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TONIS, PANTOMIMAS Y AVENTURAS DEL CIRCO CRIOLLO MODERNO

Elenco de artistas y músicos de la compañía del Circo Popular de Santiago, año 1917. Imagen publicada por la revista "Sucesos".

Las compañías de circo había experimentado un vertiginoso desarrollo como opción de espectáculo en Chile durante la segunda mitad del siglo XIX, en gran medida por la proliferación de grupos artísticos más profesionales que en períodos previos. También se debió a las temporadas que muchos de ellos hicieron junto a titiriteros y actores de teatro bufo, logrando gran popularidad en la ciudadanía. Durante la Guerra del 79, además, hubo varias presentaciones de este tipo especialmente llevadas a los soldados de batallones y regimientos en campaña.

De esa manera, los elencos de las compañías y las propias empresas circenses avanzaban hacia la siguiente centuria dejando atrás el concepto más primitivo de los volatines o de los teatros de diversiones que les dieron origen. Pasaban ahora a las variedades de números en los llamados circos de “segunda parte” que, entre otras características, agregaron a las funciones típicas una tanda especial de pantomimas y musicales, representando hechos históricos, comedias y dramatizaciones varias.

No todo sucedía en Santiago, por supuesto: una vez construido el Teatro Municipal de Valparaíso, este fue lugar de un sinnúmero de presentaciones memorables. Destacaron allí artistas del trapecio como los hermanos Lees, con un infartante número llamado “El salto por la vida”, en 1862. También se presentó en aquel escenario la entonces famosa familia Buislay. Existen afiches de las colecciones de la Biblioteca Nacional de Santiago demostrando que tenían un sitio de importancia en estos espectáculos algunas agrupaciones niponas, además, como la Gran Compañía Imperial Japonesa y la Real Compañía Japonesa Sutsuma's, cuyos integrantes vestían elegantemente a la usanza samurái.

Aquellas compañías incorporan también a las murgas, correspondientes a pequeñas orquestas carnavalescas que solían ser integradas por miembros del mismo equipo artístico pero con otros roles principales. Usando instrumentos de viento (trompetas, tubas, cornos, clarinetes) y de percusión (bombos, platillos, cajas), colocaron la característica música del circo basada en marchas militares, fanfarrias, redobles y arreglos de canciones populares. Las primeras murgas podían ser tan pequeñas como la cantidad de personas necesarias para dos trompetas y un bombo o tambora, en la "prehistoria" de las orquestas u orfeones de circos. Fueron reemplazando también a la música del clásico organillo Calíope, que estuvo tradicionalmente asociado a las ferias de diversiones y parques de entretenimientos o juegos de otras épocas.

Entre aquellas curiosas orquestas, hubo algunas que trabajaban en el Norte Grande haciendo espectáculos en ciudades y salitreras, formadas frecuentemente por habitantes de las mismas. Muchos de estos músicos, familiarizados con los instrumentos durante sus servicios militares, influyeron también en la formación de las bandas religiosas que pueden observarse en las fiestas de santos patronos como la Virgen de las Peñas, la Virgen de La Tirana, San Lorenzo de Tarapacá, Nuestro Señor de Mamiña, San Pedro de Atacama o Nuestra Señora de Andacollo. Encontraban buenas oportunidades laborales en ellas y en los carnavales, mientras participaban también como músicos de circos, compañías y funciones especiales, además de las hechas en campamentos militares durante la guerra. Es por esta razón que algunas dianas y fanfarrias de las fiestas patronales chilenas son hasta hoy, en esencia, las mismas que se podían escuchar tanto en cuarteles como en carpas de circos populares.

Se sabe también que hubo compañías enviadas desde Santiago y Valparaíso para entretener a las tropas durante sus períodos en campamento y vivaqueo sin novedades en los teatros de la misma guerra. Algunas de estas agrupaciones habían sido improvisadas por civiles funcionarios, queriendo contribuir de alguna manera en la situación bélica.

A mayor abundamiento, los artistas que el Ministerio de Guerra contrató por entonces eran elencos de circos que hoy identificaríamos como típicamente criollos, además de maestros titiriteros y teatros de comedia, tragedia, sainetes y operetas. Muchos de ellos ni siquiera recibían algo importante por sus servicios, más allá de transporte, precario alojamiento y alimentación más algunos exiguos pagos: habían llegado a ofrecerse como voluntarios, deseosos de hacer su propio aporte patriótico, de la misma manera que algunos curas corrieron para llevar el apoyo de la fe a las tropas y muchos sastres y costureras hicieron fila para ayudar a fabricar uniformes.

