El Gran Circo de Fieras en la Alameda Bernardo O'Higgins con Cienfuegos, en septiembre de 1939.
Hacia la proximidad del cambio de siglo comienza a ampliarse la oferta de espectáculos populares del Santiago previo al Centenario Nacional, especialmente algunos concentrados en el barrio de las riberas del Mapocho. Era un anticipo del ambiente que iba a dominar gran parte de la primera mitad del siguiente siglo, por cierto.
Ejemplo de lo anterior era que, en 1892, existía en la ribera y enfrente de donde estará el barrio de La Vega el famoso Circo Océano, de los hermanos Nelson. Para el año siguiente, llegaba al borde del río también el Circo Inglés; y, ya a inicios del siglo siguiente, conquistará al mismo barrio el Gran Circo Ecuestre, entre otros. El Gran Circo Nacional, en tanto, estuvo en el mismo sector en donde se levantó después la Estación Mapocho, en la orilla opuesta. Por esos terrenos se establecerá provisoriamente el Circo Bravo, en 1904, en la conjunción de Bandera con Mapocho, unos años antes de abrirse la ampliación de avenida Balmaceda hacia el poniente en el mismo tramo de calles.
Tal como sucedía con otros puntos de la ciudad, la preferencia de las compañías por instalarse junto al Mapocho se debía a que había allí terrenos más apropiados y amplios disponibles para levantar escenarios, galpones o carpas, además de estar en los límites de la ciudad principal y de los territorios populares de La Chimba, que también aportaban grandes volúmenes de público. Por estas razones, además, en un recinto que había pertenecido a un primitivo hipódromo por La Cañadilla solían instalarse después las carpas de circos y las pistas de teatros populares, dejando otro registro de su antigüedad en Santiago.
En cierta forma, tales presencias de compañías artísticas eran, al iniciar el siglo XX, una prolongación y una continuación de las tradicionales presentaciones de centros de espectáculos relacionados con circos e hipódromos en los mismos barrios, desde los tiempos del espectáculo de volatín, pero adoptando nuevos bríos artísticos y folclóricos. Y fue así, como parte de aquel gran impulso, que hasta el lado norte del río y justo frente a la salida del Puente de los Carros habían llegado en 1909 las instalaciones de la empresa familiar Echiburú, que tenía una suerte de anfiteatro en la futura plaza que allí existió.
Artista de circo, director de compañías y audaz domador de fieras, don Ernesto Echiburú lució sobre sí una gran experiencia en aquella clase de empresas y sus funciones cirqueras, habiendo participado en varios elencos de artistas a lo largo de su vida antes de convertirse en el plato principal de ellas. Armado de un buen nombre en el medio, formó así su propia empresa de espectáculos populares, muy exitosa por cerca de tres o cuatro décadas.
Para localizar correctamente el lugar en donde llegó a establecerse el circo de aquellos primeros tiempos de consagración para Echiburú, cabe señalar que el llano aquel había surgido de la canalización del río entre las calles Artesanos y Santa María, en donde está ahora el Mercado Tirso de Molina y la Pérgola Santa María. A la sazón, sin embargo, correspondía a una parte de los terrenos de propiedad fiscal ganados al río Mapocho entre 1888 y 1891, producto del estrechamiento de su lecho, colocándose los dos obeliscos conmemorativos al final de las obras, uno en cada orilla. Estos obeliscos o “pirámides” dieron nombre al puente hacia la avenida La Paz, en su primera versión tipo mecano: Puente de los Obeliscos. Un poco más al oriente de este, estaba el Puente de los Carros, así llamado por pertenecer al servicio de tranvías que iba hacia los galpones paralelos en donde estaban los talleres de los mismos, y que pertenecen desde 1948 al Mercado de La Vega Chica. Justo en la bajada norte del Puente de los Carros, se encontraba un terreno frecuentemente ocupado por los circos, a modo de explanada enfrente de los galpones del ferrocarril urbano.
