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LA MÚSICA INCIDENTAL EN LOS DÍAS DEL CINE MUDO

Proyección de cine mudo con una pianista ejecutando en vivo el acompañamiento musical. Fuente imagen: revista "Itamar" de la Universidad de Valencia, año 2019.

Como es sabido, antes que la cinematografía sonora pudiese contar con las bandas sonoras y música de película propiamente tal, la ambientación y atmósfera necesitaba ser creada o reforzada con una técnica antecesora, proveniente de la música incidental del teatro y el espectáculo en vivo, con un instrumentista ejecutándola en la misma sala de proyecciones. Era el elemento sonoro que prácticamente siempre acompañó a cine mudo, de modo que tan silente nunca fue en la práctica, finalmente.

Tras la primera exhibición y el debut de los rotativos cortos en el Teatro Unión Central de Ahumada hacia fines del siglo XIX, varias otras salas se sumaron rápidamente a la nueva propuesta de diversión para el público. De este modo, a inicios del siglo siguiente ya estaban convertidos en biógrafos (como se llamaba entonces a los cinematógrafos) varios teatros populares y espacios céntricos de encuentro o recreación. Entre aquellos pioneros figuran el American Cinema de calle Arturo Prat y el Teatro Royal de calle Huérfanos, por ejemplo.

La necesidad de ambientar la exhibición de cada película muda, sin embargo, requería de la presencia estable de aquellos músicos en la respectiva sala, creando el trasfondo incidental apropiado solo con el don de la instrumentación. Hoy muy olvidado y hasta desdeñado o caricaturizado, este trabajo era encargado a un artista generalmente solitario y al piano para el caso de la cinema popular, o bien a pequeñas y medianas orquestas, dependiendo de las posibilidades de cada teatro o del respectivo bolsillo empresarial. Además, estos hábiles artistas fueron otra de las grandes novedades que involucró el muy temprano arribo del cine mudo a Chile, junto a la misma tecnología de las proyectoras, imitando así la forma en que se hacía en el resto del mundo para acompañar los rollos fílmicos.

Sin embargo, lo corriente era que el método usado en Chile para la llamada "descripción musical" fuera más sencillo que en Europa, con piano u órgano más violín cuanto mucho, pero rara vez acompañado de percusión y sin conocerse siquiera instrumentos mecánicos tan complejos como el photoplayer, creado en Estados Unidos en los años veinte. Los ejecutores de la música del biógrafo no solo debían ser capaces de interpretar "auditivamente" las escenas, sino de adaptar ritmos, improvisaciones, tiempos y cadencias coordinándolas astutamente con los pasajes de la película exhibida.

El caso de los pianistas era, por lejos, el más abundante en este rol, no solo por este lado del mundo. Por razones de espacio, principalmente, su instrumento solía ser un piano vertical, quedando muchos de estos como muebles, decoración de salas o incluso parte de escenografía teatral cuando pasó la época a la que pertenecían en la vieja cinema. No era tan extraño ver pianos de cola al pie de las pantallas blancas de la proyección, sin embargo. Lo usual era que se situara abajo del panel o a un costado de la sala.

El apogeo del cine mudo inicia en Chile, por lo demás, con el período próximo al Centenario Nacional, dada la cantidad de salas disponibles en aquel momento y la convocatoria de público lograda. Por sobre todo, influía la importancia que tenía el biógrafo en la vida recreativa, especialmente los que se disponían como cines de barrios, haciendo crecer en sus alrededores todo un comercio adicional dirigido a los concurrentes, con cafés y pastelerías. La vida de muchas parejas enamoradas y luego de sus familias, fuera del hogar, comenzó en aquel ambiente de las salitas de proyecciones al son de un músico acompañante. Del mismo modo, la infancia de los niños de aquellas generaciones fue marcada por las visitas a los mismos biógrafos.

