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EL SAN LUNES: UNA TRADICIÓN DEL CALENDARIO BEODO

 

El falte en un puesto de licor. Grabado publicado en el "Chile Ilustrado", de Recaredo Santos Tornero 1872, basado en un dibujo de M. Prior.

Sucintamente explicado, el San Lunes es una de las tradiciones no oficiales más generalizadas de los años coloniales y buena parte de la República, cuya "veneración" significaba faltar a los deberes del primer día laboral de la semana y con nimiedades por excusa o simplemente sin ellas, pues la razón de fondo era no renunciar a la prolongación de los festejos del día libre del domingo, aquel en que tenían lugar las fiestas populares ya muy lejanas a la esencia del santo descanso en el Dies Domini.

Dicho de otro modo, se hacía irresistible para los enfiestados continuar con la parranda dominguera antes del punto sin retorno y pasándose así hasta el lunes, dilapidando lo poco ganado en los días anteriores y, en el peor de los casos, terminando en el encierro oscuro de la caña mala con las resacas de fiesta dominical desmedida.

De acuerdo a lo que señala el lexicógrafo y cronista Zorobabel Rodríguez en su “Diccionario de chilenismos” de 1875, el concepto de “Hacer San Lunes” se definía de la siguiente manera en el folclore y el costumbrismo nacionales:

De la mala, y por desgracia cada día más general, costumbre que tienen nuestros paisanos, artesanos y gañanes de destinar los lunes de todas las semanas a malgastar en remoliendas, parrandas, picholeos y borracheras el dinero ganado en la semana y no alcanzado a malgastar el domingo, ha nacido la frase hacer san lunes, que vale no asistir en este día a las tareas acostumbradas o al trabajo convenido.

La picardía popular lo convirtió, así, en un inexistente día de efemérides religiosas del santoral: el de un falso santo Lunes, apareciendo canonizado por el calendario de celebraciones al paladar, conveniencia y necesidad de quien lo invoca.

El concepto de impostura hagiográfica tiene algunas tibias analogías con el San Jueves de nuestra época, levantado por los amantes de la diversión nocturna que no están dispuestos a esperar hasta el viernes para iniciar su fin de semana de periplos recreativos. También guarda semejanza con eso de “tomarse los lunes” o “hacer sanguchito” para ampliar la continuidad de un grupo de feriados interrumpidos por uno o dos días laborales de la semana, aunque no sean exactamente lo mismo.

Hubo gremios famosos por su tendencia a no trabajar el lunes, todavía hasta el siglo XX. Algunos de ellos eran los peones, los obreros de la construcción y algunos oficiales, según recordaba Oreste Plath, quien dedicó un artículo completo al asunto en la revista “En Viaje” (“San Lunes”, 1964). Cuenta allí que los zapateros, por ejemplo, eran tan devotos del lunes libre -con los incumplimientos que esto involucraba para sus clientes- que una verseo popular cantaba a modo de copla, para ellos:

Zapatero,
tira cuero,
toma chicha
y embustero.

La fama de los zapateros era mundial, según parece, pues en la tradición andaluza se señalaba que los lunes eran los días de San Crispín, porque este es su “abogado” patronal, refiriéndose a la leyenda de los mártires romanos Crispín (o Crispino) y Crispiniano, protectores también de talabarteros, peleteros, curtidores y artesanos del cuero en general. Aquel era el día en que sus protegidos solían reventar en tabernas y lupanares todo lo reunido durante la semana anterior.

Más cerca de nuestra época, pescadores, imprenteros, trabajadores textiles, mueblistas y hasta periodistas también serían asociados a la práctica de hacer el San Lunes. Empero, para la opinión de ciertos autores, en estratos más modestos de la sociedad esto se ha relacionado con un contexto de trabajo indigno o con la contratación irregular, más allá de las atracciones de cantinas, prostíbulos, juegos o fiestas religiosas y laicas que detonaban las ausencias del primer día de la semana. Habría un factor de rebeldía, insumisión y desobediencia dentro de la práctica, por lo tanto.

