Pioneros y primeras leyendas del boxeo en Chile, en portada de la revista "Los Sports", hacia fines de 1923: Joe Daly, Manuel Sánchez, Víctor Podestá, Carlos Donoso, Carlos Polite, Heriberto Rojas, James Perry, Juan Budinich, Domingo Silva, Miguel Concha, Carlos Pérez y Luis Candia.
Retrocediendo por la línea de tiempo, los orígenes del boxeo en Chile se rastrean hasta fines del siglo XIX. Convivió desde siempre con rasgos de deporte y de espectáculo, aunque a veces compitiendo entre sí los intereses respectivos de cada concepto. Y, como sucedió con otros deportes de la época victoriana chilena, la llegada de viajeros en vapores norteamericanos y británicos permitió que se montaran algunos de los primeros encuentro de este tipo conocidos en el país, con peleadores de esas nacionalidades desafiándose en algunos pintorescos rincones del viejo Valparaíso como la bodega del Skating Rink, hasta que la fuerza pública canceló tales eventos.
Comunidades de trabajadores, mineros, militares, grupos de estudiantes y clubes
deportivos ayudaron a gestar aquella primera etapa del boxing nacional,
al ir adoptándolo como pasatiempo e instancia competitiva. Así comenzaron a aparecer
los primeros y rústicos cuadriláteros en Santiago, Valparaíso, el territorio
salitrero al norte del país y otras localidades. Desde fines de aquel siglo,
además, parecen haber tenido cierta popularidad las peleas clandestinas con
apuestas en ciertos boliches el puerto, entre marineros mercantes ingleses,
gañanes y trabajadores.
Cabe observar que las modalidades primitivas de enfrentamientos en Chile se
remontaban a combates de puñetes y sin guantes. Se ha hablado, por ejemplo, de un par de
peleadores que contrataba Diego Portales para las fiestas de su fundo en La
Ligua, y hubo juegos violentos practicados por soldados chilenos en la Guerra
del Pacífico, intentando templarse y divertirse en ratos de ocio a costa de
moretones y narices rotas. Entre ellos, los mineros nortinos fueron diestros y
adictos a las justas de amigos y “sin picarse”, así como a otras formas tan
curiosas de pelea como la pulgada de sangre, que consistía en combates a
puñal o corvo pero dejando solo una pulgada de su punta afuera de la mano o de
una envoltura, evitando así heridas mortales, aunque no el dolor. Ciertas formas de "justas" en el ambiente carcelario conservan, en rasgos generales, algo de aquellos modos rústicos de enfrentamiento.
Con relación a las peleas de puños como tales, menos sangrientas que otras como las recién descritas, se sabe que al interior del centro social y deportivo Círculo Coronel Urriola, también en Valparaíso, ya se realizaban enfrentamientos amateurs de boxeo en 1896. Poco después, se implementarían los primeros gimnasios, llegando los instructores con el necesario soplo técnico.
Como consecuencia de aquello, fue fundada en el puerto la primera escuela pugilística por el maestro Juan Budinich, durante el año siguiente. En un artículo de la revista “En Viaje” (“Los orígenes del boxeo en Chile”, 1946), Ernesto Latorre describe cómo se gestó aquella cofradía pionera del pugilismo nacional:
En el mes de febrero del año 1902 arribaba a las playas de Valparaíso un joven boxeador norteamericano y de nombre Joe Daly. Decía que había sido campeón de peso gallo de la Armada de Estados Unidos, en donde había sostenido varios encuentros, como también en Europa y en la América Central.
En Valparaíso conoció a Juan Budinich, quien le aconsejó se quedara allí, acompañado de Tom Wilson, otro aficionado.
Cuenta Joe Daly que la primera pelea anunciada en público fue la de Wilson con el terrible negro Frank Jones. Los púgiles debían medirse en un pequeño ring construido en un edificio denominado Skating Rink, ubicado en la calle Salvador Donoso. El piso del ring era de cemento con aserrín y estaba alumbrado por un chonchón a parafina, que daba pena. Asistieron al encuentro más o menos ciento cincuenta personas y la entrada costó cinco pesos.
Budinich había nacido en Coquimbo, en 1881. Pasó siendo muy joven por la Escuela Naval, pero debió dejarla tras involucrarse en movimientos sediciosos de la época. Antes de los 20 años comenzó a viajar por el extranjero, aprendiendo el boxeo inglés en el camino: lo practicó en Estados Unidos y, de regreso en Chile, se enroló en el Club Urriola. En 1904 vuelve a Norteamérica buscando perfeccionamiento; se financia con encuentros que organizó en algunas ciudades. Dos años después, hizo en la Universidad de Columbia un curso de educación física, volviendo a Chile tras un largo periplo por México, Cuba y Panamá, en donde realizó peleas con boxeadores locales.
