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APLAUSOS, RISAS Y LLANTOS EN EL TEATRO ASTOR

Fachada del Teatro Astor hacia inicios de los años sesenta. Imagen publicada por Pedro Encina en su Fickr Santiago Nostálgico.

En la dirección de Huérfanos 866 hacia Estado, esquina suroriente, en su momento el Teatro Astor se erigió como uno de los más importantes centros para el cine, el teatro y la música clásica y popular, con capacidad para más de mil espectadores. Se trató de una de las salas de espectáculos más famosas del país, tanto por su céntrica ubicación en pleno barrio del “Broadway Santiaguino”, como por la calidad de las proyecciones y los eventos que allí se realizaron, cuando era considerado también uno de los teatros más modernos y de altos estándares.

El teatro estaba junto a una galería comercial con el mismo nombre y que brillaba por entonces en los niveles primero y bajos del mismo edificio esquina. Fue vecino también al Cine King y al Teatro Imperio en la misma manzana, mientras que en la de enfrente estaban el Teatro Ópera y el Victoria. Se recuerda la intensa actividad que alguna vez hubo en estos corredores art decó, con mucha clientela subiendo y bajando sus escaleras de relucientes pasamanos, en sus buenos años. En sus niveles superior estaba el Hotel Kent, y en el mismo edificio había cafés como el Jamaica y el restaurante Bellevue, con los que intercambiaba clientela la sala.

Ya antes de la apertura del cine, ese mismo lugar de Santiago era de enorme atracción recreativa para la bohemia diurna. En la vecina esquina de Ahumada con Estado, por ejemplo, estuvo la tienda comercial Gath & Chaves, con un alto y elegante palacio de varios locales, en donde está ahora el Edificio España. La tienda cerró sus puertas hacia el verano de 1953, siendo después demolida. Tenía otro importante centro de eventos en su cuarto piso: el Tea Room, también lugar de atracción para buscadores de espectáculos.

Este lugar era epicentro de la concentración de establecimiento recreativos de calle Huérfanos. Hasta poco antes y muy cerca de esa esquina, por ejemplo, se encontraba un famoso punto de reunión de la ciudad llamado el Café Rex, frecuentado por amantes del día y la noche. Estaba justo enfrente de las tiedas Gath y Chaves, con su propio tea room para el público. Y en los altos, por el lado de calle Estado sobre la galería Balmaceda y el edificio del antiguo teatro Imperio, estuvo también el segundo de los Tap Room de Humberto Negro Tobar.

El cine de nuestra atención, sin embargo, nace con el proyecto inmobiliario del edificio allí concluido hacia 1952 por encargo de la Caja Bancaria de Pensiones, con los planos de los arquitectos Sergio Larraín, Emilio Duhart, Mario Pérez de Arce y Jorge Arteaga. En cierta forma, al igual que sucedía con la Confitería Goyescas de la esquina vecina, heredó y reforzó el tradicional magnetismo de esta encrucijada de vías.

60 millones de pesos costó la construcción del Astor, especialmente hecho para proyecciones tridimensionales y del sistema cinemascope. Administrado por la sociedad del conocido empresario Roberto Yazigi, dueño también de los cines York y City, este presentó un novedoso diseño de anteojos para poder disfrutar de la novedosa tecnología. Contaba su sala con 1.450 butacas, un telón tenso y curvado "magic mirror" de 12 metros de altura, tres máquinas de película plana y dos de gran tamaño para las tridimensionales. Parte de la decoración interior quedó a cargo del artista italiano Vittorio di Girolamo, quien pintó coloridos murales con escenas de inspiración renacentista y modernista en 1953, aunque ciertas versiones indican que fue en realidad su hermano Claudio el autor de aquellas pinturas.

