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APOLOGÍA DEL MUNDIAL DEL 62: "PORQUE NADA TENEMOS, LO HAREMOS TODO"

Imagen del partido mundialista de Chile-Suiza, en el Estadio Nacional. Decía el pie de imagen en revista "Estadio": "Dispara Fouilloux en pleno primer tiempo, cuando Chile perdía uno a cero. Fue una de las buenas oportunidades, pero Elsener sacó al córner en aplaudido salto. Obsérvese la posición de Eladio Rojas, confundido en el área con los atacantes. El volante viñamarino fue una de las figuras del debut".

Es tanto lo que ya se ha escrito, descrito, recordado y especulado sobre la VII Copa Mundial de Fútbol de 1962 realizada en Chile, que casi puede parecer un despropósito al objetivo de estas crónicas traerlo también acá, si no es con una reconstrucción exhaustiva de lo que fue y lo que dejó aquel hito en el imaginario y la realidad nacional. Sin embargo, el Mundial del 62 corresponde a uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la diversión nacional, culturalmente hablando, por lo que su mención se hace necesaria entre el recuento de los grandes episodios de la diversión ocurridos en la realidad chilena; en este caso, también de alcance planetario.

La cantidad de referentes, mitos, hechos y supuestos que instaló en la sociedad chilena convirtieron a aquel acontecimiento en un testimonio envidiable para quienes lo vivieron; acaso un privilegio, como se hace toda presencia ante hechos históricos. Fue, probablemente, el mayor evento colectivo y festivo de Chile después de las fiestas del Centenario Nacional, por lo que también resulta difícil no abordar el tema sin repetir muchas de las cosas ya dichas o las que son menos novedosas en su semblanza, aunque intentando enfocarnos en esos elementos menos conocidos del episodio único -hasta ahora- en los espectáculos deportivos del país, cual valor agregado a una relación sobre el mismo.

Como es bien sabido, después del Mundial de 1950 realizado en Brasil, el retorno del campeonato a Hispanoamérica se anunció en 1956 por la Federación Internacional de Fútbol (FIFA), para el correspondiente al año 1962. Con este anuncio se complacía a quienes presentaban sus reclamos por la realización de dos mundiales consecutivos en Europa: Suiza en 1954 y el de Suecia que tendría lugar en 1958… Pero también era la oportunidad que algunos dirigentes chilenos estaban esperando, para cumplir algo que parecía un sueño.

La propuesta de que Chile fuera candidato a sede de la copa 1962 fue formulada por el entonces dirigente del club Magallanes, don Ernesto Alvear Retamal, padre de la destacada política y ex ministra Soledad Alvear. Había surgido la idea en él diez años antes, mientras estaba en un congreso que organizaba la FIFA en Helsinki, Finlandia, como representante chileno del encuentro. La leyenda dice que la idea le vino en una noche de insomnio.

Cuando Alvear regresó al país, comenzó a tirar las primeras líneas encaminadas hacia tan ambicioso y casi delirante objetivo. Incluso se habría barajado la idea de proponer un Mundial compartido entre Chile y Argentina, según se recuerda, pero esto no logró tomar cuerpo. En el camino, iría encontrando otros interesados que tomaron la posta.

La elección final de Chile, sin embargo, iba a ser posible gracias al enorme esfuerzo de los dirigentes deportivos Carlos Dittborn Pinto y Juan Pinto Durán, cabecillas de la Federación de Fútbol. Mientras Alvear enviaba la solicitud formal a Zurich, Dittborn y Pinto Durán ya inscribían la candidatura chilena a ser sede de la copa en 1954, pagando los 200 dólares que exigía esta matrícula. 

Un par de años después, y superando con sus talentos personales a la históricamente deficitaria diplomacia chilena, ambos peregrinaron reclutando votos favorables entre las delegaciones que se reunirían en Portugal, valiéndose de todos los recursos blancos de las relaciones públicas. Lograrían desplazar así al manifiesto favoritismo que había por Argentina, la principal opción del momento.

Los mismos dos delegados fueron asistidos en esas labores por Juan Goñi S., el posterior jefe de prensa del Mundial don Pedro Fornazzari P. (gran amigo de Dittborn), Nicolás Abumohor, Luis Mesa A., Antonio Alvarado y el cónsul honorario de Chile en Lausana, don Jacques Kimche, quien ofició como supervisor de la oficina de prensa del Comité Ejecutivo Chileno en Europa. También participarían de estas demandas los paladines Manuel Bianchi Gundián, embajador de Chile en Reino Unido, y luego Agustín Prat Valdés, descendiente del héroe Arturo Prat, quien quedó encargado de la organización en Viña del Mar. La larga vida y buena memoria de este último sirvieron para conocer algunos pormenores del despliegue efectuado por la federación chilena en aquella misión de los años cincuenta.

Cuando el Congreso FIFA se reunió el 9 y 10 de junio de 1956 en el Palacio de Bellas Artes Lisboa, Dittborn y Pinto Durán llevaron sus mejores argumentos para convencer a los votantes que faltaban. Las imágenes los muestran apretujados y nerviosos en la mesa de las delegaciones, en aquella ocasión. Tenían aún la sombra argentina encima, cuyo representante y presidente Asociación Nacional de Fútbol Argentino, Raúl Colombo, ya había realizado un magnífico discurso favorable a la opción platense.

