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PEPE VILA: EL MAESTRO DE LOS MAESTROS

 

Pepe Vila siendo joven, hacia 1900, en imagen de la Casa Heffer. Publicada después en “La Lira Chilena”, en 1905.

Es asombroso el desdén con el que la memoria de las candilejas chilenas ha observado a la impronta dejada por Pepe Vila, quedando reducido a algunos trabajos biográficos hoy difíciles de conseguir y a muy escasa información disponible en medios masivos, a veces también imprecisa. Sin embargo, el legado existe: el de un hombre que fue capaz de imponerse en la escena nacional con expresiones populares que eran miradas con menosprecio por la moralista, algo puritana y a veces aspiracional sociedad de los días de bonanza salitrera.

Al respecto, el médico y periodista Antonio Orrego Barros hizo un gran aporte en la revista “En Viaje” (“Pepe Vila hizo reír a toda una generación”, 1963):

Entre mis recuerdos más lejanos aparece la figura delgada, de aire quijotesco y regocijado, de Pepe Vila.

Su expresión picaresca en los labios y sobre todo sus largas y sarmentosas manos que, movidas de arriba hacia abajo, lentamente en expresiones hilarantes que traducían más que las palabras, una comicidad que nadie que lo conoció, dejará de recordar.

Actuaba en el viejo teatro Santiago, con los palcos en uno y otro lado del escenario, avanzando por el fondo hasta reunirse en la entrada de la platea. Sobre los palcos, un segundo piso de tertulias y más arriba la galería.

Era un teatrito acogedor, mas la sociedad lo estimaba de mal ambiente, pues ir a las tandas de Pepe Vila era tomar mala fama, debido al desprestigio social que ellas tenían.

¿A qué se debía el que fuera así considerado?

La severidad mojil en las costumbres, el recato en los hogares, no aceptaban ese ambiente por estimarlo chabacano.

José María Vila había nacido en España en 1852, en una casa de la entonces llamada calle Príncipe del entonces pueblo de Onteniente, en Valencia. La suya era una familia acomodada y muy religiosa, al punto de tener algunas hermanas vistiendo el hábito.

Sus primeras actuaciones las realizó interpretando a uno de los pastorcitos que aparecían en las tradicionales fiestas y autos sacramentales de moros y cristianos, en un tablado de la plaza pública. Con su característica sonrisa y  la “cara de chiste”, tras completar estudios comenzó a involucrarse con las artes que lo apasionaban, trabajando con diferentes compañías y tomando la decisión de partir a América en 1887, para hacer giras con presentaciones de zarzuela dentro de un grupo itinerante de artistas.

Versátil y muy activo, en sus aventuras Vila cultivó prácticamente todas las formas del teatro popular de esos años: opereta, sainete, zarzuela, género “chico”, comedia, etc. También se haría un declamador extraordinario, disciplina de moda en aquellas décadas.

Era un hombre adulto cuando llegó a Chile con la compañía viajera, en 1895, presentándose en el Teatro Olimpia y el Santiago calle Merced, en donde mismo había estado hasta poco antes el primer Teatro Politeama. Su estadía iba a ser provisoria, pero no tardó en notar que se le abrieron nuevas puertas y que era muy valorado en el ambiente, dado el esplendor que él aportó de inmediato y por el aprecio del público que lo llegó a idolatrar. Resolvió quedarse, entonces, por los siguientes 40 años que le quedaron de vida. “Amo esta tierra como mi segunda patria, pero mi gran deseo sería volver a ver el campanario de la iglesia de mi aldea”, diría una vez, con lágrimas en los ojos.

Su nombre era tan adorado en las carteleras que se lo tenía por garantía de éxito en cada obra. Convertido ya en el cómico favorito del público santiaguino, recorrió completo el país con sus presentaciones e incluso saliendo de las fronteras. Su calidad actoral fue lo que dignificó aquellas expresiones plebeyas de los teatros.

La generación de actores a la que perteneció Vila en las tablas chilenas coincidía con la de exponentes de la talla de Manuel Díaz de la Haza, Miguel Muñoz, Leoncio Aguirrebeña, Joaquín Montero y Rafael Pellicer… Tiempos en los que el Municipal seguía siendo lo más apropiado para la alta sociedad y su gusto por la ópera o la lírica en donde, como diría Orrego Barros, “cuando aparecía un grupo de bailarinas en escena, era de mal tono que las niñas lo miraran”, por lo que “los jóvenes desde la platea se entretenían observando en los palcos a las niñas que, movidas por un resorte, apartaban la vista del escenario como si el espectáculo estuviera al fondo de la platea”…

Moralina y represiones sociales que trazaban líneas estrictas de aceptación para con la vulgaridad escénica en los tiempos de Vila, como se puede deducir.

