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LA VIEJA Y ENTRETENIDA PLAZA DE LOS MOTEROS

 

El viejo aspecto de la Plaza de los Moteros o Matías Ovalle, en imagen que acompaña el trabajo de Fernando Márquez de la Plata titulado "Arqueología del antiguo Reino de Chile".

La desaparecida Población El Arenal en las primeras cuadras al poniente de La Cañadilla, actual Independencia, había nacido cerca de los cascajales y acopios areneros que había en la orilla del río Mapocho, en la antigua propiedad colonial del corregidor Luis Manuel de Zañartu. Llegó a ser famosa por sus fondas, chinganas y por el ambiente folclórico y recreativo que reinaba en la misma. La sociedad de los hermanos Pascual y Matías Ovalle Errázuriz estableció en ella, a partir de 1853 aproximadamente, un negocio de subarriendos de terrenos a familias modestas, convirtiéndose en la curiosa y discutida Población Ovalle.

Aquel caserío comenzó a desaparecer como tal después de la canalización del río Mapocho, gigantesca obra realizada en los días del gobierno de José Manuel Balmaceda y hasta después de su aciago final en 1891. El gigantesco trabajo cambió para siempre la relación de la ciudad con su principal curso de aguas fluviales y urbanas, facilitando los procesos de urbanización que estaban pendientes. Así, las viviendas, conventillos y cités centenarios -que aún quedan en esos barrios, en varios casos- comienzan a aparecer en las primeras décadas del siglo siguiente.

Sin embargo, quedó entre los pocos vestigios aún reconocibles de la vieja Población Ovalle, allí en el pintoresco y encantador barrio actual de Independencia, el área verde de una pequeña plaza hasta no hace mucho rodeada de añejas residencias de ladrillo y cornisas vetustas: la Plaza de los Moteros, en el pasado sede de las actividades sociales y recreativas del mismo barrio de la ribera norte.

Por su ubicación y espacio holgado, el sector de marras fue otro célebre centro de reuniones, distracciones y celebraciones del mismo pasado chimbero. Estaba entre las cuadras de lo que era entonces el tramo poniente de calle Borgoño casi llegando a la entrada de avenida Vivaceta, antes llamada Las Hornillas, junto a los terrenos que fueron siendo arrebatados a las orillas del río con la mencionada canalización.

Aquel pintoresco vecindario formaba parte de un amplio territorio ribereño situado entre dos plazas, además: una de ellas era la llamada Plaza Borgoño de Independencia, coincidente hoy con la Plaza Neruda de calle Borgoño, junto a las ex instalaciones sanitarias que ahora pertenecen a la Policía de Investigaciones. La otra era Los Moteros que acá nos importa, llamada después Plaza Matías Ovalle recordando a uno de los hermanos de la señalada sociedad y quien, además, fue residente por varios años del solar colonial en la ex propiedad de Zañartu, pudiendo hacer convivir sus escrúpulos aristocráticos con el ambiente de fiesta permanente en la que parecían hacer su vida rotos y gañanes de esos viejos rincones de la capital.

La Plaza de los Moteros está situada muy cerca del borde del río Mapocho, un par de cuadras antes de llegar a la actual Vivaceta. Su terreno ocupa el actual lugar del encuentro de las calles Prieto, Borgoño y Lastra con Escanilla y Coronel de la Quintana. Siempre correspondió a una discreta pero encantadora área verde de forma trapezoidal, que hasta parece haber tenido una fuente de aguas en su centro o algo parecido alguna vez, a juzgar de antiguos planos de Santiago.

Sucedía que, desde mediados del siglo XIX, llegaban hasta tan plácido sector de la población muchas de las carretas y carretelas provenientes de campos o desde las plantaciones agrícolas ubicadas al poniente y al norte del valle del Mapocho, con sus productos para ventas en la entonces llamada Plaza o Mercado de Abastos, reconvertido más tarde en el Mercado Central de 1872. Posteriormente, arribaban allí estas cargas dirigiéndose también al Mercado de La Vega Central, fundado por don Agustín Gómez García en 1895, o hasta las ferias de su entorno, en la misma ribera norte en donde está aún la placita.