Cuando pudo tomar la palabra, entonces, Dittborn aseguró que en Chile existía una afición masiva por el fútbol y una participación relevante en juegos olímpicos, además de la existencia de competencias locales regulares, asistencia segura a los eventos y tornes de la FIFA, un clima deportivo positivo, estabilidad política y gran tolerancia social a credos y razas. Aparece entonces el sentido esencial del eslogan "Porque nada tenemos, lo haremos todo", a veces presentada también como "Proque no tenemos nada, queremos hacerlo todo", divisa que definió la voluntad chilena para con el Mundial del 62. Esta habría sido creación del propio Dittborn, surgiendo en una declaración que hizo al diario “El Mercurio” según Juan Cristóbal Guarello y Luis Urrutia O'Nell en “Historias secretas del fútbol chileno”. Pero hay quienes piensan que parafraseaba la afirmación con la que habría cerrado su exposición en Lisboa el argentino Colombo, para convencer a la FIFA: “Podemos hacer el Mundial mañana mismo. Lo tenemos todo”.

A mayor abundamiento, en su discurso el chileno se atrincheró en la humildad y el voluntarismo como contraste con la oferta argentina. Había agregado a sus argumentos algunas observaciones tales como que la Copa Jules Rimet, como era llamada entonces, debía fomentar el fútbol en los países poco desarrollados, apelando así al Artículo 2° de los estatutos FIFA. Desde el estrado, también dijo con elocuencia las siguientes palabras, reproducidas en medios como la revista "En Viaje":

Han escuchado, señor presidente y señores delegados, la maciza exposición de nuestro contrincante en el pedido de ser país organizador de la Copa del Mundo de 1962. Ellos tienen todo, nosotros en cambio no tenemos nada que ofrecer, pero sí, Chile necesita solamente la motivación, para así, consciente de su responsabilidad, todo lo tendrá para organizar una copa del mundo igual, si no superior a las ya realizadas.

Los detalles de lo sucedido entonces están en el libro “Nuestro Mundial (1962). 50 años de historia”, de la Federación de Fútbol de Chile y la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP):

Con ese mismo discurso, repetido una y otra vez, el grupo chileno ya había logrado aciertos notables durante su gira de convencimiento. En el Chile de hoy, serían reconocidos como los mejores lobistas del país. Por ejemplo, habían conseguido que Italia se abstuviera, pese a los lazos que unían y unen a ese país con Argentina; también, que Francia votara a favor a cambio de retirar la candidatura de Bianchi Gundián a la presidencia de la FIFA, cargo al que también aspiraba el representante galo; y que Inglaterra se abstuviera, pero que las otras naciones del Reino Unido se inclinaran a favor de la postura chilena. Además, un encuentro casual en el hotel en que se hospedaba la delegación soviética permitió que, entre trago y trago en el bar, los chilenos conquistaran ese voto a cambio de que nuestro país se manifestara a favor de que el ruso se incorporara como idioma oficial de la FIFA. Con ello se obtuvo el apoyo de todos los países de la órbita comunista.

Pero Dittborn consiguió el espaldarazo más curioso como pasajero de un microbús cuando se dirigía a ver un partido de la selección portuguesa. El dirigente alguna vez contó que se sentó al lado de un oriental, al que le habló en inglés, pero no se hizo entender. Le dijo algo en francés y ahí supo que era de Vietnam, y nada menos que el representante de ese país en el Congreso de la FIFA que al día subsiguiente tomaría la decisión final. En el trayecto, el chileno se ganó la confianza de su interlocutor, su simpatía y, lo más importante, ...su apoyo.

Realizada la votación, Chile sacó 32 votos, mientras que Argentina recibió solo 10 preferencias, en tanto que 14 delegados votaron en blanco.

Hubo muchos otros detalles insólitos y hasta divertidos en aquella verdadera misión diplomática. Según recordaba también Dittborn, en un momento se pidió votar al delegado de Venezuela, pero este no aparecía: en plena reunión, el representante andaba distraído en otro lado y no respondía a los insistentes emplazamientos del director. Cuando fue llamado por tercera y última vez, Pinto Durán aprovechó la oportunidad y gritó desde su lugar "¡Chile!", sin que el venezolano apareciera.

Disfrutando de su contundente triunfo, entonces, Dittborn y Pinto Durán retornaron a Chile con el premio para todo un país. A continuación, iba a ponerse en marcha una campaña formidable que alcanzó a todos los aspectos imaginables del quehacer humano: publicitario, deportivo, político, social, comercial, etc.

Cabe indicar, sin embargo, que todo aquello sucedía entre grandes incertidumbres políticas y sociales, razones por las que muchos juzgaban imposible sacar adelante semejante empresa. Contra lo que algunos temían o quizá hasta deseaban, y tras grandes dudas que persistieron en los años siguientes, el proyecto tuvo apoyo del presidente Jorge Alessandri Rodríguez, una vez asumido en 1958.

Los principales hombres que impulsaron la cruzada mundialista chilena de 1962: Ernesto Alvear (imagen de revista "Estadio"), Carlos Dittborn Pinto (imagen de sitio Al Aire Libre, de Cooperativa) y Juan Pinto Durán (imagen de Memoria Chilena).

Arriba: miembros del Comité Ejecutivo Chileno del Campeonato del Mundo, en una comida para el cónsul honorario de Chile en Lusana, Jacques Kimche. De izquierda a derecha: Pedro Fornazzari, Nicolás Abumohor, Luis Mesa, Juan Goñi, el cónsul Kimche, Carlos Dittborn y Antonio Alvarado. Abajo: la delegación chilena en el Congreso Pleno de Lisboa, de 1956: Juan Pinto Durán y Carlos Dittborn observan atentos, sentados al centro de la fotografía, junto a los representantes de Bélgica. Imágenes publicadas en la revista "En Viaje".

La venta de equipos de radio y televisión se disparó durante la temporada del Mundial del 62. Esta es la publicidad de una venta de televisores en revista "Estadio", mes de abril de aquel año.

Publicidad de sintonía mundialista para las radios Blaupunkt, también en revista "Estadio". Fueron los otros aparatos más solicitados en el mercado durante aquel año.

Curiosos rodeando las panderetas del perímetro del centro deportivo de Macul, para ver algunos de los últimos entrenamientos de la selección antes de comenzar los partidos mundialistas. Imagen publicada en la revista "Estadio".

