Aspecto de las casas viejas de la ex calle Duarte, esta en la dirección de Lord Cochrane 338, escenario de un traumático asesinato en el 1916. Fuente imagen: "El crimen de la calle Lord Cochrane", de J. Aníbal Pinto.
Hoy llamada Lord Cochrane, la ex calle Duarte de Santiago fue otra de las vías recreativas más alegres y fiesteras del siglo XIX, antes que un aire más aristocrático pudiese apoderarse de sus cuadras iniciales. Si para fines de la anterior centuria y hasta aproximadamente 1840 no era más que dos o tres cuadras terminadas en el paisaje rural que rodeaba todavía a la ciudad, a partir de mediados de siglo comienza prolongarse hasta alcanzar los barrios al oriente de La Pampilla o Campo de Marte, que será después el Parque Cousiño, hoy O'Higgins.
Sus entonces famosas quintas y fondas, en las primeras cuadras desde la Alameda de las Delicias, llegaron a ser legendarias en la historia de la antigua recreación chilena, particularmente la de los Baños de Gómez. Sirvieron de escenario para importantes artistas de su época, además, como el grupo folclórico Las Petorquinas, cuando recién habían llegado a Santiago en 1831, además de algunos elencos teatrales de la joven República.
"La capital se cubrió de chinganas, y en la Alameda, desde San Diego hasta San Lázaro, y en la calle de Duarte, en sus dos primeras cuadras, era rara la casa que no tuviera este destino", dejó escrito José Zapiola en sus "Recuerdos de treinta años", una de las más recurridas fuentes para este tema. "En esas quintas de la calle Duarte, a un paso de la Alameda, estaban las mejores rabelistas, arpistas y cantoras de tonadas y zambas nacionales", agregaría después Sady Zañartu, en "Santiago, calles viejas".
No exageraban aquellas impresiones. Varias cuecas del folclore, recopiladas por Fernando González Marabolí y transcritas por Samuel Claro Valdés en "Cueca o chilena tradicional", nos hablan en la tradición sobre aquella singular calle y sus personajes. Una de ellas recuerda con profanos encantos:
Por esa calle Duarte
desde temprano
replican los panderos
tocan el piano.
Había un ambiente de encuentro social importante en calle Duarte, ciertamente. Justo frente a su entrada estaba en Alameda el llamado sofá de Portales, un escaño de piedra rojiza de los varios que estaban en el paseo pero en donde don Diego Portales solía dar charlas al aire libre para amigos y seguidores, permaneciendo muchos años más allí después de su asesinato. También se levantó allí un elegante tabladillo de fierro a modo de glorieta, en donde tocaba una banda musical durante las tardes de días festivos, como anotó Recaredo S. Tornero en el "Chile ilustrado".
La política alcanzó varias veces a la calle de Duarte, desde tempranos tiempos: se sabe que los integrantes del bando pipiolo fueron
especialmente asiduos a aquellas ramadas y fondas, dejando cierta huella ideológica en ella. Esto
sucedía aún en los mismos días de las presentaciones de Las Petorquinas a principios de los treinta, y casi no parece coincidencia
que, años después, se haya colocado la estatua de Ramón Freire tan cerca de la
boca de la misma calle en la Alameda (1855). Muchos hombres de liderazgo dieron encendidos discursos en aquellos rincones, y otros con menos talento oratorio también lo
intentaron en esas mesas y tablados, es de suponer, durante el período del
ordenamiento republicano.
Como muchos cuadrantes urbanos y rurales dedicados especialmente a la fiesta o la colorida remolienda criolla, incluso pueblos completos de Chile, aquel barrio de calle Duarte y sus inmediatos habría sido llamado informalmente por entonces como La Villa Alegre, aludiendo de manera -más o menos elegante- a sus varios centros recreativos, cantinas y casas de remolienda. Algunos de esos sitios eran más prestigiosos que otros, por supuesto, como sucede con todo barrio recreativo. Y es que Duarte era "la vía láctea del jaraneo" de aquel entonces, según palabras de Pablo Garrido.
En una crónica titulada "Viaje Mental. Historia contemporánea de sucesos, mentiras, hombres y animales célebres de Chile", publicada en partes por la "Revista de Lima" en 1861, Luis José Carrasco proporciona una completa descripción del recurso humano de la misma calle, en el capítulo titulado "Las calles de Santiago":
La Villa Alegre es un barrio diferente de los del centro; sus habitantes de rostros pálidos y ajados por los asquerosos deleites están sentados en miserables escabeles, sorbiendo tragos de venenoso ponche o de chispeante y mal confeccionada chicha. El arpa, la guitarra, el rabel, reaniman estas bacanales tempestuosas que se renueva de día con la luz del sol y de noche con la llama oscilante de ennegrecidos candiles. Orgías inmundas que tienen su origen en la calle de Duarte y en sus vecinas cuyo funesto ejemplo de empezar los sábados y no concluir los lunes, se ha hecho general también en toda la República!
