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ENTRETENCIONES PARA TODA UNA TARDE EN EL PUENTE DE PALO

 

El Puente de Palo, levantado sobre los bloques de las bases-arranques de los que habían sido los arcos del anterior Puente de Ladrillo, que alcanzan a distinguirse en esta imagen de 1870-1880, aproximadamente.

Casi desde su inicio, el Puente de Palo se instaló en la historia de Santiago como un pequeño y divertido paseo con posibilidades recreativos de extremo a extremo, más allá de su funcionalidad para cruzar el río Mapocho. Era una suerte de miniparque que partía en el sector de la Plaza de la Recoleta Franciscana, en donde estaba el tajamar de la orilla norte y un famoso restaurante español hacia los tiempos de Diego Portales; a continuación, su luz se extendía sobre el sector de los matorrales, guangualíes y pedregales, con niños jugando en el lecho y parejas jóvenes coqueteando entusiasmadas por encima, escondidos tras los pretriles del paso peatonal; y terminaba el paseo en la Plaza de las Ramadas, de la calle del mismo nombre, con su famosa concentración de chinganas, bodegas y tablados para obras de teatro popular a un costado del paseo de la Alameda del Tajamar.

Dicho de otro modo, el Puente de Palo era algo como un punto y pacto de unión entre las posibilidades de diversiones del sector riberano de Santiago, durante los siglos XVIII y la mayor parte del XIX, además de servir tanto el pueblo residente de los mismos barrios ribereños que tocaba, como a sus picardías y malicias tan humanas. Llegó a hacerse necesario instalar un vigilante fijo sobre él, en beneficio de la buena conducta.

La pasarela se había levantanda sobre las ruinas del viejo Puente de Ladrillo, primero que tuvo el Mapocho e instalado con el sistema de tajamares más antiguo que conoció la ciudad, como observa Diego Barros Arana en su "Historia general de Chile": "Servía para comunicar la ciudad con las chacras y molinos de la ribera norte, en la parte que hoy llamamos barrio de la Recoleta, y que desde entonces comenzó a poblarse de casas de habitación". Entre los inmuebles coloniales surgidos de aquel impulso está la hermosa Casa Cicerón, con el año de 1807 inscrito en su histórica columna de piedra en la esquina de Recoleta con Antonia López de Bello, llamada calle del Cequión en otros tiempos.

Se lo llamaba Puente de Palo por su factura, hecha principalmente de madera. Y aunque su historia fue opacada por la magnitud y la belleza del cercano Puente de Cal y Canto, se trató de uno de los pasos históricos y más importantes que hubo sobre el Mapocho, abarcando buena parte de su vida entre entre la Colonia y la República, durante más de un siglo de existencia.

Por sus rasgos pintorescos, Ismael Espinosa comparaba a dicho paso con el famoso puente de madera de Lucerna, Suiza (el turístico Kapellbrücke), en su "Historia Secreta de Santiago de Chile":

El puente de palo era, además, el pasaje obligado para dirigirse a las chacras de la Chimba, abundante en famosas cazuelas de ave y en exquisiteces criollas de toda especie. Por él discurrían también los padres de la Recoleta Franciscana, donde vivieron los dos santiaguinos por adopción que más se han acercado a la gloria de los altares: el Siervo de Dios fray Pedro de Bardeci, y el abnegado y milagroso fray Andresito.

A menudo, sin embargo, el Puente de Palo ha sido confundido con el también viejo pero posterior Puente de los Carros, situado hacia donde mismo está el que hoy lleva ese nombre entre los mercados del barrio, aunque ya en su versión metálica. El error es muy comprensible, sin embargo, pues son engañados tanto por el parecido de ambos pasos como por la proximidad que tuvieron los dos en este tramo urbano central del río Mapocho.

Por algún tiempo, además, el Puente de Palo fue el único paso peatonal entre las dos plazas mencionadas, a orillas del Mapocho. Según informa Benjamín Vicuña Mackenna en su "Historia Crítica y Social de Santiago de Chile", la versión "de palo" de este paso había sido levantada cerca de 1780, durante la breve administración de gobierno del regente de la audiencia don Tomás Álvarez de Acevedo, quien había sucedido interinamente a Agustín de Jáuregui, entregando el mando a Ambrosio de Benavides a los pocos meses. Si nos aferramos a este dato, llama la atención de que la construcción del mismo habría tenido lugar cuando ya había entrado en parciales funciones el Puente de Cal y Canto, a pesar de no estar concluido aún.

