La famosa fotografía del poeta Jorge Teillier en las puertas de La Unión Chica, con la lista de ofertas y platillos escritos en las mamparas. Imagen tomada del Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).
Por una comprensible razón emocional, en temas relativos a patrimonio siempre se tiende a exagerar y abusar del uso de la metáfora sobre los lugares "donde el tiempo parece detenido". Este vicio se nota especialmente cuando se trata de rincones que son aleros cobijando a lo poco que queda de la vieja bohemia de inclinación intelectual que existía en el clásico Santiago, o más bien los recuerdos de la misma. Sin embargo, en el caso específico de La Unión Chica, se justifica plenamente aquel recurso y la necesidad de volver a echar mano a tan insistido concepto. Su validez se hace plena y totalmente verificable, en realidad.
Ubicado en calle Nueva York 11, en pleno sector financiero del centro de Santiago (barrio La Bolsa), el bar ocupa hoy un antiguo y amplio local en el zócalo del edificio con entrada por el número 17 de la misma calle. Este espacio comercial apareció en la ciudad hacia mediados de los años veinte, tal vez un poco antes, y habían tenido también su cuartel de oficinas en él los estudios Fox Film en Chile, durante aquella década. La dirección del 11 fue ocupada por una papelería llamada Bonomo, además, ya durante la década siguiente y posiblemente una pequeña parte del cuarenta, con venta frecuente de papeles pintados como novedad. La información disponible es ambigua, pero lo seguro es que vino después el bar y restaurante que hoy conocemos como Unión Chica, ubicándose allí justo al lado del desaparecido edificio del Bidart Hotel que tenía su entrada por Nueva York 9, el que hacía esquina con la Alameda de las Delicias.
El nombre real y formal del establecimiento ha sido siempre Bar Restaurant Unión, pero la vecindad del mismo con el fastuoso y aristocrático Club de la Unión justo enfrente, le ha valido el definitivo mote de Unión Chica prácticamente desde sus inicios, según se ha dicho. Es el merecido nombre que lo ha acompañado por todos estos años, alegrando la vida de toda una línea histórica de grandes escritores, poetas y personajes nacionales que se fundieron con su numerosa clientela. A la memoria de ellos y de la cofradía intelectual que ocupó por tanto tiempo aquellas mesas barras, Jaime Miguel Gómez, Jonás, dedicó unos versos libres titulados "Poetas en la Unión Chica" ("La voz del agua", 2005), mencionando también a los vates que inspiraban al grupo que allí se formó:
Es mediodía en el bar "La Unión"
y los parroquianos comienzan
a embriagarse
de la ciudad que bulle.
Todo sucede alrededor
de la velocidad
de portafolios
cuentas
deudas
compromisos.
Pero en esta mesa de madera
en que la vida dejó claras huellas
el tiempo se detiene.
Allí están
El Chico Molina
Iván y
Jorge Teillier
Rolando Cárdenas
Pablo de Rokha que saluda desde una mesa vecina,
Vicente Huidobro que pasa volando
Neruda se aproxima
y Vallejo
desde su sombra antigua hace una seña
a Wenche
pone otra botella de tinto
sobre la mesa.
Algunos de sus más viejos comensales aseguraban hasta hace poco que la Unión Chica ya iba por el
centenario de existencia, manteniendo siempre sus mismas y elegantes mamparas,
su decoración tipo bar británico y ese gran mesón de madera, bronce y lámparas.
Sin embargo, el actual administrador Wenceslao Álvarez asegura que su padre
español y del mismo nombre empezó con la actividad de bares y restaurantes a
partir del año 1931, con dos negocios que estaban en la Galería Alessandri: el
Bar Septiembre (o Septiembre) y el Bar Real (dando hacia calle Huérfanos), sitios hasta donde iban políticos, intelectuales y bohemios por igual.
Tras un incendio de la galería don Wenceslao padre, el primero apodado Wenche entre
los amigos y clientes, se habría mudado a calle Nueva York hacia inicios de los años cuarenta, arrendando
un nuevo local y bautizándolo Unión por su vecindad con el club, aunque acabó imponiéndose el mote de Unión Chica.
