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EL DÍA EN QUE JUAN CARLOS GIL MURIÓ Y RESUCITÓ

Juan Carlos Gil en sus años jóvenes. Imagen publicada en el portal de Música Popular Chilena.

Juan Alfonso Ossandón Gil, más conocido por su seudónimo Juan Carlos Gil, debió ser uno de los pocos chilenos capaces de anotarse dos fechas en su lápida… El famoso locutor y veterano hombre de radio ostentaba un suceso único en su biografía: haber fallecido “formalmente” y experimentar la resurrección en Calama, al final de su primera etapa de vida en las comunicaciones, con solo 26 años de vida.

Aquella fue en gran medida, además, una de las razones de fondo por las que debió partir a vivir y trabajar en la ciudad de Santiago: en parte, viajó a la capital arrancando de su propia travesura. A la larga, sería algo por completo afortunado para él y para el público sin embargo, porque en esta ciudad se consagraría como otra de las figuras más trascendentes de la historia de la radiodifusión nacional, dejando marcados sus pasos en un extenso sendero profesional.

La insólita historia, casi olvidada y prácticamente desconocida por muchos de los colegas de don Juan Carlos en las generaciones posteriores, efectivamente sucedió y quedó como una especie de conocimiento iniciático dentro del mundillo de la actividad radial chilena y sus anécdotas. En noviembre de 2011, tuvimos oportunidad de conocerla de su propia boca y con todos los detalles posibles, cuando el locutor se encontraba internado en el Hospital J. J. Aguirre producto de un problema de salud combinado con un descuido de su parte que casi pasa a peor situación, según confesaba en esos momentos. Así había pasado por un primer gran susto real con la misma parca de la que se burlara a principios de los sesenta, pero ya se recuperaba y estaba próximo a ser dado de alta.

Gil, allí en su lecho de paciente entre sábanas blancas que no eran mortajas, recordaba con risas la historia de su legendario “fallecimiento” en tierras mineras del norte de Chile, antes de venirse a Santiago y hacer la parte más conocida de su carrera a nivel nacional… He aquí, entonces, esa increíble historia.

Contaba el eximio locutor que su “muerte” en la ciudad de Calama fue un extraordinario montaje hecho con sus colegas, como broma para el Día de los Santos Inocentes hacia fines de diciembre de 1961. Gil ya estaba sumido en la actividad locutora y radial: había comenzado siendo solo un adolescente en Radio Libertad de Antofagasta, su tierra natal, desde donde emigró a Radio Calama en la ciudad del mismo nombre, haciéndose conocido rápidamente por sus programas para todo público incluyendo uno infantil llamado “El tío Juan Carlos”. Eso explica que, apenas superando la media veintena, ya tenía cerca de diez años de experiencia en la radiodifusión.

Aquel año, sin embargo, algunos en la radio querían dar un golpe sin precedentes entre las bromas que habitual y tradicionalmente hacían los medios de comunicación en el 28 de diciembre, de modo que un pequeño grupo dentro de la estación fraguó algo inédito: fingir la muerte trágica de Gil, pues ya era uno de sus más queridos locutores locales. La idea era, además de audaz, riesgosa por su irreverencia y posibles consecuencias, pero el entusiasmo venció a toda posible resistencia.

En un auditorio, se había organizado una gran cena bailable de la radio para la noche del 27 de diciembre, y la representación de Bolivia en la ciudad había contratado para el evento una gran orquesta, animando así el encuentro y la pista. Como conductor del evento, Gil tomó el micrófono algunas veces esa noche pero, hacia las 23:20 horas, comenzó a simular un súbito malestar y luego un fulminante ataque cardíaco, ante el asombro y la desesperación de los presentes en el auditorio. Rodeado por los pocos confabulados, fue atendido de inmediato por el Dr. Osvaldo Olguín, conocido médico y militante de vieja guardia de la Democracia Cristiana, quien era parte de la farsa.

Siguiendo el libreto, entonces, el joven Juan Carlos fue llevado en una camilla ante la desazón del público y la fiesta llegó a su abrupto fin en ese mismo instante. Fue “hospitalizado”; se informó que estaba siendo operado y, pasada la medianoche, ya comenzado el Día de los Inocentes, se anunciaba con desazón por los medios que había fallecido en mitad de la cirugía, desatando la congoja y el luto en todo Calama. Comenzaron las lágrimas, los llantos y las filas de personas que querían ir a dejar flores en las dependencias de la estación radial. La noticia, naturalmente, comenzó a salir de la Región de Antofagasta.

Durante esa misma noche se montó un ataúd en el escenario del auditorio, en donde se realizaría supuestamente su último responso: todo el personal de la radio se declaró en luto y las transmisiones se redujeron a música clásica y sin comerciales… ¡Ni siquiera el gerente general de la estación estaba al tanto de que todo era un montaje, para no despertar sospechas!

Más aún, el homenaje fúnebre y el panegírico presentado en la ocasión al público, habían sido redactados por el propio Gil y otro locutor amigo y cómplice, dándose sentida lectura de ellos en el lugar.

En tanto, kilos de coronas, arreglos y flores naturales, productos carísimos en una ciudad desértica como Calama, amanecieron en el lugar donde sería despedido, allí junto a su cajón de un auditorio, con la tapa cerrada por supuesta voluntad expresada en vida. El Cónsul de Bolivia en Calama incluso había enviado una fina y onerosa ofrenda floral fúnebre, de inmenso valor material y emocional.

Dos imágenes de Juan Carlos Gil relacionadas con sus labores como recitador-declamador.

