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LLEGAN LAS FUNCIONES DE GLOBOS AEROSTÁTICOS A CHILE

 

Grabado con el histórico vuelo de los Montgolfier sobre Versalles.

Curiosamente, la tecnología de los globos aerostáticos se expandió por el mundo por más anhelos de espectáculo popular que los de la ciencia o del transporte. Los hermanos Joseph y Jacques Montgolfier, de hecho, realizaban sus célebres pruebas y exhibiciones de vuelos, iniciadas en 1783, con gran cantidad de público llenando plazas y calles de París. Esta influencia del concepto de diversión, en los orígenes de la navegación aérea, también se notará en la llegada de la tecnología a Chile.

Gracias a recuerdos de infancia comentados por Diego Barros Arana en nota a pie de página del que fuera su último libro, “Un decenio de la historia de Chile”, no se ha perdido totalmente de la memoria nacional el primer intento de elevar en Chile un globo aerostático con un hombre arriba, seguido de un escandaloso resultado que acompañó a este asunto. Como el propio autor lo hace notar, además, el episodio prácticamente no apareció en los periódicos de época que pudo revisar.

Retrocediendo un poco, se sabe que un primer vuelo de globo realizado en Chile tuvo lugar el 16 de marzo de 1786, a propósito del arribo a Concepción de la expedición de Jean François de Galaup, Conde de la Pérouse. Así se refiere a él Guillermo Lagos Carmona en "Los títulos históricos":

El Gobernador de Chile le ofreció una recepción y en la retribución que hizo La Pérouse los franceses elevaron un globo aerostático. Fue el primer acto que se realizaba en el espacio aéreo de Chile; abrió, pues, la primera página en la historia aeronáutica chilena.

De acuerdo a los registros que se tienen de aquella singular experiencia, particularmente en la primera parte de la colección titulada ''Voyage de La Pérouse" publicada en París en 1797, se detalla que el globo elevado entre fuegos artificiales, bailes y festejos realizados en la playa, era de papel y "de tamaño suficiente para darle un espectáculo a interesante" a los cerca de 150 invitados allí presentes en el gran banquete. Sin embargo, este ingenio volador francés no era tripulado, solo de elevación. Alexander von Humboldt recuerda por cuál motivo -y no precisamente el de la aeronavegación- los empleaban en el equipo científico, en su "Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente" escrito hacia el 1800:

La Academia de Ciencias había recomendado a los físicos que acompañaban al infortunado La Pérouse que se sirviesen de pequeños globos aerostáticos para examinar en el mar entre los trópicos la extensión de los vientos alisios.

Hacia inicios del siglo XIX, aquellos globos de aire caliente ya eran conocidos en la sociedad chilena: pequeños y de función decorativa, llamados con frecuencia linternas chinas, se los solía elevar en Fiestas Patrias, el Te Deum y otros encuentros o celebraciones populares, acompañando la pirotecnia y guirnaldas festivas. El espectáculo que daban resplandeciendo en las noches es algo que aún cautiva a las masas. Se sabe también que, en 1830, se los vendía a 11 pesos y 4 reales, por lo que de todos modos era una entretención costosa. No eran del agrado de la Intendencia de Santiago, sin embargo, la que por decretos del 14 de octubre de 1835 y el 19 de octubre de 1847 intentó prohibirlos "porque los edificios de esta ciudad se han multiplicado sobremanera" y, además, "porque los campos del departamento se hallan más cultivados y expuestos por lo mismo a los funestos estragos del fuego". La multa por desacato iba entre 12 y 50 pesos, y si el infractor no podía pagarla, debía pasar a la cárcel por entre 15 y 45 días.

Pero era hora ya del arribo a Chile de los globos grandes y tripulados que causaban asombro en otras latitudes. Esto sucederá precisamente en aquel tramo de años.

