Un pesebre de estilo rural y tradicional chileno. Fuente imagen: revista "En Viaje", 1967.
Antes de la adopción y consolidación comercial de la figura del Viejito Pascuero en Chile, a inicios del siglo XX, la Navidad en la ciudad de Santiago se celebraba fundamentalmente con rasgos tradicionales más genuinos, propios de la costumbre cristiana criollizada pero manteniendo también su esencia religiosa y espiritual. Estas características se habían ido forjando en tiempos coloniales y durante buena parte de la República, tal vez durante todo el siglo XIX.
Prueba de lo anterior eran las famosas ferias navideñas de la Alameda de las
Delicias, realizadas todavía hasta años del Primer Centenario, y curiosas
competencias por montar el más hermoso pesebre de cada barrio antiguo de la
capital, costumbre proveniente de tradiciones practicadas por las familias
aristócratas de antaño, habiendo registros previos a la Independencia, de hecho.
Por alguna razón, sin embargo, la tradición pesebrera encontraría especial
lealtad entre los vecinos de los barrios cercanos a la Recoleta de San Francisco
y su plaza, tal vez fiel a la tradición franciscana que dio origen a las representaciones del nacimiento de Belén.
Al respecto, es sabido que la historia del Pesebre, Establo o Nacimiento de Belén está vinculada en su origen a San Francisco de Asís, quien montó una escena del Nacimiento en la Ermita de Greccio, en Italia, ayudado de un soldado llamado Juan, al aproximarse la Navidad de 1223. Se valió para esto de actores humanos que representaron a los personajes del pasaje del Nuevo Testamento, recreando la escena según la información del Evangelio de San Lucas (“Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento", Lucas 1, 2) y la representación que el mismo santo tuvo ocasión de presenciar en una visita a Belén, pidiendo autorización hacer lo mismo en Greccio al Papa Honorio III. Así, aunque pudieron existir reconstrucciones del nacimiento de Cristo anteriores a la de San Francisco, todo indica que la popularización de esta escena se hizo tradición desde allí en cada año, primero por parte de los sacerdotes de su Orden Franciscana y luego con las monjas de la Orden de Santa Clara.
Y es así como el famoso donado e ilustre postulante a santo, fray Andresito, escribía hacia 1840 estos versos para amenizar los comedores de la Recoleta en donde se alimentaba a los pobres de La Chimba:
Nació en un pesebre
En pobres pañales,
Sin tener compañía
Sino de animales;
Con la compañía
De un buey y un juramento.
El Nacimiento se representó muchas veces en el Chile colonial con los llamados autos sacramentales. Las familias más pudientes también se obsequiaban finos fanales con imágenes del pesebre, la Sagrada Familia o el Niño Jesús solo en su interior. Después se hicieron los dioramas de diferentes tipos y tamaños valiéndose de figuras de arcilla, cerámica o madera, siempre con Jesús, José y la Virgen María como centrales. La representación varía entre un establo, un corral, una caverna o un granero. En realidad, el lugar en donde llega al mundo Jesús debió ser una posada o sótano, según una traducción literal del texto en griego, lugar especifico que la tradición cristiana señala bajo la Iglesia de la Natividad de Belén: una caverna subterránea y no un pesebre como el que hoy identificaríamos por tal. Hay algunas reliquias en el mundo sobre el supuesto pesebre, sin embargo, como los fragmentos de madera que se atesoran en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Como mejor ejemplo de las disputas que llegaría a generar el Santiago el afán por mostrar a la ciudadanía la mejor escena del Nacimiento de Belén, se dio el notable pero ya olvidado caso recoletano especialmente por donde está hoy el muy transformado barrio comercial de Patronato, Santa Filomena, la Iglesia Ortodoxa de San Nicolás y las cercanías del Mercado de La Vega. Todo aquel vecindario fue denominado Distrito de los Nacimientos por el singular fenómeno de la temporada, cuando pasaba a ser la reunión más importante de tales instalaciones devocionales que conociera Santiago hacia fines del siglo XIX e inicios del XX.