No nos queda plena claridad sobre todos los detalles de aquella historia, sin embargo. Primero, parecería ser que el bar y restaurante llegó o comenzó a usar la dirección de Nueva York 17 ya pasado el medio siglo, si bien conocimos otros veteranos contando que su aspecto y atractivo definitivos los adoptó después. No era el único establecimiento de este tipo en la calle, además: entre los años treinta y cuarenta, en un vecino inmueble desaparecido hace mucho destacó también el bar Jockey Club ocupando en el número 27; y en la esquina de La Bolsa con Nueva York estaba el restaurante Regina, en el zócalo del Edificio Ariztía, aunque no permaneció allí mucho tiempo y emigró después a calle Rosas.
En segundo lugar, puede haber una confusión proviniendo desde un hecho sencillo pero poco conocido: un restaurante Unión ya existía desde la primera mitad de años veinte en calle Nueva York (o al menos uno con este nombre), pero ocupando el número 19 en los bajos acaso del mismo edificio señalado, en el ala norte de su zócalo. Podemos suponer que se trataba originalmente del mismo en el entonces flamante inmueble hasta hoy en pie, mientras que la dirección numérica es aquella en donde se situó en nuestra época el restaurante Miaky. Entre otras cosas confirmando esto, hay un aviso comercial publicado en la sección de avisos económicos del diario "La Nación" del sábado 13 de septiembre de 1924:
AL COMERCIO EN GENERAL.- Habiendo comprado a los señores Fischer y Shemmerling el Bar Restaurante "Unión" ubicado en la calle Nueva York N.° 19 se ruega a los señores acreedores presenten sus cuentas en el término de 3 días pasando cuyo plazo no respondo por ninguna deuda contraída por los nombrados señores. Santiago, septiembre 13 de 1924. Antenio Hempel, Casilla 2780. Santiago. 15-S.
De tratarse de los orígenes del actual establecimento, entonces, el Club de la Unión y la Unión Chica habrían aparecido casi juntos, en el mismo período de urbanización de esa cuadra que había pertenecido antes a las monjas agustinas. Como sea esta situación y sin poder establecer con plena seguridad la continuidad entre ese primer bar restaurante Unión y el actual, lo cierto que parece haber sido reconocido desde sus inicios por sus suculentos platillos y sándwiches, además de servir como atracción de la intelectualidad criolla. Figuró así, con aquella ubicación, en los registros comerciales por algunos años más, de modo que, si se trata del mismo local con un cambio de dueños mediante, entonces la Unión Chica tendría cerca de un siglo o más de existencia.
El negocio siempre mantuvo vigente aquella seducción extraña e irresistible para la gente del mundo de las letras y las artes, tal como sucedía también con el restaurante Hércules de calle Bandera o el café Iris de Alameda con Estado. Un infaltable en estos ambientes era el escritor y poeta Andrés Sabella, quien rememoraba aquella generación intelectual de adictos a la Unión Chica en un texto publicado por "Las Últimas Noticias" del jueves 30 de julio de 1987, titulado: "Nueva York 11", aludiendo a esa mágica dirección definitiva del bar "que se muestra orgulloso de la sombra que sobre su historia proyecta el Club de la Unión". El hijo de Antofagasta y miembro de la Generación Literaria del 38 dice al respecto:
Ahí, poetas y pintores levantan cada noche la palpitación de su doble sed de vino y poesía, que proclamaba, como la única del hombre, Charles Baudelaire, formando una familia en que los lazos no son ni de sangre ni de tinta civil, sino de tintos sangrientos y blancos nada angelicales.
