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LA HERENCIA DEL SINIESTRO DR. MORTIS

No es fácil tratar de hablar en forma breve y objetiva de un clásico del cómic chileno tan querido como “El Siniestro Dr. Mortis”, revista que comenzó a ser editada tímidamente en el Santiago en los años sesenta y acabó convertida en una serie de culto. Nacida desde imprentas de una de las más recordadas casas editoriales, se convertiría así en un icono histórico de historietas y relatos de terror en suelo hispanoamericano.

Básicamente hablando, “Dr. Mortis” fue una suerte de “Weird Tales” en versión criolla: no en vano, coleccionistas y conocedores de estas materias, como el comentarista y músico rock Rodrigo Pera Cuadra, se ha referido a ella como “la mejor revista chilena de historietas”, dedicándole incluso una de sus canciones en su banda rock Dorso. Ha sido revalorada en generaciones nuevas, además, esas que nunca alcanzaron a verla en venta en algún kiosco, hemeroteca o mesita de centro, en su época. También hubo una republicación de capítulos de la misma durante el año 2011, que incluyó revista y audios de su radioteatro en formato CD.

La obra fue capaz de expandir creativamente los elementos de la época romántica del género terror, invitando a los lectores a enfrentar una saga de aventuras en donde nada faltaba: vampiros, mansiones siniestras, calaveras, zombies, ruinas encantadas, asesinatos, ectoplasmas, espantos extraterrenales, brujería, hombres lobos, gnomos, momias, fantasmas cadavéricos, engendros de laboratorios tipo Dr. Frankenstein, alienígenas, conspiraciones diabólicas, monstruos indescriptibles y bestias batracias de otras dimensiones dignas de la fauna extraterrestre de H. G. Wells o de John W. Campbell.

Ningún ser de pesadillas parecía ausente en la publicación: pasearon holgadamente en los poco más de diez años que duró y los casi 40 que existió el radioteatro-terror homónimo que diera origen a la revista, y que fuera, además, el primero y más importante de de las radios del país, en su momento. “Dr. Mortis” tuvo el mérito, entonces, de expandirse a varias otras áreas de representación y canales, incluidos el teatro y la literatura.

El terror era un género poco explotado en Chile si se lo comparaba con el fervor y consumo de otras corrientes. Estuvo en esa languidez hasta más cerca de nuestra época, período en que también ha sido llevado al cine nacional por directores a veces inexpertos o caprichosos que solo terminaron poniéndolo en caricatura. Sin embargo, está presente en la literatura chilena desde hace mucho tiempo: podría decirse que inicia con José Victorino Lastarria y su relato sobre la Cueva del Chivato contenido en el libro “Don Guillermo”, de 1842, aunque hay en él un grado de alegorización de las cuestiones políticas a través de las descripciones fantásticas.

Más directamente afines al género terror chileno serán los trabajos de Ramón Pacheco, el autor de "La monja endemoniada", "Revelaciones de ultratumba" y "El subterráneo de los jesuitas". También están varios de los cuentos de “Sub Sole” de Baldomero Lillo; incluso casos más formales como “El Socio” de Jenaro Prieto, por su ambiente angustiante de tensión y suspenso. Se pueden aproximar a esta matriz, después, los climas generados en relatos de criminología publicados a mediados de siglo, especialmente en algunas revistas sensacionalistas. Coincide que las primeras tiras y revistas de cómics dedicadas a este género aparecen por esos años: una de estas pioneras fue un folleto de la revista “OKey”, publicada por Zig-Zag en 1949, y que se basaba en clásicos literarios internacionales del terror como “El Fantasma de la Ópera”.

Sin embargo, a partir de 1966, esa misma casa editorial de Santiago comenzó a publicar la revista que sería un símbolo de los relatos de terror en el habla hispana: “El Siniestro Dr. Mortis”, justamente, cuyo trabajo de arte había sido encargado a la mano del destacado dibujante nacional Roberto Tapia Tom, su primer ilustrador, quien colaboró también en las primeras portadas que eran otra atracción novedosa de aquella serie.

Sin embargo, “El Siniestro Dr. Mortis” ya cargaba con una historia propia: había sido creado por el locutor, guionista y libretista puntarenense Juan Marino Cabello, oriundo de una familia ítalo-argentina residente en Magallanes. Siendo niño, había sentido inspiración en la representación teatral de “Fausto”, de Goethe, especialmente la escena en que emerge al escenario la figura de Mefistófeles. Más tarde, quedó cautivado por la transmisión radial de la BBC en donde Boris Karloff narraba al micrófono cuentos sombríos y pavorosos.

