El tradicional causeo de patitas de chancho, en versión con huevo duro, lechuga, tomate y aceitunas. Fuente imagen base: La Cocina del Pollo, blog de John Michelena.
Muchas conspiraciones, levantamientos y complots históricos se han fraguado o protagonizado en los salones de bares, quintas y restaurantes: la ola independentista americana iniciada en 1810, la fundación clandestina del Partido Socialista Obrero Español en la Casa Labra de Madrid en 1879 y el famoso Putsch nazista de la cervecería de Münich en 1923, sirven como ejemplos. Así como el ambiente de camaradería e intimidad que suele darse dentro de estos espacios ha permitido incluso el surgimiento de movimientos artísticos -como el impresionismo en el café Guerbois en París o el dadaísmo en el cabaret Voltaire de Zúrich-, parece haber facilitado en muchos casos, además, el triunfalismo y los afanes de dar temerarios saltos políticos entre los conjurados de cada caso.
Chile no ha sido excepción, por
supuesto: están en la nómina las reuniones en chinganas y teatros populares por
parte de los igualitarios o las fiestas "sociales" de las filarmónicas en las
que aprovechaba el ambiente seguro para fraguar conspiraciones del siglo
XIX. Más recientemente, están las juntas clandestinas de "coordinación" entre militantes de
grupos subversivos en peñas folclóricas de los años setenta y ochenta.
El caso más notable, sin embargo, lo representa el ocurrido en 1948 y ha sido registrado en la historia como el "Complot de las Patitas de Chancho", irónico nombre derivado del famoso platillo criollo del causeo de patas de cerdo encebolladas. Esto, porque era lo que los conspiradores comían durante sus discretos encuentros en pintorescos boliches de la comuna de San Bernardo.
Proveniente de los campos chilenos y basado en recetas internacionales como las manitas de cerdo escabechadas, el plato típico de las patas de chancho ha sido compañía y salvación económica en los almuerzos de la clase obrera nacional desde tiempos perdidos en las tinieblas del pasado. El causeo también ha sido oferta de casas de cena para trasnochados y vividores, en épocas de bohemia desatada. Preparado con la cocción prolongada de las patas hasta dejarlas blandas y gelatinosas, el causeo se hace con el picadillo resultante más cebolla en corte pluma y perejil, básicamente. El pueblo lo prefiere muchas veces con picante.
El cómo llegó a quedar asociada la denominación del causeo de patas de chancho a una de las conspiraciones más extrañas de la historia política, diplomática y militar de Chile, es una relación tan sabrosa como el platillo mismo. Además, al menos tres históricos centros de reunión y cenas de la actual comuna de San Bernardo tuvieron participación en esta excentricidad.
En septiembre de 1948, el escritor y poeta Miguel Serrano Fernández se enteró por terceros de la existencia de un inminente plan de conato fraguado entre civiles y militares, dirigidos por el general Carlos Ibáñez del Campo o, cuanto menos, con la idea de poner a este último en el mando supremo. En sus "Memorias de Él y Yo" (1997), confesaba que su informante había sido Oscar Jiménez Pinochet, quien años más tarde se acercó a las ideas de izquierda y terminó siendo ministro de salud del presidente Salvador Allende. A la sazón, además, la mayoría de los nazis chilenos aún reprochaban al ex presidente Ibáñez del Campo su traición al intento golpista de 1938 que culminó en la trágica Masacre del Seguro Obrero. Entre sus detractores estaba aún el propio Serrano.
El escritor y periodista pidió audiencia en la propia Presidencia de la República, siendo recibido en el Palacio de la Moneda. Pudo entrevistarse con el primer mandatario, Gabriel González Videla, explicándole en forma muy general que se venía un inminente golpe contra su gobierno, aunque se negó a revelar nombres. Casi de inmediato, Serrano fue tomado detenido, al igual que sucedería con Jiménez Pinochet. Más tarde, fue apresado también el entonces empleado de la firma Cadillac, el futuro ministro Sergio Onofre Jarpa, quien se vio involucrado en los hechos aunque siendo liberado y exculpado después.
