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EL “PORFIRIATO” DE LA MÚSICA POPULAR CHILENA

Porfirio Díaz con su acordeón, en imagen de la RCA Victor. Tomado del sitio Música Popular Chilena.

Como otros maestros del ambiente, Porfirio Díaz Parra pasó por los principales estilos que alegraron los salones de dancing clubs del clásico Santiago: orquestal, tango, milonga, vals, folclore, jazz, foxtrot, swing, rumba e incluso rancheras y corridos, en una larga carrera que abarcó calendarios desde los años veinte a los setenta. Eximio músico, diestro instrumentista, reputadísimo director, Díaz se lució con el acordeón, el bandoneón y el piano. Cuesta entender el desconocimiento en que ha caído la memoria de un hombre tan prolífico y necesario para lo que fue la vida nocturna y artística en el país.

Don Porfirio había nacido en Valparaíso el 15 de junio de 1912, como hijo de un matrimonio compuesto por José Díaz y Luisa Parra. Comenzó a relacionarse con los escenarios siendo aún niño, estudiando en el Conservatorio Van Dooren del puerto en donde aprendió a dominar el acordeón y el bandoneón que ya había comenzado a tocar con sólo 13 años de vida. Amante de la música popular, sus primeras incursiones en el tango fueron con Alfredo de Franco y Mario Rodríguez, siendo muy jóvenes aún y debiendo pedir autorización formal para presentarse. Participó con varios grupos más armando después un cuarteto propio y una orquesta típica que comenzó a dirigir en 1933. Contrajo matrimonio con doña María Inés Cerda Frías, con quien tuvo una hija llamada María Lucía Díaz. Fue también deportista de automóvil y motocicleta, integrante del Automóvil Club, el Santiago Moto Club, el Real Lira, el Deportivo Condell y el Centro Hijos de Valparaíso.

Siendo ya uno de los músicos más activos del país en su tiempo y con varias experiencias en el extranjero, Díaz se hizo miembro del Sindicato Profesional Orquestal y de la Sociedad Chilena de Autores y Compositores (Sochayco). Llevaba grabados más de 1.000 discos en los sesenta, marcando un récord sudamericano: para la RCA Victor, había entrado a estudios de grabación desde 1936 en adelante, como solista de bandoneón, con su orquesta típica, de jazz y característica. Habría compuesto cerca de 150 piezas contabilizadas hacia inicios de la misma década, además, según se puede ver en fuentes como el “Diccionario Biográfico”, aunque la reseña de la Enciclopedia de la Música Chilena (sitio web Música Popular) reconoce 104 composiciones suyas, de las que sólo fueron registradas 64 con derechos de autor.

Recapitulando los hitos de su vida, para el año 1938 Díaz lograba instalar un primer éxito con la canción peruana “A la huacachina”, que combina con su foxtrot titulado “No me digas”. Ese año, en diciembre, fue invitado para actuar en la inauguración del Estadio Nacional de Ñuñoa, siendo ovacionado por el público presente y confirmando la cantidad de seguidores que ya se había asegurado en aquel momento. El aún joven músico actuó y tocó, esa vez, encima de su querida motocicleta.

Porfirio había aprendido la magia del tango como bandoneonista de la orquesta del maestro y director argentino Gabriel Chula Clausi, tocando el mismo instrumento en el Quinteto Real y otras orquestas antes de fundar la propia. La Enciclopedia de la Música Popular señala también que trabajó con artistas como Libertad Lamarque, Mercedes Simone, Mariano Mores, Chito Faró, Pepe Aguirre, Hugo del Carril, Lucho Flaco Silva, Armando Bonansco (muchas veces presentado como Bonasco), Agustín Copelli y Roberto Díaz. También realizó trabajos con su entonces esposa, la artista tanguera Amelita Cortés.