La situación de las cargas estacionadas se iría volviendo tan caótica en el barrio que provocó una orden municipal de 1897, exigiendo que las carretas de camino a los mercados con cargas de sandías, melones y otros productos parecidos, se estacionaran justo en la plaza, allí en el borde de la población y enfrente de la calle Escanilla. La idea era evitar que entraran al barrio comercial, para que no perturbasen la circulación de carros y transeúntes. Paseando por alguna feria libre o mercado popular de nuestros días, puede hacerse una idea del ambiente alegre y folclórico que surgió con aquellos trabajadores y comerciantes, reunidos por largo tiempo allí.

El mismo sitio asignado como estacionamiento de las carretas fue llamado la Plaza de los Moteros debido a las abundantes y tradicionales ventas de mote (de trigo) y motemei (mote de maíz), las que allí tenían lugar por parte de pequeños comerciantes y puesteros. Su presencia y popularidad motivaron la visita de muchos aventureros, niños o trasnochados que llegaban a comer el tradicional producto en su propio jugo y azucarado, tan refrescante en días de calor. Fue  solo tras morir don Matías Ovalle en 1899, que se bautizó formalmente a la plaza con su nombre, aunque para el pueblo siempre siguió siendo la querida y concurrida Plaza de los Moteros.

Dicho sea de paso: quizá no sea coincidencia, considerando lo recién dicho, el que aún exista tanta venta y producción de mote con huesillos en todos aquellos barrios de Vivaceta, Independencia e intermedios, arrastrando esta antigua fama comercial alrededor de la plaza y perpetuando la vigencia de la tradición.

No obstante la explicación recién vista, hay otras versiones sobre el supuesto origen del nombre de la plaza, una de ellas comentada por Carlos Jorquera en “El Chicho Allende”. Dice allí que, como los estudiantes de medicina eran afectuosamente apodados moteros en esos años y su lugar de reunión era “una vieja plaza entre la avenida Independencia y el barrio de Vivaceta donde todos solían estudiar”, esta pasó a ser conocida así, no porque se vendieran en ella el típico mote con huesillos. Sin embargo, su explicación tropieza con la antigüedad del apodo y de la propia presencia de los moteros allí, confirmada desde mucho antes de hacerse favorita de los estudiantes de medicina.

Motero vendiendo a niños y gañanes del lado chimbero del barrio de los mercados de Mapocho, relativamente cerca del sector de la Plaza de los Moteros y en un barrio donde abundaban a la sazón esta tipo de comerciantes populares. Imagen con el Puente de Cal y Canto de fondo. Litografía en la obra "Briefe von Kolonisten aus Chile" de 1885, publicada en Zürich por Benjamín Dávila-Larraín.

Detalle con la Plaza Ovalle o De los Moteros original (en verde), en el "Plano General de la ciudad de Santiago e inmediaciones" de Nicanor Boloña, de 1911. Se observa que el actual sector de la Plaza El Trébol (en rojo) estaba ya urbanizado y con manzanas construidas.

El antiguo puente metálico Manuel Rodríguez y el Bar El Sol, al fondo, durante las inundaciones de 1913. Imagen publicada por la revista "Sucesos" de mayo de aquel año.

Viviendas de las cuadras adyacentes a la Plaza de los Moteros, que fueron demolidas a inicios del actual siglo para abrirle paso al Proyecto Costanera Norte. Fuente imagen: "La Costanera Norte y el Barrio Los Moteros:

Residencias del Barrio Los Moteros, antes de ejecutado el proyecto de la Costanera Norte. Fuente imagen: tesis de Verónica Tapia Barría.

 

Propietarios y vecinos organizados contra la construcción de la Costanera Norte y las demoliciones del barrio, manifestándose en el sector de la Plaza de los Moteros. Abajo, otra de las residencias centenarias que desaparecieron en la ejecución del proyecto. Fuente: tesis de Verónica Tapia Barría.

Cabe añadir que la Plaza Matías Ovalle no era el único sitio con ese nombre oficial en el barrio, por entonces: la calle que bordeaba un canal al poniente de la avenida Vivaceta, coincidente con la actual Teniente Bisson, también era llamada entonces Matías Ovalle, mientras que la vía situada entre esta y Vivaceta, hoy Grumete Bustos, llevaba el nombre de su hermano Pastor Ovalle, el otro socio del comentado negocio residencial. Fueron homenajes póstumos para ambos hermanos, a pesar de los recuerdos controvertidos y contradictorios que dejaron sus inversiones tanto allí en el vecindario como en la historia social y política de la ciudad.

