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INSERT COIN, PRESS START Y GAME OVER: UNA ÉPOCA DE VIDEOJUEGOS EN PASEO AHUMADA

Vieja imagen fotográfica del local de Games Center durante los años de su edad dorada, hacia 1992. El espacio que ocupabahoy está totalmente remodelado y asimilado por una multitienda.

Entre mediados de los años ochenta e inicios de los noventa existieron importantes salas de videojuegos en el paseo Ahumada de Santiago. Estos centros marcaron a fuego las memorias de una generación: la primera que se familiarizó y popularizó estos entretenimientos electrónicos, precisamente. La mayoría de sus integrantes eran de edad escolar y universitaria.

La casa de videojuegos Diana era una de las más antiguas del sector, establecida casi en el corazón de Ahumada desde tiempos en que aún no aún vía peatonal. Llegó primero hasta los llamados Bajos York del pasaje Bombero Ossa, ex calle Unión Central, atrayendo público a su sótano desde la primera mitad de los años setenta. Sus propuestas allí habían sido juegos antiguos de pantallas, palitroques y un pequeño bowling con colocador mecánico de pinos, hoy diríamos que más bien para niños, pero el tiempo y el desarrollo tecnológico se encargaron de modernizar su oferta.

Aquella compañía de diversiones, sin embargo, había debutado en la capital muchos años antes, tras ser fundada en los años treinta por don Roberto Zúñiga Peñailillo. El nombre de la diosa romana de la caza lo tomó de una marca alemana de rifles lanza-plumillas que eran parte de sus atracciones de entonces. Uno de sus primeros locales estuvo en el barrio Mapocho y contaba con set de tiro al blanco, taca-tacas y mesas de pool. Posteriormente, probando el éxito, abrió otros centros y salas en los barrios del cerro Santa Lucía, Morandé y el subterráneo de Alameda con Estado, entre muchos otros.

El gran centro de juegos y entretenciones del Parque Almagro junto al templo de los sacramentinos y la Plaza Pezoa Veliz de los libreros, en calle San Diego, solía ser identificado como su cuartel más importante. Sin embargo, cabe observar que, a partir de 1960, los Entretenimientos Diana se separaron comercialmente de los Juegos Diana, estos últimos dueños de las instalaciones de la feria de diversiones que está en San Diego y que también estuvieron en Alameda a un costado del templo franciscano, en donde ahora está el hotel.

Fue en 1962 cuando el centro de entretenciones Diana llegó a la que sería su casa central de los subterráneos de Ahumada 170, entre Moneda y Agustinas. Estaba casi enfrente de otro famoso subterráneo, en donde venía funcionando desde los años cuarenta el restaurante y boîte Waldorf, uno de los clubes más conocidos del Santiago de entonces. Diana permaneció por 22 años en aquel lugar de los Bajos York, período en que da inicio a la que iba a ser esa edad dorada de los videojuegos en el paseo Ahumada. Esto parte sobre todo cuando comenzó a incorporar paulatinamente las miniestaciones de juego tipo arcade, formatos de cabinas debutadas con videojuegos pioneros como Space Invaders o el clásico Pong, además de las tradicionales mesas de pinballs o flippers, como se les llamaba también.

El cambio tecnológico en la oferta de Diana se debió a que, hacia mediados de los setenta, había regresado a Chile el yerno del señor Zúñiga, don Ignacio Moraga, tras un período viviendo en los Estados Unidos, en donde pudo ponerse al día de cómo iba la vanguardia del mercado de videojuegos y las entretenciones "con enchufe". Moraga se hizo cargo de modernizar la empresa, entonces, orientándola al público más joven, incluso el de edad escolar, con gran éxito durante los años setenta.

La llegada de la década siguiente, con toda su filosofía pop a rastras, comenzaron a soplar otro fuerte y mayor viento de prosperidad sobre el negocio de los videojuegos: la edad adolescente y juvenil había llegado a porcentajes etarios inéditos en la historia de Chile. También subía el poder adquisitivo que podían manejar los chiquillos en una economía creciente, en donde buena parte de la mesada iba a parar en la recreación. La llegada de consolas como las de Commodore, Odyssey, Sinclair o la mítica Atari y todos los videojuegos de la primera oleada doméstica permitieron familiarizar a muchos con estas tecnologías y crear así consumidores ávidos de conocer nuevos juegos. A la larga, sin embargo, iba a ser el desarrollo de esas mismas tecnologías caseras y adaptadas al computador personal las que alejarían al público desde los centros de videojuegos, por curiosa pero previsible paradoja.

