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ESOS BUENOS TIEMPOS EN EL WALDORF

Fotografía del interior del Waldorf en los años cincuenta. De las colecciones de imágenes de la revista "Life".

Varios subterráneos comerciales se encontraban disponibles al público en la segunda cuadra de la calle y actual paseo Ahumada, cuyo origen se remonta a los tiempos en que aún había tránsito vehicular por la arteria, antes que la administración del alcalde Patricio Mekis la convirtiera en vía peatonal, recién en los setenta. Algunos han ido desapareciendo o quedando cerrados al público en lo que va del presente siglo, lamentablemente.

En el número 170 de paseo, por ejemplo, justo en la entrada del pasaje Bombero Adolfo Ossa, encontraron sede en sus galerías de los llamados Bajos York algunos locales comerciales como un cabaret y un salón-academia de pool. Ambos sitios habitan hoy solo en los recuerdos intangibles de la ciudad: eran lugares misteriosos, situados bajo el sector más transitado de Santiago Centro que había albergado también a la más famosa de las casas de videojuegos en Chile: los Entretenimientos Diana, que alojaron allí hasta 1984 antes de emigrar a otro subterráneo ubicado en la cuadra de enfrente, hasta la dirección que nos interesa por su interesante pasado.

Caminando hacia el fondo de esas escaleras de Ahumada 131, en épocas anteriores, se llegaba al espacioso bajo de un mítico local que ofició como bar-restaurante y salón de té durante el día, y como boîte y sala de espectáculos bajo la luz lunar: los Establecimientos Waldorf, nombre que dolía como puñalada en el alma a los románticos y nostálgicos del Santiago, pues se perdió en la línea inexorable del tiempo con sus maravillosas tardes y noches, también extintas. Había sido fundado por la sociedad Pubill Hermanos y Cía., conocidos empresarios de origen catalán y mismos dueños de los célebres Establecimientos Oriente, ubicados en los Edificios Turri de la Plaza Baquedano, por lo que no extraña que varios artistas del Waldorf intercambiaran también con aquel centro recreativo durante sus temporadas.

El cuartel del Waldorf era ese subterráneo del edificio con zócalo de locales, oficinas y una galería comercial. Un conjunto que, a lo largo de su historia, ha acogido en diferentes espacios de su arquitectura a otras famosas casas como la Sastrería Aedo y la Peluquería Waldorf, dicho sea de paso.

Fue en febrero de 1949 cuando tuvo lugar la ceremoniosa y elegante presentación pública del establecimiento de los Pubill. Para ingresar a él, los invitados descendían directamente por su scala santa pasando bajo un cartel que celebraba y saludaba al visitante anunciando en letras de colores metálicos: Restaurant Boite Waldorf. Por entonces, esos escalones estaban cuidadosamente alfombrados, con pasamanos dorados a cada lado.

En el interior, su estilo, estética y servicio eran muy de tipo marcadamente americano, precursor de un carácter modelo que fue considerado todo un progreso para el comercio y el desarrollo de la industria con este tipo de ofertas, “sin parangón en toda Sud-América” según comentaba por entonces el articulista Antonio Garay, en un reportaje de la “Revista Oficial de la Asociación Chilena de Hoteles, Restaurants, Bares y Similares”. Pulcritud, higiene y síntesis decorativa eran reflejo de los años aún influidos por corrientes estéticas modernistas y bauhaus.

A inicios de noviembre del mismo año, además, el espacio interior del negocio se había ampliado y los Pubill inauguraron también el novedoso grill-room, anunciándolo en la publicidad impresa. En varias otras ocasiones volvería a innovar tecnológicamente sus equipos, siempre sobre la marcha.

El éxito como restaurante continuado, luncheonette et rotisserie, iba a atraer unas 250 personas promedio por día regular, mientras que en los viernes, solo durante la hora del aperitivo, tenía con seguridad 200 clientes. Con tales volúmenes de público, considerados muy buenos en aquellos días, el Waldorf llegó a ser rápidamente uno de los bares-restaurantes más importantes de todo Santiago, visitado por ilustres personajes, hombres públicos, artistas, poetas y gente ligada al mundo del espectáculo.

Don Luis Pubill rodeado de algunos de sus amigos durante el día de inauguración del Waldorf en 1949, con grandes festejos e invitados. Imagen de una revista del gremio de comerciantes de bares y restaurantes.

Uno de los primeros avisos publicitarios del Waldorf, publicado en 1949.

Ampliaciones e instalación del grill-room del Waldorf pocos meses después de su apertura. Aviso publicado en "La Nación" del 5 de noviembre de 1949.

Reunión de celebración del Día Mundial de la Publicidad en diciembre de 1957, en el Waldorf. Fotografía publicada por la revista "En Viaje" de enero del año siguiente.

Equipo y sector de cocinas del Waldorf en fotografías de la revista "Life", años cincuenta. Fuente imagen: Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).

