La denominada calle del Pedregal, al parecer así llamada por la presencia de un antiguo cascajal al lado de La Cañada de Santiago y en donde están ahora las torres de la Remodelación San Borja, se asomaba con su primitiva manzana en los planos santiaguinos hacia el año 1855, por lo que podemos suponerla aparecida en urbanizaciones de mediados de la centuria. Coincidente con la actual calle Jaime Eyzaguirre, en la Memoria del Ministerio del Interior presentada al Congreso Nacional en 1868, se indica que acababa de ser empedrada su calzada, junto a otras importantes vías como Mapocho, Moneda y Purísima.
Acercándose ya el 1900, sin embargo, los planos oficiales de Santiago mostraban un proyecto para unir la calle del Pedregal con la de Fray Camilo Henríquez y hacerlas una, prolongando su trazado por sobre los terrenos que pertenecían a las antiguas Maestranzas y Cuarteles Militares, luego al Mercado Modelo y hoy a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile (FAU). Este plan nunca se concretó, aunque durante las décadas que siguieron en el mismo barrio comenzó a prevalecer el carácter fuertemente universitario, reuniendo varios locales tipo restaurantes y un verdadero "distrito" de fuentes de soda en el concepto más moderno de estos establecimientos, con presencia de cerveza y comida rápida.
Unos años después, en 1947, se construyó un edificio en la entrada del Pedregal con la Alameda, obra de los arquitectos Carlos Cruz Eyzaguirre, Escipión Munizaga Suárez y Viterbo Castro Martel. Hace esquina en este vértice nororiente de la manzana y fue levantado originalmente para la Sucesión Suárez Mujica. Es aquel en cuyo primer nivel se encuentra la conocida fuente de soda y restaurante Costa Brava, reabierta recientemente tras un incendio. Y solo tres años más tarde, Cruz y Munizaga diseñaron otro edificio comercial y residencial de la cuadra, con cierto romanticismo neoclásico en complicidad con el modernismo art decó. Se encuentra desde 1950 en la otra esquina de la manzana del Pedregal que da a la Alameda, la norponiente del rectángulo de la cuadra en la esquina de calle Portugal, ex Maestranza. Esto es casi enfrente del actual Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM) y a un costado del Metro Estación Universidad Católica.
En el zócalo del mismo edificio, allí en la entrada de Portugal, estuvo por más de 50 años el restaurante Valle de Oro, más exactamente en la dirección de Alameda Bernardo O'Higgins 290-298, en donde había estado hasta poco antes la casa comercial y mueblería Alfredo Nadel. Fue uno de los restaurantes y bares más conocidos del barrio de la Universidad Católica, visitado por estudiantes, artistas y políticos. Todos en los alrededores del cerro Santa Lucía y la casa central de la casa de estudios conocían el estupendo local de aquella esquina, reconocible desde el exterior por sus características letras de luces rojas sobre los accesos y vitrinas, tiñendo las aceras húmedas con su fulgor durante las noches de invierno y sirviendo de faro en las tibias noches hambrientas del verano.
Fundado en 1957, no era casual cierto acervo italiano dentro y fuera del Valle de Oro: su creador fue el comerciante Gerardo Inserrato, oriundo de la península de la bota, quien lo mantuvo hasta el final en funciones. Con esta misma comandancia, el negocio había sobrevivido a varias crisis económicas, como la nefasta Recesión Mundial de los ochenta, y hasta a un incendio ocurrido en 1992.
El Valle de Oro no era de los establecimientos más baratos entre los populares de Santiago Centro, sin duda, pero valía cada peso pagado a las tentaciones de su amplia carta y barra, con brasas a la vista y mezclando cocina chilena, italiana y otras ofertas más asociada a la comida rápida, como sus lomitos, papas fritas, completos, churrascos y una colección de variedades de pizzas. Se apetecían sus parrilladas, bifes de chorizo, escalopas, churrascos a la italiana, pizzas napolitanas y pollos a las brasas, amenizados con cerveza y buenos vinos. Como también tenía algo de ese rasgo de fuente de soda en el mismo barrio, especialmente célebres eran sus sándwiches, muy grandes, abundantes en espesa mayonesa, tomate, porotos verdes y queso derretido. Fueron los favoritos de los trabajadores del entorno durante un largo período de años, en especial durante los ochenta y noventa.
El Valle de Oro abierto e iluminado todavía en sus buenos días. Imagen de junio de 2009.
La entrada al famoso establecimiento de Alameda con Portugal.
Aspecto que conservaba el sector de la barra del establecimiento.
