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¡NIÑOS JUGANDO! PRIMEROS REGISTROS DEL JUEGO DE LAS BOLITAS EN CHILE

Bolsa y bolitas o canicas antiguas. Fuente imagen: "Bolillas (bolitas, canicas): Historia y fabricación", en sitio Taringa.

En nuestra época estamos habituados a la señal de advertencia “Precaución. Niños jugando” en la entrada de pasajes y calles estrechas. Va con un icono que, generalmente, representa a un abstracto chiquillo practicando fútbol. En la época victoriana de la diversión chilena, sin embargo, lo más probable era que calesas y carros hayan debido esquivar a los niños que jugaban a las bolitas sobre la calle de tierra junto a las acequias, y quizá hasta en las asfaltadas con huevillo o las adoquinadas, pues casi todo sitio terminaba sirviendo a la práctica.

La historia de las canicas ha presentado muchos misterios para arqueólogos e investigadores de los juegos, curiosamente. Se ha localizado su presencia como pasatiempo infantil ya en tiempos del Antiguo Egipto, en tumbas con más de 4.000 años, según lo que señala la “Enciclopedia de los Juegos” de Editorial Paidotribo. En la sepultura de un niño egipcio incluso se hallaron piezas de mármol remontadas al año 3.500 antes de Cristo, aunque de las reglas originales de estos juegos hoy solo se puede especular.

En la Grecia clásica, en cambio, los niños usaron esferas de materiales preciosos encontradas en Creta, y en la Antigua Roma se podían emplear también nueces, castañas, aceitunas, piedras redondeadas y otros objetos rodadores. Una variación fue el juego de los hoyuelos, consistente en desplazar sobre una placa de mármol con una serie de cavidades o huecos sobre la superficie plana, unas piezas mármol, nueces o huesos astrágalos a modo de tejos-canicas; el jugador debía deshacerse de ellas haciéndolas caer en todos los huecos o bocas de la piedra y en una secuencia específica, hasta llenar la última de las concavidades y ganar. La quizá más importante de estas piezas está entre las ruinas de las Termas de Caracalla en Roma: la denominada la Tábula Lusoria.

La práctica de las bolitas o canicas permaneció con fuerza en tiempos medievales y modernos pero con bolitas de mejor factura, especialmente las europeas de mármol, cristal y loza hechas por artesanos alemanes, holandeses, italianos y de otras nacionalidades. Así llegaron al Nuevo Mundo, aunque también existían casos de juegos precolombinos muy parecidos y con piezas bastante análogas, de esferas rodadoras o piedras de cantos lisos.

Para el caso chileno, particularmente, están los antecedentes de juegos practicados por indígenas y que son reportados por las crónicas de Alonso de Ovalle y los grabados de Antonio Tempesta que los acompañan. Correspondían a pasatiempos de precisión y otros parecidos a la rayuela, que se valían de piedras redondeadas a modo de canicas.

Sin embargo, al contrario de lo que podría creerse en nuestro tiempo, el juego de las bolitas, piezas llamadas también ojitos de gatos por su aspecto en tiempos cuando ya eran fabricadas de cristal veteado, llegó a Chile de manera tardía según todo indica. Se supone que cobró popularidad recién en el siglo XIX, si bien sus formas y jugadas  semejaban un poco al juego de los bolos y la bocha, que practicaban los adultos desde tiempos coloniales con bolas más grandes y pesadas.

Las bolitas siempre fueron un juego practicado tradicionalmente por niños varones y al aire libre, aunque con algunas flexibilidades. Sobre su presencia en el país, dice René León Echaíz en “Diversiones y juegos populares chilenos” reafirmando que resultaría bastante más reciente de lo esperable, al menos en su versión europea:

No tenemos antecedentes coloniales sobre el juego de bolitas, por lo que creemos que se popularizaron solo en los años republicanos. En el siglo XIX se conocieron los juegos de la “hachita”, la “cuarta”, la “troya”, los “tres hoyitos”, la “capital” y otros. Las bolitas usadas eran pequeñas esferas de piedra, cristal o greda. Posiblemente, puede este juego haber nacido a fines de la Colonia.