Como antaño las fiestas más grandes de los chinganeros, bodegueros y fonderos se realizaban también en los domingos, su actividad se volvió un gran aliciente para el San Lunes, algo que llegó a ser extremadamente popular en antiguos barrios santiaguinos como La Chimba y la calle de Las Ramadas o en los recovecos bohemios del puerto de Valparaíso, por no decir que en todo Chile. Quizá de ahí provenía otro dicho popular, prácticamente extinto en nuestros días:

Hoy es lunes,
Santa Elena.
Quien trabaja,
se condena.

Más adelante, se practicó la excepción laboral del lunes también en los desiertos calicheros, hasta donde la llevaron muchos trabajadores del salitre emigrados desde más al sur. No obstante, su costumbre era allá la de sacrificar también su sueño y su propia salud para poder hacer compatibles la diversión con los rigores del trabajo, en proporciones equivalentes y sin que una le quitara tiempo a la otra, al menos en la teoría. Es lo que observó y manifestó el escritor Baldomero Lillo en su ensayo “El obrero chileno en la pampa salitrera”:

Después de guardar las herramientas y quitarse el polvo del trabajo, el obrero sale de su casa y se dirige a la fonda, en la que permanece hasta la noche entregado a sus pasiones favoritas: el juego y el alcohol.

Al día siguiente, a las tres o cuatro de la mañana, está otra vez en la pampa ejecutando su pesada tarea. Y así transcurre un día y otro hasta que una enfermedad de las muchas que lo acechan o un accidente del trabajo, como ser la explosión prematura de un tiro o un trozo de costra que cae sobre él desde lo alto, o la inmersión en el caldo hirviente de un cachucho, concluyeron con su mísera existencia.

En el Chile Central, la popularidad del San Lunes vino desde la actividad de centros recreativos y folclóricos coloniales, principalmente, en donde la fiesta duraba hasta la madrugada y, cuando no, hasta el día siguiente, si lograba eludir la hora de la queda... Sin embargo, el concepto y la tradición fueron practicados con diferentes motes y denominaciones en gran parte de España y del continente americano, habiendo noticias de su presencia en Argentina, Brasil y otros países. Y, además de revelar rasgos de ingenio generales en la región, su existencia ponía de manifiesto la fuerte penetración de los vicios, el ocio de orientación hedónica y falta de cultura de ahorro que predominara en parte de los estratos más modestos de estas sociedades hispanoamericanas, por desgracia, con justificadas o injustificables razones y por comprensibles o aberrantes móviles, según cada caso.

La base de la existencia del San Lunes, sin embargo, era el feriado semanal del domingo y, a veces, el que otros días de fiestas se hallaran cerca del mismo, antes y después. Aquel día primero de la semana dedicado al descanso o reposo acompaña al cristianismo desde sus orígenes: fue Constantino El Grande quien decretó en Roma el Solis Dei (Día del Sol) como día de descanso de cada semana, en el año 321, base del Dei Domini (Día de Dios). El domingo es, por lo tanto, mucho más que una mera traslación de la tradición del sábado de los judíos (aludiendo al séptimo día o último de la semana en Génesis 2:2-3, cuando el Creador estima hecha su obra y decida descansar) como a veces se cree, pues lo encontramos señalado en fuentes bíblicas como el libro de Hechos 20:7 en donde dice:

El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan. Como iba a salir al día siguiente, Pablo estuvo hablando a los creyentes y prolongó su discurso hasta la medianoche.

Un mensaje de similar significación aparece en Corintios 24:2, en donde se lee:

Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pueda, para que cuando yo llegue, no se recojan entonces ofrendas.

Los cráneos de los mártires romanos Crispín (o Crispino) y Crispiniano, en su altar-relicario, en la Iglesia de San Lorenzo de Panisperna, en Roma. Como patronos de los zapateros y trabajdores del cuero, y aunque su celebración oficial era el 25 de octubre, se decía que su día de fiestas era en todos los lunes.

Los zapateros de antaño eran considerados un gremio particularmente devoto y practicante del culto al "San Lunes". En la imagen: zapatero remendón, fotografía de autor anónimo (Exposición DIBAM "Paisajes y Gente de Chile" 2012).

Ilustración con el aspecto y ambiente de celebraciones de las "gentes de medio pelo" en Perú, en 1853, según los define un artículo publicado por el "Semanario Pintoresco Español".

Cantoras en una fonda o chingana en Chile. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.