En las “tandas” del Teatro Santiago, sin embargo, no había esa clase de fluidos picantes que el público del Municipal pretendía achacarle arrugando la nariz. A las obras de Vila se acudía correctamente vestido, con trajes españoles; no había bailes de mujeres como hubo antes en el Politeama, menos aún desnudos. Empero, el problema era que el Santiago fue la excusa que muchos infieles daban para ir, en realidad, a casitas de huifa o visitar a sus amigas “comiquillas”, creando con esto un pesado estigma sobre el pobre teatro que solo aspiraba a entretener al pueblo.

A pesar del alto estrato sociocultural del que provenía Orrego Barros (era hijo del Dr. Augusto Orrego Luco y de la escritora Martina Barros), o quizá debido a eso mismo según pensaba él, no tuvo temores al escarnio por asistir a las funciones de Vila:

La primera noche que fui, al entrar a la sala, sentí esa impresión que experimentó Aladino al internarse en la cueva misteriosa.

En cuanto miraba no venía nada extraordinario. Una orquesta amenizaba el acto. Se levantó el telón, aparecieron los artistas y en bien cortados versos, empezó a desarrollarse al compás de la orquesta, en bien timbradas voces, el argumento de la zarzuela de sano e hilarante desarrollo.

Pepe Vila fue recibido con una salva de aplausos. Su presencia invitaba a reír y reí de buenas ganas. Pasé una noche inolvidable, regresé a casa prometiéndome volver el próximo domingo. El dinero que invertía en caramelos lo destiné a las tandas del teatro Santiago.

A pesar de todo, un sector de la crítica nunca toleró las picardías zarzueleras ni el desparpajo de sus rutinas. Como en una sociedad dominada por pacaterías e hipocresías es fácil ganarse adversarios, el crítico de “El Chileno” del 24 de febrero de 1897 definía ya entonces a Pepe como un “cómico de mala ley” y mostraba cínica decepción de que “un actor bastante aplaudido, descienda al nivel de un titiritero cantando coplas inmundas que llegarían a hacer ruborizarse de vergüenza al más corrompido”, según lo que observa Maximiliano Salinas en “¡En el tiempo de la Chaya nadie se enoja!”.

Retrato de Pepe Vila en 1898, probablemente hecho por el ilustrador Luis F. Rojas, en la revista "La Lira Chilena".

Aviso de los cigarrillos "Pepe Vila", en publicidad de la revista "Sucesos", 1904, cuando su nombre estaba totalmente posicionado entre el público.

Botarga publicitaria de los cigarrillos "Pepe Vila" en Valparaíso. El corpóreo se encuentra rodeado por algunos niños. Imagen de revista "Sucesos", 1904.

Pepe Vila en 1905, dando vida a uno de sus muchos personajes. Imagen publicada en la revista "Zig-Zag".

Postal fotográfica de J. M. Sepúlveda con el edificio del Teatro Santiago, ex Politeama, a inicios del siglo XX. Fuente imagen: colecciones de Pedro Encina, Flickr Santiago Nostálgico.

Aviso de la obra "La Fiebre del Fonógrafo" del popular actor Pepe Vila, satirizando sobre la moda de estos aparatos en 1905. Vila fue la estrella principal del Teatro Politeama y luego del Santiago, en el mismo lugar. Imagen publicada en la revista "Zig-Zag"

Un primer gran traspié lo acosó en aquellos promisorios y joviales momentos, primero comprometiendo su salud con un malestar que dejó resentimientos crónicos en su vida, y luego afectando su desempeño profesional cuando había ido a probar suerte en el ambiente de bohemia incontenible de Valparaíso. La revista "La Lira Chilena" de la primera quincena de agosto de 1898, explicaba la situación de Vila en esos momentos:

Lo tenemos de nuevo entre nosotros, pero no ya festivo ni alegre ni mucho menos haciendo las delicias del público tandero del antiguo Politeama, sino enfermo y abatido.

En Valparaíso, donde Pepe residía últimamente, la fortuna le fue adversa, y los dolores físicos hicieron presa de su poco robusta constitución.

Alejado de las tablas en fuerza de sus dolencias, el artista mimado del público de Santiago vio nublado el presente, miraba oscuro el porvenir.

