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EL MÁS “REAL” DE LOS CINE-TEATROS DE LA CIUDAD

 

Fachada del teatro y edificio Real, en la "Revista Arquitectura y Arte Decorativo", año 1931. Fuente imagen: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.

El Teatro Real fue inaugurado a pasos de la Plaza de Armas de Santiago, en 1930. Dotado de una gran belleza arquitectónica de enorme suntuosidad exterior e interior, además de ser la sala chilena más moderna de su tiempo fue una de las más exitosas y de larga duración en la actividad. Autoridades como Pedro Aguirre Cerda y otros mandatarios se hicieron presentes en este elegante lugar, durante los años que siguieron a su apertura.

Era aquella una época en la que, a pesar de la crisis económica mundial y la desvalorización del salitre tras la Gran Guerra, habían aparecido varias salas de espectáculos en la capital con características de palacios lujosos (“palatinos”), dado el atractivo que representó en la sociedad la llegada del cine, especialmente en años del charleston y las películas de Charles Chaplin. El primero de esta generación de edificios parece ser el Teatro Esmeralda, abierto en 1922. Siguieron el Teatro Carrera en 1926 y el Teatro Nacional en 1929.

Y así, en el año siguiente, se inaugura el Teatro Real en Compañía 1034, formando parte de un proyecto inmobiliario que incluyó al edificio completo allí erigido. Esto se hizo sobre un antiguo sitio baldío que había sido usado hasta entonces para ferias y circos, pero cuya buena ubicación llamó la atención del gerente de la Paramount en Chile, don Benito del Villar. El empresario decidió establecer allí una cinena vanguardista, enorme y elegante, a la altura de los requerimientos cinematográficos que se venían con la ya iniciada era del cine sonoro.

La función inaugural del Real, el martes 9 de septiembre de 1930, tenía reservada una exhibición de la obra "El desfile del amor" ("The love parade") de Ernst Lubitsch, con Maurice Chevalier y Jeanette MacDonald como protagonistas, además de presentaciones en vivo, cortos infantiles y algunos eventos en el programa. En su momento, informaba la recientemente lanzada revista de cine "Ecran" que, en su edición del 23 de septiembre siguiente, celebraba la aparición del flamante teatro:

Paralelo al progreso de Santiago, progreso en todos sentidos, ha nacido el Teatro Real, sala oficial de estrenos de la Paramount. Bien se merece este Teatro Real unas líneas en esta sección, ya que viene no solo a significar un adelanto notable en cuestión de cinematografía y espectáculos, sino también a llenar una verdadera necesidad, como era la de dotar a Santiago de un teatro comparable a los de las grandes capitales.

Creemos que el Real nada desmerece a los célebres teatros Roxy, en arquitectura, sobriedad, elegancia y comodidad. Está ejecutado según los modelos de las más famosas salas del mundo, y un buen gusto y arte arquitectónico han sido ya apreciados por el público. Especial elogio merece la acústica de la sala, tanto más, cuanto que el Real está destinado a la exhibición de cintas sonoras. Sus innovaciones, como la plataforma ascendente de la orquesta; sus terrazas, su hall del segundo piso, los frescos del gran cielo, y los equipos mismos de exhibición, nada dejan que desear, y solo se merecen los elogios más francos.

Vayan pues, nuestros parabienes a saludar a la empresa constructora, la Paramount Pictures de Chile, y a su digno gerente don Benito del Villar.

El diseño y obra del Edificio y Teatro Real había quedado a cargo de los connotados arquitectos Fernando Valdivieso Barrios y Fernando de la Cruz, tal como se lee aún en una inscripción en la fachada del inmueble. Probablemente, fue el cuarto o quinto más grande del país, pero su estilo lo hacía uno de los más hermosos, con influencias clásicas, arábigas, barrocas, renacentistas españolas y californianas; con sus columnas salomónicas espirales y los dinteles y cornisas sobre sus enormes portales en la imponente fachada.

