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EL GLORIAO: UN TRAGO PARA LOS DIFUNTOS

Imagen base publicada por el sitio Comidas Chilenas: gastronomía típica de Chile.

Se llamaba gloriao o gloriado y era el típico brebaje alcohólico de las exequias populares, así como también de las antiguas celebraciones del 1 y 2 de noviembre. Con fama de “quitar la pena” a los dolientes, correspondía a pura expresión nigromante en un vaso tibio, a través de una curiosa bebida de antiguas tradiciones campesinas emigradas y adoptadas por la ciudad. Siempre se asoció al momento más triste de la vida familiar, pero pretendiendo contener las emociones que son naturales al caso: la despedida y ausencia de un ser querido.

Su nombre tenía también una razón profunda: el concepto de “gloriado” apelaba a la Gloria Eterna que se desea al descanso de cada difundo en el brindis de adiós, con esta aromática y dulce bebida de color dorado. La denominación parece estar tomada directamente del cierre de la oración Gloria Patri

Gloria al Padre
y al Hijo
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Amén

En otras palabras, era la preparación propia de los muertos en la vieja tradición chilena: para ellos, con ellos y por ellos.

También se bebía gloriao en las antiguas celebraciones de onomásticos, en algunas fiestas patronales y en la mistérica Noche de San Juan Bautista (acompañando al llamado estofado de San Juan, por ejemplo). Era infaltable en los llamados velorios del angelito o fiestas de despedida en los velatorios de niños pequeños fallecidos, que parecen haber sido el principal fomento del gloriao en las tradiciones originales. También se decía que curaba de constipación y fiebres, entre otros malestares.

Contextualizando, desde los tiempos del hidromiel nórdico y de las primeras cervezas del antiguo Egipto, en épocas anteriores al cristianismo, el vínculo entre la entrada al más allá y el consumo de alcohol ya era parte integral de ciertas creencias funerarias. De hecho, el dios Baco o Dioniso, asociado al patronato del vino, se presentó como un intermediario de la comunicación entre hombres vivos y los muertos precisamente porque representaba ese estado de transición entre los mundos o planos existenciales; transición simbolizada en el alcohol y no, necesariamente, en la ebriedad vulgar, como muchas veces se cree en las interpretaciones más banales de dicha relación alegórica.

En el Nuevo Mundo, aparecerían otros elementos fusionados con tradiciones mortuorias locales y productos  que se hacen propios del Día de los Fieles Difuntos, entre los que destacó mucho el caso de México, por ejemplo, con su festival del Día de los Muertos: acompañado de producciones culinarias típicas como el pan de muerto (elaborado con formas de la masa que evocan a huesos humanos encima del mismo). También existen las calaveras de dulces asociadas a la misma fiesta, a veces llevando inscrito el nombre de quien la recibe, a modo de broma. Como es esperable, la celebración se acompaña en todos los casos de abundante bebida, como cerveza,  para el caso mesoamericano con pulque, mezcal, tequila y otras que pudieran haber sido del gusto de cada fallecido homenajeado en la fiesta.

Sobre la forma que se celebró en Chile, en cambio, Oreste Plath comenta del arraigo de creencias tales como que toda persona “que muere el día 29 de junio se va a la gloria, porque entonces San Pedro está borracho y deja pasar a todo el mundo”, ya que ese día es el consagrado a las fiestas del apóstol pescador y primer papa… Hasta la muerte y el duelo pueden ser reconocidas abiertamente como una buena excusa para beber, dicho de otro modo.

Por las mismas razones, entonces, no extraña que en las tradiciones mortuorias chilenas, además de las pociones como el gloriao de nuestra atención se bebieran en la despedida simbólica de antaño otros tragos como ponche, chicha, vino tinto, chupilca, pihuelo, poche, navegado y guachacay.