Pero la noticia de sus quebrantos llegó a tiempo a oídos de sus compañeros de arte y antes que ninguno a oídos del noble filántropo empresario del teatro Olimpo, don Juan Ansaldo, que se trasladó al vecino puerto para ofrecer generoso auxilio al distinguido artista que yacía agobiado por la desgracia.

Y lo trajo a su lado, a su propia casa, donde vela cariñoso por su saludo y por su bienestar.

Ansaldo y los artistas del Teatro Olimpo organizaron también una función a beneficio de Vila. Las recaudaciones y atenciones permitieron enfrentar en mejor posición sus padecimientos y, a continuación, restaurar sus opciones de trabajo que casi habían naufragado en tales desgracias. Volvería a ser, pues, uno de los hombres más activos y queridos del ambiente teatral de la época, además de un ejemplo de esfuerzo y tenacidad.

Por entonces, el nombre de Vila sonaría especialmente por los personajes cómicos que interpretó en piezas como “Alta mar”, “Los hugonotes”, “El vendedor de pájaros”, “El bateo”, “La verbena de la paloma”, “La viejecita” o “La marcha de Cádiz”. En 1900, además, fue parte de la zarzuela “Viento en popa”, en la inauguración de la nueva sala del Teatro Santiago, su segunda casa a esas alturas.

Un artículo de la revista “Sucesos” (“La vida de la farándula”, 1914), recuerda también cómo Pepe aseguró el éxito de muchas obras de autores chilenos en las que trabajó, entre ellas “El pago de la deuda” de Víctor Domingo Silva, el monólogo “En la antesala” de Ángel Gargari o “El Macul” de Rivas Vicuña y Sepúlveda.

A pesar de su sentido de humor y su versatilidad, tras bambalinas el risueño actor era muy puntual, metódico y exigente. Esto no impedía que fuera un hábil creador, con mirada aguda y eficaz para resolver los problemas más difíciles que podían presentarse en el ejercicio teatral, los que no suelen ser pocos. Varios de los personajes en las obras que interpretó fueron producciones suyas, prácticamente, completando con su propia creatividad los guiones poco desarrollados o cojos. Los más recordados y graciosos fueron el cesante de “Viento en popa”, Luis el Tumbón, el fresco de “Alta mar”, el borrachín de “La Macarena”, un sujeto inglés en “Patria Chica” y un profesor de “El Seminarista”, todos ellos ejecutados con tanto talento y humor que nadie pudo reemplazarlo bien en los mismos roles.

Pepe ponía un esfuerzo de estudio considerable en cada papel, además, al punto de hacerse amigo de un vecino huaso ñuñoíno y pasar largo tiempo con él observando sus modos y entonaciones, para cuando le tocó interpretar a un campesino chileno en “Las últimas flores” de Ramos, otra de las más divertidas zarzuelas que se le recuerdan.

A inicios de 1901, Vila también se presentó con su compañía como parte de los números que amenizaron la Exposición de Higiene de Santiago. El semanario ilustrado “Pluma y Lápiz” (“Pluma i Lápiz”, en la ortografía de época) del 20 de enero, celebraba la actuación del elenco:

En el fondo del Picadero, convertido hoy en pabellón de la Exposición de Higiene, se ha improvisado un teatrito de verano, donde Pepe Vila, la Marín, la Vilita, José Saullo y Chupito Vila, todo lo más favorito de los zarzueleros de Santiago, trabajan con un entusiasmo digno de mejor causa y ante un público no poco numeroso que parece perderse diseminado en el vasto local. Como detalle sugestivo, el tablado de esta zarzuela ligera, demasiada ligera, se alza al lado de las exhibiciones de una escuela modelo de Instrucción Primaria.

Durante ese mismo año, tuvo lugar un gran incendio en el entonces famoso restaurante Tour Eiffel, en la esquina nororiente de San Antonio con Monjitas. Su prestigio lo había hecho frecuentado incluso por el presidente Federico Errázuriz Echaurren hasta muy poco antes de su muerte, siendo descubierto algunas veces allí por periodistas a pesar de sus extraños intentos por hacer pasar inadvertida la vida bohemia y vividora que, según se cree, lo sentenció también a la tumba. En el lugar del siniestrado centro culinario se levantó una nueva sala, a continuación: el Teatro Edén, inaugurado por Vila y su elenco el 7 de diciembre de 1906. Su escenario se mantendría activo por más de 20 años, cambiando de nombre a Teatro Nacional y luego Teatro Alhambra, este último con biógrafo, acabando destruido en otro incendio de la misma esquina por algún extraño sino.

