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EL DEBUT DEL CINE SONORO Y SUS CONSECUENCIAS EN CHILE

La famosa caracterización de Jack Robin por el actor y cantante Al Jolson en "El cantor de jazz" de 1927, obra que pudo ser conocida en Chile tres años después, con el arribo del filme sonoro. Fuente imagen: sitio The Objetive.

A fines de los años veinte, triunfaba en las carteleras internacionales el actor y cantante Al Jolson (Asa Yoelson) con el histórico filme sonoro “El cantor de jazz” ("The jazz singer") de Alan Crosland. Estrenada el 6 de octubre de 1927 en Nueva York, la película da simbólico inicio a una nueva y revolucionaria época para el cine comercial con la tecnología que iba a dejar en el museo de la historia a las películas mudas.

Era imposible que aquel hito no provocara un fuerte remezón en el ambiente cinematográfico chileno, cuando el cine “parlante” llegó casi como una revelación bíblica a las primeras salas, asombrando al público justo en el período de los inicios de la crisis mundial de los treinta.

Echando cuentas, el cine sonoro era otro hijo de la prolífica época victoriana, o al menos gestado en ella. Trabajos e invenciones al respecto se remontan a fines del siglo XIX, con tecnologías fonográficas intentando complementar imágenes e incluyendo allí a los antiguos kinetófonos, que incorporaban pequeños parlantes puestos en los oídos del usuario. Los primeros formatos proyectados cine sonoro parecen debutar en Francia, con exhibiciones experimentales realizadas en la Exposición de París de 1900 probando la creación de Clément-Maurice Gratioulet y Henri Lioret, quienes habían mejorado notablemente un sistema expuesto durante el año anterior por el inventor suizo François Dussaud, también en Francia, denominado el Fonorama.

Pero la sincronización entre imágenes y sonidos fue un largo dolor de cabeza para el desarrollo eficiente de la tecnología, apareciendo en el camino algunos ingenieros con sus propias innovaciones. El francés Eugene Lauste, por ejemplo, hacia 1906 o 1907 propuso la banda audio-óptica que unía el sonido a la misma cinta de película. Thomas A. Edison, por su parte, propuso desde su taller creativo el famoso Kinetófono o biógrafo parlante de Edison, que estuvo probándose con éxito en Santiago en salas como el American Cinema, de calle Arturo Prat con Alonso Ovalle. Estaba basado en la tecnología discográfica asociada a la filmación. También apareció en el camino la idea del inventor español José Salvador Ropero y su Cinefono, hacia 1915, que se fundaba en la coordinación mecánica entre el registro de audio y la imagen.

El estadounidense Lee De Forest, en tanto, logra en 1919 la primera patente comercial para la banda de sonido incorporada en la cinta film. Esta será la base del desarrollo tecnológico que culminará en el cine sonoro de los años veinte. Había, a la sazón, varios ensayos y proyecciones de prueba con aquella banda de sonido incorporada al rollo fílmico, producidas incluso por el propio De Forest y correspondientes a pequeños cortos con cantos de artistas, presentaciones de músicos, rutimas de comediantes y entrevistas, trabajos salidos desde su productora propia llamada Phonofils.

Sin embargo, para enfrentar la situación de desafíos tecnológicos y ordenar la incorporación de este nuevo recurso técnico en la industria de Hollywood, en 1927 se asociaron los estudios Paramount, Metro-Goldwyn-Mayer, Dos Grandes, Universal, First National y la firma Producers Distributing Corporation, resultando escogida la compañía ERPI como proveedora, misma que hasta hacía poco había trabajado para la Warner Bros. Es un período en el que verán la luz varios cortos y microdocumentales que también forman parte de la primera generación de películas sonoras del mundo, por cierto, algunas de ellas aventurándose a probar ya con guiones y diálogos.

