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LAS DESAPARECIDAS ATRACCIONES DE SAN ANTONIO 676

Reconstrucción gráfica del acceso a El Villorrio en sus años de gran actividad bohemia y prosperidad comercial, al fondo del pasaje.

Hay una curiosa anomalía en el plano urbano de Santiago hacia el final de calle San Antonio: quizá en la prisa por homenajear con el nombre de una calle a la ciudad de Lídice, la arrasada población checa de 1942, su nombre se colocó a una calleja ciega en forma de "T" surgida con la construcción de un edificio escondido a la altura del 660-680. Sin embargo, la numeración interior al fondo del pasaje Lídice sigue siendo de la vía principal: San Antonio 676, algo que siempre causó problemas y confusiones a carteros, estafetas y visitantes. A su vez, el céntrico pero poco conocido rincón atrapado entre las arterias de Esmeralda y Santo Domingo, alguna vez estuvo conectado con la galería comercial del Pasaje San Antonio 721.

En otra época, aquel callejón era más atractivo que hoy, cuando se vivía ya en los descuentos de la antigua bohemia capitalina. Había surgido hacia los años cuarenta en terrenos que años antes pertenecían a Juan Lalande y Luis Narthaulus a espaldas de la desaparecida Capilla de la Caridad, con la construcción del Edificio de la Lange & Co. (empresa de cordonería y costuras) justo al fondo. A partir de julio de 1956, este inmueble se hizo sede de la Sociedad Cooperativa Caja de Seguro Obligatorio Ltda., que en el segundo piso tenía una suerte de club social y centro de reuniones, además de implementar secciones de abarrotes, tiendas, bonetería, zapatería y menaje.

El edificio contaba con cinco pisos más el nivel del subterráneo y un sexto nivel en los altillos, habilitados en una época posterior según informaban allí. El lugar había acogido también a oficinas y sedes de casas comerciales como la SAC Electrónica Flores y Kersting, conocida firma de aquellos años que también había instalado su bodega de ventas en San Antonio 676. Y llegaría hasta el edificio, años después y en otro piso, el servicio de salud dental para los empleados de la compañía Chilectra, además de otras oficinas y sedes.

Sin embargo, en el amplio zócalo del 676 existió un entretenido gran salón culinario y festivo de dos niveles, el segundo de ellos con un pasillo de balcón rodeando a la sala principal. Había sucedido, pues, que al dejar el lugar la firma Flores y Kersting después de tantos años, en este singular sitio comenzaría una positiva época para los establecimientos recreativos que ocuparon el lugar conservando la propuesta de la clásica capital pero todavía en plenos años ochenta y noventa, después de haber sido adaptado para servir como centro culinario. Se accedía a él por un elegante portal neoclásico con un dintel coronado por un misterioso blasón en relieve, muy parecido al de los Habsburgo y heredado de los usos anteriores que tuvo originalmente el lugar: un león sosteniendo un cáliz, sobre un encintado con la inscripción "VOR DOR".

Con capacidad para unas 150 a 200 personas, el espacio de marras fue ocupado durante varios años el restaurante y boîte El Villorrio, uno de los últimos bastiones de la clásica bohemia de comedores con espectáculos y veladas bailables. Este establecimiento se valía de una estética huasa y alusiva al campo, ofreciendo principalmente la carta de comidas típicamente chilenas, donde predominaban las parrilladas y platos con aire campesino en general. No exclusivamente, sin embargo, pues El Villorrio también tenía cocina con sabrosuras internacionales en su propuesta. Era todo un mérito el que pudiera permanecer en actividad próspera todavía después de los años de restricciones y toques de queda, en lo que era ya en el ocaso consumado de las noches de plata de Santiago.

La decoración y característica del amplio local se reforzaba en la señalada entrada, especialmente entre fines de los ochenta e inicios de los noventa: solía estar decorado con artículos como fardos de paja, farolitos, barricas, ruedas de carreta y al parecer hasta alguna cabeza esquelética de res en cierto tiempo, similares a cualquier restaurante típico de zonas rurales de Chile.

A pesar de todos aquellos rasgos folclóricos y refuerzos pintorescos, en su momento muchos consideraban a El Villorrio un típico boliche del circuito urbano Mapochino, heredero de los antiguos establecimientos del "barrio chino" de calle Bandera y del sector del Mercado Central.