Cuenta el historiador Barros Arana, entonces, que hacia abril o mayo de 1839, año que fue casi completo para la euforia y el festejo nacional tras la victoria en los campos peruanos de Yungay, llegó a Santiago un aeronauta norteamericano trayendo un gran globo en el que pretendía elevarse, cobrando una entrada a los espectadores y solicitando a las autoridades un lugar para la exhibición. Entonces, se le facilitó para un domingo la propia Plaza de Armas que en esos años era dura y estéril, por largo tiempo sin verdor salvo en el que sería después su jardín circular de la fuente central. La plaza había sido empedrada hacía solo tres o cuatro años, además.

Se publicitó el encuentro y así se generó una expectativa extraordinaria en la atención pública por tan novedoso e inédito espectáculo, quizá combinada con el fervor nacionalista de los mismos meses y las ganas de celebrar dominantes en la sociedad de esos días. La primicia atrajo avalanchas de almas hacia el que iba a ser uno de los eventos más asombrosos de la joven República, en consecuencia:

Ese día, como a las tres de la tarde, la plaza fue despejada de transeúntes; y en las ocho calles que dan entrada a la plaza, y como a media cuadra de esta, se colocaron centinelas con un portero que no dejaba pasar sino al que pagaba dos reales (25 centavos). El espectáculo era tan nuevo en Chile, que la plaza se llenó de gente de todas las condiciones, y especialmente de plebe, porque las gentes de otra condición se habían acogido en gran parte a las casas, para presenciar la ascensión desde las ventanas o balcones. El globo pendía en medio de la plaza de unos aparatos de madera, y cerca de ellos había algunos barriles llenos de gas que debían inflar el globo y producir su elevación.

Se estaba en los preparativos del extraordinario acontecimiento, con toda la multitud entusiasta aguardando ansiosa e impaciente el decisivo momento del arranque, cuando el aeronauta hizo un inesperado y desalentador anuncio: había descubierto que el globo tenía una filtración, irreparable por el momento. En consecuencia, se cancelaba el ascenso debido a razones de seguridad y el público debía retirarse de la plaza. El dinero sería devuelto a todos los que salieran del recinto, sensata y ordenadamente.

Sin embargo, la furia popular estalló al instante: incapaces de aceptar una frustración así, rechazaron la posibilidad de devolución y largaron de inmediato la especie de que todo había sido una estafa fríamente planeada. La masa comenzó a protestar, se iniciaron las primeras escaramuzas y desde ahí hubo solo un paso para que comenzaran a arrojarse sobre el globo y las instalaciones. Tomaron la iniciativa los más exaltados, seguidos de los que al inicio dudaban y más atrás los infaltables borregos de toda estampida, atacando las instalaciones hasta dejarlas totalmente destruidas ante la impotencia de la policía de vigilantes, superada en número.

Una vez destrozados los equipos, en medio del griterío escandaloso y desatada la parte más oscura de los ánimos férvidos, advirtieron cómo el piloto era alejado de las iras hacia la cárcel, al costado norte de la plaza. Creyendo con esto que había una complicidad de las autoridades con el aeronauta, los revoltosos apuntaron su rabieta hacia las fuerzas de orden y se arrojaron contra ellos. Los guijarros del empedrado que lucía la plaza sirvieron de proyectiles y volaron haciendo caer a algunos de los vigilantes a caballo, rompiéndose innumerables ventanales en el ataque, además.

 

Detalle de una acuarela de 1835, de autor anónimo, con el aspecto del lado oriental de la Plaza de Armas antes de la aparición de los portales de ese costado. Se observan también los comerciantes del mercadillo de la plaza, el Palacio Consistorial a la izquierda y parte del Portal de Sierra Bella a la derecha. Fuente imagen: Archivovisual.cl.

Costado oriente de la Plaza de Armas de Santiago, hacia el sector de las actuales 21 de Mayo y Monjitas, a mediados del siglo XIX.

El primer vuelo chileno en globo, realizado en 1839, en imagen publicada por Enrique Flores Álvarez en su "Historia Aeronáutica de Chile".

Instalaciones para inflar aeróstatos primitivos, en este caso el globo del aeronauta Laiselle. Imagen publicada por Flores Álvarez.