Dicha tradición había surgido con fuerza entre los santiaguinos de tiempos coloniales, cuando el Nacimiento era representado en autos sacramentales y procesiones religiosas, aunque no siempre coincidentes con el período de la Navidad. Ya después de la Independencia, muchas veces se lo presentó ante el público armado con varias mesas alrededor de una principal en donde estaban el Niño Jesús, María y José, acompañados por los pastores y los Reyes Magos, figuras bases del posterior pesebre popular. En las otras mesas o altares del conjunto se recreaban episodios de la vida de Cristo durante su infancia.
No extraña que la vida espiritual y conservadora de la vieja Recoleta haya mantenido tales costumbres hasta tan avanzados tiempos de la República, fieles a la fe cristiana pero también a los impulsos profanos de la soberbia humana que subyacían en estas exhibiciones. En su "Novelario del 1900", Lautaro García hace un retrato perfecto sobre el ánimo y los móviles imperantes en aquellos barrios en la ribera norte del río Mapocho:
Hay gente que cree que la Recoleta siempre ha sido un barrio de Santiago. No es posible que semejante afirmación municipal, valedera solo desde el año 1910, año crucial de su separatismo, siga hecha carne en el convencimiento de los santiaguinos y altere la verdadera historia de la vieja barriada.
Hasta el Centenario de nuestra independencia nacional, la Recoleta llevó una vida completamente provinciana. Ningún otro barrio fue tan separatista, ni la misma Cañadilla, su hermana. Esta, al vivir separada del verdadero Santiago por el Mapocho, igual que ella, por ser el camino de salida hacia el norte y los Andes, siempre tuvo ese vínculo intenso de los viajeros y los caminantes.
Desde su origen, confundido con el primer alto de las huestes de don Pedro de Valdivia en el verano de 1541 junto al río, hasta su reconocimiento comunal en los primeros tiempos republicanos, hizo vida independiente del centro de la ciudad. El espíritu de cohesión regional de sus habitantes, la tolerancia mutua en materia de ideas políticas, y sobre todo, el bastarse a sí misma en su vida material, hizo que la Recoleta adquiriera definidos y fuertes contornos propios.
Por su misma conformación urbana, limitada al sur por el Mapocho, al oriente por el cerro San Cristóbal, al norte por el Blanco y al poniente por la Chimba colonial, con sus quintas y su avenida central poblada de ramadas la mitad del año, la Recoleta adquirió los caracteres de una vida aparte. Como tal, vivió separada del casco de la ciudad por varios kilómetros de orgulloso aislamiento.
Contribuyó enormemente a desarrollar el resentimiento regional el que los dos cementerios de Santiago, se situaran en sus extremos, apartándolo así, como a un barrio de mortal olvido. Pero la Recoleta contrarrestó la condena de fúnebre tristeza con los huertos floridos de sus quintas, las almenadas murallas de su cuartel militar, donde el Regimiento Buin vivió casi medio siglo, la torre con reloj que aún canta las horas de la Recoleta Franciscana y las románicas columnas de la Recoleta Domínica.
Plaza e Iglesia de la Recoleta Franciscana en 1855. Lámina publicada en "Historia y devociones populares de La Recoleta Franciscana de Santiago de Chile. 1643-1985" de Juan Ramón Rovegno.
"Visita al pesebre", ilustración de la "Lira Popular" a fines del siglo XIX. Fuente imagen: "Aunque no soy literaria: Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX" de Micaela Navarrete.
Fanal con escena de la Sagrada Familia en el Nacimiento de Belén. Obra del siglo XIX estilo escuela quiteña, en madera tallada y policromada, más detalles en plata y la cúpula de cristal. Donada por el señor Víctor Figueroa al Museo del Carmen de Maipú.
"La Noche Buena en el Campo", según ilustración de la revista "Zig-Zag" a fines de 1905.