Marino fue contador y conductor del programa “El jazz en el tiempo” en Punta Arenas, el primero que alguna radio chilena tuvo para este contenido y estilo musical, en los años cuarenta. Después fue director y conductor de “Patio chileno” y “Ritmo de tango”. Con solo 25 años, sin embargo, logró introducir una propuesta similar a la que recordaba de Karloff, en una transmisión de radioteatro para Radio Ejército en 1945, la que iba a peregrinar por varias estaciones radiales durante las décadas siguientes.

Para tales efectos, Marino trabajaba ocasionalmente con su esposa, la argentina Eva Martinic Matulic. Se hizo característica la cortina de presentación del programa con la música de “Una noche en el Monte Calvo” de Mussorgsky y la voz de Marino presentando el show radial. Se acompañaba con la macabra risotada del locutor, que erizaba los pelos a los auditores más cobardes y los muchos niños que se las arreglaban para oírlo a escondidas.

El elenco original del radioteatro de terror estaba compuesto por actores como los hermanos Adolfo y Enrique Wegman, Vicente Miranda, María E. Bukovic y Eduvina Korn, entre otros. También fue parte del elenco Luis Alarcón, oriundo de Puerto Natales y con una brillante futura carrera escénica. Uno de los primeros radioteatros nacionales sería resultado de este mismo equipo: “El castillo de pos Bankeil”, adaptación de la obra del limeño Alejandro de la Jara Saco Lafranco.

En 1958, Marino montó también una transmisión especial de radioteatro con miras a ser llevada a los escenarios, llamada “¡Qué noche de terror!”. La obra causó sensación en su época y abrió nuevas puertas a sus proyectos. Pero, como era esperable, el centralismo nacional se impuso y así sus esfuerzos debieron tomar vuelo y aterrizar en la capital chilena.

Ya establecido en Santiago, “El Siniestro Dr. Mortis” encontró acogida en Radio Nacional, de propiedad de Luis Humberto Sorrel. Sus estudios se ubicaban en calle San Diego junto al popular Teatro Cariola, ex sala Sindicato de Autore Teatrales de Chile (SATCH). La actuación se hacía en vivo, incluyendo los efectos de sonidos; después debió ser grabada, pues llegaron a ser cinco capítulos diarios. Más tarde, el mismo programa sería transmitido por Radio Yungay.

Juan Marino, al centro, y el equipo de actores de su radioteatro.

Página con aparición del siniestro Dr. Mortis. Fuente imagen: sitio Ergo Comics.

Portada de uno de los libros del Dr. Mortis, publicado en 1973.

Ilutración con el "Requiem para el doctor Mortis", en Ergo Comics.

Imágenes del período de impresiones en blanco y negro. Fuente imagen: sitio Meliwaren.

La idea de llevar el radioteatro a formato de cómic iba a ser concebida y propuesta por la jefa del Departamento de Historietas de editorial Zig-Zag, doña Eliana Serrana, quien hizo llamar a Marino en 1965 para plantearle esta posibilidad. “Dr. Mortis” ya hacía furor indiscutido en las radios, en esos momentos, dando la oportunidad ideal para expandir el producto hacia otros soportes. Según el articulista e infatigable investigador Mauricio García, en el interesante reportaje de sitio Ergocomics titulado “La historieta de terror en Chile” (2003), Marino también creó el personaje femenino Mawa para la revista “Jungla”. Además, fue autor de otros cómics como “La Legión Blanca” y “El Jinete Fantasma”.

Se recuerda que, en el nuevo formato, el antológico personaje Dr. Mortis podía aparecer entre las páginas de la revista presentado con diversos anagramas, que lo hacían de todos modos reconocible al público: Tiss Morgan, Tmiros, Misrot, M. Ortiz, Stroim, Morgenthys, T.S. Mori, Ry Thomas, Sitmor, Ross-Mithor, Trosmi, Mohr Silentis, M.S. Riot, Ismael Orth, M. Risot, Orim Ots, Sirmot, Moresti, Morgue Trois, etc.

Su aspecto varió a lo largo de la revista, por lo demás: al principio, a veces ni siquiera era un ser humano, sino una masa fantasmal e informe; evolucionó hasta adquirir un aspecto propio como un científico loco, narigudo, con barba de villano y bigote fino, peinado con mechas a la manera de Wolverine de “X-Men” creados por Stan Lee para la Marvel, aunque las fechas sugieran que el parecido de este rasgo sea solo una coincidencia.