El Astor iba a ser inaugurado formalmente el 24 de noviembre de aquel año con una función especial de la famosa película  “El manto sagrado” ("The Robe") de Henry Koster, protagonizada por Richard Burton, dedicada a la prensa. Su actividad comercial, sin embargo, fue puesta en marcha estable en esos mismos días, debutando con la flamante película de terror “El museo de cera” (“House of wax”) de André de Toth, protagonizada por Vincent Price. La prensa vertió expresiones elogiosas para las comodidades de la sala y sus lujos, durante aquellos días.

Cartelera de estreno del Teatro Astor en sus inicios, con el filme "El museo de cera". Aviso publicado a inicios de diciembre de 1953, publicado en "La Nación".

El señor Lipsky, gerente enviado por la Warner Bros., limpiando sus lentes en la sala del Astor, durante la primera exhibición privada de "El museo de cera". En la imagen de la derecha, las hijas del entonces ministro de interior don Osvaldo Koch, en el mismo estreno. Imágenes publicadas por la revista "Ecran".

El señor Yazigi mostrando un modelo de anteojos para películas 3D que se exhibirían en el Astor, y la pantalla especial cóncava en donde se iban a hacer estas novedosas proyecciones. Imágenes de revista "Ecran" de fines de noviembre de 1953.

Las enormes proyectoras para películas 3D y Cinemascope, y los murales que Vittorio di Girolamo pintó en el Astor. Imágenes de revista "Ecran" de fines de noviembre de 1953.

Aviso del Teatro Astor en mayo de 1954 con el estreno del famoso filme "Cómo pescar un millonario", diario "La Nación".

Publicidad para las proyecciones de películas en el Astor, en "Las Noticias de Última Hora" de junio de 1954. 

Aunque se trataba de una tecnología diferente a la que reconocemos hoy con ese nombre, aquel filme de terror fue uno de los primeros en definición 3D tras el debut de la tecnología un año antes. También fue el segundo llegado a Chile, luego de “El circo de la muerte” proyectado en el Teatro Metro de calle Bandera. La Warner Bros. había enviado al gerente ejecutivo Lipsky, acompañado por su esposa, para supervisar los preparativos en Santiago y asistir también a la primera exhibición privada de "El museo de cera" en el Astor, a la que fueron invitadas otras personalidades y personajes.

Pero el escenario del mismo teatro servía desde el inicio a todas las manifestaciones artísticas, con sus 16 metros de ancho y 30 de profundidad. Así, la nueva sala recibió la música de compositores y directores como Antal Dorati o Leonard Bernstein. En su única visita a Chile, Igor Stravinski dirigió allí a la Orquesta Sinfónica de Chile, el 24 de agosto de 1960, con su discípulo norteamericano Robert L. Craft participando de la primera parte del programa. El paso del director ruso por el país fue de enorme expectación e interés, tanto para intelectuales del medio como para el público general conocedores de su obra “El Pájaro de Fuego”. También coincidió con el 20° aniversario de la entrada de la música a la Universidad de Chile.

Por más de 20 años, el Astor fue sala de conciertos de la Orquesta Sinfónica, ofrecida gratuitamente a la institución. Dirigieron los maestros Víctor Tevah, Paul Keckli y Antonio Tauriello; tocaron pianistas como Edith Fischer y Margarita Domenech; el violinista Enrique Iniesta, el bandoneonista Alejandro Barletta y guitarristas como Antonio Yepes, Eulogio Dávalos y Eduardo Falú; y llenaron el ambiente del teatro con sus voces las sopranos María E. Guiñes y Sylvia Wilkins, y los tenores Hernán Wtirth y Barry Morell.

En el ámbito de la música popular y de masas, el Astor destacó por haber sido la sala del concierto oficial de Louis Armstrong en Chile. Y cuando la actriz y cantante alemana Marlene Dietrich vino a presentarse al país, también lo hizo en este sitio. Se realizaron en él concursos artísticos, reuniones sociales y hasta temporadas del certamen de belleza “Miss Chile”. Revista “Ecran” organizó también un festival para el cantante Lucho Gatica en 1960, cuando partía en una larga gira por Hispanoamérica.