Pepe también había estrenado el Teatro San Martín con una actuación suya, espacio ubicado en la esquina suroriente de Bandera con Santo Domingo. Aquella obra inaugural tuvo lugar el 19 de enero de 1905. Muy usado en presentaciones de circo, tuvo corta duración, sin embargo: fue otra de las varias salas que terminaron destruidas por el fuego en esos años, el 26 de febrero de 1906 en su caso.

Aunque el actor seguía padeciendo de las úlceras estomacales que tantas veces volvieron a complicar su noral desempeño, se esforzó por evitar que esto sucediera hasta lo inverosímil. Un día de aquellos en camerinos, visiblemente complicado por estos males y esperando el inicio de una obra, fue hasta él un tramoya solicitando indicaciones sobre el armado del set escenográfico. Vila pidió tres telones, una puerta al fondo, una mesa, un espejo y una silla. Pero el utilero olvidó este último mueble y, Vila cuando estaba en el escenario siguiendo sus líneas, la actriz de la zarzuela que interpretaba a una bailarina lo invitó a tomar el invisible asiento… En un ingenioso arranque creativo para salvar la situación, el actor respondió: “Estamos bien de pie”.

El público notó la inteligente improvisación de aquel momento y rompió en risas seguidas de aplausos. Esta frase, de hecho, llegó a convertirse en un dicho popular de aquellos años: "estamos bien de pie" se volvió una morcilla o cliché a repetir con la voz impostada cada vez que faltaban sillas y quedaba alguien o varios de pie en algún lugar.

Almuerzo de homenaje a Pepe Vila en los Baños de San Mateo, Valparaíso, evento organizado por el propio dueño del lugar. Imagen publicada en revista "Sucesos", año 1905.

Pepe Vila acompañado por un juguete infantil, en retrato fotográfico de la revista "Sucesos", año 1906.

Presentaciones inaugurales de Pepe Vila y su compañía en el Teatro Edén, en revista "Zig-Zag" de diciembre de 1906.

Pepe Vila y su compañía artística en el Teatro Edén, revista "Sucesos" de 1907.

El Teatro Pepe Vila de avenida Matta en la revista "Zig-Zag", año 1913.

Derecha: caricatura del actor y comediante ya maduro, publicada en una revista “Sucesos” de 1914.

Pepe Vila en 1921, en imagen de la revista "Pacífico Magazine".

Su más dura prueba profesional la tendría en una tarde en ese mismo camarino, al recibir allí un telegrama desde Argentina con una triste noticia sobre su hija, apodada la Vilita cuando trabajaba en Chile con él. Nos parece era Aurora Vila quien, de acuerdo a lo que señala Rogel Retes en “El último mutis”, murió asesinada por su propio marido en Buenos Aires.

El caso concreto es que Pepe salió a escena de todos modos, conteniendo las lágrimas, y desplegando otra vez sus talentos, anunció: “También sé hacer obras serias”… Y entonces recitó para el público:

Lo quiso así la impiedad
por capricho de la suerte;
formando esa trinidad
que construye la maldad
y que desata la muerte.

Era “Los irresponsables” de Joaquín Dicenta, ahora provocando llantos y gemidos entre los presentes de la sala santiaguin, al punto de que nadie pudo aplaudir al final de su recitación.

Pepe era hombre de una corrección a toda prueba, muy conservador en su fuero personal, religioso y creyente al punto de buscarse una casa en Ñuñoa cerca de una iglesia, para ir a comulgar en las mañanas. También llegó a ser el maestro de muchos futuros grandes artistas de la generación de candilejas de inicios del siglo XX que recién comenzaba… Es decir, fue maestro de los maestros.

Los días alrededor del Centenario Nacional todavía eran de actividad intensa para Pepe y el género “chico”, participando en la reapertura del Teatro Novedades de barrio Yungay. La revista “Teatro y Letras” de septiembre de 1910 se refería así a esta actuación:

Pepe Vila, el cómico inmortal para los santiaguinos, ha reabierto este teatro con el simpático Balder y su incomparable Cleto, que todas las noches nos entretiene una tanda con su graciosa y a veces picante charla.

En la compañía que han organizado estos actores (salud! Cleto) figuran algunos buenos elementos conocidos, como la hermosa e inteligente tiple señora Rosa Montecinos y la López Piriz y actores como Serra-Salvo, Antonio Gallegos, Alfredo Hernández, Vicente Lecha, José Puig, Perico Sánchez, Modesto Novajas, Enrique Requieni, etc.