La Villa Alegre es el refugio de todos los tunantes del lado sur del Mapocho, así como la Cañadilla y el Cerro Blanco lo son del lado norte, el cerro de Santa Lucía del lado oriente y el Llanito de Portales del lado de occidente. En cada uno de estos barrios se encuentran grandes bribones, vigorosos, pillos, comunicados por medio de un dialecto de un sentido convencional, parecido, o el mismo quizás, al que usan ciertos cuatreros del sur.
Para entrar en la cofradía de los nacionales se necesita pronunciar un brindis, escribir un artículo, hablar en un club en favor de los señores Montt y Varas, que son los que han monopolizado los aplausos y los destinos de la nación. Lo mismo: para entrar a la cofradía de los gandules de la Villa Alegre y otros barrios, se requiere haber sido autor de una peligrosa empresa, haber pasado algunos años en la Penitenciaría, haberse escapado de la cárcel dejando burlada la justicia.
Toda esta chista confluente de héroes y de verdugos, capaz de inspirarle a un poeta romántico los dramas más lúgubres y a los jueces de letras los procesos más embrollados, está muy versada en los misterios de la industria magnética, de cuyo producto vive; es amiga de reñir a puñadas, vibra el garrote y arroja la piedra, su arma favorita, con una certeza que espanta.
En la misma
calle Duarte casi con la Alameda, la más famosas de sus chinganas y fondas
siguió siendo por buen tiempo la llamada El Parral de Gómez, El Parrón de Ño Gómez o Los Baños de Gómez,
apellido del patrón y regente, don Sebastián Gómez.
Fue otra de las quintas de recreo que permanecieron en
decadencia y conviviendo con la intensa prostitución allí presente hasta 1831,
cuando llegaron Las Petorquinas a Santiago y cambiaron radicalmente el perfil y
la concurrencia de los establecimientos en donde estuvieron presentándose, partiendo por este.
Nacida como un café con "cancha", baños y ambiente picaresco, la quinta de calle Duarte fue un lugar en donde también se realizaban algunas presentaciones dramáticas. Se recuerda en las crónicas que, sobre la entrada del mismo lugar, había un cartel de decía “Leche de burra que alarga la vida y conserva la salud”. En su trabajo sobre la historia del teatro chileno, además, don Miguel Luis Amunátegui advierte que el Parral de Gómez contó, a partir de las Fiestas Patrias de 1843, con un espacio escénico llamado Teatro de Variedades. Empero, otras fuentes hablan también del Teatro Nacional o Teatro del Óvalo; y que el teatrito habría sido habilitado en 1838 en la misma quinta, después del cierre y demolición del antiguo Teatro de Arteaga o Principal dos años antes, que estaba en la plaza ubicada frente a la Compañía de Jesús.
"Como novedad, en el teatro de la calle Duarte, Luis Toro aclimataba en el ambiente músico, el acordeón, instrumento que tocaba en forma sobresaliente", dejó escrito Eugenio Pereira Salas en "Historia de la música en Chile", refiriéndose a las épocas que siguieron. Según parece, algunas compañías de volatines o circos también estuvieron presentes allí.
Se esperaba el teatrito de Duarte pudiese llegar a ser el más popular de Santiago y llenara el vacío dejado por la partida del Teatro Arteaga, logrando en sus inicios concurrencia de clase media y baja por igual. Se dice también que llegó a tener al maestro Zapiola como su director artístico. Sin embargo, su primer intento había sido de corta duración, pues no logró atraer al público suficiente y sucumbió con rapidez bajo el peso de sus propias expectativas, sin poder ser concluida de todo la obra de construcción del mismo, siquiera. Solo después de algún tiempo se revitaliza la actividad teatral y escénica allí en la misma entrada de la calle, con una sala mencionada también por Tornero como vigente aún en 1872.
Calle Duarte en un plano de Santiago de fines del siglo XVIII, con el eje norte-sur en horizontal. Calle de Ugarte es la actual San Ignacio, mientras que Gálvez es la actual Zenteno (Nataniel Cox aún no existía). Publicado en el Archivo Visual de Santiago.
Aspecto y extensión de calle Duarte en 1824, en el "Plan of the City of Santiago, the capital of Chile", con eje norte-sur horizontal, en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional. El nombre de la calle ha sido agregado a la carta para facilitar su localización.
Avisos
de funciones y espectáculos, incluido el Teatro de calle Duarte (hoy
Lord Cochrane), en el periódico "El Progreso", jueves 13 de febrero de
1851.
