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ROCK SHOP Y LOS AÑOS DE ROCK PESADO EN EL PASEO LAS PALMAS

 

Paseo Las Palmas e inmediaciones de la mítica tienda Rock Shop, repletas de muchachos, un sábado hacia el mediodía, en fotografía tomada hacia principios de los años noventa.

Enclavado en medio del barrio comercial de los escaparates en Providencia, el llamado Paseo Las Palmas existe como tal más o menos desde fines de los años setenta, cuando fue convertido en paso peatonal apartando el tránsito de vehículos que existía hasta previamente en él. En realidad está compuesto del pasaje Santa Magdalena y la diagonal Las Palmas, siendo la flora ornamental con palmeras la que revelaba su nombre.

Entre los edificios que destacan en el lugar está el Panorámico y el alguna vez célebre Giratorio, con el restaurante de este nombre en su piso 16; cerca de allí, el Dos Providencias, así llamado por hallarse entre avenida Providencia y Nueva Providencia, luego llamada 11 de Septiembre y, actualmente, otra vez con el nombre original. Al circuito se suman los subterráneos de la Estación Los Leones, por ahí hacia principios de los años ochentas, donde está también la galería de la Zona Franca, y el celebre Portal Lyon cruzando la avenida. Estos y otros espacios reservados al comercio dieron al sector la vitalidad que conserva hasta ahora, a pesar de los cambios notorios del barrio.

Con la apertura y potenciamiento del paseo, habían llegado a las mismas cuadras los cafés, las heladerías y, por supuesto, una curiosa tienda especializada en cierto segmento practicante del headbanging, mosh y slam: la mítica Rock Shop, situada en el local 18 de la galería del Edificio Giratorio. Su presencia, casi invisible desde el exterior, allí convertiría a Las Palmas en un verdadero "paseo del rock" en la capital chilena, entretenido y divertido lugar de encuentro que atrajo por cerca de una década a los amantes del riff y el drumming.

Sucede que, a pesar de sus modestas proporciones, Rock Shop fue punta de lanza para las innovaciones radicales que sufrieron los gustos musicales en cierto sector de la juventud chilena de aquellos años. Fundamentalmente, fue una gran innovadora en géneros del rock pesado y los estilos alternativos que se oían solo en los reinos del underground, muy lejos de las disquerías tradicionales y más aún de las radios de entonces.

Los famosos chascones metaleros de ropas desastradas y tan leales a los encuentros en el Paseo Las Palmas comenzaron a aparecer todos los sábados en la mañana, allí afuera de la galería en donde estaba Rock Shop y junto al acceso de la estación del ferrocarril de metro. Durante la segunda mitad de los año ochenta, esto se hizo cada vez más masivo y algunos llegaban temprano: cerca de las 9.30 horas, con frecuencia viniendo desde lados muy distantes de la ciudad. Otros, lidiando con la caña mala y el sueño de una juventud desparramada de cada viernes, aparecían solo esporádicamente y muy rara vez antes de las 11 horas, que era la más convenida.

En un principio, la reunión sabatina se extendía hasta cerca de las 14 o 15 horas, aunque era fácil encontrar todavía algunos rezagados más tarde, hasta casi las 19 horas en ciertas jornadas más intensas, desde donde los más entusiastas se iban a alguna tocata o bien a calmar el hambre a los boliches del mismo barrio; incluso a los alrededores de la Plaza Baquedano, mucho más al poniente. Era una verdadera oda al ocio y la recreación del fin de semana, dirán algunos, pero en la comodidad de compartir entre camaradas de gustos y ambientes.

Aunque parece haber algunos antecedentes interesantes, el consenso estima que el primer recital auténticamente metalero realizado en Chile tuvo lugar hacia fines del año 1985, titulado “Death Metal Holocaust”. Probablemente haya influido en la elección del nombre el impacto que causaba en el mismo medio under el extraño y sangriento filme "Cannibal Holocaust" de Ruggero Deodato, clásico del cine gore y terror explícito aunque hoy difícilmente podría logar el mismo efecto impresionante. El concierto aquel fue realizado en un local de Ñuñoa ubicado en la esquina de calles El Aguilucho con Holanda. Tocaron en la ocasión los grupos Massacre, Pentagram, Rust, Nimrod, Crypt y Belial de Valparaíso, todos hitos de la historia del rock pesado en el país. Y si bien fue un evento precario y no muy masivo, dejó sentado un precedente de que la actividad metalera existía y tenía público; tal vez un punto de partida para el circuito del que también formaría parte Rock Shop.

