Publicidad especial del producto y otros de la familia, en 1988.
Los calugones Pelayo lograron marcar un hito en el mercado chileno de la confitería popular y siempre en el mismo ámbito de venta: kioscos, locales de barrio y vendedores de golosinas en el transporte público, no obstante que hayan llegado después a expendios más modernos.
Pocos productos han logrado ser tan populares y sobrevivido más allá de una temporada en aquella clase de oferta "de calle", salvo quizás caramelos de antaño como los llamados 1/2 Hora. Sin embargo, estos últimos se redujeron considerablemente en la venta en la locomoción colectiva y desaparecieron de ese ámbito en particular en tiempos cuando Pelayo aún era rentable para los ambulantes.
Aunque su creador comenzó a vender las primeras calugas de su factura muchos años antes, Pelayo se volvió un símbolo especialmente asociado a los nostálgicos años ochentas; niñez, adolescencia o juventud de al menos dos
generaciones seguidas. Eran los tiempos cuando el producto competía en la venta de los
microbuses con otros bocadillos dulces como los biscochos Merendina, Milonga
y Rayitas, además de unos extraños caramelos llamados Pololeando
(unas pastillas de colores) y los primeros bombones Privilegio que aparecieron para el público masivo. Eso sin contar las paletas de helados en las temporadas de calor.
El calugón, sin embargo, tenía la ventaja de que duraba largo tiempo mientras era chupeteado durante el largo viaje en micro, además de que en aquellos primeros años era mucho más grande que ahora. Primero se vendía a $5 (dos por 10); más tarde, el precio fue subido a $10. Muchos recuerdan ese típico grito del vendedor santiaguino: "¡Calugón Pelayo a 10, a 10 el calugón!". Con ese valor lo sorprendería la llegada de los años noventa, además.
La empresa chilena Alimentos Pelayo Monroy S.A., con fábrica en la comuna de La Granja, literalmente se coronó con la golosina. Su nombre es el mismo que ostenta desde la pila bautismal su fundador y su logotipo era una corona, además. Y no es gratuito que el señor Pelayo, procedente de una familia agricultora de Nirvilo cerca de San Carlos, haya aspirado desde temprano a ser rey de este rubro, jactándose de compartir nombre con el primer soberano del Reino de Asturias, el Rey Pelagius. Este destino monárquico estaba trazado desde el principio del eterno retorno histórico, para su fortuna.
El origen preciso de la firma está en la capital de los años sesentas y principios de los setenta, cuando el modesto taller comienza a producir calugas artesanales que vendía personalmente don Pelayo. Este paso como emprendedor lo explicó al diario "La Tercera", en una ocasión:
Como soy el mayor de los doce hermanos, fui el primero en venirme a Santiago. Al principio me dolía mucho la cabeza, encontraba que todo era una locura. Un día vi un aviso donde buscaban a alguien para vender chocolates; me gustaban mucho, así que acepté, pero la gente prefería las calugas, que eran más baratas. Todavía uso la paila con la que hicimos las primeras calugas. Las hicimos a martillazos con mi primer socio. Lo conocí el año 67, cuando aún era vendedor. Le dije: "Tú pones el conocimiento y yo las lucas". Desde la primera vez, supe que era buena receta. No nos fue bien y al año nos separamos. Yo seguí con mis hermanos. Me levantaba a las tres para preparar el fuego y en la tarde salía a repartir en bicicleta. De a poco llegaron clientes y empezamos a crecer.
Cabe señalar que el entonces joven dueño había experimentado con varias fórmulas hasta llegar a una que pareció óptima, ya durante en la década siguiente. Pudo producir así un masticable cuya base es de caramelo de dulce de leche y nueces, además de ingredientes que formaron parte del secreto corporativo del éxito. Con esta receta y el señalado tamaño generoso para la golosina original, su golpe en el mercado fue extraordinario.