El paño de marras fue convertido en una amplia plaza, más bien dura en sus inicios, en donde se hacían diversas presentaciones de espectáculos, reuniones políticas y encuentros bailables, llamada en diferentes épocas como Plaza Luna Park, Plaza de los Artesanos y, actualmente, Plaza Tirso de Molina, o al menos lo que queda de ella atrás del edificio del mercado homónimo. Y fue, justamente, aquella plaza primitiva en donde ponían sus carpas los circos, hacia los años de los preparativos para las fastuosas celebraciones del Centenario Nacional, dejando un importante antecedente que definiría este sitio y otros adyacentes como un lugar de diversiones con varias otras experiencias y propuestas posteriores.
En las estaciones menos benignas del año, el anfiteatro al aire libre de Echiburú estaba bajo una carpa propia y tenía una capacidad para 2.000 personas: 1.500 en la galería y 500 en la platea, según la información proporcionada por Armando de Ramón en “Santiago de Chile”. Fotografías de la época, tomadas desde la azotea de la Estación Mapocho hacia el oriente, parecen mostrar lo que podría ser el lugar en donde estuvo aquel teatro abierto y sus galerías, justo entre las bajadas de los mencionados dos puentes del Mapocho. Un gran galpón de venta de zapatos que no pertenece a aquellas instalaciones se ve en las mismas imágenes, además, demolido por orden de la intendencia en 1912.
Los espectáculos del anfiteatro mapochino estaban en la misma sintonía que el de los viejos volatines y los primeros circos criollos, con artistas de variedades y, muy posiblemente, también con las fiestas bailables que eran sensación popular hacia los mismos días, adelantando algo de la oferta recreativa que se venía en las décadas siguientes de genuino espectáculo popular y masivo.
El magnífico show garantido por el circo Echiburú desde aquellos inicios, con funciones que siguieron siendo desarrolladas y mejoradas en sus muchos años de circo (en el sentido literal y en el figurativo), se iría convirtiendo también en una oferta de veladas, principalmente. Contaba con tres partes bien definidas: dos de ellas con los artistas de la compañía y una última de mayor espectacularidad, más impresionante, que en sus años de madurez pertenecía al propio Echiburú colocado frente a sus fieras felinas domadas para aquel gran número de cierre.
Como consecuencia de lo anterior, la compañía del empresario fue creciendo tanto desde sus modestas primeras presentaciones que llegó a poseer dos grandes carpas y se convirtió en uno de los primeros circos que podríamos reconocer como típica y auténticamente criollo, ya en el estilo moderno. Su compañía disputaría público con otras de la misma generación luminosa como el Circo Salazar, el Circo Columbia, el Circo Tony Perico, el Circo de Berlín, el Gran Circo Alemán de Fieras, el Circo Ecuestre Nacional, el Circo Ecuestre Droguett, el Circo Tony Rayito y el Circo Tony Zanahoria, entre varios más de compañías nacionales y extranjeras establecidas en el país, cada una con sus números “fuertes” y cruzando a todos los artistas del medio entre sí. Todo este gremio tenía una rotación de lugares tan urgente y activa en la ciudad que algunos llegaban a clavar estacas no bien se levantaba de allí una carpa anterior.
Después de la partida de Echiburú y de sus funciones itinerantes desde la plaza riberana, permaneció viva la fama del lugar y continuó con varios nuevos proyectos recreativos allí mismo acogidos. Así, el espacio sería ocupado después del Centenario Nacional por propuestas nuevas de recreación popular de los santiaguinos: una de ellas, quizá la más interesante, fue la de un enorme e histórico parque de entretenciones y espectáculos llamado Jardín de Danzas del Luna Park que, a pesar de su corta vida, dejó otra huella interesante en las candilejas del barrio de los mercados veguinos, especialmente por sus memorables encuentros bailables, orquestas en vivo, boxeo, teatro, números artísticos y comercio.
El legado y la participación de Echiburú en la actividad
circense chilena trascenderán ampliamente al período de tiempo de sus orígenes,
que hemos revisado hasta este punto. Sin embargo, también había proliferado la
competencia, obligándolo a asumir los desafíos de ir actualizando shows y de
reclutar más y mejores números. De este modo, a pesar de que la
mejor época de Echiburú comienza más o menos con el referido Centenario, su pista en los medios de prensa aparece entre varias otras compañías que también hicieron noticia en las décadas siguientes, algunas ya nombradas.
