♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣

EL JUEGO DE BOLA EN LA COLONIA TARDÍA Y LA REPÚBLICA

Entre los pasatiempos coloniales más populares de los antiguos santiaguinos estuvieron los llamados juegos de bola, de bolos y bocha criolla. Infinitamente menos violentos y, en teoría, más familiares que otros de la Colonia tardía, como la chueca (palín), las cabalgaduras competitivas, las lidias de toros y las peleas de gallos, tuvieron importancia en España y sobre todo en las tradiciones madrileñas, habiendo llegado allá por influencia italiana, según se cree.

Bolas y bolos formaban parte de una familia de prácticas recreativas con piezas esféricas y varias modalidades o presentaciones, las que llegaron a formar parte de chinganas, fondas, pulperías y cantinas coloniales en sus tiempos de apogeo. La versión más conocida en nuestra época, correspondiente a lo que ahora llamamos bowling o boliche, fue mencionada incluso por Miguel de Cervantes en “El coloquio de los perros” (1613):

Digo, pues, que el verdadero sentido es un juego de bolos, donde con presta diligencia derriban los que están en pie y vuelven a alzar los caídos, y esto por la mano de quien lo puede hacer. Mira, pues, si en el discurso de nuestra vida habremos visto jugar a los bolos, y si hemos visto por esto haber vuelto a ser hombres, si es que lo somos.

Aunque acá haremos sinónimos el juego de bola y los bolos, el Diccionario de la Real Academia Española establecía desde temprano diferencias entre ambos: el primero "consiste en tirar con la mano una bola de hierro en algún camino, y gana el que al fin de la partida ha pasado con su bola mas adelante", mientras que el segundo "consiste en derribar con una bola el mayor número de bolos que se ponen derechos en el suelo". La bocha, en tanto, es para la Real Academia la práctica "que se juega con unas bolas medianas y otras más pequeñas". El bolín y boliche son sinónimos de bocha (boccia), mientras que bolillo lo es del bolo.

La modalidad popularizada entre la sociedad chilena de entonces, sin pinos ni palitroques, habría sido introducida por españoles o italianos, aunque el principal sospechoso era un gallego de apellido Raimundo. Según José Toribio Medina en “Cosas de la Colonia”, este señor fue un aficionado a dichos juegos y se esforzó para que las autoridades establecieran canchas en todo el país durante el siglo XVIII:

Penetrado de los inconvenientes de este sistema y sin duda también del propio negocio que podía resultarle, un gallego llamado Antonio Raimundo, casado en Talca con hija de familia de cierto copete, propuso al Presidente del Reino que en todas las poblaciones se estableciesen canchas de bolas donde los vecinos pudiesen irse a solazar los días festivos, ahorrando los peligros e inconvenientes de las diversiones entonces más en uso, y pidiendo especialmente que se autorizase a los dueños de cancha, que debían ser personas de notoria honradez, buena conducta y amor al Soberano, para apresar a los sujetos notoriamente conocidos como delincuentes de costumbres depravadas o amigos de bullas y pleitos; y que así, además, el real erario podría proporcionarse entradas que debían aplicarse a propios y arbitrios de los cabildos cortos de recursos.

El Presidente del Reino dio vista de la solicitud al fiscal, y este, incapaz de juzgar por sí mismo del arbitrio propuesto, solicitó se pasase en informe a los cabildos de las diversas ciudades, y el proyecto... no pasó más allá!

De sus varias versiones, entonces, tal forma de juego de bolas era parecida a los juegos de canicas y de petanca, muy posiblemente estando vinculados, al igual que algunas presentaciones del billar francés. Valiéndose de los sólidos bolones redondos y lisos de tamaño medio y grande, casi llenando la mano, el pasatiempo tenía cuatro jugadas bases señaladas por Eugenio Pereira Salas en un completo capítulo de su obra "Juegos y alegrías coloniales en Chile": 

  • Arrime: arrojándose las bolas hasta donde estaban otras llamadas bolines, lo más cerca que se pudiera, ni muy lejos ni pasando de largo.
  • Desembuche: consistía en lanzar por lo alto un gran bolo que golpeara a la bola del arrime.
  • Cupitel: se trataba de empujar la bola y arrimar hacia el bolín.
  • Rodillo: se hacía para separar todas las bolas que había logrado reunir un contrincante alrededor del bolín.