Resultado de aquella instrospección material e imaginaria de los recoletanos fue, también, el permanecer aferrados a muchas viejas tradiciones que aún eran visibles en años recientes entre sus habitantes, como la masiva concurrencia a los cementerios al iniciar cada noviembre, su participación en las celebraciones de Semana Santa con la "quema de Judas" representado en una efigie y la popularidad que tuvo la Fiesta de Cuasimodo en esos mismos vecindarios.
La Navidad y sus pesebres, por supuesto, formaban parte de aquellas mismas tradiciones familiares y barriales de Recoleta, vividas con menos cinismo que en el caso de los cercanos barrios de avenida Independencia, la ex Cañadilla, perpetuamente colmada de vida bohemia, quintas y remolienda.
En su libro sobre la historia de los barrios de La Chimba, Carlos Lavín recuerda a los conservadores y contemplativos vecinos quienes residían en las cuadras del Distrito de los Nacimientos, también participando con sus pesebres de la gran cantidad de escenas de Belén allí armadas. Según parece, la práctica seguía siendo parte importante del folclore local hasta algunos años después del inicio del siglo XX, coincidiendo su retirada con la época del Centenario Nacional reportada por García, cuando Recoleta comenzó a ser absorbida en muchos aspectos por la ciudad santiaguina.
Como era de esperarse, entonces, todos los esfuerzos de la informal competencia, sin jurado ni más premios que el honor, se comprometían en ofrecer a los paseantes y vecinos el más reluciente y hermoso montaje con la escena del Nacimiento, convirtiendo, de esta forma, un asunto de fe en una demostración para complacer orgullos familiares... Lo divino y lo humano, anudados en plena Navidad.
En calle El Manzano llegando a Eusebio Lillo destacaron los pesebres de las hermanas Azola. Su gran diorama religioso era, generalmente, el más bello y completo de todos los que podía ostentar Recoleta durante el período. Lo montaban dentro de su enorme propiedad y solían acompañar su inauguración con grandes fiestas, pero recibiendo también asistencia de amigos y devotos para consumar la grandilocuente instalación, a veces gracias a donaciones y aportes de figuras por parte de amigos y vecinos. Las Azola fueron protagonistas, así, de tan antigua tradición y folclore pesebrero, como sigue informando Lavín:
No por ser las más veladas es la menos significativa entre las reviviscencias de aquel siglo, la reconstrucción del "distrito de los nacimientos" que abarcaba algunas callejas cercanas a la Recoleta. Era materia de rivalidad del vecindario, y a fines del otro y comienzos de esta centuria, la representación escultórica del Nacimiento de Jesucristo en el Portal de Belén, por los días navideños. La más completa y valiosa reconstitución la hacían las hermanas Azolas en su vastísima casa de Manzano casi esquina Lillo, compitiendo con María Muñoz en Andrés en Andrés Bello y con las Jofré de la calle de los Hermanos (Santa Filomena), las Marques, la señora Bulgada y la señora Cerón, en la calle de Lillo y otras instalaciones de carácter exclusivamente familiar. Debe recalcarse esta condición porque la fiesta de las Azolas hizo época atrayendo promeseros de Renca y Quilicura, que se confundían en cuatro piezas ornadas por hábiles pesebristas. Se cantaban villancicos auténticamente hispanos como “En el portal de Belén” o la “Albada de Navidad” con acompañamiento de piano, arma y guitarra y se entonaban alabanzas a las santas del barrio: Sor Ventura Fariña Andonaegui y la Beatita Benavides. Venían desde Lampa y Batuco rosadas, fornidas y orondas aldeanas para aportar sus ofrendas campestres al “niño Dios”, prolongándose la ritual celebración los días que durara el abastecimiento de cuatro aposentos atiborrados de viandas, frutas, dulces y bebidas donados por los fieles.