La presencia de las instalaciones de Canal 13 de televisión en la vecina Casa Central de la Universidad Católica, antes de emigrar a sus cuarteles de Inés Matte Urrejola en Providencia, en 1983, hicieron que el Valle de Oro fuera frecuentado por clásicas figuras de la farandulilla criolla como Mario Kreutzberger, Don Francisco; y también por su coanimador en los tiempos de "Sábados Gigantes", Pepe Yeruba Pizarro, en años cuando asistían a las reuniones realizadas dentro de las mismas dependencias de la estación televisiva, ubicadas por entonces en donde hoy se encuentra el Centro de Extensión de la casa universitaria. Por estas mismas razones, también iban al boliche actores, músicos, humoristas, productores y artistas en general, algo que en cierta medida se mantuvo hasta el final de sus días dada la proximidad del restaurante con barrio Lastarria, al otro lado de la Alameda.
Un cambio importante entre el perfil de los asistentes al Valle de Oro tuvo lugar a fines de aquella década, particularmente en 1988, cuando el restaurante se convirtió en sitio de reuniones y conversaciones para la gente de las artes políticas, especialmente en el concertacionismo. Si bien había sido desde sus orígenes un lugar de celebraciones y camaraderías políticas, la presencia de la sede del Comando del No durante el plebiscito de aquel año, arrendando un edificio muy cerca de allí en la esquina de Alameda con Lastarria, hizo que el restaurante fuese elegido casi connaturalmente como lugar de encuentros y discusiones entre los personeros de la recién formada Concertación de Partidos por el No.
Tras la victoria de aquellas fuerzas en el plebiscito de octubre de 1988, el carácter político de una parte de su concurrencia se vio reforzado por las actividades que se realizaban en el Edificio Diego Portales. En algo debe haber influido la presencia del Instituto Nacional de la Juventud (INJ), además, organismo que funcionó por varios años frente a la casa de estudios. Súmese a eso la también cercana presencia de la entonces sede nacional de la Democracia Cristiana, en calle Carmen 8, antes de su traslado, y la sede del Partido Por la Democracia (PPD) que existió en la cercana calle Padre Luis de Valdivia.
Así pues, visitantes destacados del Valle de Oro fueron varios políticos activos en la historia contemporánea, como lo hacía notar un artículo del diario "El Mercurio" publicado por las periodistas Ximena Pérez y Nelly Yáñez (“Los recuerdos de los clientes del ‘Valle de Oro’, hoy en arriendo”, viernes 18 de marzo de 2011). Decía allí, por ejemplo, que fue este el lugar en donde, en la madrugada del 27 de enero del 2002, "el actual senador Jorge Pizarro se enteró de su derrota ante Adolfo Zaldívar" durante las elecciones de ese año.
El entonces senador socialista Ricardo Núñez, quien vivía cerca del restaurante, iba frecuentemente hasta el mismo desde su época universitaria. Allí se consignarían "muchos acuerdos" según la información aportada por el dirigente, pues era habitual que él y sus correligionarios fueran a almorzar al local durante los encuentros en el ex Diego Portales. El mismo artículo rescataba una historia pintoresca sucedida al diputado demócrata cristiano Pablo Lorenzini, quien recordaba:
En una Junta, eran cerca de las 2 de la mañana y los resultados me daban como perdedor; me estaba ganando Tomás Jocelyn-Holt. Así que me fui súper triste a tomarme un café, cuando de repente entran corriendo algunos colorines que me avisan que gané. Hubo abrazos, aplausos y nos devolvimos a la Junta.
Al rato, me acordé que no había pagado, así es que volví a hacerlo, porque además los mozos nos conocían a todos. Sabían incluso que uno quería un café con dos sacarinas; el otro, un cortado con azúcar y hasta quién se sentaba con quién. Era como una segunda casa.
Otro visitante del mundo de la política y también militante DC, fue el ex alcalde de Santiago Jaime Ravinet, quien eligió precisamente este sitio para lanzar su exitosa candidatura a la Municipalidad de Santiago en 1996.
Fuera de aquellas arenas ideológicas y electorales, al Valle de Oro llegaban también médicos del hospital clínico, docentes de las facultades universitarias de calle Portugal, miembros de la masonería y, más tarde cada día, algunos bohemios del entorno con bajones de apetito trasnochador. Era un sitio de encuentro, además, tanto de parejas como de amigos y compañeros de correrías en aquellos años antes de tener que adaptar el modus vivendi de muchos noctámbulos a calamidades urbanas como el Transantiago.
Barra, sillas y mesas del Valle de Oro, antes de abrir sus puertas cada día.
Don Rodrigo Barra atendiendo el Valle de Oro, en la última etapa de vida del establecimiento en 2011.