No estaban lejos de la realidad las opiniones más pesimistas, sin embargo: los grandes problemas sociales y económicos obligarían a eliminar al peso como moneda en 1960 y reemplazarlo por el escudo, llamado así casi como invocando a algún talismán patriótico o a los espíritus de los próceres para salvar la situación. Para peor, en medio de los preparativos y de las primeras obras, el golpe devastador había llegado con el catastrófico terremoto de Valdivia del 22 de mayo de ese año, tragedia que echó al suelo toda esa zona del país, alcanzando el récord aún invicto de 9,5 grados de magnitud y llevando al Ministerio de Economía a asumir la durísima responsabilidad de sacar del abismo a la nación, ahora con el nombre de Ministerio de Economía, Fomento y Reconstrucción.

Ante el inminente peligro que pesaba sobre la realización del Mundial en Chile y sonando ya los coros de voces disidentes, incluso de altas autoridades, la campaña de la organización se aferró nuevamente al lema de la gloria: “Porque nada tenemos, lo haremos todo” como su divisa. Era la hora crítica para ponerlo a prueba.

La cruzada contó así con el apoyo de dirigentes municipales y regionales, en las ciudades que suscribieron. Y, cuando Dittborn Pinto se acercó al gobierno creyendo que el Mundial ya había sido descartado de plano ante las nuevas circunstancias, pues se entendía que peligraba el financiamiento, se encontró con la feliz sorpresa de que el tozudo presidente Alessandri Rodríguez aún apoyaba decididamente su realización.

Hubo situaciones casi melodramáticas en esos días, derivadas de la pobreza de la República y de la situación menesterosa generalizada. Las limitaciones de presupuesto obligaron a las ciudades sedes a autofinanciar la construcción, preparación y hermoseamiento de sus respectivos estadios; las que no pudieron, debieron marginarse de participar. Otras urbes quedaron descartadas desde el inicio, por los efectos del terremoto: Talcahuano, Concepción y Valdivia. En verdad, por más que se revisa el momento histórico en que todo esto sucedía, parece algo casi milagroso -o acaso una locura disparatada- el haber sacado adelante un Mundial de Fútbol en semejantes condiciones de ruina y angustia.

Se entendía desde el inicio, entonces, que aquel no iba a ser un Mundial de los más relucientes y deslumbrantes, sin duda: podía corresponder, más bien, a uno pobre, con grandes cojeras y precariedades, en gran parte determinado por el momento y el contexto de desarrollo real que vivía el país. Esto, empero, era parte de la misma motivación por cumplir con las demandas.

Por otra cruel coincidencia, los dos organizadores fundamentales del encuentro, Pinto Durán y Dittborn, fallecerían antes de comenzar el campeonato: el primero en 1957, de causas naturales, y el segundo solo un mes antes de la inauguración de los juegos, en un terrible accidente automovilístico. La comunidad futbolística nunca los ha olvidado, ni ha reservado gratitud por ellos. Es por esta razón que el recinto para los entrenamientos y su escuela de fútbol inaugurados en Macul, en junio de 1961, fue llamado desde 1997 como Complejo Deportivo Juan Pinto Durán, en homenaje al dirigente.

Aquel recinto se habilitó para cumplir con la exigencia estatutarias de la FIFA para la copa, respecto a que "los torneos mundiales serán para propender al desarrollo del fútbol en todos sus países afiliados. La gente iba en masa a ver también los entrenamientos de la selección en el Centro Deportivo Juan Pinto Durán, encaramándose por encima de las panderetas para poder observar la cancha.

De la misma manera, el coliseo de Arica fue bautizado Estadio Carlos Dittborn al ser abierto especialmente para el Mundial en 1962. Esto se logró por iniciativa de la Junta de Adelanto y las autoridades municipales de la ciudad, principalmente, luego de que Antofagasta se marginara de participar en el encuentro.

La apuesta tenía también aspectos redituables para la hotelería, las agencias, las empresas de viajes, los transportes, el comercio y la publicidad de medios. En medio de esta fiebre un conocido comerciante confitero de origen judío, Salomón Melnick Mirochnick, más conocido como don Salo, tremendamente complicado con los problemas de abastecimiento del azúcar en la capital por aquel entonces, tuvo la genial idea de comenzar a ofrecer un álbum con láminas coleccionables para pegar, vendiéndolo acompañado de sus golosinas. Titulado "Caramelos Campeonato", con él nacía el primer álbum de figuritas de Chile, con contenido dedicado enteramente al fútbol internacional y al mismo Mundial que sólo estaba a días de comenzar, y ponía en marcha a la empresa que fue todo un hito en este rubro, alcanzando incluso rasgos de valor educacional: Salo S.A., compañía que se mantuvo activa hasta el año 2010.

Inversiones de todo tipo se hicieron en aquellos preparativos entre los medios, en tanto: casas radiales y televisivas avanzaron en pocos meses hacia la adopción de tecnologías de punta, causando una renovación enorme en el desarrollo de las comunicaciones. Los únicos tres canales de televisión existentes en Chile, correspondientes a la Universidad Católica de Valparaíso (Canal 5), la Pontificia Universidad Católica de Chile (Canal 13) y la Corporación de Televisión de la Universidad de Chile (Canal 9), adquirieron nuevos equipos y sistemas para poder hacer algunas transmisiones en directo y contactos más expeditos. De hecho, había sido en gran parte el desafío del Mundial lo que llevó a la última casa nombrada a salir de su fase experimental y comenzar con las transmisiones abiertas, hacia fines de 1960. A su vez, importantes figuras del relato deportivo tomarán el desafío de las transmisiones desde el micrófono: Renato González, Julio Martínez, Sergio Livingstone, etc.

