La mítica tía Carlina, hacia principios de la década del setenta, en una de las pocas fotografías que se ha conocido de ella. Fuente imagen: diario "Las Últimas Noticias".
Muchos recordarán aún la dirección de avenida Fermín Vivaceta 1224-1226, casi enfrente de calle Río Jachal, en la comuna de Independencia. Allí estuvo el quizá más célebre e importante centro de recreación de la época dorada de los lupanares chilenos: la mítica tasca y cahuín de la tía Carlina. En palabras sencillas (y honestas), fue el burdel y casa de burlesque más famoso de la historia popular del país, mencionado en numerosas canciones del folclore, obras literarias, teatrales y poemas. Doña Carlina, fundadora y regenta, también llegó a ser una leyenda, con popularidad que ha trascendido a su propia muerte y la desaparición de su célebre club devenido cabaret y centro permanente de eventos.
El polémico pero concurrido boliche, en realidad llamado El Bossanova y en algún período también Bossa Nova, albergó por casi 40 años a una de las ofertas de espectáculo y recreación más intensas y recordadas del Santiago clásico. Los testimonios señalaban que comenzó como burdel con disfraz de boîte pero, con el tiempo, los shows se convertirían en su impronta. Fue, además, el último vestigio importante de una tradición de remolienda y garitos en esos vecindarios presentes desde el siglo XIX, cuando la avenida Vivaceta, entonces llamada Camino de Las Hornillas, era un hervidero de chinganas, prostíbulos, casas de apuestas y también refugio de maleantes.
María Carlina Morales Padilla era una mujer de carácter enérgico, agresiva si la situación lo requería, ideal para las responsabilidades de una cabrona. Nació en 1910, en la localidad de Colchagua según unos, en San Fernando o en Idahue en Cachapoal, según otros. También hay fuentes indicando que su nacimiento fue anterior, a principios de siglo, y es que las nebulosas son parte de su mito. Su madre fue Dorila Padilla y su padre era Manuel Morales, policía consumido por el alcohol y que, según decía Carlina a su gente de confianza -cuando el trago la enfrentaba con las depresiones-, se había vuelto “sartén”, que en la jerga significaba salteador.
Carlina llegó a Santiago como parte del fenómeno de abundante migración desde los campos en aquellos años. Era muy joven y, al parecer, había quedado huérfana de su madre, siendo traída por una madrina o amiga de la familia. Sus escasas biografías señalan que comenzó a ganarse la vida vendiendo paltas y pan amasado en las calles, a la salida de la Catedral Metropolitana, la Iglesia de Santo Domingo y algunos teatros. Mas, tal como sucedía a muchas muchachas pobres en similar situación, por ofrecimientos espontáneos de dinero acabó involucrándose en la actividad de la prostitución, existiendo sospechas de que esto pudo ocurrir siendo aún adolescente. Era algo conocido el que gran parte de las prostitutas de las casitas de huifa fueran “huasitas” llegadas a Santiago, aunque en ciertos casos como el de Carlina, nada de ingenuas o inocentes, como iba a demostrarlo.
De acuerdo a la obra sobre su vida “Yo, Carlina X”, escrita en 1967 por Martín Huerta como biografía novelada y no autorizada, sus inicios directos en la actividad sexual habrían tenido lugar en un antiguo prostíbulo de calle Moneda 22, asumiendo por algún tiempo la administración al fallecer su regenta original, conocida como la Mamy. Al parecer, Huerta llegó a ser amigo de Carlina y de su criado (un chico adoptado que se encargaba de los quehaceres de la casa cuando no estaba abierta), lo que debería ponerlo en situación de testigo privilegiado. Sin embargo, por testimonios de antiguos bohemios y clientes de Carlina, entendemos también que no hay consenso sobre la exactitud de todo lo que expuso.
En otro aspecto, el periodista Toño Freire aseguró haber hallado fuentes que la colocaban a Carlina en Perú cuando muy joven, en plena cuestión diplomática con Chile por la posesión de Tacna y Arica. Lo plantea en un artículo de Sebastián Foncea en “La Cuarta” (“Tía Carlina: de la boite a una comedia musical”, 2015), señalando el presidente Alessandri Palma envió a vividores, prostitutas y gente de mala reputación hasta los territorios en disputa para intentar influir sobre la población peruana en el nunca realizado plebiscito que debía resolver la soberanía de las provincias. Una leyenda complementaria dice que ella hasta recibió un reconocimiento del gobierno por su actuación como agente, y a esto se refiere el periodista en una obra de teatro de su autoría: “La Carlina, heroína nacional”.
Tras haber pasado por oscuros lupanares por Estación Central, Carlina logró independizarse en los años treinta y puso su primera casita en el cercano sector de calle Maipú, famosa por su gran concentración de estos antros, como el burdel del Negro Carlos, la Jovita o la Ñaña. Hasta estos barrios iban a tocar cuequeros como Los Chileneros y los hermanos Lalo y Roberto Parra, a veces acompañados por Violeta e Hilda, además del Chute Guillermo y el Sordo Humberto, entre otros folcloristas que también amenizarán el futuro local de Vivaceta.
A muchos músicos y clientes regalones Carlina los dejaban quedarse pasando la borrachera en algunas de las habitaciones del local, además. Les enviaba a su cama unos tragos de chupilca para arreglar la caña al otro día, según recordó alguna vez Lalo Parra.
Aquella remota época en la vida de Carlina es poco conocida en nuestra época, pero algunos testimonios como el de Jorge Orellana Mora en “Una mirada hacia atrás”, permiten reconstruir detalles de la misma. Dice el autor, recordando los dos boliches principales en los que él y sus colegas gozaban de la noche santiaguina, Il Bosco en la Alameda y el de Carlina en calle Maipú, a los que llamaban “resumideros”:
El otro local estaba en la calle Maipú 50 B, regentado por doña Carlina, local al que nosotros llamábamos La Boite Caroline. Ahí llegaba el público pasadas las 4 de la mañana y los parroquianos permanecían bebiendo o bailando con putas viejas hasta que el sol se acercaba a su cénit. La orquesta era un pianista y un batería, que era el único homosexual de la casa. Remarco este hecho porque cuando la boite Caroline se trasladó a la calle Vivaceta, hubo un cambio notable: el personal del salón estaba compuesto solo por travestís.