Es la época en que se ha dado inicio también a la industria nacional de cine con casos como “Manuel Rodríguez” de Adolfo Urzúa, la primera película dramática nacional filmada y exhibida como correspondía a aquel momento, en el celebrado año de 1910, mismo de la explosión mundial de la producción de filmes mudos. Empero, su formato coincidía con lo que se ha denominado “teatro filmado”, por su sencillez escénica y fotográfica, distante aún de la que empleará el cine moderno. Unos años después, vendría el primer despegue del cine chileno con producciones en las que se atrevieron varios emprendedores, aunque los resultados fueran muchas veces experimentales o de calidad amateur, cuanto mucho.

Hubo muchos músicos que acompañaban a las proyecciones fílmicas con su melodía incidental, generalmente pianistas. El apogeo del oficio estuvo entre 1900 y 1930.

Venta de pianos por la casa C. Kirsinger y Cía., en revista "Zig-Zag", año 1905.

Otro aviso de venta de pianos por Kirsinger y Co., en "Zig-Zag", esta vez destacando un modelo vertical (favorito de los biógrafos más populares), en 1906.

El Teatro Zig-Zag de Plaza Yungay, que también funcionaba como biógrafo, con el piano del músico al pie del escenario y al final del pasillo entre las butacas. Imágenes de la revista "Zig-Zag" de enero de 1910, cuando acababa de ser inaugurada la sala. El edificio aún existe, pero en uso de comercio.

Nota sobre el afinador de pianos Atilio Lanzarotti C, en revista "Zig-Zag", año 1911. A pesar de ser ciego, relució en esta complicada profesión en el Conservatorio Nacional de Música.

Como parte del desarrollo en el período del cine mudo, entonces, una gran cantidad de músicos (hombres y mujeres) llegaban a los teatros buscando trabajo y ofreciéndose para acompañar las películas de la cartelera. El favorito seguiría siendo el piano, indudablemente, en donde solo los más hábiles y versátiles tenían lo requerido para poder complementar la proyección (o más bien, completarla) llevando los compases e improvisando cuando fuera necesario, en pulcra simetría de sonido e imagen corriendo por carriles totalmente separados, pero en alianza.

A causa de los fuertes requerimientos del oficio, entonces, no era un trabajo de sutilezas o de instrumentación ligera: por el contrario, el músico podía ser exagerado, a veces; gracioso en su intensidad y pasión para acompañar cada escena proyectada, precisamente por la necesidad de realzar el contenido emocional de lo que se veía en ella. Algunos pianistas también eran sobrios y rígidos, es cierto, pero otros llegaron a ser conocidos por su histrionismo a la hora de ejecutar las piezas o impromptus en su lugar, arrinconados a un lado del escenario y llevándose con merecimientos alguna parte de las atenciones de la platea.

Hasta poco tiempo antes del crucial año de 1910, además, la mayoría de las exhibiciones de los biógrafos eran de cortos: breves películas cómicas o dramáticas que hoy quizá harían sentir estafado a quien pagase un boleto, pero que por entonces concitaban gran interés de los espectadores. Con la llegada paulatina de más largometrajes y, después, de películas antecesoras de los musicales, la labor de los músicos se extendía en cada función y ya casi sin cortes, mientras que los viejos cortos quedaban reservados solo a los preámbulos e intermedios de cada film.

Por lo general, tras apagarse las luces de la sala, se producía esa dulce espera por el inicio de la proyección. El pianista aguardaba alrededor de diez segundos en la penumbra, desde caída la primera imagen en la pantalla, para comenzar a deslizar los dedos sobre las teclas: su suavidad inicial iba progresando, a mayor ritmo. Muchos lo hacían casi sin luz suficiente para ver bien las partituras, pero siempre buscando la perfección; el equilibrio entre ambos sentidos del público: vista y oído. Al menos en la teoría, eran los detalles que iban haciendo diferenciables a los músicos más diestros de los más toscos o bruscos, estos menos preferidos en el oficio, a pesar de ser la música solo un accesorio en el espectáculo. De hecho, no pocas veces se ofrecían también a las propiedades sonoras de cada sala como un valor agregado al espectáculo, por capacidades y comodidades.

Por alguna razón, sin embargo, los visos de decadencia del oficio de estos músicos comenzaron en esos mismos años. Tal vez hubo un cambio sustancial en la percepción del público sobre sus roles en las proyecciones de las salas, o quizá la propia evolución tecnológica marcó el final de aquella noble tarea, quitándoles protagonismo.