Agrega el autor que cada partida de bolas totalizaba ocho tantos, en las cuales “el que los cumplía primeramente hacía ramo, pero el contrario podía recuperar el puntaje si después de la séptima jugada desbarataba el juego con el último rodillo, acción victoriosa calificada de contra-ramo”.

A pesar del énfasis en la influencia del canchero Raimundo para la penetración de esta clase de juegos, ya en actas del Cabildo de Santiago del 10 de diciembre de 1548 leemos la disposición de "que ningún minero ni otra persona sea osado de jugar, ni jueguen en las dichas minas y término de ellas a naipes, ni a dados, ni bolas, ni a otros juegos, so pena de cien pesos de buen oro de ley perfecta". Y, en 1613 se asoma otra señal referida a juegos con bolas, cuando un artesano cuchillero de Santiago llamado Alonso de Juárez firmó un compromiso formal de "no jugar ningún tipo de juego de naipes por mí ni por otra persona ni que juegue otro por mí ni otro cualquier juego de barajas, tablas, bolos ni otro alguno", con amenaza de multa de 500 pesos pagados de a ocho reales si acaso incumpliera este acuerdo en los cuatro años venideros.

Muchos años después, por declaración del 7 septiembre de 1739, fray Juan de Dios Vásquez, sacerdote de la localidad de La Ligua, informaba a las autoridades sobre las nuevas poblaciones aparecidas y sus vicios con el juego de bolas:

...eran perjudiciales al adelantamiento del otro asiento viejo como al servicio de Dios, Nuestro Señor. Lo primero porque por la distancia carecía la nueva población del pasto espiritual así de la doctrina y pláticas de todos los Domingos y aún de la misa de Precepto, o bien por causa de dicha distancia particularmente las mujeres o por negligencia u omisión de algunos, y consta que por denuncio que tuve de persona fidedigna se quedaban sin oír misa el día de fiesta muchos por causa de dos canchas de bolas que en dichas poblaciones nuevas hay, poniéndose a jugar el día de fiesta de modo que jugadores y muchos de los que asistían a ver jugar no oían misa un auto a los dueños de esas canchas con pena de excomunión mayor va mandado no se juegue bolas los días de fiesta por la mañana...

El cura agregaba que, según le constaba, allí se veían "muchas ofensas a Dios, así de embriagajes, amancebamientos, pleitos, juegos y demás desórdenes". Y no se equivocaba, ni exageraba: el mal comportamiento del público sería un problema que arrastró durante todo lo que quedaba de Colonia y buena parte del siglo XIX esta entretención rayana en lo deportivo.

Por razones parecidas, y a pesar de varias peticiones de autorización para instalar canchas, el 24 de marzo del año siguiente el gobernador Francisco de Morales tuvo que emitir restricciones a la práctica de apuestas en las mismas, aunque no siempre iban dirigidas a las bolas propiamente tales sino a otros juegos allí realizados, como los polémicos dados. Se contemplaban sanciones para quienes violaran la ley, incluidos los dueños de las canchas que permitieran la presencia de tales envites:

Deseando poner remedio a los expresados daños, y a otros que tengo notados en esta ciudad, ordeno y mando: Primeramente, que en las canchas de bolos no se jueguen dados, ni otros de envite, pena de doscientos azotes a los que contravinieren siendo plebeyos, seis años de destierro siendo españoles y a mi arbitrio si fuere de calidad, entendiéndose la misma pena con el canchero, bochero o dueño de casa, que permitiese los expresados juegos y con la calidad de que no se permita tenerlas en adelante, debiéndose entender esta prohibición por lo que respecta a las canchas de juego de bolas en los días festivos, en que solo deben abrirse, porque en los días de trabajo deben estar cerradas sin permitir que en ellos juegue persona alguna, so la misma pena a los contraventores y cancheros que les impondrán irremediablemente una vez que se verifique haber contravenido a esta orden.