A falta de lugares permanentes para el encuentro general de quienes continuaron con la semilla sembrada esa noche, sin embargo, los pretiles, jardines con setos, escaleras y pasillos del Paseo Las Palmas se irían erigiendo como una buena opción disponible, tal vez a partir de las reuniones casuales entre conocidos allá en Rock Shop y el sector de acceso a la Estación Metro Los Leones. Estos espacios se fueron volviendo un hábito similar al que se practicaba en grandes ciudades de otros países y también alrededor de algunas tiendas o clubes, por parte de los metaleros de aquellas generaciones.

La mejor época de tales encuentros, tanto por la cantidad de muchachos como por las divertidas interacciones que tenían lugar allí, quizá fue entre 1987 y 1989, a lo sumo hasta el año 1991 o un poco antes. Y es que el notorio cambio generacional y la masificación de la música antes más bien sectaria y de muy difícil acceso que se intercambiaba, en esos grandes discos antiguos de vinilo con carátulas gastadas o cassettes con fotocopias por cubierta, cambió para siempre el modus vivendi de los amantes del rock pesado en todas sus formas. A la larga, esto último hizo que los encuentros de Rock Shop y Las Palmas fueran tragados por la espiral de la decadencia y del ocaso de toda la época, no obstante que aún quedaba animo y "onda" hacia mediados de los años noventa.

Contextualizando, a los primeros locales de música especializada y de instrumentos en aquellos años el público joven tendía a convertirlos en centros de reunión y de intercambio de material escaso, pues las propiedades del mercado de la música de no daban el ancho para satisfacer el consumo de estilos y gusto. Fue así como varios de los compradores o simples curiosos de Rock Shop habían comenzado a reunirse para negociar trueques sus discos, copiarlos en cassettes, y así continuar haciendo correr los álbumes de grupos del más underground de los ambientes de entonces en un formidable, necesario e imparable movimiento de material.

Pero el local de marras que había generado casualmente tales encuentros, no tenía solo discos: Rock Shop, con su sencillo logotipo de la alegoría de la muerte con guadaña, también vendía camisetas estampadas, afiches, revistas, chapitas, parches y una que otra baratija decorativa. A veces, también debían adquirirse allí las entradas a recitales cuyos organizadores habían escogido la tienda como punto de distribución. Muchos de sus productos eran los primeros de su tipo que se veían en el mercado chileno, por lo que era realmente una ventanita directa al mercado internacional de los mismos.

Bandas emergentes o consagradas publicaban por igual sus flayers (sic) pegados en las puertas y vidrios de la tienda, anunciando tocatas a veces en sitios realmente decadentes, lóbregos, y otros más cómodos y apropiados a tal servicio. Entre todos aquellos destacaban la Sala Lautaro, del paradero  dos de  Gran Avenida José Miguel Carrera: aunque era rústica y ya mostraba señales de vejez, el entusiasmo y las ganas de contar con un alero propio para el ambiente hacía que sus miembros miraran como algo casi pintoresco y, hasta cierto punto, adorable. Mucho más cómodo en proporciones y distribuciones era el Gimnasio Manuel Plaza de Ñuñoa, enfrente de la Plaza Egaña, magnífico sitio que acabó demolido y reducido a una planta en escombros, años después. Los punkys y otros alternativos tenían también sus abrigos extras en sitios como en El Trolley, lúgubre y frío barracón de calle San Martín, pero igualmente querido y aún recordado.

Por supuesto, había fantasía e idealización en esto de Rock Shop: aunque algunos románticos se esforzaban en recordar la tienda como un verdadero templo consagrado al heavy metal, thrash metal, punk y hardcore, la verdad es que tenía un lado bastante pop y había una sección de discos enteramente dulzones, en los rincones menos atractivos para los visitantes sabatinos de Las Palmas. En una oportunidad incluso apareció entre los paneles de exhibición de los afiches en venta un póster del grupo juvenil New Kids on the Block, por entonces comenzando a sonar en el mercado adolescente hispano, algo que llamó la atención de muchos.

También sucedió que, en cierto período, uno o más de sus vendedores de la disquería se tornaron un poco petulantes con los clientes que no conocían, cargando además con el cargo de no estar siempre instruidos en el material musical que vendían. No todos eran así, por supuesto, con algunos mostrándose llanos a exponer y anunciar los trabajos recientes llegados, obras de grupos muy extraños y difíciles de conseguir en esos años sin internet doméstica, como las bandas Cryptic Slaughter, Nasty Savage, Ludichrist o Mucky Pup, verdaderas perlas del ambiente subterráneo de entonces y que hoy pasan por clásicas excentricidades del rock.