A mayor abundamiento, la primera pasada de Álvarez de Acevedo por la conducción de la colonia santiaguina iba a dar otro respiro de crecimiento y bienestar a la ciudad capital. La autoridad modificó también el sistema de cuarteles dentro de Santiago, dividiéndolo en cuatro secciones y creando, el 5 de septiembre del mencionado año, una pequeña policía de serenos. También hizo desaparecer los incómodos pretiles de la fea acequia de calle San Pablo y ordenó obras específicas en el Puente de Palo, esas que Vicuña Mackenna ofrece como las de su construcción.

Pero es preciso remontarse un poco en el tiempo, pues hay señales de que el mismo puente estaba habilitado desde antes. Esto es sugerido por varios autores de temas histórico urbanos, como Carlos Peña Otaegui en "Santiago de siglo en siglo" y René León Echaíz en "Historia de Santiago".

El anterior Puente de Ladrillo, levantado hacia 1681 en la gobernación de Juan Henríquez, había sido reconstruido hacia 1717 pero quedando otra vez en ruinas con una avenida de aguas turbulentas sucedida en abril de 1748, como señala Justo Abel Rosales en "Historia y tradiciones del Puente de Cal y Canto". Por su ausencia tras haberse desplomado sobre el caudal, dice Claudio Gay en la "Historia física y política de Chile" que muchos santiaguinos debían cruzar a vado y riesgosamente, desafío en el que varios murieron en el intento a causa de sus audacias, por lo que se hacía necesaria la reconstrucción cada vez que los turbiones lo arrasaran.

Del desastre de 1748, que también se llevó los pilares primitivos de aquel puente, sobrevivió solo una parte de los cimientos y del tramo norte en el arruinado puente, los mismos que serían aprovechados después para elevar aquel en la versión de madera. Esto puede verificarse en las imágenes fotográficas que quedaron del mismo puente, en donde se distinguen aquellos cimientos y arranques de ladrillo, efectivamente.

Pero pasó un tiempo después de la destrucción del primer puente para que aquello sucediera. Así, estando la ciudad partida por la falta de pasos sobre el río y obligados sus habitantes a cruzar precariamente sus aguas por las endebles pasaderas, tiros de cuerdas o lomos de bestias, los sacerdotes recoletos franciscanos, a través del padre Guardián, solicitaron una solución al Cabildo de Santiago a partir de 1762. Es lo que observó León Echaíz en el volumen 974 del Archivo de la Capitanía General.

Luego de algunas dificultades, seguidas de gestiones y deliberaciones, la construcción del Puente de Palo debe haber comenzado poco después del mismo período, por lo que la fecha de 1780 mencionada por Vicuña Mackenna corresponde, quizá, a una mejora posterior o al completado de obras de ampliación cuando ya estaba puesto en servicio. El Puente de Cal y Canto, en tanto, también fue concebido a partir de estas mismas necesidades y solicitudes, pero terminado después.

Si nos desprendemos de la fecha entregada por Vicuña Mackenna y suponemos que la construcción del Puente de Palo fue no mucho tiempo más tarde de la solicitud hecha por los religiosos en 1762 pidiendo su habilitación, todavía en este escenario no parece haber una diferencia de tiempo realmente considerable con respecto al Puente de Cal y Canto, pues seguirían siendo ambos de orígenes casi contemporáneos. Puede ser, por lo tanto, que el Puente de Palo haya estado asociado en la percepción popular, en realidad, a la reconstrucción del antiguo y destruido Puente de Ladrillo, y que de ahí que fuera llamado Puente Viejo, por haber sido el primero que tuvo el río, a diferencia del Puente Nuevo que era el nombre dado al de Cal y Canto, como indican Peña Otaegui y otros autores.

Por otro lado, este puente levantado enfrente de la Recoleta de San Francisco y sobre el anterior de ladrillo, tampoco era de material tan sólido como el gigante hecho por el corregidor Luis Manuel de Zañartu un poco más al poniente, sino una muy modesta estructura de madera para transeúntes a pie, inicialmente. Fue mantenido por los vecinos del barrio chimbero, en principio, no obstante que era de gran utilidad para todos los santiaguinos.

Reconstrucción del aspecto que pudo haber tenido el Puente de Ladrillo (su cantidad de ojos o arcos varía mucho en las crónicas), sobre cuyas bases de arranques se levantó el Puente de Palo, su sucesor.