Pero el domingo 2 de abril de la Semana Santa de 1961, el cine sería escenario no de un gran espectáculo, sino de una tragedia... Durante la función selecta, se exhibía "El encaje de medianoche" ("Midnight Lace") de David Miller, con Doris Day y Rex Harrison. Todo iba bien hasta que, hacia las 17.10 horas comenzó accidentalmente un incendió cerca de la pantalla, escalando por las cortinas y revestimientos de los muros para saltar al hall de la platea alta. Unas tres cuartas partes del teatro estaban ocupadas en esos momentos, por lo que la semilla del caos estaba sembrada.

Las estampidas se desataron al ser descubiertas las llamas y darse el primer grito de alerta, con casos de personas que incluso saltaron desde la platea al primer piso, como fue el caso de la joven Luisa Godoy López, fracturándose ambas piernas. La llegada de bomberos de la Sexta Compañía permitió concretar la evacuación, pero también el hallazgo de dos cadáveres de personas perecidas buscando refugio en los baños: doña Helia Luna Lamiothe, de 55 años, y su hijo Carlos Santana Luna, de 17 años y socio de la Universidad de Chile. Hubo cerca de 88 de heridos, de acuerdo a la información de prensa del día siguiente. Los lesionados llenaron las capacidades de la Posta Central y la Posta N° 3 de la Asistencia Pública, durante aquella tarde y noche.

 

Aviso de funciones cinematográficas en el Astor, a fines de marzo de 1955, en el diario "La Nación".

Vista nocturna del luminoso barrio de calle Huérfanos esquina Estado, en el Broadway Santiaguino. Se observa el cartel del Teatro Astor y, más atrás, el Teatro Opera de la compañía Bim Bam Bum. Imagen publicada en el sitio Música Popular de Chile.

Concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile en el Teatro Astor, en aviso del periódico "Las Noticias de Última Hora", enero de 1960.

Desgarradoras escenas de la tragedia del Teatro Astor, en portada de la edición del día siguiente del diario "La Nación".

Los dos fallecidos de la tragedia del Astor: el joven Carlos Santana y su madre Helia Luna.

Más escenas de la tragedia del 2 de abril de 1961, captadas por los reporteros gráficos.

Laa Galería Astor llena de personas un par de días después de la tragedia, durante las inspecciones de las autoridades en el teatro. Imagen publicada por el diario "La Nación".

Al comportamiento impulsivo del público en pánico, se había sumado el que estaba solamente un par de empleados en la sala y no supieron usar bien los extintores de fuego, además del exceso de materiales combustibles en las instalaciones, incluyendo las cortinas que habían sido limpiadas con una sustancia inflamable, como habría detallado el posterior informe de bomberos señalando una posible colilla de cicarrillos como detonante. También había escaparates y mamparas permanentemente cerradas en el recinto, algo lo que resultó ser un grave obstáculo durante esos desesperados momentos. Algunos lograron esconderse en la sala de proyecciones, resistiendo allí más de una hora de humo y angustia antes de poder ser rescatados. Para más desgracia de fondo, el incendio se había desatado solo cinco minutos antes de que terminara la película.

El administrador del cine, Arturo Sheztzer Armando, y cinco de sus emplados, acabaron detenidos e incomunicados durante aquella noche para investigar sus responsabilidades. Saldría libre bajo fianza, poco después. El trauma fue tal que se ordenaron inspecciones de seguridad en todos los teatros y la adopción de medidas preventivas generales, no solo en Santiago. De entre los sobrevivientes, los heridos más graves eran Cinteya Farren Muñoz, Federica Gold Pallah, Irma Miranda Hernández, Raúl Moumay Vega, Rubí de Lica Martínez, Pablo Harispe N., Raquel Troncoso, Nancy Mour Astorga, Ana Walz Ávila, Concepción Jofré, Francisco Santander, Rosalía Arriagada, Araquel Costa Martínez, Luisa Godoy López, Marta Díaz Poblete, Rosel Jeria Pardo, Raquel Benítez Martínez, Lucía Gianine, Laura Ramos Ramos, Burger Rojas y Juan Manuel Aguilera.