Algunos interpretan al Dr. Mortis, además, como una encarnación del mal y de ahí su indefinición, que le lleva a aparecer como vampiro, genio, demonio o monstruo, según el capítulo. De hecho, en artículo del mencionado medio digital Ergocomics (“El Siniestro Dr. Mortis. Un maravilloso hedor a muerte y corrupción”, 2001) Carlos Reyes hace notar que el primer ejemplar de la serie partía preguntando al lector: “¿Quién es el siniestro Doctor Mortis? ¿De dónde ha venido? ¿Es un ser humano o un ente allende el universo conocido?”.

Había un aire de misterio permanente en la narración, parecido al de las narraciones de Edgar A. Poe y proveniente también de la habilidad manifiesta de Marino en la versión radioteatro. Elementos del terror gótico y victoriano paseaban ahora por la versión impresa de la saga. Los escenarios sucedían con cierta frecuencia fuera de Chile, para realzar el misterio y exotismo de las epopeyas. Las épocas variaban, sin embargo: podían remontarse a principios del siglo XX o bien viajar por el tiempo y el espacio hasta el futuro. No siempre era activa e imprescindible la presencia del Dr. Mortis, sin embargo: había otros personajes antológicos a la cabeza de las aventuras, siendo el más conocido un tal John Smith, protagonista de las historias radiales y gráficas.

La revista era publicada a todo color promediando las 32 páginas, aunque hubo ediciones más sencillas con interiores en blanco y negro, en cierto período. Destacaban especialmente sus portadas, la mayoría de ellas merced del talento de Manuel Cárdenas Arce, el mismo ilustrador que dio el aspecto definitivo a Mortis; y, con cierta participación, también a Guillermo Varas, D. Henríquez y Tapia Tom. Tales obras para tapas eran toda una novedad, aunque no siempre guardaban relación con el contenido argumental interior; también evocaban a las presentaciones de la legendaria “Weird Tales”. Muchos coleccionistas coinciden, además, en que estas portadas, aparecidas cada 15 días, eran de las más elaboradas y bien logradas de la historia chilena de cómic.

Participaron en la revista las plumas de Máximo Carvajal, Avelino García y Juan Francisco Jara. También figuras como Manuel Rojas y Ernesto López, conocido este último por la violencia visceral de sus viñetas, quizá el primer dibujante de estilo gore del país. Se sumó también Manuel Manolo Ahumada, por entonces un debutante que trabajó algunas portadas, además. En 1969, se incorporó Santiago Peñailillo, otro dibujante de peso, y colaboraron Óscar Camino y Bernardo Aravena. Los investigadores del cómic chileno han hecho importantes observaciones y rescates al respecto, por si se nos escapara algún nombre. Sin embargo, como señala Reyes en su artículo, Tapia Tom prácticamente se apropió del personaje central, tomando la responsabilidad de las páginas interiores.

Al alero de la Editorial Zig-Zag, el éxito de “El Siniestro Dr Mortis” fue enorme, superando los 100 números y editándose también en otros países como Argentina, Paraguay, Perú y México. De hecho, en este último país la editorial Novaro consiguió vender unos 70 mil ejemplares por número.

Sin embargo, el Dr. Mortis vino a encontrar un doble adversario tan duro como inesperado en aquellos años, justo cuando transitaba por su mejor momento: la política ideológica y las diferencias de concepciones socio-culturales sobre los medios.

Sucedió que, durante el gobierno de la Unidad Popular y el presidente Salvador Allende, la empresa editora Zig-Zag fue expropiada tras varios conflictos con los empleados y pasó a llamarse Quimantú, célebre editorial nacida con un interesante plan para la difusión cultural a nivel popular y de fomento de la literatura, inédito hasta entonces. Empero, subordinada a la visible nueva orientación política y con ciertas deficiencias administrativas por parte de algunos delegados asignados desde el gobierno, hubo valores de venta de libros a veces inferiores o muy cercanos a los costos de producción, en el interés por dar acceso máximo a todos los compradores, obligando a ajustes que terminarían endureciendo ciertos criterios sobre lo necesario y afectando así al equipo de la revista.

Por aquellas razones y otras que quedarán para el análisis de los buscadores más exhaustivos, el género de la revista con un tiránico Dr. Mortis creando monstruos que le juraban lealtad al despertar para conquistar el mundo y otras extravagancias por el estilo, no siguió siendo de interés en la estatal: ciertos directores la habrían interpretado incluso como una especie de apología al autoritarismo fascista, o algo así. Marino decía que otros críticos llegaron a hacer una hipérbole absurda del contenido en esos momentos y de la relevancia del controvertido personaje principal que daba nombre a su publicación. 