El misterioso trabajo heráldico que existía en la parte superior del acceso al restaurante.

El neoclásico acceso al desaparecido salón del San Antonio 676 en donde estuvo El Villorrio, hacia 2010, en sus último tiempos de existencia. La puerta más al fondo era el acceso a los pisos del edificio.

Acceso al salón del edificio, ya ocupado por el restaurante El Ají Seco 2, hacia el año 2010.

En salón interior del espacioso local, con la decoración del Ají Seco 2. Vista desde el corredor con balaustras del segundo nivel.

Testigos de aquella época consideraban que las cenas de El Villorrio y sus bailables eran de lo poco bueno que quedaba a la actividad bohemia más recatada de aquellos años. Venía a ser algo parecido a una reminiscencia o un rincón sobreviviente de la antigua época de los clubes con orquestas y entretención adulta, en cierta forma. Servía también como un gran gran centro de eventos y fiestas privadas, dadas sus cómodas proporciones. Su rústica elegancia se valía de grandes lámparas colgantes y el diseño de columnas interiores, alrededor de sus buenas pistas para los que quisieran danzar en las fiestas. Y es que había algo parecido en él a otros históricos sitios por el mismo estilo, como el desaparecido Pollo Dorado de calle Estado, la La Hacienda del Sol y la Luna en Pudahuel junto al aeropuerto, la Capilla Los Troncos de Quinta Normal o Los Adobes de Argomedo, por mencionar a algunos.

Cabe observar que El Villorrio no estaba solo en el barrio, sin embargo. Entre otros casos, disputó el trono con un famoso restaurante de temáticas y carta muy parecidas: El Novillero, castillo de parrilladas que había sido fundado por el año 1978 en San Antonio 650, casi en el contorno mismo del pasaje Lídice y en donde había existido antes una conocida mueblería. Allí había permanecido por varios años hasta que un incendio destruyó su clásico local y debió mudarse a los bajos de calle Moneda 1145 casi Bandera, en un grupo de locales por donde el empresario nocturno José Padrino Aravena había tenido un club llamado Telephone unos años antes, a escasa distancia del Palacio de la Moneda. Su antiguo espacio de calle San Antonio fue reconvertido en una galería comercial y feria artesanal formando parte de la que aún tiene entrada por calle Santo Domingo.

Curiosamente, los años noventa que debían ser tan favorables para el resurgir de la recreación y la actividad nocturna, no lo fueron tanto para El Villorrio, que acabó cerrando sus puertas no demasiados años después del retorno a la democracia, por decisión de sus propietarios de la Sociedad Comercial Gastronómica El Villorrio S.A. Un Restaurante Parrillada San Antonio aparecerá poco después con su dirección en algunas guías, aunque no por tanto tiempo. También se lo usaría como teatro de eventos musicales, a continuación. 

Mejor suerte tuvo en el mismo lugar al fondo de Lídece el centro gastronómico El Ají Seco 2, nuevo negocio de la famosa franquicia de comida peruana que llegó a ocupar el 676 de San Antonio y no muy lejos de donde estaba el número uno de la cadena. Ocuparía el lugar de nuestra atención más o menos a inicios del actual milenio y permaneció allí hasta poco después de los días del Bicentenario Nacional. Reconocido por muchos como el mejor de los Ají Seco instalados en Santiago, su paso por aquel salón se situaba en el capítulo final de los establecimientos de este volumen y características que ocuparon el primer piso del edificio, en su caso cargándolo de mucha decoración folclórica incásica e iconografía cultural de Perú.

Sin embargo, los buenos tiempos para el pasaje Lídice ya se agotaban. En la etapa de mayor decaimiento del sector, hubo incluso intentos de asesinatos de prostitutas dentro del mismo callejón. Para entonces, además, muchos de los vidrios de la fachada del edificio del 676 estaban quebrados, como para reforzar su semblante lúgubre de sitio embrujado.

A mayor abundamiento, a una de aquellas mujeres trabajadoras del sexo furtivo, un cliente cortaría su cuello en un extraño incidente de diciembre de 2001, aunque la atacada sobrevivió. Poco después, otra "chiquilla" con nombre artístico Lorena, fue violentada por un sujeto de apellidos Llancaqueo Lemul, usando una piedra que traía entre sus ropas luego de solicitar sus servicios e ir con ella hasta el tercer piso del inmueble en donde arrendaba un cuarto, a inicios de octubre de 2002. Fue una escena de brutalidad y salvajismo que por entonces parecía sacada de otra época, de la que esta mujer logró zafarse usando lo que quedaba de sus fuerzas para morder a su agresor y escapar herida, alertando a un cuidador de vehículos del mismo pasaje, quien logró reducir al sujeto atacándolo con un palo.