Otra curiosidad es que, en los períodos invernales o sin actividad de las primeras carpas circenses, las bandas y murgas ofrecían tocar despedidas en los cementerios, a veces esperando a los cortejos en sus puertas o de camino al camposanto. Parece haber sido un oficio bastante conocido en algún período de la historia popular chilena, del que aún quedan algunas creencias y relatos orales en el mundo circense. Así, los músicos eran incorporados al grupo de deudos previo acuerdo de pago, dignificando con los compases un poco más la partida de cada fallecido.

Las grandes carpas tan características del gremio y útiles a la mayoría de los climas, comienzan a aparecer recién en aquel período, cubriendo el círculo o picadero rodeado de galerías que había nacido con los primeros grandes circos venidos al país. La carpa de lona había sido inventada en los Estados Unidos a principios de la centuria, pero pasada la mitad de la misma ya se usaba en Chile haciendo más cómoda, segura y atractiva la presentación de los espectáculos circenses.

A pesar de las precauciones y del desarrollo de la seguridad en las funciones, sin embargo, en 1892 tuvo lugar la primera tragedia circense de un trapecista de la que se tenga registro en Chile, en el Gran Circo de don Julio F. Quiroz. Correspondió a la caída mortal de Domingo Segundo Flores, mientras realizaba presentaciones en las instalaciones de paso por Valparaíso.

Volante promocional del Circo de la Libertad, anunciando sus funciones de gimnasia y equitación en calle Dieciocho de Santiago, para el domingo 2 de octubre de 1864. Avisos antiguos en las colecciones de la Biblioteca Nacional.

Artistas, galerías y ambientes íntimos del Circo Nelson en 1908, en imágenes publicadas por la revista "Sucesos".

Izquierda: El tony Condorito, otro de los más célebres payasos clásicos chilenos. Derecha: El tony Chalupa en fotografía publicada por la revista "Zig Zag", considerado por algunos como el primer payaso "moderno" y con el estilo característico que tiene el género en Chile. Imágenes de los archivos de la Biblioteca Nacional.

Don Sócrates Capra, importante empresario del mundo teatral a inicios del siglo XX, y la familia Pacheco, acróbatas del Gran Circo Americano de Variedades Delphin & Feltorelli. Imagen publicada en la revista “Sucesos”, abril de 1910.

Avisos de espectáculos en la revista "Teatro i Letras", abril de año 1910. El Gran Circo Ecuestre Inglés se estaba presentando en la Plaza Brasil. Los circos ecuestres fueron, junto con los volatines, los principales promotores del modelo de circo moderno en el país.

Páginas de la revista "Sucesos", anunciando presentaciones de importantes circos internacionales en el Teatro Politeama de Santiago: el Circo Alemán y el Shipp & Feltus, ambos en 1912. Publicadas por Memoria Chilena.

El tony Panqueque con un contrabajo y atuendos del folclore mexicano. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.

Ese mismo año, hacia sus últimos meses, llegó hasta la plaza enfrente de donde estará después el Mercado de la Vega Chica el épico Circo Océano de los hermanos Nelson, al que se refieren Manuel Abascal Brunet y Eugenio Pereira Salas. Se valía de un gran local cuyo espacio aparece en fotografías antiguas, hacia donde estaba la Plaza de los Artesanos, actual Tirso de Molina.

Refiriéndose a la historia del carnaval de la cuaresma, autores como Maximiliano Salinas recuerdan también el caso del payaso Chorizo, uno de los primeros clowns en Chile y quien hacía presentaciones en el Teatro Santiago en 1896, considerándose sus rutinas de mal gusto, irrespetuosas e indignas. Mucha de la actividad circense, de hecho, debía cargar con estos prejuicios y estigmas que insistía en prenderles la élite ciudadana, como sucedería por la misma época con las funciones teatrales cómicas y las obras de sainetes o zarzuelas, en general.

