Fachada de Il Bosco hacia 1960, en imagen publicada por Pedro Encina en el sitio Flickr Santiago Nostálgico.
Una nutrida actividad intelectual y recreativa tenía campo a ambos lados de la principal arteria capitalina entre los años cincuenta y sesenta de la pasada centuria, en un céntrico sector de la misma. Era el mismo tramo en donde los beodos intercambiaban entre los locales y las niñas de la noche esperaban atentas para capturar con su red de encantos a algún borrachín o noctámbulo cachondo, recién salido boliches como La Isleña, El Negro Bueno o las fuentes de soda que quedaban más al oriente cerca del cerro, en los barrios de la Alameda Bernardo O'Higgins.
Uno de aquellos negocios trasnochadores, Il Bosco, estuvo en la dirección de Alameda 877 llegando a calle Estado, en un edificio ya totalmente rehecho y reemplazado. Ocupaba un local comercial que antes había pertenecido a las tiendas de calzados El Palacio del Abuelito y luego la Casa Weiss, justo enfrente del templo franciscano y de donde había estado hasta poco antes la famosa Pérgola de las Flores de la Alameda. El mismo local quedaba al lado del ocupado después por el clásico restaurante y fuente de soda Derby, otro tradicional símbolo de la Alameda de Santiago.
Periodistas y escritores como Osvaldo Rakatán Muñoz, Renato González Moraga, Enrique Lafourcade, Tito Mundt y Orete Plath fueron asiduos visitantes de Il Bosco. Dice este último que el restablecimiento había sido fundado en 1947, más exactamente el lunes 27 de octubre según Ignacio Latorre y Yerko Corovic en "Raúl Ruiz: Recobrando el tiempo". Perteneció a una sociedad de Salvador Majhuan Peruel, los hermanos italianos Gabriel, Luis y Atilio Bosco Salzano, y don Luis Giannerini, este último reemplazado por su hijo Sergio al fallecer. Uno de los socios contrajo matrimonio después con la chica que trabajaba como cajera, doña Graciela Blaya, conocida como la Nena. Al enviudar, esta se casó con Alberto Boggiano Bosco, y así Il Bosco quedó siempre "en familia".
Había nacido como café y restaurante Bosco, sin artículo, nombre que mantuvo por varios años antes de agregarse el "Il" que lo dejó asociado al famoso pintor bolduquense. Se publicitaba a la sazón con la cocina de mariscos, pescados y salón de ostras, frecuentemente aprovechando fechas de efemérides o eventos importantes en el país para incluirlos como ocasión de homenaje, incluyendo el Combate Naval de Iquique o el aniversario de la fundación de Carabineros de Chile, por ejemplo.
En 1950, el Bosco era atendido por un tal Emilio y, como sucedía con el restaurante Vitamín, del Mercado Modelo Juan Antonio Ríos (en donde está ahora la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile), propiedad de don Nabor Henríquez, era abastecido por la Sociedad Pesquera Santo Domingo establecida en ese mismo mercado. Es lo que se lee en la publicidad impresa de esos años, precisamente. Parece haber existido alguna clase de relación entre Il Bosco y el Vitamín, por lo tanto, razón de aparecer juntos en esos avisos. Los vinos eran principalmente de la viña Concha y Toro, como se observa también en información publicitaria ofrecida por estas bodegas de Pirque.
Gracias a más información proporcionada por Plath, podemos enterarnos que también fueron célebres en el café y restaurante Bosco algunos mozos históricos de la actividad culinaria de Santiago, entre ellos Heriberto Quijada, Caupolicán Aedo, Víctor Yáñez y Luis Villanueva. Estos profesionales de la atención permitían al negocio presumir siempre sobre su servicio diligente y esmerado en sus varios avisos.
A la sazón, el Bosco ofrecía almuerzos todos los días por 35 pesos, cubierto que incluía al vino. También aseguraba cocina al aceite, en aquellos años cuando priorizaba aún su oferta en pescados y mariscos, de lunes a sábado. Tenía disponibles, además, bocadillos como pizzas, empanadas, sándwiches, pasteles, kuchenes, copas de yogurt, helados, sopaipillas, jugos, colas de mono y shops helados que se ofrecían con inscripciones hechas en sus mamparas. Sus clientes más asiduos solían ser apodados "bosqueros" en esos años.
Conocida imagen de la desaparecida Pérgola de las Flores de la Alameda, publicada en una revista "En Viaje" de 1937 y otros medios. Es el tramo de cuadra en donde llegó después Il Bosco, entre Estado y San Antonio.
Alameda ya despejada, sin la Pérgola de las Flores, y con el restaurante el Bosco instalado en su lugar, a la derecha de la imagen. En la esquina, luminoso redondo del Night Club Tabaris. Fotografía de los archivos del Museo Histórico Nacional, publicada entre las colecciones digitales de Pedro Encina, en el sitio Flickr Santiago Nostálgico.