La versión entregada por Serrano en sus
memorias se verifica también en el extraordinario trabajo testimonial titulado
"Lo que supo un auditor de guerra" de Leónidas Bravo, en 1955. Empero, parece ser que el mandatario no tomó totalmente en
serio la denuncia, o al menos no adoptó las necesarias precauciones para enfrentar tal amenaza.
Confirmando lo anterior, en su artículo "Chile ruido de sables en 1948. La conspiración en contra del presidente Gabriel González Videla" publicado en la "Revista de Historia" en 1997, Mario Valdés Urrutia informa que la primera alerta recibida por González Videla había provenido de un empleado de "El Mercurio", suponemos que aludiendo a Serrano. No obstante, era tal su vaguedad "que no implicó mayores preocupaciones para el Ministerio de Interior".
Sin embargo, la curiosa buena estrella de González Videla volvería a iluminarlo poco después. Recibiría una confirmación aún más directa e indiscutible de lo que se planeaba en su contra, como explica en sus propias "Memorias":
Apenas el Gobierno hubo logrado reestablecer la paz y la armonía política en el país, con la dictación de la Ley de Defensa de la Democracia, cuando elementos políticos desplazados, pero que creían tener grativación e influencia decisiva en las Fuerzas Armadas para sacarlas de sus rieles constitucionales, se dieron a la antipatriótica tarea de conspirar en contra del Gobierno y provocar su derrocamiento para instaurar su personal dictadura.
Así fue como un día del mes de octubre de 1948, mi hija Rosita recibió en su casa la denuncia de una señora de modesta apariencia, quien le venía a advertir que un grupo de suboficiales de la Aviación se reunían en San Bernardo para conspirar, dirigidos por el Comandante en retiro Ramón Vergara Montero.
Agregó que esa denuncia se la había hecho la señora de uno de los suboficiales comprometidos, que estaba en desacuerdo con su marido, porque era devota partidaria del Presidente de la República, y estaba dispuesta a hablar para revelarle el plan de conspiración. Para ese objeto dicha señora la esperaría en la Plaza de San Bernardo, en el lardo norte, a las siete de la tarde ese mismo día, identificándose con una rosa roja que llevaría en el pecho.
Rosita González advirtió de aquello a su padre y se mostró dispuesta a acudir sola al encuentro, pactado a las 19 horas de ese lunes 25 de octubre. Así lo hizo, aunque González Videla dio aviso al ministro de defensa, don Guillermo Barrios Tirado, y al director de la Policía de Investigaciones, don Luis Brun, quien dispuso de una escolta. La mujer también fue acompañada por doña Adriana Olguín de Baltra, esposa del ministro de economía.
Izquierda: Juan Domingo Perón, en sus tiempos siendo coronel. Derecha: el general Carlos Ibáñez del Campo, otra vez en la primera magistratura.
Izquierda: el presidente Gabriel González Videla. Derecha: tapa de "Lo que supo un auditor de guerra" de Leonidas Bravo, en donde se abordan detalles del caso.
Edición fotográfica satírica de la revista de humor
político "Topaze", sobre el caso del "Complot de las Patitas de Chancho". Al parecer, se desliza la idea de que los autores podrían ser también comunistas y masones.
En la entrevista de la hija del presidente con la informante, entonces, ya no quedó duda de que se venía una grave acción contra el gobierno, finamente planificada por un grupo de intrigantes:
La señora del suboficial se demostró indignada porque hubieran metido a su marido en una conspiración en mi contra Reveló el nombre de los demás conjurados y el lugar en que celebraban sus reuniones. Estas venían realizándose desde el mes de septiembre en un restaurante donde el suboficial César Mellado los invitaba a comer patitas de chancho, y a las que asistía el Comandante Ramón Vergara Montero.
