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"LA BATALLA DE SANTIAGO” EN EL MUNDIAL DEL 62

Una de las famosas escenas de conatos y jugadores caídos del partido Chile-Italia de 1962, en este caso con Sánchez en el suelo. El juez Aston intenta ordenar la situación mientras personal de Carabineros de Chile va ingresando ya a la cancha mientras el reclama el recién expulsado italiano David. Fuente imagen: Yahoo! Sports.

Una característica del Mundial de Fútbol de 1962 realizado en Chile, fue su intensidad. Esta llegaría -por lejos- a su cúspide con los incidentes violentos gatillados tras ataques entre la prensa chilena e italiana y que se volcaron en la cancha con la llamada “Batalla de Santiago”, nombre que recibió el partido entre ambas selecciones realizado el 2 de junio en el entonces recientemente remozado Estadio Nacional.

Aunque aquel curioso episodio siguió llenando de un curioso orgullo patriota a buena parte de una generación que fue testigo del mismo, visto desde la perspectiva actual fue un hecho bastante vergonzoso para ambas selecciones y todas las demás relaciones desde allí derivadas. De hecho, ostenta la triste posibilidad de haber sido uno de los partidos más agresivos e indisciplinados de la historia de los mundiales de fútbol, acaso el peor.

Por si fuera poco, el legendario partido podría haber sido, además, una de las inspiraciones para dar pie a la modalidad de las tarjetas de infracción, actuales rojas y amarillas, creadas por el árbitro inglés Ken Aston tras los problemas suscitados en el siguiente Mundial de 1966 realizado en Inglaterra. Aston había sido el encargado de hacer cumplir las reglas en el complicado encuentro Chile-Italia de 1962, pero se vio rápidamente sobrepasado por el mal comportamiento de los jugadores. Iba en contra la labor eficiente de los árbitros, además, la falta de un procedimiento claro para señalar las faltas acumuladas o de expulsión inmediata venciendo las barreras idiomáticas, por lo que es muy probable que la experiencia de Santiago haya anticipado parte de la exitosa idea que tuvo cuatro años después, en coordinación con Rudolf Kreitlein, luego que este fuera réferi del complejo partido de cuartos de final entre Inglaterra y Argentina, también en 1966.

Las tensiones ambientales entre chilenos e italianos se habían caldeado por pasiones ajenas al fútbol en esa temporada mundialista del 62, sin embargo: todo partió con unos textos redactados por Antonio Ghirelli y Corrado Pizzinelli, dos periodistas y reporteros de “Il Resto del Carlino” despachados a Chile. Pizzinelli, particularmente, publicó una ofensiva nota de su autoría titulada “Santiago, el confín del mundo. La infinita tristeza de la capital chilena”, asegurando que, desde que había llegado, sentía “la curiosa sensación de llevar el mundo sobre mis espaldas” y que “la sangre se torna torpe y parece faltar en las venas, y después de permanecer algún tiempo en Chile uno se siente extraño a todo y a todos”.

Con la falsa sinceridad de la soberbia y la seguridad de provenir desde un país en la cúspide cultural y humana, presentaba ahora a la modesta y tercermundista ciudad de Santiago como indigna de un encuentro internacional. Pizzinelli no llegó a reservarse algunas descalificaciones innecesarias en tan destempladas críticas, pese a haber realidades en ellas, aunque sazonadas con exageración inquisidora:

La tristeza flota en cada una de las conversaciones, como una doliente espera y resignación, no demora en apoderarse del europeo más activo y lleno de buen humor. En vano los chilenos, como para consolar a los italianos, dicen que Santiago se parece a Turín, que tiene un río como el Po que atraviesa, el Mapocho, un Parque Forestal que comparan al Valentino y calles derechas y a escuadra.

Cosas que no significan nada y nos hacen decir que Santiago se parece a Turín como Roma a Milán. Las mismas muchachas chilenas, tan famosas en el mundo por su gracia y donaire y tan a menudo comparadas con las turinesas, tienen muy poco de ellas. Se destacan por su liberalidad y su afán de progresar, y esa es una de las semejanzas, lo que constituye uno de los tantos lugares comunes sobre los que cierto periodismo y cierta literatura han derramado verdaderos ríos de tinta. Y ello tal vez para tratar de hacer olvidar la realidad de esta capital, que es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria... Bajo estos aspectos, Chile es terrible y Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello sus características de ciudad anónima. Barrios enteros practican la prostitución al aire libre: un espectáculo desolador y terrible que se desarrolla a la vista de las “callampas”, un cinturón de casuchas que circundan las ya pobres de la periferia y habitadas por la más doliente humanidad.

