El Santiago de los primeros tiempos hispánicos, de acuerdo a la reconstrucción que hace Tomás Thayer Ojeda a partir de los trazados del alarife Gamboa. La ciudad era prácticamente lo mismo que se observa cuando fue realizada la primera rifa con sorteo de premios en ella.
Aunque los cambios de mentalidad de la sociedad chilena hoy inducen a mirar con algo de desdén y actitud crítica la práctica de las rifas o loterías "de barrio", esta clase de sorteos han sido parte de una tradición tan antigua como la propia formación de la chilenidad, con antecedentes muy tempranos de su importación y uso en la colonia hispana de Santiago de la Nueva Extremadura, en plenos tiempos de la Conquista.
Considerada un juego de azar y con una forma de apuesta mediante, pero no necesariamente con espíritu de lucro, las rifas han sido internacionalmente reconocidas por su característica general de armarse con un grupo de personas que compra uno o más boletos o números para obtener un premio específico o monto de dinero, durante un sorteo de elección "ciega" (sacar aleatoriamente los números de una bolsa, caja o contenedor) o bien por tómbola, como las loterías tradicionales. Casi invariablemente, se trata de un procedimiento con fines benéficos o caritativos, generalmente para dar asistencia a una persona, familia, escuela o institución en necesidades financieros, incluso para cubrir gastos de salud, equipamientos, giras de estudios, requerimientos domésticos o de otra naturaleza.
Retrocediendo por la historia, el comienzo de la práctica de la rifa en Chile parece tener un primer antecedente conocido el 7 de abril de 1553, día en que los cabildantes autorizaron un sorteo en la joven ciudad de Santiago. Se trataba de unos caballos y probablemente implementos ofrecidos por el capitán Gaspar de Villarroel, quien había llegado con la propia expedición de don Pedro de Valdivia y era, por lo tanto, un residente connotado de la joven villa.
Los detalles del caso aparecen informados en las actas del Cabildo de Santiago de aquel mismo día:
E después de lo susodicho, en la dicha ciudad de Santiago, a siete días del mes de abril de mil e quinientos e cincuenta y tres años, se juntaron a su cabildo e ayuntamiento, como lo han de uso e de costumbre de se juntar, los muy magníficos señores Rodrigo de Quiroga, teniente de gobernador de esta dicha ciudad, y Pero Gómez de Don Benito, y el capitán Juan Jufré, alcaldes ordinarios de esta dicha ciudad, y Juan Gómez, e Diego de Cáceres, y Francisco Míñez, y el capitán Juan Bauptista Pastene, y Pedro de Miranda, regidores, por ante mí Diego de Orue, escribano del dicho cabildo; trataron y proveyeron las cosas siguientes.
En este día pareció en el dicho cabildo el capitán Gaspar de Villaroel y dijo: que por cuanto al presente tiene en esta ciudad cuatro cabalgaduras entre yeguas, potros, machos y mulas, y otras cosas, todo lo cual él quería echar en suerte. Por tanto, que pedía a sus mercedes le diesen licencia para ello y señalasen jueces que aprecien las tales cosas que han de echar en suerte, y así mismo señalen el tiempo y día para cuando se hayan de echar.
Y luego los dichos señores del cabildo dijeron: que por cuando dicho capitán Gaspar de Villarroel es conquistador y de los primeros que a esta tierra vinieron, y es razón que sea corrido y favorecido. Por tanto, que le daban y le dieron licencia para que se pueda echar en suerte las cabalgaduras e otras cosas que él quisiere hasta en la cantidad de tres mil pesos; y nombraron por jueces para la tasación de las tales cosas, a los señores Juan Gómez y Francisco Míñez, regidores, de los cuales en Dios y en sus conciencias tasen las dichas cosas que así se hubieren de echar hasta la dicha cantidad de tres mil pesos, y con tanto que cada suerte sea a dos pesos de buen oro; y que la dicha tasación se haga entre hoy y mañana, y luego se apregone después de hecha la dicha tasación; y se señale el tiempo para en que se han de publicar de hoy en diez e siete días, que es el domingo venidero en quince días; y se les tome juramento para que en Dios y en sus conciencias lo tasarán y moderarán bien.
Los equinos de Villarroel y su rifa de
1553 pasaron a ser, entonces, los primeros premios rifados que se hayan conocido
y realizado en la capital. Y debió ser un acontecimiento de cierta importancia, dada la languidez y carencia de distracciones entre la comunidad santiaguina de entonces.
Ilustración de la Ciudad de Santiago de Chile, por el cronista indígena peruano Felipe Guamán Poma de Ayala, hacia 1615, en su "Nueva Crónica y Buen Gobierno". Aunque es un plano esquemático e imaginario, se advierte que por entonces la capital chilena era comprendida solo como un campamento militar-religioso fortificado alrededor de la Plaza Mayor (de Armas), con el río Mapocho flanqueándola al costado.
Pedro de Valdivia, Francisco de Villagra y Jerónimo de Alderete, en base al grabado publicado por Alonso de Ovalle en 1646.
García Hurtado de Mendoza, Pedro de Villagra y Rodrigo de Quiroga, en base al grabado publicado por Alonso de Ovalle en 1646.
Distribución de los primeros solares de la ciudad de Santiago, siglo XVI. Fuente imagen: editorial Talcahuano.