Desde anunciado, el evento deportivo fue tomado como toda una fiesta popular que incluyó otras magnas transformaciones para Santiago, Rancagua, Arica y Viña del Mar, entre la alegría y la expectación. Además del dueño de casa, las otras selecciones que participaban eran Alemania Federal, Argentina, Brasil, Bulgaria, Checoslovaquia, Colombia, España, Hungría, Inglaterra, Italia, México, Suiza, Unión Soviética, Uruguay y Yugoslavia.

El sorteo de equipos fue realizado en el elegante salón del Hotel Carrera, el 18 de enero de 1962. Como ha sucedido tantas veces, curiosamente, el azar dejó en el grupo quizá más difícil a la selección chilena: debía enfrentar a Alemania Federal, Italia y Suiza. Las dos primeras ya habían alcanzado la copa: en 1954 los germanos y en 1934 y 1938 los itálicos. Sin embargo, el director al mando técnico de los seleccionados, el gran Fernando Tata Riera (1920-2010), tomó esto como un desafío más que un peligro o condena del destino, mostrándose optimista.

En ese ambiente y siendo el lugar más importante de la capital para la recepción de los viajeros junto con el desaparecido Aeropuerto de Los Cerrillos (recién comenzaba a construirse el de Pudahuel), la Estación Mapocho no pudo abstraerse de los preparativos y fue objeto de significativas renovaciones y retoques estéticos. Estas mejorías de la terminal de trenes coincidía con sus 50 años de servicios, además. El entonces alcalde de Santiago, don Ramón Álvarez Goldsack, realizó varias otras obras para hermosear la capital durante aquellos meses. Algo parecido sucedió en Viña del Mar, en donde la administración municipal hizo instalar su famoso y simbólico Reloj de Flores en los jardines a los pies del Cerro Castillo, con mecanismo de un modelo Favag de Neuchâtel, Suiza: para esto se retomó una idea anterior del alcalde Gustavo Fricke Schencke, pero ya en los tiempos de Gustavo Lorca Rojas en el mando de la comuna.

Pero el gran beneficiado por la ola renovadora fue, sin duda el Coliseo Deportivo de Ñuñoa, actual Estadio Nacional Julio Martínez Pradanos: obra de Aníbal Fuentealba, Alberto Cormatches y Ricardo Müller, había surgido de un plan ideado y propuesto por el urbanista y arquitecto austríaco Karl Brunner, en reemplazo de los antiguos Campos de Sports de Ñuñoa que existían al norte del mismo barrio. Construido entre 1937 y 1938, fue inaugurado a fines de ese año por el saliente presidente Arturo Alessandri Palma, pero en medio de la monumental y humillante pifia general en su contra por parte de un público, aún choqueado e indignado por la reciente Masacre del Seguro Obrero. Por largo tiempo fue apodado el Elefante Blanco, pues sus grandes proporciones siempre parecían subutilizadas.

Iba a ser ahora su hijo, Alessandri Rodríguez, quien realizaría en el mismo estadio las grandes ampliaciones en los preparativos del Mundial, eliminándose el velódromo alrededor de la cancha (algo que también causó muchas críticas, cuando fue anunciado) y esperando aumentar así sus capacidades a cerca del doble que la anterior. También se habilitó un anillo superior, se suprimió el antiguo pasillo de acceso, se modificó la circunferencia total del pasaje interior principal y se destruyeron escalinatas para hacer otras nuevas, más funcionales. Del mismo modo, debió modificarse la cancha: una inspección realizada en plenas obras reveló que excedía las medidas internacionales.

Casi paralelamente, comenzaron los trabajos de construcción de los vecinos departamentos de la pintoresca Villa Olímpica, que originalmente quería ser llamada Villa Mundial. También formaba parte del plan general de obras, iniciadas poco después junto al Instituto Bacteriológico y cuando las del estadio iban hacia la mitad de cumplidas.

Empero, los infaltables reclamos y protestas reaparecieron por entonces alegando que, ahora que el estadio era más grande, parecía llenarse todavía menos. Incluso circuló por la época el chiste de que, a pesar de las ampliaciones, se había encogido “por las lluvias”. La revista “Estadio”, desaprobaba también las variaciones en el cálculo final del aforo, en su edición de mayo de 1961 y ya casi encima de la apertura del Mundial:

Ahora ya tenemos la última novedad sobre el Estadio Nacional. Puede que sea la última. Ojalá lo sea. Porque cuando se anunció la ampliación de nuestro campo deportivo número uno se dijo que quedaría con capacidad para cien mil espectadores. Posteriormente se habló de que no serían más de 95 mil. Las obras comenzaron y fueron adelantando. Entonces se habló de que solo tendríamos 87 mil. Ahora, última noticia, nos indica que la capacidad auténtica no pasará de 77 mil espectadores. Todos sentados, eso sí.

Es una lástima que los cálculos hayan fallado de manera tan ostensible. Porque pensábamos que con 100 mil localidades quedaríamos estrechos para el Mundial y ahora sabemos que esas 100 mil solo serán 77 mil.

Los abonos comenzaron a venderse por anticipado, los más onerosos a 123 escudos. Sin embargo, desde antes de anunciarse estas ventas, ya había reclamos catastrofistas también sobre lo difícil que iba a ser conseguir estas entradas, anticipando colas interminables en las boleterías. Para peor, retrasos en las terminaciones del Estadio Nacional llevaron a postergar la fecha de entrega formal, pudiendo ser concluido prácticamente al borde de la que iniciaba la actividad formal mundialera, ante la angustia de los organizadores.