Queda a la vista, entonces, que el fundador del boxeo profesional en Chile fue también todo un hombre de mundo y protagonista de una entretenida vida nómada. Así se refería a él la revista "Sucesos", en abril de 1916:
Alto, muy alto, con anchas espaldas, de mandíbulas angulosas, de trato afable y simpático, es como boxeador la modestia personificada.
Llegó a Chile después de una larga ausencia, sin réclame y sin ostentación, que le son tan comunes a todos los profesionales del box.
Poco exterioriza sus conocimientos científicos del boxeo y casi nadie sabe la excelente preparación de este compatriota que vuelve para conquistar nuevos triunfos en el "ring".
Ha sido el primer profesional, el mejor técnico que adiestrara a los "amaeteurs" del box, ha tenido actuación brillante y, cosa rara, ha dado pruebas de una caballerosidad envidiable dentro del marco estricto que encuadra a este sport.
(...) Va ahora al norte para regresar a instalar una academia de ejercicios físicos que indudablemente reportará grandes beneficios a nuestra juventud.
Buena suerte al compatriota que no nos olvida y que trae tan buenos propósitos. Dentro de dos meses regresará a la capital para fundar el Boxing Club de Chile.
Jones, por su parte, había llegado desde Europa a Valparaíso un año después de Daly. Formando parte de una troupe de peleadores en gira por el Atlántico, se estableció en el puerto del Pacífico con un salón de boxeo que acabó siendo, además, una vigorosa escuela deportiva. Llamaba la atención por su corpulencia, musculatura y color de piel negra de afrodescendiente, algo poco visto en Chile en esos años. Destacó especialmente por su calidad deportiva, convirtiéndose después en un reputado maestro que, en ocasiones, presentaba también a alumnos haciéndolos debutar en alguna pelea en su gimnasio y ring de calle Victoria.
El señalado combate que se programó entre Jones y Wilson parece haber sido el estreno de aquel en territorio chileno, o al menos el primero con características de espectáculo organizado. Sin embargo, como Wilson no llegó al lugar en el día comprometido, fue el Gringo Daly quien tuvo que presentarse por él y enfrentar al temido Jones. La circunstancia lo había elegido para este histórico momento, tan digno del cofundador del boxeo en Chile.
Latorre tomó el testimonio del propio Daly para recordar aquel épico acontecimiento, del primer match boxeril, con pretensiones formales y con público, en la historia del deporte en el país:
Me ganó al 7° round. En la revancha, que se efectuó en el local del famoso huaso Rodríguez, en la calle Victoria, en el mismo lugar que hoy ocupa la Plaza O’Higgins, lo gané al 3er. round.
A raíz de mi match con el negro Jones, se despertó gran interés por la práctica del boxeo. Marineros, bichicumas, y grandotes, que se encontraban “varados” por las calles de Valparaíso, eran convertidos fácilmente en boxeadores y clasificados en los diferentes pesos.
Todo indica que el primer club de boxeo de Santiago, en tanto, aparece en 1899 en los bajos del Hotel Melossi de Alameda con Exposición, llamado en otra época Hotel Brinck y, finalmente, Hotel Alameda. Al costado de la explanada de la Estación Central, este edificio hoy acoge salones de pool en sus altos y fuentes de soda en el zócalo. Patrocinadores de esta sala deportiva pionera eran el atleta porteño Alfredo Betteley Melossi y los hermanos Walker. Poco después, se unió al proyecto el mismo Daly.
Frank Jones en su gimnasio de calle Victoria, presentando a algunos de sus discípulos en una velada de peleas. Revista "Sucesos", agosto de 1903.
Una de las vertientes de fomento al boxeo provino de los filmes que se proyectaban mostrando peleas internacionales, como lo señala esta nota de revista "Zig-Zag" de enero de 1911. En Chile, varios biógrafos y circos organizaban segmentos con esta clase de exhibiciones de películas.
Hotel Alameda, ex Hotel Melossi, al lado de la Estación Central y la Plaza Argentina de los tranvías, en la revista "En Viaje", 1939. A principios del siglo, los bajos del Melossi habían sido adaptados para algunos de los primeros combates y entrenamientos de boxeo en Santiago.
El gran Juan Budinich, en la revista “El Ring” del 2 de junio de 1911.
El gringo Joe Daly, revista “Sucesos” del 29 de diciembre de 1905.
James Perry, en revista “El Ring” del 5 de agosto de 1917, cuando informaba sobre su reciente fallecimiento.
El gladiador negro Frank Jones, en revista "Sucesos", año 1907.
Una alarmista nota de revista "Sucesos" en 1904 contra el boxeo, haciéndose eco de las campañas internacionales que ya entonces existían en contra del pugilismo.
