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LAS FIESTAS PARA SAN FRANCISCO SOLANO COMO SEGUNDO PATRONO DE SANTIAGO EN 1633

Antiguo grabado con retrato de San Francisco Solano, representando su santidad y sus misiones evangelizadoras en territorios indígenas.

Pocos lo saben o recuerdan en nuestros días, pero la ciudad de Santiago y, por extensión, todo Chile, tienen un segundo Santo Patrono de tiempos coloniales tempranos, además del protector Santiago Apóstol: el entonces siervo de Dios y futuro santo Francisco Solano, franciscano español nacido en la localidad de Montilla en marzo de 1549 y fallecido después de haber realizado sus sacrificadas misiones por el Nuevo Mundo, en la ciudad de Lima en julio de 1610.

En 1633, durante los inicios del proceso que llevaría a la canonización, Francisco Sánchez Solano Jiménez había sido elegido como segundo patrono de la capital chilena con una gran celebración que fue descrita por otro franciscano, el limeño Diego de Córdova y Salinas (c. 1591 - c. 1684) en su “Crónica franciscana de las provincias del Perú”, publicada en Lima poco después, en 1651. Este sacerdote, misionero, nacido en una hidalga familia y quien fuera el único cronista del Perú colonial perteneciente a dicha orden, dejó nota de las fastuosas celebraciones realizadas en Santiago durante la ocasión, las que incluyen prácticamente todas las expresiones de artes escénicas y de recreación colectiva reconocibles: festivales, procesiones alegóricas, música, concursos, disfraces, títeres, comedia teatral, juegos civiles y militares, corridas de toros, etc.

El protagonista físicamente ausente de aquella historia, San Francisco Solano, había salido de la escuela jesuita para ingresar a la Orden de San Francisco cuando ya iba por los 20 años de vida. Adicto a la música y tras estudiar filosofía y teología en el Convento de Loreto, en Sevilla, se ordenó sacerdote ya a sus 27 años. Su fama de hombre santo comenzó en Montilla, hasta donde volvió para acompañar a su madre que acababa de enviudar. En aquella casa donde había nacido y residido hoy existe un templo: la Parroquia de San Francisco Solano, patrono de la misma ciudad. Allá realizó algunas curaciones que fueron juzgadas como milagrosas, en medio de una epidemia que afectaba a las provincias. Esta vocación suya por la asistencia a los enfermos continuó en el Convento San Francisco de la Arruzafa en Córdoba, tras haber sido designado vicario e instructor de los novicios a pesar de sus nulas aspiraciones a ocupar cargos de relevancia.

Cerca de siete u ocho años después, comenzará la aventura de Francisco Solano en Iberoamérica, luego de que el rey Felipe II solicitara a la Orden de San Francisco cumplir con misiones en el Nuevo Mundo. Llega así a Lima tras un difícil y arriesgado viaje que incluyó naufragios y otros peligros de muerte, partiendo desde allí a evangelizar territorios de las actuales Bolivia, Uruguay, Paraguay y norte de Argentina. Otros milagros se le adjudicarán durante estos periplos, como una ocasión en la que pudo detener un toro furioso causando pánico en las calles de un pueblo llamado San Miguel, llevándolo mansamente a su corral. Fue una labor formidable evangelizando grupos nativos, la que se extendió por cerca de 15 años, retornando a Lima en 1595 para ser nombrado guardián del Convento de Nuestra Señora de los Ángeles, cargo que aceptó a regañadientes y tras varias insistencias.

Observador inobjetable de los votos de humildad, penitencia y pobreza de San Francisco de Asís, la salud del ya anciano Solano decayó a partir de 1605, afectado por alguna clase de mal gástrico, debiendo quedarse a vivir en una celda de la enfermería del convento. Después de cinco años de convalecencia, falleció el 14 de julio de 1610, en el mismo día festivo vetus ordo de su compañero de hábito del siglo XIII, San Buenaventura. Una leyenda asegura que en la misma hora de su muerte, aquel día sonaron misteriosamente las campanas del Convento de Loreto en Sevilla, el lugar de sus estudios juveniles. Fue sepultado en el Convento de Jesús de Lima, en un asombrosamente masivo funeral que reflejó la popularidad que tenía entre indígenas, criollos y españoles.

