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LA ANTIGUA CERVECERÍA DE LA MARCA CHANCHO

Después de la cerveza de Moreno, siguieron apareciendo otras con la denominación "marca chancho" en el mercado hasta épocas muy posteriores, como una comerciada por una tal Compañía Rogers de Valparaíso durante la segunda mitad del siglo XIX.

Un término popular en Chile es usado para referirse a los objetos de mal prestigio o, cuanto menos, si este es dudoso: marcas chancho. El mote alude a que el nombre del fabricante o del producto respectivo no es conocido o, lo que es peor, si tiene o se puede presumir poca calidad del mismo. Es, además, un intento casi autodefensivo por amortiguar la necesidad de ceder a la constante proporcional de la calidad-precio en el comercio, optándose por lo más económico y lo más chancho, cuando es requerido por los ajustes presupuestarios.

Por supuesto, no todo lo barato y económico es puerco o cerdo, así como no solo las marcas chancho son las de baja calidad o corta duración frustrando a sus decepcionados compradores. Sin embargo, la apertura de los mercados internacionales, en la actualidad, ha demostrado a la sociedad chilena que la cultura de la calidad porcina era bastante universal y que el concepto de marras no era únicamente suyo.

La creencia más divulgada ha asumido que el origen de la denominación se encontraría en unos cigarrillos que lucían el nombre de “Marca Chancho”, con un vistoso cerdo vestido de smoking ilustrado en la portada del papel que los envolvía. Confeccionados aproximadamente desde los años veinte por la firma Manufacturas de Tabaco Carrera y Cía. de Valparaíso, fueron populares entre los trabajadores de la primera mitad del siglo XX, como sucedía también en las salitreras del Norte Grande. En otro lado del envoltorio, el mismo cerdito corporativo cuidaba con esmero y arrogancia su estatus: “Rehusad indignados las imitaciones siempre aconsejadas por el interés”, decía, sugiriendo que podía ser falsificado como sucedía por entonces a los cigarrillos de buena calidad. Y no estaba por demás esta advertencia: a veces, los adulteradores de tabaco llegaban a prácticas tan extrañas como aplicar ají a las hojas secas para que pareciera más fuerte y “picante” al gusto.

Por muy porcina que pudiera haber sido la calidad (no lo sabemos hoy), “Marca Chancho” tampoco se ajustaba a las modestias, así que en su etiqueta advertía a los compradores en otra nota de fábrica: “Aseguramos que estos cigarrillos valen mucho más de lo que cuestan”.

En términos generales, la relación entre el concepto de la marca chancho y el nombre de los mencionados cigarrillos ha sido observada por varios investigadores. Entre las publicaciones principales que hablan del asunto está la del coleccionista Oscar Aedo, autor de “Las marcas de la historia”. Los primeros trabajos sobre este tema, sin embargo, parecen ser los del prolífico investigador Reinaldo Riveros Pizarro, creador de la revista “La Voz de la Pampa”, otro coleccionista de envoltorios y cajetillas antiguas halladas entre las ruinas de las salitreras nortinas, incluido uno de los mejores ejemplares que se conservan de “Marca Chancho”.

Claramente, entonces, debe haber una correlación entre la noción general y los cigarrillos homónimos. Probablemente, estos últimos hayan consolidado en uso popular de la expresión marca chancho, además.

Sin embargo, al revisar con detención los antecedentes puede observarse también que, desde fines del siglo XIX, ya hay algunas menciones publicitarias al mismo y exacto concepto. Esto es un hecho: en “El Mercurio” de Santiago, a fines de 1909, por ejemplo, se ofrece una chicha-champaña llamada también “Marca Chancho”, producto de don Ramón Masuela, y la bebe en la ilustración un personaje con ciertos atributos de aristócrata, para más desconcierto.

Se sabe también que, hacia los años de la Guerra del Pacífico o poco antes, en Perú se habría consumido una cerveza negra identificada como de marca chancho, importada de Bélgica, según parece. Hubo otros casos más interesantes, además, como el de cerveza “Pig” en Reino Unido y que podría estar en el mismísimo origen del concepto de la marca chancho del lenguaje popular de países hispanoparlantes. Esta cerveza de malta era producida originalmente por una compañía irlandesa que parece corresponder a la actual Guinness y fue conocida e importada probablemente a inicios del siglo XIX.

