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LAS BANANAS DE JOSEPHINE BAKER LLEGAN AL TEATRO VICTORIA

 

Fotografía coloreada de Josephine Baker, cuando se presentaba en el espectáculo parisino de la Revue Negre, de 1925. Imagen de Cordon Press, republicada por la National Geographic.

La llegada de la bailarina exótica nudista Josephine Baker  estuvo cerca de ser una revolución para el espectáculo chileno, con un desafío evidente a los conceptos sobre el recato. Algo totalmente esperable en esos años (por “locos” que fueran), para el rol que se manejaba para las tablas artísticas y para el rol mismo de las mujeres en el ambiente. Fue una ruptura, además, que separó antiguos estándares en donde el show del desnudo femenino era visto solo como un recurso lóbrego, apropiado para el espectáculo dirigido a hombres de moral relajada y adictos al cabaret. De hecho, aparecieron varias editoriales reflexionando sobre el fenómeno del momento el los periódicos, unas a favor y otras en contra.

Freda Josephine McDonald había nacido en San Luis, Misuri, en 1906. Era hija de una familia disgregada, mayor que sus medios hermanos. De rasgos mulatos muy propios (su padre habría sido un músico español y su madre era una modesta mujer negra), su interés por la vida artística parece haber sido prematuro, pero la necesidad de trabajar ayudando a su madre como empleada de hogares pudientes, además de su renuncia a la escuela y de casarse a los tiernos 13 años, retrasaron sus posibilidades de entrar antes al mundo artístico.

Tras separarse velozmente de su primer marido en 1920, la muchacha se integró a una compañía artística callejera, realizando sus primeras giras. En estos periplos conoció al músico blusero Willie Howard Baker, con quien contrajo matrimonio al poco tiempo, a los 15 años. Y, poco después se presentaba en Nueva York con un espectáculo llamado "Gemier", cuyo elenco era integrado solo por artistas de raza negra, aunque parece que todavía con más características experimentales y aficionadas.

Usando el apellido de su esposo, Josephine comenzó a trabajar así en teatro dramático y vodevil, aunque este nuevo matrimonio tampoco funcionó, separándose en 1923. Pasó por varias compañías practicando danza de jazz y charleston durante el período, viajando con una troupe a Francia para presentarse en el Teatro de los Campos Elíseos, debutando profesionalmente contratada en París, en 1925, con la obra “Revue Nègre”.

Su baile de charleston, muy ligera de vestimentas, resultó escandaloso para varios de los críticos parisinos, quienes desconocían aún el estilo en su gran mayoría. Sin embargo, la publicidad que hizo el evento le abrió las puertas entre músicos e intelectuales y se convirtió en estrella del ambiente, optando por tomar la nacionalidad francesa, unos años más tarde. Muchos retratos fotográficos históricos suyos, además, fueron tomados durante esta experiencia.

Josephine había asumido como propia una brusca performance totalmente de su creación, bailando lo que se llamaba “ritmos salvajes” y con frecuencia vestida únicamente con un cinturón de bananas colgantes, con su busto desnudo, más un típico peinado corto al gel de los años veinte y algunos collares. Con el tiempo, fue variando su mínimo traje con emplumados, fantasías y argollas, llegando a ser después modelo erótica y de pin-up. Mucha de la estética característica en los shows de la muchacha fue asimilada por el espectáculo revisteril, el vedettismo y el show de burlesque, de hecho, pudiendo advertirse algunas influencias carnavalescas como las del Mardi Gras en el mismo estilo.

Como era previsible, además, Josephine saltó rápidamente al cine mudo y así apareció en las obras de 1927 “La Revue des Revues” de Joé Francys y Alex Napals, y “La Sirène des Tropiques” de Henri Etiévant y Mario Nalpas. De este modo, la carrera de la bailarina ya estaba en su fase explosiva del music-hall y el bataclán cuando realiza su gira por el continente americano, dejando un verdadero incendio a su paso.

Eran tiempos en que mantenía aún su nacionalidad estadounidense y todavía no incursionaba en grabaciones de canto, por cierto. También ya había contraído matrimonio con el Conde di Abatino, el único de entre muchos famosos, nobles y millonarios al que correspondió aceptando sus actos de seducción y propuestas de amor.

En aquella gira, su visita a Chile debía tener lugar en octubre de 1929, llegando a la Estación Mapocho en la noche del 11 de ese mes. Cientos de personas la esperaban allí y de camino al hotel. La prensa local estuvo atenta a los movimientos de la Venus de Ébano o Perla Negra, como fue llamada por sus rasgos y color de piel, escasamente vistos acá por entonces. Las noticias que llegaban hasta hacía poco desde Argentina, en tanto, sobre el escándalo de inmoralidad con que algunos juzgaron su presentación en el Teatro Astral de Buenos Aires y dividiendo al público platense, habían multiplicado las expectativas y el nerviosismo por conocer su show, además de calentar el ambiente para la moralina.