El indigno espectáculo sucedía peligrosamente cerca de la casa presidencial de entonces, por lo que se dio la orden suprema para que un escuadrón de caballería de 150 a 180 hombres de la escolta presidencial (que tenía su base en donde se ubicaría después el Cuartel de Bomberos, en calle Puente), recuperara la plaza a la fuerza. Lo hicieron dejando cantidades de heridos tirados allí, tras la espectacular reyerta que llenó el hospital de contusos y heridos, consiguiendo devolver la paz antes del anochecer y sin muertos, milagrosamente.

Pero no terminaba del todo esta historia: presenciar la ascensión del primer globo tripulado en Chile había quedado como un deseo pendiente y urgente de cumplir en la sociedad santiaguina... Un genio de la lámpara estaba por salir a concederlo, esta vez sin frustraciones ni trucos.

Pasado el bochorno de los sucesos de aquel extraño domingo en la Plaza de Armas, entonces, un muchacho de pueblo cuyo nombre iba a quedar en total olvido, logró sacar un saldo positivo de tan curiosa experiencia e inspirarse lo suficiente para intentar su propia hazaña aeronáutica, cumpliendo con el que habría sido el auténtico primer vuelo en globo realizado en territorio chileno. El mismo Barros Arana recodaba que esta nueva prueba tuvo lugar pocos días después del fracaso anterior. Por su parte, el aviador e investigador aeronáutico Enrique Flores Álvarez escribe en su “Historia aeronáutica de Chile” que el anónimo muchacho habría recibido también algunas instrucciones expertas, directamente proporcionadas por el desventurado norteamericano del intento previo, para construir así su propio globo y lograr subirlo.

El aparato del joven y audaz chileno era de aire caliente, de más bien pequeño tamaño y hecho de retazos de tela corriente, lo que debe haberle dado un aspecto casi gracioso, por sus varios parches y colores. Tenía una canasta o barquilla colgante para el tripulante y se llenaba con humo de paja quemada en un hornillo.

El llano en donde consiguió permiso para hacer su exhibición aérea, también con entrada pagada, fue el patio de lo que sería poco después la vieja Escuela Militar, en la entonces llamada calle de la Maestranza, hoy avenida Portugal. Fue en el sector que se halla hacia las actuales Marcoleta y Diagonal Paraguay, recinto que pertenecía al Cuartel de Artillería y Maestranza y al Regimiento de Cazadores y que había sido parte de la hacienda jesuita de La Ollería. En el siglo siguiente, se acogió por allí al Mercado Modelo Regulador “Presidente Juan Antonio Ríos”, dependencias que hoy ocupa la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.

Puede suponerse la tensión del organizador aquel día, considerando el fresco desastre que había tenido lugar en la Plaza de Armas. Sin embargo, en esta ocasión el experimento fue completamente exitoso, tanto para la ciencia como para la historia, y también para sus finanzas: el joven temerario y sin experiencia se elevó por cerca de 200 a 300 metros sobre las casas de Santiago, batiendo en lo alto dos vistosas banderas chilenas ante la mirada de todo el asombrado público.

Cuando se agotó el aire caliente, el colorido artilugio descendió con él unas cuadras más allá, en medio de las celebraciones por la hazaña. Y así, con este hito de la historia aeronáutica chilena a pesar de lo mal documentado que está, un joven anónimo y loco de temeridad había subido, y un misterioso héroe de la navegación aérea bajaba ahora, de vuelta a tierra.

El espectáculo del globo fue repetido por dos domingos consecutivos, llenando de interés y orgullo a la sociedad santiaguina. Sin embargo, como el nombre de este héroe no dejó registros, quedó injustamente perdido entre las cuerdas de la historia. Tal vez, su recuerdo fue opacado también por las fastuosas fiestas del triunfo en Yungay en ese mismo período, incluida la posterior recepción del general Manuel Bulnes y los expedicionarios del Ejército Restaurador, con arcos triunfales en la Alameda de las Delicias, lluvias de flores y música de bandas de batallones cívicos, en una multitudinaria muestra de eclosión patriótica… Eran tiempos para otro tipo de héroes, como se ve.

