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EL CAFÉ DE CALLE SAN DIEGO EN DONDE NACIÓ UNA GENERACIÓN LITERARIA

Cruce de calle San Diego con Alonso de Ovalle, en revista "En Viaje" de mayo de 1968. Los edificios antiguos que se ven han desaparecido total o parcialmente. Justo enfrente del inmueble situado en la esquina estaba el café Miss Universo y su vecino, el Bar Carola.

El período de los años 2017-2018 fue conmemorativo de la Generación Literaria del 38, para muchos la más importante y trascendente de la historia cultural chilena. Hubo una interesante exposición en la Biblioteca Nacional de Santiago y el período coincidió con el centenario de los escritores que fueron de los fundadores de la misma generación: Héctor Barreto Ibáñez (10 de febrero de 1917 - 23 de agosto de 1936) y Miguel Serrano Fernández (10 de septiembre de 1917 - 28 de febrero de 2009). A su vez, se cumplían 80 años desde la publicación del texto que puso luz y nombre sobre aquella camada: “Antología del verdadero cuento en Chile” de Serrano, en el año 1938, el gran referente cronológico de su generación.

Barreto, uno de los principales pilares fundacionales del grupo, era un joven socialista lleno de idealismos líricos, fascinaciones poéticas y una extraordinaria creatividad truncada solo por la muerte violenta: fue el primero en partir dentro del grupo inicial de intelectuales, asesinado por una turba de nacionalsocialistas con solo 19 años, en una revuelta callejera. En cambio el segundo, Serrano, fue el último en fallecer de ese grupo original con 91 años, dejando en la huella de su vida un pasado socialista y después convertido al nacionalsocialismo tras el escuro episodio de la Masacre del Seguro Obrero, también de 1938, pero dedicando gran parte de su trabajo y su esfuerzo a evitar el olvido de su amigo Barreto.

La Generación del 38 fue llamada también la Generación Neocriollista del 40 por autores como Latcham y Díaz Arrieta. En ocasiones, se la ha identificado más doctamente como el Movimiento del 42, para distinguirlo quizá de otros prodigiosos grupos que pasaron cerca en los calendarios como las generaciones del 20 y del 50. Se identificaron por un énfasis criollista contemporáneo y cierto sentido cronístico en su obra más narrativa, sin dejar una lírica tan fluida como estética en el caso de la poesía, todo con la pluma naturalista y auténtica, notable en enfoques sociales comprometidos aunque muy autónomos y críticos de su época, de su intenso contexto histórico.

Los integrantes de la misma solían pregonar que su generación era huérfana, nacida más cerca de la circunstancia que en hilos de continuidad. Su distinguido miembro poeta y cronista Eduardo Anguita, decía también que el grupo se propuso el desafío de “convertir las palabras en actos” tal como lo habían querido Los Diez, la colonia tolstoyana y otras posibles influencias y tentativas románticas de las letras.

Sorprende tantas veces como se medite, entonces, el que esta explosión creativa tan valiosa para la estantería de la literatura chilena, anidó y eclosionó desde un cafecito y restaurante de calle San Diego a espaldas del Instituto Nacional, situado cerca de la esquina con Alonso de Ovalle y en donde está desde los años noventa el soso Multicentro Alonso Ovalle o Centro Comercial China, conocido como el Mall Chino de este barrio. Manteniendo las proporciones, fue la misma curiosa fórmula del destino visible en la primera escuela del movimiento impresionista, con un grupo de jóvenes reuniéndose en el café Guerbois de París; o los surrealistas creadores del dadaísmo, en el café y cabaret Voltaire de Zúrich.

El origen de la Generación del 38 con su primer grupo de muchachos escritores, fue sacado de la amnesia de los tiempos principalmente por el propio Serrano, resumiendo a la perfección las inspiraciones profundas de aquel club de futuras eminencias de la literatura, a las que se sumarían muchos otros escritores, pues acabó siendo una identidad más que un club o congregación artística. Y, para mayor sorpresa, aún sobrevive algo del fantasma de aquel boliche en calle Alonso Ovalle con San Diego, en pleno centro de Santiago, en el otrora barrio de libreros, sastres y teatros.

Los poetas y escritores comenzaron su epopeya al agruparse en el café, bar y restaurante Miss Universo de San Diego 120, espacio en donde antes hubo una peluquería y centro de belleza hasta inicios de los treinta, aproximadamente. El negocio era vecino al lugar que ocupó la tienda de instrumentos musicales La Casa Amarilla (así llamada inicialmente por el color de su fachada) y un popular hotel-restaurante llamado Barcarola en el número 112-114, también en donde está ahora el Mall Chino de San Diego. En sus mesas bebían botellas de vino, comían guatitas picantes y charquicán. Los atendía una empleada apodada doña Pata de Jamón, quien varias veces alojó en su modesto cuarto a algunos de esos muchachos poetas durante las noches cuando quedaban sin posibilidad de regresar a sus propias camas.

Nacido hacia inicios de los treinta, es presumible que el nombre de la cafetería se debiera al interés que causaban los concursos de belleza iniciados en 1926 en los Estados Unidos, buscando elegir a la participante más hermosa como miss universe, que después se asignaría al título del certamen heredero de aquél, ya en los cincuenta. Lo cierto es que el establecimiento aparece allí hacia 1932, operando también como cigarrería y restaurante, al parecer con un antiguo piano alemán en su interior que aparece puesto en venta por los encargados hacia mediados de la misma década, en los avisos clasificados de la prensa.