En uno de sus varios arranques creativos, Porfirio compuso también un vals chilote que se convirtió en una leyenda de la historia de la música chilena, en este caso de raíz folclórica: “El viejo lobo chilote”, llamado popularmente “El lobo chilote” y “Ese chilote marino”, considerado una excepción y casi una excentricidad entre sus composiciones, aunque indiscutiblemente exitosa. Su letra escrita por el chonchino Manuel Andrade se vuelve inolvidable una vez escuchada:

En una aldea costera
de plomizadas arenas
vivía un viejo marino
que canta pasadas penas.

Fue pescador y lobero
en aquellos años mozos.
Ese chilote marino
que como él no hay otro,
ni habrá nunca más.

Díaz no tenía raíces sureñas, pero sí Manuel Jesús Andrade Bórquez: había nacido en la Isla Grande el 21 de junio de 1886, habiendo vivido un tiempo en Argentina y dedicándose a un sinfín de aventuras como el arreo, la farmacia y el comercio, además de vincularse a las milicias republicanas, los boy-scouts y el Cuerpo de Bomberos. Perdió siendo joven a su primera esposa, doña Blanca E. Salgado, con la que alcanzó a formar una familia. Apodado como el Cónsul de los Chilotes, casi encima de los 60 años volvió a contraer matrimonio, ahora con doña Laura Castaños.

De acuerdo a lo que han indicado autores como el profesor aisenino Cipriano Osorio Araneda, Andrade se había establecido en Santiago en calle Cuevas 893. Esto es a escasa distancia de la avenida Matta y del entonces pecaminoso barrio de Los Callejones. En la capital hizo una gran amistad con Díaz, su padrino de matrimonio, a quien pondría la letra para la música de "El lobo chilote" inspirado en un hermano llamado Mariano, otro personaje popular del archipiélago de Chiloé. También eran vecinos, residentes cercanos entre sí hasta que Andrade falleció en 1953.

El vals chilote de Andrade y Díaz, que originalmente sonaba como vals criollo, fue grabado en 1943 por el propio maestro Porfirio y sus músicos, poniendo la voz del canto el inolvidable Jorge Abril, artista quien trabajó muchas veces más con él. También fueron los autores de otras piezas como “Himno de Chiloé”, el corrido “Barcarola chilota”, la ranchera “Rubiecita… Rubiecita”.

Mario Ríos en la portada de las partituras de su tango "Mi viejo San Diego". Publicación de La Casa Amarilla.

El conjunto juvenil de Porfirio Díaz, Alfredo de Franco y Mario Rodríguez. Los inicios en el espectáculo de tres maestros del tango en Chile. Fuente imagen: revista "El Musiquero".

Chito Faró en sus jóvenes inicios. Imagen publicada por el sitio radial Hasta que el Cuerpo Aguante.

El popular dúo musical y humorístico Los Perlas presentándose en El Pollo Dorado, en fotografía publicada por la revista "En Viaje" de 1961.

Posteriormente, “El viejo lobo chilote” fue grabado por Héctor Pavez en 1967, ocho años antes de su prematuro fallecimiento  sobrevenido mientras se hallaba exiliado en Francia, a los 42 años de vida. Esta versión con arreglos muy propios de la música de la isla fue otro fuerte impulso para popularidad para el tema, haciéndose infaltable en festivales y fiestas costumbristas del archipiélago e ingresando así al registro del folclore para no salir más de las nóminas.

En 1945, Díaz y su Orquesta Típica también habían llevado a sala de grabación “En Mejillones yo tuve un amor” del famoso artista Gamelín Guerra Seura, la que a veces aparece rotulada solo con el simple título “Mejillones”. Sus primeras estrofas serían fácilmente identificables por generaciones de auditores:

En Mejillones yo tuve un amor,
hoy no lo puedo encontrar.
Quizás en estas playas,
esperándome estará.

Era una linda rubiecita,
ojos de verde mar.
Me dio un beso y se fue,
no volvió más.