El referido personaje del clown cobró importancia desde el período del cambio de siglo, dada la influencia de las revistas parisinas en estas formas de espectáculos. La revista "Zig-Zag" explicaba las diferencias con el payaso más tradicional en un artículo titulado "El arte del clown", en enero de 1914:

El "payaso", según Larousse, es el que divierte al público con sus torpes fingimientos, su aparente imbecilidad y sus gestos ridículos.

El "clown" es otra cosa. Divertir al público por medio de gestos y de extravagancias es excelente; pero excitar su risa por las dislocaciones y las volteretas acrobáticas, por fantasías abracadabrantes y las frases espirituales, es diferente de lo otro y significa un arte más delicado, más grande y, aún puede decirse, digno de admiración, ya que el "clown" puede realizar el prodigio de arrancarnos una carcajada, alegrándonos quizá muchas horas de nebuloso hastío.

Con algo de arlequines, de Pierrot y de mimos, los clowns había surgido con la llegada de artistas circenses del llamado Gugusse hasta Londres y Nueva York, en donde quedan catalogados con aquella denominación anglo y así se expanden hasta otros países. Varios adoptaron también la modalidad de ser clowns acróbatas.

A todo esto, dado el paulatino crecimiento de la ciudad hacia el lado norponiente de Santiago, en un sector llamado La Palma al final de la calle Las Hornillas, hoy avenida Vivaceta, comenzaron a realizarse funciones hípicas, corrales de títeres, presentaciones artísticas y carreras informales de caballos del mismo período, además de otras presentaciones. Este llano fue adquirido después para la construcción del Hipódromo Chile, ya a principios del siglo siguiente.

Aunque la publicidad ha acompañado desde sus orígenes al circo chileno a través de los afiches, la propaganda del mismo siglo se valía de los llamados convites o desfiles típicos de la respectiva compañía circense en su entrada en cada pueblo o ciudad, tradición que se mantuvo por muchas décadas. Tales invitaciones y promociones se hacían como una convocatoria o exposición directa ante el público de cada localidad, en donde pasaban en fila artistas, bestias y vehículos que cargaban al circo desmontado, ante la mirada entusiasta de las familias y especialmente de los niños, quienes corrían detrás de los payasos desfilando al son de la orquesta. Siguiendo la tradición mundial, estas caravanas o pasacalles eran toda una carnada para las muchedumbres, que se agolpaban en las aceras a mirar el paso de las festivas y musicales revistas artísticas.

Todos los elementos distintivos y folclóricos que dieron forma e identidad a tales espectáculos en Chile, entonces, se forjaron en aquellas etapas iniciales con el resultado que veremos ya en esplendor desde finales del siglo XIX y por gran parte de la siguiente centuria. Era, pues, la genuina consolidación popular del histórico circo criollo, con celebérrimos exponentes como don Federico C. Bravo y su Circo Bravo.

En la configuración del espectáculo también se consolida con fuerza el concepto del señalado “circo con segunda parte”, muy típico en Chile y correspondiente a aquellas compañías que dividían sus repertorios en dos partes o jornadas. La función principal estaba compuesta por las clásicas o tradicionales rutinas circenses: payasos, magos, acróbatas, equitación, trapecistas, adiestradores de fieras y muchos otros números, llegando a exhibiciones de boxeo inglés, lucha romana y “fortachones” imitados de los circos franceses. La función secundaria o “segunda parte”, en cambio, era la correspondiente a presentaciones más relacionadas con la cultura popular, el folclore, la pantomima musical y las representaciones escénicas.

Aquel plus en la cartelera se debía a la buena cantidad de público que podían asegurar diariamente algunas compañías, viéndose en necesidad de hacer dos espectáculos diferentes por día y aprovechando al máximo las jornadas de trabajo en cada lugar en donde clavaran sus estacas. Podríamos suponer también que las “segundas partes” tuvieron mayor influencia para y desde el modelo de teatro de variedades, con números más relacionados con el espectáculo adulto, artístico y serio. De esta manera, los circos también están en la canasta gestacional de lo que serán los futuros shows de clubes o boîtes de Santiago y de otras ciudades del país.

Ya a principios del siglo XX, famosos circos como el de don Miguel Todorovich se trasladaban por las ciudades en caravanas de carretas tiradas por bueyes, sorteando caminos y distancias. Un miembro de la compañía familiar, el domador Lazlo, incluso trabajaba con osos amaestrados, por lo que el paso de tales animales enjaulados debió ser sensacional en esos años. Cierta fotografía histórica muestra a esta familia circense sobre un gran carretón en el que van sobre partes desarmadas de las estructuras, llevando con ellos los instrumentos de la murga, así que es de imaginar la alegre y musical procesión en que se daba en este peregrinar.