Físicamente, Carlina lucía como una típica mujer de rasgos muy mestizos y ojos “achinados”, característica que llevaba a sus pocos amigos de confianza a colocarle apodos de insinuación oriental. Aunque siempre tuvo tendencia a la obesidad, ya en sus últimas décadas trabajando era muy gorda; se desplazaba con lentitud y dicen que cojeaba tras un infeliz accidente con fractura de cadera del que nunca se recuperó bien, aunque permaneció cumpliendo con las demandas de sus emprendimientos mientras pudo, por lo general atrincherada tras el mesón del bar.
La tía era reservada. Detestaba las deslealtades, a los intrusos y los sospechosos. Despreciaba también las fotografías, incluso las que ofrecían tomarle con algunos personajes importantes o connotados que aparecían por su local. También habría tenido una obsesión casi enfermiza por la limpieza, al menos en los mejores tiempos de trabajo. Aborrecía el lenguaje soez ajeno, pero si algo la ofuscaba, reventaba en palabras de grueso calibre y acciones agresivas, casi tiránicas, en otro de sus tantos rasgos contradictorios de vida.
La historia de cómo la cabrona llegaría a abrir El Bossanova, comenzó hacia fines de los cuarenta: quiso expandir sus negocios e hizo funcionar una fonda con bailables para las Fiestas Patrias, que se llenaba de folcloristas y cultores de otros estilos, como los que solían aterrizar en su local de calle Maipú. Calculaba que esto multiplicaría su popularidad y ganancias, llegando así la idea de establecer un burdel con presentaciones musicales y artísticas tipo boîte, para la fachada.
Tomada la decisión, entonces, Carlina abrió su histórico centro en una residencia de dos salones en Vivaceta, la que había sido ocupada antes por un casino social que ya había sido puesto a la venta a inicios de 1943. Era ya un local de remolienda propietado por Eduvina Bravo, el que operaba con fachada de hotel pero que, en septiembre de 1950, se vio involucrado en posible explotación de menores, siendo clausurado. Este inmueble era sencillo: de adobe, albañilería y fachada estilo art decó simple muy típico de esos barrios obreros. En él tocaría la riqueza del negocio casi desde el mismo día en que fue inaugurado.
Casas-burdeles de calle Maipú llegando a la Alameda de las Delicias, cerca del Primer Centenario. La tía Carlina tuvo sus inicios como cabrona en estos barrios.
Aviso de la venta del Casino Social de Vivaceta 1226, en donde se instaló la Carlina con su famoso cabaret y lupanar. Publicado en "La Nación" en febrero de 1943.
Quizá el peor momento judicial de la Tía Carlina sucedió en 1956, cuando fue denunciada, interrogada y procesada por supuesta prostitución de menores de edad, una de ellas de 15 años, alojada en su burdel. Sin embargo, la regenta fue declarada inocente de aquel juicio. Noticia publicada en "La Tercera de La Hora" del 25 de julio de ese año.
La antigua fachada del Bossanova en avenida Vivaceta, según la memoria "Localización y percepción espacial de la bohemia santiaguina. 1950-1970", de Pedro Antonio Pino Troncoso (original del canal Youtube "Cada día mejor", 2015).
Fotografía de clientes dentro del boliche de la Carlina, de Martín Huerta. Fuente imagen: Flickr de Regalatisgratis.
Una soberbia Carlina Morales Padilla, saliendo victoriosa de los tribunales, tras ganar el "gallito" en uno de los casos que más la complicaron en su vida al ser acusada de corromper una menor de edad en su prostíbulo. Imagen publicada por "La Tercera de la Hora" del 26 de julio de 1956.
Trabajadora infatigable, tras rebautizar al boliche en los cincuenta como El Bossanova -cuando llegó el novedoso estilo brasileño al país-, la Carlina trasnochaba a diario y dormía recién a la hora de almuerzo, en su cuarto lleno de muñecas antiguas y fotografías viejas. Pocas veces se dedicaba a la vida social allí o afuera, pues era corriente verla secando jarras, organizando presentaciones, sacando cuentas o encargándose de los quehaceres contables menores.
Entrevistada en un artículo de “La Nación” (“¡Adiós, chiquillas…!”, 2007), la autodenominada “amiga de la casa” que se identificó simplemente como “M” (la tía M, para quienes sepan adivinar quién era), comparaba a Carlina con Greta Garbo, asegurando que siempre se entendió que el local era un prostíbulo y que la clientela “llegaba en auto, era de buen nivel e iban a ver a los homosexuales”, agregando que era “hipocresía eso de meterse al lugar ignorando que las que bailaban eran niñas”. Empero, “M” también criticaba a la regenta, que al parecer no era muy generosa con el personal del establecimiento:
Era muy tacaña. Las hacía comprar ropa nueva, útiles de aseo y zapatos que ella misma les vendía. No las dejaba salir a la calle y descubrió que era mucho más barato mantener a un maricón que a una mujer, al contener lo mejor de dos mundos. Eran más leales, responsables y útiles.
A pesar de las observaciones de la testigo, hay quienes recordaban rasgos más positivos de la famosa cabrona, como el fallecido periodista y locutor Mario Gómez López. Si bien la definió como “una vieja mañosa” en el mismo artículo mencionado, agregaba que era solidaria y que en el barrio solía ayudar a algunos vecinos, costeando operaciones y remedios o colaborando con familias caídas en desgracia por incendios o fallecimiento de algún miembro.
Al precipitar la tarde y durante las noches, la actividad de El Bossanova se traslada a los cuartos: sexo remunerado, fantasías varias y hasta exhibiciones “en vivo” para algún voyerista que pagaba por el show privado. El local había comenzado con prostitución femenina tradicional como servicio, reclutando otras “huasitas” y mujeres de estratos humildes que la propia Carlina seleccionaba para dar trabajo y protección en el boliche. No obstante, su más eficaz estrategia fue traer brasileñas, panameñas y argentinas como las principales, a las que contactaba a través de amigos y conocidos cuando viajaban al extranjero, pagándoles los gastos de llegada a las muchachas y sus primeras semanas en el burdel vestido de boîte.