Santiago es un campeón de los problemas más terribles de América Latina... Todo lo que Santiago muestra, aun las casas populares construidas de prisa para algunas decenas de millares de personas, son solo un pálido esfuerzo, que a nadie convence y es la prueba más brillante de la forma como cierta clase dirigente resuelve determinados problemas en busca de su propio beneficio.

No es en absoluto una ciudad fascinante, sin grandes monumentos ni recuerdos históricos, sin palacios que se destaquen, sin una nota de aire o de cachet, como dicen muchos en el lenguaje mundano: es amable y simple en la resignada tristeza de las poblaciones de la periferia, las que están en abierta contraposición con aquellas de los centros residenciales, donde excelentes arquitectos han construido chalets y casas dignas de adornar un libro de arte moderno.

Se creía que la motivación del enviado pudo haber provenido de la inclinación en cierta parte de la prensa italiana para que la sede de la copa de 62 hubiese quedado en la organización de Argentina, a pesar de que la delegación romana se abstuvo de votar en la elección FIFA que dejó el Mundial de ese año en Chile, para mayor frustración de ese sector.

Pero la plétora de observaciones denostadoras contra la ciudad capital chilena no iba a pasar inadvertida. Así fue que el diario “El Mercurio” la publicó traducida poco antes de la realización del partido… El fuego prendería como en un campo de pasto seco, como era esperable.

Avivado de inmediato, el mal ambiente acabó convirtiendo el partido en una cuestión de honor o, peor, de venganza. Como los periodistas italianos responsables de aquel artículo aún se encontraban en el país cubriendo el Mundial, comenzaron a ser hostigados e incluso hubo intentos de agresiones, por lo que debieron huir  al exterior: el tema se había convertido en un asunto de orgullo nacional en solo unos días.

Empeorando la situación, el ataque propinado desde “Il Resto del Carlino” fue contestado por “Las Últimas Noticias” con un tenor de no menos ponzoña, enrostrándole a los italianos los cargos del fascismo, la mafia y un gran escándalo de drogas en el Inter de Milán que había causado revuelto hacía no mucho tiempo.

Lejos de lavar afrentas y devolver serenidad a corazones patriotas, aquella reacción y otras parecidas resultaron en solo más leña para la hoguera. 

Así las cosas, 66 mil almas estaban en el Estadio Nacional aquel tenso 2 de junio. Una leyenda dice que algunos italianos no querían salir de camarines, temiendo agresiones. La organización itálica quiso poner paños fríos e hizo que sus seleccionados entraran a la cancha con claveles blancos, entregándolos y lanzándolos al público como gesto de paz. No resultó la inocente estrategia: la fea pifiadera no se contuvo y muchos arrojaron las flores de vuelta. Los periodistas italianos que se habían quedado, en tanto, tampoco hicieron grandes esfuerzos por aquietar la agitación emocional.

Todo se veía tan distinto a hacía solo unos días atrás, cuando la selección de la Bota fue recibida por 2.000 personas o más en el Aeropuerto de Los Cerrillos y la revista “Estadio” proponía a Italia como la más importante atracción del Mundial... Había bastado solamente un texto para romper toda aquella cordialidad y simpatía.

Sintiendo el aire ionizado, el comentarista inglés David Coleman dijo una frase casi profética en aquellas transmisiones encima del partido, después de saludar a la audiencia: “El juego que están por presenciar es la exhibición de fútbol más estúpida, espantosa, desagradable y vergonzosa, posiblemente, en la historia de este deporte”, según la transcripción que hizo Jorge Salas Martínez en “Leonel. La historia del ídolo azul”.

La selección chilena de "La Batalla de Santiago". Imagen publicada por "La Tercera".

Jugadores italianos intentando bajar las tensiones previas al belicoso partido con Chile, entregando pequeños ramos de flores al público. Imagen de la revista "Estado", en un artículo lamentando lo sucedido  en "La Batalla de Santiago".