Los encuentros de los muchachos en el café se extendían hasta tarde, en noches de un Santiago de romances y tranvías. Comienzan en 1933, mismo año que Serrano salió del Internado Nacional Barros Arana para ingresar al Colegio Valentín Letelier, en el que conoció al intelectual Santiago del Campo Silva. Este fue muy influyente entre los jóvenes bohemios, poetas y cuentistas del grupito germinal: Anuar Atías, Alfredo Loco Irizarri, René Ahumada, Iván Romero, Julio Molina y, por supuesto, Héctor Barreto, quien tenía un liderazgo natural en la cofradía.

La mayoría de los integrantes de aquel semillero literario estudiaban en el vecino Instituto Nacional. Su proximidad al Miss Universo volvió a este lugar su café favorito, una suerte de club literario, continuando allí sus reuniones tras el regreso de Del Campo a España en 1934, ocasión en la que fue despedido por ellos en el club Da Osvaldo del Portal Fernández Concha. Fue Serrano, nuevamente, quien dio más detalles sobre este período, en el primer volumen de las “Memorias de él y yo”:

Santiago del Campo, como he dicho, me presentó a Julio Molina, hijo del autor de “La Selva Lírica”, autor él mismo de los libros de poemas “La Primavera del Soldado” y “Los Caballeros vuelven al Oasis”; a Iván Romero, a Robinson Gaete, a Irizarri, a Ahumada, a Guillermo Atías (Anuar Atías) y a Héctor Barreto. Más adelante, conocí a Braulio Arenas, a Jaime Rayo y a Juan Derpich; también, a Enrique Gómez-Correa, a Teófilo Cid, a Eduardo Molina, a Juan Tejeda, a Eduardo Anguita, a Volodia Teitelboim. Formaban grupos independientes, autosuficientes, sin contacto entre sí. Yo me junté con los primeros, fieles representantes de la pura bohemia nacional -casi digo nacionalista-, de esos oscuros años, por encontrar allí un vínculo estrecho con mi mundo del Internado Barros Arana. No en vano el Instituto Nacional era el otro brazo del mismo cuerpo de educadores laicos y humanistas del Chile vernáculo, intelectual y varonil.

La primera edición de “Ni por mar, ni por tierra”, el mismo autor otorga una descripción muy vívida y detallada sobre aquel refugio de San Diego y el ambiente que imperaba alrededor de estas cuadras de bohemia y candilejas, identificadas en parte con el Barrio Latino de ese lado de Santiago:

Nuestra ciudad posee algunas calles extrañas, que extiende sobre ellas una especie de halo singular. Hay que saber encontrarlas.

Hace cerca de trece años, una noche, yo caminaba despacio por una de esas calles. Iba en busca de mis amigos, allá, en un restaurante de los barrios nocturnos. Sobre mis hombros, a modo de capa, llevaba el abrigo y me apoyaba en un bastón. Demasiado reciente todavía mi enfermedad de una pierna, marchaba cojeando. Crucé varias calles sin toparme con nadie y al fin desemboqué en San Diego, iluminada y viva a esa hora, con los anuncios de los cafetines, de bares y de salas de billar. De trecho en trecho el aviso de un hotel lúgubre, destacaba la figura de alguna mujer trashumante, que hacía brillar un objeto, insinuando una invitación en la sombra. En una esquina hube de detenerme, pues tres mujeres me cerraron el paso sonriendo, y me hablaron. Una de ellas me cogió del abrigo y las otras miraron mi bastón. Me invitaban. Presentí lo que sucedería. Me arrebatarían el abrigo y luego se alejarían de modo que yo no pudiera darles alcance. Hice un movimiento brusco y me despedí del grupo, entrando en la zona de la luz y abriendo la puerta de una cafetería sobre la cual podía leerse un letrero que anunciaba: “La Miss Universo”. Adentro, en un rincón, estaban mis amigos.

Permanecían a esa hora sentados en torno a una mesa sucia, con unas botellas al frente; cuando yo llegué no interrumpieron su charla. Julio Molina, el poeta, que fue un genio de catorce años, en actitud insolente mantenía su brazo en ángulo recto, con los dedos extendidos hacia arriba y afirmaba que así permanecía el sol en el espacio y que esa era la posición de Dios en el cosmos; después siguió hablando de sus poemas: “El Arquitecto Inmóvil” y “Treinta galopes de Sal”. Contó también su muerte en un país del trópico, entre cocodrilos, mientras las arañas y las hormigas se le metían en la boca, incapaz de cerrarse en el letargo angustioso del final. Santiago del Campo, el dramaturgo, escuchaba, luminoso y sonriente, dinámico y gozador maravillado de la noche. Poseía entonces el secreto del tránsito y la seguridad en sí mismo que le abría todas las puertas. Anuar Atías, el cuentista; Irizarri, el “Loco”; el “Tigre” Ahumada y otros más. Me senté junto a ellos y debí leer algunos cuentos que ya no recuerdo. Sería más de la medianoche cuando empujaron las batientes de la puerta de entrada y apareció Barreto acompañado de dos amigos. Cruzó el espacio que lo separaba de nuestra mesa, con su aire especial, las manos sumidas en los bolsillos de su abrigo café, el rostro serio y el rictus amargo e irónico de la boca. Al llegar a nuestro lado se echó atrás el sombrero de alas subidas y de un salto pasó por encima de unas sillas para sentarse a nuestro lado. Los que le acompañaban también se sentaron; aún cuando no eran escritores, venían a escucharle, pues le admiraban como a hombre y jefe capaz de dirigirlos a través de sus correrías nocturnas y pendencieras. De inmediato el ambiente cambió, tomando un no sé qué de extravagante y legendario, como si ese muchacho de ojos afiebrados, aportase un séquito de presencias invisibles y en torno de él se entretejiera el oro de la leyenda.