Pero sucedió que cuando Carlina intentó unir su local a una propiedad vecina, la autoridad municipal impidió la fusión por una restricción relativa a la patente de alcoholes con la que operaba, razón que la llevó a tomar decisiones radicales y mover algunos hilos entre sus muchos contactos. De este modo, valiéndose de esas misteriosas influencias -si confiamos en la información ofrecida por Huerta y otros contemporáneos- la astuta mujer logró que el inmueble vecino pudiera operar como motel parejero, completando así el cada vez más redituable negocio.
Esos buenos contactos también permitían a la regenta anticiparse a la autoridad, pues siempre parecía estar informada si se le venía encima una redada policial. Chiquillas y después homosexuales del club solían esconderse en un subterráneo del local o huir por ocultos pasadizos hacia casas vecinas, tan velozmente que ninguno de ellos estaba a la vista al momento en que pateaban las puertas a su “filarmónica” en nombre de la ley. Estas mismas influencias salvaron a la tía Carlina de sentir los duros efectos de la Ley de Estados Antisociales de 1954, además.
Sin embargo, su buena suerte casi la abandona en julio de 1956, cuando después de una inesperada redada en Vivaceta fue interrogada y llevada a tribunales por la presencia en el burdel de cuatro menores de edad, de según se anunció en las páginas policiales. "La Nación" hablaba del negocio como "un sórdido lugar de Vivaceta" que operaba engañosamente con patente de hotel y en donde se vendían a los clientes unos burdos licores falsificados que eran vendidos a lo concurrentes como whiskies importados. La policía decomisó todas las botellas de aquellas bebidas, además, tras comprobar en el laboratorio que estaban adulteradas.
El caso judicial por explotación y corrupción de menores se concentró en una de las internas: una joven de sólo 15 años que, según se supo, ya llevaba alojada allí cerca de un año. En el juicio, que llamó la atención de la prensa de entonces tras haber sido provisoriamente recluida en la Casa Correccional de Mujeres, Carlina logró imponer su defensa de que la niña no era prostituta, sino una criada, y al ser absuelta de cargos salió con mirada soberbia y desafiante ante la prensa, retratada en una imagen de los reporteros gráficos. Alegó que todo el entuerto era solo una venganza de la Policía de Investigaciones, además.
En honor a la verdad, sin embargo, gran parte de la delincuencia y la
criminalidad efectivamente ya estaba asociada a estos centros de recreación
sexual de la época, a pesar de las visitas ilustres y de la idealización que
pueda hacerse hoy de ellos. Fueron conocidos los movimientos de figuras del
hampa como el Rucio Bonito o el Cabro Eulalio, entre varios
cabecillas más del tráfico de droga y otros delitos. Armando Méndez Carrasco
retrató algo de esos escenarios. Sin embargo, Carlina sabía cuáles eran los
límites y siempre supo tomar los riesgos necesarios, evitando los que podían
condenarla al desastre.
De ese modo, Carlina podía jactarse ya de tener una de las mejores casas de remolienda del país, dejando atrás los duros calificativos de los medios de prensa. Su cabaret y a la vez prostíbulo ofrecía también algún espectáculo en vivo de gran interés general. Al principio, acudían hasta allá personajes de sectores modestos de los barrios del entorno, seguidos de empleados fiscales y privados que le van subiendo el pelo. Al rebautizarlo El Bossanova, comienza a ofrecerlo también como club con cuerpos de baile, músicos y jornadas de amanecida.
El hall y salón del boliche se acercaban a los 30 metros de largo por unos siete de ancho, acaso menos, habiendo ocasiones en que se hallaba repleto a más no poder, con gente viendo los shows de los bailarines apretujados en el pequeño escenario, o más bien dicho en la tarima de modestas proporciones. Los cuartos estaban más atrás, y parece que en algún momento se adicionaron otros en un segundo nivel, pues había una red de escaleras estrechas por el lado posterior y en diferentes sentidos. La sala principal era de baldosas rojizas y paredes color crema con grandes puntos de colores pintados en los revestimientos de las mismas, además de una sirena y una geisha que, según se cree, era la propia Carlina cuando joven, pues por sus rasgos le apodaban también la Japonesa. Los espejos y lámparas completaban en efecto íntimo y de pretensiones elegantes del establecimiento, distribuyendo por él las típicas mesas y sillas de restaurante popular, con grandes “guaguas” de vino o chicha (jarras de cinco litros). Los principales muebles fueron adquiridos la Casa Marticorena, según se recuerda.
Lalo Parra, convertido ya en músico habitual de aquel escenario, agregaba que todas las chiquillas del club contaban siempre una misma historia, según la cual estaban de novias con un oficial pero sus padres no aprobaban la relación ni las dejaban casarse, razón por la que se habían arrancado de casa. No teniendo más lugar al que llegar, se alojaban e integraban a la casa de la tía.
Empero, si bien la astuta cabrona ganaba grandes sumas con la maisonette, comenzó a advertir dificultades de hacer competir favorablemente su casita de remolienda, apartada de los principales centros de actividad bohemia santiaguina como Mapocho, San Camilo, San Diego, Los Callejones y barrio Diez de Julio. La decisión de reducir la oferta de chiquillas vino cuando muchas de ellas comenzaron a embarazarse, según decían viejos clientes del ambiente, y así tomó la osada opción de priorizar en su antro la presencia de transformistas y transexuales. Lo dirigiría a una clientela insatisfecha con las demás ofertas sexuales de la ciudad pero, por ser de estratos altos en gran parte (o al menos eso se rumoreaba), aparecía dispuesta a pagar mejor mientras el resto de los parroquianos se reía y se embriagaba en su salón.