La mujer en cuestión era Carmen Soto, esposa de un sargento Bautista Varas de la Escuela de Infantería. De acuerdo a las palabras textuales que expresó a Rosita en aquella ocasión, "los milicos quieren botar a tu papá". Al enterarse de que su pareja había confesado todo, el sargento también se presentó ante el director de la escuela, el coronel Carlos Mezzano, informando de los planes a los que había sido invitado. Mezzano informó de inmediato a sus superiores.
Se instruyo así al entonces al fiscal militar de Santiago, teniente coronel José Nogués Larraín,
para investigar los hechos denunciados. El propio González Videla había puesto
en aviso ya a los ministros de interior y de defensa, ante el peligro que
amenazaba al gobierno justo cuando estaba por celebrar sus dos años en La
Moneda y cuando recién se había promulgado la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, la famosa Ley Maldita que
marcó la ruptura total y proscripción del Partido Comunista.
Vergara Montero e Ibáñez del Campo acabaron detenidos a las pocas horas en el Cuartel Central de Investigaciones. Iban a quedar incomunicados por cinco días, pero el plazo se extendió. Casi al mismo tiempo, la Confederación de las Fuerzas Armadas en Retiro hizo pública su condena a los hechos y expresó su adhesión al gobierno radical, dando por naufragado todo afán de involucrar elementos militares en el mismo plan. Posteriormente, serían detenidos tres jefes de la aviación: el comandante de grupo y director de la Escuela de Aviación, don Félix Olmedo; el comandante de grupo y director de la Escuela de Artillería Antiaérea, don Mario Carrasco; y el comandante de grupo y jefe del Grupo de Transporte N° 1 de Los Cerrillos, don Fernando Pardo. Lo mismo sucedió en el Ejército con el teniente coronel Fernando Dubrell, el mayor Gerardo Ilabaca Figueroa, y el mayor Estanislao León. Más de una docena de suboficiales estaban también detenidos en ese momento, más los civiles Jarpa y Jiménez Pinochet.
Para el 9 de noviembre, el total de detenidos era de 27, la inmensa mayoría de ellos declarados reos, salvo Jarpa y un señor Diego Espoz. Se realizaron los careos y también se rechazó una petición de inhabilitación del fiscal Nogués, solicitud que había sido presentada por el abogado Osvaldo Koch, defensor de Ibáñez del Campo.
En extraño grupo de complotados estaba compuesto por miembros de una discutida logia que había sido llamada La Montaña, rama a la que se habían integrado varios militares y también algunos civiles masones. Los secundaban integrantes del grupo Acción Chilena Anticomunista (ACHA), recientemente fundado por radicales partidarios de la proscripción del Partido Comunista, además de suboficiales de la Escuela de Infantería, de la Escuela de Unidades Motorizadas y de la Escuela de Aviación. Muchos de estos suboficiales habían adherido tentados con las promesas de mejores remuneraciones, pues su escalafón era muy mal pagado en esos años.
También estaban implicados oficiales del Ejército y la Fuerza Aérea de Chile como los mencionados, esta última con mucha presencia en la entonces ciudad periférica de San Bernardo, tras la fundación de la Base Aérea El Bosque. Y no menos importante fueron algunos civiles de ideas nacionalistas y nacionalsocialistas como el prestigioso abogado Guillermo Izquierdo Araya, quien nunca perdonó a Serrano haber ayudado a conjurar la asonada. Valdés Urrutia incluye también en la lista a Enrique Cox Chávez y al capitán en retiro Octavio O'Kingston, por haber integrado a funcionarios de la Línea Aérea Nacional (LAN) y suboficiales al cuartelazo en proyecto.
Como señalaba el ex presidente en sus memorias, había sucedido que, durante las reuniones de los cómplices de Vergara Montero, solían darse panzadas con causeo de patas de cerdo. Mellado invitaba a los secretamente convocados a estos sencillos banquetes en cada ocasión. Este dato iba a convertirse en la característica con que fue identificado el intento de levantamiento, justamente.