Germán Arestizábal, un pintor de lápiz seguro, escribe que, allá, "Los amigos se sientan / en la mesa de Ulises / para escuchar el / canto de las Sirenas". Las Sirenas, también, cantan entre las ondas del alcohol de los poetas. Jorge Teillier honra en el centenario de George Trakl, el suicida de Salzburgo, cuyo fantasma, sin duda, debe tomar asiento en medio de este corro, condecorado por las vides nacionales. El fantasma de Teófilo Cid asiste a la tertulia, "pisando blandos huesos", y Rolando Cárdenas echa encima de las mesas puñados de estrellas magallánicas. Guillermo Cáceres olvida el papel sellado y sella su amor con Poesía, confesando que "Me gustaría que fueses todo el mar para navegar mis sueños". De Ramón Carmona aprendemos que es posible hartarse "en la olla común de los caminos". Desde Suecia, Gabriel Barra evoca a "Sabina en sombras", "sentada en tu umbral lejano". Para Álvaro Ruiz, "Las nubes pasan", mientras Enrique Valdés en su violonchelo aprisiona la locura de un treile que lo llama a recorrer la noche. Ramón Díaz Eterovic se afeita, mirándose en una cuartilla de novela. Carlos Olivares trabaja un sugestivo poema en prosa, en tanto Iván Teillier describe, ágilmente, una escena con personajes de vida de guiñol. Juan Guzmán profundiza el festín, filosofando en torno al Marqués de Sade, para finalizar Roberto Araya con una breve prosa de áspera gracia crítica.
Los "unionistas chicos" tributan un homenaje al "Chico Molina", el sin par Eduardo Molina Ventura, último ejemplar de un universitario chileno desaparecido: el ansioso de libros que mantenía su personal universidad, donde era rector, maestro, alumno y bedel. Si los ángeles existen, ¿qué duda cabe que el "Chico Molina" les habrá instruido ya acerca del surrealismo, indicándoles que conviene que, alguna vez, enrojezcan sus alas en Nueva York 11?
Este sería uno de los dos bares en cuya propiedad participó don Wenche Álvarez, en la Galería Alessandri a inicios de los años treinta, aunque figurando propietado entonces por un señor Planas.

Vista de calle Nueva York tomada el 17 de octubre de 1922, entre los álbumes fotográficos de Chilectra. No se construía aún el edificio del número 17 en donde llegó a instalarse hasta ahora la Unión Chica.
Imagen de la entrada de calle Nueva York hacia1925, vista desde la Alameda de las Delicias. Al fondo, el Edificio Ariztía. A la izquierda, el Club de la Unión, y a la derecha, el Bidart Hotel. En el zócalo con arcadas de la fachada que se ve dentro de la calle y al lado del desaparecido edificio hotelero, se ubicará el bar Unión Chica. Fotografía del Archivo Histórico Chilectra.
Avisos clasificados del diario "La Nación" en donde aparece un restaurante Unión en calle Nueva York anterior a la fecha de fundación oficial de la actual Unión Chica. No hemos podido establecer si hay continuidad directa entre ambos, ya que aparece también en el número 19 de la calle, no el actual 11.
Imagen del exterior del bar Unión en fotografía de Guillermo Palma, publicada por Manuel Peña Muñoz en su trabajo "Los Cafés Literarios en Chile" , de 2001.
Calle Nueva York en 1978, en imagen publicada por el grupo FB Fotos Históricas de Chile. Se observa el aviso del Bidart Hotel ya en sus últimos años de actividad, y atrás del mismo un luminoso del bar Unión Chica. Al fondo, el edificio Ariztía.
Fotografía en donde aparecen Rolando Cárdenas, Germán Arestizabal, Aristóteles España e Iván Teillier en La Unión Chica, tomada en marzo de 1982. Imagen publicada por Memoria Chilena.
Distintas imágenes de los cofrades literatos que allí se reunían en los ochenta y que vuelven a reunirse el año 2001 para el artículo de Elisa Montesinos titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica". Las imágenes pertenecen a Leonora Vicuña.
Aviso de La Unión Chica en los años noventa, en caluga publicitaria de la revista "Safo".
La época de oro y más romántica de aquel "unionismo" literario de calle Nueva York es en su actual dirección, la del mismo número 11, se presenta como una etapa especialmente interesante pero cuando la clásica bohemia santiaguina era ya casi una postal nostálgica, un éter del pasado. Había comenzado allí hacia 1979, cuando se consagra aquella especie de círculo de clientes poetas, escritores y artistas, muy parecido o acaso como reminiscencia de los casi desaparecidos clubes democráticos de vividores y aventureros ligados a la misma intelectualidad o a la deliberación. No menos debió hacer su fama, como una suerte de alternativa "popular" al refinado Club de la Unión o Unión Grande. De ahí el refuerzo a su nombre de Unión Chica que, por paradoja histórica, se afianzaba entre la clientela gracias a las mismas condiciones ambientales hostiles que sepultaban y sumían en el ocaso a otros muchos negocios parecidos de aquellos años adversos a la vida nocturna.