Otra descripción del período la aporta Baltazar Robles en un artículo para la revista “En Viaje” (“El circo y sus grandes valores”, 1971):

A comienzos de siglo -en pleno apogeo- alzaban sus blancas lonas en las riberas del Mapocho. Las carteleras mostraban elencos y anunciaban las funciones. Allí estuvieron en sus respectivas ubicaciones y por muchas temporadas en ambos lados del río, los circos Hassán, Océano, Vidal, Bravo, Pabellón de Atracciones, Feria de Novedades, y el enorme Circo Teatro Nacional que ocupaba parte de la Plazoleta del Mapocho.

En los solares de 10 de Julio, donde corría la “acequia grande”, populosa barriada que comprendía la Plaza Nueva (hoy Plaza Almagro) cuyo sector lo llamaron “El Barrio Latino” estuvo la sede transitoria de grandes circos nacionales; y más aún sus empresarios organizaban “el convite” en vísperas del debut, una costumbre ya desaparecida que se aplicaba en pueblos y ciudades. “El convite”, como ceremonial de propaganda, permitía dar a conocer los valores de la Compañía y se iniciaba con un desfile de coches victorias con caballos y la banda de músicos a la cabeza de la pintoresca caravana.

Si bien los payasos criollos ya eran muy populares hacia 1890, es el mismo período de inicios del siglo XX cuando han surgido algunos de los más famosos representantes del oficio, acaso los precursores de las características que después tendrán los típicos tonis nacionales, entre los que estuvieron Federico Yáñez, del Circo Bravo; Augusto Escobar, que se presentaba como Corrito; Florentino Alarcón, el tony Pantruchi; y Nicolás Maturana, quien además era poeta, pintor y comediógrafo.

Antonio Gómez, en tanto, el famoso tony Pipiripí, fue uno de los que empezó más joven y así permaneció entre los activos por más largo tiempo, trabajando todavía a sus sesenta años, en 1950. Y agrega Robles a la nómina de tonis: “La leyenda popular dio fama heroica a un compañero del viejo Martín Montes de Oca, el argentino, cuando el tony Chasca se mató al saltar del trampolín durante una función en un circo de Mapocho”… Otra de las primeras víctimas del rubro.

Aviso de prensa para una actividad del Luna Park (actual Plaza Tirso de Molina) en enero 1930, con la despedida de Chile del Circo Dunbar & Schweyer.

izquierda: don Enrique Venturino Soto, célebre dueño del Circo de las Águilas Humanas y del Teatro Caupolicán. Derecha: la familia Farfán, el clan de trapecistas más famoso e internacional de Chile, en imagen de la revista "En Viaje".

Izquierda: El tony Bernardo Maluenda, más conocido como Tachuela (viejo), acompañado del payaso enano Pintín. Derecha: Manuel Sánchez, icono del circo chileno y fundador del Sindicato de Artistas Circenses en 1935. Imágenes de los archivos de la Biblioteca Nacional.

Equipo de pantomima del Circo de Miguel Todorovich, con disfraces de vaqueros e indios pieles rojas. Imagen del archivo de Eladio Lavalovich, expuesta en la muestra "Circo Chileno" de la Biblioteca Nacional (2011).

Avisto de agosto de 1934 en "La Nación", anunciando el inicio de la temporada invernal del Winter Circus en el Teatro Balmaceda de calle Artesanos, por entonces aún llamado Reina Victoria.

Buckingham Circus presentándose en su carpa levantada en Bandera esquina General Mackenna, en aviso de prensa del 12 de octubre de 1940.

Las famosas caravanas con pasacalles o "convites" que anunciaban la llegada de un circo a alguna localidad o comuna. Imagen publicada por la revista "En Viaje".

Publicidad a las presentaciones circenses de la Compañía de Variedades Lux, donde aparecen entre los artistas Chito Faró, Yolanda Carter y Violeta Parra con el pseudónimo de Violeta Mayo. De los archivos de la Biblioteca Nacional.