Con su historial de actos prodigiosos y una hoja intachable de servicio caritativo, Francisco Solano pasó raudamente al camino formal de los santos, siendo considerado siervo de Dios quizá desde antes de su muerte. Se envió la solicitud de canonización hasta la Corte Romana en noviembre de 1632, comenzado a aproximarse así a su estatus de venerable, antes de ser beatificado. Mucho ayudó en este proceso el culto y la admiración que despertó su figura en los pueblos de Perú, Argentina, Bolivia, Paraguay y también Chile, precisamente los territorios por los que rastrearía su huella, poco después de su partida, el misionero y cronista Córdova y Salinas, mismo que lo conociera en vida y fuera testigo de su muerte, dedicándole gran parte de su obra al futuro santo.

La noticia de la solicitud de canonización fue tomada con júbilo en la ciudad Santiago, cuando la Capitanía General de Chile estaba bajo el alero administrativo del virreinato peruano. El nombre de Francisco Solano se había asociado a historias de milagros y virtudes, además de tener el valor agregado de verter su santidad en tierras de este lado del mundo, inflando orgullos localistas.

Empeñado en colaborar con el desafío, entonces, Córdova y Salinas dedicó capítulos de su crónica a los patronatos que ciudades y villas americanas adoptaron en referencia al siervo de Dios durante ese mismo período (Lima, La Plata de los Charcas, Panamá, Cartagena de Indias, Las Salinas de Santa Cruz de la Sierra, San Felipe de Oruro, Valverde de Ica, Cuzco, etc.). Con el caso que no se reservó detalles, sin embargo, fue sobre la tremenda fiesta realizada en la capital chilena a propósito de la misma elección, registrando una gran cantidad de líneas escritas sobre aquel evento:

La Ciudad de Santiago de Chile, cabeza de obispado y asiento de su Real Audiencia, en un cabildo celebrado a 26 de agosto del año de 1633, lo eligió por patrón de su república, con regocijos públicos por muchos días, de fuegos, músicas, saraos, comedias, máscaras, justas, toros y cañas, certámenes, poéticas palestras y repiques de campanas de todas las iglesias y otras muchas fiestas, alentadas de la devoción de su gobernador y capitán general y presidente de aquella Real Audiencia, D. Francisco Laso de la Vega, del Orden de Santiago, del Consejo de su Majestad y de Guerra, en Flandes.

La descripción extendida de lo que sucedió por entonces en "la muy noble ciudad de Santiago, cabeza del reino de Chile", según explica, se debería a que demostraba perfectamente la clase de devociones que era capaz de provocar la figura de Francisco Solano. Tomaría para esto testimonios de una relación de los hechos aportada por fray Agustín Carrillo de Ojeda de la Iglesia de San Agustín, redactada a solicitud del presidente de la Real Audiencia don Francisco Laso de la Vega Alvarado, el primer responsable y precursor de aquellos festejos.

Asegura el cronista franciscano que la noticia de la santidad de Solano "estaba muy asentada en el reino de Chile", pero con gran atención especial del gobernador Laso de la Vega, quien había estado gravemente enfermo y solicitando alguna reliquia del personaje para que intercediera a favor de su salud. Ni bien la recibió en su lecho de agonía, sintió haber mejorado de inmediato y asumió que la intervención de Francisco Solano lo había salvado de la muerte, tomando el compromiso de convertirlo en patrono de la gobernación y dedicarle una gran fiesta de agradecimiento, llevando esta propuesta al Cabildo de Santiago y después al clero. Esto sucedía poco antes de iniciar sus campañas militares por el sur del país.