Momento del famoso puñetazo de Sánchez a David, imagen realmente icónica de "La Batalla de Chile". Fuente imagen: Deportes 13.

Otra de las escenas de violencia y detenciones del partido, las que caracterizaron a todo el encuentro. Imagen publicada en el sitio Balón Latino.

 

 

Ofuscados de lado y lado, entonces, el partido comenzó con la energía de una verdadera batalla, con infracciones desde el segundo 12 después del pitazo inicial, por un conato de riña que alcanzó a ser sofocado. El escándalo, sin embargo, comenzó alrededor del séptimo minuto, cuando el delantero Giorgio Ferrini arremetió con violencia contra el chileno Honorino Landa, pelotazos al cuerpo incluidos, y acabó así expulsado por Aston. Iracundo, Ferrini comenzó a protestar y se negaba a abandonar el campo de juego, por lo que terminó siendo sacado de la cancha por personal de Carabineros de Chile.

Landa quedó con “sangre en el ojo” contra otro jugador en la gresca, y se tomó la revancha con una falta no cobrada, minutos después. El haber pasado sin sanción enardeció más aún al equipo italiano, y así los ánimos terminaron de desatarse sin piedad.

Lo más recordado del partido, sin embargo, sucedió en el minuto 38 del primer tiempo, el enfrentamiento más simbólico de la jornada. Leonel Sánchez, el Gran Leonel de la Universidad de Chile, cayó por un costado en una carga del rival Mario David. Quizá la situación habría quedado allí si no fuera porque David, mal aconsejado por la calentura, comenzó a dar puntapiés a Sánchez en el suelo, con el pretexto de quitarle la pelota que estaba entre sus piernas. La ira del chileno fue instantánea: se puso de pie y asestó un certero puñetazo de izquierda en la mandíbula de David, dejándolo tirado a todo su largo en el paso. 

Las escenas de este incidente en particular, transmitidas por televisión y conservadas en archivos fílmicos, deben ser las más famosas de todo el intenso encuentro. 

Salido de todo control el partido al no ser sancionado ninguno de los dos jugadores, fue David el que ahora quería cobrarse su vendetta y encontró la oportunidad en el minuto 41, tras una aparente calma en la justa: llegó por la retaguardia hasta Sánchez con una formidable patada voladora hacia la nuca, que dejó al chileno tirado de bruces  y mordiendo el césped. Y Aston, comprendiendo que perdía las riendas como réferi, decidió expulsar al italiano llevándolo de un brazo y casi como a un niño hasta el borde del campo, escoltado también por uniformados mientras el italiano fingía no entender la severidad del castigo.

En aquel calor incendiario y con el público rugiendo, ambos elencos se fueron a camerinos esperando el segundo tiempo. Chile volvió desde el descanso al campo mucho más ordenado, mientras que Italia continuó con una actitud confusa y, para peor, en desventaja numérica. Así, hacia los 74 minutos, el estadio celebró eufórico un gol en el arco italiano, conseguido tras un rebote del balón disparado por Sánchez contra el arquero Carlo Mattrel, llegando a los pies de Jaime Ramírez y, desde allí a la red, por sobre todas las cabezas cerrando el portal. La desazón del rival se sintió al instante.

No pasaron dos minutos y Landa logró meter otro gol en el arco italiano, pero este fue anulado por estar fuera de juego. Hubo otros amagos de fuego entre los jugadores, algunos de ellos enredándose como gatos peleando en el suelo, pero Aston logró contener las pasiones y devolverlos al relativo orden, en cada ocasión.

En el minuto 88 del partido el chileno Jorge Toro, desde gran distancia, dio un espectacular cañonazo que entró al arco italiano cerrando el resultado de dos goles a cero. La alegría del público era incontenible, mientras que el dolor se reflejaba ya en los rostros de la selección italiana.

Dos minutos después, ya terminando el partido, Landa recibe una nueva agresión y ahora la pelea es entre él y Sandro Salvadore. Agotado y comprendiendo que ya no tenía sentido seguir con el encuentro, entonces, el árbitro Aston le puso fin en ese mismo momento, dando el pitazo de cierre. Estalló el júbilo en todos los chilenos, tanto en la cancha como en las tribunas, galerías, casetas periodísticas y contornos del campo y el país entero… La que sería recordada en la prensa como “La Batalla de Santiago” (“Battaglia di Santiago”) era ganada por los locales.