A diferencia de otros incómodos locales ocultos en los bajos de la capital, el Waldorf contaba con sistemas especiales de acondicionamiento ambiental y aparatos de purificación de aire. En los períodos más calurosos del año se disponía de ventiladores especiales sobre cada mesa o e incluso sobre los puestos de las barras. La cocina principal era eléctrica y con modernos refrigeradores en la cámara fría, contando con equipos especiales para el traslado de los alimentos hasta los garzones que debían llevarlo al cliente. Don Luis Pubill Carnet, director de la firma y gestor de la idea del Waldorf, había supervisado personalmente la construcción de estas maquinarias y aparatos eléctricos en Estados Unidos, y luego el montaje de los mismos en Santiago.

Como podrá sospecharse, había mucho interés en la buena presentación de los platos y bebidas del local, con conceptos que también eran novedosos en el comercio gastronómico chileno de aquellos años, todavía un poco rústico a nivel popular. Fotografías de los mismos platillos se hallaban en paneles sobre los mostradores, al estilo de muchos actuales expendios de comida rápida, con su respectivo nombre. Había también sistemas completos de luces decorando el ambiente, fotografías artísticas enmarcadas (a color) y cristales iluminados, sin recargas ni excesos. Además, unos tableros incluían información nutricional de cada plato solicitado por el cliente.

Oreste Plath asegura que, en esos hermosos y bien iluminados salones, se rodaron películas de la célebre cantante y actriz nacional Hilda Sour, quien había sido protagonista del primer filme sonoro chileno junto a Alejandro Flores: “Norte y sur”, de 1934. Sin embargo, las principales escenas realizadas por la actriz en el Waldorf parecen corresponder muy posteriores: las del musical “Chao amor”, de 1968. También había aparecido varias veces como locación del filme “Uno que ha sido marino” de José Bohr, de 1951, con la propia Hilda cantando en el escenario del local, por lo que este lugar no le era ajeno en la vida real; tampoco en la de los libretos.

A partir de las tardes, el ambiente cambiaba a un aire noctívago y artístico, por el que pasaron grandes figuras de la música como Lucho Gatica, Antonio Prieto, Malú Gatica, la española Sarita Montiel y el italiano Domenico Modugno.

El sector piano bar del establecimiento estuvo tradicionalmente amenizado por el Hideway del maestro Roberto Inglez (Robert Inglis), toda una leyenda de la vieja bohemia chilena. Y es que Inglez era una suerte de pianista del filme “Casablanca” en versión escocesa pero nacional por adopción, quien tocaba en la hora de once y del aperitivo. Casi no había quién no conociera su nombre ni reconociera sus melodías, en esos años.

También hizo historia en aquel escenario el gran cantante francés Charles Trenet, mientras los dinner danzant era alegrados por el grupo argentino de jazz y tropical Los Bambucos, de vida corta pero muy intensa. A partir del 2 de noviembre de 1950, la Orquesta de Izidor Handler tocaba en los segmentos del cocktail danzant, dinner danzant y boîte nocturna del Waldorf. Y en esos momentos estaban allí también Elly Morgan y el cantante argentino Walter Denise, apodado el Galán de Canción, quien habría tenido una pasada previa con Los Bambucos.

Poco después del arribo del maestro Handler, debutaba allí también el célebre cantante galo Jean Sablon, llamado el Embajador de la Canción Francesa. Y, para 1951, suben al escenario artistas como Margot Loyola y los Hermanos Silva, llevando el folclore a la temporada de septiembre, como solía suceder cada año. Sus programas de Fiestas Patrias y de las celebraciones de fin de año estaban en el nivel máximo de los más entretenidos de toda la capital.

Entre las más celebradas visitas en el Waldorf, estuvieron también estrellas de la talla de Bill Haley, en su tour internacional de 1958. Curiosamente, el artista de la generación de impulsores rock and roll y sus "cometas" habían dejando a miles de sus seguidores chilenos esperando poco antes, en mayo de ese año, cuando debía llegar su vuelo al Aeropuerto de Los Cerrillos: había postergado su arribo por razones de salud, según su representante.

Sin embargo, el diciembre de ese año un incendio iniciado en una cocina a gas afectó al local casi condenando su suerte y la de cerca de 40 parejas que allí bailaban alegremente, de no ser por la intervención oportuna de carabineros y bomberos durante la madrugada del martes 8. Estos últimos entraron con tal urgencia a extinguir el fuego que ni siquiera alcanzaron a colocarse sus equipos y trajes. El voluntario Jorge Herbia, de la 12ª Compañía de Bomberos de Santiago, estuvo al borde de la muerte por asfixia aquella noche, terminando hospitalizado en la Posta Central, mientras que otros de sus colegas de las Compañías 4ª, 8ª y la misma 12ª quedaron menos graves, aunque afectados por las mismas peligrosas razones.