Con capacidad máxima para 1.600 espectadores, contaba con hall en ambos pisos y una escalera monumental hacia la platea alta, con terrazas y balaustras, en un conjunto de estilo español. Una plataforma mecánica subía y bajaba a la orquesta, durante las presentaciones. Las butacas había sido fabricadas en Chile; además de los puestos en platea baja, había 409 en altas y 522 en paraísos. Se aseguraba que, desde todos ellos, podía verse perfectamente el escenario. En lo alto relucía un enorme cielo cóncavo, muy semejante a los techos que simulan la bóveda celeste en los edificios renacentistas. Los equipos sonoros eran de la Western Electric, y las proyecciones incluían un entonces famoso noticiario de la Paramount. El personal tenía completa capacitación técnica para operar los equipos, luces, seguridad, acondicionadores de aire y demás demandas del teatro.

Vista del proyecto de construcción del edificio y teatro, publicado en revista "Ecran" de 1930.

Teatro y Edificio Real, en la "Revista Arquitectura y Arte Decorativo", año 1931. Fuente imagen: Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina.

Interior del Teatro Real, en imagen publicada en el Flickr Santiago Nostálgico de Pedro Encina. Gran parte de la exquisita decoración y elementos que se ven en la imagen aún se conserva sobre el nivel actual del edificio, adaptado por una casa comercial.

Aviso de la inauguración del Teatro Real. publicado en "La Nación" del 6 de septiembre de 1930. Las entradas se compran en la sede de calle Tenderini.

Nota y publicidad para el Teatro Real en "La Nación" del jueves 20 de noviembre de 1930, no mucho después de haber sido abierto al público.

Fotografías de José Valladares del interior del recién abierto Teatro Real, publicadas en revista "Ecran" del 23 de septiembre de 1930.

Magnífico diseño artístico con balaustras y pasillos superiores del salón, en "Ecran" del 23 de septiembre de 1930.

Salón interior del teatro, sector del foyer y el hall del segundo nivel. Imagen publicada en la revista "Ecran", año 1930.

Antes y después del Real: fachada del teatro hacia 1930 y en 2008.

Junto con describir las modernas características del Real, la misma revista "Ecran" se explayaba en sus páginas interiores, acompañándose de imágenes:

Con el objeto de dar al público algunos detalles desconocidos y que merecen ser mencionados, entrevistamos a los arquitectos que construyeron el Real, señores De la Cruz y Valdivieso, quienes, amablemente, nos proporcionaron las informaciones siguientes:

-Deben ustedes saber, comentaron diciéndonos los distinguidos profesionales, que la construcción del Teatro Real ha costado más o menos dos millones y medio de pesos, sin el terreno, por cierto. Este gasto se justifica ante la obra realizada. Vean ustedes. Desde luego, estamos en presencia de un edificio asísmico e incombustible, hecho a base de concreto armado. Nada pueden temer, pues, los espectadores, a terremotos ni incendios. Existen, desde la luego, la cortina cortafuego de asbesto y la cortina automática de agua, sistema Sprinkler; esta última, ante cualquier peligro de incendio, lanza el agua y evita cualquier avance del fuego. En cuanto a la resistencia del Teatro, está probada ya por representantes de la I. Municipalidad.

Puede decirse que el resto del edificio tenía muchos elementos de ostentación al gusto de los empresarios, además, reflejo de los años dorados de los estudios cinematográficos. Los pisos desde el 3º al 10º, habilitados como residencias y oficinas, también llegaron a considerarse de gran lujo. A diferencia de otros casos contemporáneos como el Teatro Caupolicán, construido con criterios altamente funcionales, el Real evocaba más al lujo y a la prosperidad que se acababa justo en aquel momento, en cierto modo.

Con tan buena nota, entonces, el elegante teatro se convirtió al instante en un lugar de proyecciones habituales de películas, además de acoger presentaciones artísticas y eventos como el Concurso de Belleza de "Zig-Zag" realizado en diciembre de 1930, con un festival y jurado en la sala. También fue sede de una gran cantidad de reuniones y encuentros institucionales, políticos y gremiales, con participación de importantes autoridades de la época, en muchos casos. Y aun siendo el primer teatro chileno con interior concebido fundamentalmente para cinema en aspectos como la distribución de platea, ángulos y acústica, nada impidió que sirviera de forma perfecta a operetas como “La casta Susana” y a presentaciones orquestales.

En algunas de sus primeras funciones de cinema, además, el Teatro Real obsequió al público ejemplares de la señalada edición de "Ecran" que incluía fotografías de José Valladares, con interiores del hermoso teatro. Así sucedió en la proyección del filme "Cascarrabias" de Cyril Gardner y con Ernesto Vilches como protagonista, en octubre de ese año.