A mayor abundamiento, la tradición de aquellos personajes había comenzado hacia los
días del famoso toque de queda, cuando se hizo corriente verlos allí reunidos
para conversar y matar el tiempo hasta los límites del día con las horas de la noche. Estos intelectuales habían convertido al bar en su lugar de encuentro durante casi toda la
década de los agitados años ochenta, entonces, hasta cerca del final de la misma. Además de su ligazón con artes y letras,
casi todos ellos provenían de provincia por
singular coincidencia; o tal vez no tanta, después de todo. Y, como varios eran
jóvenes o estaban aún en la etapa de debutantes, todavía se veían limitados de
recursos en aquellos días, aunque la verdad es que varios de los mayores a veces se encontraron en las mismas penurias, según contaban allí.
Experimentados mozos han atendido cordialmente al visitante de la Unión desde antaño y hasta ahora, por cierto. Algunos fueron testigos de aquella cofradía intelectual y sus anécdotas. Varios productos del bar Unión ha sido de reputación exclusiva y atracción amplia, además: sus guatitas (callitos) a la madrileña, el puchero a la española, los huevos a la ostra, el cabrito al horno, la escalopa Unión, sus borgoñas de frutilla, durazno o chirimoya, sus pichunchos y su celebrado cola de mono, cuya fórmula es señalada entre algunos parroquinaos como de entre las más mareadoras pero sabrosas que existen entre la buena oferta santiaguina. Antaño, este era el lugar favorito también para comer caracoles, preparados con otra receta española según se recuerda.
Aunque en nuestra época el bar y restaurante cierra relativamente temprano comparado con el esplendor de otros tiempos, antes de la medianoche, abundan al interior del establecimiento las representaciones y memorias de la señalada bohemia diurna y nocturna: discutidores de política, artistas reales o aspiracionales, jugadores de dominó, etc. Más de algún visitante proveniente del propio Club de la Unión o de La Bolsa ha llegado al mismo, inclusive, sentados junto a lustrabotas o vendedores en perfecta armonía social.
Empero, de entre todos aquellos visitantes históricos y leales hasta la actualidad, fue el señalado grupo de
intelectuales aquel que se sintió especialmente contagiado por el perfume secreto
e íntimo de la Unión Chica y dejó una huella imborrable en su identidad. En una de sus sabrosas notas de "Las Últimas Noticias" del lunes 29 de
octubre de 1990, el cronista de restaurantes y clubes Juan Rubén Valenzuela,
más recordado como Pantagruel, decía también que el mencionado poeta puntarenense Cárdenas solía estar entre los principales infaltables del bar, para amenizar por horas las mesas junto a otros vates de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH). Siempre mantuvo una gran amistad con el grupo, especialmente con Jorge Teillier. Sólo la partida de su hermosa
y amada Adriana, o Nana como la llamaba con cariño, pudo cambiar lo
suficiente el carácter y buen ánimo de don Rolando como para alejarse del lugar antes de
seguirla en el destino de la muerte, sucedida en 1990 a sus 57 años.
La aparentemente única mujer en aquel grupo, la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña, hija de los poetas José Miguel Vicuña y Eliana Navarro, dejó un importante registro de las mismas reuniones de estos personajes en lo que ha venido a llamarse también la Cofradía de los Botones Negros, antes de marcharse por largo tiempo a Francia. Allí estaban, por ejemplo, los poetas Teillier, quienes eran también aficionados concurrentes al desaparecido Patio Esmeralda de barrio Mapocho y Los Cisnes de Macul. La predilección de Jorge por la Unión Chica, sin embargo, era porque se encontraba tan cerca de las oficinas en donde se hacía el Boletín de la Universidad de Chile, medio en donde él trabajaba cruzando la Alameda Bernardo O'Higgins. En la misma hermandad estaban, como vimos en la descripción de Sabella, el pintor Arestizábal, el vendedor viajero Roberto Araya y los escritores Álvaro Ruiz, Carlos Olivárez, Aristóteles España, Díaz Eterovic, Juan Guzmán y el controvertido Chico Molina, recordado con cariño como fanfarrón y algo charlatán.