No será hasta aquellos primeros días de octubre de 1929 cuando hace su conquista comercial "El cantante de jazz", golpe formidable de la Warner Bros. producido en  sistema sonoro Vitaphone. Este hito iba a volcar el tablero de la historia del séptimo arte, para siempre.

Si bien "El cantor de jazz" tenía sus deficiencias y algunas truculencias, como pistas grabadas de manera posterior y no originales de la filmación (el sonido base era solo parcial), fue tal el éxito del largometraje que la industria se arrojó casientera en la seducción de la nueva tecnología, tanto en América como Europa, y así se dio por nacida la era del cine sonoro. Es la razón por la que se considera a dicho filme como la primera película sonora en la época del cine con imagen y audio en un mismo soporte. Además, la obra dio impulso al género de las comedias musicales que, hasta entonces, solo podían verse en los teatros y en vivo.

Aunque en nuestros tiempos se intentan instalar interpretaciones sensibles de la obra para con la comunidad negra de los Estados Unidos, principalmente por el icónico personaje Jakie Rabinowitz (Jack Robin) con maquillaje de blackface a cargo de la estupenda actuación de Jolson, lo cierto es que el contenido de "El cantor de jazz" tenía más que ver con la colectividad judía de Nueva York, algo proveniente desde la obra de teatro original y del mismo nombre escrita por Samson Raphaelson, la que había alcanzado probado éxito en Broadway en 1925, ocasión en la que fue protagonizada por el artista George Jessel.

Por otro lado, la alusión étnica del personaje principal de "El cantor de jazz" también se daba en contextos históricos de grandes obstáculos para la posibilidad de que artistas afrodescendientes aparecieran en escena. Así las cosas, el filme más bien vino a crear una oportunidad indirecta de visualización y valoración formal de géneros musicales asociados a dicha comunidad, de alguna manera.

Uno de los primeros efectos del arribo del cine sonoro fue la desocupación de muchos músicos que acompañaban a las proyecciones fílmicas con melodía incidental, generalmente pianistas. Incluso, muchos biógrafos que permanecieron exhibiendo películas mudas o manteniendo horarios selectos con filmes clásicos, con el tiempo optaron por pistas especiales para musicalizar el mutismo de esas obras.

La tecnología del cine con sonido se venía ensayando desde hacía varios años, antes de su debut exitoso a fines de los años veinte. Esta nota de revista "Zig-Zag" muestra el caso del inventor español José Salvador Ropero y su cinefono, en 1915.

Cine sonoro en los teatros Comedia e Imperio, en "La Nación" del 24 de febrero de 1930, poco antes de la llegada de "El cantor de jazz" a las salas de Santiago.

"La melodía de Broadway" en el Teatro Politeama, uno de los primeros filmes sonoros que habría conocido la sociedad chilena. El teatro ya anuncia la proximidad de "El cantor de jazz", sin embargo. Aviso publicado el 25 de marzo de 1930.

Llega al Teatro Carrera la obra musical "La revista de Hollywood", en publicidad impresa del 20 de abril de 1930. En rigor, "El cantor de jazz" no fue la primera película sonora exhibida en Santiago, aunque si se sintió en Chile su influencia internacional y también fue la que causó más impacto en su momento dentro del cine sonoro que debutaba en el país.

"El cantor de jazz", próximamente en el Teatro Victoria de Santiago. Anuncio publicado en la prensa hacia fines de marzo de 1930 en "La Nación".

El cine sonoro llegó rápidamente a estas latitudes del continente, partiendo por Argentina en 1929. Ese mismo año, se produjo allá el corto “Mosaico criollo”, del director Roberto Guidi, paso fundamental para poner al día a América Latina. Como todo punto de inflexión en una revolución tecnológica, además, el resultado fue prácticamente instantáneo y sin retorno, quedando atrás el interés de la mayoría del público por lo que se había conocido hasta entonces en la agónica era del cine mudo.