Mapa Europeo basado en el Plano de Santiago de Amadeo Frezier, de 1712. Se observa la red de canales desde el Mapocho y por las calles adyacentes al Cerro Santa Lucía, que movían los molinos y llegaban a La Cañada. El puente cortado que está en el río era el Puente de Ladrillo, después reconstruido, vuelto a caer y reemplazado por el Puente de Palo.

Puente de Palo, en el siglo XIX (c. 1870). Se ubicaba donde hoy está el Puente de la Recoleta y constituyó por sí mismo un paseo, especialmente por un concurrido restaurante en uno de sus extremos, por ser el paso hacia las varias quintas de La Chimba y por las plazas de ambos lados.

Plaza e  Iglesia de la Recoleta Franciscana en 1855, hacia donde conducía el Puente de Palo hacia el norte. Lámina publicada en "Historia y devociones populares de La Recoleta Franciscana de Santiago de Chile: 1643-1985" de Juan Ramón Rovegno. La fuente que se ve al centro de la plaza es la misma que hoy está en el Palacio de la Moneda.

La calle y plaza de Las Ramadas en la maqueta de la ciudad de Santiago a inicios del período republicano, en el Museo Histórico Nacional. La plaza corresponde a la explanada entre los edificios coloniales que está enfrente de la bajada del Puente de Palo, que sustituyó al antiguo Puente de Ladrillo.

Su nombre tan curioso, entonces, nace de la misma situación descrita sobre su materialidad: la estructura que lo hizo pasar de ser un puente ladrillo a uno "de palo". Derivaba también su apodo del aspecto que ofrecía con las maderas usadas, reconstruido enteramente así sobre los cimientos sólidos, y más tarde con techumbre, bancos de descanso y pilares también hechos con vigas "de palo", aunque su nombre oficial fuera Puente de la Recoleta. Si hubiese tenido rejillas, semejante construcción, en algún momento de su historia seguramente habría parecido caso un gran gallinero sobre palafitos.

Entrando en detalles sobre su construcción definitiva, se sabe que se reutilizaron los mencionados soportes pero colocando encima tablones de madera. Su superficie era toda "bruta", de horconería y maderas de viga según registros realizados por entonces en el croquis del proyecto. La mayor parte de los materiales fueron vigas de madera de 8 y de 12 varas (57 y 12 unidades, respectivamente) y casi 90 horcones. Y, a pesar del nombre, intervinieron también otros materiales en la obra: 500 carretadas de piedras de cerro y 20 cueros de vaca. Se concluyó con 22 postes y varias ramas en ambos accesos, para completar con ello la conexión directa entre ambos extremos.

El puente resultaba ser un resultado eficiente de casi improvisación ante la urgencia por reconectar La Chimba al resto de Santiago y, por supuesto, sortear la dramática falta de recursos de la colonia santiaguina. Era, por consiguiente, un típico producto de la ingeniería popular y creativa criolla: de esa misma que consigue soluciones con unos pocos más recursos que un vuelto del pan, pero que, a veces, también saborea la amargura de la imprevisión y los desastres que eran evitables.

Su incorporación a la vida del barrio debe haber sido instantánea, tras ser dispuesto al uso. Sin embargo, su entorno no era para el lucimiento, por entretenido que resultara: en la ribera sur del actual barrio había también enormes potreros convertidos en basureros, que se extendían justo por donde estará después el Mercado de Abasto y hoy el Mercado Central, hasta la orilla misma del río, provocando un problema sanitario que varias veces intentó ser resuelto y afeó por décadas al paseo de los tajamares. Entre otras ideas, se quiso trasladar este vertedero hasta la ribera norte pero también en la proximidad del Puente de Palo, por la entrada de la avenida Recoleta.

Ya en 1792, además, el presidente Jáuregui había dispuesto de tres botaderos oficiales para frenar la acumulación de basura, destinando a tales efectos el sector del antiguo Tajamar de Gatica, el lado norte de las rampas laterales del Puente de Palo que había frente a la Recoleta, y también en el ya abandonado círculo de la plaza de toros de la ribera mapochina en el mismo botadero sur, que para entonces estaba en ruinas.