Josephine había sido contratada casi encima de empezar su viaje a Chile pues, a mediados de año, aún no aparecía algún empresario interesado en aprovechar su gira y traerla, algo que ella misma confesó desear en esos días. Pero cuando se confirmó por fin su llegada, en agosto, justo se celebraba la Semana Femenina de la Universidad Católica, una actividad que fomentaba el comportamiento conservador y recatado de las mujeres hasta niveles que, en nuestro tiempo, serían considerados de caricatura. Además, solo unos días antes de su arribo acompañada de Abatino, había sido estrenada en el Teatro Imperio su película “La Sirène des Tropiques”, por lo que los ojos estaban muy abiertos en el público que la esperaba.

De ese modo, la artista no daba aún su primer paso en el andén de Mapocho y ya se habían encendido las primeras hogueras a favor y en contra de su visita. Expresiones favorables, por ejemplo, aparecieron en medios como la revista “Zig-Zag” y el diario “Las Últimas Noticias”. En contraste, asociaciones de señoras y promotores de buenas costumbres miraban con horror el show que traía la muchacha.

Oreste Plath observa que la reacción más tremendista provino de un grupo de damas de Curicó, prácticamente declarando la guerra a la bailarina, a través de los medios:

Hicieron furiosas declaraciones a la prensa, en atención a su falta de moralidad en sus actuaciones: “mujer que su única gloria ha sido ir por el mundo pecando y escandalizando a las naciones”. A las damas curicanas no les gustaba su vestir, una ristra de bananas a la cintura, su juventud asombrosa, su belleza, su garbo, su voz melodiosa, su forma de bailar.

Famosa fotografía promocional de la bailarina, hacia 1925 cuando se presentaba en Francia.

Otra conocida postal de Josephine en París, publicada en el sitio Historia Hoy.

Josephine, retratada ya en tiempos más maduros de su vida. Fuente imagen: sitio de Deutsche Welle.

Imagen de la artista también en la madurez, fechada hacia 1950.

Siguiendo su agenda, Josephine debutó en el Teatro Victoria de Santiago, conocido por presentaciones de estupendas compañías artísticas como la de Rafael Frontaura. Esta sala estaba en el primer nivel del Hotel Victoria, en Huérfanos 827, esquina San Antonio, y había sido inaugurada hacía pocos años.

El célebre hotel fue uno de los más tradicionales espacios de la bohemia santiaguina de esos años, reconocido por la elegancia aristocrática de sus instalaciones, habitaciones, comedores y muebles. Las habitaciones para los pasajeros estaban en el cuarto y quinto pisos del edificio, sumando 45 en total, mientras que su restaurante de cocina española se encontraba en el 801 de Huérfanos, con amplios salones y comedores en donde destacaron los jueves de exquisito arroz a la valenciana, cuando el negocio era atendido por Guillermo Piola.

Agrega Plath que Josephine destacó de entre las figuras del ambiente artístico internacional que allí alojaron, principalmente porque ella “está entre las creadoras de un guiso, o si no su inventora, pues se hablaba que había puesto su gastronómica rúbrica a un plato de comida”.

Al día siguiente de su arribo, tuvo lugar su esperada presentación en el Victoria con todas las miradas expectantes. No se permitió la entrada a menores de 15 años, dada las características del show. La estrella de piel oscura ofrecía un espectáculo en el que participó una troupe de jazz de los Negros Cubanos, recién regresando desde Argentina, y el humorista de origen italiano Rafael Buonavoglia, más la exhibición del filme “Juventud de Príncipe” basado en la obra dramática del mismo nombre de Wilhelm Meyer Förster.

Josephine apareció allí radiante ante el público, vestida con una capa roja, recibiendo el inmediato estallido de aplausos nerviosos… Comenzó la música, la tela escarlata voló lejos y ahí quedó a la vista de todos, apenas vestida con una ristra de fantasía mientras se agitaba con su estilo agresivo, primitivo, convulsionante y enérgico tan suyos, abundante también en muecas y rictus. Bailó, cantó y cautivó a los presentes con su pleno despliegue escénico, combinando esa extraña mezcla de rusticidad coreográfica con sensuales delicadezas artísticas, ante ojos desorbitados y manos tiritonas del público, hasta el abrupto final de la función.