También como sucede con toda vanguardia, la irrupción del nuevo cine "parlante" dejó de brazos cruzados a muchos de los prodesionales que vivían del modelo laboral asociado a aquellas proyecciones que comenzaba a extinguirse... Esto recién empezaba, sin embargo.

En el caso de Chile, la misma advertencia había quedado hecha con los primeros filmes sonoros que se conocieron por estas tierras, como el musical "Howdy Broadway" de Charles J. Hunt, estrenado en el Teatro Comedia de calle Huérfanos y el Teatro Imperial de San Diego, en febrero de 1930. La obra fue un acierto de la sociedad Videla, Baeza y Cía. Ltda. junto a firma Martínez y Co., además de los productores de la Compañía de Revista Ra-Ta-Plan. Anduvo de paseo por otras salas en el período, ante la atención que dio el respetable a la novedad.

Simultáneamente, circulaba “La melodía de Broadway” ("The Broadway Melody") de Harry Beaumont, recordado también como el primer filme sonoro en recibir un premio Oscar, en su caso por mejor película. La obra era proyectada a inicios de marzo de 1930 con equipos sonoros Werstern Electric en teatros como el Carrera de la Alameda y el Politeama del Portal Edwards. Esta última sala supo explotar la tecnología muy a su favor, presentándose en la publicidad como "el templo del cine sonoro".

En aquellos momentos, "El cantor de jazz" venía atrasado aún, pero en camino: ya había sido anunciado en las carteleras.

Por esos mismos días, la firma Chilena Cinema Corp. avisaba la proximidad de la exhibición de “El cantor de jazz” a las salas nacionales, partiendo por el Teatro Victoria hacia inicios de abril de 1930, el que por primera vez en mucho tiempo iba a prescindir de un músico en la sala durante la proyección del filme. El sistema sonoro empleado en la ocasión era el Genet Sound, que se recomendaba como el mejor de los llegados al país. “El triunfo supremo del cine sonoro”, decía el encabezado de su publicidad en los medios de prensa, segura de la calidad del material. Y, a los pocos días, el mismo filme se exhibía ya en otro teatros como el mismo Politeama y en el O'Higgins de calle San Pablo.

Sin embargo, "El cantor de jazz" tampoco llegó de forma solitaria a Chile a dar por comenzada la proyección de cine sonoro en el país: si bien hizo valer su lugar en la historia de la cinematografía internacional como pionero de esta tecnología, llegaba acompañado por otros filmes sonoros que también pudieron conocerse entonces, tanto los ya mencionados como otros arribados después y con apenas unos días de diferencia, en muchos casos.

Solo unas semanas después de debutar en el Victoria, por ejemplo, la imagen y la voz de Jolson regresaban a las mismas salas chilenas con "El loco cantor" ("The singing fool"), rodada en 1928 por Lloyd Bacon, aprovechando el éxito del filme de Crosland y el renombre de su protagonista. Se estaba en un boom comercial del cine sonoro, pues, acabado de despertar en la sociedad chilena.

Casi al mismo tiempo en que "El canto de jazz" conquistaba la atención de las salas santiaguinas, también se exhibía en el Teatro Imperio otro filme sonoro: "Inocentes de París" ("Parade d'amour (Innocents of Paris)", obra de Richard Wallace con el famoso artista francés Maurice Chevalier hablando, cantando y bailando tal como lo había hecho Jolson en sus papeles. El gran Chevalier podría haber sido recordado con más protagonismo en los recuentos sobre el despertar de la industria cinematográfica sonora mundial, de no ser porque su carrera y memoria se verían lesionadas tras acusaciones de colaboracionismo con la ocupación alemana de Francia, llegando a correr rumores de que iba a ser fusilado en venganza después de la liberación, cosa que no llegó a suceder.