Por otro lado, su notoria influencia tomada del cómic estadounidense también pudo haberla hecho sospechosa de fomentar la cultura imperialista, como se acusó a otras caricaturas tomando por fundamento algunas panfletarias pero influyentes teorías de esos años, como la expresada en el controvertido estudio “Para leer al Pato Donald” de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. El caso era que el encanto del Dr. Mortis comenzaba a extinguirse rápidamente, en aquellos momentos.

Para peor, personajes con un exceso de facultades de acción intentaron censurar también la revista “Jungla” en la que trabajaba Marino, por razones que no quedaron del todo claras pero de deben haber ido en el mismo sentido de las descritas. A la sazón, “El Siniestro Dr. Mortis” era complementado por otra serie, una de corte policial llamada “Al Margen de la Ley”, más una publicación sensacionalista titulada “Ovnis”, en la que ilustraba Peñailillo basándose en los guiones de Elena de Wistuba. Todos pasaban al banquillo, ahora.

Aunque Carvajal intentó salvar a “El Siniestro Dr. Mortis” incluyendo temáticas de ciencia ficción en sus argumentos, que involucraron el secuestro y envío al espacio del mentado doctor con un "requiem" para alejarlo así del ojo político, la implacable y rotunda orientación editorial de Quimantú pudo más que todos los esfuerzos. Eliminaron la revista de prensas abruptamente en 1971, ante la desazón de quienes la venían siguiendo lealmente desde hacía un lustro o más.

Casi simultáneamente, sin embargo, apareció en los kioscos otra publicación de terror llamada “La Tercera Oreja”, que se basó en un famoso radioteatro chileno donde también participaría Marino, aunque de orientación más policial y con menor trascendencia que la anterior. No todo fue malo ese año: “El Siniestro Dr. Mortis” saltó a su propio programa televisivo en la Estación de la Universidad Católica (Canal 13) dirigido por Germán Becker, aunque iba a ser de corta duración y, según parece, de material fílmico hoy extraviado.

Concentrando en nuevos proyectos, en 1973 Marino publicó una serie de tres libros titulada “Las memorias del Dr. Mortis”, a través de la Editorial del Pacífico, además de editarse algunos long play con episodios y música de las presentaciones del radioteatro. La crisis económica y social, con la ruptura política que culminó violentamente en septiembre de ese año, marcaron también la abrupta clausura de la editorial Quimantú y el cese de las transmisiones de la versión televisiva del cómic, causando daños colaterales en ambos sentidos.

En medio del incierto navegar de la polarización ambiental, sin embargo, la Sociedad Periodística del Sur había convenido con Marino y el elenco de dibujantes la republicación de la revista, a partir de 1972. La renovación fue tal que, en aquella opotunidad, comenzó a aparecer desde el N° 1 otra vez, pretendiendo darle así un nuevo impulso y novedosos bríos al Dr. Mortis, ahora comandado por Peñailillo e ilustradores como Juan Araneda y Bernardo Aravena.

No mucho después, la revista pasó a la Editorial Gabriela Mistral, sucesora de Quimantú. Sin embargo, esta solo actuó como imprenta, mientras que la firma Pincel-Dilapsa lo hizo como distribuidora. Estos cambios y modificaciones causaron por largo tiempo cierta confusión entre los buscadores y coleccionistas, resueltos con la fluidez de la información más cercana a nuestros tiempos.

A la sazón, sin embargo, el daño provocado por la orfandad en que había quedado “Dr. Mortis” tras su desalojo desde los talleres de Zig-Zag, no pasó inadvertido y, finalmente, llevaría al producto a su propia tumba. Aunque conservaba parte del equipo histórico, la revista pasó por una serie de problemas que afectaron su continuidad, la calidad de la presentación y el estándar de los formatos. Ya no era la misma.

A mayor abundamiento, los dibujos ya eran solo un recuerdo de la belleza artística, detallismo y talento expresivo desplegados en su primera etapa. Además, había concluido ya la época de relatos más románticos del terror estilo Poe o Lovecraft, ya encontrándose en años dorados para el futurismo creado por Isaak Asimov, Aldous Huxley o Ray Bradbury. La pauta la marcaba no la literatura ni el cómic, menos el radioteatro: eran tiempos de cinematografía y televisión. Ante este desafío, el personaje del Dr. Mortis debió buscar empleo reinsertándose en las temáticas de corte científico o de ciencia ficción, género que todavía no era bien conocido en Chile y que restó calidad también a los guiones.