Y así era.

En un artículo para la revista “Universum” (“El asesinato de Héctor Barreto y la cultura política de la izquierda chilena en la década de 1930”, 2009), el académico Fabio Moraga Valle comenta que, además de tener al Miss Universo, el barrio de San Diego era conocido por la presencia de otros bares y cafés que podían representar atracciones para públicos específicos de perfil intelectual, como socialistas, estudiantes y escritores en sus inicios.

Calle San Diego vista hacia el sur desde la proximidad de la Alameda de las Delicias, en diciembre de 1921. Fuente imagen: álbumes fotográficos históricos de la compañía Chilectra.

Héctor Barreto (1917-1936). Fuente imagen: "Historias Ociosas" de Rafael Videla E.

Tumba de Barreto en el Cementerio General, con una reproducción de su rostro mortuorio realizada por el escultor Manuel Banderas.

Artículo del escritor Carlos Droguett, de 1947, sobre Jaime Rayo, perteneciente al Archivo de Carlos Droguett de la Universidad de Poitiers, Francia. Agradecimientos a Rodrigo Verdugo por facilitar esta valiosa imagen.

Despedida de Santiago del Campo en el restaurante Da Osvaldo, con los presentes sentados en las escaleras del Portal Fernández Concha en 1934. Abajo a la izquierda, Julio Molina Müller y a su lado Iván Romero. Sentados en la fila del centro, el segundo a la izquierda es Manuel Salvat Monguillot (organizador del encuentro e hijo del librero Salvat), junto al "Chico" Vega y Santiago del Campo. Arriba, Héctor Barreto y Miguel Serrano.

Miguel Serrano (1917-2009). Fuente imagen: sitio Libros de Mentira.

Panel con recortes de prensa de la exposición sobre los 80 años de la Generación del 38, en la Biblioteca Nacional de Santiago, año 2018.

Detalle del histórico artículo de Miguel Serrano en el diario "La Nación" de febrero de 1938, con el que comienza a ponerse en definición a la Generación del 38 y sus características.

Un pequeño aviso del café Miss Universo en el diario "La Nación", solicitando personal a fines de abril de 1936. 

De entre todos aquellos y otros que hubo en diferentes momentos de su historia, se recuerdan El Mundo, todavía popular en los ochenta, enfrente del Teatro Caupolicán; el cabaret El Submarino, cerca de la Plaza Almagro; el no menos oscuro La Pata en Eyzaguirre; el bar Cola de Mono, de las mismas cuadras y famoso por esta bebida; el Luz y Sombra de Ricardo Huerta, llegando a Matta; el antro del Chantecler ya cruzando Matta, frecuentado por rufianes como El Nimbo; el cabaret Gato Negro vecino al Teatro Esmeralda; el Salón América cerca de Tarapacá; el Buenos Aires casi en la esquina con Pedro Lagos; el folclórico Club Comercio Atlético que aún existe en la primera cuadra al sur de Matta; el Club de la Medianoche, por el mismo cruce de vías; y tiempo después el restaurante Roma que existió en los bajos del ex teatro del mismo nombre, vecino al Cariola, entre muchos otros.

No era coincidencia que bohemia y libros se mezclaran tan equilibradamente en calle San Diego, en consecuencia. Al respecto, Moraga Valle se pregunta y se responde al comentar del Miss Universo de aquellos años treinta y del grupo fundador de la generación literaria:

¿A quiénes leían el grupo de Miss Universo? ¿Cuáles eras sus preocupaciones? Primero, al contrario de la generación anterior, la política no formaba parte de sus preocupaciones fundamentales; pero sí compartían intereses literarios en torno a un grupo muy determinado de escritores extranjeros: Panait Istrati, Knut Hamsum y los rusos Dostoievsky, Boris Pilniak, Sevolod Ivanov; o poetas como Miloscz; entre los vates chilenos leían a Pedro Prado, Omar Cáceres (quien se apareció en sus tertulias para recitar su “Azul deshabitado”), Vicente Huidobro, Augusto D’Halmar (en especial “La sombra del humo en el espejo”), Salvador Reyes, Pablo de Rokha, Neruda y Joaquín Edwards Bello, entre otros.