Diana se volvió la pasada obligada de muchos en esos años, y continuó abriendo otros locales tanto para la diversión de jóvenes como adultos. Empero, al quedar estrecho el salón de Ahumada 170 y, al parecer por algunos cambios administrativos en la galería, el gran centro se trasladó hasta el que había sido el local subterráneo del Waldorf en Ahumada 131, ocupándolo ni bien lo dejó la famosa boîte en 1984, cuando cerró sus puertas.

El cambio fue extraordinario: unos 900 metros cuadrados tenía el subterráneo con su diseño modernista que no requirió de muchas modificaciones para entregarse por entero a este nuevo uso. Apodado El Sótano o El Laberinto por algunos de sus visitantes, una avalancha de sonidos midi provenían desde todos sus rincones colmados de cabinas y pinballs. Con el tiempo, se podían distinguir y reconocer cada música o ruido de fantasía: Pacman, Pengo, Dig Dug, Pooyan, Donkey Kong, Speed Race o Rally-X.

Con el dinero suficiente, además, se podía estar una jornada completa allí probando “máquinas” que apenas alcanzaban a mostrar su mensaje de “insert coin” en la pantalla antes de que les echaran una nueva ficha y asomara el "press start", pudiendo salir ya en horas nocturnas satisfecho, aunque solo con lo justo para la micro después de leer tantas veces la despedida "game over". Este último mensaje ("juego terminado") fue tan popular en la cultura del videojuego que así se bautizó a un célebre disco de la banda metal estadounidense Nuclear Assault en 1986, aludiendo al pánico apocalíptico de la Guerra Fría.

Imagen de calle Ahumada con el pasaje Unión Central, actual Bombero Ossa. Se ve la tienda Zeldis, el letrero colgante del Cine York y, al centro en la boca de la calle peatonal, el acceso techado hacia los subterráneos de los Bajos York, en donde se ubicó unos años después el salón de juegos de Diana. Imagen publicada por el diario "La Nación" en abril de 1953.

Izquierda: Imagen de los antiguos juegos electrónicos Diana, hacia 1970, en fotografía de José Carvajal hoy perteneciente a las colecciones fotográficas del Museo Histórico Nacional. Derecha: fichas de distintos períodos de tiempo de los Diana, entre 1960 y 1980 aproximadamente.

La cuadra de Ahumada donde estaban los Delta 15, justo entre las tiendas de zapatería Hush Puppies y Feria del Disco, en los años ochenta. Se alcanza a observar el panel luminoso del centro de videojuegos y la toldera sobre su entrada, justo atrás de la también retirada fuente de aguas ubicada enfrente del Banco de Chile. Fuente imagen: Foro de usuarios de Playadictos.net.

Una reliquia numismática: la ficha original de los videojuegos Delta.

Captura del juego Space Invaders, de 1977-1978, y portada con el cartucho de la versión Atari del mismo juego.

Capturas de dos juegos muy parecidos y varias veces confundidos entre sí en sus tiempos de gloria: Galaxian (1979) y Galaga (1981).

Pantalla de presentación del histórico juego Donkey Kong (1981), de Nintendo, y una cabina con el mismo.

Captura del videojuego Phoenix, uno de los más populares de pantalla en formato vertical, y una antigua cabina del mismo juego.

El celebérrimo juego Pac-Man (1980), y una ficha promocional de la compañía Namco para el mismo.

Capturas del alguna vez famoso juego Frogger ("La Ranita", solían llamarlo) de 1981, y ya en otra generación de gráficas , del también popular Ghosts'n Goblins de 1985.

Imagen de una de las fichas que se usaban en el salón de Games Center.

