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EL PARRAL Y EL NOGAL: RECUERDOS DE JOSÉ ZAPIOLA SOBRE DOS ANTIGUAS CHINGANAS

 

Un viejo rancho con ramada, no tan diferente a como debieron lucir quintas primitivas como las de El Parral y El Nogal. Ilustración del artista y corresponsal gráfico Melton Prior, publicada en "The Illustrated London News" en marzo de 1891.

Hacia los días de la Patria Nueva y los albores de la República, dos fondas chinganeras y quintas de recreo hacían su saga en el sector del desaparecido Paseo del Tajamar de Santiago, cerca del período en que este grato lugar caería en decadencia y olvido tras la construcción del Paseo de la Alameda de las Delicias. Los cronistas han dejado nota de las mismas y de sus nombres: las fondas de El Parral y El Nogal. Sin embargo, es don José Zapiola quien se gana los créditos como fuente base.

Parece ser que la fonda de El Parral, principal de todas aquellas de su tiempo, ha sido confundida varias veces con otra del viejo Santiago llamada el Parral o Parrón de Gómez de calle Duarte, hoy Lord Cochrane, generando algunas confusiones persistentes en los libros de historia, incluso entre autores bastante confiables. Otros investigadores advirtieron a tiempo que podía tratarse de una fonda o quinta anterior y diferente, como señala Oreste Plath en un artículo de su autoría titulado "Las Chinganas"  en la revista "En Viaje" de abril de 1965, presentándolas por separado.

El nombre recibido por aquel establecimiento y otros en la misma sintonía nominal se ajustaba a una tendencia de aquellos años, la que también se extendía en el uso para identificar lugares con la referencia de algún árbol que destacara. Esto se alcazaba incluso a las calles: calle del Nogal, calle del Peumo, calle del Chirimoyo, etc. Autores como Eugenio Pereira Salas refieren algo también a las quintas zamacuequeras tipo “higueras” y “parrales” que eran visitadas incluso por los próceres de los tiempos de la Independencia y hasta un tiempo después, como la del Tuerto Trujillo o las famosísimas de calle de Duarte, en donde estuvo la de Gómez.

Si entendemos bien la descripción que hace don José Zapiola, entonces, El Parral de nuestro interés estaba en el sector de los Tajamares a poca distancia de la Alameda, siendo una de las quintas de recreo y folclore más antiguas de Santiago que seguía en actividad por esos mismos días. Permitiéndonos especular, podría tratarse de la misma fonda del Parral de Gómez pero antes de emigrar a calle Duarte y cambiar de manos. Lo cierto es que, en sus "Recuerdos de treinta años", el autor hacía memoria dejando registrado lo poco que ha quedado como base informativa sobre la misma fonda o chingana:

Dicen que el número ternario se encuentra en todas las cosas: nosotros nos encontramos con él en nuestro caso: café, fonda y chingana son tres. Diremos algo sobre estas últimas.

Las más antiguas que hemos conocido fueron, entre otras, las de ña Rutal y la de ña Teresa Plaza. Esta era la chingana jefe y la que de aquellas duró hasta más tarde. En sus primeros tiempos estaba situada en una callejuela intermedia entre el Tajamar y la Cañada, ahora Alameda de las Delicias, frente a la pequeña pirámide, colocada al oriente del puente de la Purísima. Allí estaba el Parral, que tal era el nombre de esa famosa chingana, cuya reputación había atravesado los Andes, por las relaciones con nuestros paisanos. Conocimos en Buenos Aires, en los años veinticuatro y veinticinco, entre otros, un notable cantante argentino, Viera, que nos repetía: "No tengo ganas de ir a Chile sino por bailar un zamba (baile en boga por entonces) en el Parral".

Este individuo, que había sido antiguo oficial, cívico, contaba como su más valioso blasón haber sido comensal de la señora doña Javiera Carrera al custodiarla en su prisión en aquel pueblo.

No sabemos si la "pirámide" a la que se refiere el autor sea la que correspondía a los trabajos de construcción de tajamares tras su destrucción con las inundaciones de mediados del siglo XVIII. En su libro sobre la historia de Santiago, don Benjamín Vicuña Mackenna indica que esa pieza era "una maciza pirámide en cuya losa claramente todavía se leen los nombres de Fernando VI, que era el monarca reinante, el de Ortiz de Rosas y el del constructor Campino", más la fecha del 1 de enero de 1749 que fue el inicio de los trabajos, concluidos dos años después.

Paseo de las Alamedas del Tajamar de Santiago, cerca de la actual Plaza Bello. Grabado de Agostino Aglio basado en dibujo que aparece en la obra de Peter Schmidtmeyer, impreso por Rowney & Foster en Londres, 1824.