Así las cosas, en el semanario social cinematográfico “El Film” de Santiago, el 7 de diciembre de 1918, podemos encontrar un interesante artículo titulado “Los pianistas del biógrafo”, desde el que extractamos estas ilustrativas líneas un tanto críticas sobre la dirección que había tomado ya la música en vivo para el cine mudo:

Y lo curioso es que estos hombres no tocan ninguna pieza completa. Son trozos metódicos que se unen con compases armónicos y que resultan en aquel momento porque los espectadores estamos pendientes de lo que pasa en la pantalla. La música es algo completamente secundario y si la seguimos con atención veremos que es de una incoherencia muy especial.

El pianista tiene que acompañar la escena. Si en una película de cow-boys, por ejemplo, hay una de esas salvajes y vertiginosas cabalgatas el piano hará una especie de escalas rápidas, con mucho pedal, cambio de tono y acordes tan rápidos como las escalas…

Si la escena es de amor o miseria, una música suave, fúnebre o triste tendrá que tocar el pianista.

Hay tocadores que son una maravilla, no solo acompaña a la escena sino dan al personaje un valor superior pues sus palabras y sobre todo, los ademanes son ilustrados por la música con una habilidad extraordinaria.

Para el biógrafo no resulta un pianista que no reúna las cualidades enunciadas, aún cuando sea un artista o un virtuoso. Y valga esta oportunidad para declarar que en Santiago tenemos cuatro o tres individuos que saben tocar el piano en un biógrafo.

Esto no se puede decir que es una ciencia nueva!...

A pesar de todo, durante la década siguiente, la aparición de nuevos cines y la profesionalización del rol asumido por el músico ampliaron su oferta laboral permitiendo nuevas plazas laborales para quienes querían probar en este campo.

Nota sobre la casa de instrumentos musicales Doggenweiler, en un desaparecido inmueble de calle Arturo Prat 166. Parece haber sido el principal importador y vendedor de pianos en la capital chilena. Revista "Zig-Zag", 1913.

El Teatro Novedades anunciando sus proyecciones de cine con orquesta y la dirección musical del maestro Williams Vergara, en la revista "La Semana Cinematográfica" de agosto de 1918.

Interior de un biógrafo popular en la revista "Sucesos", en 1919. El piano vertical está adelante de las sillas, justo bajo el panel o pantalla blanca para las proyecciones.

Tras la llegada del cine sonoro, el Teatro Victoria continuó ofreciendo sesiones "selectas" con cine clásico mudo, como esta anunciada en mayo de 1930, cuando recién se desencadenaba la euforia por las películas "parlantes". Hubo varios casos de resistencia a dejar totalmente atrás la romántica era del cine mudo.

"La melodía de Broadway" en el Teatro Politeama, uno de los primeros filmes sonoros que habría conocido la sociedad chilena. El teatro ya anuncia la proximidad de "El cantor de jazz", sin embargo. Aviso publicado el 25 de marzo de 1930. Comenzaba a extinguirse la época de los músicos de salas cinematográficas.

Sector del escenario y el espacio lateral de la sala Alejandro Flores, en los bajos del Teatro Cariola, calle San Diego. A un costado del escenario, esta sala aún conserva este antiguo piano usado en las presentaciones de música incidental del pasado.

Por secundaria que fuera la función del músico y por muchas que fueran las deficiencias que arrastraba el gremio en Santiago, su rol seguía siendo altamente necesario para el espectáculo. Por estas razones, el requerimiento de ellos se redobló en los cinematógrafos que continuaban apareciendo, ya que la era de cine mudo continuaba viva y no se intimidaba aún con el desarrollo de tecnologías "parlantes" como el kinetófono.