Con solo 1.232 metros cuadrados de superficie hacia inicios del siglo XX, cuando ya quedaba atrás la época de la gran población gracias a las nuevas urbanizaciones y modificaciones de la propiedad en los terrenos, la Plaza Matías Ovalle o De los Moteros no era particularmente grande comparada con otras de la ciudad, aunque sí era mayor que varias de gran importancia urbanística, como la mismísima Plaza Italia, de entonces 900 metros cuadrados; o la Plaza Bilbao, con 1.121 metros cuadrados a la sazón. Muchas casas de su entorno serían levantadas en los años veinte, además, sobre lo que habían sido antes las cuadras al sur de El Arenal.

Si bien la plaza no estaba tan directamente integrada al paso de los tranvías, pues circularon junto a ella pocas líneas en su historia (caso de la Mapocho - Lo Vial, por ejemplo) permaneció siendo un punto de encuentro interesante en el lado chimbero de Santiago, calidad de la que quedaron escritos algunos testimonios para comodidad del espíritu curioso. Por varios años, además, el área verde (aunque por entonces, no tan floral) se volvería una de las favoritas de estudiantes universitarios repasando materias para sus exámenes, no solo de los alumnos de medicina señalados por Jorquera. También lo fue de intelectuales y de parejas de enamorados del barrio, es sabido.

Empero, al caer las tardes cambiaba su rasgo sanamente recreativo o folclórico y adoptaba un cariz más oscuro, bohemio y algo miserable, inclusive, estimulado por los boliches, clubes y lupanares que había casi ocultos en los alrededores, desde el cambio de siglo o acaso antes. Tuvo cierto impacto, por ejemplo, el homicidio de un hombre en esa cuadra sucedido en 1907, caso en el que debieron prestar testimonio varios vecinos durante la investigación.

Los comerciantes de bocadillos aún llegaban a ella a ofrecer sus ventas o a preparar sus canastos y delantales blancos para ir desde allí hasta otros sitios céntricos. Empero, comenzaba a extinguirse la época de los moteros que dieron su singular primer nombre: estos puesteros, que antes aparecían con sus grandes ollas de greda y sacos de mote ante el público expectante, acabarían alejándose del lugar y fueron relevados por otros comerciantes de mesita o canastillo, también con productos típicos. Además, llegaron los encuentros políticos en la plaza, visibles aún hacia los años treinta y cuarenta con discursos de orientación obrera, más algunos mítines del 21 de mayo y otros actos organizados, por ejemplo, desde la Alianza Democrática en septiembre de 1946.

Pero, retrocediendo un poco en la historia del barrio, Luis Alberto Baeza comenta algo interesante también en la revista “En Viaje” (“La prensa santiaguina y la bohemia del 900”, 1965), al revisar los restaurantes más atractivos de principios del siglo XX e incluir la plaza mientras se refiere a un boliche del barrio mapochino, llamado El Caldo de Pavo. Dice allí el articulista que “al amanecer entraba en competencia con los valdivianos y caldos de cabeza del Mercado y con los pequenes picantes de la Plaza de los Moteros, sitio predilecto de bomberos y noctámbulos”.

Aquellos pequenes, empanaditas de cebolla y ají sin carne, también fueron típicas del ambiente bohemio nocturno y extremadamente populares en los barrios de los mercados, de modo que resulta lógica su presencia en esta plaza. Muchos próceres de la bohemia y las artes escritas de aquellos años de seguro las conocieron bien, durante sus visitas de amanecida a Los Moteros.

Cargada de tantos recuerdos, entonces, la plaza sobrevivía en los planos de Santiago como reminiscencia de aquellas poblaciones desaparecidas con épocas de luces y sombras; de un estilo de vida ya extinto en La Chimba. Y todo este vecindario fue llamado, también a partir del cambio de siglo aproximadamente, como barrio Los Moteros, recordando aún la presencia de dichos comerciantes populares y conservando tal denominación hasta tiempos cercanos, en otra singular curiosidad vestigial.