Por cierto, el nombre de tony para designar a los exponentes de este divertido tipo de payasos, los “augustos” en versión criolla, ya se había popularizado en Chile y en otros países vecinos gracias al impacto y atractivo provocado por las presentaciones del clown inglés Tony Grice (Joseph Thomas Grice), según todo indica. Era la estrella de circos internacionales como el Royal y el Price, con gran nombradía durante la mitad más reciente del siglo XIX. Así, los desgarbados y más harapientos tonis chilenos conectados con esta tradición humorística, actuaban en principio como el payaso torpe y bobo de cada número, aunque más ingenioso e interactivo con el público. Solían acompañar en el show a un clown serio y elegante, contraste y disparidad que desataba la situación hilarante en la pista. El mítico clown Pollito Pérez (Héctor Pérez Garcés) y el famosísimo tony Caluga (Abraham Lillo Machuca) hicieron quizá la dupla más genial del circo chileno en esta modalidad de rutinas.

La capacidad de pasear el circo por el territorio con todas sus estrellas, tendrá otros ejemplos notables en esta época: en 1902, por ejemplo, debutó por primera vez una compañía de artistas en la isla Robinson Crusoe (todavía llamada por entonces Más a Tierra) del Archipiélago de Juan Fernández. Los músicos del equipo celebraron allá el 18 de septiembre con música de acordeón, bombo y triángulo, instrumentos con los que lograron tocar alguna cueca acompañados por acróbatas y payasos. Otros, en esos años, aún cruzaban desiertos en plena época de la fiebre salitrera, ya sea como compañías de otras ciudades o bien comparsas fundadas por los mismos trabajadores y residentes de las oficinas mineras.

Sin embargo, el circo se verá involucrado en hechos trágicos de la historia: luego del terrible terremoto de Valparaíso en agosto de 1906, que cobrara la vida de unas 5.000 personas, dos compañías levantaron sus carpas no para acoger la alegría, sino para albergar la desgracia, recibiendo en su interior a millares de personas damnificadas y sin refugio. Estos fueron el Circo Inglés, del empresario británico Frank Brown, y el Circo Franklin, del chileno Sócrates Capra, dejando en la historia nacional un emotivo hito de enorme trascendencia para la relación del pueblo chileno con el mundo circense, mucho más allá de las luces de espectáculos.

No fue el único caso destacable en el período: antes de la infame Masacre de Santa María de Iquique, en diciembre de 1907, los trabajadores de la huelga se habían reunido a discutir su situación y descansar bajo la carpa del Circo Océano, que realizaba presentaciones en el terreno aledaño a la escuela y la Plaza Montt (hoy Mercado Centenario), en donde ocurrió la dantesca matanza. Se decía que mujeres y niños permanecieron ocultos allí y que muchos obreros fueron atacados o apresados en la carpa, poco después de consumado el masivo asesinato en la explanada de la escuela, a pesar de los desesperados intentos de interceder por parte de nobles personajes locales como el vicario apostólico de Tarapacá, Martín Rücker Sotomayor.

Hubo también episodios pintorescos relacionados con el mundo circense, dejando importantes huellas. Desde el famoso Circo Corales, por ejemplo, surgió la figura del Sr. Corales, el típico director-presentador. Su nombre referiría al mítico Juan Corales González, oriundo de El Monte, recordado como el mejor y más grande presentador de pista de Chile. Imágenes suyas lo muestran, en 1915, como un señor delgado y de estampa elegante; pero, con el tiempo, su figura o, genéricamente, la del Sr. Corales en los circos, adoptó la chaqueta militar, un gran bigote mostacho y hasta sombrero de copa, atributos que parecen provenir de los circos internacionales, trascendiendo a su gestor fallecido a fines de los cincuenta.

La Sociedad Teatro Circo Nacional, fundada en 1909, fue otro gran avance en el desarrollo del rubro. Por su lado, el director y artista Ítalo Maldini, haría a la sazón sus giras con la compañía Piccolo dei Torino. Como miembro de la familia circense y titiritera Dell’Aqua, don Ítalo se presentó por varias décadas en el país, montando obras con títeres que reproducían episodios militares de la historia chilena, como la Batalla de Maipú, el Combate Naval de Iquique, la Toma de Pisagua y otras. Estos números habían adquirido renovada popularidad en la época, en diferentes compañías, siendo frecuentes en muchos otros circos y espectáculos.