El maestro Roberto Inglez, que con su piano amenizó por décadas las salas del Waldorf. Imagen de la revista "Ecran" de 1959.

Izquierda: Hilda Sour cantando en el Waldorf, en el filme "Uno que ha sido marino" (1951). Derecha: grupo musical Conjeturas en las escalas de acceso al Waldorf (Fuente imagen: changolopez.scd.cl).

 Aviso del Waldorf en el periódico "Las Noticias de Última Hora", enero de 1960.

Detalle de la presentación del local, sobre las escaleras descendentes del ingreso.

Vista actual del ex-local de Ahumada 131, donde se encontraba antes el Waldorf y después la casa central de los entretenimientos Diana.

Al abrirse la temporada de los bailes en el club a fines de octubre de 1959, se presentaban también la hermosa actriz y cantante mexicana Ana Bertha Lepe, quien ya había conocido en su tierra a Agustín de Anda, su prometido, asesinado solo unos meses después por el propio padre de la trágica artista. En la boîte debutó ese día junto al Cuarteto México y la folclorista Rosenda Reyes, en la hora del té y luego la del espectáculo nocturno. El gran cantautor Paul Anka, por su parte, concluyó en aquel escenario su gira de presentaciones por Chile en octubre de 1960, llevando otra cuota originaria del rock and roll hasta el famoso sótano de calle Ahumada.

En otra ocasión, actuó allí la prestigiosa orquesta española La Casino de Sevilla. Manteniendo ese mismo nivel internacional que fue capaz de ofrecer para sus shows, el Waldorf prestaría escenarios al conjuto vocal The Platters, en 1968. También tocaría establemente allí el grupo Conjeturas, cuyo teclista era el destacado músico Pedro Chango López, posterior integrante de bandas musicales como Rumba 8 y Armonía 4.

El local tuvo también muchos clientes igualmente ilustres, sean nacionales o extranjeros. El comentarista deportivo Julio Martínez era uno de sus comensales más fieles; el maestro Valentín Trujillo no solo iba a menudo a sus mesas, sino varias veces invitado a las orquestas del club. Intelectuales como Plath también estuvieron innumerables veces haciendo anotaciones en sus mesas. Y cuenta este investigador que, cuando visitó Chile el afamado trompetista Louis Armstrong, quiso conocer el connotado centro de entretención y comidas; sin embargo, se dijo que no lo dejaban entrar, pues no cumplía con la precisa exigencia de ingreso a esa hora: llevar corbata.

Otro acontecimiento curioso es el que sucedió al abogado, sociólogo y economista Felipe Herrera, cuando le pidieron adentro su cédula de identidad para aceptar el cheque con el que pretendía pagar la cuenta: lo curioso es que Herrera era, a la sazón, gerente general del Banco Central de Chile y presidente fundador del Banco Interamericano de Desarrollo, además de profesor de Derecho y ex Ministro de Hacienda... Su firma aparecía impresa en todos los billetes de circulación en aquellos años.

En 1970, sin embargo, los propietarios del Waldorf y de Establecimientos Oriente traspasaron los locales a manos de una nueva firma, que quedó con ambos restaurantes. Este cambio no es recordado con elogios por muchos de quienes fueron sus parroquianos y trabajadores, pues parece haber sido el principio de su declive. Volvió a ser vendido un tiempo más tarde, en medio de un progresivo decaimiento de su popularidad y de afluencia de público... Su brillo seguiría apagándose en los años que siguieron, ya sin música en vivo ni grandes artistas bajo sus focos cenitales.

Con la caída de los espectáculos nacionales y el advenimiento de la crisis económica mundial, el Waldorf precipitó velozmente a su último ocaso, desplomándose sobre su propio mito… Tras 35 años de vida esplendorosa, se decidió entonces el cierre del local, hiriendo el alma a quienes habían sido sus tradicionales concurrentes.

El domingo 26 de agosto de 1984, en una dolorosa jornada final, los últimos clientes del otrora célebre club y centro gastronómico eran atendidos antes de proceder a la clausura. Se recuerda que sumaban, entre todos, 13 parejas. Al concluir, el público fue despedido, los empleados colgaron sus uniformes y la cortina se bajó diciendo adiós para siempre. Los días del mes que siguieron, fueron solo para terminar de desocupar el famoso subterráneo.

Ese mismo año, el centro de juegos de salón y entretenimientos electrónicos Diana se cambió desde el sótano de enfrente al de Ahumada 131, en donde permanecieron hasta el año 2006. Desde su propio rol en la diversión popular, hicieron otro célebre capítulo para la historia de la recreación en Santiago.

Actualmente, el ex subterráneo del Waldorf y de Diana está absolutamente transformado, bajo la posesión de una multitienda. Sin embargo, aún se pueden observar las escaleras que conducían al querido club y después a los juegos electrónicos. Sus ex dependencias son usadas como recintos administrativos y de atención de clientes de la actual firma comercial. ♣

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