Como se ve, entonces, el Nacimiento de las Azola no estaba solo y debía competir con otros igualmente famosos dentro del belenístico Distrito chimbero. Al respecto, otra famosa vecina también adicta a armar tal grandes pesebres había sido doña Dolores Bulgada, la esposa del reputado señor Baldomero Pizarro, cuya atractiva residencia destacaba en calle Lillo. En los tiempos de Lavín, sin embargo, solo se conservaba el frente de aquel inmueble, y no su parte posterior perdida con la apertura de calle Patronato. Esta modificación se llevó los salones en donde doña Dolores solía realizar célebres tertulias y encuentros recreativos, pues era "la principal animadora de la vida social de la barriada", fuera de que también "ella estimulaba en los días navideños las celebraciones religiosas en los hogares vecinos".
Doña Dolores Cerón, en tanto, instalaba su Nacimiento de Cristo en la bonita y amplia quinta que tenía cerca de calle Río de Janeiro, ubicada de frente a calle Lillo y cerrando esta misma vía, en el actual barrio Patronato. De acuerdo a Lavín, además, ambas señoras Dolores habían reanudado "la tradición de las piadosas y humildes cecinas de Manzano y Andrés Bello y establecieron una prolongada competencia con sus místicas reuniones" allí en el Distrito de los Nacimientos.
El pesebre no era solo para la admiración del contemplador, sin embargo: además de ser lugar de oración y veneración, muchos dejaban en él algunas ofrendas que después se entregaban a la caridad de los necesitados. La Nochebuena se pasaba cantando alrededor del mismo, con temas navideños propios del cancionero de villancicos y otros del folclore religioso. Y es que había toda una actividad devocional alrededor del pesebre, desde iniciada la Novena hasta la Pascua de los Negros, cuando solía ser desmontado.
Plaza e Iglesia de la Recoleta en 1905. Imagen perteneciente hoy a las colecciones del Museo Histórico Nacional.
"Escena de Navidad. Un nacimiento con pitos y matracas" en la revista "Zig-Zag" para la Navidad de 1911, portada ilustrada por el artista italiano José Foradori. El tamaño de los pesebres se había reducido, pero no el atractivo que todavía eran capaces de provocar.
El pesebre de la Catedral Metropolitana. Uno de los pocos ejemplos que quedan de pesebres en tamaño natural dentro de Santiago.
El pesebre del Santuario de la Inmaculada Concepción, en la cima del cerro San Cristóbal.
Algo de lo anterior lo señaló también Oreste Plath en su artículo titulado "¡Felices Pascuas!", publicado en la revista "En Viaje" de diciembre de 1945, aportando algunas pistas más sobre el aspecto que tenían estas instalaciones:
La iglesia, con las campanadas de la primera "seña", apuraban los "quehaceres" de las dueñas de casa, y a la "seña" final reunía a todos los fieles.
En algunas casas se seguía la Novena del Niño de Dios al pie de los "Nacimientos". Y era en esta ocasión donde aparecían los villancicos, canciones campesinas llamadas también Aguinaldos de Navidad. Los niños y los mayores cantaban las más domésticas letras y con mucha familiaridad elogiaban al Niño de Dios:
Venid todos a Belén
con amor y gozo
adoremos al Señor,
nuestro Redentor.
(...) A los "Nacimientos" se les distinguía entre otros nombres con el de Belén, Pesebre y Portal. Los "Nacimientos" más comunes eran en el de paisaje de cerros con el grupo de figuras bíblicas y el Niño recostado en una especie de cajón donde comen las bestias; o eran simplemente el Niño de Dios libertado por estos días de sus costosos fanales, que habían sido "encargados" a Europa.
Los "Nacimientos" de montaña se formaban con cajones forrados en lona encolada y pintada, semejando lomeríos y grutas donde se desarrollaban pasajes bíblicos y se distribuían luces y brillos.
La estrella de Oriente, de papel plateado entre nubes de gasa, orientaba a los Reyes Magos. Santos de bulto y figuras de cabras, mulas y ovejas realizadas con candorosas impropiedades adornaban al Niño Jesús entre las pajas.
San José, la Virgen María y los Reyes Magos se confundían entre las frutas de la época: los albaricoques, los duraznos de la Virgen, las peras chinas, meloncitos de olor, damascos, brevas, ciruelas y guindas.