Cabe señalar que la Paramount ya tenía cuarteles en Chile y hasta levantó un edificio-sede propio cerca del Municipal, en 1928. Fue en ese mismo momento cuando Del Villar decidió iniciar su proyecto particular de cine y teatro en tan céntrico lugar de Santiago, pero en un contexto de proyectos de construcción de cinco nuevas salas para la ciudad, por lo que claramente se estaba en un tiempo de crecimiento para el rubro.

A mayor abundamiento, uno de aquellos cines planificados fue también el Teatro de Plaza Almagro en las esquina de calle Inés de Aguilera, encargado por la Compañía de Seguros La Catalana y para ser administrado por la firma Claro y Valdés, iniciado las obras en 1930. Otro era un teatro encargado por el Banco de Chile en calle Huérfanos, entre Estado y Ahumada, iniciándose las obras por ese mismo período en donde estaba la Caja Nacional de Ahorros y resultando de las mismas el imponente Teatro Central de 1933, obra de Alberto Siegel e hijo, en cuyo sótano se habilitó también el club dancing Lido y, más tarde, se agrega el Cine Huérfanos.

Lo mismo sucedía con las obras de la sala de la Compañía de Seguros La Santiago, en Alameda de las Delicias con calle Serrano; y las de un teatro-circo proyectado en una faja del terreno del Luna Park, informaba la prensa, proyecto que podría corresponder al del Teatro Reina Victoria, luego Balmaceda, creado sobre el anterior Hippodrome Circo. Todas estas innovaciones en la oferta de salas iban a agregar butacas y asientos para 20 mil espectadores sumando todos sus aforos, dada la importancia que había alcanzado el negocio de los escenarios y los cinematógrafos.

La popularidad de la sala de calle Compañía también se acrecentó en parte como consecuencia de la destrucción que había sufrido el primer edificio que tuvo el Teatro Esmeralda, unos años antes de la inauguración del Real. Además, este quedó situado casi al lado de la desaparecida casa colonial de los Ossa, espacio en donde había existido una firma fotográfica y se estableció, años después, la popular tienda Los Gobelinos, una de las más famosas del Santiago de entonces. Sus encuentros incluyeron veladas boxeriles, obras de teatro, musicales, orquestas y discursos: era la vida que por entonces tenían esta clase de grandes y espaciosas salas.

Durante toda su primera década, el Real ofrecía funciones diarias de cine, tres de ellas solo en las mañanas. La proyección de vermut y noche continuó incluyendo por largo tiempo a la sección  de Noticiarios Paramount, con cortos informativos de actualidad enviados desde Estados Unidos por correo aéreo. También hubo desde su puesta en marcha varias exhibiciones de dibujos animados y presentaciones artísticas complementarias alternando con las proyecciones, como las del Cuarteto Real que actuaba allí desde el mismo día de la inauguración. En su publicidad, además, el Real se jactaba de sus sistemas sonoros que permitían ver las películas acompañadas del audio original y con subtítulos en castellano.

Aviso de exhibición de películas en el Teatro Real, en noviembre de 1952. Fuente imagen: sitio Cine Chile.

Más publicidad impresa para el Teatro Real, del año 1952.

Marquesina y luminoso colgante del Cine Real en 1987, en imagen publicada por "El Mercurio" (gentileza de Alan Bruna).

Algunos elementos ornamentales y arquitectónicos de la fachada del monumental edificio.

Imagen del cine-teatro a principios del presente siglo, donde puede observarse la marquesina que por años estuvo sobre en su fachada (gentileza de Alan Bruna).

Detalle de la misma fachada, cuando ya no estaba la marquesina y un paradero del Transantiago bloqueaba la vista.

Vistas de la fachada actual del muy opacado Edificio Real, con las puertas de la multitienda ya cerradas.

Fachada y ex acceso del Teatro Real, muy deteriorada y deslucida en nuestros días.

El Real siempre buscó mantener en cartelera las películas más importantes o que hacían noticia a nivel internacional, gran salto para el rubro pues, hasta hacía poco, muchas veces se debía esperar un año, dos o más para poder estrenar los principales filmes de cada temporada. Como las estatuillas del Oscar de Hollywood recién estaban haciéndose conocidas, el referente para evaluar y recomendar obras de esos años eran también los premios de certámenes europeos como el Festival Internacional de Venecia y la Copa de las Naciones.

