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LA LEYENDA DEL CENTRO DE EVENTOS EL TROLLEY

 

El alguna vez conocido caserón de El Trolley, hacia sus últimos años. Imagen de base publicada en el sitio El Trolley: Resistencia Cultural Subterránea.

Cuesta hacer relatos precisos de un lugar como El Trolley de Santiago: todos quienes  bien lo conocieron parecen recordarlo con un cariño generacional, pero otras impresiones menos emocionales no siempre se ajustan. La muy escueta y crítica descripción formulada por Roberto Merino en "Todo Santiago: crónicas de la ciudad" parece mucho más sensata y realista que otras asumiendo algún grado de elogio como condicionante... Para muchos es imposible no idealizar y romantizar, por lo tanto; más aún si se trata de un hito casi épico en la historia del underground nacional.

Junto con otros refugios de la bohemia contracultural de aquellos años en la capital chilena, como fueron la disco Garage de Matucana 19 o después el mítico patio de Serrano 444, El Trolley adquirió connotaciones alegóricas representando a los ochenta y las explosiones de movimientos alternativos tocando aspectos artísticos, musicales y sociales. Su galpón de pino Oregón y en penumbras también era una suerte de cuartel para la resistencia cultural o política de entonces, aunque la mistificación de los recuerdos ha hecho lo suyo y, de este modo, generaciones más nuevas de tribus urbanas adoptaron una impresión quizá exagerada de todo lo que llegó a ser: tanto en su influencia real, sus proporciones ("inmensas", según las define un autor), la cantidad de artistas que allí se presentaron, etc. Sin embargo, no quedará duda de lo importante que sí fue El Trolley para una parte de la juventud de aquellos complejos años, cuando se quería construir un nuevo hábitat contando solo con las ruinas y escombros del anterior.

El singular espacio artístico y de espectáculos se ubicaba en un curioso caserón con salón usado para fiestas y obras teatrales en sus dependencias. Era un viejo inmueble de dos niveles enfrente, remontado a principios del siglo XX, algo que se advertía en el simple estilo del mismo. Se ubicaba en calle San Martín 841 de Santiago Centro, dirección que algunos sonará tal vez como una puñalada de recuerdos. Esto era entre las calles Vicuña Subercaseaux y San Pablo, a poca distancia del Teatro Teletón (ex Casino Las Vegas), del Instituto Traumatológico, la antigua terminal de buses de Mapocho (ya desaparecida) y -lo que era peor para muchos de sus revoltosos parroquianos- del Cuartel General Mackenna de la Policía de Investigaciones.

En medio del a veces oscuro barrio, sin embargo, el Centro de Eventos El Trolley no pasaba tan advertido: se mimetizaba entre tantas casas viejas que quedaban por entonces en esas mismas cuadras. Era el público que se apilaba a fardos humanos allí lo que delataba la naturaleza del curioso sitio: si no había una muchedumbre de gente afuera durante alguno de sus eventos y vestida a la usanza más dadaísta imaginable en Chile, como era lo habitual, alguien distraído o mal orientado podía hasta pasarse de largo mientras iba buscando el boliche.

El local habría sido usado en períodos de olvido como barraca, bodega o algo parecido, pero sus inicios fueron precisamente como salón social y teatro, desde unos años después del Centenario Nacional. En un reportaje de la revista "Hoy" del 28 de marzo de 1984 se aseguraba que, en los años treinta y siendo ya uno de los teatros pequeños más importantes de la ciudad, dicha sala fue visitada varias veces por el presidente Pedro Aguirre Cerda. En su escenario habrían actuado artistas con la talla profesional de los actores Alejandro Flores y Pedro Sienna, entre otros. El dirigente comunista y para entonces senador, Elías Lafertte, también fue orador de un homenaje  realizado en este salón para la memoria de Luis Emilio Recabarren, en diciembre de 1943. Y se contaba que el futuro presidente Salvador Allende habría estado en persona en este lugar, en otras épocas.

La sala y sus oficinas eran dependencias del sindicato de operadores de tranvías, terminando de pagar el saldo de compra en septiembre de 1940 gracias a una donación de los propios trabajadores. A la sazón el establecimiento servía también como hogar social del grupo, y se realizaron en él varias fiestas. Las conmemoraciones relacionadas con el Sindicato Industrial de la Compañía de Tracción de Santiago y organismos afines, incluyeron homenajes como el que se había rendido en el Aniversario 131° de la Independencia de México, el 8 de octubre de 1941. Este ofreció números como el Conjunto Artístico Tranviario de la estudiantina que mantenía el mismo sindicato, y el Conjunto Infantil Tranviario, con presencia de importantes personalidades en la ocasión, como el embajador de México, don Octavio Reyes Spíndola.