A pesar del entusiasmo y del origen acomodado de muchos boxeadores de la primera generación, estos debían lidiar con la gran falta de recursos materiales, la inexperiencia y la escasez de espacios apropiados a un ring de peleas. Probablemente, hubo varias ocasiones en que no se visualizaba un buen futuro a los esfuerzos y pudo haberse creído, sinceramente, en que las aspiraciones a profesionalizar el boxeo en Chile eran quiméricas. Sin embargo, tras perseverar y advertir que existía un interés real por reclutarse con los guantes, todo fluiría naturalmente entre la sociedad chilena y las actividades boxeriles.
No siendo Budinich un hombre de rendiciones, se había asociado también a Daly para crear una academia en Santiago. Algunas fuentes indican que el club social y deportivo fue llamado La Filarmónica del huaso Rodríguez, aunque ese nombre parece corresponder al centro boxístico de Valparaíso, del que el santiaguino venía a ser un mugrón o sucursal, si así se pudiese interpretar. Instaló su estudio en 1902 a un lado de la Iglesia de la Merced de calle Mac Iver, a la sazón calle de las Claras.
Tal como sucedía entonces con
deportes de influencia británica como la hípica, el tenis, el fútbol y el
ciclismo, los primeros alumnos interesados fueron principalmente de clases acomodadas. Empero, con
el tiempo irían llegando interesados desde otros estratos, todos deseosos de aprender las
técnicas de golpes y defensas en el ring. Los gimnasios se trasnforman, de este modo, en un lugar de camadería y reunión, agrupando a representantes de diferentes clases y orígenes en el arte de los puños.
Ese mismo año, se realizó en la capital el primer combate oficial del que se tiene registro; el mismo que -desde varios puntos de vista- da inicio al espectáculo del boxeo como tal. La pelea se realizó en el Teatro Santiago, en calle Merced a una cuadra de la Plaza de Armas, enfrentando al propio Budinich con el intimidante Jones. En la oportunidad, ganó por K.O. el primero.
Posteriormente, el 1 de noviembre de 1903, tocó a Jones medirse con Daly, aunque la pelea debió terminar de manera imprevista cuando, accidentalmente, este último sufrió una lesión en el tobillo derecho durante el segundo round, según informó la prensa en aquella ocasión. Eran días en que el boxeo inglés ya estaba logrando una popularidad que iba a ser asombrosa después, para consuelo del lastimado Daly.
Paralelamente, se realizaban encuentros memorables de boxeo santiaguino en salas populares de comedia o de zarzuela, como el Teatro Lírico de calle Moneda 1470, entre Amunátegui y San Martín, en este caso organizadas por el atleta de origen franco-italiano Santiago Jacquier. Había llegado desde Buenos Aires con vasta experiencia en actividades circenses, actuando en ellas como “hombre fuerte”, número antecesor de los espectáculos de la lucha grecorromana, el cachacascán y el fisicoculturismo. Jacquier también comenzó a trabajar como profesor de boxeo en algún período de su larga actividad profesional.
Ya en esos años, sin embargo, no faltaban quienes pusieron el grito en el cielo al ver los enfrentamientos como algo sanguinario y bárbaro, colocando más trabas al desarrollo del “box”, como era llamado entonces, que todavía lidiaba con ciertas limitaciones o desconocimientos en la atención del público. Una viñeta a página completa de la revista porteña “Sucesos” del 25 de noviembre de 1904, por ejemplo, mostraba una dramática secuencia con ilustraciones de pugilistas golpeándose como salvajes, cayendo aturdidos o siendo sacados inconscientes del ring, y agregaba bajo el título “El deporte del box”:
Los ingleses y norteamericanos, principalmente, son muy aficionados al box, que consideran como un verdadero torneo de agilidad, fuerza y destreza.
Es cierto que participa en sí de estos tres caracteres, pero no cabe duda, también, que es demasiado peligroso y que puede traer por consecuencia, como ha ocurrido en muchas ocasiones, la muerte de uno de los contrincantes. En Chile no tenemos ese pasatiempo, pues su congénere, el que a diario vemos realizar por las calles, el llamado “deporte del moquete limpio”, cuando más hace chichones en la frente o deja violáceo un ojo, pero nunca llega a producir los deplorables resultados del box inglés.
Empero, la organización de encuentros de boxeo en algunos auditorios y en arenas cirqueras había ido cambiando gradualmente el desinterés, el prejuicio y el desprecio, abriendo paso a una genuina atención popular hacia el cuadrilátero. Además, ya existían otras actividades de combate popular como la llamada lucha romana y comemzaban otras de artes marciales más novedosas, culturalmente hablando. Por estas razones, el boxeo comenzó a ser visto como una disciplina interesante y hasta necesaria en ciertas instancias o entidades, tanto así que Budinich fue contratado para ser instructor de la policía, en 1902, con un exitoso primer curso de cinco agentes. Allí, en la Sexta Comisaría de Santiago, conoció también al futuro campeón Heriberto Rojas y lo inició en las disciplinas del pugilismo, en otro gran acierto.