"San Lunes en el Hipódromo Chile". Así se titula este reporte gráfico de la revista "Sucesos" en 1907

Transitando por la misma historia dominical y ya instalada en en Nuevo Mundo, encontramos también que el Concilio Provincial realizado en Lima en 1582 fijó en 35 las fiestas que se reconocían entonces por la Iglesia, a las que se sumaban los 48 domingos del año, además de otras aprobadas por privilegios o costumbres, en los que estaba prohibido el trabajo a los españoles y sus hijos. Los indígenas también tenían todos los domingos vedados para el trabajo, pero solo 12 días más de descanso obligado.

Cabe observar que, debido a la fuerte influencia de los jesuitas en la sociedad y a su permanente cruzada por expandir el fuego religioso, los días festivos en general fueron aumentando. También se adicionaron nuevas funciones devotas y las presentaciones irían adquiriendo un aparataje cada vez más teatral en ciertas fiestas; o más bien dicho espectacular, a causa de la misma influencia. Para poner orden, entonces, el Sínodo Diocesano de 1688 estableció, nuevamente, que solo 12 días serían de fiestas de guardar para los indígenas.

El escritor español Ciro Bayo, por su lado, señalaba que el bajo pueblo de Cochabamba solía hablar de algo llamado el Lune, asociándolo a sus devociones por la bebida y por el lunes feriado o San Lunes, desde donde se propagó la práctica por el resto de Bolivia. En Perú, en cambio, editoriales de “El Comercio” de agosto de 1896 hablaban incluso de un San Martes y un San Miércoles enquistándose en las costumbres limeñas. Al respecto, el historiador peruano Augusto Ruiz Zevallos escribirá en nuestra época, en “La multitud, las subsistencias y el trabajo”:

Al igual que el artesanado, al menos hasta fines del siglo XX, el nuevo actor social mostraba fuertes rasgos de indisciplina laboral. El culto a San Lunes (o el hábito de no trabajar ese día para continuar la juerga del domingo) que parecía haber muerto en la década de 1860, persistió con fuerza en los noventa, ahora en el proletariado industrial.

En México llegó a ser tan famoso el San Lunes que se lo denominó también Lunes Mexicano. El antropólogo George M. Foster, en su trabajo “Character and personal relationships seen through proverbs in Tzintzuntzan, Mexico”, señalaba la existencia allá de un dicho popular que sentenciaba: “En el día lunes, ni las gallinas ponen huevos”. Por su lado, Mario Camarena Ocampo señala en “Jornaleros, tejedores y obreros: historia social de los trabajadores textiles de San Ángel (1850-1930)”, que este grupo laboral tenía una proclama propia de cada lunes: “No puedo trabajar hoy, pero mañana sí”.

Conocido también en Francia, Flandes y Reino Unido, el lunes de deserción laboral ha sido asociado a las tradiciones de varios otros oficios y comunidades. En Inglaterra, de hecho, se les llama Saint Monday, tal como en su análogo hispano, y Cobbler's Monday, traducible como Lunes de Zapatero, conceptos que parecen remontarse a los tiempos de contrataciones masivas durante la Revolución Industrial.

Según Edward Palmer Thompson, el origen de la tradición del San Lunes como tal podría ser identificado a principios del siglo XVII, pues existe una copla de 1639 que el escritor recoge y en la que se señala en una línea: “Ya sabes hermano que el lunes es domingo”. Y además de los zapateros, otros gremios que lo practicaron devotamente fueron sastres, carboneros, alfareros, tejedores y calceteros. También fue patrimonio de cockneys, los habitantes “castizos” y de estrato popular del centro de Londres. Se señala que apareció el San Martes, además, en la época de holgura de plazas de trabajo en Inglaterra, durante las Guerras Napoleónicas.

En Chile, en cambio, la reprochada práctica también estuvo presente en el inquilinaje de los campos y entre los más asiduos visitantes de las casitas de remolienda de ciudades o poblados varios, en donde tampoco se privaban de los lunes mágicos para continuar la ingesta de poncheras y la lujuria remunerada. Se marcó a fuego en los calendarios siempre como consecuencia de la comentada preferencia popular por las fiestas de los domingos, pues el sábado seguía siendo otro día de trabajo o de media jornada para muchos.