Con el circo convertido en tal opción profesional de actividad, muy superior a los antiguos y pequeños volatines de su génesis, artistas de renombre comenzaron carreras o afianzaron parte ellas bajo las carpas de colores. Así, varias compañías y troupes se armaron con artistas que compartían el quehacer con espectáculos de corte más folclórico, escénico o patriótico como los comentados. Otros grupos de artistas destacaron como familias exponentes a nivel y recepción internacional del oficio, especialmente los acróbatas, caso sucedido con los Pacheco de la compañía de Capra, con los Castro y después con los míticos trapecistas Farfán.

Varias características del espectáculo se ampliarán y definirán por entonces. El payaso, o más bien el tony, ha ido adquiriendo tintes cada vez más localistas y en la sintonía cultural chilena. El maquillaje clásico o de tipo "americano" en cada uno de ellos, se desarrolla y diseña de manera que queda convertido en el sello individual e irrepetible para cada artista. Al mismo tiempo, algunos nombres asociados a estas artes con rasgos tan propios profundizan su notoria diferencia con la descrita tradición del clown. Nacía así el tony chileno, con la forma y el estilo que conocemos hasta ahora. El intercambio de los tonis y de otros artistas del circo con la escena de España, Argentina o Perú, además, fue agregando más progresos al rubro.

De entre aquellos pioneros de la cara pintada, vale destacar el caso de Alberto Díaz, el tony Chalupa, uno de los primeros en adoptar, cultivar y fomentar ciertas características que serán definitivas y comunes al típico tony chileno, además de ser el más famoso y trascendente expositor de estas artes de su tiempo. Díaz también tuvo incursiones en teatro revisteril y el cine, formando parte de una generación de payasos criollos en la que estuvieron otros personajes como el Chorizo Beltrán, famoso hacia los mismos años que brillaba bajo las luces su colega Canarito Maturana.

Robles estira lista de famosos payasos del período con otros grandes exponentes del humor circense como Eduardo Montes de Oca, conocido como Machaco; Luis Veloso, el tony Panchulo; Segundo Bravo, el Nueve y Media; Humberto Gallardo, el payaso Gallito; Emilio Rodríguez, Chalupín; Adrián Flores, el tony Cigarrito; Manuel Rueda, el tony Gamba. Y, ente los mártires de esta generación, estuvo Caquito, fallecido durante una gira por el altiplano boliviano, y Juan Ossa, el tony Lechuguín, que murió hallándose en Caracas.

Tampoco puede pasarse por alto el aporte de humor paralelo al de los tonis realizado por otros maestros de los números circenses, caso de artistas como Javier Villafañe, un diestro titiritero quien adquirirá gran fama y prestigio ya a mediados de los años treinta, recorriendo Argentina en una vieja pero adornada carreta apodada La Andariega y tirada por caballos, para ofrecer sus espectáculos de manera itinerante. Además, ya en la madurez, Villafañe estuvo ofreciendo un curso de títeres en la Escuela de Temporada de la Universidad de Chile, en 1944.

Desde pasado el Centenario Nacional, en tanto, la infaltable orquesta de circo había comenzado a sumar a sus repertorios de marchas, cortinas o figuras algunas piezas más festivas de jazz, foxtrot, charleston, mambo y rumba, características de la actual música bajo las carpas. Eran, en muchos casos, casi las mismas piezas que podían oírse en las fiestas y bailables de la bohemia, dado el intercambio de músicos constante entre los ambientes de recreación, remolienda y celebración popular.

En el mencionado Circo Todorovich, por su lado, se realizaban desde temprano los espectáculos de pantomima, arte que iba siendo incorporada progresivamente a la oferta cirquera. Los artistas se presentaban en la arena vestidos con trajes de fantasías: sultanes, gitanos, gauchos, indígenas y vaqueros, otra característica que, quizá, haya influido en el surgimiento de agrupaciones de bailes religiosos usando disfraces con temática culturales específicas en las fiestas patronales, como pieles rojas, cosacos o árabes.

Como se recordará, en aquel entonces las oficinas y pueblos salitreros seguían siendo visitados asiduamente por las compañías circenses del primer tercio del siglo XX, dada la gran cantidad de familias y niños que había aún en ellas, durante las últimas décadas del auge de la industria de los nitratos. Algo parecido había sucedido con poblados mineros de la plata del Norte Chico, formándose comparsas de similares características y disfraces.