La prensa informó de manera profusa en los
días del escándalo, titulándolo "Complot de las Patitas de Chancho" por esos deliciosos causeos, especialmente los del grupo de los
suboficiales de San Bernardo. Un completo reportaje con prácticamente todo lo
que se conocía al momento fue publicado en la revista "Ercilla" durante el mes
de noviembre. Vino después una descripción del caso en las memorias del entonces
ministro de defensa, señor Barrios. En la actualidad, podemos encontrar una
buena reunión de datos sobre en el reciente trabajo titulado "De Patitas de
Chancho y otros causeos políticos en San Bernardo", de Marcelo Mallea, con el valor agregado de reportar las direcciones de los establecimientos y comedores en donde tuvieron lugar las reuniones.
Detallando un poco más, muchos de los conspiradores discurrían su pensamiento entre idearios ibañistas (el principal eje, según Barrios), nacionalistas y partidarios del peronismo argentino, movimiento que -hasta hacía poco- no disimulaba su encanto con el fascismo italiano. De hecho, se confirmó que una mano platense estaba detrás de los planes, en otro de los varios intentos de Juan Domingo Perón por intervenir sobre la realidad política chilena: esta vez, lo hizo valiéndose de un agente civil llamado Emilio Gutiérrez Herreros, enviado a Chile para tales efectos, además de miembros del equipo consular y posibles miembros de una secta militar denominada Grupo de Oficiales Unidos (GOU), de la que se ha especulado mucho, incluso sobre su real existencia y alcances.
No menos importante habría sido la actuación en las sombras del cónsul argentino Luis Zervino, quien acabó siendo declarado persona non grata; y la de los integrantes del Centro de Cultura Chileno-Argentino, traicionando sus principios fundacionales de hermandad y respetuosa cooperación. Facilitó las cosas y los ánimos, además, la reposición del viejo régimen amistoso de "cordillera abierta" por parte de González Videl, justo en esos años.
Cabe observar que ya llevaba un tiempo advirtiendo de aquellos riesgos diplomáticos y estratégicos el general Ramón Cañas Montalva, quien había fomentado la política antártica y hasta preparó el viaje del mandatario chileno al continente blanco en febrero de ese mismo año, siendo el primer presidente de alguna república en visitar la Antártica. Cañas Montalva era un gran desconfiado del peronismo y uno de los pioneros de la geopolítica moderna, pero el nacionalismo chileno estaba bastante embobado en aquellos años con las aspiraciones corporativistas y de integración regional promovidas por el justicialismo, de modo que sus advertencias no fueron suficientemente escuchadas.
Dirección de Arturo Prat 9 en San Bernardo, en donde estaba el restaurante El Rincón, con sus causeos de patas de cerdo. Fuente imagen: Google Street View.
El espacio comercial que ocupaba el restaurante Concepción, en Eyzaguirre 524, San Bernardo. Fuente imagen: Google Street View.
Lugar en donde estuvo alguna vez el Centro Social Mutual de San Bernardo, en Freire 361. Fuente imagen: Google Street View.
El origen del oscuro plan había comenzado en reuniones muy exclusivas, de las que no ha podido precisarse si partieron en un departamento de avenida Vicuña Mackenna o bien en una quinta de Apoquindo en donde hubo también algunos encuentros. Aún no comenzaban las "juntas" reunidas en torno a las patitas de cerdo en esos momentos. Ya entonces, sin embargo, se habría evaluado si una asonada de estas características debía comenzar en Santiago o en Osorno, las dos ciudades claves para desatar el levantamiento militar. Incluso se barajó el nombre de Arturo Alessandri Palma para sustituir a González Videla, antes de optar por el de su Némesis, Ibáñez del Campo.