La preparación del gloriao tradicional, particularmente, se basa en aguardiente y agua entibiada o hervida, azucarada directamente o, de preferencia en el pasado, con azúcar acaramelada. Las mejores versiones eran con infusiones de canela, cáscaras cítricas, clavos de olor u otras especias aromáticas. Algunos reemplazarían estos últimos ingredientes con café o incluso mate y té, ya en otra época.

Para la mayoría de los casos, el gloriao solía estar en una tetera o un cantarillo calentado sobre el brasero, estufa o anafre de la casa en luto, pasando por los asistentes y corriendo entre ellos mientras se realizaba el velorio en la misma sala. Frecuentemente, además, en el campo y en los barrios obreros de las ciudades se lo preparaba como infusión y se lo guardaba esperando la oportunidad en que sería sacado de la despensa, en determinadas fiestas patronales o, tristemente, si la pérdida de algún familiar o amigo lo requería.

La potencia embriagadora del gloriao era controlada con más o menos agua calentada, especialmente cuando acompañaba cenas como el mecionado estofado de San Juan, platos de consomé, tortillas de rescoldo u otras comidas tradicionales. También se servía menos “cabezón” para abuelas y damas jóvenes presentes en esos encuentros. Y cuando faltaba aguardiente en residencias muy pobres o mal abastecidas, los dueños de casa preparaban una versión aún más modesta del gloriao usando en vino blanco en lugar del destilado, con torrejas de limón o naranja, canela, azúcar y clavos de olor.

"El velorio del angelito" de Arturo Gordon. El origen del gloriao podría estar asociado a los ritos y antiguas tradiciones de esta clase de funerales de niños pequeños.

"Velorio del Angelito", obra de Manuel Antonio Caro, 1873. El gloriao está en el brasero, las mesas y las manos de los asistentes.

Vista de las tumbas del Cementerio General en lámina publicada por Recaredo Santos Tornero en el "Chile Ilustrado", año 1872. Fuente imagen: Archivo Visual de Chile.

Se sabe que en Rancagua y en la zona de Colchagua, además, el gloriao se podía preparar con el aguardiente y las especias mezcladas con leche. Y Plath habla de otra versión que podría interpretarse como una variedad de ponche relacionado con el llamado cordial, nombre que se daba de preferencia a un brebaje reconfortante que antes se servía a los enfermos, a gente con necesidad de energizarse o de “pasar penas”. El gloriao sería, en consecuencia, una variedad del cordial, apropiado a un contexto funerario.

Aunque en la zona central del país muchos lo tomaban frío en ciertas temporadas, se continuó sirviendo por largo tiempo al gloriao entibiado en velatorios, fiestas o brindis, pues servía mucho para soportar el frío de la trasnochada en duelo. En algunos casos, incluso se flameaba por un instante la taza o vaso en que era servido, encendiendo con una llamita los vapores etílicos del aguardiente, al modo de la preparación que muchos usan en el vino navegado. Lo tradicional seguía siendo que se lo calentara sobre la salamandra o el brasero, sin embargo.

Agrega Plath que, mientras los deudos brindaban ante el difunto, los concurrentes al velorio exclaman con humor negro: “Mañana será otro día y no sería malo que se muriera un viejo... ¡Pa' tomar otro gloriao!...”. Por esta razón, Violeta Parra dejó esta reflexión en las décimas del “Ángel glorioso y bendito”:

Qué lastimoso es el canto,
y el tuntuneo sagra’o
qué fragancioso el “gloriao”,
en la tetera vagueando.

Se advierte, entonces, que el gloriao no era un mero pretexto beatón para autorizar la ebriedad en los velorios del siglo XIX, sino un elemento integral del folclore asociado a la muerte y a la propia cultura funeraria criolla; algo así como una necesidad ritual, en cierta forma. Además, mirando su principal y más popular receta, el antiguo gloriao se hace un tanto parecido a otros tragos de infusiones o macerados que fueron famosos en el viejo Santiago y Valparaíso, como la canela, célebre alguna vez en el barrio de los mercados de Mapocho y en el sector de La Chimba, en donde están los grandes cementerios históricos de la capital, por lo que quizá exista alguna clase de vínculo o contacto entre estas preparaciones del pueblo.