Las medidas se reforzaron en el gobierno de Agustín de Jáuregui, en 1773 y 1776. En gran proporción, se pretendía evitar también los choques con la Semana Santa y los domingos de misa, fuera de los varios problemas que generaba el desordenado público de las bolas. Sin embargo, un dictamen de Real Acuerdo quiso optar por lo más práctico y ordenó el fin de las canchas en 1777, en lo que se creía iba a ser una decisión definitiva.

A pesar de la voluntad y determinación de aquella medida, las partidas de bolas siguieron realizándose en la sombra, como sucedía desde siempre y para siempre con casi toda prohibición al recreo popular. Además, sucedió que las municipalidades vieron rápidamente reducidas sus entradas por uso de las mismas canchas, de modo que la medida no prosperó y fue superada por la realidad, quedando condenada al fracaso.

Así las cosas, hacia inicios del año siguiente el Cabildo de Santiago aflojó aceptando la propuesta de un nuevo bochero, esta vez para mantener las ocho canchas de la ciudad, si bien no tardaron en aflorar eruptivos desacuerdos con el subastador. La situación también es descrita por Pereira Salas:

En febrero de 1778, a instancias del procurador general de la ciudad, aceptó el Cabildo de Santiago la propuesta de don Isidro Suñe, que ofrecía "dar mil y quinientos pesos cada año a beneficio de los propios con obligación de mantener solo ocho canchas corrientes, con otros partidos precautorios de los perjuicios que antes motivaron la prohibición de dicho juego". Una vez que se procedió a los trámites de entrega, el subastador se negó a depositar la fianza exigida, por lo cual las canchas fueron cedidas en 1779 a Francisco Díaz, asentista de cierta reputación. Las condiciones que se le impusieron fueron las siguientes: que no ha de conseguir se quede persona alguna en las canchas de las oraciones para adelante sino que solamente puede durar el referido juego todo el día sin comprender parte alguna de la noche. Que no se consienta que juegue ni entre hijos de familia, esclavos ni otros sujetos que no pueden enajenar bienes. Que no se ha de permitir se jueguen prendas sino dinero efectivo y este con moderación. Que no haya juegos prohibidos como los dado, taba, bolillos y otros de envite sino solo aquellos que por Leyes y Reales Cédulas son permitidos en el reino. Que no se pueda poner venta de licores ni permitan que entren a las canchas vendedoras de estos efectos. Que la situación de las referidas canchas ha de ser, precisamente, dentro de la ciudad y en sus contornos inmediatos para que la justicia pueda fácilmente celar por el cumplimiento de las condiciones".

Los disturbios no tardaron en producirse, y la justicia, llevada del buen celo en el cumplimiento de sus obligaciones, tuvo que entrar con frecuencia a las canchas a tomar presos a los "muchos ociosos que se hallaban allí divirtiéndose y a los mozos de respetable familia".

Los cancheros reclamaron de estas medidas que hacían "grave perjuicio a sus intereses", alegando en su defensa "que el ejercicio de ellas divierte los ánimos de los concurrentes, y con la diversión los retrae de otros vicios y juegos que perturban la moralidad las costumbres".

En su "Historia crítica y social de la Ciudad de Santiago", Benjamín Vicuña Mackenna refiere a que en un documento fechado ese mismo año, notificando de los verdaderos pantanos que se habían formado en las calles alrededor del sector Santa Ana, se menciona al vecino Francisco Sánchez quien, el 18 de agosto, se ofreció para empedrar la ciudad y darle mantenimiento a las vías "mediante el producto de un remate de ocho chanchas de bolas que había hecho en 1.500 pesos un don José Rubio, el permiso de otras cuatro canchas en extramuros que solicitaba para sí y un auxilio de 600 pesos que debía darle el cabildo".