Al mismo tiempo que el público aplaudía "Inocentes en París" y otras creaciones parecidas, "La melodía de Broadway" continuaba rotando por cinemas como el Teatro Carrera. Y muy poco después, arribaba a la misma sala "La revista de Hollywood" ("The Hollywood Revue"), comedia y musical sonora de Charles Reisner, salida de los estudos Metro-Goldwyn-Mayer. Curiosamente, todas estas obras habían sido rodadas en 1929, después de "El cantor de jazz".

En la revolución sonora también tuvo una activa participación en Chile el empresario austríaco Max Glücksmann, con su casa de importación de filmes y varios teatros propios. Con negocios sumando un capital de dos millones de pesos y operaciones extendidas en toda la región subcontinental, su firma comercial tenía oficinas principales en Santiago y otras en diferentes ciudades del país, importando películas con sellos de Paramount, United Artist, Fox y otras de similar importancia, además de llegar a tener la representación exclusiva de compañías como First National Pictures y Warner Bros.

Glücksmann se dedicaba, además, a la importación de artículos fotográficos, radiodifusión y artefactos cinematográficos para cines y productoras, de modo que sus negocios facilitaron la actividad a la industria fílmica nacional y se enredaron con ella.  Muchos grandes teatros del país se construyeron precisamente por las posibilidades que el importador permitió a las proyecciones permanentes para el público, con la masiva llegada de los rollos y tecnologías innovadoras.

La Casa Glücksmann en Chile era dirigida hacia entonces por José Frenkel, también reconocido como un agente activo e influyente del progreso en el negocio cinematográfico. De hecho, Frenkel era el encargado de todo lo relacionado con la importación de las películas hasta los cines que proveía la compañía. De esta manera, no bien fue puesto al tanto de la exitosa recepción del cine con audio, el visionario equipo de Glücksmann inició operaciones para traerlo a Sudamérica, primero en Argentina y después en Chile. Ya en 1929, la firma anunciaba la pronta llegada y proyección de filmes con sonido en las varias salas que poseía en el país, adelantándose con esto a muchos otros competidores que carecían de sus contactos y arrojos para importar con celeridad semejante tecnología al público chileno. La vanguardista compañía también había sido una de las iniciadoras de la industria fonográfica moderna hecha en Chile, además.

Cambiado el referente en las preferencias del público como resultado de todas aquellas novedades, hubo situaciones curiosas en esos mismos años, buscando la adaptación. En febrero de 1931, por ejemplo, se proyectó una versión de lujo del filme "La gloria de un amor" ("Glorioys Betsy") de Alan Crosland y Gordon Hollingshead, en el Teatro Principal de calle Ahumada, ex Teatro Unión Central. Esta obra de 1928 era muda, pero la Chilean Cinema Corp. se las arregló para integrarle una banda sonora con voces para Dolores Costello, Conrad Nagel y los demás actores. La extraña versión híbrida fue presentada el 24 de febrero, en el marco del Programa Ajuria de la compañía, incluyendo en la exhibición un intermedio con "La Marsellesa" cantada en francés, como anunciaba solo unos días antes. 

Empero, otro de los primeros resultados de aquel enorme salto, muy previsiblemente, fue la crisis de las antiguas presentaciones de teatro popular. Los principales afectados sería compañías de musicales, comedias y sainetes, también arrastrados fuera del campo del mercado por la creciente preferencia hacia el filme sonoro internacional. Esto, a pesar de que la depresión económica había retrasado un poco la incorporación y ya comenzaba a sentirse en la economía, la política y orden social de principios de los treinta.

Tampoco tardaron en aparecer los teatros especialmente concebidos para cinematógrafos, caso del Cine Real de calle Compañía, por ejemplo. En contraste, los teatros más antiguos se adaptaron como pudieron para la prioridad que desde ahora iban a tener estas obras en las carteleras. Esto sería el golpe de gracia para los clásicos y románticos biógrafos, esas salitas moribundas que había permitido a la sociedad chilena conocer la magia del cine, desde hacía tres o cuatro décadas.

Películas sonoras en el Teatro Bolívar de San Francisco 179, en diciembre de 1930. Se ofrece un documental con las exploraciones antárticas del famoso almirante Richard Byrd.