El Paseo de los Tajamares ya iniciada su etapa de decadencia, en plano de Santiago de 1826, de John Miers. Aparece señalado como "Tacamar" (sic). Se observan las filas de árboles y la ubicación de las fuentes de aguas señaladas con círculos. Las fondas señaladas por Zapiola debieron hallarse en las primeras cuadras entre el lugar en donde está hoy la Plaza Italia y los deslindes del barrio Santa Lucía.

Gañanes en una cantina. Ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.

Antigua cantina rural en obra de Pedro Subercaseaux para la revista "Selecta", en 1910.

Don José Zapiola, principal informante de las fondas de El Parral y El Nogal.

Aproximando las indicaciones dejadas por el maestro musical devenido en memorialista, la fonda debió hallarse hacia el sector del actual Parque Forestal, más o menos adyacente al sector en donde la calle Ismael Valdés Vergara hoy se despende de Merced, tal vez un poco más cerca de la actual Plaza Italia. Apostaríamos que esto fue cerca de donde están ahora las calles Estados Unidos y Namur, si acaso cumplimos con la inteligencia precisa de lo expresado en su pluma, a veces demasiado ligera y general para confirmar puntos.

Pero, mejor, volvamos a lo que parece más seguro y retomemos la entretenida narración memorial de Zapiola sobre aquella quinta:

El Parral traía su nombre, como su vecino El Nogal, de un pequeño parrón bajo el cual tenía lugar el baile, principal atractivo de esa chingana. No crean nuestros lectores que allí había, como ahora se usa, un pequeño proscenio en alto donde se canta y baila. Entonces la concurrencia, cada vez que se iba a bailar, rodeaba a los bailarines para poderlos ver, lo que ocasionaba una confusión fácil de calcular. Advertiremos de paso que allí no escaseaba la gente de tono.

Las chinganas de esta especie y al aire libre solo funcionaban durante el verano. Pero en todo tiempo las había en gran número y en todos los barrios, y, si no nos equivocamos, hubo Ministro que con toda seriedad reglamentó el modo y los días en que debían funcionar.

La mencionada quinta chinganera de El Nogal también tuvo cierta importancia en aquel período. Entre otros autores, es recordada por Ricardo A. Latcham en "Estampas del Nuevo Extremo", obra del cuarto centenario de la ciudad de Santiago. Empero, también la asoció con la de Gómez que estaba en Duarte:

Cerca de Parral de Gómez se hallaba El Nogal, no menos acreditada por sus excelencias de chingana. En estos, como en otros sitios, herederos de Ña Rutal y de Ña Teresa Plaza, se congregaban los amigos de la música criolla que, a juicio de Zapiola, llegó con su fama más allá de los Andes.

Existe un artículo de la revista "Estrella de Chile", fechado en agosto 5 de 1872 y claramente con la mano de Zapiola detrás del mismo (firmado con pseudónimo), reafirma que el nombre de El Nogal se debía a la presencia de un árbol de esta especie en su interior.

Según repiten Hernán Eyzaguirre Lyon en "Sabor y saber de la cocina chilena" y otros autores, ambas quintas llegaron a ser consideradas "chinganas de prestigio, a las que acudía igualmente gente de tono porque su atractivo era el baile", confiando en lo expresado por Zapiola. Es de suponer, entonces, que algo debieron tener para estar por encima de otros establecimientos menos sofisticados de su tiempo, ya que de todos modos se trataba de lugares para clientes de estrato popular, principalmente.

Como es sabido, la llegada del trío femenino Las Petorquinas a Santiago justo en los inicios de la República recién consolidada tras la fraticida batalla de Lircay, causó gran revuelo y una tremenda renovación de las fondas y chinganas de esos años. Los establecimientos reaccionaron entregándose a valores más adecuados para las artes escénicas y dejando atrás los rasgos más rústicos, derivados de las ramadas y viejas chinganas criollas. Las Petorquinas hicieron memorables presentaciones en la capital a partir de 1831, partiendo por la mencionada quinta del Parral de Gómez en la entrada de calle Duarte.

En desmedro del Tajamar, además, la Alameda de las Delicias ya era el eje de la vida social capitalina de la ciudad de entonces, trasladando los paseos, el comercio, el tránsito de carros, los cafés y, por supuesto, las propuestas de diversión vigentes en aquellos años.

Santiago volvería a llenarse de tradicionales boliches de fiesta y diversión folclórica, en consecuencia, pero ya era una generación nueva y más renovada de bríos, que dejó atrás a las chinganas con el estilo de las que recordara Zapiola. ♣

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