Sector de la Plaza de los Artesanos y el galpón de los Baratillos de Calzado, hacia 1910, hacia donde se colocaban los circos de principios de siglo, incluido el de la familia Echiburú. Se observa también el Puente de los Obeliscos o De la Paz en su primera versión metálica. Postal fotográfica coloreada de la casa editora de Adolfo Conrads.
Izquierda: nota sobre las presentaciones del Circo EMDEN en Ñuñoa, a fines de octubre de 1937. Derecha: curioso aviso inserto de don Ernesto Echiburú con un mensaje al gremio circense, en diciembre de 1937. Ambas imágenes fueron publicadas en "La Nación".
Publicidad impresa para el Circo Liverpool, con los tonis Chalupa, Rabanito, Zanahoria y Pirinola entre las principales estrellas, septiembre de 1942. También está la domadora Julita Echiburú, heredera de los espectáculos de don Ernesto, junto al entonces famoso león Menelik.
Otro aviso del Circo Liverpool de Fieras con la sucesión Echiburú, en publicidad de espectáculos de octubre de 1943, anticipando que venía en camino un festival de homenaje para Chalupa.
Las dos carpas del empresario se usaban simultáneamente en cada espacio donde ancorara y fueron famosas especialmente en los años veinte. En ellas realizaron grandes presentaciones de la época, entre las que destacaban sus feroces felinos, que todavía eran un espectáculo sorprendentemente novedoso en esos años. La carpa principal de la compañía, además, llegó a ser una de las más grandes y cómodas que existían en todo Chile para el rubro cirquero.
Se puede rastrear, también, que ya desde marzo de 1929 la empresa de Echiburú paseaba su llamado Gran Circo Americano de Fieras por Santiago, estableciéndose en avenida Bilbao con Román Díaz en Providencia, en Irarrázaval frente a Seminario, en Mapocho con Villasana y en la esquina de avenida Pedro Montt con Mitre una cuadra al sur del Parque Cousiño, entre otros sitios. Estos últimos terrenos fueron modificados años después para la apertura de la autopista (al punto de que las calles mencionadas ya no se tocan) y también urbanizados, pero en aquel entonces estaban casi en las afueras de la ciudad, al sur del límite que estuvo por años en el Zanjón de la Aguada. Se puede observar, también, que Echiburú presentaba su espectáculo en avenida Matta con la calle Maestranza, hoy Portugal, cerca de donde estuvo el Teatro Apolo.
Transitando aún por los años de gloria, merced a jóvenes empresarios teatrales como Carlos Cariola (el mismo cuyo nombre hoy se regocija en el teatro de calle San Diego), se pudo armar otra gran compañía con los mejores artistas circenses del momento, llamada Circo Chileno y Circo Nacional. Echiburú, como gran referente del medio de estos espectáculos, fue invitado a este elenco para participar como domador de feroces leones africanos, en la misma arena en la que estuvieron el tony Chalupa, el tony Maturana, el jefe de pista Sr. Yáñez, la familia de trapecistas Castro y varias otras estrellas del medio. Realizaron importantes presentaciones bajo auspicios de la Compañía de Cigarrillos Faro, en esos días.
Como si postergara siempre la hora del retiro, la compañía circense de Echiburú volvió a presentarse en el mismo recinto del mencionado Luna Park, regresando así al terreno riberano que fue soporte de sus primeros años en el barrio de los mercados, más de dos décadas atrás. Esto fue cuando regresaba desde Buenos Aires, en octubre de 1930, pues había partido hacia tierras argentinas ofreciendo funciones y completando con artistas platenses su elenco, subiendo mucho la calidad del espectáculo y el interés del público en la capital con esta decisión.
Comparado con el circo que la misma casa Echiburú había colocado allí a inicios del siglo XX, entonces, su actual catálogo de artistas parecía un colorido ejército; una pléyade de estupendas estrellas cirqueras.