Otro aviso de "La Nación" a fines de marzo de 1930, generando expectativas en el público para el estreno en Chile de "El cantor de jazz".

Tras la llegada del cine sonoro, el Teatro Victoria continuó ofreciendo sesiones "selectas" con cine clásico mudo, como esta anunciada en mayo de 1930, cuando recién se desencadenaba la euforia por las películas "parlantes". Hubo varios casos de resistencia a dejar totalmente atrás la romántica era del cine mudo.

El café Olympia de calle Huérfanos, en revista "Zig-Zag". Tenía un pequeño biógrafo en el que siguieron exhibiéndose filmes de la era del cine mudo, a pesar de haber llegado ya la tecnología sonora.

Ni bien se estrenaba en Chile "El cantor de jazz", llegaban a las salas otras películas sonoras como "Inocentes de París", con Maurice Chevalier como protagonista.

Promocional de "Norte y sur", el primer filme sonoro chileno, obra de Jorge Délano en 1935. Imagen publicada en el sitio Cine Chile.

El segundo grave efecto, quizá el más inmediato a la vez que dramático, además de muy evidente y obvio, fue la cesantía masiva de los músicos que antes ponían las notas del piano, violín u otros instrumentos en las salas. Dicho en simple, habían pasado a volverse innecesarios ante el nuevo panorama técnico. Coincidentemente, esto tenía lugar poco después de la reestructuración del Conservatorio Nacional de 1928.

El desolador pero inevitable panorama de los hasta entonces tradicionales músicos de cinematógrafo, es descrito en “Breve historia del cine chileno”, de Jacqueline Mouesca y Carlos Orellana:

Los músicos que durante años se habían refugiado en las salas de cine -que sumaban en el país cerca de doscientas- acompañando la proyección de películas mudas con música de piano, o animando los entreactos, incluso con pequeñas orquestas o grupos de cámara, se ven de pronto condenados a la cesantía.

La victoria del parlante no se dio por cierto, en estas condiciones sin resistencia. Lo combate no solo la gente ligada al teatro o los músicos, que sienten amenazadas las bases mismas de su subsistencia. Surgen también voces disidentes en el mundo intelectual. Un escritor de prestigio como Salvador Reyes, sostiene en un artículo publicado en la revista Ecran que “al darle voz a la imagen se la hace enmudecer. Porque al hablar el artista, la imagen permanece muda”. Hay opiniones que apuntan a problemas que pronto la gran industria tendrá que encarar. En un número de la revista mencionada (30.06.1930), un cronista que no firma su artículo sostiene que el cine “ha sido idioma universal mientras ha permanecido mudo”, pero al crearse el cine parlante “le ha pasado lo que al pueblo hebreo: la confusión de lenguas… Solo que hablan inglés están capacitados para entenderlo”.

La reacción de las autoridades ante el problema fue bastante improvisada y torpe, con medidas calificadas como "absurdas" en su momento, en revistas como la misma "Ecran", en septiembre de 1930. Siguiendo al dedo el tradicional proceder de toda mala doctrina de administración pública, el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo presentó un memorial al gremio de artistas, músico y autores teatrales en donde, además de los planteamientos sensatos y juiciosos, se amenazaba con exigir nuevos impuestos al cine sonoro, con el pretexto de proteger al teatro nacional. Y como en la mentalidad política promedio "lo que no es ilegal debe ser obligatorio", también se quiso forzar a las salas cinematográficas a mantener de todos modos una orquesta implementada. Por supuesto, se trataba únicamente de disparos a la bandada, incapaces de dar con algún objetivo.