Cabe añadir que, desde aquel cúmulo de energía creativa concentrada en el bar, surge en el período la antología "Nueva York 11", obra que incluyó poesías de -entre otros autores- Pablo Neruda, Teófilo Cid, Rolando Cárdenas y, por supuesto, el incorregible Teillier. El trabajo fue compilado por Carlos Olivárez y publicado por Galinost en 1987. Elisa Montesinos rescata y describe parte de ese inspirador ambiente de la Unión en aquellos años, además, desde la voz de algunos de sus propios protagonistas allí reunidos, en un interesante artículo del año 2001 titulado "Los sobrevivientes de La Unión Chica", publicado después por un sitio literario vinculado al Proyecto Patrimonio:
Todos hablan al mismo tiempo. Casi no es necesario hacer preguntas. La historia se va armando con los retazos que cada uno recorta de su memoria.
Las condecoraciones de botones negros que inventaba Jorge Teillier, a la usanza de una orden antimilitarista. O cuando descubren que todos eran de provincia, menos Roberto Araya, y este se puso a llorar como un niño. “Decidimos nombrarlo hijo ilustre de Negrete para que no se sintiera menoscabado”, comenta Díaz Eterovic.
“Peleábamos mucho; era una escuela de ataque y defensa”, dice Álvaro Ruiz. Roberto Araya cuenta cuando leyó un poema y Ruiz se lo pisoteó en el suelo. "Es que eran muy malos", se defiende el aludido.
Hay imágenes icónicas del interior del bar en esos tiempos. Los hermanos Teillier quedaron retratados en las imágenes originales tomadas por
Leonora, por ejemplo: se los ve junto a su colega, el elegante y señorial Cárdenas,
trío de bebedores y vividores fallecidos durante la década siguiente. En esas
fotografías se puede reconocer el mismo aspecto actual y decoración interior del
local, así como la característica campana de cocina con imágenes inspiradas en la cerámica tipo
Quinchamalí; o esas elegantes lámparas de estilo inglés. Jorge dejó, de hecho,
una bitácora de estas reuniones, la que fue descubierta tras su fallecimiento en
1996 cuando, establecido desde 1987 en la localidad de Cabildo junto a su amada Cristina Wenke, pagó el más caro tributo a toda una vida beoda. Otra de las fotografías más famosas
que se tienen de él lo muestra precisamente en las puertas de la Unión Chica,
con la lista de ofertas de platillos y tragos escrita a su espalda. Debe ser la imagen más famosa de la historia del local, de hecho.
Díaz Eterovic, en tanto, parece que jamás pudo renunciar al influjo del bar recibido en esos días, volviendo a colocarlo en los escenarios de sus novelas policiales como sucede en "Los siete hijos de Simenon" y "Nunca enamores a un forastero". Además, cuando escribió la introducción para "Vagabundos de la nada: poetas y escritores en el bar Unión", publicado por la Editorial La Calabaza del Diablo en 2003, recordaría desde lo profundo:
1980. Nos rodea la oscuridad de la época y el miedo asedia al vino. Hablamos en susurros. La vieja mesa de madera crece con las horas. Al mediodía ha llegado Jorge con algunos libros bajo el brazo. Lo espera su hermano Iván. Lo esperamos Rolando Cárdenas, Germán Arestizábal, Álvaro Ruiz, Carlos Olivares, Roberto Araya Gallegos, Aristóteles España, Juan Guzmán Paredes, Mardoqueo Cáceres y algunos más que "matamos" las horas conversando de poesía, de fútbol, de los chismes literarios de esos días, pobres y grises, como todo lo que nos rodea. Es el inicio de una tertulia más en la “Unión Chica”, bar ubicado en la calle Nueva York, en el centro de Santiago, con sus garzones de chaqueta blanca y mesas de madera, que eran el medio que rodeaba nuestras reuniones; de esas charlas interminables que iban quedando registradas en una bitácora que Jorge Teillier custodiaba con especial celo y que finalmente, después de su muerte, se encontró en su casa de La Ligua, entre sus libros de poesía y manuscritos.