Cabe señalar que, durante cierta época, había existido por allí el llamado Puente Ovalle que unía la ribera sur del Mapocho -a la altura aproximada de la calle Teatinos- con las villas de El Arenal. Este paso menor estuvo desde los años de la intendencia de Benjamín Vicuña Mackenna y hasta el período de la canalización del río, desembocando su salida norte encima calles López y Borgoño, a poca distancia de la plaza, lo que facilitaba su reconocimiento y utilidad funcional dentro del trazado urbano. El puente había servido hasta que se reemplazaron todos los del río por otros metálicos más sólidos y modernos, en su caso por uno a metros de la Estación Mapocho retratado en fotografías antiguas y correspondiente al Puente Manuel Rodríguez, ya reemplazado.

Acercándose el Centenario Nacional, el progreso continuó arrojando cambios radicales en el sector. Lo que quedaba de la plaza, sin embargo, logró sobrevivir a las ampliaciones de las calzadas y la apertura de vías, aunque nada como lo que iba a verse ya en nuestro tiempo.

Los atractivos del barrio para la intelectualidad bohemia y nocherniega no cesaban, en tanto. Como es bien sabido, ya en años de esplendor arbóreo de la plaza el poeta Pablo Neruda encontraría residencia allí cerca tras llegar a Santiago, en una desaparecida residencial de Maruri. Vecindario ideal para sus correrías interminables en el llamado “barrio chino” de la cercana calle Bandera, plagado de clubes, boîtes, restaurantes y cabarets.

Pablo de Rokha, la Némesis intelectual de Neruda, en tanto, escribiría en la célebre “Epopeya de las comidas y bebidas de Chile” que el farolito nocturno de los vendedores de pequenes para los trasnochadores lloraba “por Olivos, por Recoleta, por Moteros y Maruri, derivando hacia las Hornillas, el guiso del río Mapocho inmortal y encadenado, como los rotos heroicos”... Se ve que conocía bien estos reinos el irascible vate.

Claramente, entonces, la fama y la atracción de la plaza se habían extendido más allá de la época victoriana de la diversión santiaguina, como una luz tibia y seductora hasta para los propios poetas y artistas.

Fue en la misma plaza, además, en donde los literatos Andrés Sabella y Mario Ferrero comenzaron a hacerse un público, declamando poemas de Gabriela Mistral y Carlos Pezoa Veliz, o comentando los cuentos de Baldomero Lillo. Lo hicieron aprovechando la audiencia que atraía un grupo de evangélicos o canutos en las calles y con los que acordaron una alianza estratégica. Lamentablemente, este simbiótico pacto de paz se rompió de súbito, cuando Sabella tuvo la pésima idea de hacer un homenaje al vino a través de los versos de Baudelaire, ofendiendo a los fieles y ganándose una paliza con expulsión a guitarrazos en una renión de calle Franklin con San Diego.

Vista aérea actual del sector Plaza El Trébol y entrada de avenida Vivaceta, en base de mapas Google. El número 1 señala la ubicación de lo que queda de la Plaza de los Moteros o Matías Ovalle, mientras que el número 2 señala a la gran Plaza el Trébol, junto a Vivaceta.

Esto es todo lo que queda de lo que fue la Plaza de los Moteros. Atrás, la sede vecinal Matías Ovalle y, al fondo, las dos torres del condominio Vista Santa María.

Sede de la Unidad Vecinal N° 15 Matías Ovalle, ocupando parte de lo que fue la plaza. Su nombre recuerda al principal socio y hermano de la Sociedad Ovalle, misma que estableció los negocios de arriendo de la primitiva Población El Arenal u Ovalle, en donde estaba la Plaza.

Lo que queda de la Plaza de los Moteros o Matías Ovalle, a la derecha, en el sector de las demoliciones realizadas para abrirle paso a la Costanera Norte y sus empalmes. Los árboles de más al fondo son de la Plaza El Trébol.

Los vestigios de la Plaza de los Moteros, vistos desde desde la cercanía de calle Frei Montalva llegando a General Prieto.

La misma plazoleta observada desde Lastra con Escanilla. Algunos de sus viejos árboles podrían ser originales, o al menos testigos mudos de la época de más popularidad de esta plaza.