Posteriormente, se verifica que existió en Chile también la cerveza “Marca Chancho” comerciada por la firma Rogers y Cía. de Valparaíso, también importada desde las islas británicas y que se promocionaba en la prensa bajo una imagen de su etiqueta con un airoso cerdo  con la siguiente leyenda (diario “El Sur” de Concepción, martes 10 de enero de 1888):

La marca chancho es reconocida por los aficionados como la mejor Cerveza Negra.

Es preparada, solamente con la mejor cebada y oblón, y es embotellada con el cuidado ganado por la experiencia de 30 años.

En razón de sus cualidades superiores y sus propiedades saludables, la marca chancho, es un poco más cara que cualquiera otra marca.

Esta marca de Cerveza, suavemente ayuda a la digestión, es alimento tanto como bebida y puede ser recomendada por los médicos a sus pacientes más delicados.

Es importada solamente por los que suscriben, quienes son los únicos agentes para Chile y Perú, y a quienes se servirán remitir sus pedidos, ya sean encargos para embarcar directamente de Europa, o sean para mandar de Valparaíso.

Como se ve, la gloriosa bebida de cebada y lúpulo parece haber estado ligada al concepto primigenio de la marca chancho o relacionado con el mismo, pero su connotación como artículo más económico y pueril atribuida en nuestra época no era originaria del mismo. Se advierte, además, que su publicidad le otorgaba virtudes saludables, algo frecuente en los productos alcohólicos de la época.

Al respecto, cabe indicar que un viejo lunfardismo argentino definía como marca chancho aquello que fuera de buena calidad o bien algo en demasía, abundante. Lo confirma José Gobello en su diccionario de lunfardo. También se usó la marca chancho en su significado positivo dentro de la sociedad peruana. En consecuencia, la inversión del concepto hasta convertirlo en señal de algo inferior, de poca calidad, correspondería a una corrupción ocurrida en Chile.

Remontándonos un poco en el caso chileno, entonces, la llegada de los importadores y productores de cerveza al país fue un hito en la historia de la diversión de las clases populares, a pesar de las limitaciones en las posibilidades de refrigeración en esos años. Por su sencillez de preparación, el producto había sido creado (o descubierto) por la humanidad antes del pan y del vino, de hecho. Los castellanos la conocían en Europa y la recordaban con pena en tierra americana; y así, el primer poeta chileno, Pedro de Oña, escribía en su “Arauco domado” de 1596, adelantándose por siglos a las loas que los borrachines ofrecerán por acá a las jarras espumosas:

Ya hierve la cerveza trasegada,
Ya la turbada vista centellea,
Ya de liviano el cuerpo bambalea,
Y cáese la cabeza pesada:
Ya con la bota lengua mal mandada
Cualquiera ferocísima bravea,
Haciendo que al rumor la tierra gima,
Y al que lo ve de fuera cause grima.

Los talleres cerveceros surgen en el país con un poco de atraso, si descartamos las interpretaciones que intentan forzar vínculos entre este producto y las chichas de maíz que consumían los indígenas o las de uva bebidas por los criollos. Parece que su popularidad comienza en tiempos de la Independencia o muy poco después del proceso, gracias a marcas europeas que entran al mercado chileno y al inicio de las producciones locales.

Personajes y comerciantes callejeros santiaguinos, según reportero francés Melton Prior en junio de 1890. La última de las ilustraciones, a abajo a la derecha, corresponden al carretón cervecero.

Vista del barrio La Chimba en el siglo XIX hacia 1880-1890, en el Camino de la Cañadilla o Independencia, como se le llamó a la avenida recordando a los ejércitos victoriosos que volvieron por ella desde Chacabuco. Por estas cuadras tuvo don Vicente su taller cervecero.

Otra antigua cervecería de la capital, anunciada en la "Guía de Santiago" de 1886. Estaba en el barrio de calle Fray Camilo Henríquez.

Las primeras cervezas chilenas, propiamente tales, son del mismo período y con buena recepción del mercado. Es muy posible que la mayoría de ellas fueran importadas, aunque también habían aparecido ya la producción propia. De hecho, la cerveza fue la bebida de la alegría en el Chile liberado, en cierta forma. Su presencia como básica industria aparece mencionada en el diario de María Graham, al referirse en 1822 a lo absurdo de las de cargas de impuestos sobre los productos importados al país, en donde anota de manera terminante la viajera inglesa:

Preténdese proteger así las manufacturas nacionales, olvidando que, con excepción de las de sombreros y cerveza, no hay en Chile manufactura alguna, pues no merecen tal nombre las rudimentarias industrias de jabón y velas.