A pesar del buen resultado, la presentación fue desarrollada con algunas tensiones, pues se sospechaba que podría haber manifestaciones o intentos de sabotaje llamados por grupos moralistas. Afortunadamente, tal cosa que no sucedió. Por esto último, sin embargo, existe una creencia de que el show debió ser cancelado antes de tiempo, pero la verdad es que el grueso de la presentación preparada por la artista se realizó, recibiendo avalanchas de felicitaciones y aplausos por varios días.

Otra de las primeras actividades oficiales de la bailarina en el país había sido la visita a los Campos de Sports de Ñuñoa, en José Domingo Cañas frente a Antonio Varas, complejo ancestro del Estadio Nacional. Aunque nada sabía de fútbol, no solo presenció el partido entre los clubes Colo-Colo y Talleres de Mendoza, sino que fue invitada a dar el puntapié inicial recibiendo la ovación del público y la prensa. Y después de realizadas sus sensacionales presentaciones en el Victoria en horarios de vermouth y noche de los días que siguieron, también se dio tiempo para hacer una intensa vida social bajo la embobada admiración santiaguina.

Sin embargo, entre quienes no cedieron del todo y siguieron críticos al espectáculo de bataclán por considerarlo lesivo a las buenas costumbres, estuvieron hombres influyentes como Daniel de la Vega. Casi anticipaban la amargura general que traerían los nefastos efectos de la Caída de la Bolsa, hito mundial que ya se aproximaba por los calendarios. Citado años después en un artículo del diario “El Mercurio” (“Josephine Baker”, 2017), vemos que las palabras expresadas por De la Vega tras la presentación al menos se allanaron a reconocer la calidad de la artista:

Las personas que temieron que este espectáculo se despeñara hacia la inmoralidad están estupefactas. La Baker no aparece más desnuda que las bataclanas que todos los días cruzan nuestros escenarios (...). En cambio, desde el punto de vista artístico, Josefina Baker presenta aspectos interesantísimos, y son muy merecidas las ardientes ovaciones que todas estas noches han caído a sus pies.

Josephine también fue paseada con su marido por el administrador del Hotel Victoria por varias partes de la capital, reuniéndose con miembros de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile en el restaurante de la terraza del cerro San Cristóbal, principalmente alumnos de medicina, quienes hicieron para ella un pequeño homenaje. De camino al puerto unos días después, pasaron a una chichería de Curacaví, en donde la artista cometió el error de romper su abstinencia y probar de esa sabrosa bebida que acabó causándole malestares estomacales, aunque no los suficientes para hacer otra parada bailando cerca de Lo Prado y compartir con la gente del lugar, incluidos unos niños.

Josephine realizó su última presentación en Santiago en el Teatro Politeama del Portal Edwards, el 30 de octubre. Se marchó de Chile agradeciendo las atenciones y obviando las pataletas de los escándalos, que no llegaron a ser suficientes ni tan graves como había sucedido en Argentina, como para opacar sus shows. A pesar de la declaración de guerra de las damas curicanas, entonces, elogió a las mujeres chilenas y manifestó haber quedado complacida con el país. Incluso aseguró que la capital chilena era “lo más europeo” que había encontrado en América y que le había gustado más que Buenos Aires, tomándose así una pequeña venganza por los maltratos recibidos en la capital argentina, muy seguramente.

La moda que Josephine dejó en Chile, alojándose en el comercio y las artes, perduró por largo tiempo. Era el resultado del impacto que fue capaz de provocar. Incluso hubo un caballo de carreras hípicas con su nombre, en tiempos posteriores.

En tanto, de vuelta en Europa, Josephine entra de lleno en su mejor época en los años treinta: grabando discos, realizando nuevas películas y consagrándose como una de las artistas con agendas más copadas en todo el medio internacional. En su extraño karma, sin embargo, nunca pudo proyectarse con una pareja estable ni de manera prolongada, casándose y separándose otra vez con Jean Lion, Joe Bouillon y, ya más cerca del final de su vida, con Robert Brady, con quien tampoco duró demasiado.

Aviso del diario "La Nación" del 12 de octubre de 1929. "La sirena del trópico" era la película de Josephine que justo se estaba estrenando en Chile cuando hizo su primera visita al país.

Presentación de Josephine Baker en el Teatro Victoria, anunciada en "La Nación" del 19 de octubre de 1929.

Anuncio de la presentación del la bailarina para el lunes 14 de octubre de 1929, también en el Teatro Victoria.

Foyer del Teatro Victoria en 1927, en imagen publicada por el diario "El Mercurio". Fuente imagen: Flickr de don Patricio Lazcano Campino.

Platea del Teatro Victoria en 1927, en imagen publicada por el diario "El Mercurio". Fuente imagen: Flickr de don Patricio Lazcano Campino.