Residencias alrededor de la Plaza El Trébol, esquina Lastra con Quintana, adyacentes a la Plaza de los Moteros.

Fernando Márquez de la Plata también menciona a la plaza en su “Arqueología del antiguo Reino de Chile”, aunque refiriéndose a ella cuando ya había pasado su época de laureles con moteros y pequeneros:

Aún existe la vieja y evocadora Plaza de los Moteros en Santiago, no lejos del río Mapocho, en la calle Prieto. Hoy silenciosa y abandonada, conserva el frondoso árbol que daba sombra a los vendedores que allí se reunían y salían luego a instalarse en diferentes barrios de la ciudad. Los vecinos aún mantienen el recuerdo de lo que en ese sitio pasaba y añoran el espectáculo que se ofrecía cada día.

A pesar de haber sido un lugar permanente de juntas y recreaciones en las horas diurnas, los primeros juegos infantiles de la Plaza de los Moteros comenzaron a instalarse recién en 1923. El proyecto era llevado adelante por el entonces primer alcalde Rogelio Ugarte Bustamante, involucrando participación de los vecinos dirigidos por el regidor don Diego Escanilla y en un período en que se inauguraron varias de estas mismas instalaciones de entretención en otras plazas de Santiago. Era curiosa, además, la importancia que tenía aún en el esparcimiento y la vida familiar de esos barrios un área verde un tanto reducida, si se la comparaba con la enormidad del Parque Forestal o el Parque Centenario, al otro lado del río.

El resto del siglo fue de un acecho casi constante a la plaza y sus vecindarios. Los nuevos trabajos de aperturas de calles y después del paso superior en Vivaceta, obligaron a modificar el aspecto general del barrio y, como resultado de las intervenciones quedó una gran red de nudos viajes entre las avenidas Santa María, Cardenal José María Caro, Pinto y Vivaceta, por cuya forma de trébol en el trazado vial de la ciudad le fue dado tal nombre a la nueva plaza.

A mayor abundamiento, la Plaza El Trébol quedó abierta del lado poniente de los viejos barrios, extendida y ampliada como una gran área abierta hasta los bordes de Vivaceta. Muchos la confunden aún con la original de Los Moteros pero, en términos prácticos, sería solo su heredera allí, no la misma. De haber sido un lugar arrabalero o periférico a fines del siglo XIX, con frecuencia ni siquiera detallado en los planos, ocupó lo que había sido el lote de cuadras formado antes por la intersección de Las Hornillas con la llamada calle de Arenales o Del Arenal, coincidente con la actual General Prieto.

Si bien no aparecía del todo urbanizado aquel lugar en el plano hecho por el profesor Ernesto Ansart, en 1875, ya hacia el Centenario Nacional el cuadrante de la plaza grande aparecía totalmente construido, con su actual terreno dividido en dos cuadras estrechas edificadas, mismas que dejaron formada la manzana rectangular que ahora ocupa. Este lado del barrio tenía también una cantina popular justo en la bajada del Puente Manuel Rodríguez, llamada Bar El Sol. Su aspecto general como plaza, entonces, resultó de los mejoramientos de la Autopista Norte-Sur en la entrada de Vivaceta, ya hacia inicios de los sesenta. Hasta entonces, había sido un sector poco definido en el uso público, pasando casi a terreno eriazo y, después, a un área verde rústica de poco lucimiento, en diferentes períodos de la misma.

Hoy, en cambio, la Plaza El Trébol se define entre las calles Quintana, Pinto y Lastra, contando con juegos infantiles, senderos de paseos (formados por las mismas trazas que tuvo antes el trébol vial para el tránsito vehicular) y un gran óvalo central. Ha sido lugar de esparcimientos populares y de ferias gastronómicas con cocinerías de inmigrantes peruanas en los fines de semana, además de pequeños carnavales realizados también por ciudadanos extranjeros. 

El aire de recreación obrera se había mantenido en la Plaza de los Moteros hasta bien avanzando el siglo XX, en tanto, especialmente durante los períodos de fin de año y verano. Una banda de retretas organizada por la Municipalidad de Santiago, por ejemplo, estuvo tocando en la plaza en febrero de 1940, como parte de un itinerario que incluyó la avenida Portales con Herrera, avenida Matta con Santa Elena, Plaza Bogotá, Plaza Chacabuco y otros conocidos puntos de la ciudad. Esta clase de diversiones no era inusual allí.