Barreto también había sido presentado allí a Serrano y a los otros miembros del grupo por Del Campo. Sus visitas a San Diego eran frecuentes, de día y de noche: solía buscar libros de Charles Dickens, George Bernard Shaw u Oscar Wilde, no amilanándose con el ambiente bravo que se desplegaba a veces en el mismo, entendiéndose sin problemas con los rufianes del sector y hasta los tipos más rudos, como un tal Ojota Carrillo, cuyo local del vecindario servía para reducir objetos robados. Sentía cierta atracción por ese mundo oscuro y temible, a pesar de no participar de él. Del Campo y Serrano mencionaron, además, un extraño “amuleto” que Barreto solía traer en sus andadas: una cajita de madera labrada, que tendría opio en su interior, supuestamente.

A través de Guillermo Mena y Anuar Atías, Barreto había conocido allá mismo al pintor Fernando Marcos, otro representante de la generación artística pero por el lado pictórico. El encuentro tuvo lugar en uno de los varios locales de libros que daban rasgo e identidad a aquellas cuadras, hasta hace no mucho, en una librería propiedad de los padres del joven pintor. A la sazón, 1932, Fernando y Héctor eran adolescentes, precocidades de intelectualidad. Y solo dos años después, Barreto ganaba su primer premio literario en un concurso del Instituto Nacional, con un relato titulado “La belleza perfecta”.

Por Serrano también sabemos que Barreto se hacía llamar Jasón, como el héroe clásico, e inventaba largas y muy tejidas historias de aventuras o sagas personales, con alguna base real cada una, quizá, pero cuyo desarrollo iba sumando puntadas a una trama que dejaban en silencio a todos los presentes, atentos a los detalles. La creatividad que desplegaba a vertientes en el Miss Universo paseaba entre episodios fabulosos, hazañas, aventuras románticas con una hermosa gitana (que casi le cuesta la vida), otros dramas amorosos en los campos, etc. No siempre era él el protagonista de sus historias, sin embargo, pero en las que era la estrella, apoyaba su narración mostrando supuestas “pruebas” de algún pasaje descrito, como la mencionada cajita de madera con alucinógenos.

Había mucho de rasgo onírico en los pocos trabajos que alcanzó a publicar Barreto, además, como el relato “Pasajero del sueño”, el más recordado. El mundo mental del muchacho, su reino imaginado, parecía intentar desprenderse del estrato más profano y material de la realidad como una desesperación por escapar de lo convencional o lo cotidiano. De esta manera, allí en el café, iba divagando siempre con esas historias en las que evadía la muerte violenta por un pelo, causando expectaciones y risas, como sigue recordando Serrano en “Ni por mar, ni por tierra”:

Héctor seguía jugando con el vaso, dejaba que la espiral del humo de su cigarro subiera. Luego continuaba: La otra noche, estando en un antro de los suburbios, unos individuos de una mesa vecina le buscaron pendencia. Uno de ellos le insultó. Entonces le respondió, diciéndole que era un insecto, una cucaracha verde, que podía reventar con dos dedos. Y Barreto hacía el gesto de apretar un gusano. El hombre le había desafiado a un duelo a muerte. Sería a cuchillo y en las sombras de la Plaza del Roto Chileno. Durante largo rato caminaron por las calles sin cambiar palabra, hasta llegar a la plaza solitaria. Aquí desenvainaron sus armas. Y sucedió lo siguiente: su contendor le pidió que le facilitara su daga para afilar la suya. Barreto se la entregó sin titubear. Entonces el otro le atacó con las dos. Gracias a su gran agilidad pudo escapar con vida de esa aventura.

Antes de su ya referida partida a Europa, Del Campo vivía en una buhardilla del antiguo edificio del Instituto Nacional. A esta habitación podía entrar solo hasta cierta hora, por lo que, cuando se le pasaba el plazo para regresar debía quedarse afuera toda la noche, hasta el otro día. Si esto le sucedía, era Barreto quien lo acompañaba, vagando por las calles o haciendo más de su épica en los varios cafés y bares del vecindario, bajo la noche inmensa de un Santiago ya totalmente inexistente.

En una de aquella noches, estando presente el admirado Cáceres en la reunión y luego de escuchar las historias de Barreto, Serrano se retiró del Miss Universo sintiendo que iba internándose en una ciudad paralela, desconocida, de nieblas espirituales e imágenes difusas desdobladas en otra realidad del espacio y las neblinas del tiempo. Y llegó así, como náufrago de la urbe hasta un misterioso pasaje de calle Blas Cañas entre Carmen y Lira que aún existe: un cité con una gran estatua de la Virgen con el Niño en su patio interior y suelo empedrado que le recordó a la Calle de los Alquimistas de Praga. Se internó curioso por él y de pronto, una mujer residente se asomó mirando al cielo despejado mientras decía: “Llueve. ¿Quién entrará en el Círculo esta noche?”.

Serrano contó muchas veces aquella singular historia en sus libros, solo posible de vivir y explicar en el Santiago de esos días. Fue una enorme inspiración para él: aseguró haber creído que esa puerta era una entrada a la Ciudad de los Césares, o a un mundo encantado en el subsuelo. El extraño pasaje aún existe, pero la ciudad en que ocurrió aquello, ya no... Salvo por pequeños enclaves luchando con el tiempo, como el café de nuestro interés.