Oreste Plath llega a las mismas conclusiones y se refiere de la siguiente manera a las bolitas en “Folklore chileno” y “Juegos y diversiones de los chilenos”, mientras repasa algunas de las principales entretenciones de los infantes de antaño:

Hay aun otra época en los juegos: cuando los niños en las “chacotas” de los recreos en los colegios con internado se “manteaban” con las frazadas, cuando en estos patios y en todas partes se jugaba con bolitas de piedra. De las bolitas se puede afirmar que eran conocidas en la antigüedad. Las bolitas de piedras o composición hacían delicias de los niños y se guardaban en saquitos de género aquellas “punteras” o las que hacían “quemas” o esas de la “troya” o el “choclón”.

En su “Aproximación histórica-folklórica de los juegos en Chile”, el mismo autor tocó nuevamente el tema del juego de las bolitas en el país, esta vez con mayor detalle:

No hay tal vez juego que entusiasme o seduzca más a los niños, hasta una edad determinada.

Este consiste en hacerlas correr y chocar entre sí, con las que se realizan variados juegos que tienen nombres.

Las bolitas las hay de piedra, composición, cristal y las designan con nombres. Las de vidrio, cristal, de culebretas o líneas de colores se denominan “bolos”, “bolones”, “polca”, “estrellita, “ojito de gato”.

“Tiro”, “tirito”, es el nombre que le da el niño a su bolita preferida; “chilindrina” es la bolita muy pequeña; “tiroco” y “macuco” es la bolita de mayor dimensión; “palomo” es la bolita de mármol; la “puntera” es la que hace “quemás”.

Con las bolitas se realizan los juegos de la “hachita y cuarta”, la “troya”, al “hoyo”, los “tres hoyitos”, la “capital”, la “capitula”, el “pique”, al “picar”, la “picada”, la “rumita”, al “montón”, al “leoncito”, al “choclón” y la “ratonera”.

Al evolucionar su factura, las bolitas usadas por niños chilenos irían quedando definidas como de cemento, vidrio, cerámica, alabastro, piedra, arcilla o metal. Muchos nombres fueron distinguiéndolas por estos materiales, o por su utilidad en el juego y su tamaño, como sucedía con el bolón (de más de dos o tres centímetros de diámetro, más en algunos casos), su prima la lechera o caramelo (extinta bolita de color blanco y vetas opacas, generalmente de vidrio opalino y con aspecto de golosina, de menos de dos centímetros), las perlitas (de vidrio en un solo color parejo), la piedra u ónix (del mismo tamaño pero con vidrios opacos y negros, dándole textura de roca), la ágata (con aspecto como de esta piedra) y la pequeña pepita o piojito (de vidrio y con un centímetro o menos), entre otras.

Avanzando el siglo, también llegarían a ser populares en Chile los menconados ojitos de gatos, bolitas así llamadas por su aspecto combinando vetas de color dentro del material mientras aún estaba fundido. La principal de ellas era la bolita estándar de menos de dos centímetros y más de uno y medio, con característico veteado interior de colores serpentinos o iridiscencias, que convertía a cada una de estas piezas en pequeñas y apetecibles joyas de bolsillo. Había otra  de esta familia llamada japonesa o chinita, con un diseño interior flamígero. Algunas eran “personalizadas”: raspadas y dejadas opacas, a modo de un esmerilado.

Otras canicas resultaron del descubrimiento de bolas metálicas en rodamientos y maquinarias. También se hizo costumbre que ciertos niños traviesos robaran perillas o remates de cajoneras, muebles y en especial de puntas de marquesas de bronce en camas antiguas, para usarlas como tiritos tras llenarla con plomo para darle más peso y consistencia.

 

Tábula Lusoria entre las ruinas precristianas de las Termas de Caracalla, en Roma. Pertenece al tropo o juego de los hoyuelos (gioco delle fossette), en la misma familia de pasatiempos antiguos que dieron origen al juego de las canicas.