Durante ese mismo año, hubo algunas actividades deportivas involucrando a la plaza también en el período estival, como las del Deportivo Franco Salles F. C. y otras de carácter municipal, con circuitos de carreras a pie. También fue uno de los sitios escogidos desde donde se realizaron las transmisiones musicales con música típica, monólogos y bailables como parte del IV Aniversario de la Fundación de Santiago, con un locutor a cargo. Las otras plazas elegidas para este evento fueron Chacabuco, Bogotá, Yungay y el sector de Matta con San Diego.

Hacia mediados de la centuria, además, la Plaza de los Moteros fue uno de los espacios en donde el Coro Universitario realizaba presentaciones para poblaciones de trabajadores, como las que ofreció cerca de la Navidad de 1951, además de la Plaza de Armas, Plaza Lillo y Plaza Brasil. En aquella ocasión formó un equipo coral nuevo con participación de vecinos, debutando en Los Moteros el 22 de diciembre. Dos precisos años después, el miércoles 23 de diciembre de 1953, la misma plaza fue sede del Primer Festival al Aire Libre del Club de Deportes Suplementeros, con participación del Grupo Artístico de Santiago y un homenaje central a las candidatas a reinas del mismo club.

Los cambios, las modificaciones y las destrucciones en el viejo barrio han sido tan feroces, entonces, que la histórica y divertida Plaza de los Moteros de antaño quedaría se ha vuelto casi irreconocible a como era por entonces, siendo difícil continuar identificando su propio barrio como el pasado. Dada las dimensiones y relevancia social adquirida por la Plaza El Trébol, además, la De los Moteros, exactamente a su lado (al sur y por el costado oriente) quedó relegada a un lugar muy secundario de importancia y de presencia, casi un apéndice de su vecina más grande.

El proyecto Costanera Norte, ya en nuestros tiempos, completó las últimas grandes modificaciones del antiguo y otrora bohemio barrio. Comenzaron a oírse también las voces disidentes desde entre los vecinos, opositores a la agresividad de la intervención que se planificaba en su villa de tantos años de residencia. Tras un largo período de negociaciones y pleitos, se ordenó el desalojo en gran parte del terreno al sur de la misma plaza y de esos barrios adjuntos, por lo que quedó prácticamente perdida entre los confusos nudos y trazados de calles que hoy conectan el tráfico y la enormidad de su vecina El Trébol.

Gran parte de lo que fue aquella modificación urbana puede revisarse en el estudio "La Costanera Norte y el Barrio Los Moteros. Crónica de un conflicto urbano", de Verónica Tapia Barría, correspondiente a su tesis para optar al título de antropólogo social en la Universidad de Chile, año 2005.

De esa manera, de lo que alguna vez fuera la Plaza de los Moteros o Matías Ovalle, aquel lugar de diversiones, comerciantes de bocadillos, cantinas en los contornos, juegos de cacho o brisca, aventuras universitarias, bohemia, poetas, músicos, remolienda, artistas ganándose algunas monedas y tendales con jarrones refrescantes, en nuestra época solo queda un pequeño triángulo entre las calles Lastra y Escanilla, enfrente de una gasolinera y a espaldas de la sede de la Unidad Vecinal N° 15 “Matías Ovalle” de Independencia, construida recién hacia 2006.

Nadie podría sospechar hoy, en consecuencia, la intensa actividad de diversión y recreación que tuvo alguna vez ese espacio floral que ahí sobrevive, ni las proporciones más amplias que ostentó en el pasado.

La mencionada sede vecinal se levantó en terrenos que eran de la misma área verde perteneciente a la olvidada y mutilada plaza, reduciéndola más aún. Nuevos edificios residenciales se construyeron al lado oriente de la misma, además: las torres del condominio Vista Santa María. En tanto, la gasolinera y un vecino edificio administrativo de Costanera Norte, situados en la cuadra adjunta, resaltan ahora en donde mismo se hallaban antes las clásicas viviendas demolidas para el proyecto vial y buena parte de la misma área de la plaza, a solo pasos de la actual.

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