Y al igual que sucedía en los arcos del Cal y Canto, al aproximarse la Independencia el Puente de Palo comenzó a ser escenario de encarnizadas peleas a pedradas protagonizadas por los niños del lado sur del río contra los de La Chimba, como rememoraba don Vicente Pérez Rosales en sus "Recuerdos del pasado". El aventurero y político describe sus propias correrías allí con otros chiquillos cimarreros quienes, hacia 1814, peleaban contra los chimberos para decidir "quién quedaría dueño aquel día del puente de palo":

En él y debajo de él, porque el río iba casi siempre en seco, nos zamarreábamos a punta de pedradas y de puñetes hasta la hora de regresar a nuestras casas, lleno el cuerpo de moretones y la cabeza de disculpas, para evitar las consecuencias del enojo paterno, aunque siempre en vano, porque el palo del plumero nunca dejaba de quitarnos de las costillas el poco polvo que nos habían dejado en ellas los mojicones.

La historia puente y sus encantos, sin embargo, transitó por un período de decadencia iniciado también con aquel siglo XIX. No habría sido sino hasta producida otra nueva avenida del río, en 1827, que se decidió reconstruirlo de manera más estable y regular que el anterior, con las características anteriormente descritas, aunque siendo siempre "de palo".

Durante aquellos trabajos, encargados al entonces famoso vecino chimbero don Miguel Dávila y concluidos en 1829, se redescubrieron los estribos del antiguo puente colonial de ladrillo y que habían servido de bases para el que lo reemplazó, observándose que todavía conservaban el arranque de los arcos originales. Así, valiéndose de ellos, se reforzó la nueva estructura de madera dándole un nuevo interés para los paseantes del sector que lo hicieron su favorito, cuando llegó hasta él la mencionada techumbre y vigilantes, dispuestos allí tanto por la seguridad de los paseantes y por la moral.

Con relación a lo anterior, Peña Otaegui describe que el techado sombreador recorría al puente en toda su longitud, algo que se confirma también en las imágenes que quedaron del mismo. Esto, sumado a las arboledas que se le instalarían bajo su pasarela, lo convertiría en un lugar de gran atracción y bien protegido para los caminantes. Su caseta de vigilancia (también de madera) llegó principalmente para evitar los actos delictuales y los comportamientos reñidos con la estricta moral. Era "para controlar a los amantes muy fogosos", concluye Miguel Laborde en un artículo suyo para "Mapocho. Torrente urbano".

Aunque el barrio era popular desde su origen, por estar conectado a La Chimba antigua y luego a las plazas de comercio, el Puente de Palo también llegó a ser, en su mejor momento, uno de los paseos más cotizados de la alta sociedad santiaguina y anexo a la principal Alameda de los Tajamares, con una interesante vida propia que podremos reconocerle todavía en tiempos republicanos. Los cocheros del tajamar y ferias de vituallas del barrio solían reunirse allí abajo, a la sombra del mismo puente, mientras las bestias de sus carretas bebían agua o también reposaban.

En sus extremos permanecieron activas las dos plazas muy sociales durante el siglo XIX, además. De acuerdo a Sady Zañartu, en su "Santiago calles viejas", la plazoleta de la calle de Las Ramadas, actual Esmeralda, estaba rodeada de casas coloniales, sirviendo de parada a los caballos y de descanso para los transeúntes, como estación de reposo al final del puente. Había nacido de unas obras de ensanchamiento del terreno junto a los malecones en el siglo XVIII, correspondiendo hoy a la Plaza del Corregidor Zañartu junto a la Posada del Corregidor, barrio en donde estuvo también la famosa "Filarmónica" de Portales y los estanqueros. Esta plaza había sido escenario de algunas de las primeras presentaciones teatrales de la República, además.

Como paseo diurno y nocturno, entonces, el Puente de Palo compitió con el Cal y Canto por cerca de otros 40 o más años. Llegó a ser habitual ver transitar por él y por el Cal y Canto al mismo ministro Portales y a su hermano Miguel, ambos de camino hacia o desde los también entretenidos fundos y quintas de La Cañadilla, como indica Carlos Lavín en "La Chimba":

Los chimberos estaban habituados a ver pasar en su birlocho acompañado del hermano precitado y su sempiterno amigo Manuel Cavada. La excursión dominguera la comenzaba -cuando no estaba dirigida al fundo el Rayado- en el Puente de Palo, entrando por el Camino del Salto (Av. Recoleta) para descansar en la casa de su hermana y seguir en seguida por esa vía hasta un callejón transversal (calle Olivos) y pasar a la Cañadilla, deteniéndose más largamente en la finca de los Fúcar, hermoso vergel del cual persisten plantaciones en la Avenida de la Independencia frente a la Avenida del Panteón.