Poco después, en febrero de 1784, se autorizó ahora a don Miguel de Erazo para que ofreciera juegos todos los días del año. Obtuvo la venia aunque con la ya tradicional restricción: que no llegaran a las canchas hijos de familia ni esclavos, pues aún eran escenarios de frecuentes desórdenes y altercados.

Alrededor de aquellos años, además de pistas privadas que posiblemente existieron en chinganas y quintas, las referidas ocho canchas de bolas estaban en la Plaza de las Ramadas a la bajada del Puente Viejo o de Palo, con un par de ellas allí en la actual calle Esmeralda; otra estaba en La Cañada, futura Alameda de las Delicias, junto al Colegio de San Agustín; dos en la calle del Peumo o de Aguirre, hoy Amunátegui; una en San Pablo a cuadra y media de la iglesia que existía en el cruce con Teatinos; otra en Santo Domingo bajo el llamado solar de Órdenes; y dos más para los aficionados de calle San Francisco.

En el mes de diciembre siguiente se subastaron las canchas de bolos por la Junta Real de Remates, enviando como pregonero a don José Antonio Navarro para anunciar el concurso: sería licitado por seis años y con cuota inicial de 800 pesos en cada uno. En la puja, Erazo logró imponerse a su adversario Juan José Guzmán ofreciendo 1.000 pesos, pero las autoridades no tardaron mucho en retirársela y suspenderla porque se había negado a que concurrieran a sus canchas "oficiales de gremio y menestrales".

Agrega Pereira Salas que, ya en el año siguiente, los vecinos de Santiago reclamaron ante el regente visitador para que se repusieran las suspendidas canchas de bolos, en beneficio del erario público y poniendo algunas medidas tributarias usadas en Lima como ejemplo a imitar. La carestía de fondos se había notado en las postergaciones de la construcción de la cárcel y otras obras públicas, por lo que el regente aceptó el emplazamiento el 23 de agosto de aquel año.

"El juego de bochas", óleo de Ramón Bayeu y Subías, 1786. Fuente imagen: sitio del Museo del Prado.

Juego de los bolos entre los criollos del siglo XIX, en imagen basada en ilustración publicada por Claudio Gay. Fuente imagen: sitio Fotografía Patrimonial (Museo Histórico Nacional).

Retrato grupal de hombres y niños, con implementos para un juego de bolos. Esta modalidad, con pinos o palitroques, terminaría siendo la más popular forma práctica de los bolos en la sociedad chilena, dejando a atrás su versión colonial del juego de bolas. Imagen fechada hacia 1900, tomada del sitio Biblioteca Nacional Digital.

Bolsa y bolitas o canicas antiguas. El juego de las bolitas vino a ser algo así como la versión de bolsillo y más infantil de prácticas como la bocha o las bolas. Fuente imagen: "Bolillas (bolitas, canicas): Historia y fabricación", en sitio Taringa.

Sin embargo, después de la autorización de 1785 para que el ramo de las canchas de bolas beneficiara a las obras públicas, las autoridades vieron con inquietud cómo se habían deteriorado aquellos espacios de juego durante el período en que estuvieron inactivas, obligando a tomar medidas para rehabilitarlas. Fue el caso de las dos que estaban en la Plaza del Puente Viejo en la calle de Las Ramadas, la principal de ellas de 18 varas hecha con "ocho horcones costaneros de espino por cada lado, con cumbreros de pitra; seis tijerales armados con vigas sobre soleras, guiones de canelo, techo de carrizo y tablillas sin asientos", detalla Pereira Salas. La otra, en cambio, era "más mediana, de cinco horcones de espino y dos cumbreros". Ambas se hallaban en ruinas en aquellos momentos.