Juegos indígenas, en grabados del florentino Antonio Tempesta, para el cronista Alonso de Ovalle en su “Histórica Relación del Reyno de Chile”, publicado en Roma en 1646.

Niños árabes jugando a las caninas en Tlemcen, Argelia, en lámina europea del siglo XIX.

Niños de una familia jugando a las canicas, en cuadro del pintor británico William Bromley, siglo XIX. Fuente imagen: sitio BADA.

Un trabajo que ilustra perfectamente el cómo se practicaba en Chile el juego de las bolitas a fines del siglo XIX e inicios del siguiente, pertenece al cronista y folclorólogo Maximiano Flores, miembro de la primera Sociedad de Folklore Chileno fundada en 1909. Si bien el trabajo de marras fue presentado a la sociedad durante las sesiones del 4 de septiembre y 6 de noviembre de 1910, con el título "Juego de bolitas", se fundaba en observaciones realizadas por el autor entre 1890 y 1893.

En aquel completo e interesante estudio que debe estar entre los primeros de estas materias en el país, Flores da ya entonces algunas definiciones del argot usado por los jugadores de las bolitas:

Amallarse.- Una persona se amalla cuando deja de jugar después de haber ganado, a pesar del deseo de seguir jugando manifestado por sus contendores.

Bolos.- Nombre que se da a las bolitas en Los Ángeles. Las bolitas que se usan para estos juegos son pequeñas esferas de piedra, y miden comúnmente de 0,009 a 0,020 m. de diámetro. Las hay también de mármol, y en no pocos casos he visto que nuestros pequeños campesinos las fabrican de greda o juegan con avellanas.

Cabe.- (ver hacha).

Cabe y cuarta.- Nombre de un juego que se describe más delante, y que los niños desfiguran a menudo exclamando: “juguemos al caricuarta”.

Cada uno para su raya.- En la troya entre cuatro personas se dice que cada una tira para su raya, cuando no se juega entre compañeros.

Con trahmía.- La persona que exclama con viveza esta expresión en el momento de lanzar la bolita tiene derecho a limpiar el terreno que separa la bolita propia de la del adversario, siempre que este no haya gritado antes “sin trahmía”.

Chilindrina.- Bolita muy pequeña.

Chorte (véase hacha).

Chundir.- Se dice que un niño ha chundido cuando ha perdido todas las bolitas con que jugaba.

¡Déjamela, compañerito!.- Así exclama un jugador, B p. ej., a su compañero B, en el juego de la troya, cuando desea que este, por toda jugada, coloque su bolita cerca de la de B, renunciando a algún ataque al enemigo. Con esto B puede llegar libremente hasta las posiciones contrarias cuando le toque su turno (Ver la descripción del juego mismo).

¡Echémohlo al medio!.- Exclama así uno de los tres jugadores a cualquiera de los otros dos, para pedirle que se comprometa a hostilizar al tercero. Esto se lleva a efecto combinando jugadas que solo favorezcan a los complotados.

Hacha, hachazo, hachita, cabe, corte.- Golpe que da una bolita a otra.

Macuco.- Bolita de mayor dimensión que la ordinaria.

Matar.- Dar un golpe o “hachita” una bolita a otra. El verbo se usa en construcción personal: no quise matarte.

Palomo: Bolita de mármol.

Par(a) uno y otro.- Con esta expresión se obliga al que tiene un montoncito (ver la descripción de este juego) a tirar también cuando el montoncito deje de pertenecerle. Es una manera de impedir que el jugador se amalle.

Pena(d)ito me tira.- Con estas palabras se obliga a un jugador a lanzar su bolita desde el mismo sitio en que se encuentra. Da origen a posiciones muy incómodas si se toma en consideración que muchas veces las bolitas ruedan hasta ángulos formados por las paredes. Cp. Lenz, Dic. Etim. pág. 828.

Polca.- Bolita de vidrio.Tiro, tirito.- Es el nombre que da cada niño a su bolita predilecta. Generalmente se elige para tiro una bolita bien redonda, de buen tamaño, sin ser demasiado grande, y más pesada que las demás.