Más interesante, sin embargo, es el hecho de que la misma escritora aluda a una cervecería existente en esos días por el sector de La Chimba de la ciudad de Santiago. En sus propias palabras:

Atravesamos el Mapocho por el magnífico puente de piedra construido por don Ambrosio O’Higgins, y después de recorrer el barrio de la Chimba, famoso por su bien montada cervecería y sus salazones de cerdo, nos dirigimos a la fábrica de pólvora, actualmente ruinosa.

La cerveza era, a la sazón, “el líquido de moda” de la sociedad chilena según indica Eugenio Pereira Salas. Hacia 1825, además, el inmigrante irlandés Andrés Blest instaló también la que parece ser la primera planta cervecera de Valparaíso, en la llamada Plaza del Orden, actual Plaza Aníbal Pinto. Esta casa enviaba su producto a Santiago y era comerciado en un local de calle Santo Domingo, por el año 1828.

Empero, a partir de 1850 y gracias a la avalancha de influencia cultural germana aportada por los inmigrantes de ese origen, vendrán a unirse cervecerías como la de Karl Anwandter en el sur y otras centrales como la de don Valentín Koch en calle Independencia de Santiago, taller que en 1869 pasó a manos de Adolfo Bohklmann, produciendo en ella la marca La Estrella. Dicha propiedad fue comprada, más tarde, por don Andrés Ebner, pionero en la introducción de algunas variedades del producto y de refrescos en el país como la gaseosa “Bilz”, y cuya vieja fábrica-palacio cervecero construido en la misma propiedad de avenida Independencia, ha sido recuperada en nuestra época tras largo tiempo de abandono y deterioro.

En cuanto a la marca chancho, Pereira Salas tiene una explicación ajustada también a la influencia de la cerveza de La Chimba, pero situándola originada casi 100 años antes de los cigarrillos del cerdo altanero. Según lo que expresa en “Apuntes para la historia de la cocina chilena”, el término y el concepto provendrían en realidad de una de aquellas primeras fábricas nacionales, en este caso una que vendía sus brebajes hacia 1830 y de la que no podemos saber si era considerablemente más barata o de menor calidad (más chancho) en un mercado en donde aún competían solo dos o tres compañías principales. Esta cervecería se mantuvo activa hasta más o menos 1849-1850, cuando desapareció de almacenes.

El taller y la bodega correspondientes pertenecían a un empresario establecido en la capital chilena tras venir con el ejército desde Mendoza: don Vicente Moreno, quien tenía su cervecería en el que fue conocido antes como el Camino Real o Alameda de la Cañadilla y, efímeramente después, avenida Buenos Aires, hoy avenida Independencia. De acuerdo al siempre preciso Justo Abel Rosales en su libro sobre La Chimba, la ubicación del taller de Moreno era por donde está la calle Echeverría:

En la esquina de esta calle con la Cañadilla se estableció la primera cervecería de este barrio, y ocupaba el piso bajo de la casa de Echeverría. Fue este primer cervecero don Vicente Moreno, que arrendaba ese local a su viviente en él entonces, don Manuel Echeverría. Don Vicente era cuyano, y vino a Chile con el ejército de San Martín. Peleó en Chile y Perú, alcanzando el grado de coronel. Retirado a la vida privada. Se dedicó al comercio de licores, y en especial de cerveza, para lo cual se estableció en la Cañadilla hacia el año 1840, en el lugar indicado. Murió este honrado comerciante y antiguo patriota el 15 de junio de 1858.

Por su lado, Sady Zañartu dejó una descripción sobre el entonces célebre personaje, en su libro titulado “Chilecito”. Refiere algo más sobre el empresario y muy en su modo narrativo de hacer crónicas:

No era don Vicente Moreno muy alto, pero sí, recio de cuerpo. Metido en carnes, su panza tenía cierta escandalosa prominencia que la hacía rival de uno de aquellos abades franciscanos de la Cañada santiaguina. Su apoplético cuello era digno soporte de la cabeza, cubierta siempre, en invierno o verano, con un sombrero de pita guarapón. Llevaba la cara rasurada, y en ella la nariz grande y rojiza se asomaba curiosa a la boca, tamaña como un buzón. Estuchaba sus piernas en unos pantalones de brin, que se angostaban al caer sobre los tobillos, a la manera de los huasos, y cubría el torso con una polaca de casimir a cuadros, que, al abrirse de solapa a solapa le formaba un par de alas.