Ya en sus últimas décadas de existencia, también concurría a través de este puente el público de una quinta-restaurante ubicada justo en su entrada por el lado de Recoleta, establecimiento que representó un importante centro de recreación para la aristocracia, especialmente entre los años 1840 y 1850. De ahí puede deberse el que, requiriendo algo de mínima elegancia, haya sido mejorado el puente con su techo entoldado y otros detalles.

Aquel divertido centro social era de carácter más abierto y también con algo de popular que no pudo ser eludido dada su ubicación, con bar y restaurante que habían hecho su porción en convertir el barrio del Puente Viejo en un paseo interesante durante aquella época.

Detalle de la litografía color de Harvey T. H. con la vista de Santiago desde el Cerro Santa Lucía, en 1863. Se observa el sector de la Recoleta Franciscana, al final del Puente de Palo, entre grades árboles y paisaje aún con algo de arrabalero. Se distingue el campanario.

Vista de la segunda mitad del siglo XIX de los puentes del Mapocho, en fotografía de Emilio Garreaud, tomada desde la altura del Puente de Cal y Canto. Se observa más cerca al antiguo Puente de los Carros, y más atrás al Puente de Palo.

Hermosa imagen del acceso norte al Puente de Palo sombreada por un sauce, hacia 1870, publicada por Alejandra Rojo en el portal Enterreno Chile.

Pasarela y techumbre del Puente de Palo hacia sus últimos años en pie, según imagen publicada por Juan Uribe Echevarría en "El romance de Sor Tadea de San Joaquín sobre la inundación que hizo el río Mapocho en 1783".

Detalle del "Plano de situación y proyecto de canalización del río Mapocho", del ingeniero Valentín Martínez, en 1888. Se observan las diferencias del trazado aquí mostrado con el que actualmente tiene el sector, como en el lado de la Cárcel Pública y en la calle Mapocho (donde se abrió después avenida Balmaceda), además del terreno de la Estación Mapocho que llegaba hasta calle Puente según el plan original. También se observan las posiciones que tenían (de izquierda a derecha) el Puente de Ovalle, el Puente de Cal y Canto, el Puente de los Carros y el Puente de Palo.

Dibujo del reportero gráfico Melton Prior, publicado en "The Illustrated London News" del 5 de octubre de 1889, registrando el paisaje del Mapocho en plenas obras de canalización. Se reconoce al magnífico Puente de los Carros y alcanza a verse, a la izquierda, parte del Puente de Palo, que corría paralelo más arriba. Los trabajos de canalización del río estaban en plena ejecución.

David Ojeda Leveque, en un artículo de la revista "En Viaje" ("Av. Recoleta", edición de julio de 1961), dice que aquel restaurante al inicio de la calle de la Recoleta era propiedad de un estimado ciudadano español de esos años, en cuya puerta de entrada había hecho colocar un cartel con el siguiente mensaje para los comensales:

Vamos llegando
Vamos comiendo
Vamos bebiendo
Vamos comiendo
Vamos pagando
Vamos saliendo

El artista y viajero francés Ernest Charton retrata al puente hacia la misma época, en la obra titulada "El Paseo del Puente de Palo". En ella se ven los álamos y sauces que contorneaban gratamente el paso peatonal en su dirección hacia la Plaza de la Recoleta. La mencionada casucha del personal policial del puente, en tanto, quedó exactamente al medio del mismo según la descripción que hace en 1872 el cronista Recadero S. Tornero, en el "Chile ilustrado".

Por su importancia como lugar de paseo, además, fue uno de los puntos escogidos para la instalación de cuatro baños públicos en Santiago, entre 1876 y 1877: precisamente al oriente del Puente de Palo, en la caja del río a la que podía accederse caminando desde la orilla, por entonces. Los otros baños gratuitos, todos con su respectivo cuidador, estaban en dos en la calle de Mapocho y uno en la calle de Buin.

Ese era, entonces, el aspecto, la vitalidad y el momento existencial del Puente de Palo para cuando vino a caer en el calendario el funesto par de días que arrebataron a Santiago al Cal y Canto y los demás pasos históricos del río, entre el 10 y 11 de agosto de 1888.

