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MARIO CATALÁN: EL CANARIO DE LA CUECA VEGUINA

Don Mario Catalán Portilla, en imagen publicada por el portal Música Popular de Chile.

Muchos personajes pintorescos, mezclados entre las artes y el comercio, llegaron al barrio de los grandes mercados de Mapocho durante el siglo XX. Iban atraídos por la intensidad del ambiente popular y la concurrencia de público en este sector ribereño, principalmente por el lado de las ferias del Luna Park, hoy Plaza Tirso de Molina, y del Mercado de La Vega. Hubo un tiempo en el que, diariamente, arribaban cuequeros y otros artistas llenando de música todos esos bares, residenciales, pensiones, hoteles y salones de fiestas del sector. Se concentraban de preferencia por el lado de Recoleta y avenida La Paz. Algo importante de ello queda, de hecho, aunque como una pálida estrella de lo que fue esa antigua galaxia.

Muchos de aquellos aventureros vivieron sus propios períodos de brillo, oscurecimiento y ocaso en los escenarios de las hortalizas, cocinerías y carretones, además. Dentro de esta camada, pisando hojas de las lechugas y tallos de zanahorias como si fuera la mejor alfombra de salón, estuvieron los inmortales Nano Núñez, Luis Perico Lizana, Rafael Rafucho Andrade, Lalo Mesías y el maestro González Marabolí, por nombrar a algunos príncipes de la escena cuequera urbana de mediados del siglo, presentes tanto en este barrio como en Estación Central y Matadero. Otros inolvidables, como Domingo Silva, alias Tío Parranda, tocaban con guitarra sus cuecas también por el lado de Vivaceta. Lo propio hará Roberto Parra, acompañando al octogenario músico y payador veguino Lázaro Salgado.

Uno de esos grandes cantores de los mercados fue también Mario Catalán Portilla, regalado al mundo el 23 de diciembre de 1913, como adelanto de la Navidad. Antofagastino de origen y santiaguino por adopción tras llegar con su madre en 1920, se convertiría con el tiempo en un valor sin par dentro de los comerciantes y folcloristas de La Vega, como reconocido cuequero desde su propio oficio: cantando ofertas de productos al público del mismo mercado, durante sus primeros jóvenes pasos allí.

Tanto en la capital como en viajes a provincias, Catalán vendía canastas valiéndose de aquella modalidad y exhibía talentos musicales que lo consagraron en el exigente circuito del folclore de esos años. Su residencia quedó después en el mismo barrio de Recoleta, en un caserón a solo cuadras de aquellas ferias de las que nunca pudo separarse, más que por algunas temporadas.

Desde aquel empleo tomado a los nueve años, Catalán incursionaría entonces en el canto cuequero más profesional. No le faltaron maestros ni inspiradores para esto. Había pasado a cantar todas las jornadas en el bar El As de Bastos, de una pensión del sector, en donde comenzó a construir su rol distinguido en las artes de la chilena, apoyándose principalmente en percusión de dos platillos de té (tañedor) mientras cantaba en vivo. Esta era una característica que muchos estiman como especialmente suya entre las propuestas de la cueca nacional.

En 1935, fue contratado por una fonda llamada La María Chica, cantando por cuatro días seguidos a 30 pesos diarios y empezando la jornada a las diez de la mañana. En aquel momento ya estaba inserto en el ambiente artístico popular y conocía a varios otros artistas del momento, no solo en el circuito folclórico. Por esta razón, en 1941 fue reclutado en la compañía artística de Francisco Mieres, para el espectáculo “La fiesta de los campos chilenos”.

El despegue de su carrera será en esa misma década, cuando sus feligreses lo apodaban Cabro Mario, mote que conservaría por gran parte de su vida artística hasta que, ya de más adulto, para a ser conocido como el Rey de la Cueca. También empieza a componer en el período, siendo grabadas algunas de sus canciones por el Dúo Bascuñán-Del Campo. También había estado en un curioso conjunto conocido como Los Guatones de la Vega, que integró con Ernesto Muñoz, César Lobo, Guillermo González, Juan Madariaga y Eloy Ocho por Docenas, presentándose en los cuarenta en el Teatro Balmaceda del mismo barrio veguino que tan bien conocía.