Salón del Ají Seco 2 hacia el año 2010, aproximadamente.

Vista del callejón Lídice poco antes de la demolición del edificio de Santa Antonio 676 de fondo, con su salón ya ocupado efímeramente por el Restaurante El Encuento.

Lídice con el nuevo edificio de San Antonio 676 ya terminado, hacia el año 2016.

Se supo que había también un prostíbulo funcionando con disfraz de sauna en el mismo pasaje, como muchos otros boliches oscuros de este tipo en Santiago Centro. Y fue conocido en su momento que, cuando funcionarios de la Policía de Investigaciones cerraron y desmantelaron por completo aquel lupanar un día del verano de 2006, el negocio ya estaba funcionando otra vez en el mismo sitio a las pocas horas, motivando nuevas denuncias de molestos vecinos. Era frecuente ver prostitutas extranjeras ubicándose en la boca del pasaje y alrededores, además, a veces causando riñas con peatones o entre ellas mismas, característica que iba tomando rauda posesión de la calle San Antonio, cual anticipo de lo que actualmente sucede hasta en la propia Plaza de Armas y alrededores.

Por aquellos meses, sin embargo, había tenido lugar un proyecto de remodelación del callejón ciego con cambio de pavimento y mejoras en la iluminación. Estos alivios espantaron a muchos de los delitos del lugar, constando a la Municipalidad de Santiago cerca de 26 millones de pesos, en 2007. El cierre del pasaje hizo el resto en materias de tranquilidad y seguridad.

Aunque permaneció por unos años más allí, no todo era paz y prosperidad para El Ají Seco 2, por consiguiente. Sus dueños también habían sido muy criticados por utilizar el pasaje como estacionamiento privado del restaurante, incluso después de las señaladas remodelaciones municipales, en circunstancias de que dependencias del propio municipio y hasta los Carabineros de Chile de la cercana Comisaría N° 1 de Santiago no tenían dónde aparcar correctamente automóviles a causa de esta situación. Finalmente, por estos problemas y otros relacionados con alzas de arriendo del espacio, el restaurante cerró sus puertas trasladándose hasta un distante nuevo lugar en la capital: la comuna de La Florida, en donde permaneció otros varios años casi encima del famoso Paradero 14. Sus días allí terminarían durante el período de la crisis social y la pandemia.

La partida del restaurante peruano desde Santiago Centro había coincidido también con la puesta a la venta del ya ruinoso edificio de Lídice, muy deteriorado, desprestigiado y envejecido. Hubo un último intento de instalar allí en el zócalo un centro culinario, con otro establecimiento de carta peruana llamado El Encuentro, pero el destino final del lugar completo ya estaba echado.

Prácticamente deshabitado y arrastrando también algunos pleitos judiciales con algunos de sus departamentos, aparecieron colgando de la fachada del inmueble grandes lienzos que ofrecían a la venta pisos completos. Abajo en la calle, en tanto, se habían empotrado sólidos postes de tipo bolardos como barreras para impedir el paso de vehículos no autorizados, y también las rejas con portón que se cierran el ingreso. Fueron otra de las consecuencias del hervidero de delincuencia y prostitución que había llegado a afectar al lugar, como muchos otros sitios del actual Santiago en decadencia.

Las ofertas de ventas de pisos eran solo la antesala para la desaparición del viejo inmueble. Fue traspasado por completo y demolido para dar inicio a la obra del reluciente pero soso edificio que ahora está allí, más bajo y simple que el anterior, de usos comerciales. La demolición se realizó hacia agosto de 2014, mientras que el nuevo, muy funcional y de tres pisos, había comenzado a ser levantado por mediados del año siguiente o un poco antes.

Tras cerca de 70 años ubicado en aquel pasaje evocando a una más de las innumerables tragedias de la Segunda Guerra Mundial, el famoso salón de diversiones y comedores de antaño se esfumó para siempre, devorado por el progreso y los cambios. ♣

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