La versatilidad del empresario y su espíritu inquieto lo llevarían a hacer una alianza con la empresa Hinostrosa, dueña del Circo Tony Perico, para presentar un gran espectáculo nuevo desde antes de finalizado ese año, también en la plaza del Luna Park. La sociedad puso en la pista sus mejores números y contrató otros nuevos, que incluían acróbatas, actores y fieras sometidas aún por el látigo del propio don Ernesto. Años después, ya más cerca del final de su carrera, el equipo con su apellido aparece ahora al mando del Circo de Fieras EMDEN. Allí realizaba presentaciones de Fiestas Patrias todavía a fines de los años treinta, siempre con las peligrosas criaturas, en este caso un par de leones y pumas encerrados con el domador en la jaula.
La gran carpa del EMDEN estuvo en avenida Irarrázaval con Pedro de Valdivia en octubre de 1937. Además de Echiburú y otros números propiamente circenses, tenía en la cartelera un exitoso acto campero chileno-argentino a cargo de Los Huasos de Pichidegua. La compañía de dirección familiar se presentaba también en Alameda con Cienfuegos, tomando después el nombre de Gran Circo de Fieras Liverpool, de acuerdo a publicaciones del investigador circense Jorge Vergara Montero. En la prensa se verifica, además, que trabajaba aún con una numerosa troupe de equilibristas, maromeros, tonis, clowns, jinetes, saltarines y otros números.
A esas alturas, el circo de los Echiburú se permitía el gusto de ofrecer funciones de matiné familiar, preparadas especialmente para niños. En total, la compañía llegó a sumar cincuenta personas solo entre los artistas estables, destacando los malabaristas de altura Los Cristóbal, los tiradores al blanco Rey y Fita, el profesor Verdette con su tropa de “perros sabios”, los equilibristas Les Olguina, la acróbata ecuestre Virginia Ship, más los infaltables artistas bufos y payasos Noel, Rabanito, Pepino, Cuco, Salazar, Mosquito y el enano Miguelito con su divertido mulo amaestrado, casi todos artistas provenientes del equipo que trabajaba en el Circo EMDEN. Julita Echiburú, hija del empresario, también salía a la pista siguiendo los pasos del padre, como domadora.
Llama la atención, sin embargo, que el nombre del cirquero aparezca publicando un pequeño pero intrigante inserto en los diarios de diciembre de 1937, en donde se comprometía a respetar a la familia de artistas circenses y no participar de la provocación de conflictos gremiales, por razones que solo quedaron en el conocimiento íntimo de aquel ambiente. Puede darnos una pista sobre las razones de esto, sin embargo, su posterior elección como director de la mesa de los Sindicatos de Empresarios de Circos, junto a Pedro Onostroza y Luis Esperguez, este último presidente, entre otros miembros.
Para entonces, sin embargo, habían quedado muy atrás en la vida del empresario y domador sus enérgicos días impulsando la actividad del circo criollo y paseándolo por diferentes rincones de una ciudad… Echiburú enfrentaba ahora la alta madurez de la vida personal y se acercaba a su jubilación profesional, cerrando su círculo de espectáculos después de décadas dedicado a las artes circenses. Tras aquella larga y aventurera vida como empresario de espectáculos populares, falleció a fines de abril de 1940.
Por sucesión familiar, el Circo Liverpool continuó funcionando en aquellos años cuarenta y en manos de la misma familia Echiburú, con Julita como número principal. Se presentaba allí con el temido león africano Menelik, en la misma ubicación de la Alameda ya señalada. Alcanzó a ser parte, así, de la época de oro del circo chileno, con empresarios legendarios del rubro como Arrollo, Corales y Venturino.
Fue así como el apellido Echiburú que había debutado con grandes novedades y atractivos junto al río Mapocho, dejando su marca histórica en la memoria de esos y otros barrios de Santiago, figuraría para la posteridad como un valioso gran antecedente del espectáculo popular y circense del resto del siglo XX. ♣
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