Pero el asiento de Barreto iba a ser el primero en quedar vacío allí en el café Miss Universo, después de una mortal riña entre miembros de su bando socialista y otro grupo nacionalsocialista, en 1936. El desastre se desató después de lo que podría haber sido solo un incidente menor, en el desaparecido café Volga ubicado también en calle San Diego hacia la segunda cuadra después de avenida Matta, enfrente del desaparecido Teatro Imperial. Aquella cafetería era frecuentada por estudiantes, universitarios y socialistas, por lo que la llegada de un grupo de nacistas al mismo desencadenó los hechos violentos, en tiempos también violentos.

Barreto cayó herido de muerte cerca de allí, en calle Serrano junto al murallón del Colegio Francisco A. Olea, a pasos de Matta. En la revuelta, y luego que sus compañeros escaparan al escuchar disparos, él habría permanecido de pie levantando su anillo sobre la cabeza mientras exclamaba desafiante: “¡Por aquí, pasen las balas por aquí!”. Fue alcanzado por una de ellas en el estómago y recibió también un puntapié en la cabeza, fracturándole el cráneo. Un vecino militar salió a tratar de defenderlo con su sable, pero ya era tarde. Fue trasladado a la Posta 2 de calle Chiloé con Maule y, cuando iba en camino, abrió sus ojos por última vez y preguntó enigmáticamente: “¿Quién ríe ahora, los de aquí o los de allá?”. Tras agonizar durante el resto de aquella fatídica noche, falleció.

El investigador Moraga Valle, por su lado, concluirá sobre la martirial figura del joven literato caído en tan crueles circunstancias:

Héctor Barreto era, como muchos jóvenes de la época, un aprendiz a medio camino entre la literatura y la política. Rescataba el individualismo como máxima expresión del ser humano, pero no rechazaba el colectivismo (socialista, comunista, militante); sus cuentos reflejan la mente de un joven que poseía, pese a su temprana edad, no solo un exquisito uso del lenguaje, sino también un fino talento literario. Como muchos en aquella etapa de la existencia vivía con pasión y entrega sus ideales y adoptó el apodo de Jasón, el héroe griego, su propio modelo literario y de vida.

La tragedia mantuvo en conexión directa, por unos años más, a los amigos del café, quienes publicaban un folleto con su nombre en el aniversario de su muerte. Sin embargo, el trauma acabaría disociando y abriendo al grupo al perder su eje; clavo maestro y centro gravitatorio, como reconoce Serrano: “fue un símbolo para un sector de mi generación, quemó una etapa para siempre”, enfrentándolos con la realidad vil. “Los que vivíamos retraídos fuimos proyectándonos a la acción y al mundo externo. Nos tomó la vida, con sus luchas y pasiones”.

Dos hitos editoriales de la Generación del 38: "Los hombres obscuros" de Nicomedes Guzmán, y "Antología del verdadero cuento en Chile" de Miguel Serrano, considerado por muchos como la puesta en marcha del conocimiento de la generación literaria a la que pertenecieron estos autores.

"La sangre y la esperanza" de Nicomedes Guzmán y "La estrella roja" de Jacobo Danke. Ambos ejemplares primer edición de las colecciones de la Biblioteca Nacional.

"El laurel sobre la lira" de Luis Enrique Délano y "Romance de Balmaceda" de Luis Merino Reyes. Ambos ejemplares primer edición de las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Diferentes libros de distintos autores, unificados por la encuadernación que se utilizaba en talleres editoriales en los que participaron integrantes de la Generación del 38, en este caso de la Empresa Letras.

Libros producidos por la Editorial Cultura, que estuvo bajo dirección de Nicomedes Guzmán. Ejemplares pertenecientes a la Biblioteca Nacional de Santiago.

Tres obras de ilustración de Andrés Sabella para el escritor Luis Rivano, en la exposición. Colección de la Librería Luis Rivano.

Ilustraciones y grabados para trabajos editoriales de la Generación del 38. Obras de Aníbal Alvial, Darío Octay, Claudio Naranjo, Ismael Echeverría, Pedro Lobos y Fidelicio Atria.

Portada de una revista "Mandrágora" e imagen de Braulio Arenas (1913-1988), otro integrante destacado de la Generación del 38.

Pero aún quedaban varios capítulos a esta asombrosa historia… El 13 de febrero de 1938, a propósito de un concurso literario ganado por el vanguardista Juan Marín, Serrano publicó en “La Nación” el artículo “Algo sobre el cuento en Chile”, en donde intentaba definir el valor y carácter del cuento chileno poniendo como ejemplo a su colega Emar. El texto redactado por el entonces muchacho de 20 años, resultaría en un manifiesto fundador del movimiento de su generación:

No soy el llamado a decir lo que sigue. No soy crítico ni orientador literario. Pero hay veces que cuando las cosas no se dicen por el que debe, las dice el que no debe. La gente se incomoda. Hoy estamos ante una situación, además, de ordenar lo mínimo, para poder, algún día, conquistar lo máximo.

Es ocasión de hablar un poco del cuento. Acaba de verificarse un concurso patrocinado por “El Mercurio”, pudiendo constatarse cuánto cuento se escribe en nuestra tierra, pues el número de los suscritos supera en mucho a cien.

A pesar de lo mucho que en América del Sur -y en especial en Chile- se escribe cuento, es muy poco lo que en realidad se sabe del mismo. Poco importa que se “sepa”, se dirá, cuando lo principal es que se escriba, y bien. Esto también es cierto. Pero después.