A pesar del arriesgadísimo giro, Carlina se esforzó por incorporar buenos y concurridísimos espectáculos en vivo en la boîte, al tiempo que le servía de fachada a la actividad tanto o más lucrativa del mismo. Como la mayoría de las mujeres fueron desplazadas en aquellos cambios, el famoso músico de cumbias pícaras Hirohito (Eugenio León Hernández), quien con su conjunto también tocó allí en sus inicios, decía que solo se podían encontrar “minas con manilla” en aquel entonces.
Carlina no bajó cambios a sus exigencias y severidades, sin embargo: prohibió estrictamente a sus transformistas salir a la calle vestidos de mujer, razón por las que les tenía una despensa como un virtual minisupermercado dentro del club, para que se asomaran lo mínimo necesario afuera. También exigía delgadez, incluso racionando la comida si subían de peso, aunque ella no diese el ejemplo de ayuno. Suenan despiadadas estas prácticas en nuestros días, pero la verdad es que eran frecuentes en el ambiente de la prostitución y los cabarets de entonces.
Al parecer, hubo también algunos episodios divertidos en aquel período de “transición” del recurso humano del negocio: como había algunos clientes muy poco observadores, pasados de copas o simplemente mal enterados de las modificaciones del personal, muchos se dieron cuenta ya en los cuartos de entretención que la chiquilla que llevaron de la mano y besándole el cuello hasta los catres con marquesas de bronce, técnicamente no resultaba ser tal. Hubo peleas con escándalo, por lo mismo, obligando a la dueña a mejorar la seguridad del local. Es de suponer que el eterno portero del mismo, conocido como el Guatón Lucho, varias veces debió valerse de su obsesa y alta corpulencia para enfrentar a revoltosos y arrojarlos afuera. Además, la tía ostentaba una grande y rencorosa memoria para recordar clientes problemáticos y prohibirles de porvida la entrada a su santuario.
Algo que siempre se enfatizó de Carlina era que su descrito carácter fuerte y avasallador compensaba su pequeño tamaño, y por ahí también se cuchicheaba que guardaba un arma tras la barra, la que debió sacar en ciertas oportunidades. En alguna ocasión, además, uno o más rufianes agarraron a balazos la puerta de madera del acceso al local, que daba directo a su salón, vengando una prohibición de entrar. Por esto hizo colocar en su lugar un grueso portón metálico.
Carlina se vio alcanzada varias veces más -y en su propio entorno- por aquella vida violenta con la que convivían los prostíbulos. Uno de los peores casos fue el del extravagante rufián apodado el Zapatita Farfán quien, siendo pareja por conveniencia de la famosa Lechuguina del sector Diez de Julio en Santiago, dio muerte en forma artera y cobarde al llamado Perro Marín (Alfredo Marín Olate) en agosto de 1955, pistolero de los barrios de Recoleta e Independencia y otro personajillo del mundo del hampa pero buen amigo de la dueña de El Bossanova, incluso su posible amante según sospechaban algunos.
Aquel hecho sangriento vetó para siempre la entrada del proxeneta Farfán al burdel de la tía: le fue prohibido volver a aparecerse allí (desconocemos bajo qué advertencias), además de minar para siempre la amistad que había entre ella y la Lechuguina. El karma lo castigó, sin embargo: Farfán murió antes que su también famosa pareja cabrona, a pesar de ser menor que ella y haber pasado años al acecho de poder heredar sus riquezas, como lo confesó varias veces con el descaro del alcohol o los estimulantes en la sangre.
A pesar de todo, El Bossanova resistió las adversidades sociales y siguió ofreciendo sus espectáculos en vivo, tan importante y con tanta convocatoria que comenzó a dejar atrás su más oscuro pasado como burdel, casi como una esperanza de redención, aunque jamás lo abandonara su fama. Carlina continuó amasando fortuna en esos años, por supuesto, mientras su club brillaba en espectáculos.
No pocos pretendieron a la arisca mujer, solo por la ambición en muchos casos. Fue así hasta que se casó en 1955, con un ciudadano de supuesto origen vasco, quien la acompañó hasta el final de sus días. El cuequero Nano Núñez recordaba que tuvo muchos novios y parejas, hasta que una sobrina le “levantó” uno de sus queridos, desatando su furia. De acuerdo al folclorista, además, el padre de Carlina regresó una vez a su vida, ya adulta y con El Bossanova en su clímax de popularidad, obligándola a enfrentar los demonios de sus traumas. Generosamente, sin embargo, le compró una casa en Estación Central para que viviera su vejez.
Casa donde funcionó el burdel de la tía Carlina en Vivaceta, poco antes de su demolición (fuente imagen: "Revista El Guachaca").
Una de las imágenes de la prostitución homosexual en el Bossanova (transformista Evelyn, en la imagen) tomadas en 1987 para el trabajo "La manzana de Adán", ya en el período de total decadencia y ocaso del boliche de la tía Carlina, y cuando esta se había retirado de los quehaceres del mismo. Se observa el salón con los muros de puntos.
Lugar que ocupaba la cercana casa de remolienda de Las Palmeras, así llamada por dos palmas que estaba en su exterior y en la que se colocaban las chiquillas a esperar y seducir clientes. Estaba a solo unos metros de El Bossanova. Imagen: "Revista El Guachaca", 2005.
El Blue Ballet, fotografiado en algún escenario ya fuera del pequeño local de Vivaceta, en donde comenzaron. Fuente imagen: diario "Las Últimas Noticias".
Interior del salón de El Bossanova, ya esperando su demolición. Fuente imagen: Flickr de Pedro Espina, Santiago Nostálgico.
Interior del salón de El Bossanova, ya esperando su demolición. Sector de la barra, en ruinas. Esta imagen no nos pertenece y nos fue proporcionada por particulares. Desconocemos la fuente, en consecuencia.
Candy Dubois, una de las estrellas del espectáculo en El Bossanova e integrante del Blue Ballet, en su camerino. Forjó su propia leyenda tras romper con la tía Carlina. Fuente imagen: blog Corpus Transtrave.