La tendencia, traída quizá por los propios conquistadores pero acogida con entusiasmo entre comunidades nativas y criollas, ya había sido detectada por las autoridades en el siglo XVI, a juzgar de un bando del 24 de julio de 1568. Esta herramienta facultaba a los alguaciles para disolver las reuniones y fiestas indígenas, precisamente los domingos y festivos “que es cuando dichos indios hacen sus borracheras” en sectores periféricos del Santiago de entonces, como La Chimba, El Salto, Ñuñoa, los linderos del Convento de San Francisco, los terrenos al sur de La Cañada y en la Quebrada de García Cáceres, actual avenida Brasil.

Plath agrega que, durante el siglo siguiente, los peones de la famosa Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, también fallaban casi invariablemente en cada lunes en sus faenas. Tan posesos estaban por la seducción recreativa de todo fin de semana que no asistían ni a oír la misa del domingo, pues su ingesta de alcohol había comenzado el sábado, desapareciendo así del mapa hasta el martes.

Aquel rasgo cultural de las celebraciones llegó a ser suficientemente fuerte como para que Justo Abel Rosales calculara, a partir del mismo antecedente, que el día en que debió ser inaugurado el Puente de Cal y Canto en febrero de 1782, pudo corresponder a un sábado, pues ya era costumbre irrevocable de la época hacer aperturas y fiestas oficiales a sabiendas de que estos festejos continuarían el domingo y seguirían hasta los San Lunes, tratando de reducir así el ausentismo laboral o a los convalecientes de la resaca.

Era la época en que había entrado en funciones el singular servicio del carretón de los borrachos, además, con el que las autoridades del Cabildo de Santiago hacían recolectar a todos los ebrios terminales dispersos por la ciudad para llevárselos como muertos hasta su lugar de penitencia. Además, muchos sanluneros habían sido atrapados en plena fiesta por el implacable corregidor Luis Manuel de Zañartu, para ser obligados a trabajar en la construcción del Cal y Canto a ración de agua, pan y garrote, temido castigo conocido como la cadena del puente.

Pero llegó la Independencia y la República… Llegaron las medidas buscando avanzar en la civilización, aunque con nuevos cercos a la diversión popular; y llegaron así también las restricciones del Bando de Buen Gobierno de 1823... Sin embargo, los San Lunes se negaron a quedar en el pasado: el desenfreno que siguió al ánimo de sentirse liberado del yugo español, acabó fomentando la pésima pero divertida costumbre.

Hacia 1831, tras crearse la Academia Militar, los 80 cadetes de la flamante escuela realizaban sus ejercicios en las tardes de todos los lunes, por la Alameda de las Delicias y el Llano de Portales. Para evitar opacar la solemnidad de cada revista con las licencias y espectáculos callejeros del San Lunes, entonces, los tenderos tenían prohibido por ley abrir sus expendios antes de que terminaran las presentaciones militares, como observó en su momento el viajero William S. W. Ruschenberg, oficial de la armada de los Estados Unidos de América.

El lingüista Rodríguez también prestó atención los vicios del calendario semanal, vinculándolos a las ya bastante desprestigiadas chinganas y posadas:

Hay chinganas permanentes e improvisadas. Las primeras son casas destinadas a los objetos que quedan dichos, a las cuales se acude a remoler la chamuchina los domingos, lunes y demás días festivos. Algunas municipalidades las han prohibido; otras se han contentado con reglamentarlas e imponerles una fuerte patente.

Antigua postal de la casa editora de Carlos Brandt, en Santiago, mostrando ilustración de una ramada rural de aspecto clásico. Las ramadas, chinganas y fondas fueron grandes promotoras del "San Lunes" entre los trabajadores chilenos, por abrir principalmente los domingos y lunes de cada semana.

Ilustración de una cantina en la “Lira Popular”. Tomada de “La Lira Popular. Poesía popular impresa del siglo XIX” (Colección de Alamiro de Ávila), Editorial Universitaria / Dibam, 1999.

Gañanes en una cantina. Ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.

Calendario promocionando la industria salitrera chilena en 1927, en Australia. Imagen perteneciente a la exposición "Salitre de Chile: el oro blanco traspasa las fronteras", de la DIBAM, en 2013. El "San Lunes" fue toda una institución también entre los trabajadores de la industria salitrera.