Entre otros espectáculos populares que se realizaron allá estuvo la el Certamen Artístico del Departamento del Teatro Nacional, de la Dirección General de Informaciones y Cultura, a inicios de abril de 1943. En la función gratuita del jueves 1 se presentó el Conjunto Tranviario 3 de Diciembre, con una comedia de tres actos titulada "Entre gallos y medianoche", del destacado dramaturgo y dirigente de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile (SATCH), don Carlos Cariola. Actuaron en la velada Hernán Valdés, Elena Salinas, Ana Nerrety, María Naret, Ana Molina, René Videla, Pedro Nerety, Antonio Monsálvez, Augusto Rojas y Sergio Peñailillo. En la noche siguiente, del viernes 2 de abril y también colmada de público, tocó subir al escenario al Conjunto Caupolicán con la obra de tres actos "El último adiós", del autor nacional Carlos Barella. La prensa informaba que eran parte del elenco Mery Cristi, Marina Navarro, Claudina Morales, Sabina Quinteros, Guillermo González y José Lowes.

Conocido simplemente como el Sindicato de Tranviarios, la Dirección General de Informaciones y Cultura volvería a realizar veladas artísticas en él durante el mes de mayo de 1944. Esto se hizo través de su sección de espectáculos y a propósito del aniversario del Combate Naval de Iquique. El sábado 20, entonces, hubo un acto artístico como parte del programa, el que estuvo a cargo de la Compañía Teatral del Servicio, también con entradas liberadas.

Por si fueran pocos sus usos, quel salón era ocupado como gimnasio para el Club Atlético Tranviario, en esos mismos años. Estos obreros tenían un Club de Boxeo Tranviario que todavía realizaba veladas allí a fines de los cincuenta, con un espectáculo de números de variedades, concursos y bailables en sus aniversarios, hacia fines de cada mes de noviembre.

Aquella disponibilidad para los trabajadores sindicalizados se mantuvo igual hasta 1973, cuando el inmueble se hace sede de los trabajadores y jubilados de  la Empresa de Transportes Colectivos del Estado (ETC), estatal creada hacía dos décadas. La posterior indicación nominal a los carros trolebuses en el deliberado título de El Trolley, obviamente se debía a toda aquella relación que mantuvo siempre con instancias relativas al servicio del transporte urbano. Esto mismo era explicado en otra revista "Hoy", en 1986: "El lugar, que debe su nombre al ex sindicato de tranviarios que funcionó ahí, en calle San Martín, desde 1918, se sigue llenando de jóvenes de Las Condes y Pudahuel, que buscan ahí un espacio propio".

Sin embargo, desde esos mismos años setenta la sede de aquellos trabajadores se encontraba muy subutilizada y mal mantenida. El inmueble sufría ya los efectos del abandono y la decrepitud, mientras comenzaban a aparecer las primeras señales de progresos urbanísticos en los alrededores, como fue la construcción del Teatro y Casino Las Vegas por el empresario nocturno José Aravena. El cierre de la ETC en 1981 dejó en cierta incertidumbre el destino del ex Sindicato de Tranviarios.

Uno de los grandes honores que tuvo el local en su redespertar a la vida recreativa, se halla en su propio origen como centro de cultura alternativa: haber acogido en su escenario a los inicios del destacado dramaturgo y director teatral Ramón Griffero. En esos días, hacia 1982 y 1983, el artista era un hombre joven recién regresando a Chile, luego de varios años residiendo en Europa. Allá se había titulado en la Universidad de Essex, Inglaterra, y en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Bruselas, Bélgica. Al poco tiempo se puso en contacto con sus amigos y colegas Eugenio Morales, Carmen Pelissier, Armando Lillo y Pablo Lavín, interesado en iniciar un plan de espacios escénicos que desembocaría en la creación del centro artístico de El Trolley, en 1983.

