileno, que con frecuencia tiene más bien rasgos de idealización cultural y hasta fantasía artística.
Todo se trata de la picardía creativa e idiosincrasia chilena, entonces, que gusta tanto de mezclar diversión con el culto al feísmo, instinto que a veces se sale de control y termina reflejado en la arquitectura o la ornamentación pública, por desgracia. O peor aún: cayendo en el vicio del invunchismo. Sin ir más lejos, cabe recordar lo horrorizado que quedó el Barón von Keyserling al ver cómo bailaban la cueca los rotos de las fondas del Parque Cousiño, borrachos como cuba, levantando tierra y más encima rematando la fiesta de Independencia con peleas a cuchillada limpia. Todo esto, mientras se grita repetidamente "¡Viva Chile, mierda!" como loa de amor a la patria, costumbre aún arraigadísima en la sociedad.
Sobre lo anterior, el poeta nacional Miguel Serrano recordaba en sus memorias un sabroso episodio ocurrido durante su asistencia al Congreso Mundial de la Prensa en Francia, en 1951, en representación del diario "El Mercurio" y la revista "Zig-Zag". Iba acompañado de Mario Vergara Parada, director de la revista "Vea", y de Mario Vargas Rosas, reportero gráfico hermano del pintor Luis Vargas, además de unos periodistas argentinos que se les unieron al llegar a París.
El grupo de corresponsales partió hasta un restaurante llamado Place du Tertre de Montmartre, que aún existe cerca del famoso templo del Sacre Coeur. Ya sentados en las mesas, alguien avisó a la orquesta local que los visitantes eran chilenos y el director comenzó a improvisar una música como homenaje, "entre jota española y cueca", según recordaba Serrano. Pero Vargas Rosas, pasado de copas con buen vino parisino, prendió motores de inmediato al oír la música y salió a bailar con una danzarina local imitando la cueca del manco, incluyéndole los detalles del tuerto y la simulación de estar cojo, por lo que la bailó renqueando y tambaleante ante todos.
El refinado público francés del Place du Tertre quedó horrorizado y confundido ante semejante exposición y la orquesta debió detener la música para que terminara el chocante espectáculo. Comprensiblemente, fueron incapaces de entender lo que hacía el visitante de tan lejanas tierras.
Quizá es por aquella misma semilla de no comprendida fealdad deliberada que la cueca del
manco, del tuerto y del cojo se han ido perdiendo en la tradición de los bailarines, cultores
y folcloristas, tal vez no como modalidad de baile propiamente tal pero sí como una
opción jocosa y humorística de llevar a la práctica a la cueca chilena. Sólo hemos tenido noticias de su presencia aún en las celebraciones de algunas zonas rurales, en medialunas y fiestas de campo, tanto en sus versiones del manco como del tuerto. Corresponde a desafío generalmente tomado por comensales ya algo pasados de bebida durante la fiesta, como era de esperar.
Por aquellas razones y por haberse apartado también de la vida citadina, de seguro serán muy pocos los que se acordarán de dichas curiosidades en las Fiestas Patrias de Santiago, así que debería considerarse todo un acierto de explorador el volver a ver bailar, alguna vez, a los desdeñados e incomprendidos manco, tuerto y cojo cuequeros. ♣
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