Tras este desgraciado tropiezo, la parte afectada del cine-teatro fue reconstruida y quedó repuesto en funciones rápidamente, llegando a tocar la que iba a ser su mejor época, según parece. Las proyecciones de cine que había incorporado ya tenían cierta orientación artística, como un ciclo dedicado al escritor Ernest Hemingway cuando se conoció de su muerte por suicidio en julio de ese mismo año, organizado por el Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura.

Entre los artistas chilenos que realizaron presentaciones allí, destacan Los Jaivas, el bolerista Lucho Gatica y el cantante Buddy Richard (Ricardo Toro Lavín), uno de los principales exponentes de la Nueva Ola chilena, con clásicos temas como  “Mentira”, “Si me vas a abandonar” o “Tu cariño se me va”.

El paso de Richard por la sala sería un suceso histórico para las candilejas nacionales: se dice que fue el primer artista chileno que realizó un concierto de estas características, tan masivo y cubierto. Si bien existían presentaciones previas en teatros con capacidades similares o incluso mayores, su recital tuvo el mérito de prpducir el primer registro discográfico centrado en un solo artista nacional y con las mismas características que un concierto multitudinario tendría en la actualidad.

El encuentro duró más de una hora y formó parte, además, de los inicios de Horacio Saavedra como director de orquesta, con casi 40 destacados músicos frente a su batuta, entre los que estuvieron Guillermo Riffo en percusión de timbales, Patricio Salazar en batería y Héctor Parquímetro Briceño en trombón, todos ellos pesos-pesados de la historia de la música popular contemporánea en el país.

El memorable espectáculo tuvo ocasión el 10 de diciembre de 1969, pero después de haber sido postergado cuando Richard presentó problemas de salud y contrajo una gripe en fechas previas. Se dice que el artista, que por entones era un poco inexperto y sufría de pánico escénico, debió ser empujado al escenario por el productor del evento, Jorge Pedreros, pues quedó paralizado al ver a la muchedumbre. Las canciones de aquella jornada incluyeron “Balada de la tristeza”, “Espérame” y “Dulcemente María” y “Cielo”, pieza original de Bobby Hebb  (con el título “Sunny”, de 1966). Algunas canciones originales en inglés fueron cantadas en esa lengua y otras adaptadas al español.

El concierto de marras fue transmitido también por medios de radiodifusión de entonces y el vinilo de RCA Victor resultante de aquella hazaña, “Buddy Richard en el Astor”, es considerado el primer disco en vivo producido en el país, pues se adelantó a otros de artistas como Gloria Simonetti y José Alfredo Pollo Fuentes, quienes repitieron la experiencia con sus propias voces en el mismo teatro.

Calle Estado vista desde las alturas de la esquina de Huérfanos, con la fachada de los edificio del Teatro Astor y, más atrás, el Cine King. Imagen de 1965, publicada en el sitio FB Fotos Históricas de Chile.

 

Carátula del disco "Buddy Richard en el Astor", de la RCA Victor, grabado en 1969.

Entrada a la Galería y el Cine Astor por calle Estado, en imagen publicada por el sitio Cinema Treasures. Eran ya sus últimos años, entre fines de los ochenta y principios de los noventa.

Acceso y marquesina al ex teatro y cinema, actual Galería Astor, por el lado del paseo Huérfanos.

Aspecto actual del acceso a la Galería Astor por el sector de calle Estado.

Primer nivel de la actual Galería Astor. La sala de cine y teatro estaba hacia atrás.

Galería Astor, sector subterráneo. El fondo hoy cerrado también daba con la sala teatral.