La artista se relacionó con amantes también; hombres y mujeres, aunque intentó mantener oculta a toda costa su bisexualidad. Tampoco tuvo hijos propios, pero adoptó 12 pequeños a lo largo de su vida, niños huérfanos de diferentes nacionalidades, su tribu arcoíris como les llamaba. Ellos fueron su única familia real.

Cabe añadir que el currículo aventurero de la artista nunca parecía hallar un capítulo final. Incluiría experiencias aprendiendo a pilotar aviones e incursiones en marruecos como parte de la resistencia, poniéndose a disposición de los Servicios Internacionales del África del Norte y de las Fuerzas Auxiliares de la Aviación Militar Francesa. Después de una complicada intervención quirúrgica que puso en peligro su vida, retornó a Francia en julio de 1946, para ser hospitalizada. Incluso entra en coma, a causa de sus complicaciones, debiendo recibir transfusiones con sangre de un generoso agente policial que le salvan la vida, recibiendo una medalla de la resistencia al despertar. Años después, recibiría también las condecoraciones de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra, por sus servicios de espionaje y agente de la resistencia.

Una madura Josephine volvió a Chile en octubre de 1947, año en que ya estaba emparejada con el director de orquesta Bouillon. Había intentado apartarse de la época de la desnudez, luciendo en su lugar sofisticados trajes de modistas como Balenciaga, Schiaparelli y Patou. Sus elegantes presentaciones se hicieron en el Club Casanova, que después fuera el Teatro Ópera de calle Huérfanos, y en el Teatro Lux, antes llamado Teatro Comedia, en la esquina suroriente de Huérfanos con Morandé. Sin embargo, circunstancialmente enferma del estómago otra vez (la inefable “chilenitis”), debió permanecer dos días encerrada en su cuarto del Hotel Carrera, aunque saliendo a dar el puntapié de inicio al partido de Colo-Colo con la Universidad Católica, en el Estadio Nacional.

La última visita de Josephine Baker a Chile fue en diciembre de 1952, actuando ahora en el Teatro Ópera de calle Huérfanos, vecino al Victoria de su debut en Chile. Con 46 años, ya no era la diva de movimientos hipnotizadores que había venido tantos años antes, pero de todos modos se lució y dejó satisfechos a sus muchos admiradores, “a tablero vuelto” según juzga Plath.

Las cosas no marchaban bien para la estrella, sin embargo. Viviendo con su tribu arcoíris en el Castillo de Milandes que le dejó Bouillon, en Castelnaud-la-Chapelle de Dordoña, Francia, los problemas económicos la afectaron profundamente y llegó el momento en que se vería en la ruina, entrando a un período oscuro del que no se sabe todo con claridad y en el que, solicitando públicamente ayuda, recibió apoyo de la consagrada y joven actriz francesa Brigitte Bardot.

Despegar otra vez se volvió un propósito difícil. Cuenta Plath que, en el Casino de París, volvería a bailar desnuda hasta la vejez. No logrando salir a flote, sin embargo, su amiga Grace Kelly, la recordada Princesa de Mónaco, facilitó una casa para ella y sus hijos, invitándola a funciones de caridad en teatros monegascos. Esto fue un gran alivio y la situación ahora parecía promisoria para Josephine. El momento coincidía con los preparativos de sus 50 años de carrera profesional y una buena atención por su regreso a las tablas. Crecía así expectativas para lo que se venía, con su figura convertida en un culto.

Sin embargo, el 12 de abril de 1975, a la edad de 68 años, Josephine falleció en el Hospital Pitié-Salpêtrière. Había llegado allí en coma producto de un derrame cerebral, ocurrido justo al día siguiente de la que fuera una exitosa gala. Fue sepultada en Mónaco, con rito católico y honores militares rendidos en Francia.

La poetisa chilena Rosa Cruchaga de Walker dedicaría, tres años después en su obra “Bajo la piel del aire”, un poema titulado “Las nieves de Josephine Baker”, que comienza con los siguientes versos:

Con sus bailes en carnes costeó trajes
a los hijos de nadie, Josephine.
Como un cuervo sacábase albas plumas,
al ritmo del vestir con desvestir.

A la sazón, la vida del Hotel Victoria, el mismo que señaló el debut de Josephine en Chile, se deslizaba también por sus últimas páginas.

La sala olvidó sus tiempos de gloria con visitas como la de Josephine y sus bananas colgantes. Aunque conservó por algún tiempo ciertos elementos originales del hotel, su foyer y su auditorio, el lugar fue reducido a mera actividad de cine y, después, totalmente remodelado.

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