Al estudio ya había entrado el estupendo equipo musical formado nuevamente por el cantante Abril y el cuarteto de tango-vals de Díaz. La simpatía que alcanzó desde ese momento, especialmente con aquel tema, fue enorme: sonaría por todas las salas de bailables y ayudó también a la difusión del foxtrot como género musical de moda en aquellos años. Había ido un indiscutible gran acierto, en consecuencia.

Gamelín Guerra, músico de la misma generación de Díaz, había llevado a radios y clubes otros temas inolvidables del repertorio popular chileno que también estuvieron relacionados con su activa vida artística. Había nacido en la oficina salitrera Pepita del Cantón Aguas Blancas, cerca de Mejillones, el 28 de mayo de 1906. Llamado en realidad Gamaliel Guerra Seura, era hijo del pastor evangélico y músico del Ejército don Gregorio Guerra y de doña Clara Rosa Seura; tercer hijo de entre 14 hermanos. Había vivido acuartelado en Tacna como parte del contingente chileno durante la época en que cumplía con el servicio militar, cantando y tocando guitarra ya entonces para sus amigos y camaradas, hacia 1926.

Posteriormente, Guerra trabajó en la Empresa del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia, viajando poco después a Santiago en donde se integró a una orquesta típica como baterista y cantante, actuando con su hermano Jonathan a partir de 1928. Su nombre en la capital comenzó a sonar fuerte y a hacerse conocido por todos los principales boliches de las noches de bohemia y así se oyeron sus alegres foxtrots por varios escenarios, consagrándose ya en la década siguiente y realizando una gira por el norte del país en 1938.

Durante aquel viaje, a Gamelín le bajaron las nostalgias por su tierra natal y así escribió las famosas canciones “Antofagasta dormida” y “En Mejillones yo tuve un amor”, esta última un verdadero himno de la localidad hasta hoy y con letra inconfundible. Se ha convertido en la canción más querida por sus habitantes, de hecho, cerrando con estas estrofas que sólo pueden provenir de un auténtico y sincero amante de su tierra:

Mejillones yo te quiero
y me da mucha tristeza,
alumbrar con tus faroles,
esperando que amanezca.

Mejillones duerme, duerme,
pero duerme como un niño.
Despierta Mejillones, me dirás:
aquí tienes mi cariño.

Abril, en tanto, llamado en realidad José Luis Vallejos, fue el principal socio creativo de Díaz en toda esa prolífica etapa de su carrera artística. También se presentaba en radioemisoras y clubes como Jorge Abril y su Cuarteto, apareciendo con cierta frecuencia en la Cooperativa Vitalicia hacia sus últimos años de vida. Él continuó paseando “El Mejillones yo tuve un amor” y varios otros temas en su repertorio por los diferentes clubes de Santiago, después de grabarlo y meterlo en las radios de todo el país.

Cabe indicar que Abril fue uno de los artistas más cotizados del nocherniego “barrio chino” de calle Bandera y, especialmente, del cabaret Zeppelin, famoso por sus tangos. Fallecería trágicamente a poca distancia de allí en una de esas correrías, en la cuadra del 700 de la misma calle, atropellado bajo un tranvía que unía Independencia con barrio Matadero, según lo que recordaba años después Osvaldo Rakatán Muñoz. El fatal accidente habría sucedido en 1945 de acuerdo a lo que informa el profesor Osorio Araneda, pero el registro de ciertas actividades suyas confirman que debió ser después de aquel año.

El hijo de Jorge Abril, sin embargo, continuó en las actividades musicales tomando al piano su mismo nombre artístico: hizo su propia leyenda en el Hotel Carrera, el Goyescas, el Waldorf, la Quinta El Rosedal y en programas de televisión como “Sábados Gigantes” y “Dingolondango”. Trabajó también en la banda de Giolito y su Combo y en las orquestas de Horacio Saavedra y Valentín Trujillo, antes de su fallecimiento casi a fines del siglo, con su vida y su presupuesto arruinado por una maldita enfermedad.