Flores incluye también, como una suerte de manual, las posiciones en que se puede lanzar cada bolita dependiendo de la intención o momento de la jugada, con ilustraciones: una, con el dedo pulgar doblado bajo el dedo medio y anular, con la bolita en la palma de la mano; otra, con el dedo medio abrazando la falange del pulgar mientras el índice permanece extendido o solo parcialmente doblado, y la bolita en la concavidad que se forma entre ellos; la tres, con los dedos anular y meñique doblados mientras las primeras falanges del índice y pulgar sostienen la bolita como si arrojaran al aire una moneda; y la cuatro, un “golpe de retroceso” que era llamado a la sazón tirar a la talquina, consistente en usar como catapulta el dedo medio trabado en el pulgar con la bolita puesta allí, como si se lanzara una goma de mascar con un chirlito.

Los juegos que el mismo autor describe y que considera principales a la sazón, eran el Chorte o Cabe (haciendo hachitas o choques precisos con la bolita enemiga, cada uno de los cuales son pagados en bolitas), la Cabe y Cuarta o Hachita y Cuarta (con medidas válidas de una cuarta, esquivando al adversario y haciendo hachitas), la famosa Troya (inspirada en relato homérico, con las bolitas de cada jugador dentro de círculos trazados en el suelo, en una tensión por sacarlas o mantenerlas dentro), los Tres Hoyitos (con perforaciones en el suelo que deben ser embocados o “enzoncados” por las piezas), la Fortaleza (con figuras geométricas rodeando los hoyitos, sus “fuertes”), el Tirar al Montoncito (derribando pequeñas pirámides de bolitas contra una pared), Al Picar (hacer rebotar bolitas contra una pared evitando que toquen las propias, o se pierden todas) y el Cabe y Cuarta Picando (variación del anterior, procurando tocar o hacerle una cuarta al contrincante).

Maneras de tomar la bolita o canica en el "Juego de bolitas" de Maximiano Flores.

Golpe de retroceso o "tirar a la talquina", llamada también "churrazo" o "tirar churra". Otra imagen reproducida por Maximiano Flores.

Imagen incluida por Flores con esquema de cómo se da la segunda jugada de las bolitas, arriba, y la variante llamada "en la coronita", abajo.

Chiquillos jugando a las bolitas, al parecer a la Troya. Imagen publicada por el sitio Folklore Chileno.

Plath agrega la descripción de otros primitivos juegos de bolitas que alcanzó a estudiar para sus señalados tratados del folclore popular, aunque quizá algunos sean posteriores al recuento de Flores:

La “Capitula” se juega en un terreno de suelo parejo y no muy duro que permita demarcar un cuadrado de dos metros por dos. Luego se hace un pequeño semicírculo cerrado cada esquina y entre dichos puntos, equidistantes, otra pequeña casilla cuadrada. Se tiene pues ocho áreas delimitadas y se debe hacer en cada una de ellas el correspondiente hoyo que aloje holgadamente una bolita. Termina la demarcación con una circunferencia central que se acerca regularmente a todas las otras casillas y que también tiene un hoyo al centro. Esta área viene siendo la plaza principal del juego y se adueña de ella el primero de los jugadores que aloje su bolita en el hoyo. El objetivo del juego es ganar sucesivamente todas las posiciones lo que se facilita siendo dueño del “poder central” (que facilita el acceso a todos los sectores). Para quitar una posición tomada por el contrincante es necesario dar directamente en el hoyo, mientras que el defensor solo requiere caer dentro de su área para repeler al intruso.

El “Choclón” se juega abriendo en el suelo un hoyuelo del tamaño de un puño y tirando para meter en él 4, 8 o 16 bolitas, suministrados por mitad entre los jugadores. Si el que tira acierta a echar pares adentro del hoyuelo gana y recoge en consecuencia todas las bolitas, de adentro y de afuera; en el caso contrario pierde.

En América el juego de bolitas “choclón” se conoce con distintos nombres: Colombia, “chócolo”; Costa Rica, “chócola”, “chicla”, “cholla”, “chocolón”; México, “chollito”; Perú, “choclón”; Salvador, “chocolón”.