Quien encontró y defendió el lugar para el proyecto de marras fue el diseñador Lavín. También había regresado recientemente desde Europa, en su caso desde Londres. Cuando llegaron ocupar el galpón en el inmueble escogido, entonces, este era la sede de la Asociación de Jubilados y Montepiadas de la disuelta ETC, cuyo nombre estaba aún en la fachada. Sin embargo, y a pesar de que los trabajadores lo habían empleado para eventos propios y otros en régimen de arriendo, el recinto se encontraba prácticamente abandonado e inactivo desde la década anterior, con su sala olvidada por completo. Para hacerse cargo del mismo, entonces, el grupo fundó una cooperativa artística, debiendo iniciar la remodelación y acondicionamiento.

Su primer nombre fue Centro Cultural El Trolley: además de teatro, se ofrecían allí encuentros de tango y recitales de poesía. La primera obra de Griffero presentada en él fue "Historias de un galpón abandonado". Formaría allí su compañía de Teatro Fin de Siglo, otra leyenda en la historia del teatro underground en esos años dictatoriales y fundada en el mismo centro de El Trolley en 1984. La casa cultural llegó a contar con un personal de unas veinte personas, entre actores y equipos. Se organizaron también eventos artísticos más modernos incluyendo sus primeras tocatas musicales de tono más juvenil. Alguna vez fue llamado Teatro Rock El Trolley, por la misma razón.

A partir de entonces y durante todo aquel intenso período, perduró una imparable dinámica de actividades artísticas, políticas, exposiciones, lecturas y espectáculos. Hacia mediados de la década El Trolley se había hecho velozmente un nombre reluciente en la escena alternativa de la capital chilena, especialmente en relación a eventos musicales y los de teatro “no convencional”, en donde la compañía artística combinaba elementos del music-hall con el burlesque, comedia y expresiones más grotescas y vanguardistas.

Imágenes de la obra "Historias de un galpón abandonado", de la compañía Teatro Fin de Siglo, en la revista "Hoy" de 1984. Fuente imagen: Memoria Chilena.

Izquierda: Ramón Griffero, en imagen publicada por Memoria Chilena. Derecha: afiche de una de las últimas presentaciones que se hicieron en El Trolley, correspondiente a una obra teatral de 2012, publicada en Radio Bío Bío.

El caserón de El Trolley en 2009. Ya se observaba un mal estado de sus muros laterales, empeoradas tras el terremoto del año siguiente.

La placa de la sociedad de extrolebusistas, año 2009.

El edificio actual en donde estaba el club de calle San Martín, sector del zócalo, durante una mañana y cuando tenía poco tiempo de levantado allí.

Fachada del edificio cuando estaba recientemente construido, ocupando el lugar de El Trolley.

Griffero, quien continuó presentando allí obras como "Cinema-Utoppia", "Río abajo" y "Sebastopol", decía que la sala tenía algo parecido a los teatros de oficinas salitreras del Norte Grande, refiriéndose al estilo del teatro de pueblo. En 1986 presentó también "99-La morgue", considerado otro hito en la línea histórica teatral de resistencia y que repitió 30 años después en la Sala Camilo Henríquez de la cercana calle Amunátegui, en 2016. Otras obras presentadas en El Trolley por la compañía Teatro Fin de Siglo fueron "Ughht Fassbinder" y "Un viaje al mundo de Kafka".

Las puertas que se abrieron allí para la actividad teatral, entonces, atrajeron también a otros famosos de la dramaturgia nacional: Vicente Ruiz  con sus performances, además de Willy Semmler, José Andrés Peña e innumerables actores entre los que figuraron Alfredo Castro, Aldo Parodi, Luis Gnecco, Pablo Alarcón, Alejandro Trejo, Andrea Lihn y Patricia Rivadeneira, esta última vinculada por entonces esta última al grupo musical femenino Las Cleopatras con Jacqueline Fresard, Tahía Gómez y Cecilia Aguayo. La danza se hizo presente, en tanto, con nombres como el de Octavio Meneses y Miguel González... Y así, condecorando toda aquella vorágine, fue que Sara Rojo dirá de El Trolley, en sus "Tránsitos y desplazamientos teatrales", que fue "un espacio de encuentro, una posibilidad de hacer arte y de respirar para una generación sometida al autoritarismo", refiriéndose a su función como verdadero refugio teatral.

Parecía que nunca faltaba público en la fría sala, en cada tarde y cada noche. De hecho, la cartelera agendaba hasta dos fechas para una misma presentación, precaución tomada en caso de haber anuncios de toque de queda y tener que suspender la primera.