No solo la Paramount invitaba a ver sus películas en esta sala, sino también la Warner Bros. La casa Glücksmann realizó varios estrenos en ella, publicando incluso cartas de felicitaciones y agradecimiento del gerente José Frenkel a Del Villar, como parte de los anuncios de estas películas en los primeros meses de funciones. Muchos chilenos, de hecho, pudieron comenzar a reconocer las leyendas del cine sonoro en esta sala: Bette Davis, Vivien Leigh, Errol Flynn, Shirley Temple, Clark Galble, Humphrey Bogart, Olivia de Havilland o James Stewart.

La política y las demandas del convulsionado mundo de camino a la Segunda Guerra Mundial también llegaron al Real, con abundante declamación y oratoria. El domingo 7 de noviembre de 1937, por ejemplo, se organizó un acto de la colonia española y los simpatizantes del bando nacionalista en la Guerra Civil. La charla o “disertación” fue dada por el diplomático Juan Pablo de Lojendio e Irure, delegado de la Junta de Gobierno del general Franco, con gran concurrencia de ciudadanos españoles y sus familias. No titubearon al devolver el saludo fascista al orador y despedirlo con una ovación de palmas, especialmente cuando anunció que a la célebre trilogía revolucionaria del siglo XVIII, “Libertad-Igualdad-Fraternidad”, el franquismo la reemplazaría por “Autoridad-Jerarquía-Disciplina”.

Pero pasó el tiempo y el teatro cambió de dueños, a mediados de 1954. La nueva sociedad propietaria, Cinematográfica Selman Ltda., lo cerró provisoriamente para realizar restauraciones y mejoramientos, como la incorporación de un equipo Westrex Master, considerado entonces de última generación, y proyectores Century, siendo reabierto al público con estos avances. Los más críticos aseguraban que nunca volvería a ser el mismo, después de aquel relevo en el mando.

Tras décadas de exhibiciones, la asistencia a la lujosa sala, ya de rasgo más popular, comenzó a decaer hasta mediados de los ochenta, incapaz de competir con las videocintas y salas más modernas, que terminaron de sepultar a la totalidad de los viejos teatros capitalinos. Convertido al final de sus días en solo un escuálido cine rotativo, su condena fue inexorable: en la década siguiente, el edificio del ex Teatro Real fue comprado por la cadena de multitiendas Hites, permaneciendo por largo tiempo como uno de sus principales centros de ventas. Las remodelaciones conservaron gran parte de las estructuras originales de la sala, como sus terrazas, aunque mucho quedó oculto por encima de las nuevas instalaciones.

A principios de 1995, el Consejo de Monumentos Nacionales aceptó que se modificara la marquesina del exteatro para fines publicitarios. Sin embargo, como al sitio se lo considera ahora dentro de la Zona Típica o Pintoresca Plaza de Armas, Congreso Nacional y entorno, en 2003 se obligó a la empresa a revisar el uso que daba a esta pieza arquitectónica para fines de exposición comercial. La marquesina no existe allí, en la actualidad.

Dos años después, el mismo Consejo de Monumentos Nacionales solicitó la reparación de las dependencias de los pisos superiores del edificio, así como trabajos de recuperación del mismo para cumplir con estándares patrimoniales y culturales. Con el arribo del infame Transantiago en 2007, la condena a la ruina de la ciudad de Santiago alcanzó de sobra para emporcar a lo que queda del Real, cuya faz dejó de volar orgullosa al instalarse, enfrente de la entrada principal del recinto, un espantoso paradero de locomoción ocupando gran parte de lo que fue la magnífica vista del zócalo. Esta estructura metálica estuvo varios años más bloqueando el lucimiento de aquel lugar.

Hoy, su estado vuelve a ser incierto, con las puertas de la multitienda cerradas y un aspecto gris muy poco alentador para el edificio. Aplastado por los defectos de la propia sociedad a la que alguna vez divertía, el Teatro Real no volverá a anunciar estrenos del séptimo arte, pero queda de él su histórico sitio, cual registro palpable de arquitectura, patrimonio y recreación en el viejo Santiago.

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