Daly, por su parte, realizaría ese mismo tipo de labores educativas durante año siguiente en la sexta y octava comisarías, formando alumnos que después fueron bastante conocidos en el medio. Peleadores coon apellidos como Concha, Araya y Arriagada surgieron de aquellos primeros programas de instrucción deportiva para agentes policiales.
A Daly también lo contrataron en el club del Melossi: debía instruir a los jóvenes aficionados que llegaban a su sala, entre ellos muchos empleados de las oficinas de la Empresa de Ferrocarriles, por la vecindad de la estación con el lugar de los encuentros. Esta tradición y las aficiones entre los trabajadores del servicio perduraron por largo tiempo. De hecho, hubo importantes exponentes del boxeo dentro del gremio, como un futuro campeón de la categoría ligeros, ya en los sesenta, el púgil Luis Zúñiga, quien era conductor y ayudante de máquinas.
A todo esto, muchos santiaguinos conocieron o se habían enterado del mismo deporte no visitando los clubes o pistas en donde se levantara un ring, sino por algo casi accidental: la proyección de una película muda en los intermedios del Circo Quiroz-Rodríguez, en 1903, compañía que clavaba sus estacas en la plaza al pie del cerro Santa Lucía, por Moneda con Miraflores. El filme era de la pelea que enfrentó en Londres a los campeones mundiales Bob Fitzsimmons y James Jeffries, ganada por este último, pocos años antes. Según Latorre (quien vio aquel corto en persona) “aparecían los púgiles como movidos por resortes y sin que se pudiera apreciar la colocación de los golpes y los finales de la lucha”.
Un cronista de “Las Últimas Noticias” del 21 de marzo de ese año, citado por el mismo autor, comentaba que el público quedaba sumido en el nerviosismo y el asombro cuando era proyectada la pelea. Esta clase de proyecciones se habrían repetido en otros biógrafos populares de la época según parece. Empero, otra parte de la creciente popularidad del boxeo como deporte se debió, también, a que era ofrecido en vivo y cada vez bajo más carpas de los mismos circos, como parte de los números principales dedicados al respetable público.
Formando ya parte de algunas funciones con espectáculos de variedades y entrando plena ebullición de interés por la práctica, habían comenzado los primeros intentos entre estos peleadores por extender la carrera de los puños en el extranjero. Daly, por ejemplo, viajó a Buenos Aires en 1905 con la intención de organizar encuentros con locales; sin embargo, la falta de boxeadores argentinos frustró sus planes y regresó sin haber podido concretar el desafío.
El
13 de agosto de 1905, además, tuvo lugar un histórico enfrentamiento entre el
Heriberto Rojas y James Perry, en el Frontón Chile o del Club Atlético de calle Alonso de Ovalle con Arturo Prat. El
triunfo del chileno a teatro lleno fue otra inyección fenomenal de fervor por el
boxeo dentro del país, comenzando a ahogarse en esas aguas de victorias todas
las miradas de desconfianza que hubo hasta entonces. Se había iniciado el pavimentado del camino hacia lo que sería, después, la edad de oro del boxeo chileno.
Es justo recordar que Perry también se mantuvo relacionado con los orígenes del boxeo chileno, a pesar de ser mencionado con frecuencia en un lugar inferior, casi pasajero en ciertos casos. Aunque todos lo llamaban el Gringo Perry y se lo daba por oriundo de los Estados Unidos, Latorre sostiene que nació en Inglaterra, en una familia acomodada, permitiéndose una vida viajera que lo llevó por varios países y que lo trajo a Chile a inicios del siglo XX. Se quedó a vivir aquí hasta su sentida muerte, en 1917, afectado por una cruel enfermedad que había obligado a sus amigos y colegas a organizar funciones a beneficio para asistirlo en tan mal momento, durante ese mismo año.
El entonces joven Heriberto Rojas en la revista "Sucesos" de 1907, cuando iba a enfrentar al temido Kid Mitchell.
Kid Mitchmel, en revista "Sucesos", también durante el año 1907.
Joe Daly y John Murray, en revista "Sucesos", año 1908.
Peleas de González vs. Galassi y Relly vs. Bradley en el Teatro Arturo Prat, 30 de mayo de 1908. Nota e imágenes de la revista "Sucesos".
Daly vs. Rose preparando su pelea en el Teatro Prat, año 1908. Fuente imagen: revista "Sucesos".
Rojas vs. Budinich, también en el Teatro Arturo Prat, en 1908. Imagen de la revista "Sucesos".