Si nos fiamos de la data general reportada por los investigadores, en el otoño meridional de 1839, entonces aquella experiencia chilena de vuelo en globo antecede a otras más famosas y un poco mejor documentadas en los países del vecindario, algunas ocurridas durante el año siguiente o poco después. También hace imprecisa ciertas afirmaciones relativas a que el aventurero bonaerense José María Flores habría realizado el primer vuelo en globo sobre Santiago, dos años después. Lo mismo sucede con el caso del estadounidense William Poullin, quien ejecutó ascensos también en 1841, durante una larga gira por el continente. Hay algunos recuentos interesantes de estas experiencias hechas por Norberto Traub Gainsborg, presidente del Instituto de Investigaciones Histórico-Aeronáuticas de Chile.

En el caso particular de Flores, cabe añadir que fue uno de los pioneros de la aeronavegación argentina realizando varias presentaciones en otros países sudamericanos, algunas de ellas las primeras de los respectivos territorios. Cuando estuvo en Chile en 1841, habría ejecutado una hazaña no antes vista en las elevaciones de Santiago, según algunos de sus pocos biógrafos: saltar desde la altura con un rústico paracaídas, llegando sano y salvo a tierra. No hay plena certeza de este dato en todas las fuentes, por supuesto, pero sí es cierto que tal elemento salvavidas, con el tiempo, se iba a hacer corriente en los espectáculos con tales globos. Así, se ha divulgado poco de su historia si consideramos que se trató de uno de los pioneros de las elevaciones en globo en el continente. Tras una gran cantidad de proezas, falleció trágicamente al incendiarse su aerostato en el aire, mientras realizaba exhibiciones en Guatemala, en 1848.

Años después, en 1857, un nuevo corajudo apareció en la capital chilena decidido a cruzar los cielos en su propio globo: el francés Luis Vernert (o Vernet, en ciertas fuentes), quien a pesar de carecer de los más rudimentarios conocimientos técnicos sobre aeronáutica, había dado inicio a un proyecto surgido solo de su valor y ardiente entusiasmo. Esta vez, la hazaña aérea partió desde una casa solar de la entonces llamada calle Angosta, actual Serrano, hacia la esquina de la Alameda de las Delicias o cerca de ella. La concurrencia debe haber sido enorme, dada la ubicación y el asombro que causaban estos espectáculos.

La fecha escogida por los empresarios con los que estaba asociado Vernert tampoco podía ser mejor para el ánimo del público: el 18 de septiembre de ese año, en el corazón de las Fiestas Patrias. De hecho, se recuerda que su vuelo estuvo entre los números principales de aquellas celebraciones. El valor de la entrada al lugar del despegue fue de un peso por persona, y se repletó en toda la capacidad. El éxito de la prueba aseguró también el triunfo económico de los socios y el globo de Vernert quedó inscrito como otro episodio aeronáutico en Chile, apareciendo su caso también en el entretenido libro de Flores Álvarez.

Por desconocidas razones, sin embargo, y a pesar de lo sensacional de aquellas epopeyas en Santiago, también resulta difícil encontrar hoy información sobre el francés que voló por la ciudad en su asombroso globo. Y es que parece haber un extraño desdén hacia los precursores de los vuelos en este lado del mapamundi, siendo mirados solo como personajes audaces y anecdóticos, acaso como artistas excéntricos. Quizá la propia característica de espectáculo de masas con la que se ofrecían sus presentaciones, haya colaborado en crear este prejuicio.

Los globos continuaron sorprendiendo y convenciendo al público de entregar su dinero por largo tiempo más. Llegarían al país, en épocas posteriores, algunas figuras consideradas verdaderas estrellas de la misma actividad, como el francés Eduardo Laiselle y el colombiano Domingo Valencia, con inolvidables temporadas de presentaciones en Santiago y otras ciudades.

A pesar del interés en aquellas exhibiciones, sin embargo, nunca existió en Chile un desarrollo local relevante de la misma práctica del globo, llegando al Centenario Nacional sostenida principalmente por los intrépidos aventureros extranjeros que siguieron haciendo demostraciones en la Quinta Normal o en el Club Hípico, antes de apagarse casi por completo con el advenimiento de la aviación. ♣

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