Por sobre todo, sin embargo, la tienda tuvo el mérito indiscutible de ser la primera en Chile con tal popularidad y especialización en ventas de música metalera o alternativa , la que resultaba prácticamente imposible de hallar por entonces en otras casas comerciales, por lo que la concurrencia fue inevitable. Así, resultó ser Rock Shop la que generó casualmente, según pareciera, aquellas reuniones de esos locos e irreverentes años ochenta, además de la aparición de tiendas parecidas o secciones especiales para el rock en disquerías más grandes, como la Feria del Disco del Paseo Ahumada.

Parte del rito de los sábados también era pasar a la tienda a mirar las portadas de los discos y consultar novedades, pues siempre había algo nuevo. Las carátulas de esos años resultaban sorprendentes, tomadas muchas veces por herejes, sacrílegas y perturbadoras, al punto de ser censuradas algunas en varios países... Aunque, es preciso reconocer que, en nuestros días, difícilmente asustarían a un niño. Un de las más recordadas de esos años fue la del pintor de monstruos biomecanoides de H. R. Giger para la banda Celtic Frost, todo un hito en la gráfica artística asociada a la historia del rock pesado.

 

Galerías de pasaje Santa Magdalena. Escaparates llenos de prendas "rockeras".

Reverso de una vieja entrada al recital de Kreator, con el logo de la tienda Rock Shop donde se vendía. Se observa la clásica figura del ángel de la muerte y su guadaña en el logotipo (imagen gentileza de Rodrigo Arias).

Santa Magdalena con 11 de Septiembre (cuando aún tenía este nombre) en Las Palmas, el "paseo del rock" de Santiago.

Vistas del paseo por el sector interior del Edificio del Giratorio, hacia 2010, sector de galerías en donde antes estaba la tienda Rock Shop.

Sector de los pasajes del paseo hacia 2010, en donde antes se reunían sagradamente los jóvenes metaleros, cada mañana de sábado.

Vista general del Paseo Las Palmas y su plazoleta hacia 2010, desde el lado de la ex avenida 11 de Septiembre, antes de ser renombrada Nueva Providencia.

Aunque los extraños no siempre eran tan bienvenidos, dependiendo mucho de su actitud en el debut para esto, algunos se hacían un prestigio y respeto veloz con diferentes talentos: estampado y pintando camisetas a mano (por entonces llegaban pocas producidas industrialmente a Chile, y a precios terroríficos), realizando colaboraciones fotográficas en revistas artesanales o fanzines del ambiente, o bien diseñado los corrientemente espinudos y flamígeros logotipos de grupos musicales de grupos amigos. Había toda una actividad asociada a aquellos encuentros, precisamente.

Rock Shop era también punto de venta de muchos recitales nacionales y de artistas extranjeros, fuera de la promoción que hacía en sus vitrinas. Otras tiendas especializadas en el rock pesado y artículos derivados comenzaron a aparecer en esos pasajes, además, parecidas a las que habrá después en las galerías del edificio Eurocentro, en el Paseo Ahumada. Y es que mucho del ambiente y de la oferta comercial estaban siendo determinadas entonces por la presencia de Rock Shop y sus famosas juntas sabatinas, precisamente.

Los más viejos del movimiento metalero, estereotipados en sus largas cabelleras y abundante mezclilla desgarrada, se reunían de preferencia al frente, por el sector del acceso al Giratorio y sus caracoles. Hacia el contorno, por la galería comercial abierta y el pasaje Santa Magdalena que conecta recto a Providencia con Nueva Providencia, se reunían los metaleros más jóvenes con algunos de los pocos hardcores y crossovers que había entonces, seducidos por el ruido de bandas internacionales que acá resultaban aún novedosas como DRI, MOD, Agnostic Front, Descendents, Misfits o los británicos The Exploited y GBH. Finalmente, por el lado del Paseo Las Palmas propiamente tal, hacia el costado poniente y por su diagonal, se juntaban algunos chicos punks y uno que otro personaje de corrientes alternativas, entre los que estaban quizá los primeros góticos vistos en el país.