El acta de los cabildantes en la sesión dedicada a discutir la solicitud del gobernador, en la fecha indicada por Córdova y Salinas, dejó nota de lo siguiente:

En este Cabildo propuso el general D. Diego Jaraquemada, corregidor y justicia mayor de esta ciudad y lugar teniente de capitán general, cuan notorias son las grandes demostraciones de virtud y santidad con que el venerable padre fray Francisco Solano, de la orden del seráfico P. S. Francisco, había vivido y muerto en el reino del cabildo en que es Perú, con muy esclarecidos milagros (nombre que desde el Santo Solano ahora les da nuestra piedad, mientras su Santidad nos da licencia para dársele de justicia después) por los cuales le ha tenido y tiene tan gran devoción y afecto, que le ha venerado como a santo, teniendo piadosamente por cierto es intercesor de todos para con Dios nuestro Señor, en el cielo. Y esta ciudad, reconocida a las grandes esperanzas con que todos sus vecinos y moradores están, de que es moción del Espíritu Santo el común aplauso, aclamación y devoción, que tienen al dicho Padre venerable, así por lo referido, deseando hacerle algún servicio y dar gracias a Dios nuestro Señor por haber dado en nuestros tiempos tan excelente varón en virtud y maravillas, ha comunicado con las personas más doctas de las Religiones de esta ciudad, a quien este Cabildo remitió ver el modo que podría tener; y han dado sus pareceres doctos y píos: y habiéndolos visto, y que todos miran y desean que se pida al Santo su favor y protección para con Dios nuestro Señor, y este reino por sus culpas necesita de ella, para que su divina Majestad aplaque su indignación y lo mire con ojos de piedad y misericordia; todos los capitulares de este Cabildo, unánimes y conformes, conformándose con los dichos pareceres, propusieron tener al bendito padre fray Francisco Solano por patrón y abogado de la paz de este reino, en conformidad de lo que hizo la ciudad de los Reyes, metrópoli de este reino, en esta parte, para que como tal se la dé en la guerra, que se tiene con los indios rebelados de él, y le favorezca y ampare en todas sus necesidades: y remitieron hacerle voto y juramento en forma, como este Cabildo, Justicia y Regimiento, cabeza de gobernación, ha hecho a los demás sus patrones y abogados, para cuando esté canonizado o beatificado; y que ahora en demostración de tan cristiano y devoto afecto se jueguen en su memoria toros y cañas y se pongan luminarias en todas las casas de esta ciudad; y dichas fiestas se continúen y agreguen a las que con tanta piedad y veneración hace al dicho esclarecido fray Francisco Solano el señor presidente y gobernador don Francisco Lazo de la Vega, y que con todo cuidado este cabildo suplique a su Santidad se sirva beatificarle y canonizarle, y lo firmaron.

D. Diego Jaraquemada; don Fernando Bravo de Naveda; Ginés de Toromazote; Joseph de León Enríquez; Andrés Illanes de Quiroga; Jerónimo de Zapata Mayorga; Miguel de Zamora Ambulodi; D. Agustín Arévalo Briceño; D. Juan Caxal; Francisco Arbildo; D. Francisco Rodríguez de Ovalle; D. Tomás Calderón; D. Pedro de Valdivia. - Ante mí, Diego Rutal, escribano público.

Ordenadas así las celebraciones y organizadas tan velozmente como fue posible, estas comenzaron el domingo 28 de agosto con una figura presentando un certamen poético que se sacó de las Casas Reales y el Palacio, durante aquella tarde. La imagen iba "delineada en limpísima vitela la fama con dos alas, que tomando vuelo resonaba su trompa, que traía aplicada a la boca, demostrando no había que temer se acabase la del bendito padre fray Francisco Solano", anota Córdova y Salinas.

Aquella imagen traía en el brazo derecho la cita del Salmo 18: "In omnem terram exivit sonus". Su dedo índice llevaba algunas instrucciones y señalaba los premios par los certámenes, que incluían piezas "de plata, cortes de tabí y damascos, y finas medias de seda, y un corte rico de clavo pasado". El brazo izquierdo, en tanto, cargaba una tarja o blasón con la inscripción "Patrón de Chile, Solano". Los jueces eran el obispo Francisco de Salcedo y el reverendo padre maestro fray Juan de Ahumada.

El cronista intenta ser breve y destaca solo las glosas principales allí vistas, correspondientes al certamen del consejero Cristóbal de la Cerda Sotomayor, el oidor más antiguo de la Real Audiencia. Decían lo siguiente:

Sola, no, Padre Solano,
rara, sí, fue tu virtud,
porque tuvo plenitud
de espíritu soberano.