También quedaba confirmado, por esos días, el plantel completo de la selección chilena que esperaría a los equipos internacionales bajo la dirección de Riera. Eran los siguientes nombres, entre titulares y suplentes que pasarían a la nómina de laureles de la historia deportiva nacional:

  • Misael Gato Escuti, El Ciego (1926-2005), portero (Colo-Colo)
  • Luis Fifo Eyzaguirre (1939-), defensa (Universidad de Chile)
  • Raúl Sánchez, El Maestro (1933-2016), defensa (Santiago Wanderers)
  • Sergio Checho Navarro (1936-), capitán y defensa (Universidad de Chile)
  • Carlos Pluto Contreras (1938-2020), defensa (Universidad de Chile)
  • Eladio Rojas, El Bombardero de Tierra Amarilla (1934-1991), mediocampista (Everton)
  • Jaime Chico Ramírez (1931-2003), mediocampista (Universidad de Chile)
  • Jorge Chino Toro (1939-), mediocampista (Colo-Colo)
  • Honorino Nino Landa (1942-1987), delantero (Unión Española)
  • Alberto Tito Fouillioux, El Caballero Cruzado (1940-2018), delantero (Universidad Católica)
  • Leonel Sánchez, El León (1936-2022), delantero (Universidad de Chile)
  • Adán Godoy (1936-), portero (Santiago Morning)
  • Sergio Valdés, El Vampiro (1933-2019), defensa (Universidad Católica)
  • Hugo Lepe (1934-1991), defensa (Santiago Morning)
  • Manuel Guerrillero Rodríguez (1939-2018), defensa (Unión Española)
  • Humberto Chita Cruz (1939-), defensa (Santiago Morning)
  • Mario Ortiz (1929-2006), mediocampista (Colo-Colo)
  • Mario Superclase Moreno (1935-2005), delantero (Colo-Colo)
  • Braulio Musso (1930-), delantero (Universidad de Chile)
  • Carlos Tanque Campos, El Cabecita de Oro (1937-2020), delantero (Universidad de Chile)
  • Armando Tobar (1938-2016), delantero (Universidad Católica)
  • Manuel Manolo Astorga, El Goma (1937-), portero (Universidad de Chile)

Habían quedado afuera algunas estrellas de aquella generación del balompié, sin embargo, cosa que no pasó inadvertida en ciertos casos, ya que había algunas críticas también a la preparación física de jugadores ya definitivos. Entre aquellos marginados estuvo el querido Enrique Cua-Cuá Hormazábal (1931-1999), mediocampista del Colo-Colo, al parecer por no querer subordinarse a los estrictos requerimientos disciplinarios de Riera. Por su juventud, en cambio, el centrocampista del mismo equipo, Francisco Chamaco Valdés (1943-2009), tampoco figuró entre los seleccionados sino hasta noviembre de ese año, ya pasado el Mundial. Algo parecido sucedió con el gran Rubén Marcos (1942-2006), apodado el Siete Pulmones, quien fichó por el equipo de la Universidad de Chile justo en esos meses, comenzando a figurar en la selección chilena rápidamente tras este debut profesional, pero a partir del año siguiente. Del mismo club era el defensa Víctor Chepo Sepúlveda (1939-2021), quien fue seleccionado en algún momento pero debió abandonar por lesión.

Aquellos son sólo algunos ejemplos, por supuesto, ya que también quedaron fuera varios de la primera nómina de seleccionados que incluía otros 18 nombres, como: Humberto Mariscal Donoso (1938-2000), defensa de Universidad de Chile; Constantino Titín Zazzali (1936-2018), portero de O'Higgins; Jorge Lucco (1934-2014), mediocampista de Universidad Católica; Hernán Torito Rodríguez (1933-), mediocampista del Badmington F. C.; Luis Nano Álvarez (1938-1991), delantero de Colo-Colo;  Alberto Pollo Valentini (1937-2009), defensa de Santiago Wanderers; Bernardo Flaco Bello (1933-2018), delantero de Colo-Colo; y Fernando Navarro (1935-), defensa del mismo club, entre varios otros.

Llegada del presidente Jorge Alessandri Rodríguez, el ministro Ernesto Pinto Larraguirre y el arzobispo de Santiago cardenal Raúl Silva Henríquez, en la inspección previa a la apertura del Mundial del 62, en el remodelado Estadio Nacional. Fotografía publicada por revista "Estadio".

Vista aérea del remodelado Estadio Nacional en pleno período del Mundial del 62, en revista "En Viaje".

Portada de la edición especial de revista "En Viaje", en mayo de 1962, con el renovado Estadio Nacional a espaldas de la estatua de Caupolicán. Fotografía de Carlos Muller.

Tapa frontal y posterior de la revista "Estadio", 19 de abril de 1962, con los seleccionados chilenos. Lamentablemente, se perdió parte de la imagen. Bajada de las colecciones digitales de Memoria Chilena.

Alberto Foulliux, Honorino Landa y Jaime Ramírez entrenando en Macul, en fotografía de la revista "Estadio", pocos días antes de comenzar el Mundial del 62.

Otra imagen de la histórica selección chilena del 62. Imagen publicada por "La Tercera".

Por fin llegó el esperado día de la apertura, entonces, con toda la ansiedad nacional vertida sobre cuatro ciudades participantes y bajo la atención del mundo. Las delegaciones extranjeras repletaban hoteles y restaurantes, y varias situaciones de camaradería e intercambio tendrían lugar con sus colegas chilenos, en esos días. Las preferencias por unas selecciones u otras a veces pasaban también por la influencia política y la de colonias residentes en Chile. Los inevitables apostadores ya se movían entre las sombras de agencias y mesas de cantinas, lejos del escrutinio público. Y las revistas deportivas como "Estadio", la recientemente lanzada "Gol y Gol" e incluso algunos ejemplares de gacetas argentinas traídos al país como "El Gráfico", volaban de los kioscos cuál si fuesen refrescos fríos en el desierto; incluso tras aumentar sus tirajes de cada edición, según decían.