Continuaron exponiendo en el recinto artistas visuales como Esteban Cabezas, Bernardita Birkner, Miguel Hiza, Raúl Miranda, la muralista Bruna Truffa, Samy Benmayor, Francisco Fabrega, Carlos Bogni, Elías Feiffer y los entonces debutantes cineastas Gonzalo Justiniano, Carlos Altamirano y Enzo Blondel, con cortos experimentales de formato video. Lo propio hicieron literatos y poetas lanzando sus obras y revistas en El Trolley... Desde sus respectivas disciplinas llegan a este alero Santiago Elordi, Cristián Warnken, Juan Pablo del Río y varios artistas exponentes de la llamada Promoción 80. Se aseguraba que un verdadero laboratorio creativo funcionaba permanentemente en el lugar, como se aprecia.

Merino, sin embargo, no conservaría buenas impresiones ni cortesías para este sitio, en sus crónicas sobre Santiago. Y es que, tal vez, si no se estaba impregnado del ambiente dominante y no había un sentimiento de pertenencia con aquellas cofradías, el aburrimiento o el sentimiento de distancia se volvían algo inevitable. Dice el escritor, sintiéndose muy ajeno a aquella oferta:

Por esos días, además, aún funcionaba -a pasos del Traumatológico- un lugar mítico del trasnoche contracultural: El Trolley, llamado así por compartir espacio con el sindicato de choferes de los extinguidos trolleys santiaguinos. El más fome Año Nuevo del que se tenga registro -el que marcó el paso entre 1986 y 1987- tuvo como escenario ese sitio. El número central fue un grupo punk innominado que nunca terminó de empezar su actuación. Un exaltado corría por entre los espectadores encuestando: "¿Les creís o no les creís a estos huevones?". Al parecer, la mayoría optó por no creerles, ya que los músicos salieron del escenario bajo una lluvia de botellas de pílsener.

El barrio en torno a aquellas alegres distorsiones humanas, sin embargo, era un territorio bravo y lleno de prostitutas, rondando por callejones y pasajes oscuros cercanos al edificio de la Cárcel Pública. La noche se hacía cómplice de ellas y de los visitantes de sus bares, además de los delincuentes que ya entonces merodeaban por las sombras del vecindario, desde el sector de Santo Domingo hasta la Plaza del Mercado Persa en Mapocho, hoy Plaza Jerusalén. Se recuerda, como curiosidad, que muchas chiquillas de ese sector se arrojaron a las calles con pancartas, protestando hacia el final de la dictadura, cuando se anunció que podrían ser proscritas y desalojadas de allí.

No obstante, fuera de todas las críticas que puedan hacerse a las capacidades limitadas y discutibles comodidades de El Trolley, el escenario del club también fue plataforma de despegue para varias de las bandas históricas de la escena nacional. Era parte de los inicios de Los Prisioneros y Electrodomésticos, por ejemplo, además de innumerables presentaciones plásticas, teatrales o exposiciones de algunos artistas fotográficos y audiovisuales emergentes. Otros que se presentaron allí habrían sido Javiera Parra, Ángel Parra, Pequeño Vicio, UPA en sus inicios, Viena y el infatigable juglar Mauricio Redolés. Tocaron también grupos como Índice de Desempleo y los entonces muy jóvenes Fiskales Ad-Hok.

Para entonces, el Trolley gozaba de su clímax de popularidad como centro de eventos juveniles en aquella orientación contracultural, por real o no que fuese esta filiación. Acogía aún grandes fiestas y presentaciones de grupos de corriente punk o de circuitos muy subterráneos, además, incluso hasta los últimos años de vigencia del famoso toque de queda, por lo que debió operar a veces en forma semi-clandestina. La Primera Bienal Underground realizada en Chile tuvo lugar allí también, organizada por Vicente Ruiz en 1987. Sus más tremendas celebraciones, en tanto, tenían todo el estilo que después se vería en las famosas "Spandex", ya a inicios de la década siguiente.

Siendo estrictos, sin embargo, solo cinco años de máximo brillo parece haber tenido El Trolley: los correspondientes a su primera etapa de vida. Fueron pocos pero suficientes para construir la mejor parte de esta leyenda. La decadencia como atractivo artístico comenzó después y avanzó muy raudamente hacia 1988 o 1989, según indicaban los más críticos, con algunos cambios administrativos que coincidieron con la pérdida de su estilo original y la paulatina merma de su valor como centro de intensa actividad creadora.