En el mismo estado deplorable se hallaban otras canchas de Santiago; algunas incluso habían desaparecido, como la mencionada cerca del Colegio de San Agustín en La Cañada. Las de calle del Peumo, en tanto, "estaban sin techo, sin asientos ni quincha". Las de San Pablo, Santo Domingo y San Francisco estaban en mejor estado y utilizables.

Buscando dar cumplimiento también a la disposición de localizar las canchas en áreas cómodas para la vigilancia y la seguridad, el Cabildo estableció el límite urbano dentro del cual deberían ubicarse entre las siguientes referencias: borde sur del río Mapocho, calle de la Ollería (actual Protugal), callejón de Padura (actual Club Hípico) y el Fundo el Conventillo (sector llamado alguna vez Potrero de la Muerte, coincidente con el actual barrio de calles San Diego, Matta y Santa Rosa). Esta disposición dejó afuera de la ciudad a antiguas canchas para el juego de bola pertenecientes a Juan Fajardo, Miguel Verdugo y Juan Antonio Argomedo, en la doctrina del Rosario (sector actual de Macul), así como las de Juan Veas en la Quinta de La Cañadilla y la de José Vivancos que estaba a dos leguas de la capital en el paso de Huechuraba.

Las canchas subastadas dentro del área oficial de operaciones desde allí en adelante, entonces, fueron para Julián Díaz en 1787, Miguel Flores en 1790, Eusebio Arenas en 1893, Gaspar Romero en 1795, Manuel Sánchez en 1798, Ramón Espinoza en 1800 y Eusebio Rodríguez en 1805. Varias serían ofrecidas y tomadas también en otras ciudades, como las de Pedro Castro y luego José Guzmán en la calle principal del Almendral, en Valparaíso, mientras que Manuel Pérez y Javier Jiménez tenían las suyas en la Plazuela de San Francisco del mismo puerto.

El aporte anual en arriendo de aquellas canchas y los puestos de ventas para los propios, según lo informado por el Cabildo de Santiago el 20 de mayo de 1790, era el ítem de mayor recaudación municipal: 4.000 pesos. El segundo lugar lo tenía el "Fundo de San José Manzano en el cajón del Maipo", con 1.810 pesos, y tercero "La Dehesa y el ramo de nieve", con 1.200 pesos.

Sin embargo, y a pesar de las precauciones y de las visitas de gente copetuda, pesaba el gran desprestigio en aquel ambiente de los juegos de bolas. En su negocio de la plaza de San Francisco, por ejemplo, era legendario un canchero llamado Picunino por sus prácticas reñidas con la ley y la ética, mientras que un famoso antro de juegos varios en el sector de la Plaza Santa Ana era conocido por operar también como un lupanar, con escandalosas fiestas. Una fonda de Santiago Chena también era famosa por sus dados cargados, bolos compuestos y cartas marcadas, embaucando a ingenuos todavía a inicios del siglo XIX. A su vez, hubo incidentes y detenciones en Valparaíso en 1793, durante la Fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, cuando se descubrió que varios juegos estaban siendo realizados a pesar de las restricciones de la celebración. Medina aseguraba que las bolas seguía invariablemente acompañadas de riñas, ebriedad y hechos sangrientos.

Los juegos de marras fueron observados por Juan José de Santa Cruz en su "Informe sobre el Reino de Chile", publicado por Anríquez Silva, en donde habla también de las adaptaciones que había recibido en Chile la bocha italiana:

El que da la subastación de las llamadas canchas de bolas, juego así mismo general para la gente de poca monta en esta ciudad y en todo el obispado, se hace nivelando el terreno todo lo posible hasta dejarlo en la perfección de una mesa bien arreglada, de una mesa de truco: hácese a ejemplo de este de bolas, con cuatro de ellas marcadas: quedando cercado de tablillas de doble altura a las mesas de truco; al pie de la cancha hay una raya y al tercio de la cabecera de un arco de hierro; juéganse las bolas con pala proporcionada a su tamaño.