Los clientes de la etapa debut de El Bossanova, muy modestos, siguieron fieles al boliche a pesar de los cambios: trabajadores veguinos, músicos callejeros, apostadores del Hipódromo, choferes de micros, taxistas, algunos rufianes y representantes de la fauna de los bajos fondos. Sin embargo, varios personajes del espectáculo bohemio chileno habían empezado sus primeros contactos con el público en el salón del local, hasta que empiezan a llegar también funcionarios, abogados y algunas agrupaciones políticas, que suben el promedio del perfil de la clientela. Algo había cambiado al comenzar a priorizarse su actividad como centro de espectáculos y la leyenda cuenta que, ya en su mejor época, asistían a la boîte importantes políticos, parlamentarios, jueces y autoridades, para contemplar los variados números bebiendo vino navegado o borgoñas.
Artistas de la talla del actor Rafael Frontaura se sentaron en esas mesas, y probablemente lo haya hecho también el escritor Luis Cornejo, como bohemio residente de Vivaceta. Hay quienes aseguran que la comediante Anita Desideria González fue otra de las estrellas que se aparecieron por el local. El club se convertía, así, en un centro social de relevancia y un espacio artístico de renombre internacional, conviviendo con sus sombras y pasado. En los diarios se publicitaba con calugas invitando a “La boite que nunca pasa de moda”, mientras la tía acumulaba infinidad de nombres de importantísimas personalidades y hombres públicos entre sus clientes, reunidos en una libreta de tapas negras a la que recurría cada vez que necesitaba cobrar favores en pro del normal funcionamiento de su negocio.
El mismo esmero se veía en la cartelera de espectáculos: las clases de baile eran obligatorias para todos los postulantes al equipo de camareras o de danza, y un elenco joven presentaba sus cuadros artísticos algunos días de la semana. Hasta consagrados cantantes internacionales como Raphael, Salvatore Adamo y Sandro habrían llegado a El Bossanova durante la época más luminosa del mismo y pasando allá durante sus visitas al país, según se ha escrito.
Era tal la importancia de la clientela VIP, que la tía debió construir otras habitaciones especiales y más aisladas para alojar allí a prestigiosos artistas, diplomáticos, banqueros y deportistas que llegaban para tomarse verdaderas minivacaciones en el lugar, a veces desde el extranjero y solicitando los servicios de alguna de las féminas más deseadas y caras en su época de casita de huifa. Se decía que incluso hubo sacerdotes en la lista de clientes, y que quienes necesitaban privacidad extrema entraban por una puerta lateral más pequeña, para que no fuesen vistos por el resto de la clientela. Incluso, se ha recordado que uno de los asesores del futuro presidente Salvador Allende fue de confianza de la cabrona, y que su rol como abogado de la tía habría precipitado su abrupta bajada como postulante al cargo de Ministro de Justicia, un día antes del que debía asumir.
El periodista Alberto Gato Gamboa, entrevistado por Claudio Espinosa para el periódico “El Guachaca” (“Cuando las putitas tenían casa”, 2005), decía que como el lugar no era caro “todos los bolsillos podían disfrutar de sus noches, desde políticos e hípicos hasta deportistas”, agregando que había allí “unas poncheras que contenían cinco litros de vinito arreglado; la verdad es que era a gusto del consumidor, si lo quería más concentrado, más cargadito, se lo servían así”.
Sin embargo, Carlina había comprendido también que, por popular que fuese el ambiente, debía subir su propio estatus, y comenzó a presentarse en su local vestida elegantemente en cada jornada, con abrigos de piel y enjoyada. Llegaba con casi una fanfarria en su ingreso, recibiendo aplausos y saludos de la clientela. Atrás había quedado la época en que llegaba con el delantal de cocina puesto o cargando paños para secar.
No sabemos cuánto de impulsora habrá sido la tía Carlina en el auge de la prostitución que experimentaba ese sector particular de cuadras de Vivaceta. Lo cierto es que, además de muchas chiquillas que pululaban por la calle buscando clientes en los mismos tiempos de El Bossanova, en el número 1442 de la avenida estaba la cercana Casa de las Palmeras, reconocible porque tenía un par de altas palmas afuera en donde las “niñas” se paraban en las noches coquetamente e intentando tentar clientes.
Se rumoreaba también que Carlina tenía otros negocios tipo cabarets, moteles y lenocinios más pequeños, pero que el de Vivaceta era su cuartel del día a día y noche a noche. Incluso incursionó en caballos de carreras por algún tiempo, siendo premiado uno llamado Filibustero, al que quiso mucho conservando retratos del animal con ella. También era una buena cuequera en cierta época, participando de grupos de canto.
Posteriormente, hacia fines de marzo de 1959, la madame se vio envuelta en otro entuerto policial, luego de que el cuartel de Investigaciones recibiera una llamada en horas de trasnoche, hecha por un nervioso cliente de doña Carlina, alertando a los agentes sobre la presencia de un fallecido a causa de unos disparos allí sucedidos durante una refriega, esa madrugada del lunes 25. El incidente había sucedido tras encontrarse en el club un grupo de míticos guapos del hampa chilena al local, según el diario "La Nación" del día siguiente, entre los que destacaban el Cojo Carlos (Carlos Rojas Ponce), el Cojo Trincado (Darío Trincado Sánchez y el conocido Cabro Carrera (Mario Silva Leiva), con sus propias rivalidades.
Sin embargo, al llegar la policía hasta la boîte "sólo encontraron la profesional sonrisa de Carlina Morales Padilla y un bombo cuyos parches (cueros) habían sido traspasados por un proyectil de revólver de regular calibre". Mientras era interrogada por la Brigada Móvil de Investigaciones, apareció un señor de la casa de apellido Chacón, quien aseguró haberse desmayado en el momento de los disparos de revólveres que pasaron rozándolo, por lo que el testigo creyó que había caído muerto. El pobre e inocente instrumento musical ahora perforado, entonces, había sido el único herido de aquella noche, en el incidente que se llamó jocosamente como el "asesinato del bombo".