Pudo establecerse que el primer lugar de reuniones de los complotados de San Bernardo, cuando ya estaba decidida la rebelión, correspondió al casino del Centro Social Mutual, una suerte de quinta de recreo y sede de actividades sociales en donde funcionaba también la antigua Imprenta La Idea. Este lugar existía en calle Freire 361, atrás de un soso edificio comercial que hoy está allí, con espacios comerciales en su zócalo.
Los reunidos en la sede del Centro Social Mutual de San Bernardo eran principalmente los oficiales y suboficiales con los que se encendió la mecha de la conspiración. A ratos, parecían ser los más entusiastas con la idea propuesta, de hecho. Los primeros trazos serios y correctamente planificados para la idea de provocar un golpe contra González Videla se acordaron en estas reuniones, justamente.
Entre las muchas primeras razones esgrimidas para
aquella delirante aventura, estaba la situación de pobreza de la suboficialidad,
el clima de creciente agitación social y la desconfianza en la Ley de Defensa de
la Democracia, que estaba provocando entre grupos sindicalistas y
revolucionarios un explosivo y amenazante encono. Curiosamente, también estaban
entre las motivaciones un acercamiento con el peronismo argentino a la vez que
contrarrestar la indefensión del territorio austral chileno ante gestos hostiles del vecino
país en materias de soberanía. El discurso de "salvación de la Patria" era el faro guía de los complotados, en consecuencia.
Debe hacerse notar que el fallido intento de acercamiento entre Chile y Argentina ya se venía intentando desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, con ambas naciones manteniendo una neutralidad que se juzgó más favorable al Eje que a los Aliados. Esto dejó a ambos países en una situación diplomática un tanto desfavorable, aislados y categorizados con el anatema de mostrarse germanófilos durante la conflagración. Ahora, se creía que, poniendo en el mando un amigo y cercano de Perón como era el general Ibáñez del Campo, podría consumarse al fin tal unidad estratégica.
Tiradas las líneas de acción y comenzando a darles curso, los siguientes encuentros del grupo de intrigantes vinieron a realizarse en el restaurante Concepción de calle Eyzaguirre 524, también en San Bernardo. El céntrico y a la sazón conocido lugar estaba ubicado a solo pasos de la Plaza de Armas, en un curioso edificio con vanos de arcadas. Su salón fue ocupado años después por el restaurante Rafael de la Presa, y ya en nuestra nuestra época la misma dirección corresponde al pub Kaverna Kannival.
Sin embargo, los testimonios de la época ponen especial atención en un sencillo boliche de los trabajadores ferroviarios, como escenario conspiracional: el bar y restaurante El Rincón, que se ubicaba a un costado de la Estación de Ferrocarriles de San Bernardo en calle Arturo Prat 9, a metros de Barros Arana y casi adyacente al acceso lateral del complejo. Habría sido allí donde tenían lugar algunos de los principales festines del grupo, ya que el causeo de pata de cerdo era la especialidad de su folclórica carta gastronómica. También fue un lugar en donde se reunieron durante prácticamente todo el proceso de urdir la frustrada asonada golpista, hasta cuando se afinaban ya algunos de los últimos detalles antes de que la confabulación saliera a la luz.
El restaurante El Rincón había sido montado en una
residencia de tipo obrera que aún existe en la señalada dirección, justo al lado
de la sede del Club de Rayuela de la Maestranza y enfrente de una pequeña plaza
en el barrio histórico. Actualmente, ha servido como sede social, de una ONG y
de clubes deportivos. Empero, también se habló de reuniones realizadas en un bar-restaurante del mismo barrio y llamado simplemente Estación, enfrente de la señalada plazuela de los ferrocarriles.
Vergara Montero, ex activista de las Milicias Republicanas y del movimiento ibañista, era el único punto de encuentro y unidad entre todos aquellos elementos reunidos en los restaurantes sanbernardinos. Curiosamente, hasta hacía algunos pocos años había sido un adversario a la intromisión de los militares en cuestiones políticas. Ahora, afligido y viendo al mundo derrubándose encima, con un recurso presentado por su abogado Mario Montero Schmiedt intentaba quedar libre, pero, la corte marcial lo rechazó y siguió detenido e incomunicado por orden de el fiscal Nogués.