Su nombre seguía vendiendo y convocando perfectamente, a la sazón, por lo que una sala llamada Teatro Pepe Vila aparecerá en 1913, en avenida Matta 930 llegando a calle Chiloé. Sin embargo, el negocio acabó fracasando por el exceso de generosidad de su empresario, don Rafael Concha, según explica Alfonso M. Escudero en sus apuntes sobre historia teatral. Hasta una marca de cigarrillos Pepe Vila llegó a existir en los años de su reinado popular, promocionada con un corpóreo en las calles dentro del cual sudaba algún actor soñando con tocar la misma fama del español.

Sin embargo, la desidia de sus más críticos y antipáticos se había desatado ya de las cadenas. Al mismo tiempo y para peor, Pepe comenzaba a caer en un difícil tránsito hacia el final de su vida, cada vez más lejos de las luces y las risas que lo consagraron.

Viejo y empobrecido, el actor intentó resurgir en enero de 1927 con una nueva compañía de zarzuelas en el Teatro Royal de La Serena. Los resultados fueron relativos, variando hacia desalentadores. Poco después, hallándose ya totalmente retirado de la escena, sobrevivía de lo que daba la publicidad que hacía para una marca de agua mineral de Apoquindo, recorriendo fuentes de soda para colocar en ellas el producto. El propio Teatro Santiago, su querido escenario de toda una vida artística, fue convertido en mera sala de biógrafo a partir de 1934.

En esa triste situación encontró Orrego Barros una vez a Vila, en las calles alrededor de la Plaza de Armas de Santiago. Se impresionó por su aspecto que “una sombra del pasado”, pues su fina silueta y estampa de artista, “se presentaba en esos días como un esqueleto vestido, pero aún en su rostro surcado por las telarañas de los años, se dibujaba esa sonrisa entre alegre y burlona, y en su mirada se advertía la lucidez de su inteligencia”.

Tras una dura última enfermedad que lo mantuvo por largo tiempo postrado en el lecho de la agonía, Pepe Vila falleció a las 4:30 horas de la madrugada el lunes 6 de julio de 1936, a los 84 años. La noticia causó hondo pesar entre sus admiradores en Chile, no tardando en llegar a las prensas de España y otros lugares en donde el recuerdo evocado por su nombre brillaba aún en dorados. En homenaje a su memoria, esa misma noche el Consejo Directivo del Teatro Chileno acordó remitir notas de condolencia oficial a su familia y enviar una delegación a sus funerales, que se realizarían en la mañana del día siguiente.

El velorio fue en su propia casa, en avenida Irarrázaval 3790. Aunque algunos colegas quisieron trasladar la despedida hasta algún teatro de ubicación más central, la familia prefirió su residencia, agradeciendo la atención. El féretro fue visitado durante la noche y el día siguiente por largas filas de amigos, compañeros y admiradores, antes de ir al responso en la Iglesia de Santo Domingo.

Al Cementerio General asistieron el Intendente de Santiago, don Julio Bustamante, además de dirigentes y directores de diferentes sociedades teatrales. Hubo sentidos discursos de los presentes, entre ellos el de Rafael Maluenda en representación del Consejo del Teatro Chileno, Carlos Cassasus por el Departamento de Extensión Cultural del Ministerio del Trabajo, y Nathaniel Yáñez Silva a nombre de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile (SATCH). Este último dijo allí:

El más humilde representante de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile ha sido encargado de despedir, en este sitio de silencio y de paz definitivos, los restos de Pepe Vila, el que fue gran actor y, al mismo tiempo, gran artista. Circundan este ataúd gente de todas las clases sociales, viejos y jóvenes, los que formaron el Chile de hace cincuenta años, como aquellos que aprendieron a reír con el actor, a los quince, y los de la última etapa, para los cuales tuvo también el artista una de sus últimas sonrisas, que ha sido guardada en el corazón, como se guardan las flores secas de la mujer que amamos, con toda la gracia y toda la pureza que tiene el primer amor.

Años después, Manuel Abascal Brunet y Eugenio Pereira Salas escribieron “Pepe Vila. La zarzuela chica en Chile”, el trabajo de tenor biográfico más acabado sobre el artista y su tremenda influencia en las tablas nacionales. Lo más parecido a un homenaje en la ciudad de Santiago, sin embargo, parece ser solo la calle Pepe Vila en la comuna de La Reina, cercana al Aeródromo Eulogio Sánchez de Tobalaba.

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