"A este certamen ceñía en circuito rica tela azul y oro", agrega, detallando que su asta era de plata "con preciosos lazos de bien obrados cordones de seda verde" rematados en borlas. Llevaban en la mano derecha "uno de los capitanes del ejército del reino, a caballo ricamente aderezado y enjoyado de diamantes, que le publicaban festivo", acompañado también de "las justicias de la ciudad, su cabildo y todo lo noble, con que fue muy copioso el acompañamiento". Recibió el aplauso general con repique de campanas, desde que salió y volvió a ser guardado.

Posiblemente por las necesidades de organizar correctamente las actividades y armar todos los implementos correspondientes, la siguiente jornada de fiestas tuvo lugar unos días después, el martes 6 de septiembre, con una presentación general en la que estuvo presente el gobernador de Chile, autoridades militares, ministros y otras autoridades. En este acto, un tanto solemne según parece, se dio inicio oficial al grueso de las celebraciones más festivas y masivas, que comenzaron como tales en el día siguiente.

En aquel jueves, entonces, vino a tener lugar la extraordinaria mudanza paseando por las calles con murgas, comparsas y desfiles colmados de caracterizaciones alegóricas, en lo que debe haber sido uno de los primeros festivales populares de Santiago con semejantes características y despliegues de fantasía:

Jueves ocho de septiembre, salió del colegio Seminario del Ángel Custodio una bien ordenada e ingeniosa máscara, compuesta de variedad, madre de toda hermosura. Diole principio un maestro de campo, galantemente vestido sobre un cuatralba, que hace humano sentimiento al son de acordadas cajas, que iban adelante.

Siguiose una danza de seis gigantes, acompañados de seis enanos, que tejía un monstruo de siete cabezas.

Los elementos siguieron después por su orden. El fuego sacó el vestido de su natividad, y sin permitirse al arte, naturalmente despedía su actividad centellas, sacudía llamas. El agua vestía blanco, vertiéndose por la boca de un búcaro de cristal. La tierra hizo ropaje verde de las flores y yerbas, de cuya variedad iba sembrada, y cornucopia debajo del brazo llena de frutas.

Los elementos que describe Córdova y Salinas son típicos de las fiestas y procesiones de antiguas fiestas religiosas europeas de tiempos medievales, tanto por la música de los acompañamientos como por el tipo de disfraces que se empleaban en las "máscaras" o desfiles con tal tipo de caracterizaciones. Los enanos y cabezas, por ejemplo, eran danzantes o devotos con grandes cabezas de fantasía a modo de cascos puestos sobre las suyas reales, pudiendo cubrir gran parte del cuerpo de personas de talla pequeña o niños. Por su lado, los gigantes correspondían a botargas o mojigangas de enormes figuras que se ponían sobre el cuerpo casi completo del operador, muchas veces articuladas, viejas versiones barrocas de las que se han usado en publicidad callejera o carnavales más laicos de nuestro tiempo. Ambos casos, así como el "monstruo de siete cabezas" mencionado, son antecedentes del arte titiritero en Chile.

Ilustración de la Ciudad de Santiago de Chile por el cronista indígena peruano Felipe Guamán Poma de Ayala, hacia 1615, en su "Nueva Crónica y Buen Gobierno".

Detalle con el juego de cañas en las Fiestas en la Plaza Mayor de Madrid, en cuadro de Juan de la Corte, año 1623, hoy en el Museo de Historia de Madrid. También se jugaron cañas en la fiesta de Francisco Solano en Santiago de Chile.

Plano idealizado de Santiago en el siglo XVII, publicado en la "Histórica relación del Reino de Chile" de Alonso de Ovalle, año 1646.

Grabado en estampa base de madera reproduciendo trajes de mojigangas de gigantes y cabezas o "papa-huevos". Obra del peruano Manuel Atanasio Fuentes y publicada en 1866. Fuente imagen: exposición "Los aletazos del Murciélago", diario "El Comercio" de Lima (2016).

Escenas de tauromaquia en los grabados de Francisco de Goya, hacia el final de su vida. Las lidias de toros fueron parte de las celebraciones santiaguinas para Francisco Solano en 1633.