Indudablemente, es muy probable que la cruzada fuera liderada también Ibáñez del Campo. Sin embargo, el entonces juez militar, general Santiago Danús, consideró que el mandatario no estaba directamente relacionado con el complot. En contraste, el auditor Bravo fue preciso en informar después que, también en octubre de 1948, una de las reuniones de los conspiradores había tenido lugar en avenida República, en la residencia de la suegra de Ibáñez del Campo.
En plena investigación del caso, la revista de sátira política "Topaze" del 12 de noviembre, publicaba una crónica humorística bajo el título "¿Quiénes son los inspiradores del complot?", en la que decía: "Hasta estos momentos, ni el Fiscal, ni la prensa, ni la Dirección de Investigaciones ni Sherlock Holmes, han podido dar con los verdaderos inspiradores, con las cabezas del complot", agregando una seguidilla de delirantes "pistas" proporcionadas por un "redactor especialista en complots, cuartelazos y artículos similares".
Sobre el desenlace del "Complot de las Patitas de Chancho", volvemos a las palabras González Videla, para explicar cómo se cerró el asunto:
El Fiscal señor Nogués, en su dictamen del 29 de noviembre de 1948, en que analizaba detalladamente la responsabilidad de cada reo, elevó al Juez Militar General Santiago Danús Peña las conclusiones del sumario, pidiendo que se aplicaran a los reos penas que fluctuaban entre tres y cinco años de extrañamiento.
El General Danús Peña, que desempeñaba a la vez el cargo de Comandante General de la Guarnición, dictó sentencia con fecha 21 de diciembre de 1948: absolvió de su culpabilidad al General Carlos Ibáñez y al Mayor en retiro Gerardo Ilabaca, y confirmó las penas de extrañamiento para el Comandante Ramón Vergara Montero y demás reos.
Entre otras consecuencias, la relación de Chile y Argentina quedó gravemente lesionada después de arrojarse los resultados de la investigación. Era el peor momento para que esto sucediera, con la tensión fronteriza ya instalada en territorios como Alto Palena y el Canal Beagle. Y en lo interno, un último intento sedicioso de los ibañistas conocido como el Complot de Colliguay, también acabaría fracasando en 1951.
Salvado de culpas, por su lado, Ibáñez del Campo llega al Senado de la República libre de polvo y paja durante el año siguiente, regresando al asiento presidencial en 1952 y dejando atrás su larga vocación conspiracional, por fin. Prácticamente desde recién asumido, comenzó a reponer un acercamiento con Argentina, firmando acuerdos y cruzando visitas oficiales con masivas manifestaciones públicas que llevaron a perderse de amores fraternos a los seguidores de los mandatarios de ambos países. Sin embargo, el regreso de las políticas hostiles como las incursiones en territorios de Laguna Agria, sumadas a las urgencias por evitar desplome económico en Chile y la caída de Perón en su propia crisis de 1955, acabaron por hacer naufragar el idilio de unidad propiciado entre los dos gobiernos.
Del infame "Complot de las Patitas de Chancho", en tanto, poco queda para el recuerdo. Nadie podría creer hoy que el curso de la agitada historia política de Chile a mediados del siglo XX pudo haber cambiado abruptamente y torciendo hacia destinos insospechados, de no haber sido bloqueadas las decisiones y hojas de ruta tomadas en un sencillo boliche sanbernardino con carta de comida típica.
Finalmente, el platillo estrella de los conspiradores de 1948 sigue siendo de un gran gusto popular en mercados santiguinos como las cocinerías de Barrio Matadero y La Vega Chica. Esto a precios aún convenientes, a pesar de lo mucho que ha subido en tiempos recientes la otrora humilde y desdeñada patita de cerdo, ahora muy cotizadas también por las industrias que se valen de productos derivados del colágeno. ♣
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