Hoy es necesario saber algo sobre el cuento, al igual que es necesario saber algo sobre nosotros. Dos cosas son una misma. Porque el hombre necesita saber lo que es, para no ser otra cosa.

Se es cuentista o se es novelista. Siendo, se comprenda, primero y antes, un artista. Equivaliendo lo del cuento y la novela a algo así como la expresión más acorde con nuestro modo de ser.

Estas divisiones hay que hacerlas de una vez para siempre, porque, en verdad, no se han hecho nunca. Y es así como el hombre se equivoca. Vemos a novelistas escribir cuentos y a cuentistas novelas, y, lo que es mucho peor aún, al novelista o al cuentista escribir poemas, o al poeta escribir cuentos, siendo que la diferencia entre prosa y poesía es definitiva y fuerte, equivaliendo en todo a un opuesto modo de ser y de respirar.

No quiere esto decir que las cosas que dice un prosista o un poeta sean en absoluto distintas. Son distintos solo los modos de decirlas viéndolas. Puesto que poeta o cuentista de expresión, en sus diferentes plataformas, ansían.

Después, ya entrando de lleno en el corazón del pensamiento que definiría a su generación literaria, continuaba:

Chile, país de grandes poetas, quizá de los más grandes, es también un país de grandes cuentistas. Con la diferencia, únicamente, que los poetas son conocidos (no tampoco los de la nueva generación), y venerados, y los cuentistas no. Pues, el cuentista auténtico está localizado, precisamente, en esta joven generación.

No hay en lo dicho, en grado alguno, exaltación patriótica. Hay solamente constatación. Puesto que América del Sur, en general, siempre ha demostrado algo así como una preferencia por el “género cuento”. Género más de acuerdo con su abultado espacio. De tal modo que se puede decir que en América, en especial Chile, vuelvo a afirmar, nace el cuento.

El cuento es un género intermedio, si se quiere, entre la novela y el poema, no debiendo existir, sin embargo, cuentos poemáticos, o bien de narración. Es así un mundo propio, cerrado, o abierto, con existencia en sí, con ley, o con sus leyes propias, con sus dolores y sus placeres, con sus incomodidades y comodidades propias. Vive ese mundo, como vive una piedra definitiva, como vive un pájaro o un sentimiento.

Profundizando más aún sus conceptos después de revisar los ejemplos de Rusia (destacando el caso del literato Vsévolod Ivánov), Europa y Estados Unidos (en donde identifica la grandeza de la obra de Edgar Allan Poe), continúa Serrano unas líneas, después, defendiendo la obra de Emar por sobre la que había sido premiada en el concurso y paseando por algunas expresiones que parecían entrar en conflicto con las simpatías por el izquierdismo que todavía profesaba entonces:

Leí algunas semanas atrás, una nota para justificar la bondad del cuento “Puerto Negro” de Juan Marín, recurría a decir que era un cuento que hablaba de la explotación del hombre por el hombre, eminentemente antifascista, que cultivaba la tradición de Baldomero Lillo.

Son, a mi parecer, dos errores. No creo que baste construir “clichés” que hablen de la explotación de los mineros, ni basta arreglarlo todo con el mote antifascista, para que todo pase a ser bueno, bello y verdadero. Es un error que se está difundiendo demasiado. Lo segundo, también a mi parecer, es que Baldomero Lillo no es cuentista, sino narrador, y mal puede serlo quien cultive “su tradición”.

A mi criterio -y la afirmación que sigue puede parecer exagerada- en Chile no ha habido más cuentistas auténticos que los de la joven generación. Pueden enumerarse entre ellos, por ahora, primero a Héctor Barreto, Anuar Atías, Pedro Carrillo y otros. Todos ellos desconocidos, tal vez en absoluto, del que lee.

Es el cuento y al cuentista necesita ayuda verdadera, con conocimiento y reivindicación.

Como era de esperar, el artículo provocó instantáneo debate y controversia intelectual que fue recogida por “El Mercurio” y la revista “Hoy”. El asunto se prolongó hasta junio, de hecho. Participaron de las discusiones escritores con el talle de Reyes, Huidobro (tío de Serrano) y Droguett... Y algo grande tenía que nacer de esta disputa, necesariamente.

Permitiéndose un acto de soberbia en medio de tal pelea, entonces, Serrano se propuso publicar como respuesta una selección de cuentos titulada “Antología del verdadero cuento en Chile”, en donde solo reunía autores jóvenes de su generación. Lo sacó adelante sin grandes recursos ni apoyos, a pesar de haberlos buscado incluso en el siempre apático presidente Arturo Alessandri. En septiembre de ese mismo año, además, tuvo lugar la Masacre del Seguro Obrero, que llevaría al autor a reclutarse en la ideología nacionalsocialista de las víctimas y a exacerbar su enfoque nacional, patriota y comprometido, además de su alergia a Alessandri.

La antología saldría de imprentas poco después, en noviembre de 1938, agrupando en sus páginas cuentos del mismo autor, más Barreto, Pedro Carrillo, Braulio Arenas, Adrián Jiménez, Juan Tejeda, Eduardo Anguita, Teófilo Cid, Juan Emar, Carlos Droguett y Anuar Atías. La dedicatoria del libro decía: “Para Héctor Barreto, en este asegundo aniversario de su ASESINATO”. Y agregaba: “Será difícil que nuestra generación olvide aquellos extraños días del crimen y del entierro, que llenaron esta curiosa ciudad”.

