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EL NUEVO CONGRESO: SESIONES ORDINARIAS, EXTRAORDINARIAS Y ESPECIALES DE UNA "PICADA"

 

En el nombre de Dios y de la Patria, se abre la sesión...

La alianza a veces malvada entre tiempos y destinos de la ciudad dejaron a sus habitantes sin un mágico bolichito de Santiago Centro, mismo que por varios años estuvo ubicado en Catedral 1221-A alegrando la vida a sus comensales. Se lo encontraba por ahí hacia los bajos del Hotel España y vecino al conocido restaurante El Lagar de don Quijote, aquel que ocupaba justo la esquina norponiente con calle Morandé, refugio también desaparecido para desgracia de los capitalinos.

En otra época el Nuevo Congreso equivalía para el Congreso Nacional de Santiago, de alguna forma, a lo que es La Unión Chica para con el Club de la Unión o El Quitapenas respecto del Cementerio General. Fundado hacia 1970, el devenir de la política y de la historia le había permitido gozar de esta asociación amistosa con la sede del poder legislativo sólo hasta su abrupto cierre, sin embargo, un famoso y recordado día de septiembre. Este cambio "de golpe", sin embargo, no logró cancelar aquel contrato romántico y nominal con el Edificio del Congreso Nacional que aún se encuentra tan cerca, sólo cruzando la calle y caminando hasta la esquina siguiente.

En un inicio, el Nuevo Congreso ofrecía comida tipo carta alemana además de la chilena típica, con atracciones suficientes para que alcanzara a ser visitado por insignes políticos del Congreso Nacional, según contaban. Sin embargo, con el mencionado largo paréntesis que tuvieron las actividades de ambas cámaras a partir de 1973, el bar y restaurante debió correr con el desafío de asumir la aventura de una vida propia, separándose de la identidad casi protectora que daba por reflejo el vecino edificio palaciego de los legisladores en Santiago.

Tras fallecer el dueño fundador, el local pasó a la sucesión y enfrentó otra etapa de vida enfatizando rasgos de picada popular. Pasaría así a ser propietado por doña María Teresa Flores, quien se mantuvo hasta el final cuidando este refugio de parlamentarios sin distritos ni votantes, sentados en mesas cojas donde tambalean las botellas de cerveza cuando son asediadas por cada discusión de la hora de incidentes.

La misma patrona y presidenta de sala, además, hizo colocar unas curiosas notas con algunas advertencias interesantes, principalmente en la caja registradora sobre el mesón: "Si le hablan mal de mí, pregúnteme cuánto me deben", decía uno; y en el otro se leía: "Si me tienen envidia, trabajen como yo". Un cartel con el dibujo de un ebrio estaba también en los anaqueles de botellas, con otra sabia sugerencia técnica: "Si toma para olvidar, cancele antes de empezar".

La tradición democrática y republicana rendida en un bar nacido a la asombra del poder legislativo como este, seguiría haciendo honores a la institución parlamentaria de ayer: el primer piso, más popular y lugar de encuentros, era conocido como la Cámara Baja, mientras que el mayor, donde suelen ir a reunirse los clientes más conocidos y veteranos, era la Cámara Alta, como no podía ser de otra forma. Inevitablemente, el ambiente de esta corporación recordaba un poco al de esos viejos clubes democráticos devenidos en cantinas y ya casi extintos, y del que queda como buen ejemplo el célebre bar El Democrático de Iquique.

A inicios del actual siglo, resultan fascinantes esas cantinas clásicas con decoración de baúl de abuelita, repisas de vinos polvorosos y el infaltable barquito velero de maqueta decorando algún rincón menos recargado. En este caso, tres o más había a la vista. Cuadros antiguos, reliquias y un antiguo mostrador cerca del acceso completaban el aspecto típico e infalible de la cantina chilena que nunca reunció a sus señalados aires de picada de ciudad ni a sus rasgos pintorescos rotundos, mismos que el buen viajero chileno sabe encontrar en todo el país.