Boxeo en el Circo Inglés: Víctor Podestá contra Adolfo Morales. Revista "Zig-Zag", año 1910.
La tragedia de septiembre de 1911 en el Teatro Arturo Prat, según la informó revista "Zig-Zag". El peleador Adolfo Morales muere por los golpes recibidos en el enfrentamiento con William Daly.
Juan Budinich en imágenes publicadas por la revista "Sucesos", abril de 1916.
Imágenes de la pelea entre Calvin Respress y Dave Mills en el American Cinema, revista "El Ring" de julio de 1917.
Por singular ironía, el mismo medio “Sucesos” que antes condenaba categóricamente al boxeo, en su edición del 29 de diciembre de 1905 y al lado de una fotografía del Gringo Daly en posición de defensa, decía ahora bajo el título “El boxeador Joe Daly”, comiéndose con salsa vinagre sus palabras del año anterior:
Cada día aumenta más el entusiasmo en nuestra juventud por los deportes.
En Chile podría hacerse una larga historia respecto a los diferentes estados porque han pasado los diversos juegos sportivos. Empezaron ellos por ponerse solo y únicamente en práctica entre los residentes extranjeros, quienes formaron clubs donde se ejercitaban practicando las diferentes pruebas físicas deportivas; poco después se unieron a ellos, pero por supuesto en un número bastante escaso, algunos jóvenes chilenos; más tarde salieron estos y echaron las bases de instituciones de deporte.
De aquí ya nació el verdadero calor por los juegos; la creación de clubs fue cada día en aumento: clubs de football, de bocha, de ping-pong, de lawn-tenis, de polo, etc., todos estos pasatiempos dignísimos del hombre que le desarrollan físicamente y los hacen robustos y fuertes. No hace mucho se introdujo, y ya está totalmente generalizada la lucha romana y el box. Muchas academias se han formado y muchas de ellas cuentan hoy con un nombre bien colocado por sus sistemas especiales de enseñanza. Desde hace algunos días se encuentra en la capital el campeón de box norte-americano D. Joe Daly, que tendrá un breve finish con Mr. Mac-Karty, boxeador este último que ha venido expresamente de Buenos Aires a desafiar a todo profesor o aficionado residente en Chile.
Daly volvió a exhibir sus talentos en la justa y venció en aquel encuentro al anglo-irlandés Paddy MacKarty (Patrick McCarthy, precursor del boxeo argentino), tirándolo al suelo en el 11° round.
A pesar de las precauciones y el aplomo profesional, sin embargo, el sábado 9 de septiembre de 1911 la tragedia llegó al Teatro Arturo Prat, uno de los espacios más importantes y recurridos que había encontrado el boxeo en la capital chilena, en la calle del mismo nombre llegado a avenida Matta. Allí se enfrentaban los campeones Adolfo Segundo Morales y el enérgico negro William Day, pero fue tal la paliza recibida por el primero que colapsó y cayó muerto en el propio ring.
La terrible noticia de fallecimiento de Morales, junto con dejar en duelo a
toda la comunidad de pugilistas del país, tuvo pésimas consecuencias para el
gremio: se suspendieron las peleas durante un tiempo y se llegó a evaluar la
posibilidad prohibirlas de manera definitiva. Por supuesto, los adversarios del boxeo encontraron un muy buen argumento para esgrimir contra la continuidad del mismo.
La muerte de Morales también habría significado que los árbitros fueran instruidos de parar las peleas antes que se convirtieran en espectáculos bárbaros o sangrientos, por mucho que esto gustara al público. Gran reclamo del público provocó, por lo mismo, el final de una pelea entre Rojas y Zárate, hacia fines de noviembre de 1915 en el Teatro Circo Independencia, cuando el juez Salvador Sanfuentes decidió poner abrupto final al combate ante la evidente superioridad de Rojas sobre su golpeado contrincante. Esto desató protestas de la chusma, pero elogios de algunos medios impresos como la revista "Zig-Zag".
En tanto, la probada
popularidad del boxing entre los trabajadores y la aparición de
nuevos clubes hacia el Centenario Nacional, habían permitido que un centro de reuniones del
barrio del Mercado de La Vega, en calle Artesanos, se erigiera como el núcleo
pugilístico de Santiago: el mítico Hippodrome Circo, que ofrecía inolvidables
noches de
battle-royal
en donde estaría después el Teatro Balmaceda. Rojas también se relacionó con esas populares arenas y dirigió la escuela de box y de artes marciales de la Unión Sportiva en la Galería San Carlos, junto a la Plaza de Armas. Surgen también revistas especializadas del período, como “El Ring”, y se abren otros cuadriláteros chimberos como el entonces famoso Raab Recoleta y el mencionado del Circo Independencia, convocando a plebe y élite por igual.