Para inicios del gobierno de José Manuel Balmaceda, los puentes y pasos céntricos del río Mapocho eran cuatro, aunque muy diferentes entre sí. De oriente a poniente: el Puente de Palo, coincidente más o menos con el de la actual Recoleta; el Puente de los Carros, del servicio de tranvías, como hemos dicho; el Puente de Cal y Canto, hacia donde estará después el Puente La Paz; y el Puente Ovalle, rústica peatonal que conectaba a la población chimbera del mismo nombre desde la calle Teatinos, aproximadamente.

Sin embargo, con los primeros trabajos de canalización del río Mapocho ejecutados entre 1888 y 1891, se quiso reemplazar todos aquellos pasos con uno nuevo llamado Puente de San Antonio, alineado con la calle homónima... La idea fue un completo desastre: no tardó en convertirse un tremendo fiasco de ingeniería, obligando a construir los puentes metálicos que allí se instalaron pocos años después.

Como la canalización dejó al lecho del Mapocho mucho más estrecho de lo que originalmente era (en los tiempos coloniales, la ribera sur debió llegar casi hasta la proximidad de la actual calle Ismael Valdés Vergara), también quedó condenado al desmantelamiento el Puente de Palo, que a la sazón tocaba aún la cercanía de la plazuela de Las Ramadas y caía sobre una tal Calle de Chorrillos que aparece anotada así en el plano del ingeniero Valentín Martínez, director de las obras.

Mas, sucedió que los antiguos puentes terminaron heridos de muerte antes de concretarse aquel proyecto de canalización del río, en medio de un gran turbión ocurrido en 1888 en plenos trabajos en el cajón del Mapocho. Por consiguiente, la destrucción del Puente de Cal y Canto no fue la única pérdida que hizo llorar al río en aquel entonces, sino también el olvidado Puente de Palo y su grato paseo peatonal.

Siendo seguro que el puente no llegó a conocer el final de la canalización, entonces, las versiones sobre la fecha exacta y las razones de su destrucción sin más reconstrucciones posteriores no coinciden en todas las fuentes disponibles. De acuerdo a Gonzalo Piwonka en "Las aguas de Santiago de Chile. 1541-1999", por ejemplo, el Puente de Palo encontró su último capítulo en otra violenta crecida del río en 1877, que lo destruyó y lo arrastró con sus aguas poniendo fin a su historia en la ciudad. Pero el cronista Justo Abel Rosales, presente en los hechos que ejecutaron al Puente de Cal y Canto, había aclarado ya que su final fue en esa misma crecida de 1888, tragado por las aguas furiosas.

Como testigo y contemporáneo, entonces, nos fiamos con certidumbre del relato de Rosales. Además, esto se verifica en otros hechos como que el puente alcanza a aparecer en los dibujos del reportero gráfico Melton Prior retratando la actividad de canalización del río, de modo que no habría razón para dudar que fuera entonces cuando desapareció, en este período de trabajos y riadas; no antes. Nos inclinamos a creer, por ende, que el Puente de Palo fue restaurado tras la destrucción de 1877, pero volvió a perecer y esta vez en forma definitiva en 1888.

Aunque hoy el Puente de Recoleta corresponda a uno doble (dividido en las denominaciones semiformales de Puente Fray Andresito, en homenaje al franciscano candidato a santo, y Puente del Abasto, alusivo a los mercados de abastos de La Vega), la ubicación que se le dio está más o menos en la que ocupó el desaparecido Puente de Palo, aunque en un ángulo distinto, inclinado en la dirección opuesta en su desembocadura de la ribera sur, para conectar más directamente con el sector del Parque Forestal y la calle San Antonio.

El sitio que había pertenecido al Puente de Palo, siendo ya el Puente de la Recoleta en su versión metálica (también ya retirada), formaba parte de un único paseo que existió hasta inicios del siglo XX, descrito en documentos como el "Anuario Prado Martínez. Única guía general de Chile" de 1904-1905, de Alberto Prado Martínez. Se indica allí que conectaba la Plaza de la Recoleta (y el tramo de la actual Plaza Tirso de Molina) con la plaza de la ribera sur ubicada frente a la avenida San Antonio. Antes que estos paños verdes terminaran convertidos en plazas duras, la gente llamaba a dicho paseo como el Parque Recoleta, fundido con la plaza homónima. Desapareció bajo nuevas pistas en las calles en la boca de la avenida Recoleta y, por el sur, con los trazados del actual Parque Forestal. ♣

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