Volvemos al relato del cronista franciscano para la siguiente parte de las presentaciones de aquella concurrida jornada, con el paseo de las temporadas climáticas del año y las divinidades astrales del mundo clásico, mostrándose esplendorosas por las calles de Santiago y la Plaza de Armas:

Después de los elementos se siguieron los tiempos. La primavera iba como quien es, llevaba cuatro niños a los lados, coronados de flores, y esparciéndolas. El estío vistió amarillo, y se coronó de espigas. El otoño sacó vestidura naranjada, cuya guirnalda adornaban varias frutas. Acompañábanle cuatro niños ingeniosamente dispuestos. El invierno salió debajo de fieltro, con cuatro niños a sus lados que vistieron pellones, representando muy al vivo su papel.

A los planetas y tiempos siguió la compañía de los dioses de los cielos, mar e infierno, según los pintan las fábulas.

Dio principio la luna, vestida de blanco, y de la misma color el caballo en que iba.

El dios de las ciencias Mercurio, llevaba a su lado la diosa Minerva su hermana, ambos vestidos de rico terciopelo carmesí, y tela blanca con muchas joyas, y pedrería, y coronados de laureles, y sobre estos, borlas de todas ciencias y facultades, esfera en la mano, y Mercurio una trompa. Llevaba en la cabeza, y en los hombros alas y en su acompañamiento doctores con capirotes y borlas.

El Sol, presidente en el cuarto cielo, iba vestido de carmesí, todo cercado de rayos de oro; iba solo como Sol.

El quinto lugar tuvo Marte con su mujer Belona: aquel armado de punta en blanco, y esta ricamente enjoyada. Precedíales una compañía de gallardos soldados armados.

Plutón, dios del infierno, vestido de negro y colorado, con bomba encendida en la mano, ocupaba el sexto lugar.

Neptuno, el séptimo, con vestido azul, tridente en la mano, caballero en un delfín. Y Anfitrite su mujer, con galano ropaje sobre una ballena, le acompañaba. Llevaban por delante vistoso acompañamiento de veinte y cuatro ninfas con mantos de preciosas telas, guarnecidos de joyas y pedrería, con tocados de espumas, hechos en galana forma, con velillos de plata sembrados de varias joyas, y al último una sirena en caballo blanco, de la cintura arriba en forma de mujer, lo demás de pescado.

Júpiter ocupó el octavo lugar: adornábale armador y calza carmesí, de rica obra: rodeábanle el cuerpo vistosas rosas; coronábanle rayos de oro, que pendían también de un arpón que llevaba Juno su mujer, y hermana iba a su lado ricamente vestida, con una cuna en la mano. Era grande el acompañamiento que delante llevaban.

El perezoso Saturno, llevó la retaguardia, vestido de negro, corona en la cabeza y cetro en la mano, comiendo sus hijos. Ope, su mujer, procuraba impedírselo.

No terminó allí el extraordinario pasacalles por la capital, sin embargo, pues vino a continuación el turno de las representaciones alegóricas de los continentes del mundo conocido hasta entonces:

Siguiéronse después las cuatro partes del mundo. La África, ricamente aderezada, traía quitasol e incensario en las manos en señal de los frutos de aquellas tierras, y de los efectos que el Sol causa en ellas. El rey de Guinea salió propiamente vestido. Era morcillo el caballo en que iba, traía las insignias reales, cetro y corona y paje de guión.

A la África siguió la América, vestida al uso de la tierra con las armas y divisa de ella. El Inca vestido con propiedad.

La Asia fue en tercer lugar, rodeada de lo que abunda aquella provincia, cera y sedas, que representó en su traje rico y vistoso. El Turco vestido con mucha riqueza y gala. Sus armas las llevaba el paje de guión, con majestuoso acompañamiento de turcos.

Dio el complemento a esta máscara nuestra Europa, vestida muy galanamente, con estoque en la mano, a quien siguió un grave acompañamiento de grandes señores y caballeros de hábito, y del Tusón, que cortejaban a nuestro católico Rey don Felipe IV (que guarde Dios). Precedió a todos estos títulos el capitán de la Guardia, con que se dio fin a esta máscara.