Otros conocidos músicos de la misma época y circuito bohemio en que nadaban Díaz y Abril padre por aquellos barrios, fueron el futuro miembro de Los Perlas, el mencionado Flaco Silva; su colega Chito Faró, con sus inicios en dancings y "flóricas" como el Chantecler de San Diego con Matta, desde donde emigró al club Shangay, luego llamado La Cabaña, también de Bandera, junto con Nino Landi y los virtuosos hermanos Ángel y Eduardo Capriolo; y Federico Ojeda, conocido director artístico y de las boîtes y casinos de esos años.

Porfirio Díaz presentado como plato artístico principal de la Quinta Rosedal en 1940, en publicidad de espectáculos del diario "Las Últimas Noticias".

Detalle con la imagen del maestro Armando Bonansco. El tanguero era artista oficial del sello discográfico Victor, por lo que está acompañado de la imagen corporativa de la misma casa.

El músico y compositor José Goles, en imagen publicada en el sitio Discogs.

Gamelín Guerra en imagen publicada por el sitio de la ciudad de Mejillones.

Mausoleo del artista Gamelín Sierra en el Cementerio de Mejillones.

El caso de Chito Faró exige otra necesaria detención. Hijo del puerto de Valparaíso, nació en 1915 como Enrique Motto Arenas, en una situación de gran pobreza familiar. El nombre artístico que lo acompañó en toda su carrera se lo dio Ángel Capriolo, precisamente, tras comenzar a trabajar juntos en los años treinta, iniciándose en el barrio San Diego en Santiago. Su vocación como músico y compositor la desarrolló especialmente en Argentina, sin embargo, en donde escribió el celebérrimo vals "Si vas para Chile" en 1942, hallándose sumido en las melancolías mientras residía en un hotel de calle Sarmiento, en Buenos Aires.

El propio autor hizo debutar “Si vas para Chile” en una presentación realizada en Brasil, apareciendo vestido de huaso:

Si vas para Chile
te ruego que pases
por donde vive mi amada.

Es una casita
Muy linda y chiquita
Que está en la falda
de un cerro enclavada

La canción ha sido grabada y versionada por Sylvia Infantas y los Cóndores, Los Huasos de Algarrobal, Los Cuatro Hermanos Silva, Los Huasos Quincheros y Pedro Messone entre muchos otros, además de algunos cantantes internacionales. Y como su letra señala al pueblito que “se llama Las Condes”, se dice que está inspirado en el recuerdo de una casa que Faró había conocido en Lo Barnechea, cuando no era más que un villorrio afuera de Santiago. Sin embargo, se estima posible que, en realidad, el soplo creativo provenga de la localidad de Los Andes, a orillas del río Aconcagua. Muchos residentes de la zona lo creen vehemente y firmemente así, además.

Empero, a pesar de éxito alcanzado con “Si vas para Chile” y otras obras en estilos de tonada, cueca, guaracha, tango, milonga, cachimbo, corrido, mambo y foxtrot, cuando Faró falleció en 1986 se hallaba casi en la misma situación de miseria en que había llegado al mundo, tristemente, en parte por malas decisiones y debacles de negocios bohemios que había impulsado. Fue un extraño karma que pesó sobre la existencia de muchos artistas de aquellas generaciones, curiosamente, casi en sincronía con la penosa caída del mismo ambiente recreativo al que habían pertenecido.

En los círculos bohemios de calle Bandera y otros lados de Santiago, por entonces destacaba también el ariqueño Sergio Fernández Garay (a veces reseñado sólo como Sergio Garay) tocando clarinete en el escenario del club El Dragón según recuerda Alfonso Calderón, antes de alcanzar fama con un famoso foxtrot que acabó conquistando esos años y ambientes: “Norma”. Con alegre música y triste letra, esta pieza también sería un clásico de la canción popular:

Del día que te conocí,
no puedo vivir sin ti.
Tú sabes lo que es amor,
Norma mía.