No cambiarán sustancialmente las cosas con la Patria Vieja. El acta de la sesión del Cabildo de Santiago del 8 de noviembre de 1811 dejó testimonio de la siguiente aprobación para las canchas de bolas:

...fue presentado un expediente promovido por el subastador de canchas, por el que se demostraba que algunas de ellas no pagaban por estar exentas de este cargo; y conociendo dichos señores que esta cuestión producía muchos entorpecimientos en la materia acordaron que dicho ramo fuese nuevamente rematado, con la calidad de que el subastador que entrare, cobre las cantidades que anteriormente se adeudaban al antecesor, y que este cubra las ya percibidas, quedando su derecho salvo para lo que haya lugar. Así lo acordaron y firmaron, de que certifico.

Doctor Pedro José González Álamos.- José Antonio Valdés.- Antonio de Hermida.- Nicolás Matorras.- Antonio José de Irisarri.- José Ignacio Zenteno, Escribano de Cabildo.

Posteriormente, el 16 de septiembre de 1814 el Cabildo tomaba nota del "expediente promovido por don Francisco Olivera, como comisionado para la recaudación del ramo de canchas, sobre la suspensión de varias de ellas que el Juez de comisión don Diego Serrano ha verificado en su distrito en días de trabajo". Olivera había sido asignado al mismo cargo el 28 de noviembre de 1812, y solicitaba ahora "una copia de las cuentas que tiene presentadas sobre la recaudación del ramo de canchas, correspondientes al año anterior de 1813".

Durante la Reconquista, las canchas siguieron siendo autorizadas o licitadas hasta 1815, período en que los derechos se hallaban desde hacía varios años en manos de Pedro Antonio Palomera y Trinidad Cotera. Se notaban ya algunas variaciones y otras prácticas de bolos, como la de tiros botando pinos o palitroques, hoy más conocida que las otras. Se priorizaba, además, la modalidad que involucró el cambio de los bolines por la mencionadas argollas de hierro a través de las que debían pasarse las pelotas rodadoras, y con lanzamientos ya no a mano, sino con un instrumento llamado sendejo, a modo de mazo.

Aquella versión incorporó otros modos nuevos como el juego de las guachas, desde donde derivaría un dicho popular de "tirar las bolas a la raya", según lo que observa Pereira Salas y que alude a no acertar al arco, dejando la bola cerca de la línea. Un corrido popular se refería a aquella situación diciendo:

Los que son taures a las bolas
ey andan de cancha en cancha
A ver si hallan un chambón
para ofrecerle las guachas.

Empero, el prestigio del juego seguía decayendo y no tardó en ser del desagrado total de la autoridad, terminando otra vez en una lista de prohibiciones, esta vez las que Casimiro Marcó del Pont hizo públicas en 1816 castigando a los criollos -de paso- por las simpatías hacia el experimento independentista de la Patria Vieja. A pesar de esto, la práctica revive tras la Independencia y la viajera María Graham la verá en Valparaíso en 1822, sobreviviendo por algunos años más la sociedad chilena como tradición popular:

Hay una especie de juego de bolas que es una novedad para mí. Debajo de una ramada se arregla la cancha para el juego; en el suelo se dispone una armazón de madera de unos 30 pies de largo por unos 15 de ancho, dentro de cuyo espacio se aplana convenientemente el piso con tierra gredosa, de modo que la armazón sobresalga unas seis pulgadas del suelo por todo el contorno.

Como al tercio de la distancia de una de las extremidades se coloca un anillo que está fijo de un arco y que gira al menor contacto; el jugador se sienta en el costado opuesto del armazón y trata de mandar su bola de modo que atraviese el anillo sin tocarlo. Este es el juego favorito; tengo la seguridad de que no hay peón de la vecindad que no haya perdido y ganado, alternativamente, no solo todo su dinero, sino hasta su camisa, por lo menos media docena de veces al año en este juego.