Siguiose otra de varias, muchas y graciosas invenciones, que bastantemente movieron la pasión de la risa: no se refieren, porque fueron más para vistas que para narradas. Ocupaban ambas muchas cuadras, y así hubieron menester el gobierno de tres sargentos mayores, que repartidos en sus puestos la gobernaron a satisfacción del señor Presidente y Real Audiencia.

Los días que siguieron fueron para satisfacción popular con juegos varios, incluyendo lidias de toros y otros pasacalles festivos, además de juegos militares como las cañas (arrojarse cañas en una especie de coreografía deportiva, como si fueran lanzas) y parejas (exhibiciones perfectamente coordinadas de jinetes):

El viernes 9 de septiembre se corrieron toros. Hiciéronse por los caballeros (que entraron lucidamente a la plaza) como por los de a pie, extremadas suertes, y siendo muchos los toreadores, ninguno salió con detrimento, que la ferocidad de estos animales reconocía y respetaba la santidad, a cuyo honor se hacían estas fiestas. A la noche salió otra máscara con muchas invenciones y gastos, que hicieron los oficios.

Sábado diez de septiembre, ni fue de menos regocijo, ni faltaron primores en los caballeros en los toros que se corrieron. Este día fueron pocos por dar lugar a las cañas: para que hicieron seña cuatro clarines de las cuatro esquinas de la plaza, por ser cuatro las cuadrillas, cada una de doce caballeros (que harían con los padrinos en número cincuenta y dos) que se vieron a un mismo tiempo correr parejas por los cuatro lienzos de la plaza, tan uniformes, que parecía gobernaba un solo caballero ambos caballos. La bizarría de los caballos, lucimiento de vestidos, libreas costosas, supongo como pedían tan nobles personas.

Hechas sus entradas comenzaron a jugar con primor sus cañas, deseando cada uno dañar en competencia al contrario; puso las paces un toro, con que entró la noche.

La agenda del domingo siguiente volvió a cobrar enorme energía, continuando con una seguidilla de fiestas que ya parecía no tener conclusión. Fue el turno de las artes escénicas a través de las comedias, sin embargo, en otro paso importante para el desarrollo de la actividad teatral que antes estaba tan limitada a meros autos sacramentales y otras representaciones de tenor estrictamente religioso.

Vuelve a ser el cronista franciscano el puntilloso informante de aquella jornada dominical, que aún estaba lejos de ser el cierre de las celebraciones para Francisco Solano:

Domingo once de septiembre estaban prevenidos dos tablados, y vestidos los cuatro lienzos del palacio de riquísimas colgaduras: en el lienzo del oriente estaba vara y media en alto el teatro terraplenado, en que se habían de personar las comedias, no por comediantes, sino de los capitanes, sargentos mayores, caballeros de hábitos, licenciados y nobles del Reino, que presentó el señor Presidente, efecto de su gran devoción al esclarecido padre fray Francisco Solano, cuya bendita imagen estuvo este, como los demás días, allí debajo de un cielo de rico terciopelo verde y sobre dosel del mismo color. El retrato del Santo renovaba las memorias de su vida y muerte, y movía dulcemente a los que con atención ponían en él los ojos, a gozo, devoción y ternura del corazón.

En el lienzo del occidente estaba otro tablado, que cubrían riquísimas alcatifas turquesas, y pretendía competir con el techo de las altas paredes. Aquí tuvo su lugar el señor Presidente, el señor Obispo y la Real Audiencia. Seguíase el nobilísimo Cabildo secular. Al lado siniestro de este estaba otro tablado de la misma altitud, y en él la autoridad sagrada del Cabildo eclesiástico y clerecía, y gente ilustre de la ciudad; y en el diestro, otro con no menor aparato, que ocupaban las religiosas familias de las Órdenes. El vacío de abajo llenaba la numerosa gente de la ciudad y la de sus valles y lugares circunvecinos, que había concurrido a ver sus maravillas.

No habiendo reporte del cronista sobre lo sucedido durante el lunes 12, es presumible que fue día de descanso para los organizadores y el entusiasta público. No obstante, comprendiendo que ya entonces se instalaba en la parte más popular de la sociedad chilena el concepto del San Lunes, referido a continuar con las fiestas del domingo durante el día siguiente, es muy posible que la algazara y las fiestas se hayan extendido entre el pueblo santiaguino en instancias particulares, como chinganas y quintas primitivas.