Un gran admirador e impulsor del boxeo, el empresario Felipe Zúñiga, había instalado cerca de ellos su fábrica de guantes deportivos, en calle Domínica de Recoleta, dotándola de un espacioso salón con instrumentos de entrenamiento y maquinarias modernas. Parece ser su nombre el que llevará después el Club de Boxeo que fue fundado por los empleados de la empresa Chilectra. Budinich, en tanto, ahora daba clases también en su salón del Palacio Urmeneta, en Monjitas cerca de la Plaza de Armas; Carlos Polite hace lo propio en su gimnasio de República N° 3, y Luis A. Candia en Rosas 2533.
Una de las academias más completas después del Centenario era también la de Amadeo Pellegrini, en San Francisco 310. El deportista de origen italiano, ex alumno del Gimnasio Pro Italia en La Spezia, campeón de lucha romana en varios torneos desde 1899 y hermano de un héroe aviador de la Gran Guerra, era un experto en disciplinas que enseñaba en Chile dentro del Club Atlético, que estaba en el mencionado Frontón de Pelota, después transformado en el teatro American Cinema de barrio San Diego. En 1905, solo dos años de haberse titulado como profesor de educación física en Italia, fue contratado también para enseñar técnicas de combate y autodefensa a la Policía de Santiago, período en el que tendrá a Rojas como alumno.
Hacia 1918, el llamado Artista de los Golpes Pellegrini enseñaba en aquel gimnasio boxeo, lucha romana, esgrima con florete y jiu-jitsu, por lo que debió ser una de las primeras escuelas formales y bien establecidas de artes marciales múltiples en Santiago. Tenía a la sazón alumnos como Víctor Silva, General Prieto y algunos miembros de "El Diario Ilustrado".
Además de haber sido normanda ya toda la práctica con las reglas del marqués de Queensberry, John Sholto Douglas, el periodista deportivo Renato González, más recordado como Mister Huifa, agregaba que el medio chileno se vio favorecido por la menesterosa situación que vivía la actividad en Argentina, acorralada por las restricciones y vilipendios: esto atrajo a muchos peleadores desde Buenos Aires y otros circuitos internacionales hasta Chile, dando una gran propulsión a la cultura boxística nacional y haciendo más atractivo negocio por la cantidad de peleadores de calidad disponibles.
Cundirían nuevos rings en circos y teatros de barrios, entonces, todos ellos simientes de las veladas regulares de combates... Así avanzaba la llamada escuela científica del boxeo en Santiago y en todo el país: la auténtica profesión del box.
Los
luchadores extranjeros eran un atractivo especial en los combates del medio nacional, sin duda. Esta necesidad del espectáculo deportivo
generó algunas situaciones tan curiosas como la que recordara en sus
memorias el púgil y empresario deportivo Jack Martínez (ver diario "La Nación" del lunes 11 de diciembre de 1950), cuando en 1917 debía realizarse una pelea de fondo en Concepción entre el chileno Juan Ramírez, de Temuco, y el atlético negro Charles Bradley, norteamericano quien también tuvo gran importancia en la escena criolla, habiendo enfrentado incluso a Rojas y el propio Martínez. Sin embargo, un padecimiento de última hora impidió a Bradley llegar al lugar del encuentro, cuando el público ya llenaba las galerías de la carpa. La noticia causó pánico instantáneo en la organización.
Confesaba Martínez que, desesperado por salvar el encuentro penquista, llamó velozmente al peleador nacional Luis Ortega, hombre de piel blanca, ofreciéndole una buena recompensa a cambio de que luchara con Ramírez pintado con un betún oscuro en el cuerpo, para parecerse más al rival que mostraban los anuncios. Subió así al cuadrilátero siendo presentado como el Negro Ortega, y así fue confundido por el público con Bradley, quien ya era conocido en los seguidores de este deporte, además. Cayó noqueado en el segundo round, ante la euforia de los presentes. Y a pesar de que la pintura se le estaba saliendo por el sudor y el agua de una intensa lluvia que se filtraba desde el exterior aquella noche, la gente no notó la impostura pues la lona de la carpa había sido cubierta de pez de Castilla y confundieron las manchas y gotas oscuras con aquella sustancia.
Como resultado de aquel período, surge también la figura del argentino Luis Ángel Firpo, nacido en 1894 en Junín y después residente en Buenos Aires. Por necesidades de ganarse la vida y aprovechando su fuerza de “niño de campo” (que le costara burlas de sus compañeros de escuela) se involucró al boxeo tras pasar por algunos empleos menores. Con el pugilismo del Plata en el descrito estado de subdesarrollo y prácticamente sin público, logró entrar al Club Internacional para aprender y tomó la audaz decisión de sumarse al campeonato amateur de septiembre de 1917, todavía con poca experiencia: ganó circunstancialmente, al no presentarse ningún otro contrincante en las nóminas de su categoría.