Una dupla de oro: fotografía del famoso tony Caluga y su colega el clown Pollito Pérez. Imagen de los archivos de la Biblioteca Nacional.

Gran fiesta homenaje al equipo de los Flying Behrs en el circo del Caupolicán, septiembre de 1943, anunciada en el diario "La Nación".

Viejo trapecio de ensayo, para los artistas circenses. Colecciones del Museo del Circo Chileno.

Fachada del Teatro Caupolicán, con el Circo de las Águilas Humanas anunciado en las marquesinas, durante su temporada 1951-1952. Fuente imagen: colección fotográfica del teatro.

Argollas de malabares y clavas hechas de alambres, hacia 1940. Presentes en la exposición "Años de Circo" de la Biblioteca Nacional (2011) gracias a la gentileza de Pedro Pontigo.

Traje de clown, monociclo corto y monociclo "girafa" (mezcla de giro con jirafa). Colecciones del Museo del Circo Chileno.

Chonchón, anafre y roldanas. Los circos antiguos, por carecer de iluminación interior, permitían entrar gratis a la gente que traía chonchones, pues ayudaban a darle luz al recinto y eran colocados alrededor de la pista. Era común que los artistas  antiguos del circo portaran anafres como el de la imagen para cocinar tras bambalinas su comida. Las roldanas de madera eran utilizadas para levantar las carpas de los circos. Piezas presentes en la exposición "Años de Circo" de la Biblioteca Nacional, gracias a la gentileza de Pedro Pontigo.

Traje de clown de Roberto Cartes Díaz, el "Clown Bufarrete" del Circo Chamorro. Las chalupas son piezas "hechizas" de 1920, y estaban en la exposición gracias a la gentileza de Pedro Pontigo.

Las pantomimas de las “segunda parte” se iban combinando astutamente con teatro, danza y coreografía, parecidas a un musical en donde se representaban también hechos históricos, sucesos, fantasías, leyendas, epopeyas e incluso crónicas de prensa roja. Había en ellas un frecuente acervo de la figura popular del roto chileno, símbolo que también se ve reflejado en la identidad de los tonis chilenos, entre los que era corriente incluso la representación del rotito o del curadito para las rutinas humorísticas, todavía entre artistas de nuestro tiempo.

Hubo otras interesantes propuestas de pantomima circense con actores y bailarines disfrazados en diferentes estilos, de acuerdo a los presupuestos de cada compañía. A los indios y vaqueros del equipo Todorovich, se sumaba el mencionado Circo Corales con su grupo de pantomima de gauchos; y las presentaciones de Emilio Beltrán y familia, que aparecían ante el público ataviados con trajes alusivos a vaqueros del Lejano Oeste. Evidentemente, la influencia base de estas propuestas provenía del cine, con otros elementos estéticos tomados desde películas mexicanas y argentinas que eran populares en ciertos biógrafos y teatros de entonces.

El centro de eventos de la Plaza del Luna Park, enfrente del barrio de los comerciantes de Mapocho, sería pronto un importante sitio de presentaciones de circos, de la misma manera que lo fue después Alameda con General Velásquez. Ya a fines de los años veinte, llegan también a la ribera mapochina compañías como el Circo Dockry del tony Perico, popular y querido payaso que daba el nombre al show. Para el verano de 1929, la compañía había contratado a la familia artística Pacheco y ofrecía también el sainete humorístico “La feria de Sevilla” en el mismo lugar.

Otros circos que pasaron por el Luna Park fueron el Dumbar y Schweyer, seguidos del Gran Circo de Berlín, que incluía paseos de elefantes y camellos, además de poseer varias fieras temibles. También hizo funciones allí el Circo Americano de Fieras.

Perico regresó a Mapocho de la mano de la Empresa Hinojosa en febrero de 1930, con el Circo Tony Perico, “el primer conjunto circense chileno” que, a esas alturas, ya era un habitual en esa pista. El elenco de artistas de esta compañía incluyó, en diferentes temporadas y entre muchas otras atracciones, al entonces sensacional contorsionista alemán Otto Plat, al humor de Rita y Ritita, el ventrílocuo Illanes, a la troupe Cavallini, el contorsionista Solano, el domador Enrico Cavallini con sus fieras, los divertidos clowns Angelito y Alfredy, los hermanos Almarza, los Blünder y los Vistor, el ilusionista Gorgy, el acróbata Suazo, trapecistas como los Salinas y los Ventura, las hermanas Arias, la tiradora al blanco Tina Martin y el payaso Bombilla, que actuaba con Perico en la pista.