Sembrada la semilla del interés por los videojuegos en el paseo Ahumada, entonces, otra firma llegó a competir con Diana ubicándose en su propia ex casa: el salón de videojuegos de los Bajos York. Si bien no eran tan grandes y abundantes en cabinas como los del cuartel principal que tenía ahora la casa con nombre de diosa clásica, sus administradores sí se preocuparon de llenar ese subterráneo con algunas máquinas de punta, especialmente en la segunda mitad de los ochenta y con una seguidilla que parecía resumir la propia historia del desarrollo de las tecnologías de videojuegos, incluidas varias novedades que tardaron en llegar a otros centros del mismo tipo.

El gran problema con de aquellos videojuegos es que convivían a la pasada con otros sitios menos luminosos de los Bajos York, como un cabaret y un salón de pool situados en las partes más bajas de la misma galería, y por alguna razón algunos de sus clientes a veces se comportaban de formas un poco hostiles con los estudiantes y universitarios que llegaban hasta allí, como si se tratara de invasores de “sus” reinos. Estas presencias sombrías, más otros chismes sobre lo que sucedía en los clubes de adultos, también fueron la razón de varias madres para prohibirles visitar el subterráneo a sus hijos.

A la sazón, sin embargo, Diana ya tenía un fuerte competidor que fue capaz de secuestrar una gran fracción de su clientela y casi destronarlo del paseo Ahumada: Delta 15, ubicados en donde hoy están unas conocidas tiendas deportivas y oficinas de atención de público de servicios digitales, en el borde poniente del paseo entre Agustinas y Huérfanos, a un costado del Pasaje Roberto Mac-Clure.

Situado en un espacio doble (hoy subdividido) vecino a la también desaparecida Feria del Disco, llamada Feria Mix en sus últimos años, el centro de videojuegos Delta 15 fue, quizá, el mejor local de reunión que hayan tenido por entonces los niños y adolescentes del período que transcurrió entre 1986 y 1989, justo el tramo en que se levantaría el toque de queda y muchos muchachos comenzaron a vivir la experiencia de las llegadas tarde a casa, en las que los videojuegos eran parte importante del programa de un viernes.

Delta 15 fue la sucursal más famosa e importante de la franquicia que ya llevaba algunos años operando en el mercado, pero ahora creando unos comportamientos de lealtad de público que nunca se habían visto hasta entonces entre los adictos a los videojuegos con su céntrico cuartel. Llegó a ser un icono del mismo paseo, de hecho, además de su local más importante para toda la empresa con tal franquicia, entre los varios que llegó a tener en el centro de Santiago; o en el Gran Santiago completo y en otros lugares del país, para ser más precisos.

Tanta era le devoción por la cadena Delta y la seguridad de que sus “máquinas” eran las mejores, que los chiquillos seguían visitando sucursales en los balnearios durante el verano, después de haber jugado todo el año en la capital. Los más conocidos de la costa deben haber sido los de El Quisco y de Valparaíso.

Todos acordaban reunirse en los Delta 15 de Ahumada, en aquellos años. Y todos sabían que encontrarían amigos o, cuanto menos, caras conocidas en ese lugar durante los fines de semana, los más coloridos y divertidos que tenía el paseo gracias a la intensidad de su comercio, sus novedades y sus muchos artistas callejeros. La administración del centro de videojuegos, de hecho,  implementó durante un tiempo una especie de ficha premium para sus clientes más frecuentes y destacados.

Una tarde completa podía ser extendida en los Delta 15, haciendo intermedios para mirar ropa en el cercano Rincón Juvenil o tomando helados por los locales del entorno como el Savory Dos y Tres, visitando también la vecina disquería con las novedades en música y los primeros contactos del público con la tecnología del compact disc en Chile. Otra opción muy usada por los deltadictos era salir en la noche a descansar un rato los ojos pero acalambrarse de carcajadas con el irrespetuoso y burlesco grupo de humor callejero Les Roteques, quienes solían ubicarse en las puertas del Banco de Chile. Después, estos humoristas fueron incorporados al circuito de los clubes nocturnos y serían la base del posterior trío Los Atletas de la Risa.

Mientras algunos se entregaron de lleno a las seducciones de Delta 15, otros permanecieron fieles al sótano de Diana en Ahumada, produciéndose una tensión parecida a las de las barras bravas entre los respectivos públicos, con recelos y acusaciones mutuas. Por alguna razón, además, las muchachas fascinadas con los videogames eran menos que los clientes hombres pero tenían cierta preferencia por Diana. 