En el imprescindible libro de Samuel Claro, “Chilena o cueca tradicional”, basado en las enseñanzas de González Marabolí, se recordaría al cuequero con los siguientes grandes elogios:

Mario Catalán Portilla nació dotado por la Providencia con las más ricas condiciones vocales y el cual las puso todas al servicio del canto de su patria. Figura descollante del canto gritado, que pisó firme en la huella de Bartolo Ponce, de Carlos Bravo (El Paliza) y de Julio Cataneo, con su holgura económica y por su cuenta, se moviliza por las canchas de La Vega, de la Estación y el Matadero, o por el cerro Cordillera, el puerto y el barrio del Almendral, defendiendo y divulgando su religión, la verdad de su arte y lo que él entendía por cueca.

La Gran Bodega de Chichas de Quilicura, en lo que ahora es el sector de calle Antonia López de Bello (ex calle Andrés Bello, antigua calle del Cequión) enfrente de La Vega Central. Aquel espacio corresponde hoy a una gran local de venta de confites y golosinas. Imagen y nota publicada en revista "Zig-Zag" en el verano de 1911.

El bullente quehacer en el mercado de La Vega Central, retratado en fotografía de la revista "En Viaje" de marzo de 1959. Hasta allí llegaron innumerables folcloristas cultores como Catalán Portilla.

Caótico comercio informal en la entonces llamada calle Andrés Bello, hoy Antonia López de Bello, al lado de La Vega Central, años sesenta. El "Fortín Mapocho" denunciaba insistentemente la presencia de esta clase de comercio como un daño al establecido.

Torre de la Iglesia de la Recoleta Franciscana, vista desde sus patios al interior de los claustros, en 1961. Imagen publicada por la revista "En Viaje".

 

Mario Catalán en acción. Fuente imagen: Cancionero de Cuecas.

Por su parte, Julio R. Alegría, en un artículo de la revista “Araucaria de Chile” (“La cueca urbana o ‘cueca chilenera’”, 1981), dice sobre el personaje:

Sin duda es don Mario Catalán el más conocido de los cantores y compositores “chileneros”. Alto y macizo, se eleva como una catedral mientras hace castañear en sus dedos dos platillos de café. Figura querida, pero, por sobre todo, respetada. Dueño de una peluquería y ancestral defensor de esta chilenidad marginal.

Poseedor de una voz extraordinariamente potente, entonces, la más difundida canción donde pudo lucirla parece haber sido “Aló, aló”, quizás la primera cueca chilena de circuito netamente urbano y bravo en conquistar las radios y otros medios de difusión de mediados del siglo XX. Catalán la tocaba con el mítico Dúo Rey-Silva, de Alberto Rey y Sergio Silva, otro de los hitos más importantes y prolíficos del folclore chileno, fundado en 1935 y con una espectacular época posterior de la que Catalán fue parte, por supuesto.

Catalán prestó su vozarrón en aquel magnífico equipo tras haber conocido a ambos integrantes del dúo en 1948, en el entonces famoso restaurante Mervilles, que por entonces estaba en Blanco Encalada en el barrio junto al Club Hípico. Este querido local era reputado especialmente por sus curantos y otras varias otras delicias entre la bohemia de aquellos años. El testimonio de Silva sobre el encuentro que se dio allí fue transcrito en el trabajo titulado "Fundamentales de la música chilena", de David Ponce, Iñigo Díaz, Jorge Leiva y Marisol García:

Con el dúo fuimos a una fiesta que se hizo para San Carlos en el negocio de Carlos Merville, un negocio muy famoso que quedaba en donde está el Club Hípico y el Parque Cousiño. Fuimos a cantar ahí y conocimos a Mario Catalán y a otros cantores de cueca. Esa gente se conocía entre ellos nomás, los conocidos éramos nosotros, que ya teníamos grabaciones, ya éramos artistas. Ellos no. Y cuando empezaron las cuecas cantamos dos o tres y ahí subió Mario Catalán y enseñó unas cuecas. Y empezamos a grabar con él, "Aló, aló", el primer éxito. Él hacía la melodía, y todas las melodías eran muy bonitas. Y ahí poníamos el pino nosotros, pero las músicas eran preciosas. Tenía un puesto (de comerciante) y era muy astuto, habiloso. Bueno para los chistes. Y ahí empezamos a conocer a los otros cuequeros.

Por la cercanía surgida en aquel encuentro, entonces, fue en en 1951 que ambos integrantes del dúo decidieron llamar a Catalán para grabar en sociedad bajo el sello de la RCA Victor, según se  informa en “Historia social de la música popular en Chile. 1890-1950” de González Rodríguez y Rolle, y en “Fundamentales de la música chilena” publicado por la Sociedad del Derecho de Autor (SCD).