En 1976, la producción de la revista se desplazó hasta la editorial Dilapsa. Pero ya estaba en irremediable decadencia: sus ediciones eran mensuales y al menos la mitad de las cuartillas eran impresas en blanco y negro, para abaratar los costos. Las últimas ediciones solo tenían color en la portada. Se intentó mejorar la calidad de los dibujos, argumentos y materiales; se subió la cantidad páginas a unas 48 y hasta se realizaron publicaciones de cuentos ilustrados y “covers” gráficos de los clásicos de la revista, pero nada funcionó: el perjuicio ya era irreversible. Para peor, Rojas falleció ese año, imprimiéndose una portada con un dibujo suyo como homenaje.

La histórica revista chilena, símbolo del cómic nacional y antecedente sin parangón del género terror por este lado del mundo, cerró definitivamente sus publicaciones en 1977. Una de las historias más interesantes e influyente de la gráfica chilena concluía de forma muy deslucida y subvalorada.

El radioteatro “El Siniestro Dr. Mortis”, en tanto, perduró aproximadamente hasta 1984, cuando se acabaron sus transmisiones en Radio Portales de Santiago. Otra generación de auditores tenían ya los medios, en esos años, ajenos al encanto del clásico teatro radial. Después de unas tres décadas siendo transmitido en Santiago, habían pasado por los micrófonos del programa figuras como Elizabeth Hernández, Greta Nilson, Alfredo Madignac, Ruth Baltra, Lorenz Young, Elba Gatica, Pedro Dubó y Omar López.

Superproducciones internacionales del cine como “Star Wars”, “Star Trek” y “Alien” ya habían señalado cuál era el referente argumental del gusto popular por el cine de fantasía. Después fue estrenado “Terminator”, confirmando a la ciencia ficción en el definitivo primer lugar de las audiencias. Era evidente: la época del terror vintage del Dr. Mortis, con escenarios oscuros, espejos malditos y ventanas con telarañas, había pasado dejando clichés solo para mansiones siniestras de parques de diversiones y sustos infantiles.

Marino, tras tantos años redactando los guiones, se mudó con su familia en Argentina para dedicarse a escribir ahora estudios y ensayos, además de retomar la locución y hacer algunas remembranzas del Dr. Mortis en la radio de Trelew. También fue coautor de la “Guía de la música popular en Chile. 1800-1980”. Falleció el 12 de junio de 2007, traicionado por su corazón a los 87 años de edad, pero al menos alcanzó a ser testigo de parte del renacer de un culto a la más grande obra de su prolífica creatividad.

Por sobre todas las cosas, la revista y el radioteatro del Dr. Mortis dejaron un valioso referente para la historia chilena del relato de terror, al punto de que ha resultado un tanto desfavorable a quienes han intentado repetir el estilo y el género, al enfrentar una vara tan alta. Aunque mucha de la inspiración de las historietas se basó en cuentos literarios y relatos populares, como lo reconocía el propio Marino, fue un valor extra que el clímax de popularidad de “El Siniestro Dr. Mortis” se diera en los tiempos en que autores como Lovecraft eran prácticamente desconocidos en Chile, al menos a nivel popular.

A pesar de esto, en el cómic sí aparecían cuasi analogías al trabajo del autor norteamericano, como un siniestro libro maldito llamado “El Testamento del Dr. Mortis”, que desata calamidades y horrores de manera parecida a la del mítico “Necronomicón” en el universo lovecraftiano. Y de Stephen King, ni hablar: ni siquiera publicaba su primera novela por entonces aunque Dr. Mortis ya se le adelanta en algunas tramas y argumentos bastante parecidos a los de la primera etapa del famoso escritor, especialmente con algunos de sus cuentos cortos como los de "El umbral de la noche".

Así, pese a todo, la revista ya trataba esos mismos ambientes sofocantes de terror y angustia, tendientes a lo oscuro, lo sombrío, interrumpido por fulgores ígneos casi del gótico y romántico tipo Lord Byron o Mary Shelley, desarrollando las líneas narrativas primitivas de la cultura del horror en las novelas de Arthur Machen o hasta las películas de Karloff y Vincent Price, con algo también de Alfred Hitchcock, que eran los referentes con vigencia en esos años. No es fácil encontrar en la historia del cómic universal otros casos de relaciones que puedan jactarse tan claramente de estas características.

“El Siniestro Dr. Mortis” es, en nuestros días, joyería para coleccionadores: la corona a la memoria de la edad de oro del cómic que nunca pudo ser superada y del radioteatro nacional que jamás logró recuperarse como actividad.

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