 El problema llegó a ser de tal grado que, salvo por el Teatro Principal, el Olympia y otros poso, más uno que otro café con biógrafo, al tiempo casi no quedaban salas ofreciendo espectáculos en vivo ni proyecciones mudas ante la preferencia por el cine sonoro que, como se ve, provenía principalmente de la industria norteamericana; secundariamente, de la europea. De hecho, el Sindicato Profesional Orquestal informaba, en 1932, que había más de 400 músicos cesantes en ese momento, como observa Álvaro Menanteau en su “Historia del jazz en Chile”.

Debieron pasar ocho años de incertidumbre para que muchos de los parados encontraran una mediana salida con la creación por ley del Instituto de Extensión Musical, durante el gobierno del presidente Aguirre Cerda. Al poco tiempo, desde este Instituto verá la luz la Orquesta Sinfónica de Chile, el 7 de enero de 1941, dirigida por el maestro Armando Carvajal y después por Víctor Tevah.

A la descrita situación de los teatros el progreso acarreó otro gran problema adicional, que apuntó sus calamidades hacia los jóvenes y empeñosos cineastas de la primera generación: en un instante, se vino abajo la tecnología con la que se había logrado forjar una incipiente y vehemente industria cinematográfica en los años veinte, poniéndolos de cara a nuevas exigencias de renovación y actualización. El sano impuso que había recibido el cine chileno con los avances del medio, de pronto tambaleaba y caía sin más remedio ni posibilidades de rescate.

Salvo por casos ejemplares como el romanticismo y amor al oficio como era el mencionado Principal, que siguió aferrado a su vieja proyectora con pianista en vivo, la mayoría de las salas sucumbieron a la enorme cantidad de rollos de películas sonoras que llegaban desde el extranjero, especialmente en casos como las comedias musicales, lo que tendría también evidentes efectos cambiando para siempre la situación de los cinematógrafos en el país. La llegada del doblaje al castellano, coincidente con el inicio de la llamada Edad de Oro del Cine Mexicano y las megaproducciones de la Walt Disney Pictures, acabó haciendo el resto.

El resultado de todo aquel viento en contra fue la caída estrepitosa de las pequeñas productoras nacionales y sus proyectos, sumiendo a las artes filmográficas en una difícil y estéril situación que perduró casi toda la década del treinta y aun un poco más, salvo por notables y casi simbólicos esfuerzos intentando revertirla.

Durante el gobierno del presidente Juan Antonio Ríos, se creó el 28 de julio de 1942 y con patrocinio de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), la empresa estatal Chilefilms, cuya razón de ser era facilitar y fomentar la producción de filmes chilenos. Pero el proyecto resultó rápidamente en un fracaso, debiendo ser confiado a manos privadas hacia 1950. Retornó al Estado una década después, para privatizarse nuevamente en 1989.

En tanto, decidido a hacerle frente a la tecnología del audio y empujar a Chile hacia la delantera, el primero en tomar el desafío dentro del país con el cine sonoro fue Jorge Coke Délano. Lo hizo con el filme sonoro “Norte y Sur”, que había sido rodado el año 1934, dirigiéndolo con la colaboración de Gabriel Sanhueza en el guión, protagonizado por Hilda Sour y Alejandro Flores, dos de las más grandes estrellas del teatro chileno.

Como reflejo de la debilidad con que se enfrentaba al progreso, sin embargo, cuenta Enrique Bunster en un artículo para “El Mercurio” (“Años de bohemia”, 1969) que la realización de "Norte y sur" se hizo con tantas carencias y precariedades que hasta usaron un salón de patinaje de la Alameda como improvisado estudio. Algunas escenas hasta debieron ser iluminadas valiéndose de los focos de un automóvil por el entonces muy joven Patricio Kaulen, quien oficiaba como ayudante de producción de Délano.

A pesar de las dificultades con las que la industria enfrentó aquel maremoto tecnológico buscando alcanzar la cota segura, era evidente que el cine mudo, sus florituras románticas, sus textos narrativos intercalados y sus músicos en la sala, a esas alturas habían sido arrastrados por los vientos del progreso, con toda una etapa ya extinta en la historia de la diversión.

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