El calendario de celebración, entonces, fue retomado formalmente el martes, con la conclusión del encuentro poético de certámenes que había abierto las fiestas, justamente:

Martes trece de septiembre, se pusieron todas las tarjas en los doseles del teatro; a muchas les faltó lugar con ser el de aquel de tantos espacios. Púsose un aparador cubierto de rica tela blanca, adonde se colocaron los premios en grabadas fuentes; y habiendo el día antes los ilustres jueces juntádose a hacer juicio, lo hicieron recto. Salió al teatro un secretario, y habiendo cantado una letra y orado una oración de maravilloso ingenio en loor del santo fray Francisco Solano, leyó una discretísima ficción poética. Introdujo a Apolo, que hacía juicio de las glosas; dio el repartirlas con donaire y placer, y en los tres certámenes fueron premiados los que más se adelantaron, cuyos nombres, glosas, canciones y sonetos, no caben en tan breve escritura, y por eso no se escriben aquí.

Repartidos los premios, se cantó una letra en gloria del Santo; y bajando del tablado el secretario, danzaron en él doce hombres adornados y con preciosos vestidos turquesas, un sarao, con que se dio fin a los regocijos a las ocho de la noche, hora oportuna para que se encendiesen los fuegos, que estaban prevenidos en la plaza, y los viesen todos los que al repartir los premios habían asistido, que fue el mismo concurso que el de las comedias: disparose un castillo y un árbol vestido de bombas y cohetes, que pareció intervenir en su artificio Plutón.

Todavía quedaba una última actividad, sin embargo, la que fue postergada para el martes 20 completándose, así, cerca de tres semanas con celebraciones para el nuevo patrono de Santiago y justo cuando tuvieron lugar algunas complicaciones en las campañas contra los indígenas rebeldes del sur, resueltas a favor de los hispanos:

No se pudieron continuar estas fiestas con dos comedias, de que los plateros se encargaron, por haber sido apresurados, y así se dilataron hasta el veinte de septiembre. Hízose en el tablado y teatro un jardín hermosísimo, donde se puso una fuente de plata, fundada en arquitectura: tenía basa, y columna, y tasa, con una columna compuesta de sobrepuestos. Sobre la tasa estaba una pirámide con cinco caras de agua, que la tasa recibía, todo de sobrepuestos y cincelado de valor inestimable.

El complemento de estas fiestas le dieron las buenas nuevas que luego vinieron a la ciudad, porque al tiempo y cuando se celebraban las glorias del Santo, treinta indios valentones de tierra de guerra, los más escogidos y soldados de grande opinión, vinieron muy encubiertos por unas montañas para dar en unas estancias junto a la ciudad de Chillán, en nuestras tierras, y quemarlas, y llevar la gente que pudiesen. Fueron sentidos de algunos soldados españoles que el gobernador tenía en cierto paraje, y errando con ellos pelearon matando nueve, y cautivando veinte que llevaron al gobernador en triunfo: solo se escapó uno mal herido que llevó la nueva a sus tierras. Juzgó (dice el gobernador en una carta que escribió a Lima al venerable padre fray Juan de la Concepción) ha sido este suceso por medio e intercesión del santo Solano, que aunque en la cantidad no era el mayor, en la calidad ha sido una gran suerte porque eran los mayores corsarios que tenían en tierra de guerra y los más formidables.

Finalmente, esta ilustre ciudad de Santiago, no solo se ha mostrado cabal descubriendo la fe que tiene con el apostólico padre Solano, pero se ha mostrado de manera celosa, que las repúblicas han hallado en su ejemplo la religión en su mayor vigor, desprendiendo a venerar al apostólico Padre, para asegurar con Dios su intercesión y patrocinio.

Finalmente, Córdova y Salinas reproduce una carta enviada por el cabildo en nombre de la ciudad de Santiago hasta el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Romana. En ella se expresaba el compromiso y deseo del Reino de Chile por la canonización de Francisco Solano, en texto firmado el 3 de enero de 1635 por 12 cabildantes, más la rúbrica del escribano Manuel de Toromazote y la verificación de otros tres escribanos públicos. Decía la elocuente misiva:

Santísimo Padre.