Plaza e Iglesia de Calama, ciudad de la macabra broma de Gil en el Día de Inocentes. Los restaurantes que estaban enfrente de la plaza se cobraron una especial "revancha" contra el locutor.

El locutor en el estudio, ya trabajando en Santiago. Imagen de los archivos del diario "El Mercurio".

Mientras todo aquello sucedía, Gil pasó una noche de vigila completa y muy incómodamente. Permaneció escondido en dependencias de la misma Radio Calama, oculto en una oficina en la que ni siquiera podía tenderse o recostarse bien, sentado lo más quieto que pudo frente a un escritorio y sin que sus colegas no coludidos se enteraran de su presencia.

Finalmente, luego de varias horas de duelo y justo en momentos en que la estación conectaba con Radio Cooperativa de Valparaíso disponiéndose a recibir más saludos funerarios, al mediodía del 28 de diciembre se reveló en transmisión abierta y con la risa general de los confabulados que todo había sido una broma cuidadosamente urdida y ejecutada. Al instante, Gil saltó desde atrás de unas cortinas ante los asistentes a su propio funeral, desatando histeria, ira y risas por igual.

El shock había sido general, y los sentimientos hacia el locutor fueron diversos. Los primeros en perdonarlo fueron sus leales niños auditores de “El tío Juan Carlos”, quienes se asustaron inicialmente al verlo pensando que era un fantasma, pero luego corrieron eufóricamente a abrazarlo, saltando a su alrededor. Otros, sin embargo, no fueron tan complacientes: varios le quitaron el saludo o dejaron pasar un largo tiempo antes de disculpar tamaña broma macabra, que mantuvo en luto a toda una ciudad durante toda aquella triste noche. De hecho, una importante autoridad de aquellos años declaró molesta a los miembros de Radio Calama, ese mismo día 28: “Por culpa de este huevón mi mujer lloró toda la mañana”.

Al rato, un poco más disipados los ánimos y regresando la normalidad después del impacto, Juan Carlos fue a comer al céntrico Club de Calama ubicado enfrente de la Plaza de Armas y la Iglesia de San Juan Bautista, en donde tenía su propia mesa. Pero el concesionario del local, apodado el Mantequilla por su parecido con el personaje del actor mexicano Fernando Soto (quien se hizo conocido en Chile por sus filmes con Cantinflas) no lo atendía. Intrigado, Gil preguntó al personal qué sucedía, y el Mantequilla en persona respondió -medio en broma y medio en serio- que en su local “no se atienden muertos, solo comen los vivos”.

El locutor fue a otro boliche del sector y descubrió, entonces, la pequeña gran venganza popular que se había convenido: todos los restaurantes se habían puesto de acuerdo en no atenderlo, bajo la premisa de que no recibían finados en sus comedores. En realidad todo era una broma de vuelta, como desquite.

Esa misma noche, el hambriento y fatigado Juan Carlos fue invitado a su “Comida de Resurrección”. La organizaron velozmente para él los mismos locatarios de los restaurantes calameños, para celebrar su regreso a la vida y uno de los episodios más legendarios de las comunicaciones en el Norte Grande de Chile.

El renacer de Gil no fue solo simbólico, sin embargo: pocos meses después, en abril de 1962, marchó a Santiago y fue contratado en Radio Prat como locutor y DJ, con sede de calle Mac Iver. Comenzaba una nueva etapa de su vida, dejando atrás las entretenidas vivencias nortinas y glorificándose como uno de los más importantes locutores y conductores de su época, pasando por estaciones como Radio Minería, Magallanes, Galaxia y Romance. Trabajó además en la industria discográfica, poniendo su característica y hermosa voz en varias declamaciones de discos Odeón, otra de sus grandes pasiones artísticas, recitando también en locales como el Waldorf. También marcó un récord mundial de 70 horas ininterrumpidas de transmisión en 1977 y fue de enorme relevancia en la difusión de música juvenil y del rock y pop chilenos en programas radiales de los ochenta.

Ya en el retiro, con siete hijos y tres matrimonios a cuestas, Gil se fue a residir a un departamento de calle Santo Domingo, a escasa distancia del mismo lugar de la radio de sus inicios en la capital. Tras ganar su pelea de 2011 con la dama de la guadaña y mofarse de ella nuevamente, a sus 76 años, decidió comenzar a controlar el peso y mantener su saludable lejanía con el cigarrillo, al que había abandonado hacía ocho años.

Sin embargo, Gil no tenía más comodines para desafiar a la muerte: poco después de recibir un reconocimiento a su trayectoria en el Palacio de la Moneda, por el Día del Locutor, estando físicamente ya muy deteriorado, falleció por un paro cardiorrespiratorio el miércoles 22 de mayo de 2019, a los 83 años, tras una larga enfermedad. Su amigo y colega Rodolfo Herrera denunció que estaba casi abandonado, asistido solo por algunos ex trabajadores de la desaparecida Radio Minería quienes, con intervención de la Municipalidad de La Florida, lo sacaron de la pieza en donde vivía solitariamente para internarlo en un asilo de Providencia, en donde lo alcanzó el dedo huesudo.

Su velorio se realizó al día siguiente en la capilla del Parque del Recuerdo de Recoleta con Américo Vespucio, con la liturgia de despedida y cremación de sus restos. Este encuentro cerró el capítulo final a una de las biografías radiales más interesantes del medio nacional.

Es difícil que en toda la historia de las comunicaciones chilenas haya tenido lugar una anécdota parecida siquiera a aquella de fines de año 1961 en Calama, aunque resulta bastante digna de una vida aventurera y extraordinaria como fue la de Juan Carlos Gil.

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