La inconfundible letra de “Aló, aló”, en jerga del castellano de los estratos populares de entonces, suena y resuena aún en los principales cancioneros nacionales de la cueca honesta y no maquillada con estilizaciones o arreglos para sofisticarla ante el gusto de las masas:

Quéreme como te quiero, aló, aló
Ámame como yo te amo, con quién hablo yo
Ámame como yo te amo, con quién hablo yo
Dame la vida que quiero, aló, aló
Con verte me satisfago, con quién hablo yo
Quéreme como te quiero, con quién hablo yo
.

Otras conocidas canciones de este histórico trabajo, con hermosas cascadas de arpas a cargo de Rey y los guitarreos magistrales de Silva, fueron “Arremángate el vestido” y “Lárgueme la manga”. Con tales experiencias, además, Catalán quedó oficialmente reconocido como indiscutible profesional de la cueca urbana y una alta figura de las artes folclóricas en circuitos populares y más doctos. Con temas como el titulado “Mi caserita”, además, podía rememorar sus días como vendedor del Mercado de La Vega.

Anuncio de la temporada de curantos en el restaurante, mayo de 1953. El retratado con gorra de chef podría ser el propio Carlos Mervilles, según entendemos. En este restaurante nació la exitosa sociedad entre el Dúo Rey Silva y Mario Catalán.

Mario Catalán Portilla (al centro) con el prolífico Dúo Rey Silva. Formada en el Mervilles, fue una de las sociedades musicales más trascendentales en la historia del folclore chileno. Fuente imagen: sitio Portal Disc.

La casona Pérez Cangas, retratada por Walton en 1915. Mario Catalán celebró y vivió en esta histórica residencia de la avenida Recoleta hasta el final de sus días.

Aspecto del mismo caserón, ya cerca del año 2010.

 

Un demacrado Mario Catalán, ya en sus últimos meses de vida (Fuente imagen: (“Las Últimas Noticias", miércoles 5 de septiembre de 1979).

Entre las legendarias presentaciones del Dúo Rey-Silva con Catalán, estuvo la que hicieron para el Primer Festival de RCA Victor organizado por la Corporación de Radio Chile, en 1954. Ese mismo año, la discográfica había presentado su “Cuadro de Estrellas” con los artistas favoritos, figurando allí Catalán junto a Emil Coleman, Frankie Crale, Pepe Carrera y otros. Sin duda, el cuequero chileno estaba tocando lo más alto de su desarrollo profesional.

Ya en los años sesenta, cómodamente ubicado como todo un soberano de la cueca, Catalán vivía de las utilidades que traían las ventas de su tremendo éxito con el Dúo Rey-Silva y nuevas aventuras musicales en las que trabajó con colegas como Elia Ramírez, Carmencita Ruíz, Juanita Vergara y otras figuras… Sin embargo, en el ambiente siempre rondaron los vicios y los excesos… Pagaría su cuota por ello, desgraciadamente.

Catalán padecería de la temida cirrosis, apodada también como la “rosa de fuego” por la letra de una de las canciones que él mismo popularizó (“Malva Rosa”), producto de esas noches interminables de fiesta y entretenciones chimberas en las que se había iniciado siendo tan niño. En el momento más complejo perdió su característico grosor corporal, su rostro se demacró y comenzó a decaer también en ánimo. En una entrevista para un diario de Santiago realizó la siguiente y terrible confesión, justo por esos días tristes: “Chis, si yo a los diez años me curaba a parejitas que los borrachos en los bares... ¿Cómo no me iba a agarrar después la ‘Rosa de Fuego’?”.

Un día de aquellos, y luego de enterrar a muchos de sus amigos y colegas caídos por el mismo mal que ha embelesado al destino del alma chilena por tantos siglos, en una de esas idas al cementerio se encontró con un amigo de Estación Central llamado Lalo Castro, quien lo invitó a salir de parranda otra vez. Catalán, sin embargo, andaba chantado y respondió con sorna: “¡Güena oh, el que viene a renovar el permiso al camposanto soy vos!”... Irónicamente, Lalo falleció a la semana siguiente. Esta simbólica casualidad -o advertencia- hizo reflexionar al músico, quien había decidido detener los excesos con el alcohol.

Sin embargo, al abandonar todas aquellas aventuras enfiestadas se fue marginando también de su merecido lugar en la escena, encerrándose en su refugio de Recoleta 575, el antiguo palacete Pérez Cangas que aparece en el “Álbum de Santiago y vistas de Chile” de  Jorge Walton, en 1915. La suntuosa casona, hoy muy deteriorada y transformada, fue escenario de grandes bailes y celebraciones capitaneadas por el cuequero y su mujer, en los buenos tiempos.