Pese a la distribución de la fauna tribal, los intercambios eran siempre los mismos: discos, cassettes, videos ultrarregrabados de VHS, etc. Famoso entre todos ellos fue, por ejemplo, el video de un recital de 1984 del grupo Dead Kennedys, tan regrabado por sucesivos pirateos que había perdido su color y se veía ya en blanco y negro. A otro de Slayer, que seguramente todos allí conocieron también, por momentos solo quedaba visible el canal de color verde en sus imágenes, pero incluso seguía siendo motivo para juntarse a compartirlo con amigos y muchas, muchas latas de cerveza.

Había toda clase de personajes en esos años en Las Palmas, como podrá suponerse; y toda clase de leyendas con algo de cierto, como el famoso robo de un cráneo en cierto cementerio de la capital, solo por travesura blasfema. Y antes de la entrada de los clichés de agresividad y pendencia que se apoderaron después a casi todos los movimientos o tribus urbanas en Chile, la tendencia era más bien a encontrar perfiles de rockeros incluso un poco infantiles en su impulso alegre; hasta medio nerd en ciertos casos, como los retratados después en filmes gringos tipo "Wayne's World" o "Airheads", justamente estrenados hacia el final de aquellos años.

Relacionando sobre lo anterior, se contaba que en cierta ocasión uno de los famosos concurrentes a Las Palmas se ausentó forzadamente tras ir a parar al hospital: se había pegado carne molida en la cara con un fuerte adhesivo para pintarla por fuera como piel, mientras lo filmaban con una handycam, simulando desgarrarse el rostro con los dedos e imitando la escena de un videoclip: descubrió en el acto que la mezcla no se le desprendía de la cara. En otra oportunidad, alguien quería copiar ahora las escupidas de fuego de Gene Simmons en los recitales de Kiss, pero su soplido de gasolina se descontroló, quemándose él y otros dos allí que lo alentaban. Hubo otra ocasión en la que alguien llevó hasta el lugar un insensibilizador sexual masculino de lidocaíana en un aerosol, pero uno de los presentes lo confundió con un desodorante bucal y lo pulverizó sobre su aliento, quedando con la lengua colgando como calcetín, la garganta dormida e incapaz de hablar.

Así pues, las travesuras y bobadas eran interminables en esas reuniones, con incontables anécdotas que solo pueden recordar y compartir con más precisión sus protagonistas.

Fuera de las “estrellas” que llegaban a Las Palmas, había otros tipos tanto o más curiosos, con colecciones de aventuras a cuestas. Las mujeres no eran muchas, pero todas ellas destacaban con algún mérito. Varias de las personas que algunos de los presentes reconocían eran, además, los mismos que veían en sus barrios, en sus colegios, en bares y pubs, en los recitales rock o en estadios de fútbol. De cuando en cuando, aparecían también medios de prensa: revistas y programas juveniles de televisión como "Miss 17" o "Extra Jóvenes", haciendo toda clase de preguntas anodinas y publicando sendas diatribas donde todos, punks, hardcores, thrashers y lo que fuera, quedaban reducidos a "rock satánico" y etiquetas parecidas. Carabineros de Chile asomaba a veces alertados por algunos vecinos, varios de ellos horrorizados con tales presencias en sus reinos. Salvo por algunos apaleos en los primeros años, las cosas rara vez pasaban más allá de meras bravatas con la policía.

Lo anterior no fue óbice para que en el lugar hubiesen peleas memorables, sin embargo, y alguna vez la sangre corrió por el paseo: las escaramuzas llamadas de los "chaquetas negras" fueron famosas, protagonizadas con jóvenes de origen coreano que aparecían con sus destrezas en artes marciales a las que los nativos allí reunidos hacían duro frente, a causa de una simple pelea callejera que acabó convertida en virtual guerra tipo pandillas durante un largo año o más. Lo mismo ocurrió después en enfrentamientos entre los metaleros y las caravanas del "Sí" durante los meses de campaña del plebiscito de 1988, que pasaban por avenida 11 de Septiembre detonándose cortas pero violentas riñas a partir de un intercambio de gritos insultantes que detonó todo.

Por la misma época, una conocida banda death metal chilena fue obligada a pasar por un denigrante bochorno gracias al conductor Mario Kreutzberger (Don Francisco), tras haber sido invitados a una edición de "Sábados Gigantes" y aceptar ingenuamente tocar en vivo allí, siendo ridiculizados en vivo por el animador. Esto nunca lo perdonaron en esos círculos de Las Palmas y que fue “vengado” en parte con una sátira gráfica de la revista “Thrash Cómic” por parte de su creador, el dibujante porteño Juan Carlos Cabezas, el famoso Jucca. En años muy posteriores, el propio Kreutzberger admitió haberse excedido con sus invitados.