Escúchame esta canción,
que te la dedico a ti,
como un recuerdo de amor,
muy sincero

Más conocido como "Norma mía", el tema saltó exitosamente a los cancioneros de Danny Chilean, el peruano Gustavo Hit Moreno, versiones del pianista Trujillo y el argentino Feliciano Brunelli. Además, fue adaptado y grabado en estilo tangueado por Enrique Rodríguez y su Orquesta Típica, con la voz de Armando Moreno, e incluso sonó en Estados Unidos con adaptaciones para Bing Crosby y the Andrew Sisters. Una de las versiones más conocidas y divulgadas en el habla hispana fue también la del ecuatoriano Julio Jaramillo, apodado Ruiseñor de América y con una brillante carrera truncada por otra prematura partida.

En tanto, don Porfirio se desplazaban por esos mismos círculos y escenarios paseando temas entre los que figuraban varias adaptaciones y versiones chilenas del tango, incluyendo temas de Mario Ríos como "Noches de Santiago" y "Viejo San Diego", que dejaban entrever algo del ambiente bohemio en que desplazaban sus vidas por aquellos años todos los nombrados. Este último tema, grabado nuevamente con la voz de Abril, tiene una íntima y cómplice conexión con el luminoso pasado de la calle que prestaba su nombre al título, además:

Ha llegado ya la noche silenciosa
y mi barrio, lindo barrio soñador,
con su vieja plaza Almagro, tan querida,
se ha dormido mi viejo arrabal.

Un borracho en una esquina, llora y dice
que la quiere, que es por ella su dolor,
y un muchacho que entona una canción
como una sombra va, por mi arrabal.

Nací en este barrio tan lindo
y es como un pedazo de mi alma,
no hay como mi barrio San Diego
con sus cafetines nocturnos.

En su vieja plaza querida
testigo de penas y amores,
barrio, barriecito querido
nunca te podré olvidar.

A todo esto, Díaz llegó a ser considerado el rey de la calle Bandera y sus infinitas atracciones de entonces. En su orquesta participaron varias veces más sus amigos De Franco y Rodríguez, por cierto. Llegaron a ser lo más solicitado de los boliches del “barrio chino”, con Porfirio muy influido por las actuaciones directores musicales como Ángel Capriolo y Armando Bonansco. Se vivía la tangomanía en su plenitud por esos años, por supuesto, con el aporte de estrellas como Canaro, Carbone y el aporte al mismo movimiento de Osmán Pérez Freire (el autor del "Ay, ay, ay"), esplendor en el que Díaz y su cuadrilla musical habían sido los encargados de inaugurar la Radio Aconcagua de Mendoza, además.

No mucho después, los artistas de aquellos circuitos levantaron alianzas artísticas curiosas con otras instancias y medios, como aquella surgida con el animador Mario Kreutzberger, Don Francisco. De esta sociedad apareció un disco donde la estrella de la televisión chilena cantó con la música de la orquesta de Porfirio de fondo, en 1968. 

Mientras sucedía todo aquello, Gamelín Guerra había trabajado también con su coterráneo antofagastino José Goles, uno de los impulsores de la Sociedad Chilena del Derecho de Autor, miembro de la alegre orquesta Los Estudiantes Rítmicos y creador del tema titulado “El paso del pollo”. Llamado también “El pobre pollo”, esta canción de fiestas bailables fue otro de los ritmos mixtos con toques de foxtrots más conocidos de entonces, grabado en 1939 con su inconfundible y cándido coro que todavía era un tema de enorme popularidad en los años cincuenta y sesenta, perpetuando después su fama con grupos como Los Huasos Quincheros y Los Perlas. Estos últimos la tocan también en una suerte de ingenuo proto-video clip rodado principalmente en el folclórico restaurante de El Pollo Dorado de Santiago, apareciendo como secuencia del filme musical "Ayúdeme usted compadre" de Germán Bécker, en 1968:

Pobre pollo,
enamorado,
llora sus penas
desconsolado.