El presidente Alessandri Rodríguez ha se había hecho presente con su comitiva para inspeccionar el Estadio Nacional previamente a la apertura, acompañado por monseñor Raúl Silva Henríquez y el ministro Ernesto Pinto Larraguirre. Complacido con el cumplimiento de los plazos, el primer mandatario también tuvo palabras especiales para los obreros de tamaña obra, diciéndoles lo siguiente, según transcribe la revista "Estadio":

Os agradezco en nombre de Chile el esfuerzo que habéis desplegado. Sé que jamás hicisteis exigencias. Que no quisisteis sacar provecho en horas ni en trabajos extraordinarios. El Presidente de la República os agradece, como os lo agradece todo Chile.

Era un miércoles 30 de mayo de 1962, jornada inaugural de la gesta, cuando se dan por iniciados los juegos y cumplido el sueño iniciado hacía diez años. La selección chilena llevaba una cinta negra de luto bajo su escudo, en aquella celebración, señal de respeto y recuerdo de Dittborn, el gran ausente en lo que sucedía en esos momentos. Sus dos hijos, Carlos y Juan Dittborn izaron la bandera de la ceremonia inaugural, tomando el rol que debía corresponderle al fallecido organizador. Su ausencia fue algo que se sintió como un fantasma rondando todas las actividades de aquellos días y en las publicaciones de los medios deportivos, de hecho, todos manifestando su gratitud con el malogrado dirigente.

La primera fase del Grupo 1, realizada en el Estadio de Arica, comenzó con el partido de Uruguay Colombia, ganado por el primero dos tantos a uno aquel 30 de mayo. En el día siguiente, La Unión Soviética derrotó por dos goles a cero a Yugoslavia. El 2 de junio, Yugoslavia vencía con tres goles a Uruguay, que solo anotó uno. Y el día 3, la Unión Soviética empataba a cuatro tantos con Colombia.

La fase inaugural del Grupo 2, en cambio, fue realizada en el remozado Estadio Nacional de Ñuñoa, partiendo el 30 de mayo con el partido entre Chile y Suiza, ganado por los locales tres goles contra uno. Siguió en el día 31 con Alemania Federal e Italia, pero los gigantes del grupo empataron a cero. En controvertidas circunstancias, Chile derrotó a Italia dos a cero el 2 de junio, en la llamada Batalla de Santiago; y, para el día siguiente, Alemania Federal venció dos a uno a Suiza. Tres días después, los germanos ganan dos a cero a Chile; y el 7, Italia vence a Suiza por tres goles a cero.

El Grupo C tuvo sus encuentros en el Estadio Sausalito de Viña del Mar, coliseo construido en 1929 pero que también pasó por remodelaciones y ampliaciones para recibir a los equipos mundialistas. Partió con Brasil ganando a México dos a cero, el 30 de mayo. En el día siguiente, Checoslovaquia vencía por la cuenta mínima a España, y el 2 de junio Brasil empataba a cero por Checoslovaquia. En el día 3, España derrotó por solo un tanto a México. El 6 de junio, Brasil vencería a España dos contra uno; y para el 7, México derrotaba a Checoslovaquia tres a uno.

Finalmente, el Grupo D disputó en el Estadio Braden Copper Co. de Rancagua, facilitado por la compañía minera. Este había sido inaugurado a mediados de los años cuarenta, correspondiendo al actual Estadio El Teniente, nombre que recibió después de pasar a manos de Codelco. Comenzó allí la epopeya el 30 de mayo con el triunfo de Argentina sobre Bulgaria, por cuenta mínima, seguido al otro día de Hungría derrotando dos a uno a Inglaterra. El 2 de junio, Inglaterra vence a Argentina con tres goles contra uno. El día 3, Hungría humilla con seis tantos a Bulgaria, que solo logra uno. Sin embargo, el día 6 los húngaros empatan a cero con Argentina, y al día siguiente Inglaterra y Bulgaria terminan con el mismo pobre resultado.

Pasaron a cuartos de final en la segunda fase, de ese modo, las selecciones de Alemania Federal, Argentina, Brasil, Checoslovaquia, Chile, Hungría, Inglaterra, Unión Soviética y Yugoslavia.

Como se puede advertir, desde antes de iniciado el Mundial de 1962 ya arrastraba este una tremenda cantidad de curiosidades, con situaciones únicas que acompañaron todo su desarrollo. Destacó especialmente la mencionada Batalla de Santiago, como se tituló al violento partido de Chile con Italia en la fase primera, uno de los peores que se recuerden en cualquier campeonato de fútbol. Fueron, tal vez, los 90 minutos más tensos en la historia deportiva del país, marcados por faltas, agresiones, combos, pateaduras, acusaciones, reclamos iracundos y reproches a la actuación del juez del partido, quien en varias ocasiones parecía estar completamente sobrepasado por el clima beligerante. Todo había comenzado con la tensión generada por artículos periodísticos publicados en Italia antes del encuentro, con críticas a la capital chilena que encendieron la mecha al mezclar legítimas observaciones sociales, ya por sí mismas lesivas a la soberbia criolla, con otras expresiones más insultantes e innecesarias.

Otro hecho singular -y muy poco recordado ya- ocurrió en cuartos de final. Chile venía de perder con Alemania Federal, pero ganó por dos goles a uno a la Unión Soviética. Recordaban algunos veteranos que este partido tuvo la particularidad de dividir al público de izquierda, atento a las transmisiones que se hicieron aquel domingo 10 de junio. El periódico “El Siglo” había elogiado con gran zalamería a la selección del país bolchevique durante toda su estadía en el país, sabiendo que Alemania Federal estaba entre los favoritos. Sin embargo, en el día decisivo, el medio comunista había optado por ser leal a su propia casa y apoyar al cuadro de Riera.