Ese era el ambiente de las juntas de Rock Shop y Las Palmas en sus buenos años, para muchos de sus concurrentes realmente sagradas: lo más importante y entretenido de cada una de sus semanas, si no había conciertos ni fiestas. Más todavía, eran los mismos que después se encontraba durante el verano en balnearios de la Zona Central como El Quisco, El Tabo y Algarrobo, de modo que se acostumbraban inevitablemente a reconocer las caras y mantener los vínculos.

Pero los noventa darían la estocada a aquellas reuniones: paradójicamente, el retorno de la democracia coincide con el período corrosivo de los encuentros en Las Palmas. Hacia 1990 o 1991, una generación nueva y muy distinta comenzó a llegar hasta el lugar, con una camada que nada tenía que ver con la anterior, salvo las pintas y los discos. Ni siquiera parecía haber en ellos el mismo afán de intercambio y de diversión que habían atraído los fundadores; esa que había sido una gran inyección de vitalidad al conocimiento musical y una actualización formidable para los gustos artísticos que podían complacerse entre público joven de entonces.

De la sana costumbre de intercambiar discos en el pasado se pasó a un nivel de paranoia en que nadie quería prestar algo, pues todos temían ser defraudados o robados en algún intercambio. Llegaron también los fanáticos casi fundamentalistas de música death metal, grindcore y goregrind predicando propuestas talibanas que estimaban todo lo demás como posser (algo así como basura comercial) y pretendiendo que era suyo ese terreno de Las Palmas a persar de ser aún advenedizos en la línea de tiempo. Y si antes se dividían los sectores del "paseo del rock" en gustos musicales específicos, después comenzaron a separarse por tropeles, barras de fútbol e identidades por el estilo, una tendencia que parasitó a los movimientos rockeros de los noventa y que solo contribuyó a debilitarlos. Algunos punks prácticamente fueron desalojados de allí, de hecho. Demás está decir que actividades anexas a la música, como intercambiar, comentar o recomendar libros espeluznantes de Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft o Stephen King, pasaron a ser ridículas “cosas de viejos”.

De esa manera, el antes apreciado sábado de Las Palmas, terminó siendo un momento y lugar desagradable, incómodo y hasta algo peligroso, secuestrado ya por quienes no eran de la generación de sus inicios. Personajes que Jucca llamaba peyorativamente como los “trushers” en sus historietas, también acabaron apoderándose paulatinamente de este lugar y espantando a las especies nativas... Así son las leyes de hierro del bestiario urbano.

Para peor de males, hacia la misma época Rock Shop se retiraba de su histórico cuartel en el edificio Giratorio y emigró la tienda completa hasta otro sitio cercano, en donde acabó su vieja imagen e identidad por agonía connatural, cambiando el nombre al de Hard Music o algo parecido. Desde su nuevo sitio, la disquería se sentó a ver pasar la época a la que había pertenecido, ante el arribo de las tecnologías digitales y las comunicaciones instantáneas, esperando su muerte en tranquila soledad y como lo haría acaso un anciano desahuciado, sentado en la silla mecedora del porche de su casa de campo.

En términos prácticos, la partida de Rock Shop desde el paseo vino a ser como cortarle el pelo a Sansón, precipitando la caída de las ya desgastadas y debilitadas juntas de fines de semana. El "paseo del rock" en Santiago llegaba, de esta forma, a su irremediable final.

Sin tener despedida, entonces, se extinguieron aquellas famosas reuniones matinales del Paseo Las Palmas, verdadera epopeya y leyenda en vías de olvido en la historia del rock en Chile. Época de la que tan pocos, o acaso nadie salvo sus más estrechos protagonistas, se acuerda ya al pasar por esas galerías y pasajes comerciales de Providencia, hoy atestados de inocentes tiendas de videojuegos, gelaterías y restaurantes de comida rápida. ♣

Comentarios

  1. Tremenda columna, hacia el 95 aún algo quedaba pataliando de rock por ahí, logre comprar mi primer CD de Type o’ negative en los locales de abajo, me lo vendió el mismísimo Edie Pistolas de Pánico. Ahora le busco funkos a mi hijo contándole lo diferente que antes era.

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