En lo relacionado a cómo logró Moreno meter su cerveza en los anaqueles del mercado santiaguino, después de algunas dificultades que marcaron sus inicios, Zañartu también se explaya en aquella crónica:

El genio de don Vicentón el cuyano encontró al fin una manera de introducirla a los descreídos hijos del Mapocho.

La canícula estaba en la mitad de febrero y la gente no acudía más que al pregón del heladero, que pasaba cantando a toda hora su “de leit bien elao”. Pero un buen día empezó a rodar por las calles un barril en cuyas tapas se veían pintadas las banderas de Chile y de Argentina. El enorme barril, empujado por dos negros corpulentos, recorría la ciudad produciendo tal alboroto que el vecindario salía a los zaguanes a ver lo que pasaba y a preguntar qué se llevaba dentro. Muchas conjeturas se hacían, pero nadie daba en la verdad. Se decía que era pólvora para quemar camaretas en honor de no sé qué santo. Se decía que era agua de rosas para las fiestas de carnestolendas. En fin, cada cual agregaba algo de su cosecha, y “la bola” corría junto con el barril llevando el notición por todas partes. Los chiquillos de la calle seguían al barrilete en su lento rodar, al que se iban agregando personas de calidad, deseosos de saber dónde pararía aquel extraño barril de confraternidad chileno-argentina. Los negros viraron en dirección al puente de Calicanto, subieron la rampa y deslizaron el barril, más suavemente, con rumbo a la Cañadilla. El poblado que lo seguía era enorme y estrujábanse unos y otros por ganar la delantera.

Enfrente de aquella esquina, en tanto, Moreno acababa de abrir las puertas de su pulpería y esperaba paciente a la caravana ya sedienta, vistiendo traje de gala con sus charreteras y medallas de coronel colgando sobre el pecho. Cuando los negros llegaron empujando la barrica, la destapó ahí mismo y comenzó a degustar su espumajoso refresco de cereal ante la mirada atenta y seducida de todos los curiosos agolpados enfrente de su cervecería y, a continuación, con los mismos haciendo fila para poder probarla y llevarla con ellos.

Antiguas botellas de cerveza confeccionadas en cerámica y vidrio, entre las colecciones del Museo Histórico Nacional.

Envoltorio de los cigarrillos "Marca Chancho", entre otras cajetillas de marcas con nombres tanto o más extravagantes, entre la colección de O. Aedo que se expuso hace algunos años en las vitrinas del café de la Biblioteca Nacional.

Según esta caluga publicitaria del diario "El Mercurio" de Santiago de fines de 1909, también existió una chicha-champaña llamada "Marca Chancho" de don Ramón Masuela... Sin embargo, la bebe un personaje casi  con atributos de aristócrata. Al parecer, la credencial de marca chancho no siempre tuvo una connotación socialmente peyorativa.

 

Otro aviso para la cerveza “Marca Chancho” de la firma Rogers y Cía. de Valparaíso (diario “El Sur” de Concepción, martes 10 de enero de 1888). Como se ve, todavía era sinónimo de prestigio y calidad eso de la marca chancho.

De acuerdo a Pereira Salas, sin embargo, el envase de la cerveza en que comenzó a comerciar su producto el señor Moreno era de greda, tomando el nombre o, quizá, generándose por esa característica el apodo de marca chancho para la misma, entre los consumidores. En caso de ser esta última la razón correcta, no queda clara la relación con el concepto: si efectivamente tenía forma que pudiera evocar a la de un cerdito de alfarería, o bien si la imaginativa sociedad chilena lo asoció a uno por algún parecido o sugerencia de su material con el de las alcancías de greda y otras artesanías que son populares en la cerámica tradicional.

Tampoco está claro que la asociación porcina haya tenido alcances relativos a la calidad del mismo producto. El punto más o menos seguro es solo que la marca chancho era la de aquel cervecero y comerciante, a la sazón. En las palabras exactas de Pereira Salas: “La tradición da, sin embargo, la primacía al cuyano Vicente Moreno, famosos por sus botellas de greda que dieron vida al mote de ‘marca chancho’”.