Sin embargo, el 21 de mayo del año siguiente otra vez caerá encima la mano de la prohibición y regulaciones invasivas, con los draconianos Bandos de Buen Gobierno emitidos por el gobierno de Ramón Freire, con la mano gestora de Mariano Egaña en tales restricciones:

Se prohíben las chinganas, ramadas, juegos de bolos, u otros que acostumbra el pueblo bajo, ruedas de fortuna, loterías privadas, rifas y carreras de caballos, sin previa licencia de la Intendencia, con designación de sitio y hora, y sin que se puedan jugar prendas, ropas ni cosechas futuras.

(...) Los dueños de fondas, cafés, billares y canchas de bolos no permitirán allí juegos de azar o envite, bajo la multa de cincuenta pesos, o prisión por dos meses; y además la de cerrárseles precisamente la casa quedando inhábiles para abrirla en tiempo alguno.

A pesar del empeño del gobierno pipiolo por prohibir juegos como los nombrados o, como mínimo, someterlos por completo a autorizaciones y formalidades, el instinto popular prefirió siempre asumir los riesgos y continuar con los mismos. Así, ya con fecha 31 de mayo de 1830 aparece una carta de fianza dada por don Manuel Ortiz a don Manuel Armijo en Rancagua, trascrita por el investigador Cristián Cofré a partir del documento original encontrado en el Archivo Notarial de aquella ciudad. Se informa allí que "por la cantidad de doscientos pesos en que D. Manuel Armijo con fecha veintiséis del presente ha subastado los ramos de canchas de juegos de bolas, parejas de caballos y ruedas de gallos de este partido".

Cabe añadir que Rancagua ya traía una propia tradición de cancheros remontada cuanto menos a los tiempos con don Ambrosio O'Higgins a la cabeza de la gobernación, y con un conocido animador de juegos llamado Francisco Nieto de la Fuente. Sin embargo, sus canchas también fueron lugar de incidentes, robos y muertes, debiendo ser intervenidas a fines del siglo anterior. Esto no impidió que el negocio siguiera siendo tan rentable allá como en Santiago hasta los albores de la República y pasado el período de la organización política.

Tiempo después, en la lámina publicada por Claudio Gay hacia 1850, se ve que los jugadores de bolas se valen también de las mencionadas varas sendejos para emplearla en la cancha de bolas. Es algo acorde a la descripción que vimos ya de Santa Cruz y Graham sobre la forma que había adoptado el juego, pues la versión retratada por el sabio francés es la que ya incluye aros como parte de la cancha de juego.

El resto del siglo XIX mantuvo así la tradición de bolas y bolos entre representantes y clubes de las colonias hispana, yugoslava e italiana, estos últimos introductores de la modalidad de la bocha. Las versiones adaptadas por los nativos, en tanto, se asociaron mucho más a las quintas en donde se cantaba cueca, a las posadas folclóricas y después a las fiestas costumbristas, compartiendo ocasión con volatines, presentaciones artísticas y títeres, entre otras manifestaciones.

Sin embargo, los chilenos irían sucumbiendo a la modalidad del juego de las bolas lanzadas a los palitroques, apareciendo pistas de este pasatiempo en varios centros recreativos al comenzar el siglo XX como el café Olympia de Huérfanos, El Buen Gusto de Matucana o el restaurante Peñafiel del barrio Matadero, entre varios más. También se los vio en los inicios de varias casas de entretenciones como los famosos juegos Diana, antes de entregarse por completo a la tecnología electrónica y digital. Esta etapa de las bochas luce bastante diferente y más refinada que en sus modos criollos anteriores, así que la dejaremos para un futuro artículo. Desde 1945, además, existe la Federación Chilena de Bochas, quizá el principal representante de esta familia de entretenciones en el país.

A pesar de todos los cambios, influencias y el propio tiempo transcurrido, la práctica de los juegos de bolas en sus formas más antiguas se ha mantenido vigente en Chile y otros países de la comunidad de Hispano América. ♣

Comentarios

♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣ ♣