Hubo un momento en el que la demanda del calugón llegó a ser tanta que la empresa debió proveerse de nuevas maquinarias para la empresa. Su primer equipo automático, mismo que la sacaría de su condición de taller artesanal industrializando por primera vez la línea de productos, fue adquirido en 1978, según informaba la propia compañía. Sin embargo, como la acogida del novedoso producto continuó ampliándose progresivamente en la década siguiente, debió incorporar nuevos y todavía mejores equipos.
Pareciendo que la prosperidad brotaba a chorros por las calles de Chile, la producción de la empresa se concentró especialmente en el famoso calugón, aunque no por ello dejó de diversificar sus productos y variedades. Fue por esta razón que la caluga con la fórmula antigua es conocida como el calugón clásico, apareciendo otros posteriores a base de almendras, maní, pasas al ron, crema y coco.
A pesar de la feroz competencia de productos vendidos en el comercio callejero de los años noventa, el calugón pasó la prueba del cambio de milenio y mantuvo por largo tiempo más el reinado en su nicho específico de mercado. La verdad es que pocos habían osado competir con este caramelo masticable aventurándose a presentar algún producto similar, pues Pelayo aún no tenía parangón en el comercio.
Cabe recordar que las calugas son caramelos profundamente ligados a la tradición chilena. Hasta el más famoso de nuestros hombres de circo llevaba su nombre: Abraham Lillo Machuca, alias el inmortal Tony Caluga. Los niños chilenos de antaño, además, se desafiaban a pelear con un extraño juego de duelo: el Caluga y Menta (no "Caluga o Menta", como se tituló un largometraje chileno de 1990, aludiendo al juego). De hecho, la Real Academia Española reconoce la palabra "caluga" asociado como de origen chileno, y significa: "Caramelo blando de forma rectangular".
Dicho lo anterior, podemos comprender que el calugón Pelayo haya sido dos veces chileno: tanto en su naturaleza de golosina tipo caluga como en su indiscutible popularidad en nuestro pueblo, endulzando los paladares de chicos y grandes.
Durante año 2006, la empresa Alimentos Pelayo Monroy S.A. vendió derechos de su producto estrella al grupo comercial mayorista Club del Almacenero Alvi. Posteriormente, Confites Pelayo ya no sólo se producía este famoso calugón, sino también otras golosinas como gomitas, calugas de dulce, turrón de maní, calugas bañadas en chocolate, toffees, alfajores, grajeados, calugas de leche y algunos refrescos, entre otros. La marca pertenecería al grupo comercial SMU hasta sus últimos años.
Con el nombre inmortalizado en la cultura popular chilena, entonces, el famoso calugón seguía haciendo más gratos y llevados los viajes por la ciudad. Sacar a $10, $50 o $100, permaneció como una de las golosinas favoritas al final del día... Pero iba a suceder algo inesperado en el camino, infelizmente.
A pesar de tanta popularidad y cariño de sus consumidores, la empresa Dulces Monroy debió declararse en quiebra hacia fines del año 2019, en pleno período de las revueltas callejeras. Se anunció así que el famoso calugón desaparecería y la fábrica de La Granja sería liquidada, dejando desocupadas a 34 personas, al igual que sucedería con un terreno en Melipilla, las bodegas en Quilicura y sus oficinas en la Ciudad Empresarial. Aunque el señor Monroy inicialmente declinó comentar a la prensa sobre la situación, la razón de todo era una deuda superior a los 400 millones de pesos, de acuerdo a lo que informó el Primer Juzgado Civil de San Miguel. Un tiempo después, el empresario admitió que la debacle se había debido a errores de dirección de su parte.
Todo indicaba que había llegado la hora final del producto y, de hecho, así fue informada la noticia en los medios de comunicación. Sin embargo, el perseverante Monroy sacó lecciones de sus errores y volvió a la carga con una nueva empresa a partir de 2022: Confites Chiñihue, la que debutó devolviendo a los anaqueles su producto bandera, esta vez con el nombre de calugón Monroy y con las variedades de nuez, leche, leche clásica y tres leches. ♣
Comentarios
Publicar un comentario