El sector de la barra y comedor frontal del Valle de Oro, después de la remodelación y cambio de mando del local en 2011.
El local del Valle de Oro, ya cerrado y apagado. Hoy es el Alameda Restobar.
No está del todo claro el porqué en medio de tanto prestigio y tradición social, el señor Inserrato hizo cerrar abruptamente las puertas del Valle de Oro en el período de febrero-marzo de 2011, poniéndose su local en arriendo. Ante la congoja de quienes habían sido sus clientes, el establecimiento permaneció inactivo y a la espera que fuera removido su nombre de las paredes, juntando polvo en todas sus barras, mesas y el viejo nivel subterráneo al que se llegaba alguna vez por la estrecha bajada.
Entre otras varias teorías de comerciantes y vecinos, se creía que el dueño simplemente se cansó y decidió poner fin al negocio de tantos años, haciéndolo cautelosamente para no provocar resistencias ni protestas del público. Otros aseguraban, en cambio, que se trataba de las consecuencias de haber perdido a su yerno, fallecido solo tres meses antes, y que era el encargado de la administración del restaurante. Al parecer, nadie pudo reemplazar la eficiencia y la confianza que el dueño depositaba en él. También corrieron rumores sobre bajas de clientes provocadas por el mencionado sistema Transantiago y por la inseguridad que se apoderaba ya entonces del centro de Santiago, grave plaga que parece tocar fondo en nuestros días.
Cualquiera fuera la razón precisa del cierre, entonces, el brillo áureo del Valle de Oro iluminando con su propio nombre en esta importante esquina, se apagó con los luminosos de su fachada ante la desazón de todos. El restaurante seguía el mismo fatal destino que, en un breve lapso de años, ya se había llevado con ferocidad a varios otros famosos centros históricos de reunión popular como El Barquito de calle Carmen, el viejo local de Los Braseros de Lucifer en San Diego, el alguna vez famoso Jaque Mate de Alameda con Irene Morales y el bravío 777 del mismo número en la Alameda, entre muchos otros.
Sin embargo, el Valle de Oro tuvo un intento final de supervivencia y sumó un siguiente y último capítulo, con una remodelación interior del local y su reapertura ya en otras manos, el 28 de junio siguiente. La iniciativa fue de don Fernando Barra, ingeniero civil y comerciante quien tomó en arriendo el lugar por diez años, logrando quedarse con el espacio por el que habían otros interesados en ocupar, incluyendo tiendas de venta de motos, puestos comerciales y hasta un conocido banco. Primó el romanticismo en esta reunión y, así, los antiguos dueños del Valle de Oro prefirieron que se mantuviese en el rubro de la gastronomía y el bar, optando hidalgamente por la opción representada en el interés del señor Barra quien, a su vez, también honró la historia y decidió mantener el nombre.
La nueva administración mantuvo las líneas generales del establecimiento, como la ubicación de la barra, las gavetas del bar, la cocina y la distribución de las mesas, etc. Sin embargo, en un inteligente decreto dividió las salas en restaurante y fuente de soda, distingo que antes no estaba tan claro y preciso. Esto era mucho más cómodo para clientes y las meseras. Rodrigo Barra, hijo del nuevo dueño, atendía y dirigía ahora el local, al que retornaban las carnes a la parrilla, los pollos asados, las pizzas, los bocadillos rápidos y las variedades de vinos y grandes jarras de schops. Estos nuevos dueños cumplieron con ampliar la carta con pescados y mariscos, sumadas a otras preparaciones para carnívoros.
A pesar de todos los esfuerzos, sin embargo, la época del Valle de Oro se había extinto y no fue posible mantener su nombre, su rasgo y su vida, extendida solo artificialmente con tan noble cruzada. El clásico establecimiento santiaguino volvió a ser modificado y transformado en el Bar Santiago, que desde 2017 lanzaba públicamente el eslogan “Patrono del hambre y la sed”.
Con una amplia carta de bebestibles propios de bares y fuentes de soda, y con una oferta notable de churrascos, lomitos, chorrillanas, pizzas, vienesas y entremeses, el Bar Santiago también intentó mantenerse vivo allí en la esquina, conservando parte del legado del Valle de Oro, pero ya acechaban las dificultades arrechas de una ciudad sumida explosiones de crisis sociales y sanitarias.
El intento más reciente en la histórica esquina de Alameda con Portugal fue reconvertir al mismo negocio en el Alameda Restobar, lugar de comida, bebida y música valerosamente fundado en 2021, en medio de aquellos días de incertidumbres y riesgos. ♣
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