Díaz Eterovic no es el único en novelar memorias la Unión Chica, por cierto: el bar aparece
mencionado también en trabajos literarios como los de Roberto Ampuero en "El
último tango de Salvador Allende". Lo propio hicieron Eduardo Vassallo en "Zugzwang" y Juan
Villegas en "Yo tenía un compañero", sólo por recordar algunos ejemplos literarios.
Cabe comentar que muchos llamaban a la Unión Chica como el Bar de don Wenche, todavía hacia los tiempos mencionados, aludiendo al apodo de su dueño el español Álvarez y que luego recayó también en su hijo. La mano de don Wenceslao y la de su leal primo Senén, compañero de esta aventura comercial, parece notarse en la cantidad de platillos hispánicos que tradicionalmente ha ofrecido el restaurante. Dijimos ya que el señor Wenceslao actual es hijo del don Wenche anterior y quien había poseído ya otro bar en el centro de Santiago antes de tomar la rueda de gobierno de este local, en donde los dueños prácticamente fueron parte de la misma cofradía intelectual. Leonora Vicuña contó una vez que, cuando pudo volver al bar tras la dolorosa y triste muerte de Teillier, Wenche hijo sólo atinó a decirle: "Don Jorge ya no está".
Manuel Peña Muñoz, por su lado, informa en su trabajo "Los cafés literarios en Chile" sobre otros personajes e hitos asociados al mismo bar y restaurante, agregando que aparecieron por él, alguna vez, también figuras de la talla de los escritores Francisco Coloane, Gonzalo Rojas, Jaime Gómez Rogers, Mario Ferrero, Marino Muñoz Lagos, Emilio Oviedo y Gonzalo Drago, entre otros:
En el Bar de la Unión Chica se idearon proyectos literarios como la antología Nueva York 11, alusión a la dirección del bar, gestionada por Carlos Olivárez y que después publicó Hugo Galleguillos de la editorial Galinost. También se creó aquí la revista La Gota Pura, que editaba de manera más o menos artesanal la poesía de autores marginales y de la provincia.
(...) Acudían también al Bar de la Unión Chica el profesor de filosofía Juan Guzmán Paredes, el poeta Roberto Gallegos y el escritor y músico Enrique Valdés, oriundo de la Patagonia y autor de las excelentes novelas Ventana al sur y La Trapananda, alusión esta última a su territorio de infancia. Junto con recordar su niñez en la provincia, tema común del grupo, Enrique Valdés andaba siempre con sus partituras de música ya que interpretaba el violoncello en la Orquesta Sinfónica de Chile. Con posterioridad viajó a Estados Unidos y tras permanecer allá durante varios años, regresó a vivir a su Coyhaique natal.
Valdés iba a veces acompañado por los integrantes de la Orquesta Sinfónica, y según recordara Aristóteles España, lo hacía para beber vino pipeño. El músico también escribió sus recuerdos del bar y de Teillier en un trabajo titulado "Solo de orquesta". Quizá pudo encontrarse allí con otros poetas también asiduos visitantes del local, como Mauricio Barrientos, José Ortiz Suárez o Jaime Quezada. Ronnie Muñoz Martineaux, por su parte, en el artículo "El bar 'Unión'. Poesía, vino y nostalgia" publicado por la "Revista Literaria Rayentru" en 2005, continúa con esta nómina de parroquianos adictos al restaurante y el clima generado dentro del mismo:
Otros habitúes infaltables son: doña Quenita y don Carlos Valdés, quien, siempre vestido de gris, fuma un eterno cigarro en el mostrador. La tarde y el vino pasan como las nubes y el mesón del Wenche parece una gran barca a la que se aferran marineros, soñadores, piratas y grumetes.