Con algunos altos y bajos, ciertas restricciones provocaron períodos de persecución a la actividad y barrios rojos completos fueron intervenidos, en algunas ocasiones. Durante la primera mitad de los años sesenta, además, muchos de los más famosos e históricos prostíbulos de Santiago ya habían desaparecido. Aunque se enfatiza en varias fuentes la caída de El Bossanova por la censura militar a la vida nocturna durante la década siguiente, la verdad es que, para los testigos de la época, el golpe de muerte al local fue la partida y ruptura de Carlina con el elenco de artistas transformistas que fundaron el famoso Blue Ballet, compañía que dejó el local para partir a hacer concurridos shows de la mano del empresario de espectáculos Tino Ortiz, famoso por su mítico club Manhattan en Arica.
El espectáculo artístico habría sido el principal atractivo del negocio en esos años, y la tía no halló forma de sustituirlo cuando sus niñas desertaron quedó a la deriva, menos con de las restricciones a la recreación bohemia en los setenta, que liquidaron gran parte de la actividad. Desde ese momento, además, la regenta ya no tenía sus contactos e influencias entre autoridades y políticos.
Jamás -el de los nunca jamases- perdonaría Carlina lo que consideró una artera traición de su gente con aquella salida del elenco desde su boîte. Gran parte del resto de su vida laboral la gastó despotricando en duros términos contra el grupo renunciado, e incluso, tuvo un fuerte encontrón con el hijo de Ortiz, un año después de la fuga y cuando este fue de visita a su club: la tía lo confundió con su padre, acusándolo de robarle a las coristas y disponiéndose a corretearlo de allí.
Hubo medidas bastante duras que se tomaron en aquella década, involucrando clausuras abruptas de locales y la demolición de las viejas casas de huifa que habían sobrevivido hasta entonces a la picota. Por esta última razón, se habían acabado también varios de los últimos clásicos burdeles que quedaban en barrios como Los Callejones y San Camilo, estos últimos también desplazados por la prostitución homosexual. El proceso era irreversible, a esas alturas.
Sin embargo, parece haber existido cierto grado de tolerancia del régimen militar para con el club de Vivaceta tras el mismo alzamiento golpista de 1973, aunque con un par de allanamientos al boliche. Al menos fue al principio, porque de todos modos y, según se contó entonces, por influencia de algunos de los muchos enemigos que tenía la tía Carlina en el ambiente nocturno, El Bossanova acabó siendo clausurado de todos modos. A pesar de esto, de alguna forma se las arregló para seguir trabajando en forma clandestina, esta vez con el negocio dirigido por personas de su confianza.
A la sazón, no quedaba ninguna chiquilla mujer trabajando en allí: sólo los transformistas, en denigrantes condiciones y con muy pocas o nulas posibilidades de ofrecer los auténticos cuadros artísticos del pasado. En la desesperación por salvar al negocio, además, se había contratado ya sin selectividad al nuevo personal sólo para servicios sexuales y performances de coristas. Ya no existía esa vieja clientela, reducida ahora a meros buscadores prostitución de transformistas que ya tenían sus propios barrios conquistados en otras tenebrosas y distantes cuadras lejanas del Gran Santiago, casi marginales en muchos casos. Lo que alguna vez fue El Bossanova, entonces, acabó convertido en un boliche inmundo y penoso, condenado a morir de un momento a otro.
Muchos aseguran que la regenta se retiró de allá ese mismo año de 1973 o el siguiente, delegado todas las responsabilidades. Había dejado la boîte en manos de un tal Perico, cafiche quien ya había sido asistente o lugarteniente de la comadrona de la bohemia en otros tiempos. Ajena al antro de Vivaceta, entonces, este será un período sombrío de su biografía y lleno de leyendas, con relatos orales que la colocan en diferentes puntos geográficos. Mientras secaba sus lágrimas y mordía las rabias, además, le llegaban noticias del Blue Ballet cosechando éxitos con Ortiz en Europa, por lo que su amargura debió ser grande.
Comprendiendo que Carlina ya no tenía más que hacer en Chile, salvo dilapidar una vida de recursos reunidos, el incorregible Enrique Lafourcade redactó, en marzo de 1980, un satírico artículo que figura entre los de la obra "El escriba sentado", publicado durante el año siguiente. Titulado "Carlina's Club", se hizo cargo allí de una noticia con más rasgos de rumor que se habría conocido en aquellos años sobre la antes llamada Reina de la Noche Santiaguina, cada vez menos visible en su patria. Carlina aparecía allí ejecutando un plan totalmente ambicioso y casi descabellado con su marido Aliro, merced a su tenacidad avasallante: abriría un club propio ya no en suelo chileno, sino en la mismísima París, la ciudad sede del espectáculo moderno y de las luces de candilejas. Decía al respecto, el autor de "Palomita blanca":
El "Carlina's Club" que, a toda prisa, se construye en la Ciudad Luz, aprovechando la infraestructura de un bar venido a menos, en el elegante barrio de Neuilly, construirá una cabeza de playa o punta de lanza del estilo que hoy se estila en asuntos de diversiones. Carlina en persona supervigila la marcha de la obra, acompañada como siempre de su nuevo marido, el dinámico y activo joven que, veinticinco años menor que ella, sin miedo a la experiencia que se acumula en esta divinidad nocturna, la ha desposado.
Si bien la comuna francesa de Neuilly-sur-Seine es parte del área metropolitana de París, en la orilla del río Sena, forma parte del departamento de Altos de Sena y la Región de Isla de Francia. Localidad bohemia e histórica, cuna de nacimiento de artistas como la escultora y pintora Niki de Saint Phalle, y lugar de muerte de otros como la actriz Bette Davis, parte de la famosa prostitución de París encontraba acá algunas expresiones más refinadas y de alta sociedad, al igual que el espectáculo nocturno. Curiosamente, en el "Bulletin officiel des annonces civiles et commerciales" de Francia, en junio de 1979, aparece tramitada desde el 13 de mayo de 1976 una patente para la apertura de una discoteca y club nocturno llamado Carlina's Club. Puede que la broma narrativa de Lafourcade tenga dosis de realidad, después de todo.