Ya enfermo y apartado de los escenarios, en 1975 recibió un homenaje del Sindicato Profesional de Comerciantes Mayoristas en Frutas de Santiago, con una velada en el Gimnasio República de Venezuela, en avenida La Paz. A la sazón, su deterioro de salud sumado a la debacle del ambiente nocturno durante los setenta, condenaban al trovador de cuecas a quedar reducido a las sombras, haciéndose casi invisible al público.

Una reaparición suya en mayo de 1979, a propósito de la celebración de los 44 años del Dúo Rey Silva, resultó más preocupante que alentadora para el público: se hizo su evidente delgadez y debilidad. Como era esperable, se encendieron las alertas y corrió la noticia de que don Mario estaba con su salud comprometida.

Aunque la situación de Catalán no era tan vulnerable como la que afectó a muchos otros artistas del circuito, varias veces trató de recuperar terreno con esporádicas presentaciones y nuevas piezas musicales, pero nada fue lo mismo. Entrevistado por corresponsales de “Las Últimas Noticias” (“El Mario Catalán, el Rey de la cueca… Ya no es el mismo”, miércoles 5 de septiembre de 1979), estos también se asombraron al verlo mucho más enjuto que en sus buenos días de parranda, decaído al punto de costar sacarle una sonrisa para las fotografías. Poco le quedaba ya al canario veguino que vivía, sin saberlo del todo, en los descuentos.

Así pasó sus últimos días don Mario, abrigado en sus propias cenizas, pero también en su prestigio y el respeto bien ganado entre sus pares, compañeros de generación artística. Al poco tiempo de la entrevista, falleció ante la desazón de la comunidad cuequera y veguina, en los últimos días de ese mismo año, el 29 de diciembre de 1979. Acababa de cumplir los 66 años hacía menos de una semana.

A sus funerales asistieron unas 200 personas cuanto menos, especialmente trabajadores de La Vega y folcloristas urbanos de Santiago y Valparaíso, incluyendo también intelectuales como Juan Uribe Echevarría y otros escritores que lo acompañaron en su despedida. En el caserón que habitara cantaron el adiós, marchando después por las calles de La Chimba mientras seguían entonando sus más populares canciones como “Aló, aló”, misma que logró meter un ripio con característica que aún se repite en las cuecas chilenas. Comenzaba así su imperecedera leyenda post mortem.

La tradición despidió a Catalán con esos versos, también reproducidos en el cancionero rescatado por González Marabolí:

Y al poner un pie en la Vega
sentí ganas de llorar
corría de boca en boca
la muerte de Catalán.

Gritos con melodía
de tonos altos
y al pregón de la calle
lo volvió canto.

Otra cueca transcrita en el compilado nos da una proporción de las características sublimes que había alcanzado el personaje, entre sus muchos admiradores:

Mario Catalán Portilla
gran señor de la chingana
sacó el grito de la Chimba
y la gracia soberana.

Donde Manuel Lamilla
me gusta mucho
porque llega el Pollito
con el Rafucho.

La partida de Mario Catalán Portilla partida marcó, en cierta forma, la despedida de su propia camada de compañeros de ruta folclórica de cuecas urbanas desde el popular Mercado de La Vega y los muchos recovecos de chilenidad en el borde septentrional del río Mapocho.

No obstante, ha sido una feliz decisión del destino el que dicho legado de Catalán y de todos los demás cantores veguinos que hicieron el pacto de honor con las tradiciones del folclore citadino, haya sido redescubierto y recuperado por nuevas proles de cultores y estudiosos de la cueca chilena, con plena vigencia en sus circuitos de nuestros días. Algunos aún se reúnen en boliches del barrio como el Lamilla, de hecho, en Nueva Rengifo llegando a Dávila Baeza, bar y restaurante tradicional reabierto después del receso de la crisis sanitaria.

De alguna manera, entonces, el apreciado canario veguino seguirá cantando para siempre, bien sea en los registros discográficos que llevan su propia voz, o en la de sus generaciones actuales de discípulos.

Comentarios

  1. Excelente, me trae recuerdos de niño, porteño, con mis primeras monedas me compré el Long play del dúo Rey Silva y los gritos de la vuelta que entonaba el gran Mario Catalán .
    Felicitaciones por tan prolija recopilación de antecedentes de su historia y huella indiscutible en nuestro folclore.
    Saludos .

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