(...) Nunca falta un bohemio que evoca los versos consagrados al vino por el gran poeta persa Omar Khayan: “Nuestro tesoro, el vino / nuestro templo, la taberna, / nuestras mejores amigas, la sed y la embriaguez”. También al atardecer más de algún parroquiano canta un tango; los ojos se humedecen y las botellas iluminan el crepúsculo. Al final, don Wenche, avisa a los parroquianos y timoneles que el bar se cierra. Ante la voz del almirante se pide la última botella y vienen los abrazos y despedidas de esa gran cofradía de amigos y soñadores que deben regresar a los cotidiano, a morirse un poco entre las calles santiaguinas.
Cuentan algunos que, en ciertas ocasiones, habrían aparecido por allá también Enrique Lafourcade, el célebre autor de "Palomita Blanca", y la polémica poetisa serenense Stella Díaz Varín, conocida como la Colorina y la Roja, famosa tanto por su fatídica belleza tipo escocesa como por su incorregible y violento carácter. Otros concurrentes fueron la poetisa Yolanda Lagos viuda de Juan Godoy, el poeta y abogado Mardoqueo Cáceres, y destacados periodistas como Mario Gómez López, Raúl Mellado y César Fredes, quien dedicó un artículo al bar en el diario "La Nación" del 16 de junio de 2007. También acudieron políticos, juristas, actores, académicos, etc. Y, en 2006, escribía España en un artículo del mismo sitio de "Proyecto Patrimonio”:
Qué será de Juan Guzmán Paredes, preguntamos; de Ronnie Muñoz Martineaux, de tantos amigos dispersos por el mundo y otros que ya habitan en el País de los Muertos. Recordamos a Stella Díaz Varín, quien falleció en junio de este año, a Eliana Navarro, a Yolanda Lagos quien suele aparecer todos los meses por calle Nueva York, domicilio del restaurant.
La Unión Chica es un bar lleno mitos y leyendas. Lo que no existe, se inventa. Por ahí divisamos entre la multitud de parroquianos a antiguos boxeadores, prestamistas, profesores jubilados, futbolistas en retiro, actores ancianos, ex cantantes de tango que hoy ven pasar sus días ajenos al aplauso, rodeado de recuerdos y botellas que los mozos de la Unión se esmeran en destapar para alegría de los contertulios.
Las famosas "juntas" de escritores y artistas habían comenzado a acabarse cuando también lo hizo la época histórica a
cuyo contexto pertenecieron aquellas tertulias y reuniones con en el escondite
del barrio. Desde entonces, toda la fama y leyenda de la Unión Chica ha atraído hasta sus mesas a otras
generaciones de intelectuales, escritores o artistas más jóvenes, más dispersos pero de todos modos pretendiendo perpetuar de alguna forma aquella camaradería consolidada en los ochenta. No obstante, la
nostalgia suele ser estéril: quizá nunca llegará a reemplazar o relevar ese creativo
fenómeno sucedido entonces, en tiempos muy distintos y con aquellos nombres hoy
tan distantes, cuando sólo podemos conocer sus frutos de inspiración y recuerdos
como la antología "Vagabundos de la nada", de Díaz Etérovic, publicada en 2003
con piezas de los mismos ex contertulios del singular establecimiento.
Actualmente, existe un rincón dentro del local con fotografías del trágico poeta lárico emblema de la casa, el inefable Teillier, cual suerte de memorial. Está dentro del bar en el sector que más frecuentemente ocupaba y donde se cuenta también que nunca almorzaba, sólo bebía y conversaba con cofrades o se animaba a leer poemas. Sus amigos y admiradores descubrieron allí en el local una placa conmemorativa para él en agosto de 2011, en un acto encabezado por su sobrino y presidente del Partido Comunista de Chile, Guillermo Teillier.
Ya con una tercera generación compartiendo el mando, seguirá allí La Unión Chica, entonces, con sus experimentados meseros y sus impecables mesas clásicas, ofreciendo las delicadezas de siempre como caldillos de congrios, carnes mechadas, tortillas españolas, cazuelas, sánguches de pernil o de pulpa de cerdo y humitas... Todo esto, más las mismas botellas de vino lírico e hechicero que llenan las repisas tras el mesón y que han deleitado por décadas los paladares de escritores, cual musa de tantos poetas de ayer, hoy y siempre. ♣
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