También serían muy concurridas las temporadas de presentaciones del Circo Spadoni en el Pabellón Delicias, ubicado en la Alameda de las Delicias vecino al Palacio de la Moneda, entre Morandé y Teatinos, en donde está ahora la Plaza de la Ciudadanía. Este circo de origen alemán fue tan importante como para aparecer en el filme “Variete” con el actor Emil Jannings, en 1925. Tenía más de 80 artistas y animales exóticos como elefantes y osos, además de ofrecer números ecuestres.

Ya en tiempos posteriores, destacarían en la categoría de circos con “segunda parte” figuras del folclore nacional mostrando sus artes en la rueda: Chito Faró y su inolvidable “Si vas para Chile”, los Hermanos Campos, Yolanda Carter, los Huasos de Pichidegua y Los Cordilleranos. Los hermanos Parra también comenzaron su carrera en esta clase de shows: Violeta Parra usaba allí el pseudónimo Violeta Mayo, mientras que su hermano menor, Oscar Parra, uno de los primeros payasos-cantores del circo nacional, se hacía llamar tony Canarito.

El tony Nicolás Maturana, por su parte, sería el primer payaso-poeta popular de Chile, tocando las estrellas en los años veinte y treinta, aunque su currículo comenzó casi con el siglo. Hallándose en Estados Unidos como corresponsal de “La Nación”, el periodista, escritor y miembro del grupo artístico Los Diez, Alberto Ried Silva, visitó el Circo Barnum en donde vio trabajar a Maturana con un curioso número llamado “Ursus Sudamericano” (por un personaje de “Quo Vadis”) en el que, vestido de soldado romano y valiéndose sólo de su fortaleza, lograba voltear un toro cogiéndolo por los cuernos. Recibía diez dólares por cada número. Y agrega Enrique Bunster que, tras su “estatura rechoncha, nariz aplastada y ojos de hipnotizador, ocultaba tanta capacidad mental como fuerza bruta”.

Sin embargo, Maturana decidió volver a Chile con la tripulación de la nave Angamos, como también verificó Ried en 1918: la nostalgia por su tierra de San Felipe superó su instinto aventurero. Aunque además de payaso Maturana fue funcionario de la Legación de Río de Janeiro, secretario, animador de fiestas, pintor acuarelista, malabarista y bibliófilo, su poema “La vida del tony” dejó las huellas más profundas en la memoria del gremio circense. Sus colegas lo recitaron por décadas, y ha servido de réquiem para despedir a muchos payasos fallecidos. Iniciaba así sus versos:

Es el tony en esta vida,
a quien Dios destinó a sufrir;
pues tiene que hacer reír,
aunque tenga su alma herida.
Y con su sonrisa fingida,
tiene penas que ocultar,
y si el tony pudiese hablar
y contar sus amarguras;
hasta las almas más duras,
podrían con él llorar.

Al ver mi cara pintada,
todos ríen con placer,
sin llegar a comprender,
que mi vida es desgraciada.
Si lanzo una carcajada,
todos creen que es de alegría
y no comprende su alma impía,
que mientras más riendo estoy,
es un paso más que doy,
en pos de la tumba fría.

Varios de los acá nombrados participaron en las presentaciones circenses de la Compañía de Variedades Lux, además. Y Manuel Sánchez, otro icono histórico del circo chileno, fundó por su lado el Sindicato de Artistas Circenses, en 1935. Y aunque también pertenece su caso ya a otra época, se observa un nuevo período de apogeo profesional durante la década siguiente con el célebre Circo de las Águilas Humanas, del empresario de espectáculos Enrique Venturino Soto, al que instaló con casa estable en su Teatro Caupolicán de calle San Diego tras haberlo adquirido.

Esa fue la parte del desarrollo que tocó a la actividad circense chilena hacia el cambio de siglo y un poco más allá, de la que quisimos dejar algo aunque sea con este breve e incompleto repaso. Se halla más información sobre estos periplos en fuentes como “Años de circo” de Pilar Ducci, quizá el más valioso documento producido sobre el tema y de enorme utilidad para lo que acá se ha expuesto.

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