La popularidad que tuvo el gloriao se explicaba por lo recurrido que llegó a ser también en las grandes ciudades durante los velatorios y sepelios, especialmente en los comentados velorios del angelito de las clases más bajas, pudiendo ser que su origen se encuentre en esos ritos, precisamente. De hecho, en el famoso óleo “El velorio del angelito” de Arturo Gordon, se puede ver a un señor que, de espaldas al engalanado cadáver del niño que es despedido, está sirviendo gloriao con una tetera o algún artefacto parecido, a otro de los presentes en la escena.

El famoso restaurante El Quita Penas, también ubicado en esos reinos del barrio de los cementerios de Recoleta, en alguna época de su pasado fue otro gran cultor de las tradiciones del gloriao en la capital. "¡Aquí se viene a tomar gloriao!", solía proclamar el dueño del tradicional establecimiento sus comensales, en aquellos años, cuando veía en su cantina mucha congoja o ambiente de desazón entre los deudos de algún despedido. Aunque esto parece estar relacionado con el apodo La Gloria que recibió por parte de sus clientes en el pasado, lamentablemente la tradición del local se fue perdiendo en los cambios de administración.

En tiempos ya perdidos del folclore rural y urbano, además, el mismo brebaje se utilizaba en la sobria celebración del Día de los Difuntos, a veces acompañado con fuentes de frutas, guisos o estofado de San Juan. Es presumible su presencia o relación, además, con las grandes fiestas que se organizaban antaño en las puertas del Cementerio General e incluso entre sus criptas, y que tenían el apodo de Dieciocho de las Ánimas por sus rasgos folclóricos y alegres parecidos a los de las Fiestas Patrias pero dedicadas a los muertos. Fiestas concluidas merced a las insistencias de autoridades políticas y eclesiásticas, dicho sea de paso, ya que pasaron a ser vistas como una incomodidad y algo reprochable.

El trago de los muertos, entonces, simbolizaba y acompañaba una parte necesaria del  rito y del duelo en otros tiempos. En los funerales, representaba especialmente el deseo de los presentes para que el alma que partía entrara a la gloria; que el finado estuviese glorioso, y eso debía ser celebrado de alguna manera, disfrazando así los sentimientos de desconsuelo y el temor que siempre genera en entre los que quedan la partida de quien ha fallecido.

De ese modo, el gloriao permaneció asociado a las exequias del bajo pueblo por largo tiempo; esas con celebración de despedida, en donde los dolientes danzaban, bailaban cueca, comían asado en la tarde y caldo de gallina o cazuela de pavo en la medianoche, brindando y cantando al son de guitarras, para tratar de demostrar al fallecido la alegría de poder rendirle un homenaje en su memoria y a su ingreso a los Cielos... Solo enfatizando este escenario ambiental, cultural y emocional al que pertenecía el gloriao, puede comprenderse su auténtica y justificada naturaleza.

Moustache mofándose del clima festivo que mantenía la fecha del 1 de noviembre, en una revista "Zig-Zag" de 1907..

El restaurante Quita Penas en tiempos cuando estaba ubicado en la calle del Panteón, hoy Profesor Zañartu. Hubo una época en que muchos lo llamaron La Gloria por haber ofrecido gloriao a los deudos y visitantes que llegaban a él.

Bebiendo para pasar "la pena", en las dramáticas escenas del velorio infantil, en el filme "Largo Viaje" (1967).

En todos los casos de consumo funerario, además, el dogma era que el muerto debía ser embarcado al más allá con un buen brindis de gloriao como parte del ceremonial, siendo lo habitual ver este licor presente siempre en un contexto de despedida de un difunto, de homenaje a alguien que ha partido o con una connotación funeraria-religiosa, por lo mismo. Trascendió así a su ambiente rural llegando a grandes urbes y puertos, siendo adoptado en la práctica de familias principalmente modestas y aún estando en plena vigencia a inicios del siglo XX.