Empero, con aquella jugada quedó a la deriva un sector “duro”, comprometido e ideologizado, más simpatizante de la Unión Soviética solo por filiaciones ideológicas. Al quedar descalificada la selección rusa tras perder con Chile en Arica, entonces, hubo hasta lágrimas entre algunos de ellos, recibiendo burlas, acusaciones de antipatriotas e incluso pequeños amagos de peleas desatados en algunos establecimientos o centros de reunión en donde se juntaba el público.

Pero de los hechos más extraños y pintorescos (o al menos lo serían en algún Mundial realizado de otra parte del mundo) fue la irrupción de un típico quiltro huacho en el Estadio Sausalito de Viña del Mar, que alcanzó fama internacional al invadir la cancha en otro partido de cuartos de final: Brasil e Inglaterra, arbitrado por el francés Pierre Schwinte. Esto también ocurrió ese día 10 de junio.

Detallando, el marcador estaba en un tenso dos a uno favorable a Brasil, en aquel día. De pronto, se metió el perrito negro y algo lanudo al pasto, obligando a suspender el partido algunos minutos. Llamado Bobby por algunos, el can escapaba de los jugadores que intentaron acercarse para sacarlo de la cancha, entre miles de risas del público. La persecución se mantuvo hasta que el inglés Jimmy Greaves se puso en posición de “cuatro patas” y de manera cariñosa lo llamó, consiguiendo que cayera en la trampa y se acercara. Greaves aprovechó la oportunidad y se arrojó sobre el manso quiltro, que fue llevado a manos de un empleado, aunque el asustado animal dejó en la camiseta del británico una gran mancha de orina… 

Continuó el partido pero, sin que alguien pudiera preverlo, la hinchada de Brasil había interpretado como cábala o presagio de buena suerte al incidente del can. Pocos minutos después, Mané Garrincha -con uno de sus certeros disparos desde fuera del área- puso el tanto definitivo y aseguró la clasificación del Scratch du Oro a semifinales. El aturdidor marcador de tres goles contra uno mandó a la selección inglesa de regreso a la isla de Albión y al impertinente Bobby hasta los salones de la inmortalidad en la historia internacional del fútbol.

Jugadores italianos intentando bajar las tensiones del belicoso partido con Chile apodado la Batalla de Santiago, entregando obsequios al público. Imagen de la revista "Estado", en un artículo lamentando lo sucedido.

El travieso perrito Bobby en la cancha del Estadio Sausalito, en pleno enfrentamiento de Brasil con Inglaterra. Fuente imagen: sitio de T13.

El triunfo de Chile que eliminó a Rusia, en revista "Estadio". A la izquierda, Toro es levantado por Fouilloux y un espectador. A la derecha, la recién derrotada selección de la URSS se retira de la cancha de Arica.

Leonel Sánchez y Fernando Riera, abrazados al final del encuentro Chile-URSS en Arica, celebrando el triunfo. Imagen publicada en la revista "Estadio".

Brasil, celebrando ser bicampeón del Mundial de 1962 en el Estadio Nacional, tras vencer a Checoslovaquia. Página de la revista "Estadio", con el capitán carioca Mauro Ramos levantando la copa de la Diosa Dorada.

De inmediato, entonces, los brasileños comenzarían a pedir que se ubicara otra vez al perro, convencidos de que su intervención accidental había influido de alguna manera sobrenatural en el resultado del encuentro, tal vez más por jugarreta que por auténtica certeza. Insistieron hasta que por fin los organizadores lograron ubicar al travieso Bobby. Teniendo al perro como mascota, entonces en la semifinal Brasil derrotó a Chile en Santiago por cuatro a dos, el 13 de junio.

Ese mismo día, Checoslovaquia hacía lo propio con Yugoslavia, por tres a uno en Viña del Mar. En consecuencia, Chile y Yugoslavia tenían que disputar el tercer lugar. El encuentro se realizó el 16 de junio en el estadio de Ñuñoa: a pesar del buen rendimiento de la selección balcánica, Chile se impuso con solo un gol, conquistando el tercer puesto que es, hasta ahora, el más alto y meritorio alcanzado por el equipo nacional en la historia de sus participaciones en los mundiales de fútbol.

En el día siguiente, en la final disputada también en el Estadio Nacional, Brasil venció por tres a uno a Checoslovaquia, en el inolvidable día 17 de junio. La selección carioca, a pesar de haber tenido que prescindir de su estrella Pelé tras lesionarse en el partido con Checoslovaquia en primera fase, coronaba su brillante desempeño en Chile y conquistaba su segunda máxima copa después de la ganada en el anterior campeonato de 1958, pasando a ser, así, bicampeón mundial.

El capitán brasileño Mauro Ramos pudo levantar la Copa Jules Rimet en el Estadio Nacional, esa tarde, dejando históricas imágenes para el aplauso internacional. Era la copa del diseño estilo art decó en oro, con la representación de la diosa Nike, símbolo de la victoria que siguió entregándose hasta 1970.

De tan asombrosa manera, entonces la Copa Mundial de Fútbol de 1962 quedó en las manos de la verdeamarela y se fue hasta Brasil por  otros cuatro años. Iba a bordo del mismo avión en el que los campeones llevaron a Bobby, su recién adoptado can de la suerte ya rebautizado Bi (por los bicampeones mundiales), aún seguros de que había favorecido el destino de la poderosa selección.

Concluía uno de los Mundiales de Fútbol más curiosos y controversiales, con digno final para el mismo, sin duda, del que hemos hecho pasar acá solo algunos ítems de su larguísimo anecdotario, o más bien legendario a estas alturas.