Caricatura del San Lunes, en una revista "En Viaje" de 1964.

Clásico calendario erótico de bolsillo, del año 1983, muy típicos de aquellos años y que para muchos flojos eran verdaderas agendas, llenas de pequeñas anotaciones y números cerrados en círculos. Coincidentemente, este perteneció a un sastre, profesión que algunos también asociaban al "San Lunes" en el pasado, así como a los trabajadores textiles en general.

De los muchos sanluneros del siglo XIX y todavía a principios del siguiente, pudieron ir surgiendo o reforzándose costumbres tales como ir de madrugada a las casas de cenas o muy temprano al barrio de los mercados de Mapocho para devorar mariscales, caldos de patas y empanaditas pequenes picantes con los que decían recuperarse de los efectos de la larga juerga, recobrando las energías para comenzar así el siguiente día de parranda o, idealmente, un martes destinado a pagar las culpas ya sin malestares. Este día era, entonces, el de las excusas, las súplicas al patrón o al cliente, y los pedidos de disculpas haciendo horas extras no remuneradas. Por esto, Vicente Pérez Rosales escribía en uno de sus textos seleccionados para el “Diccionario del entrometido”: “El borracho abonado a los San Lunes se orea en un calabozo, y el consuetudinario, si hay un millón de por medio, en su palacio”.

Plath reafirmará la presencia de aquellos conceptos: “Mañana será otro día. Mañana es lunes. Es la fiesta del San Lunes, fiesta y costumbre del pueblo chileno”. La tomatera, de hecho, hizo que el ausentismo del primer día semanal fuera casi una institución, tan enraizada que, según anotó también, los rotos hasta tenían versos de homenaje al San Lunes escritos por el poeta popular Bernardino Guajardo y que comenzaban así:

Yo trabajo la semana
y el día domingo me la tomo,
el lunes tomo a mi gusto,
y el martes le pongo el hombro.

Otra versión de esta misma canción parte refiriéndose a “plantar la falla” como el acto de faltar a los deberes:

Yo trabajo la semana
y el domingo me lo tomo;
el lunes planto la falla,
y el martes le pongo el hombro.

Previsiblemente, Benjamín Vicuña Mackenna vio la costumbre del San Lunes no como una falta a deberes o decoros, sino como la coronación máxima de la haraganería y la vagancia popular. Alérgico a todas las formas de barbarie, entonces, la asociaba a esta en todos sus más nefastos sentidos, como algo inseparable de los peores e incorregibles desenfrenos de la sociedad chilena de su tiempo:

La ociosidad del pueblo consagrada por el almanak corría pareja con la nefanda desmoralización de las chinganas indígenas, donde aquella se albergaba junto con la chicha y el puñal. Además de los cien días de descanso que representaban los cincuenta y dos domingos del año y sus san lunes, que era de precepto por el vicio, no se contaban menos de diez y siete días de rigurosa guarda, fuera de los siete de semana santa, de los ocho del octavario del corpus, de los tres del carnaval y pascua de chalilones y sancochados, y, por último, de los cinco que corrían desde la Navidad hasta el año nuevo, que hacían cincuenta días más de inevitable vagancia y ociosidad. Agregábanse a estos veinte y cinco llamados de media fiesta, y con esto, y sin contar con otros fastos de ociosidad que dejamos apuntados, quedaba completa la mitad cabal del año, que constituía la medida legal de la existencia del colono.

Entre otras consecuencias del culto al San Lunes, se gestó una triste y larga costumbre entre las clases obreras: el que las mujeres debieran ir a esperar a sus maridos o parejas al final de cada semana laboral, afuera de sus lugares de trabajo, para asegurarse de que no desaparecieran con la paga salvando así el presupuesto hogareño o, cuanto menos, una parte del mismo.