La “Ratonera”, se juega con una caja de zapatos a la cual se le hacen pequeños agujeros semejando cuevas de ratones, el que se realiza con el dueño de la ratonera y el contrincante.

Otros juegos factibles de ejecutar con canicas eran el Pares o Nones (adivinar si un puñado de bolitas en una mano están en pares o impares), el ¿Por cuánto corre este caballito? (adivinar el puñado, pero pagando la diferencia en la apuesta al número de bolitas o recibiéndolas en caso de apuntarle), el Telar-Bayeta (bolita oculta en una de las dos manos, que debe ser adivinada) y la clásica Pallalla (antiguo juego de habilidad lanzando al aire piedras, tabas o canicas mientras se recogen otras sin dejar que caigan), entre otros con sus propias reglas y desafíos.

Las jugadas posibles son otro tema de gran contenido técnico, cual pool o billar infantil, con tiros que pueden hacerse en cuclillas, de rodillas, de pie o inclinado. Una jugada común es la de rechazar al rival arrojando la bolita lo más posiblemente lejana al peligro de ser alcanzada o capturada, principio inverso a la búsqueda del hoyo con las pelotas de golf y, por lo general, al inicio de cada partida. Por el contrario, para desafiar y partir al encuentro, se procuraba una cercanía con el adversario y tiros más bien rectos. Otra forma era disparar o remachar golpeando la del contrincante “en la coronita” (parte superior) a corta distancia, o “haciendo carretita” si era perpendicular.

Con el tiempo, se agregó también un tiro totalmente vertical con el índice y pulgar, apuntando encima de la bolita enemiga cuando se hallaban ambas adyacentes, que por lo corriente fue llamado Pepe en Santiago, aunque debía ser anunciado antes de su ejecución para evitar desacuerdos.

Cuando un jugador quería retirarse o “amallarse” (irse de una partida, que alude quizá al acto de devolver las bolitas a la malla del saco personal) debía pagar una penalización en canicas que era anunciada al inicio (“amallao 10”, “amallao 15”, etc.). Además, los niños a veces intentaban perturbar o ciscar a sus rivales con algunas muecas, frases y conjuros que son revisados también por Plath, pues existía toda una nomenclatura y cultura propia alrededor del juego.

De entre todos los malévolos recursos intentando “malear” la puntería del otro, el autor describe los siguientes:

Cuando un niño va a tirar la suya para pegarle a la del contrario que está en el suelo, este dice la siguiente fórmula:

Marullo para el diablo

pasando varias veces la mano a alguna altura sobre su bolita, lo que es suficiente para impedir que le pegue con la otra.

Otra fórmula de impedimento es hacer “Pilatos”:

Por aquí pasó Pilatos
haciendo mil garabatos.

Esta rimilla se dice para hacer perder el tino en cualquier juego de habilidad. Los niños de Guadalcanal, por allá por el año 1891, según Micrófilo repetían:

Por aquí pasó Pilato
haciendo mil garabatos,
con la capita verde,
pierde, Barverde.

Con las descritas piezas, tácticas y técnicas, entonces, lo más probable es que los niños jugando en las calles y plazas de Santiago a principios del siglo XX estuvieran practicando las bolitas con todas aquellas modalidades, variaciones y estrategias, muy distante de la silueta futbolera que ha sobrevivido hasta nuestra época en las señales de precaución para conductores. Incluso había clubes de adultos que lo jugaban, combinándolo con sesiones de rayuela, emboques, palitroques, volantines y otros pasatiempos criollos típicos.

La práctica de las bolitas y sus normas se extendieron por gran parte del mismo siglo, todavía teniendo gran popularidad en Santiago hasta los años ochenta en colegios, plazas y veredas de barrios.

Sin embargo, la llegada de las consolas, la era digital y los juegos en línea, fueron dejando atrás la práctica de las bolitas o canicas en la capital chilena, quedando condenadas a ser otra nostalgia museológica de las viejas formas de recreación infantil en la historia de la diversión nacional.

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