Todos "curioseaban" la pobreza del niño. La gente indigente estaba como unida por un sentimiento de solidaridad ante el niño que nació pobre.
Para los "Nacimientos" todos aportaban algo: juguetes, nidos con huevos, "trigo nacido", miel de abejas, pan amasado, lo que era ofrecido con canciones ingenuas como estas:
Señora doña María,
yo vengo del otro lado
y al Niño Jesús le traigo
un caballito ensillado.
Señora doña María,
yo vengo de la Angostura,
y al Niño Jesús le traigo
estas peritas maduras.
Sin embargo, coincidió que con el arribo del decorado árbol de Pascua o pino de Navidad y la aceptación de otras tradiciones en los hogares católicos, alcanzando incluso aspectos culinarios, comenzaron a decaer algunas de las más viejas prácticas pascueras en Chile. La sociedad criolla se abría así, por permeabilidad, a las principales influencias extranjeras o universales de la fiesta, especialmente por la publicidad y el comercio. Esto llegó al punto de caer en la negación del verano e intentar disfrazarse con el invierno del hemisferio boreal.
De ese modo, los propios pesebres que se suponen recreando una escena de la cálida Judea, tras la adopción del septentrional personaje de Santa Claus en Chile comenzaron a aparecer con copos de algodón simulando nieve y figurillas no tradicionales como parte del conjunto, haciéndose cada vez más pequeños en la instalación general del árbol de Pascua hasta quedar prácticamente perdidos en los hogares al pie del mismo, al mismo tiempo que las coloridas cajas de regalos eran cada vez más grandes. También comenzaron a agregarle figuras graciosas a los pesebres, con “monas que para divertir a los niños ponen en Chile en los nacimientos”, comenta Justo Abel Rosales mientras busca una comparación con ciertas fealdades que ve en la ocupación de Lima, muy políticamente incorrecto de su parte.
La reducción del pesebre de Belén en la iconografía general navideña reflejó un poco el cambio de mentalidad y la prioridad al comercio o la recreación sobre la fiesta, en desmedro de su naturaleza previamente religiosa. El período en que esto se da parece ser el mismo al final del Distrito de los Nacimientos de Recoleta, no obstante que aún se use montar dioramas de proporciones medianas y a veces grandes con el mismo cuadro de Belén en iglesias, escuelas, plazas, municipalidades y algunos edificios institucionales, incluido el Palacio de la Moneda y con la protesta correspondiente de quienes, escandalizados, ven trasgredida la separación de la Iglesia y el Estado en estos gestos.
Hoy en día, además, la competencia (importada también desde el hemisferio norte) ya no son los mejores pesebres, sino aquella por demostrar quién es capaz de recargar la casa con más figuras navideñas, luces de colores y aparatos mecánicos varios inventados para tal uso.
Sin embargo, quedan algunos casos de grandes pesebres o a tamaño natural armados en el período de la Navidad en Santiago u otras ciudades. Uno importante está en la Catedral Metropolitana, por tratarse del escenario de la Misa del Gallo y la colocación ceremonial del Niño Dios en el mismo, cada año. Sus imágenes fueron talladas en madera por los hermanos Gerardo, Claudio, Aurelio y Patricio Rodríguez, hijos del artista sanantonino Aurelio Rodríguez, y se hicieron por petición del entonces cardenal de Santiago monseñor Francisco Javier Errázuriz.
Pero, geográficamente más relacionado con la comuna de Recoleta y su vieja tradición pesebrera, está el caso del gran Nacimiento que se arma para cada diciembre en el Santuario de la Inmaculada Concepción, en la cima del cerro San Cristóbal, también con expresivas figuras talladas en madera y ceremonias religiosas acompañando al período. El conjunto, con cerca de 20 hermosas estatuas entre humanos y animales, sugiere que algo queda aún en Recoleta como eco del antiguo Distrito de los Nacimientos. ♣
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