A su vez, en el prólogo de Serrano se proclamó una definición categórica de la generación literaria que comenzaba salir de la oscuridad de los cafés y boliches de antaño, precisamente con esta publicación:

Vida es acción del hombre sobre el mundo. Vida es humanizar. En el sentido ideal; puesto que hoy tenemos que mirar éticamente por los valores. Por los valores positivos. De este modo debe y tiene que ser en la realidad.

Nuestra generación, que ha nacido vieja en “incomodidades”, sabe esto, sabe muchas cosas. Mas de nada le vale. ¿De qué le puede valer, cuando está más explotada que un zapatero? (Entendiendo que el artesano es el que mayor independencia económica logra en Chile). El artista de nuestra generación -y en general- vive una vida de perro negro, en desconsideración, en vejaciones económicas y espirituales, en Santiago de Chile.

Vivir la vida recta y virilmente, como es en sí, es grande mente difícil hoy. En todos los sectores coexiste el capitalismo, con sus crecidos santos de trapo o de viento, fantasmas grises que viven en lapidaria simbiosis, que arriban y se arrastran.

Y pasando ya a un lenguaje más bien de anuncio urbi et orbi, contempla a su generación y a esta nueva producción de literatos como los responsables de dar sostén al más auténtico cuento de Chile, la razón de este libro:

Esta antología es del CUENTO CHILENO, aunque muchos no sepan ni quieran reconocer su nacionalidad e ingenuamente renieguen, afrancesándose. La tierra los agitó, desde allí vienen, a ella, solo a ella, le deben su grandeza o su miseria. Prueba de ello es que no se han dado en ninguna otra parte, sino en Chile. El tono hondo o desgarrador, que se repite como motivo fundamental y constante, es propio del crisol, del territorio chileno.

Chile, por hoy, es el país del Arte, que significa, en lenguaje significativo, PREPARACIÓN PARA ALGO. El arte es transitorio.

La generación anterior fue la de la Poesía. La nueva generación es la del Cuento. Chile es un país de cuentistas. Esta Antología quiere ser una “Antología Abierta”. Desearía una página en blanco para cada letra del alfabeto, donde vendrían a “trabajar” los nombres de los próximos cuentistas. Yo he colocado solo a los que conozco, a los otros -que tal vez existan- no tenía tiempo para salir a buscarlos con detenimiento.

Con aquel acto desafiante y muy provocador en la literatura, pues, había nacido formal y públicamente la extraordinaria Generación del 38... O, mejor dicho, con ello manifestó al mundo su existencia.

Era, pues, la misma generación que había comenzado a hacer palpitar sus entrañas en ese rincón de mesas desaseadas y noches largas de calle San Diego, un lustro antes, y que ahora se abría paso a codazos entre los dogmas y sectarismos de la intelectualidad nacional pretendiendo revolver el puzzle.

Ilustración de José Venturelli para la obra "Hijo del salitre" de Volodia Teiteilboim, 1952.

Panel biográfico de Héctor Barreto en la exposición de la Generación del 38 de la Biblioteca Nacional, año 2018.

El Miss Universo de nuestra época, cuando aún conservaba este nombre en la misma ubicación actual del Donde J.C., en Ovalle llegando a San Diego. Imagen de Google Street View.

Restaurante Donde J.C. Hace pocos años conservaba aún el nombre Miss Universo.

El pequeño pero acogedor espacio de Donde J.C. en la cuadra de Alonso de Ovalle.

Vista hacia el interior del actual boliche, año 2017.

Don Juan Carlos Yáñez V., actual dueño. Sobre la caja, su premio del año 2017.

Cervezas para el calor primaveral... Atrás, don Luis Pizarro, quien fue amigo del dueño anterior del "Miss Universo", un señor Reyes ya fallecido.

Elogiosa mención al Miss Universo en el diario "El Mercurio", en 2008.

Premio 2017, de la Ruta Gastronómica Barrio San Diego.

Además del caso de Barreto, debe recordarse que otro destino trágico entre los cofrades del Miss Universo resultó ser el de Jaime Rayo, poeta que alcanzó a tener cierta participación en el interesante grupo creativo Mandrágora, de Arenas, que publicaba una gaceta propia en sus años de mayor actividad. De tendencia oscura y muy influido por la obra de Rimbaud, una noche de 1942 se suicidó de un tiro en la cabeza, cerca de los 25 años. Otra luz de aquella camada creativa se apagaba prematuramente.

En el artículo que Anguita dedicó a Rayo en la revista “Acción Chilena”, expresó en tono trágico sobre su camada literaria, que el triste final de su amigo tenía algo de común a todos ellos: “Éramos la generación que sería fusilada desde todos los lados”. Droguett, por su parte, recordándolo en el primer quinquenio de su muerte, escribió en la página literaria del diario “Extra”: “Ahora él no es más que una sombra que camina quizá hacia dónde, que piensa quizá qué cosas”.