Comprendiendo con aquel episodio que allá no tendría un gran futuro mientras no cambiara la adversa situación, Firpo emigró a Chile en 1918 y contactó en Santiago al señor Zúñiga, quien se volvió su mánager y dispuso su gimnasio para que lo ocupase. Debutó peleando en Chillán “a la antigua” (con guantes de cuatro onzas y las manos duramente fajadas) contra William Daly, todavía tan temido por haber fallecido ante sus puños el contendor Morales. Ahora, Daly acababa derrotado, como después cayó Calvin Respress, también por la mano de roca del argentino.
La academia de boxeo y lucha romana del deportista y peleador Amadeo Pellegrini, en agosto de 1918. El italiano aparece al centro, entre sus alumnos.
El curso de primeros alumnos de la policía aprendiendo boxeo: Heriberto Rojas, F. Araya, J. Sepúlveda y Juan Concha. Imagen publicada por revista "Pacífico Magaine" en mayo de 1919.
Los campeones Rojas y Zárate en el Teatro Circo Independencia, a fines de noviembre de 1915, en una concurrida pelea que debió ser terminada antes por el árbitro a causa de la desventaja en la que quedó el segundo. Imagen publicada en la revista "Zig-Zag".
Heriberto Rojas y Calvin Respress en el ring del American Cinema, con aforo lleno y triunfo del nacional, en abril de 1916. Fuente imagen: revista "Sucesos".
Empleados del Felipe Zúñiga Boxing Club, en febrero de 1922. Imagen tomada del libro "Luces de Modernidad" de Chilectra.
Filiberto Mery y Orlando Sánchez, listos para un match de 1923 en el Hippodrome, con el referee Juan Livingstone al centro, padre del deportista y comentarista deportivo Sergio Livingstone y figura de gran importancia también en los orígenes del fútbol chileno.
Retrato de los pugilistas Floridor Pino y Benito Vergara, antes de una pelea
entre ambos en el Hippodrome Circo, año 1925... Era ya la edad de oro del boxeo chileno.
Empleados integrantes del equipo de boxeo amateur de la compañía Chilectra, hacia 1925. Fuente imagen: libro "Luces de modernidad".
Sin embargo, cuando Firpo volvió a Buenos Aires para hacer exhibiciones y aceptando un desafío con premio en dinero, su retador Jirsa se escabulló evitando concretar la pelea. El púgil se enfureció por el desaire y, atrapándolo en un gimnasio, lo golpeó fuera del ring. Tras haber intentado establecerse en Montevideo, además, regresó a Chile y volvió a ponerse bajo órdenes de Zúñiga. Desgraciadamente, fue derrotado en discutibles circunstancias por el campeón californiano Dave Mills, pero cobró revancha después en el Hippodrome Circo, ganando el cinturón de oro que, según se recuerda, fue donado por don Arturo Alessandri Palma.
Desde ese momento, Firpo fue uno de los peladores favoritos de aquella tarima chimbera, intentando retornar otro par de veces a Buenos Aires pero siempre estrellándose con las prohibiciones y dificultades que persistían allá. También estuvo en Nueva York, en aquel período. Pudo regresar a Argentina casi en el retiro, en 1926, pero dejando una enorme huella en los días de popularización del boxeo en Chile.
Otra de las estrellas del Hippodrome Circo fue Estanislao Tani Loayza, nacido en Iquique en 1905 y primer boxeador chileno en disputar formalmente el título mundial de livianos, en 1925, tras haber derrotado a muchos combatientes de Chile y otros países. Empero, perdió aquella oportunidad ante Jimmy Goodrich en Nueva York por un desafortunado accidente: lesionado por un tropiezo con el referee. Tío de los futuros campeones Humberto, Rubén y Mario Loayza, fue uno de los más espectaculares combatientes de su época, también haciendo clases de boxeo en la Fuerza Aérea de Chile. Jubiló como suboficial mayor de Gendarmería de Chile.
Los rings, a esas alturas, ya bullen de aplausos por todos lados: estadios,
gimnasios, canchas de otros deportes, plazas, teatros o cines y hasta en
tabernas; en el patio de ventas del Mercado de La Vega y en un sitio vecino del
Matadero Franklin peleaban los propios trabajadores y llegaban
folcloristas a poner música. Actos sindicales y políticos incluyen ya algunas peleas como parte de los intermedios con espectáculos, lo mismo que homenajes celebrados en teatros y hasta fiestas de corte gremial. Todo parece una buena excusa para meter una pelea como parte del programa, a esas alturas.