Fernando Purcell y Juan Pablo González explican la situación de entonces en una investigación publicada en la revista “Latin American Music Review” (“Amenizar, sincronizar, significar: Música y cine silente en Chile, 1910–1930”, 2014):

El desafío para los músicos no fue menor, debido a que comenzaron a modificarse los modos de interpretación dentro de las salas. Todo un cambio cultural. Se instaló la necesidad de musicalizar con rapidez los distintos cortos, documentales, noticieros y películas de ficción que ofrecía el cine. Para facilitar esta tarea la industria desarrolló una tercera estrategia, distribuyendo cue sheets u hojas-guía de referencias musicales junto a las películas, que facilitaban la selección de piezas adecuadas a los requerimientos de la cinta. La compañía Edison Pictures había comenzado a hacer esto desde 1909, práctica que se generalizó en la década de 1910. Estas hojas contenían el listado de las escenas e intertítulos de la película con las referencias cronometradas a composiciones musicales y sus ediciones para cada una de ellas. Las hojas-guía dependían en gran medida de esas publicaciones y a su vez las fomentaban. Se mezclaba repertorio folklórico, popular y clásico, que apelaba a una audiencia masiva y heterogénea.

En tanto, seguían sumándose salas más modernas al fenómeno de la proyección cinematográfica, creciendo así la oferta de exhibiciones y la necesidad de músicos. Iba quedando atrás la época del rústico biógrafo, pero no aún la del músico de salas de cinema.

Entre aquellas nuevas salas de proyecciones, estuvieron el Cine-Teatro Alhambra (Monjitas con San Antonio), el Teatro Comedia (Huérfanos con Morandé), el Teatro Septiembre (Alameda con Lira), el Teatro Brasil (enfrente de la plaza del mismo nombre), el Teatro Delicias (Alameda esquina San Alfonso), el Coliseo Nacional (Arturo Prat cerca de avenida Matta), el Teatro Politeama (a espaldas del Portal Edwards) y el Teatro Victoria de Recoleta (en avenida Recoleta, donde estará después el Teatro Princesa), entre muchos otros. Cundieron también las revistas impresas dedicadas al cine, todas con una enorme y evidente influencia de la estética y la temática de Hollywood.

Finalmente, cabe recordar que importantes figuras de las artes musicales pasaron por los pianos u otros instrumentos de teatros chilenos, como consecuencia de aquel boom del Centenario. Entre ellos figuran el porteño Armando Carrera, autor de “En las terrazas de las Torpederas” y del conocido vals “Antofagasta”; o el maestro Pablo Salvatierra, primer encargado del órgano-orquesta que el Teatro Brasil estrenó hacia fines de la década de 1910. José Bohr, por su parte, elaboraba programas musicales para amenizar, destacando en salas de Punta Arenas, en donde tocó también la orquesta del maestro Coroliano González. El trío Ubeda-Schloger, en tanto, con experiencia en Francia, se presentaba en el Garden Theatre de Santiago. Y en el Teatro Novedades de barrio Yungay, que se vendía como el cine "con mejor improvisador de Chile" y armado de toda una orquesta, el maestro y director encargado de la "descripción musical" era el señor Williams W. Vergara R.

También se sabe que el músico de origen peruano Roberto Retes, miembro del prodigioso clan de hermanos estrellas de los escenarios chilenos, dirigía la orquesta permanente del Teatro Esmeralda en los años veinte, por San Diego llegando a avenida Matta, siendo posible que haya cedido sus talentos al piano en las funciones de cinematógrafo. Y del mismo gremio era el pianista Juan Garrido, quien solía presentarse en algunos clubes con su hermano violinista Pablo antes de emigrar a México y establecerse allá, trabajando para musicalizar los cines.

La abrupta y revolucionaria llegada del cine sonoro con la banda musical y "parlante" formando parte de la misma proyectora, envió rápidamente al rol de aquellos músicos hasta el baúl con las telarañas de la historia romántica, provocando una crisis gremial de largo tiro.

En nuestra época, sin embargo, la banda sonora que acompaña a las clásicas piezas fílmicas provenientes del cine mudo y que son mostradas como reliquias del rubro o almacenadas en archivos, siguen incluyendo piezas musicales de fondo como las que tocaban los pianistas en los teatros y biógrafos… Gracias a la labor de esos músicos, entonces, las películas mudas en realidad nunca fueron tan mudas, sino bastante sonoras, después de todo, y con una melodía muy propia que las identifica hasta hoy. ♣

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