Si no fuera por el esfuerzo que desplegaron con rapidez los colegas de Rayo, como Anguita, Droguett y el propio Serrano, quizá su obra poética habría sido olvidada. Pablo de Rokha, Víctor Castro, Raúl Silva Castro, Nicanor Parra, Teófilo Cid, Victoriano Vicario y Mahfud Massís también hicieron sus propios aportes a la memoria del poeta suicida.

Con el tiempo, varios otros nombres se sumaban al primer círculo de la Generación del 38, quedando identificados con sus resplandores imperecederos: Nicomedes Guzmán, Gonzalo Drago, Luis González Zenteno, Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Mario Bahamonde Silva, Maité Allamand, Oscar Castro, Fernando Alegría, Raúl Vicherat, Hugo Goldsack Blanco, Reynaldo Lomboy, Mahfud Massís, Marino Muñoz Lagos, Andrés Sabella, José Edwards, Victoriano Vicario, Armando Méndez Carrasco, Daniel Belmar y Gonzalo Rojas. El lado femenino estaría representado por Pepita Turina, Marcela Paz, María Carolina Geel, Marta Brunet, Carmen de Alonso y Alicia Morel.

La generación alcanzó a influir también en la pluma del poeta y cuentista nortino Luis González Zenteno, del detective y cronista policial René Vergara, del poeta sureño Salvador Zurita Mella, el periodista Raúl Morales Álvarez y la posterior autobiografía de relato social de Alfredo Gómez Morel, entre otros... Todos grandes nombres de las letras nacionales.

El Comité Regional de Santiago de la Federación Juvenil Socialista, en tanto, continuó publicado la revista “Barreto” en homenaje al mártir y miembro fundador de la Generación del 38, con números que circularon hasta el año 1940. Recibió varias colaboraciones de los que habían sido sus amigos y camaradas, en aquel período.

Lo que sucedió con el café en donde comenzó aquella aventura intelectual, es otra semblanza. El establecimiento de San Diego 120 aparece como propiedad de don Luis Reyes Pulgar en julio de 1955, año en que es sancionado por "especulación", al ser sorprendido vendiendo cerveza a valores sobre los que se habían establecido en los controles de precios para productos por parte de la Superintendencia de Abastecimientos y Precios.

En un regreso a Chile tras su largo servicio diplomático, Serrano comentó no haber encontrado su querido Miss Universo en donde estuvo antes. “Como tantas otras bellas cosas, ya no existe más”, escribió en la “Revista de Libros” del “El Mercurio” del viernes 26 de agosto de 2005. Tal vez, hubo un tiempo en que estuvo con actividades suspendidas u operando con otro nombre, pero unos años después reaparece en Alonso Ovalle cruzando San Diego, según testimonios de antiguos clientes. Sin embargo, habría de reaparecer en otra ubicación del mismo cruce de calles.

Su dueño continuaba siendo el señor Reyes a la sazón, y el café era llamado cariñosamente La Escuelita por la distribución de algunas de las sillas y mesas hacia su exterior, ordenadas y uniformes como pupitres. Un viejo inmueble lo acogía ahora, según parece en donde se levantó después Edificio Océano de esa esquina, inaugurado en 1999.  Y después de pasar por aquel espacio, el Miss Universo se había cambiado otra vez hasta lo fue una tienda de accesorios y artefactos eléctricos de aseo ubicada casi justo enfrente, en Alonso Ovalle 1128. Bolichito popular y célebre por sus colaciones a bajo precio, se hizo picada de muchos trabajadores del barrio.

Tras la muerte de don Luis, fue tomado por Juan Carlos Yáñez Valdés en 2006. Su seducción tipo cantina y restaurante con platos caseros, alguna vez anunciados con inscripciones en vidrios y pizarras, creció y llegó a la prensa cuando “El Mercurio” (“Calidad y cantidad al mejor precio”, 2008) destacó sus cazuelas de vacuno los lunes y pescados fritos los viernes, además de legumbres, sándwiches y otros. También han llegado reporteros de televisión hasta su sala y cocina de olores apetitosos a garbanzos y escalopas de pollo. Y es tan conocido don Juan Carlos como J.C., que el Miss Universo mutó naturalmente al Donde J.C., cambiando de nombre en 2016. Durante el año siguiente, ganó también la categoría de “Mejor Restaurante de Comida” de la Ruta Gastronómica de San Diego.

He ahí muy activo, entonces, al fantasma de lo que fue el café original Miss Universo, unido por un cordón histórico a ese en donde comenzó la Generación del 38, a pocos metros de allí.

Otra parte de aquella historia iniciada en el barrio se extinguió con la muerte de Serrano, en febrero de 2009, señalando también la del último sobreviviente del grupo fundador en el Miss Universo. Poco después, el tal vez último miembro protagonista que formó parte de aquella identidad y camada inicial de escritores, Luis Merino Reyes, falleció en 2011, también en febrero, a poco del que había sido su cumpleaños 99… Se apagó, de ese modo, la prolífica y más influyente generación literaria chilena.

Consuela pensar que un pequeño boliche de barrio San Diego, cuya identidad se enredó indivisiblemente con aquel grupo fundador de toda una época y movimiento en las artes escritas, aún existe y alegra a los parroquianos del barrio como lo hacía en los años de las noches de plata; esas de un Santiago ya extinto. ♣

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