A la sazón, las cervecerías de Blest y Moreno parecen haber sido las únicas industrias productoras importantes durante un par de décadas. Y a pesar de que esta  última, ostentando la marca chancho que se constituyó en la cerveza de preferencia popular, ampliando y mejorando sus instalaciones al acercase el medio siglo, la bebida bandera de la casa Moreno no logró afianzarse bien en el mercado, o tal vez le faltó tiempo a su fundador. Desapareció de las repisas cuando ya proliferaba la competencia, pasando así a las memorias olvidadas de las marcas y los personajes alguna vez beatificados por los fiesteros y amantes de las alegrías en vasos.

El producto y el concepto cerdoso, sin embargo, reaparecerán campantes, ahora como la oferta de otras casas cerveceras del siglo XIX... El concepto que daba nombre a la marca, pues, ya estaba posicionado en la sociedad santiaguina.

Es difícil saber confirmar con plena certeza si Graham se refería a la cervecería de Moreno presente ya en 1822 en el barrio chimbero, pues la documentación es pobre. Lo asegurado por Rosales sugiere que debería ser la misma, sin embargo. También se titubea inevitablemente a la hora de ubicar su fábrica de marca chancho en la secuencia cronológica de las cervecerías que se instalaron en el país: mientras Francisco A. Encina la señala como tercera compañía en la historia, Oscar Kaplán asegura que la casa de Moreno se fundó recién en 1840, en su “Geografía de Chile”. Existe también un trabajo del historiador Juan Ricardo Couyoumdjian titulado “Una bebida moderna: la cerveza en Chile en el siglo XIX”, enmarcado en un proyecto mayor de investigación, en el que se abordan estos y otros temas relativos a la historia de la producción cervecera nacional. El caso del taller de Moreno es mencionado en sus páginas, por supuesto.

No obstante la desaparición de aquella primitiva cervecería, jamás se perdió la nación de la marca chancho que se habría instalado en el imaginario nacional a partir de sus ventas, aunque tomado hasta nuestra época como sinónimo de lo barato y más fácilmente asequible, pero de calidad cuestionable, tal vez porque se vulgarizó la idea y productos de inferior pelo comenzaron a abusar del mismo. Ha sobrevivido así, de hecho, aunque nunca podremos comprender con total convencimiento si la famosa cerveza del señor Moreno se ajustaba, realmente, a la categoría de bajos precios proporcionales a sus estándares o bien a los de calidad que presumían cervecerías posteriores con productos homónimos, como la casa porteña Roger y Cía… Marca chancho, para ambos casos.

Dicho lo anterior, puede ser que la idea de la marca chancho haya sobrevivido desde la cerveza hasta los tiempos en que la firma Carrera y Cía. lo tomó para sí, bautizando a sus cigarrillos con tan especial denominación y valiéndose de las connotaciones positivas que aún mantenía el concepto, como hicieron otros comerciantes con sus respectivos productos y no necesariamente para representar opciones económicas. Además, hubo varias marcas de cigarrillos de la época, dirigidas a clases trabajadoras y que tomaban para sí nombres relacionados con el argot más popular, como “La Yolanda”, “El Pijecito”, “El Compadrito” o “El Futre”.

Llama la atención, adicionalmente, que el nombre del cigarrillo porcino haya sido “Marca Chancho” y no “El Chancho” a secas, lo que refuerza la idea de que el concepto ya existía como categoría en el lenguaje del pueblo y solo fue tomado y aprovechado por los tabacaleros para su producto, intentando connotar más prestigio. Visto que los mismos cigarrillos gozaban de cierto engreimiento autorreferente, por lo demás, esto quizá haya contribuido a invertir el significado de marca chancho y a reforzar el anatema comercial que persiste en nuestros tiempos, forjado en algún momento del siglo XX y tal vez más recientemente de lo que se supone.

Con el tiempo, entonces, la significación de la marca chancho pasó a ser de algo económico, popular y barato, a indicación de mala o dudosa calidad, representada por el desconocimiento o desconfianza que inspirara una etiqueta.

La cerveza como producto popular del mercado chileno, en tanto, nunca más abandonará al país: había conquistado con rapidez gargantas y corazones, en un sagrado vínculo indisoluble. Así, para 1865, Claudio Gay confesaba en la “Historia física y política de Chile” su asombro por la gran cantidad de fabricantes: “Desde hace algunos años se fabrica mucha cerveza en Chile; sobre todo en Santiago y Valparaíso, en donde se obtiene una calidad excelente, gracias al lúpulo que se cultiva en el día para destinarlo a este uso”.

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