Meditando sobre ese clima que ahora era tan favorable al boxeo, José Risopatrón Lira había dejado escrito en la revista "Pacífico Magazine" de mayo de 1919, bajo el título "El box en Chile":
Cada país tiene su sport favorito, ya sea porque los caracteres del juego se acomodan mejor al temperamento de la raza y sus cualidades o bien porque las condiciones del clima y del terreno se adaptan más en unas regiones que en otras determinados ejercicios físicos o simplemente porque una moda lo consagró en épocas de entusiasmo. El hecho es que en cada nación hay un sport que ha echado más hondas raíces.
(...) Hace quince años, en nuestro país no se tenía sino una vaga idea de lo que era el boxeo científico.
Solo de vez en cuando algún diario reproducía, a modo de información curiosa, los detalles de algún gran match verificado en Europa o Estados Unidos.
Fue por ese entonces, cuando con la llegada al país de algunos maestros en el arte, se despertó en nuestra juventud el deseo de aprenderlo y practicarlo.
Las personas tímidas, los temperamentos pusilánimes y reacios a toda idea nueva se apresuraron a calificar el box con expresiones duras, y al ver la inutilidad de sus esfuerzos para eliminarlo de nuestras aficiones, le hicieron el vacío y ridiculizaron a los que se interesaban en su práctica.
Fue necesario que personalidades distinguidas de la política y del alto comercio que en sus viajes al extranjero se dieron cuenta de su bondad e importancia, hicieran su elogio y propagaran su gusto, asistiendo a los primeros maches públicos que se hicieron en Santiago, para que la juventud le abriera paso franco y lo colocara en el lugar prominte que le correspondía entre sus sports favoritos.
El box a la alta escuela coincidía, casi en todos sus aspectos, con el sistema de las luchas individuales que se usaban en el país para poner término a disputas y enojos personales.
Solo faltaba ajustar la pelea "a la chilena", de rudeza primitiva, pero eminentemente humana, a las reglas del Marqués de Queensberry, que son lo que podríamos llamar "catecismo del boxeo".
Para 1921, ya ha comenzado la primera etapa profesional del boxeo, su edad dorada. Se calentaban por entonces los motores para el campeonato sudamericano que debía celebrarse en Chile. Sin embargo, la división nacional se fracturó en dos, por rencillas intestinas: la Asociación de Centros de Box y la Federación de Box de Chile. Esta última permaneció más cercana a las actividades del Hippodrome Circo y a varios de los antiguos impulsores de la disciplina.
En el año siguiente, un
prometedor Manuel Sánchez, primer campeón sudamericano chileno, perdía su título
al caer por K.O. ante el veinteañero chillanejo Luis Vicentini, en el séptimo asalto. Y en
1923, este derrotaba al uruguayo Julio César Fernández. Sin embargo, el destino juega de maneras caprichosas con la vida y los prospectos de los hombres...
Salido del club Raab Recoleta para tocar el éxito y considerar que el medio nacional ya le resultaba estrecho, la promisoria figura partió a los Estados Unidos renunciando incluso a su título sudamericano. El abandono de Vicentini permitió que el título quedara "por secretaría" en manos del uruguayo Fernández. Empero, a pesar de su brillante desempeño en el medio norteamericano llegando a noquear al futuro campeón mundial Rocky Kansas en el Queensboro Stadium de Long Island City, Nueva York, la vida bohemia y los excesos comenzaron a afectar su carrera y su propia tranquilidad.
Un deteriorado Vicentini retornará a Sudamérica solo para confirmar, derrota tras derrota, que su carrera se había derrumbado. Tras un breve e infrutuoso periplo internacional vuelve a Chile solo para ser vencido en dos ocasiones por Loayza. Su última pelea fue en octubre de 1932 con Carlos Uzabeaga, siendo derrotado otra vez en el Teatro Reina Victoria, el mismo que antes había sido el Hippodrome Circo. Falleció en 1938, consumido por la cirrosis en un pabellón del Hospital San Vicente de Santiago, a los 36 años.
Mientras tanto, con el circuito creciendo comercialmente gracias a nuevos visionarios del medio como el mencionado ex peleador Jack Martínez devenido en empresario, la Compañía Chilena de Electricidad Ltda. -muy influida por la gran cantidad de gerentes y técnicos norteamericanos que tenía- había levantado también su propio equipo pugilístico realizando galas memorables desde los años veinte, las que encontrarían casa en el salón del Sindicato de Trabajadores de Chilectra, conocido como Teatro SICHEL, de calle Catedral cerca de la Plaza del Roto Chileno de barrio Yungay. Entre sus integrantes destacó el peleador Pedro Martínez, hacia 1925.
Otro capítulo histórico del boxeo chileno había comenzado para entonces, sin embargo... Uno ya muy lejos de su esa etapa de precarios y esforzados orígenes que aquí hemos intentado retratar, llegando a su apogeo en cuadriláteros como los del Teatro Caupolicán y el Estadio Chile. ♣
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