Otra vista del salón, hacia el pequeño escenario, ya en las ceremonias de despedida del antiguo burdel y cabaret. Fuente imagen: Flickr de Regalatisgratis.
La "Japonesa" o la "Geisha" del local ya en ruinas de la Carlina, pintada en uno de los paneles de las paredes. Se decía que estaba inspirada en una imagen de la propia Carlina cuando joven, ya que algunos le identificaban rasgos orientales. Fuente imagen: Flickr de Regalatisgratis.
Últimos días de la excasita de la tía Carlina, en Vivaceta, año 2007. Fuente imagen: Flickr de Genevieve Lara.
Folcloristas despidiéndose del boliche de la tía Carlina en sus últimos días permaneciendo en pie, septiembre de 2007. Al pandero está el querido cuequero Luis Castro González, fallecido a fines de enero de 2022. Fuente imagen: Flickr de Regalatisgratis.
Vista actual del lugar en donde estaba el Bossanova, ya desaparecido el inmueble y reemplazado por este taller automotor (de fachada azul).
Vista de la misma cuadra y del lugar en donde estaba el inmueble del viejo burdel y cabaret, al lado de la fachada de color verde que alcanza a observarse.
Y a menos de una cuadra del lugar que perteneció a El Bossanova, en el sitio donde estaba el burdel de Las Palmeras, hoy se encuentra el galpón de esta ferretería.
En su casi incontrolable sorna, el escritor asegura también que ya estaban enterados en Francia de la llegada de Carlina y algunos reporteros esperaban a la pareja en el Aeropuerto Charles de Gaulle, hasta donde habrían llegado desde Río de Janeiro a bordo de un Concorde, la novedad de la aeronavegación en esos años. En la imaginativa jocosidad del autor, una sofisticada revista imaginaria titulada "Custiones" (parodiando a la revista ”Cosas”, muy dedicada a las celebridades) fue la encargada de las relaciones públicas para el nuevo club, así como de organizar el cóctel de presentación en un elegante hotel. Echando mano a los típicos clichés del lenguaje periodístico de entonces, describe así lo sucedido en aquella supuesta inauguración:
Carlina supo sortear todas las preguntas. Vestida con un "imprimé" de seda color mostaza, con su pelo rojo al viento, dijo lo justo. Ni más ni menos. Demostrando su cultura, y tacto femenino:
-¿Cuánto costará la cuota de incorporación?
-Seis mil francos. ¡Nuevos!
-¿Usted cree que los parisienses podrán pagar esta suma?
-En todas partes hay gente sofisticada... Vamos a seleccionar a las personas, para los 1.500 socios del Club sean "la creme de la creme".
-¿Usted cree que va a convencer a 1.500 parisienses de pagar seis mil francos nuevos, sólo por incorporarse al "Carlina's Club"?
Aquí Carlina "golpea" al periodista de París Match (para regocijo de la directora de "Custiones") informándole:
-Ya hay mil inscritos.
-¿Y qué va a ofrecer este Club?
-Como todos los "Carlina's", será un lugar elegante, donde sólo se junte el "beau-monde", el "Concorde-set", la gente de bien... Donde se puedan ver, tomando un coctel, a grandes figuras del cine, la política, las finanzas... Tendremos un excelente restaurant con "cuisine chiliènne" para los paladares más refinados y otro con "cocina nacional".
-¿Y en materia de espectáculos?
-Nuestra organización tiene contratados grandes artistas... Es enteramente posible que cualquier semana, en el "Carlina's" de Neuilly, pueda escucharse, por ejemplo, a cantantes de la categoría de Carlos Caszely u otros...
Carlina sortea las preguntas que puedan comprometerla, como esa del periodista de Le Canard Enchainé sobre si "se puede pagar la cuota de inscripción con diamantes" y otras similares... Y no falta por cierto ese que la interroga sobre la revolución cubana... Ella no sabe nada; ella explica que sólo vive de noche, que vive prácticamente a bordeo del Concorde con el Aliro, que por radio y teléfono maneja su imperio, que comenzó de la nada, etc.
Lafourcade no se detenía en sus mofas, sin embargo: aseguraba que el Carlina's Club tenía un concepto anglosajón, de esos para ir "a leer The Time, a bostezar y a ignorarse unos a otros", seleccionando sólo "a profesionales y empresarios que hayan triunfado en la vida". Afirma también que los obreros estaban reconstruyendo el bristó "con una cúpula plateada, con paredes de cristal 'luna', pisos de mullidas alfombras rojas", acrílicas, incombustibles, espejos y pulidos aluminios por todas partes". Agregaba sin renuncia a su tono burlón que "Carlina -siempre respetuosa de la tradición- no ha abandonado el 'piano' en el medio del gran salón de poltronas boutoné, de terciopelos burdeos", volviendo al tema de los orígenes de la cabrona:
No podemos menos que alegrarnos con esta iniciativa. "Carlina's", una entidad nacida en Chile, con olor a empanadas y vino tinto, conquista hoy París, disputándose los elegantes a "Studio 54" de New York y a "Jackie O" de Roma. "Carlina's" ya está haciendo célebre "La Grand Coupe" ("Poncheras") llena de "Euro-vin" ("Arreglao"). Para una chica que empezó en Vivaceta...
Mucho se especula sobre las intenciones de esta organización. Una "maffia" selectiva, dicen algunos. Y no faltan los que -en las conferencias de prensa- lanzan a la palestra la palabra prostitución.
Fue lanzada en reciente conferencia ofrecida por Carlina en París. Una vez más, la reina de la alegría santiaguina -y hoy reina de todas las alegrías nocturnas del mundo- con un imperio del que, arrogantemente, puede afirmar que en él "no se pone la noche"- nos sorprende con su erudita frivolidad.
"¿Prostitución? Esa es una palabra que viene del latín, "prostos", y que quiere decir 'sobresalir o resaltar'"...