Ha sido Dios servido de dar a este nuevo mundo de las Indias Occidentales un sol hermoso que, con la luz de su santa vida y admirable doctrina, ha alumbrado, no solo a los españoles de estos reinos, sino también a los indios naturales de ellos, cultivándolos como a nuevas plantas en la viña de la Iglesia. Este es el venerable padre fray Francisco Solano, del Orden de S. Francisco, cuyas heroicas virtudes y gran santidad de vida, confirmada con innumerables milagros, que en vida y muerte ha obrado Dios por sus méritos e intercesión, ha causado tanta devoción, que con general aclamación todos le llaman y piden favor y su intercesión, como a santo y bienaventurado, eligiéndole por su patrón y amparo, no solo la ciudad de los Reyes del Perú, sino todo él y el reino de Tierrafirme, y a su imitación esta muy noble y leal ciudad de Santiago, como cabeza de este reino de Chile, le ha nombrado por su patrón para la guerra que tiene contra los indios rebeldes, para cuando V. Santidad fuere servido de beatificarle y canonizarle como a santo que está gozando de Dios: y le ha hecho muchas fiestas y regocijos de representaciones, juegos de cañas y otras, a que se ha acudido con general alegría, ocupándose muchos días en ellas, haciendo las demostraciones que la gran devoción que le tienen daba lugar. Esta ciudad humildemente suplica a V. Santidad se sirva consolar estos reinos con tan santa declaración, mandando con brevedad poner a este venerable y bienaventurado varón en el catálogo de los santos; cuya gracia cada día se aguarda, como confiamos de la gran piedad de V. Santidad, que guarde Dios muchos y felices años, para bien de su Iglesia, como la cristiandad ha menester.

Tras el estudio acucioso del caso de San Francisco Solano, el papa Clemente X lo beatificó el 20 de junio 1675. Ya en 1726, el papa Benedicto XIII lo canonizó en el día 27 de diciembre. Su festividad onomástica es el 14 de junio y, desde entonces, suele ser representado cargando la cruz mientras al evangeliza a los indígenas. También se lo muestra con frecuencia acompañado de un violín aludiendo a su condición de gran músico, fama que sirvió también para que fuera tomado por patrono a las artes folclóricas en Argentina.

Santiago de Chile sumó o veneró otros patronatos específicos en su historia, algunos formalmente adoptados además del apóstol que le diera el nombre, y otros más relacionados con el culto popular. Estaban así la colonial imagen de Nuestra Señora del Socorro, símbolo franciscano llegado con el propio Valdivia, y más abajo de su patronato figuró también Santa Rita de Casia invocada contra las crecidas coloniales del río Mapocho, o los niños santos Justo y Pastor, y San Saturnino como protector ante los sismos. En cierta forma, también San Francisco de Asís como presencia rectora de La Cañadilla, actual Alameda, y Santa Rosa de Lima quien aún vigila la Plaza de Armas desde lo alto de la propia Catedral. En el templo estuvieron durante muchos años, además, reliquias atribuidas a Santa Feliciana. También están las advocaciones marianas de tiempos republicanos, con la Virgen del Carmen como patrona de las armas patriotas, la Asunción que reina sobre la fachada de la catedral o la Inmaculada Concepción mirando la metrópolis desde la cumbre del San Cristóbal. Sin embargo, San Francisco Solano debe ser el "segundo patrono" que, además de las formalidades, tuvo una de las fiestas más espectaculares en su honor, con el detalle adicional de que se realizaron cuando aún no era canonizado.

Y, como la crónica de Córdova y Salinas fue una de las fuentes que difundieron la obra del santo justo durante todo aquel proceso de canonización, además de extender el conocimiento del personaje por el Nuevo Mundo y probablemente también en su natal España, podemos confiar en que una parte para la canonización la aportó la sociedad santiaguina a partir de 1633, con sus grandes celebraciones y la elección misma de San Francisco Solano como otro patrono del Reino de Chile. ♣

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