Empero, historiadores de corte social han insistido también en que el San Lunes era la descrita respuesta de las clases trabajadoras a las exigencias de disciplina o los abusos laborales. Es lo que sostiene, por ejemplo, Juan Carlos Yáñez en artículos de investigación “Entre el Derecho y el Deber: el 'San Lunes' en el ideario laboral chileno (1900-1920)” y “La intervención social en Chile y el nacimiento de la sociedad salarial. 1907-1932”. De acuerdo a esta disquisición, la práctica era un aspecto de un mismo fenómeno reactivo del que formaban parte la desobediencia, el desplazamiento entre faenas productivas o zonas, los tiempos muertos (y sacar la vuelta) y otras manifestaciones por el estilo, desde los trabajadores hacia sus empleadores, patrones y hacendados.

A conclusiones parecidas arriba Patricio Herrera González, en su artículo “Trabajar para beber o beber para trabajar”, publicado en el libro de varios autores “Alcohol y trabajo”. Agrega allí que el San Lunes llegó a ser todo un fastidio para los hacendados y estancieros del campo, cuando los trabajos ofrecidos en el área agrícola ya no tenían la atracción remunerativa que los de la minería, viéndose obligados a idear mecanismos para retener mano de obra.

Una antigua frase popular que ha perdurado hasta nuestra época en el habla hispana, dice: “Maldición gitana: Si bebes el lunes, bebes toda la semana”. Y todavía  en nuestra época existen empleados con fama de herederos del San Lunes, al estilo del personaje Ricardo Canitrot del comediante Fernando Alarcón (en el programa de TV “Jappening con Ja”), quien además de estar mal calificados como sacadores de vuelta, pulmones vírgenes o zorreros por sus propios colegas, suelen ser los principales desertores de cada día que siga a las fiestas, aunque ya no en los estrictos lunes de hoy. En palabras de Plath:

El día lunes amanecen aplatillados, aplastados como un plato sobre otro. Están achancacados, machacados, apanuncados, para nunca; pero también es verdad que algunos no tienen nada que ver con el enojo de Santa Elena y trabajan por su cuenta en la casa o se ganan un pololito, trabajo extra, robándoles el tiempo al taller, al industrial -con el consiguiente descenso de la producción- y, aunque se les descuenta la falta, se sienten compensados con el goce de estar libres y con la ganancia pequeña o grande.

Han existido códigos bastante categóricos en el mundo obrero con relación a los flojos y holgazanes que evaden trabajo, mientras los otros se rompen en lomo en un mismo grupo. Estos juicios son frecuentes en faenas mineras, en talleres o en las obras de construcción, por ejemplo, en donde cualquier obrero o “viejo” (nombre que se les da a todos los que están trabajando allí) recién llegado y que aparezca de brazos cruzados, en los bolsillos o sentándose a descansar en momentos de gran movimiento, es considerado inmediatamente como un muy posible incumplidor, de seguro con futuras ausencias y con tendencia a no servir a las demandas del respectivo trabajo.

Finalmente, cabe indicar que el definitivo descanso dominical obligatorio o de un día a la semana mínimo fue establecido por ley en 1907, durante el gobierno de Pedro Montt, por ley N° 1.990 publicada en el "Diario Oficial" el 29 de agosto de aquel año:

Artículo 1.° Los dueños, gerentes o administradores de fábricas, manufacturas, talleres, oficinas, casas de comercio, minas, salitreras, canteras y, en general, de empresas de cualquier especie, públicas o privadas, aun cuando tengan carácter de enseñanza profesional o de beneficencia, darán un día de descanso a los individuos que hayan  trabajado todos los días hábiles de la semana.

Este descanso será obligatorio e irrenunciable para los menores de dieciséis años y para las mujeres.

También se dará descanso el día 1.° de enero, el 18 y 19 de septiembre y el 25 de diciembre.

El descanso comenzará a las nueve de la noche de la víspera y terminará a las seis de la mañana del día siguiente al fijado para reposo.

Aunque se ha perpetuando la práctica del San Lunes con otros rostros y formas, entonces, el término y el concepto mismo han caído en bastante desuso en Chile, trasladándose la fiesta al tramo que inicia un fin de semana. La incorporación del sábado como día de descanso de muchos trabajadores, además, especialmente en el ámbito profesional, también ha hecho su parte en terminar con la tradición original, pues movió el inicio de la diversión al viernes en la noche, dejando el domingo (“fomingo”) sólo para el señalado descanso o la recuperación de energías y al lunes reservado para el triste pero inevitable retorno a la realidad. ♣

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