En el libro “Patrimonio cultural de la Provincia de Iquique”, escrito por varios autores bajo dirección de Lautaro Núñez y Cecilia García-Huidobro, se confirma también que el gloriao estuvo presente en las tradiciones funerarias de Tarapacá, siendo bebido en las celebraciones de la Fiesta de la Cruz de Mayo, junto a las mistelas. Conservó por allá su asociación con los aspectos funerarios, en este caso con el propio calvario de Cristo de la celebración religiosa.

La dispersión del gloriao llegó hasta Magallanes, inclusive, incorporándose a las tradiciones locales del duelo. La forma de endulzar el trago en este territorio austral se ajustaba al uso de la azúcar quemada, según el investigador e historiador Mario Isidro Moreno. Tal costumbre provendría originalmente desde Chiloé, cuna y cultivo de muchos otros brebajes alcohólicos populares y tradicionales como el licor de oro, el apiao y la mistela chonchina.

Sin embargo, la costumbre de beber el curioso producto típico de honores a los muertos, se fue perdiendo con el tiempo y quedando desplazada por el empleo de vinos navegados y otros parecidos. Entonces, como ocurrió también con la ponchera de vino y fruta picada de los clásicos lupanares devenida después en una botella de pisco con cuatro vasos (la “linterna con cuatro pilas”), el original gloriao calentito mutó con los años a la preferencia por mistelas y las jarras de vino blanco o tinto, a veces arreglados como borgoñas. Del mismo modo, si bien se fue extinguiendo de las costumbres funerarias de Santiago y de otras ciudades, permaneció en vigencia un tiempo más el concepto original y tan campesino de beber “para la pena” en los funerales de los estratos bajos, bien sea con gloriao, mistela o vino.

Algo relacionado con lo anterior, aparecerá años después en “Largo viaje”, filme nacional de culto rodado en 1967 bajo la dirección del Patricio Kaulen, con la actuación de Emilio Gaete, Eliana Vidal y Enrique Kaulen. Se observa allí a la mencionada ingesta de alcohol como consuelo y quitapesares durante un pobre velorio del angelito, en un vetusto conventillo santiaguino. Siendo considerado un hito de la historia del cine chileno, en la famosa y dramática escena los familiares, ancianas y vecinos en el velorio reciben vasos de la extraña bebida “buena para la pena” que reparten los anfitriones y cuyo color oscuro (en película blanco y negro), además de la ebriedad subsiguiente, podría llevar a creer que se trata de vino tinto. Empero, el alcohol está cumpliendo allí el mismo objetivo que se asignaba antes al gloriao: el de quitador de congojas, por excelencia, mientras suenan de fondo cantores populares, coplas y cuecas dentro de la desdichada residencia del bebé que ha muerto.

Por la prioridad hacia los aspectos solemnes y graves que han ido generalizándose en las costumbres funerarias chilenas, muy por encima de los rasgos más folclóricos o tradicionales de otros tiempos, todos esos tragos “mortuorios” con el gloriao a la cabeza, irían desapareciendo paulatinamente de los funerales, incluyendo su identidad asociada a la connotación de duelo más que a una receta de coctelería en específica.

El viejo y tradicional gloriao, el original, preparado con la receta de campo y servido caliente, menguó drásticamente en importancia y presencia hasta casi extinguirse en nuestros días, al menos en el territorio urbano. Ya no solo se hace imposible encontrarlo en Santiago, sino también en muchas zonas rurales en donde antes hacía gala de sí. Incluso se ha vuelto ya cada vez más difícil hallar a los veteranos que alcanzaron a conocerlo en sus tiempos de la gloria del gloriao, sobreviviendo como práctica tradicional solo entre escasos habitantes de algunos poblados y localidades de provincias. ♣

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