Chile aseguró su paso a segunda ronda, pero la polémica no terminó. La prensa italiana arremetió contra los vencedores acusándolos de ser primitivos y hasta “caníbales”, mientras que el árbitro Aston fue amonestado y sancionado por los problemas de manejo que tuvo durante todo el encuentro, partiendo por la no expulsión de Sánchez y David. También hubo acusaciones de haber favorecido a los chilenos, por lo que la FIFA debió dar instrucciones concretas de no tener más consideraciones especiales con la selección local, durante lo que quedara del Mundial. Con el tiempo, Aston aseguraría que había pensado en detener antes el partido, pero temió alguna clase de reacción violenta del público.

Ya en la segunda ronda, la selección de Alemania Occidental derrotó a Chile e Italia, mandando de vuelta a Europa a esta última. Después de haberse marchado, la revista “Estadio” del 14 de junio intentó poner calmantes con una dolida pero reflexiva nota titulada “Fue una lástima”:

De la propia concentración chilena salieron las voces para terminar con un estado de cosas que no le hacía bien a nadie. Hubo parlamentos entre cronistas y dirigentes; hubo, por lo menos, paz en los espíritus.

Cuando el jueves pasado salió Italia a disputar su match de despedida, recibió el cordial saludo del aficionado chileno, que ni es nacionalista exacerbado, que no es fanático enfermizo, que no es rencoroso patológico. Nuestro pueblo es altivo, pero sentimental. Se le “compra” con pequeños gestos, que los italianos, infortunadamente, tuvieron demasiado tarde. En un ambiente tranquilo, respetuoso -porque ellos fueron serenos y ponderados-, Italia jugó su mejor encuentro en la Copa del Mundo, cuando ya estaba eliminada.

(…) Chile debe estar tranquilo de conciencia. A quienes llegaron amablemente, a quienes jugaron honorablemente, les abrió los brazos y el corazón; como se los abrió a los propios italianos en el momento en que fueron, además de excelentes jugadores, correctos participantes de una competencia en la cual están puestos los ojos del mundo entero.

Ojalá se disipen pronto los nubarrones que amenazaron con tormenta y que quienes tienen la suprema obligación de ser veraces, tras la sonrisa no empuñen el arma de nuevo, para volverla contra este país de quien dijo el poeta que tiene sueños de marmota, pero despertares de león. A nosotros siempre nos quedó el recuerdo imperecedero de la Italia de Miguel Ángel, de Benvenuto Cellini, de Rafael Sanzio, de Dante Aligheri, de Verdi, de Rossini, de Pirandello y de D’Annunzio. La Italia de los Duomos, de las verdes campiñas de Toscana y de Lombardía, a la romántica Venecia, de la industriosa Milán, de la secular Roma y de la artística Florencia. Después de la Copa del Mundo, nos quedará la imagen de ese equipo diestro, caballeroso, tranquilo y sonriente del match con Suiza, y aquel otro, el fuera de sí, nos parecerá que ha sido una pesadilla que no hubiéramos querido vivir.

En los cuartos de final, Chile venció a la Unión Soviética, avanzando así a semifinales, pero cayó derrotado por el equipo que iba a ser el campeón de aquel año 1982: el inalcanzable Brasil. Chile terminaba, de ese modo, como el tercero en el campeonato, logrando por primera vez un puesto de este tipo, y también con el orgullo de haber conseguido sacar adelante un millonario Mundial de Fútbol prácticamente en la miseria y la ruina, tras el terremoto de 1960.

Sobre el engreimiento que pueda haber provocado en los corazones el haber vencido a Italia en la poco decorosa “Batalla de Santiago” de 1962, el tiempo fue lavando las animosidades mutuas patrioteras y las irracionalidades del comportamiento -de individuos y de masas- aunque sin poder olvidarse tan pintoresco y extraño episodio de la historia del fútbol. De hecho, cuando Sánchez estuvo probándose por un corto tiempo en el AC Milán, unos años después, dejó atrás los resentimientos e hizo amistad con su otrora enemigo golpeado, el delantero David.

…Misteriosos son los caminos del fútbol, son duda.

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