Sin embargo, el Astor estuvo también en el ojo de las furias políticas pocos años después, en marzo de 1971. Ocurrió que, en pleno gobierno de la Unidad Popular se programó en él la exhibición del filme franco-italiano “La Confesión” (“L'Aveu”), del director Costa-Gavras, con guión de Jorge Semprún y basado en el libro del mismo título escrito por Artur London. La obra había sido estrenada durante el año anterior y nominada a un Globo de Oro como mejor película extranjera, pero como su temática era sobre las atroces purgas estalinistas de Praga ocurridas 20 años antes, los militantes de línea más dura del Partido Comunista de Chile y elementos de otros grupos izquierdistas se horrorizaron con el anuncio. Moviendo hilos, entonces, lograron detener la proyección del filme en el teatro.

Al conocerse la noticia de aquella censura, se desató una polémica que llegó al propio Senado, en la que el parlamentario del Partido Nacional, Víctor García Garzena, denunciaba desde su banca que el mismísimo edecán naval de la presidencia, el comandante Arturo Araya, supuestamente había ido en persona a la casa de veraneo del señor Yazigi pidiéndole a nombre del presidente no realizar la proyección. Sintiéndose acorralado por las acusaciones, el senador socialdemócrata Fernando Luengo llegó a gritarle en la sesión a los opositores: “Ustedes querían que se exhibiera ‘La Confesión’ para que hubiera atentados y culpar a la Unidad Popular”.

Al final, como sucede habitualmente en la política, nadie asumió responsabilidades ni se hizo cargo de las graves acusaciones cruzadas, y el Astor no pudo mostrar el largometraje. Este era solo un preámbulo de la fractura total que se venía para la política y la sociedad chilena.

Durante los siguientes años de restriciones a la actividad de reunión y las diversiones, los cines fueron uno de los pocos rubros recreativos que siguieron probando algo de prosperidad y lograron resistir las adversidades, hasta la llegada de tecnologías como el VHS y la televisión privada. El Astor continuaría siendo uno de los principales salones cinematográficos de Santiago, durante los setenta y ochenta.

Sin embargo, tras pasar su buena época de multitudes reventando la boletería, el declive estaba cerrando de a poco al Astor, en especial hacia el período de retorno de la democracia y de camino a concretar para siempre su inevitable retiro. Como parecía ser norma en la vida de los viejos teatros, recurrió a los rotativos de películas para mantenerlo en actividad, priorizando esta oferta.

Varios eran los factores en contra, en esos momentos. Por entonces, además, el Centro de Extensión de la Universidad de Chile había comenzado a tener serios problemas para seguir financiando su presencia en el Astor, con las presentaciones del Teatro Nacional y las temporadas orquestales, debiendo adaptar además su cartelera para poder ocupar el escenario entre las exhibiciones de películas populares. La situación se volvió insostenible y así, también en los ochenta, emigraron al Teatro Baquedano, más cómodo y a la mitad del valor de arriendo que en esos momentos demandaba el Astor.

De ese modo, la sala fue reducida a solo a aquellas sosas exhibiciones de cine y muy ocasionalmente a presentaciones de otra especie, quedando condenado su destino con la caída de la época de los cinematógrafos de concepto clásico, al sobrevenir los cambios de comportamiento del público y las modificaciones del mercado de la entretención. Cerró sus puertas hacia 1995, y se recuerda que algunas de sus últimas proyecciones rotativas fueron películas con cargas eróticas y otras de bajo presupuesto, reflejando la espiral de decadencia en que se había sumido ya el destino del querido teatro.

Desde aquel momento, cerrado ya el cine y ocupado su espacio por una multitienda, la galería Astor parece ofrecer un aspecto permanentemente ya jubilado de las memorias sobre esos grandes recuerdos que conviven con las entretenciones de antaño y la tragedia que allí tuvo lugar. Poco después de su cierre, entonces, la histórica y popular sala fue separada de la galería y adaptada para dependencias comerciales, habiendo de ella solo algunos vestigios, como las ubicaciones de antiguas boleterías y conserjerías, las remodeladas marquesinas, las escaleras al subterráneo y el lugar en que estuvieron sus ingresos. ♣

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