Dos pueblos montados a caballo en el Parlamento de Quillín, según la representación publicada en "Histórica relación del Reino de Chile" del cronista jesuita Alonso de Ovalle, en 1646.
Ilustración de Pedro Subercaseaux con la Plaza Mayor de Santiago en el siglo XVI, incluyendo el primitivo templo metropolitano y la residencia de Pedro de Valdivia en la representación. Se observa la intensidad de la vida civil y miliciana conviviendo en sus pocas cuadras. Fuente imagen: "Mirador. Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Ed. Talcahuano.
Soldados españoles jugando y apostando. Fuente imagen: "Mirador: Leyendas y episodios chilenos" de Aurelio Díaz Meza, edición de Editorial Talcahuano.
Por alguna razón, sin embargo, en una nota a pie de página de su "Historia crítica y social de la ciudad de Santiago", Benjamín Vicuña Mackenna asegura que la rifa de marras era del capitán era Gaspar de Orense, ofreciendo públicamente para el sorteo un potro, una yegua, un macho y una mula con la señalada cantidad de tres mil pesos. Se sabe también que este capitán Orense, quien estuvo también bajo el mando directo de Valdivia, fue dueño de una encomienda y llegó a tener unos cuatro a cinco mil indios en sus posesiones. Sin embargo, habría estado en el territorio hostil del sur para aquel año de 1553, ocasión en la que lucha en Tucapel y muere Valdivia, decidiendo retornar a Lima tras la derrota.
Cabe observar, además, que se trataba de un gran premio rifado: el valor que asignaba entonces a los caballos era enorme, por lo que formaban parte del tesoro personal de cada hispano y su familia. Tanto era así que, el 5 de enero de 1545, se había establecido por los cabildantes "que ninguna persona tome caballo ni yegua de otro español que ande paciendo, sin licencia de su dueño, so pena de diez pesos de oro para los propios de esta ciudad". Quien no pudiese pagar la multa por tal hurto, pasaría diez días en la cárcel. Posteriormente, en las actas del 8 de julio de 1549, se exige hacer un catastro de las yeguas en la ciudad y se fija otra grave pena para todo indio yanacona que atacara con piedras o flechas a alguno de estos animales: cortarle la mano y hacer pagar a su amo por el daño causado al equino.
También se había dispuesto un potrero especial con un albeitar (el encargado de atenciones y veterinaria) para reunir y alimentar allí a los caballares de la colonia. El libro del Cabildo de Santiago registra que los chacareros ya marcaban a la sazón a sus animales con timbres de fuego, mientras que los peligrosos o hallados sueltos eran llevados a un llamado Corral del Consejo, que parece haber estado en el entonces vertedero donde se encuentra hoy el Mercado Central, procediendo a multar a sus dueños. Las bestias que caían en este recinto a veces eran vendidas, si no aparecía un propietario.
Vicuña Mackenna se manifestó convencido de que aquella había sido la primera rifa autorizada por el Cabildo de Santiago, siendo del todo posible que también fuera la primera de Chile, al menos de las ejecutadas con patente y autorización formal. Es la razón por la que dejó registro el curioso concurso, además, como primer antecedente de una tradición que se ha perpetuado hasta nuestro días en nuestra sociedad.
Durante el resto de la vida chilena, las rifas siguieron practicándose incluso en antiguas posadas, chinganas y figones, a veces escondidas de la mirada de las autoridades y con frecuencia también viciadas por la malévola creatividad de los organizadores, ya que en muchísimos casos perdieron su sentido caritativo y cedieron a uno más bien comercial. Fueron famosos los fraudes de rifas y loterías de alguna época, por lo tanto, aunque estas malas prácticas alcanzaban a prácticamente todos los aspectos de la vida recreativa que involucrara premios, azar y concursos populares.
Tiempos de carestías en la República
prolongaron hasta nuestros días la práctica de la rifa como mecanismo de
asistencia y ayuda a quienes lo necesiten, o solo por diversión. Desarrolló
algunos protocolos, además: actualmente, es frecuente que se use el tirar "al
agua" los dos primeros números o suertes recogidos, premiando al
tercero que se escoja. Ha sido una forma de ayuda solidaria muy frecuente entre
vecindarios modestos y localidades rurales, aunque los premios a veces llegan a
ser muy interesantes, incluyendo cabezas de ganado en el campo, barriles de
chicha y vino o provisiones valiosas para el hogar en general. Y, además de
constituirse como una razón de acercamiento e intercambio entre las comunidades,
puede formar parte de encuentros más festivos tipo aniversarios locales,
carnavales, efemérides, celebraciones religiosas, rodeos y eventos artísticos. Incluso si las necesidades que motivan cada rifa ya no existieran, estas resistirían desaparecer de las tradiciones, puede suponerse.
Por tales razones, las rifas forman parte del mismo espíritu de solidaridad colectiva en el que están las llamadas fiestas "pro-fondos", los bazares vecinales, las completadas y otras tradiciones populares a beneficio, tan propias de ciertos estratos sociales, escuelas y liceos, gremios, voluntarios de bomberos, grupos animalistas, comunidades de residentes, etc. Con ellas muchas veces la ciudadanía busca solucionar o mitigar, por sus propios medios y esfuerzos, quizá gran parte de las mismas urgencias que el espectro sin forma de la autoridad lleva prometiendo resolver durante casi cinco siglos transcurridos ya desde la primera rifa en Chile. ♣
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