A pesar de las dificultades ambientales y las adversidades, El Trolley continuó ofreciendo fiestas anunciadas por medios como la revista "Apsi" y recibiendo en su sala presentaciones artísticas y musicales, casi hasta sus últimos años en pie. Empero, la apertura comercial de nuevos y mejores espacios que acompañarían al retorno a la democracia, fue dejando en la obsolescencia a la antigua sede trolebusera y suavizando sus rabietas contra poderes opresivos. El alejamiento de los fundadores de aquel espacio hizo el resto, precipitando su injusta deriva en un Chile muy diferente a aquel en que había nacido.

Hoy, muchos pueden beatificar tranquilos sus recuerdos en El Trolley y asociarlo al cariño o la nostalgia por su propia juventud y la de sus aventuras políticas, más que a aquello que realmente pudo haber sido este curioso sitio tan experimental y atrevido para el contexto de los ochenta... Un centro cultural y de vida nocturna, pero condenado a sobrevivir en tiempos cuando las noches de plata de la antigua bohemia nacional y las candilejas ya habían cesado, irremediablemente. De este modo, se siente mejor recordar su huella cultural y no aquellos detalles propios de un barracón helado, diferente  a nuestro concepto actual de una sala de espectáculos.

A pesar de aquello, cuando llegaba hasta ciertos círculos alternativos de Santiago un "camarada" de bototos y chaquetas de cuero desde alguna región o incluso desde afuera de Chile, era tradicional que lo llevaban hasta El Trolley todavía a fines de los años ochenta. Se había vuelto casi una necesidad para algunos, entonces, el que sus huéspedes conocieran aquel cuartel de calle San Martín 841, acaso como si se tratara del Teatro Arlequines de Buenos Aires o el Mabuhay Gardens de San Francisco.

Algunos detractores y criticones actuales creen, sin embargo, que El Trolley fue bastante "digno" de la calidad de la mayoría de las bandas amateurs que allí se presentaban ante un público con capacidades de juicio adormecidas por alcohol y drogas, sustancias que a veces corrían allí como caramelos en un cumpleaños infantil. Además, salvo en algunas desventajas, no difería demasiado de otros famosos centros de actividad aparecidos en esos años y los que siguieron, con un ambiente muy al estilo de la también célebre Picá de Don Chito de Portugal llegando a avenida Diez de Julio, o la bien constituida Disco Blondie en Alameda cerca de la Estación Central, por dar un par de ejemplos. Y es que, como había sido un problema permanente la precariedad de los espacios para las artes escénicas alternativas que estaban disponibles por entonces, los criterios pudieron permanecer más flexibles, a la fuerza, hasta que la recreación comenzaba a hallar mejores y más cómodos sitios de acogida.

Resistiendo ya no al poder, sino al tiempo y el progreso, por varios otros años más duró aquel inmueble funcionando como sede de los ex empleados y operadores jubilados. El salón de templo de diversiones continuaría siendo arrendado a las ahora ocasionales actividades de espectáculos y presentaciones de ese último período, a pesar de lo mal que lucía con los años el galpón. En una placa de bronce exterior, firmemente atornillada en las viejas puertas de madera del ingreso, se leyó durante todo ese tiempo una inscripción informando que la asociación ocupante había sido fundada el 15 de noviembre de 1957, con personalidad jurídica N° 2660.

Virtualmente abandonado y en muy mal estado, con grandes aberturas de sus muros de vigas y ladrillo hechas por la vejez y por el terremoto del 27 de febrero de 2010, el caserón de dos pisos y el teatrillo a la sazón llamado Espacio El Trolley, fueron vendidos. Aunque la propiedad había soportado un par de años más en pie y con algunos últimos encuentros artísticos en la sala, no tardaría mucho desaparecer bajo los planos de un nuevo proyecto inmobiliario, muy parecido al que ya se había construido a un lado del mismo inmueble. El barrio, ayer de prostitución y luces amarillentas, tampoco era ya el mismo.

Lo que quedaba de El Trolley comenzó a ser desmantelado en 2014 y la demolición se inició al poco tiempo. Dejó su espacio para el actual edificio residencial que existe allí, muy distante a aquel enclave de contracultura que alguna vez hubo en donde está su desaborido zócalo. ♣

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