Como puede advertirse, el escritor no apunta dardos sólo a la caída del ambiente de los antiguos prostíbulos y night clubs en aquellos años y que son aludidos en la ficticia descripción del Carlina's; tampoco salpicaba solamente al currículum de la célebre regenta, quien en sus últimos años de actividad en el rubro se había tratado de imbuir en los protocolos y la etiqueta europea. En efecto, Lafourcade también las emprende, indirectamente, al surgimiento de agencias y centros adultos con pretensiones más refinadas o de alta sociedad, ostentando modos y exhibiendo formalidades que eran imitadas también por sus clientes, como toda una aspiración de identidad, estatus o pertenencia. Fue el caso, por ejemplo, del elegante club Telephone que existió en calle Moneda cerca de Bandera, a sólo pasos del palacio presidencial, creación del empresario nocturno don José Padrino Aravena. Este modelo, que reemplazaba a los viejos boliches como el de Carlina, se ha repetido en clubes muy posteriores, ya más lejanos a los desgarradores temores de las debacles económicas de entonces y que amenazaban a todos con arrojarlos de vuelta a la pobreza.
Dichas formas y estéticas aspiracionales, desplegadas en el ocaso de
la clásica bohemia y de las noches de plata de Santiago, en cierta forma
correspondían a otras de las muchas argucias inventadas por la sociedad chilena
de entonces, intentando sortear la decadencia de los modelos y mareos por
vaivenes económicos arrastrados desde la década anterior, con un terror
incontrolable a la ruina y al regreso a estado menesterosos de la existencia o
el desarrollo material... Autoengaños que iban a recibir un duro castigo sólo
dos años después, por cierto, con la funesta Recesión Mundial. Lafoucade quizá
intuía algo de esto al redactar su sátira, diríamos.
Lejos de más proyectos para recuperar e internacionalizar su reinado, entonces, la verdadera Carlina acabó sus días más sumida aún en la oscuridad y ausencia pública. Pasaba su vejez y padecimientos en una casa de Las Condes, aún acompañada por su pareja, y se cuenta que cuando alguien intentaba abordarla o la reconocía llegando a su residencia, ella se excusaba asegurando que era empleada doméstica, como señala Roberto Merino en “Todo Santiago: crónicas de la ciudad”.
Ya durante el período de censura y decadencia absoluta del club de Vivaceta, en 1987, la periodista Claudia Donoso y la fotógrafa Paz Errázuriz realizaron los registros documentales que publicaron en el trabajo “La manzana de Adán”, en donde se ven los últimos transformistas del boliche, posando y maquillándose en algunas de las salas o habitaciones roñosas del local que operaba entonces de manera muy encubierta, en sus días finales. Se retratará y entrevistará allí a Evelyn, Macarena, Maribel y Pilar, ya en un ambiente de patético ocaso y sin muchos escrúpulos para recibir a la clientela.
Para entonces, el comediante Ernesto Belloni había hecho debutar el café concert “Los años dorados de la tía Carlina”, además de su grotesco personaje de humor Che Copete, que en el argumento de la obra humorística llegaba hasta la casa de tía Carlina como presentador del show y fingiendo ser un connotado animador argentino. Era la época en que Chile veía con más admiración que hoy la escena artística platense, se entiende. El show de Belloni fue presentado por primera vez el 4 de julio de 1984 en el Queen Pub, logrando rápidamente el éxito en los años que siguieron y en los que se fue refinando e itinerando.
A mayor abundamiento, el comediante concibió aquella obra tras dejar su empleo en la compañía Chiletabacos e idear un espectáculo inspirado en el negocio de Carlina: se le ocurrió al oír comentarios de su propia madre sobre El Bossanova, aunque le resultó imposible entrevistarse con la famosa cabrona y también fue echado con agresiones de la casa de Vivaceta, al intentar hacer una visita. Para entonces, pues, la ex tía Carlina ya estaba sumida en el descrito silencio completo, tanto así que Belloni debió recurrir a Candy Dubois, quien fue parte del elenco del boliche y luego del Blue Ballet, como fuente de información.
La obra “Los años dorados de la tía Carlina” duró más de dos décadas en cartelera y tuvo dos versiones en videos humorísticos. Si bien no guardaba mucha relación histórica con la verdadera tía Carlina y su club (algo que siempre criticaron sus ex clientes), no se puede negar que fue un abono a la perpetuación del recuerdo de la misma cuando ya había desaparecido de operaciones el cuartel de Vivaceta. Fue tal el éxito del café concert que, en épocas posteriores, el comediante comenzó a reponerlo con una nueva versión.
La alguna vez reverenciada y respetada patrona Carlina Morales Padilla, en tanto, continuó viviendo su vejez y retiro sólo con su pareja, en una casa de Las Condes. Muchos la creían muerta en esos momentos, de hecho. Falleció casi sola en la Clínica Victoria Rousseau de Providencia, en los primeros días del año 1992: una falla renal apagó su vida, ya bastante deteriorada para entonces.
La noticia de su muerte fue apenas conocida por algunos quienes no la olvidaban, y los medios la trataron más bien como una curiosidad. Despedida por su viudo, el funeral de la legendaria mujer estuvo prácticamente vacío. Fue sepultada en el Patio 78 del Cementerio General, en una cripta que se reconoce perteneciente a los Azcarategui Morales.
Tras años de abandono y deterioro, la antigua casa de Vivaceta en donde estuvo El Bossanova había pasado a manos de una sociedad. Durante el año 2007 se anunció la inminente demolición del inmueble y el que era su vecino. Salvo por el salón en ruinas, poco quedaba del sitio fuera de la fachada, por lo que los intentos de frenar la destrucción interior parecían condenados al fracaso; casi quiméricos. El día viernes 14 de septiembre de ese año se organizó un acto de “despedida” de la casa, con varios nostálgicos presentes, cuecas tocadas y bailadas más un rito de cierre de la comunidad guachaca. Fue el penoso final de la época de la tía Carlina y su boîte, quedando sólo sus mitos.
En el lugar que ocupaba el inmueble y quedando de él solamente parte de los cimientos, hoy está un taller de mecánica automotriz, habitado también por los fantasmas de una de las leyendas más sorprendentes de la historia de las noches de un Santiago del recuerdo. ♣
Comentarios
Publicar un comentario