Publicidad del Bosco en "La Nación" de mayo de 1950, compartida con el restaurante Vitamín y referencias a la Sociedad Pesquera Santo Domingo como proveedor.
Rakatán Muñoz recordaba también cierta ocasión en la que, estando en su apogeo el Teatro Ópera y la Compañía Bim Bam Bum de calle Huérfanos, se formó allí una cola con más de mil personas deseosas de ver el espectáculo del Follies Bergere de París con la despampanante vedette Xenia Monty. Terminado el exitoso show, ella fue a celebrar su debut en Chile en el bar del Bosco, pero acabó excediéndose con los brindis. La hermosa artista ítalo-francesa habría terminado completamente ebria, tirada en el baño de mujeres y con su exuberante busto al aire, mientras dos complicados garzones del establecimiento intentaban tomarla de algún lado para recogerla, manteniendo los decoros y evitando su anatomía al descubierto.
Se recuerda, además, otra entretenida situación descrita por aquel paladín de las fiestas y también citada en páginas de Plath, cuando los miembros de un insólito funeral se metieron con cajón y todo al local para hacer una parada en sus mesas y barras. Se dice que llegaron en procesión brindando con velas encendidas por alguien fallecido hacía un año y simbolizado en ese ataúd colocado sobre las mesas, asombrando a los presentes. Muñoz había asegurado que, de pronto, un hombre salió del cajón representando al homenajeado y provocando pánico en el público. Uno de los clientes llamó a carabineros, quienes llegaron pidiendo la salida del singular cortejo, de los más extraños que se tenga registro.
Sin embargo, otras reseñas indican que el funeral fue real, caso de Darío Oses en su artículo “Bares, restaurantes y cafés” (enero de 2005), que estaba reproducido en el extinto sitio patrimonial Nuestro. Por testimonio de Hernán Millas, allí se señalaba que el incidente ocurrió en una madrugada de julio de 1965 y que el finado era don
Alberto Mandiola, cliente del bar desde que había sido inaugurado. "Sus
familiares y amigos querían pasar a tomar una copa con él, antes de irlo a dejar
al cementerio", concluía la descripción.
El
establecimiento era frecuentado también por artistas de diferentes disciplinas.
De hecho, en los años cincuenta el eslogan del café y restaurante era "la cita
obligada de artistas y periodistas", tentados con la carta de vino y de comida
internacional. En cierta ocasión, uno de estos "bosqueros" del rubro artístico fue sacado a
empujones por el administrador, don José Oyarzún: pasado de copas y
revoluciones, el sujeto gordito y de bajo tamaño había tocado las piernas a una dama
sentada en la mesa vecina, ante su propio y enfurecido marido. Durante el día siguiente,
el desubicado volvió al Bosco para buscar un cuadro que se le había quedado en el alboroto:
era el mismísimo pintor Arturo Pacheco Altamirano, según la leyenda.
Aunque rara vez se admite, además, muchos de aquellos artistas y profesionales de comunicaciones iban a reunirse también con sus queridas en esas mesas. Una canción de Payo Grondona recordaba sutilmente esta cualidad del establecimiento, extensible a todo ese sector de la Alameda en particular:
Doce de la noche,
Iglesia de San Francisco,
calle París o Londres,
una luz roja en un portal.
Nos vamos al Bosco
tomamos un café,
tú me preguntas con los ojos,
yo te respondo con la piel.
Dos de la mañana
vamos a un hotel
no hay pieza desocupada,
mejor que vengan a las tres.
Volvemos al Bosco,
terminamos el café,
cuál es tu oficio, yo le pregunté,
yo era un vago cantor
y ella es un ciempiés.
En otra noche de aquellas, estaban todos los comensales celebrando en plena actividad de alegrías dentro del Bosco, cuando entró al baño del local una de esas conocidas “ninfas” de la noche en la Alameda. No era una situación extraña: solían pasar por esos varios boliches no solo pidiendo prestado el baño, sino también a tomarse fugazmente algún trago o retocarse con cosméticos de cara a los espejos. Esta vez era Marta Irenia Matamala Montecinos, de jóvenes 23 años de vida, como tendrían oportunidad de enterarse todos poco después. Al ingresar a Il Bosco, los borrachines la reconocieron y aplaudieron de entrada y salida su belleza y desplante, de acuerdo a lo que cuenta Plath, de seguro paseando sus atractivos entre miradas libidinosas y viejos verdes, vistiendo zapatos y cartera color lila.
Aviso de Il Bosco publicado en la prensa para celebrar el Año Nuevo de 1956.
Publicidad publicada en "La Nación" hacia fines de marzo de 1956. Il Bosco siempre aprovechaba eventos importantes y efemérides para publicitarse.
Sencillo aviso impreso del mismo restaurante, durante el año 1956. "La cita obligatoria de artistas y periodistas", decía.
Aviso de Il Bosco (ya usando este nombre) en la revista "En Viaje", año 1962. Pasaba por uno de sus mejores momentos comerciales en aquel entonces.