Un chisme quizá hecho correr para complacer a padres desconfiados de las salidas de sus hijos, decía que la peor parte de la clientela se reunía en los Delta 15: los cabros más pelusas, rebeldes, pendencieros o bien dados al callejeo. A los Diana, en cambio, le imputaban el cargo de ser niñitos de papá; tontos que no sabían de “máquinas” y algo nerds, después que este término anglo fuera introducido en el país gracias a la famosa comedia “Revenge of the Nerds”, de 1984.

Con el tiempo, sin embargo, el prontuario se fue volcando: Delta 15 logró mejor reputación y más inocente que el sótano de Diana, hasta donde iban también muchos adultos, generalmente trabajadores de Santiago Centro, y fumadores provocando una marea de humo teñida por las luces del local.

Algunos de los juegos arcade más famosos de cada época fueron conocidos en ambos salones de sonidos reverberantes y las luces cósmicas de Delta 15 y Diana, por su público siempre sediento y predispuesto a las cosas nuevas: Phoenix, Yiear Kung-Fu, Ghosts'n Goblins, Sigma Spiders, etc. En las pantallas, durante los breves segundos que la cabina no estaba en uso se podía aprender de las compañías que estaban detrás de cada juego: Namco, Taito, Centuri, Nintendo, Capcom, etc.

Sin embargo, al aproximarse los años noventa, cuando las buenas consolas de juegos caseros post-Atari y los modelos basic comenzaron a ser reemplazados por los computadores personajes, la diversión empezaría a quedar disponible en la seguridad casa. Era lo que se necesitaba para que los centros de videojuegos iniciaran el camino hacia su caída comercial.

Entrada de calle Ahumada hacia principios de los noventa. En la esquina, la histórica Farmacia del Indio, hoy ocupada por otra conocida cadena farmacéutica.

Otra vieja fotografía en donde se alcanza a observar la entrada a Games Center. El árbol que se ve afuera del local era el punto de referencia para reunirse con los amigos antes de ingresar a los "Cuatro pisos para su entretención".

Un luminoso de Diana, aunque nos parece que puede ser la de su sede en Alameda con Estado. Fuente imagen: Grupo Facebook "Yo Jugué en los Diana de Ahumada".

Salón de los juegos Diana. Fuente imagen: grupo Facebook "Yo Jugué en los Diana de Ahumada".

Izquierda: ex entrada a los subterráneos de los Bajos York de Ahumada 170, la primera casa que tuvieran los Entretenimientos Diana en esta vía. Actualmente, este complejo está totalmente remodelado. Derecha: aspecto actual de los ex establecimientos subterráneos de Diana, ex entrada también al restaurante y salón bailable Waldor", ahora ocupados por una conocida multitienda.

Vista actual del ex-local de Ahumada 131 (al centro), en donde había estado originalmente el restaurante y boîte Waldorf.

Sector preciso donde se ubicaban los Delta 15 y La Feria del Disco, en el Paseo Ahumada, ya hacia 2010.

Aspecto del lugar en donde estuvo Games Center, hacia 2010. El local de Los Pollitos Dicen conserva en la imagen más lealmente el diseño y apariencia de los espacios que allí acogían al comercio de la cuadra. El lado vecino ya asimilado por el Banco París, correspondió otrora a Games Center.

Delta 15 fue una de las primeras grandes víctimas del cambio de comportamiento de los usuarios en aquel período, y un triste día de aquellos apareció con sus puertas cerradas. Nunca quedó claro entre sus parroquianos la razón del cierre: se hablaba de alzas en los arriendos, de dificultades en las patentes comerciales e incluso corrió el cruel rumor de una remodelación momentánea que iba a devolverlo pronto a la carta de diversiones populares del centro de Santiago, haciendo abrigar necias esperanzas de muchos.

La muerte de Delta 15 marcó también el derrumbe total del enjambre de sucursales que extendía su nombre por toda la ciudad y aun fuera de ella. Al parecer, la última célula de la cadena Delta resistió estoicamente abierta en el barrio universitario del sector de la calle Almirante Barroso, hacia los noventa y cerca del cambio de siglo, terminando cerrada de la misma forma que el templo mayor de los videojuegos.