Por la gallina,
Francolina,
que puso un huevo
en la cocina.

A todo esto, el autor de “En Mejillones yo tuve un amor” también paseó sus artes por todos los principales clubes de Santiago, como La Bahía de calle Monjitas y el Lucerna de calle Ahumada en la misma cuadra del Hotel Crillón, hasta que un incendio destruyó aquel lugar en 1949. Hizo presentaciones en el Club de la Unión y en el Hotel Savoy de Ahumada con Agustinas, además. De hecho, el maestro Guerra seguiría actuando todavía en los años ochenta, a avanzada edad y a pesar de la decadencia en que se hallaba entonces el medio recreativo.

El gran Gamelín Guerra falleció el 22 de junio de 1988, a los 82 años. Sin embargo, no fue sepultado en su tierra natal, sino en Santiago. En una posterior gestión casi personal del tozudo y decidido alcalde de Mejillones, don Marcelino Carvajal, incluyendo entrevistas y acuerdos con sus descendientes, logró llevar los restos del artista hasta la pequeña ciudad nortina y sepultarlos con gran pompa en su cementerio. Para esto se destinó un espacio adaptado como mausoleo en una de las alas del pabellón en la portada de acceso al camposanto, siendo recibido allí el 12 de octubre de 1995.

Cabe observar que los restos de Guerra permanecen en aquel sitio acompañado por los honores, agradecimientos de los mejilloninos y una estatua del propio músico junto a la puerta de acceso, tocando guitarra. Se ha vuelto una suerte de activo cultura y turístico importante en la ciudad, nuevamente gracias a Carvajal y sus equipos. Su nombre también se le dio al Centro Cultural de esta ciudad, entre otros referentes, mientras “En Mejillones yo tuve un amor” ha continuando sonando tocada en las distintas versiones grabadas por artistas como Los Perlas, Los Quincheros, Lalo Parra, Las Capitalinas y una incontable pléyade de músicos del ambiente bohemio, folclórico y tradicional.

Es imposible hablar de Porfirio Díaz, entonces, sin pasar por toda su generación de talentos irrepetibles: aparece en la historia musical chilena como un hilo de oro, conductor de toda esa tremenda saga artística y cultural, involucrando a algunos de los nombres más importantes de los espectáculos populares de país, al origen de varios de los temas musicales chilenos de mayor difusión internacional y, por si fuera poco, el tal vez corto pero muy intenso tiempo de glorificación del tango en Chile, como inevitable influencia de la escena argentina en el ambiente local. Los programas de tango de la fallecida locutora Alodia Corral, como "Romances al atardecer" y "Recordando", fueron algunos de los últimos espacios que quedaban en los medios para albergar aquel enorme y romántico legado artístico. Lo propio sucedía con "El Cartel del Tango" de Fernando Muñoz, en Radio Portales de Valparaíso.

Como consecuencia de aquello, Díaz queda cristalizado en la mayor parte de la escena tanguera y milonguera del país, a pesar de la terrible amnesia nacional, movimiento al que dedicaremos alguna entrada a futuro. Al final de sus días, el artista habría participado en la grabación de más de 3.000 discos contabilizados, además, falleciendo el 21 de agosto de 1993.

Todo ha confabulado para reducir el recuerdo de Porfirio y su virtuoso paso por este mundo desde entonces, sin embargo: compartir su nombre con el quizá más universalmente conocido mandatario mexicano, haber pertenecido principalmente a medios por completo retrocedidos como la radio y pertenecer al fenecido ambiente de la bohemia clásica, favorecieron a que su enorme herencia en la música popular se haya diluido entre los cambios drásticos de la industria y del propio recuerdo.

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