Dejamos al margen, entonces, muchas de las increíbles precariedades que a veces sorteaban con ingenio los organizadores, así como las historias sobre las travesuras de jugadores extranjeros en los hoteles y barrios recreativos, el caso de los discos que se editaron y publicaron después con los relatos de Julio Martínez, el celebérrimo "Rock del Mundial" del grupo The Ramblers (que fuera la segunda canción nacional de la temporada), las identidades de los cientos de hombres que quedaron en las tinieblas a pesar de haber formado parte de tan extraordinario episodio de vida deportiva chilena, los personajes excéntricos que saltaron a la fama popular durante el mismo y en diferentes instancias, o las polémicas que nunca se llegaron a conocer del todo sucedidas entre dirigentes y autoridades en plena realización del evento... Esos son temas para confiar a los expertos, sin duda, existiendo ya buenos trabajos al respecto como "1962. Los secretos del Mundial imposible", del periodista Enrique Covetto.

Sí puede darse por sentado, sin embargo, que el calor y la energía dejada por el Mundial de 1962 perduró largo tiempo más en la sociedad chilena, clavándose hasta lo más profundo del imaginario colectivo con sus realidades y también sus muchas idealizaciones. Además, el encuentro fomentó la creación de nuevas canchas de barrios, la práctica a nivel estudiantil y, según algunas creencias, tuvo el descrito efecto en la proliferación de radios y televisores en bares y restaurantes populares para verlo en directo, de acuerdo a lo que recordaban algunos testigos.

Muchos hogares también tuvieron por primera vez alguno de aquellos aparatos durante el mismo período, pues las tiendas los habían estado ofreciendo con gran publicidad, como la tienda Radar de Bandera y Agustinas, que vendía televisores Westinghouse. Mientras, algunas casas como la relojería Gabor, de Estado 48, premiaron a sus clientes con sorteos de estos aparatos. La presencia de modelos de radios propios de principios de los años sesenta, guardadas entre las reliquias familiares de hogares actuales, también se debe a la gran cantidad de aparatos receptores que se vendieron en esos meses.

A todo aquello se debe sumar el negocio de las miles y miles de banderas, banderines y accesorios para el público que se fabricaron a propósito de lo mismo; o las guías turísticas, cámaras y rollos fotográficos vendidos en masa por entonces, además de la cerveza, vino y gastronomía. Correos de Chile había lanzado sellos conmemorativos para celebrar la ocasión, además.

Sintetizando el esfuerzo de aquella gesta, el italiano Ottorino Barassi, a la sazón Vicepresidente de la FIFA, escribió por entonces para un medio de su país un artículo después reproducido en “Estadio” (“1962, año del milagro de Chile”, 1963), citado también en el texto conmemorativo “Nuestro Mundial”:

Antes que 1962 pase a la historia demos una ojeada al acontecimiento futbolístico más importante del año: el Campeonato del Mundo disputado en Chile. El calificativo lo merece por los resultados verdaderamente excepcionales conseguidos. Recordemos solo de pasada que la asignación de la competencia a Chile dio lugar a discusiones de todo género y en algunos casos también a protestas hacia la FIFA por haber dado a la gran competencia mundial una sede presuntamente inadecuada. Se deploró la insistencia en la designación de pequeños países, faltos de la necesaria capacidad, se habló de seguros desastres financieros, se aseguró que, por primera vez, las asociaciones participantes no obtendrían ni siquiera el reembolso de sus gastos, etc. Todo esto, a decir verdad, se agudizó después del desastroso terremoto que asoló a Chile, haciendo suponer que el país, por las obligaciones de la reconstrucción, quedaría imposibilitado para hacer salir un solo dólar de sus arcas fiscales. Nos alarmamos por una presunta insuficiencia receptora, se juzgó severamente el escaso cupo de los estadios y su precaria condición técnica.

Contra tales aprensiones se levantó fiera la voz de protesta de los chilenos y fueron confirmadas las seguridades por parte del Gobierno. Después se comprobó que disponibilidades en los hoteles había más que suficiente: nadie durmió al aire libre, nadie quedó fuera de los estadios estando premunido de su billete. Las canchas de juego y la organización se revelaron excelentes, como de hecho eran. No hubo dificultad en los transportes. Existió, en definitiva, una organización no inferior a ninguna precedente edición de la Copa Jules Rimet. Alguien tocó el tema del disgusto de algunos equipos participantes, porque Chile estaba más lejos que Brasil, quien había organizado la Copa en forma elogiosa en el 50, olvidando que la velocidad de los aviones había acortado la duración de los viajes, aumentando su comodidad.

A pesar de todo, crónicas actuales seducidas con la idea de decir algo nuevo o incluso ridiculizar valores que estiman conservadores (aun en la pueril circunstancia del patriotismo u orgullo nacional asociado a meras euforias deportivas y competitivas), han pretendido menospreciar el tremendo sacrificio y la vanidad de la generación del Chile de 1962, con su Mundial de Fútbol. Todo recurso sirve para esto: repasar sus detalles oscuros (como si acaso fueran algo excepcional en los mundiales de fútbol), enfatizar la sobrevaloración del evento en la historia deportiva del país, señalarlo como causa sociológica de que el pueblo chileno se conforme con terceros lugares o “triunfos morales”, etc.

Incluso se ha echado mano a criterios algo anodinos para respaldar aquella fijación, como contar recaudaciones y concurrencia de público a los partidos. En efecto, estos y otros criterios han sido esgrimidos como factores evaluadores para esbozar la idea de que el Mundial del 62 fue, sino uno de los peores, derechamente el peor de la historia o un fracaso rotundo.

Pero, aunque infaltables aguafiestas derramen en el futuro nuevos ríos de saliva amarga para quitar relevancia a la hazaña del Mundial del 62, con las soberbias de pretensiones revisionistas mediantes, será difícil opacar la fuerte huella que dejó en la historia chilena tan extraordinaria cruzada, no solo en lo estrictamente deportivo: también como referente cultural, artístico, literario y hasta musical. Esto, por supuesto, va más allá de las reales sobrevaluaciones y fabulismos tejidos sobre el mismo; esos de naturaleza más patriótica o romántica que honesta, pero que también enriquecen su leyenda.

...“Porque nada tenemos, lo haremos todo”.

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