Sin embargo, casi al mismo tiempo que caía Delta 15 y Diana creía haber quedado sin grandes competidos en el paseo Ahumada, haría su debut un extraño nuevo local situado en el número 195 llegando a Agustinas, exactamente al lado del restaurante de pollo y papas fritas Los Pollitos Dicen...

Se llamaba Games Center y ofrecía como atractivo, en sus letras de neones, "cuatro pisos para su entretención”. Cada uno de ellos era un salón estrecho pero repleto de cabinas, las más novedosas siempre ubicadas en los primeros: Golden Axe, Mortal Combat, Terminator, etc. Llegó a ser tan conocido que se convirtió en otro punto de encuentro y permitió a muchos lavar las penas por la partida de Delta 15, especialmente al los detractores emocionales de Diana. Fue una apuesta arriesgada, además, pues apareció en el paseo cuando ya comenzaban a sentirse las señales del mercado desfavorable al modelo de negocios que representaban los videojuegos de arcade.

A pesar de todo, la breve época de Games Center parece haber sido próspera, porque las colas en las cajas y en la “máquinas” solían ser grandes, y el tránsito por sus pasillos y escaleras a ciertas horas del día se convertía en un fastidio. Esta situación, sin embargo, fue aprovechada por elementos externos de un Santiago que ya estaba en decadencia: varias veces fue usado como refugio por algunos imprudentes y estrelleros vendedores ambulantes o incluso lanzas, intentando evadir al ojo policial. Otras veces, algunos sujetos degenerados del sector toqueteaban discretamente a algunos jugadores absortos en sus máquinas, provocando problemas y algunas escaramuzas de las que se tuvo noticia.

Sin embargo, a la sazón había comenzado de lleno ya la época de los videojuegos caseros, de PC, play station y otras plataformas similares, retirando a gran parte del público que frecuentaba los grandes centros de entretenimientos electrónicos del pasado. De esta manera, la vida de Games Center acabó siendo corta y así acabaron desocupados su cuatro pisos de Ahumada, no alcanzando a llegar al siglo XXI. Su casa amaneció misteriosamente cerrada una mañana fría, siendo después remodelada absorbida por las multitiendas de la esquina.

Tal como en sus inicios, entonces, Diana quedó convertido en el único centro de videojuegos importante que quedaba en Ahumada, peleando su propia batalla por sobrevivir en su célebre sótano de pilares rectangulares y también en su segunda sede más importante, ubicada en los bajos del edificio de Merced 839, a metros de la Plaza de Armas y enfrente de la Casa Colorada.

La sombra del final para el local de Ahumada se hizo visible cuando comenzó a cerrar cada vez más temprano. Muy lejos había quedado ya la época en que Diana permitía, al igual que Delta 15, las primeras posibilidades de cuasi-trasnochadas juveniles para cierta generación de clientes. En sus últimos días, apenas pasaba las siete de la tarde en funcionamiento, algo que para un establecimiento de tales proporciones y semejante consumo eléctrico, era del todo inviable.

El golpe de gracia había sido dado al sótano de Diana por la delincuencia, la drogadicción y el comercio ilegal que tomaban posesión del centro de Santiago ya entonces, especialmente hacia el cambio de siglo. Los rufianes buscaban refugio en el local, como siempre atropellado a los usuarios y mostrándose violentos con el resto. Esto, por supuesto, antes que tal calamidad se normalizara en la capital, como sucede ahora.

Si bien hubo un período en que logró ser reducida la delincuencia en aquellas calles y paseos peatonales, los hampones seguían metiéndose en el subterráneo y hasta usando algunos lugares como baños. Sin más que hacer, la sede Diana de Ahumada cortó sus luces zumbantes y cerró sus puertas a fines de septiembre de 2006, tras haber cumplido más de 40 años en el paseo Ahumada. Desde ese momento, su casa central sería la de los bajos del caracol de Merced, con solo 85 de sus cerca de 200 máquinas.

Sin embargo, el retorno de algunas pautas clásicas para la entretención a través de la cultura vintage, permitió a Diana disponer allá de una sección especial de "máquinas" antiguas para el público, que resumen prácticamente toda la época por la que pasearon los centros de videojuegos en Chile y logrando otra buena atracción para el público. ♣

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