Era ya la madrugada el 24 de enero de 1968,
última noche de la corta vida de Marta Irenia: apareció asesinada escasas
horas después en un hotel del cercano barrio París y Londres. Se llamó a este crimen
como el caso del "Enano Maldito", por las particulares características físicas
que se describieron del asesino por parte de los pocos testigos. Tardaría una década en quedar judicialmente resuelto, llenando de dudas, confusiones y dudas persistentes.
En su mencionado libro, Latorre y Corovic cuentan que el cineasta Raúl Ruiz asistía con sus amigos a Il Bosco para sostener largas conversaciones. Uno de ellos era el poeta Eduardo Chico Molina, quien se pasó toda la vida anunciando el lanzamiento de un libro que nunca vería la luz, porque nunca existió. El entonces crítico de arte de la revista "Pro-Arte" cayó en los embustes de Molina y publicó en dicho medio un elogioso artículo dedicado a la supuesta novela suya, "El gran taimado", que resultó ser solo una serie de fragmentos tomados de la obra "Demian" de Hermann Hesse, por entonces no bien conocida en Chile.
Ruiz había inventado allí en el café un juego de clasificaciones antropológicas llamado "Los Réplica y los Parodia", para juzgar a la gente que entraba a Il Bosco: "los réplicas imitaban sin más, y los parodias son caricaturas de otros, parodiaban lo que estaban condenados a imitar", señalan los autores.
La misma fuente de ambos investigadores reune otros datos interesantes desde las crónicas que quedaron sobre aquel singular sitio, con relación a una conocida obra fílmica nacional dirigida por Ruiz en 1968, basada en la obra teatral homónima de Alejandro Sieveking:
El nombre del personaje Luis Ubeda de Tres Tristes Tigres, caracterizado por Luis Alarcón, tiene su origen en una historia acontecida en Il Bosco. Se llama Luis en honor a Luis Alarcón, y Úbeda viene de Juan Úbeda, dueño de una barraca de fierro: Cierta noche en que Ruiz, Alarcón, Alejandro Jodorowsky y otros amigos sostenían una animada conversación, cuando de repente llegó a la mesa una botella de champaña. "Nosotros no hemos pedido esto", fue la reacción del grupo, y el mesero les indica que "el señor de allá, de esa mesa, la mandó porque dice que es admirador de los artistas y sabe que ustedes son artistas". El hombre fue invitado a la mesa, era Juan Úbeda, con quien estuvieron toda la noche a quien más tarde invitaron al Far West, que estaba ubicado en la calle Bandera. Alarcón cuenta: "Nosotros lo invitamos a tomarnos unas cervezas y no teníamos un peso, después nos fue a dejar a todos a la casa pero antes nos llenó de trago y comida, y lo pagó todo él".
El clímax de la prosperidad comercial parece haberse vivido en los años sesenta y parte de los setenta, cuando ya se presentaba con el nombre definitivo de Il Bosco y era conducido por la sucesión del comerciante Alberto Giannerini Falcini. Sabiéndose para entonces un clásico de Santiago, sin embargo, había incorporado un lema decidor para sus promociones: "Hoy mejor que ayer". Continuaba valiéndose de la atracción de los precios módicos, cocina de calidad y surtida, ambiente familiar de día y atracción bohemia durante las noches.
Según el periodista y fotógrafo nacional Martín Huerta, en una entrevista de “La Tercera” de año 2019, titulada "El impensado amigo chileno de Truman Capote”, recordando la muerte de su amigo el famoso escritor estadounidense, este habría tenido planes de venir a Chile con dos grandes motivaciones: conocer al antipoeta Nicanor Parra y visitar Il Bosco… Quizá una última gran novela suya de relato criminal se perdió por no haberle quedado un poco más de vida a Capote como para conocer el bar y enterarse de la historia del “Enano Maldito”. La malvada enfermedad que lo postró en sus últimos años y terminó sumiéndolo en depresiones profundas hasta su muerte en 1984, dejó frustrados aquellos planes de venir a Chile y pasar por el establecimiento.
Il Bosco, en tanto, había comenzado a desaparecer a partir de 1983, en una agonía breve pero muy sufrida. "Cae el último bastión: Il Bosco", 'Réquiem" para la bohemia santiaguina", tituló la noticia María Isabel Diez en "La Segunda" al conocerse de su cierre, según comentan Latorre y Corovic. Terminó siendo desmantelado su espacio ya durante el año siguiente, “pero sigue degustando in mente la polenta dentro de la cual se ponían pajaritos, condimentada con el jugo de los mismos”, remata Plath en "El Santiago que se fue".
Pasado el actual siglo, Virgilio y Anita Bosco Becerra, hijos de Gabriel Bosco, en alianza con el abogado Rodrigo Pérez Calaf, fundaron un nuevo local de Il Bosco y con este mismo nombre en calle Antonio Bellet 280 de Providencia, en donde había existido antes el restaurante peruano Templo del Inka. ♣
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