La carta de vinos blancos y tintos, chicha, cervezas y combinados para mojar el güergüero, había incorporado también al terremoto en sus últimos años. Además, parece ser que la dueña era propietaria también de otro negocio cercano por allí en el sector Teatinos. Tuvo buena aceptación su propuesta del trago tradicional con pipeño y helado de piña, aunque a muchos extrañaba el hecho de que no haya estado antes en las cartas del querido lugar, considerando también que los vinos de buena medalla ya estaban hacía tiempo entre los atractivos del mismo.

Para llenar la lonchera, en cambio, el Nuevo Congreso abría sesiones con clásicos de comida casera chilena como el pollo arvejado y con agregado, la cazuela de ave, pollito al coñac o al champiñón, porotos, pescado frito, costillar, parrilladas, chuletas, arrollado o pernil con agregado, bife y lomo a lo pobre y la apetecida chorrillana de los bajones. También había mociones de cosillas ligeras para el apetito que tiene más prisa, como sánguches varios, bocadillos a la carta y papas fritas. Precios convenientes, de gratos números al final de cada cuenta...

De esa manera, cada vez que los honorables del verdadero Congreso se hallaran en Santiago y quisieran enfrentar el hambre (con su propia billetera, en este caso) durante alguno de sus siguientes dislates en proyecciones de financiamientos de reformas o despilfarros de recursos recaudados con sus aspiradoras de bolsillos, tenían la posibilidad de ir también al cercano Congreso chico de calle Catedral. Los contribuyentes, por su lado, también partían a aliviar la carga y burlarse de esos mismos hematófagos en los mismos comedores, banqueteándose con estricto cumplimiento de la trinidad de lo bueno-bonito-barato en la mesa de mantel popular.

Hacia la hora de almuerzo, además, siempre comenzaban a llegar hasta la sala principal la bancada de "la vieja guardia" de clientes del negocio: un quórum calificado de comensales veteranos que conocían el Nuevo Congreso desde sus orígenes, en muchos casos. Asistían hasta allí desde aquellos años, muy leales con el boliche según me informan. Por la misma razón, en "la vieja guardia" conocían todo de él: anécdotas, secretos, visitas ilustres, visitas vergonzantes y una que otra pizca sobre toda la gente que ha pasado por el mismo sitio, dejando algún timbre en el recuerdo.

Contaban los parroquianos que algunos grupos de esos mismos comensales eran bastante cargados a la derecha política, testigos de muchos enfrentamientos y riñas callejeras por cuestiones ideológicas. Por esta razón, cuando llegaban otros clientes con ideas más progres y muchas ganas de exhibirlas, se armaban buenas discusiones e intercambios, probablemente más enérgicos y bien argumentos que cualquiera de nuestro auténtico Congreso allá en Valparaíso. 

En otras ocasiones, se improvisaban jornadas de emociones con los televisores colgantes prendidos en partidos de fútbol, tanto o más apasionados que los debates políticos. No sabemos, sin embargo, si ese clima pacífico y altruista siempre fue respetado de manera tan observante durante todo el período legislativo de descorchadores y destapadores.

Había quienes hablaban de supuestos pasillos subterráneos hacia el Congreso Nacional o hasta otros puntos como la calle Dr. Sótero del Río, aunque todos estos misteriosos y legendarios pasos estarían ya tapiados o derrumbados. Puede que se trate de una creencia derivada o parasitaria de aquella que se relaciona también con los pasadizos secretos que se adjudicaba a la presencia del convento de los jesuitas, precisamente en ese sector de la ciudad ocupado por el edificio del Congreso Nacional.

Algo de dignidad congresal quedaba, entonces, con toda seguridad allí albergada y aun en tiempos que ya eran difíciles para la credibilidad política y la reputación de tantos de sus protagonistas... Algo sobrevivía hasta pasado el Bicentenario Nacional: ya no en sus cámaras, ni sesiones, ni comisiones, ni comités, sino más bien en aquel refugio de identidad popular chilena y de cultura de cantinas como era el Nuevo Congreso.

Pero como nada es para siempre, las dificultades arreciaron y el sostenimiento de un bar restaurante clásico como aquel no fue posible, bajando sus cortinas no mucho tiempo antes del azote de la pandemia mundial. Hoy, aquel espacio de inolvidables encuentros y tertulias es ocupado por un restaurante de comida extranjera.

Se levanta la sesión para siempre, entonces. ♣

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