Cantoras en una fonda o chingana. Detalle de una ilustración publicada en "La Lira Chilena", año 1900.
La famosa pero efímera Sociedad de la Igualdad surgida desde el Club de la Reforma en abril de 1850, capitaneada por los controvertidos intelectuales Santiago Arcos y Francisco Bilbao, había establecido su sede en aquel teatro, cuando estaba prácticamente en ruinas. Tampoco parece raro que los liberales y progresistas de esos años se hubiesen instalado en uno de los núcleos de la bohemia santiaguina de entonces, en barrios que les eran familiares.
Algo de lo anterior detalla la propia proclama del 20 de abril de 1851, que inició formalmente los intentos de la Sociedad de la Igualdad para frustrar la candidatura conservadora de Manuel Montt. En efecto, al referirse a sus propios orígenes, decía:
Eligióse para este objeto una especie de teatro inconcluso que ocupa en la calle de Duarte el antiguo sitio de la casa de baños y casa de diversión popular denominada Parrón de Gómez, punto favorito de cita para los antiguos y populares pipiolos que allí más de una vez escucharon las entusiastas arengas de don Carlos Rodríguez y del tribuno Orjera. Ocupaba aquella área espaciosa el terreno en que hoy están edificadas las tres primeras casas más vecinas a la Alameda llamadas "de Avendaño".
La mención de la quinta como Parrón de Gómez por aquella fuente contemporánea induce a pensar que, quizá, se trate de una confusión o inocente imprecisión el nombre de El Parrón de Gómez con el que ha llegado a nuestra época su recuerdo. A su vez, este alcance de nombres ha generado ciertos errores en la literatura, al ser confundida con la ubicación de una anterior fonda El Parral de ña Teresa Plaza, que parece haber estado en el Paseo de los Tajamares y vecina chingana El Nogal, si nos fiamos por las menciones que hace de ellas Zapiola.
Desde aquel sitio en los Baños de Gómez, entonces, el incorregible Bilbao organizaba e iniciaba desfiles o manifestaciones diurnas de igualitarios desde los últimos meses del gobierno de Manuel Bulnes. "El club de la calle de Duarte no debe admitir más que a sus socios; y está en su derecho" -declaraba una crónica de la "Revista de Santiago", fechada en el convulsionado año de 1850, el primer día de noviembre- "Pero desde el momento que en las calles quieren ostentar una fuerza alarmante de que no se saca ningún provecho, la policía debe disolverlos sin violencia.
Con apoyo de Federico Errázuriz, Juan Bello y Luis Ovalle, dueño de aquel teatro, una marcha dirigida por Bilbao llegó a sumar 1.400 manifestantes. Aparecieron en caravana con flores en el ojal de sus fracs azules, ceñidos a la cintura, y calzando pantalones blancos. También llevaban en sus manos una imagen con el símbolo del árbol de la libertad, de 40 centímetros, probable alusión a los emblemas masónicos e independentistas. Sin embargo, desórdenes y daños que se provocaban en aquellos encuentros, especialmente contra el comercio, acabaron dando la excusa perfecta para prohibir las marchas de igualitarios y proscribir con un bando esta clase de encuentros en plazas y calles.
En su "Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt", don Benjamín Vicuña Mackenna explica el contexto político y social en que vino a darse una curiosa práctica de enganches en calle de Duarte, muy desde su sentido crítico y también aferrado a la ideología adversaria al gobierno de entonces:
En sentido, regía la provincia, como intendente, un hombre tan notable por su energía para usar el despotismo autorizado, como dócil a todas las órdenes de ese mismo despotismo, cuando era ejercicio por sus señores. Fiscal de todos los procesos urdidos con fines políticos; intendente a propósito para todas las provincias en que se quería ganar una elección o imponer un castigo en masa por la represión y el insulto, don Francisco Ángel Ramírez había sido designado por el presidente Bulnes para descargar su responsabilidad de odio y persecución, tan pronto como, a consecuencia del atentado cometido en la Sociedad de la Igualdad el 19 de agosto de 1850, se tiñó de negro el horizonte de la política y se persuadieron todos los ánimos de que la elevación del candidato Montt era un llamamiento a las armas, hecho a la República en masa. Ramírez cumplió su misión con éxito admirado. El oro para los espías, el licor para los gariteros encargados del enganche de voluntarios, el azote para el pueblo, el insulto para las señoras, a una de las que desterró de la capital, la violación de todo derecho y de toda inmunidad doméstica, puesta en diario ejercicio con los allanamientos a domicilio, la apertura fraudulenta de la correspondencia privada y las prisiones arbitrarias de todos los ciudadanos; tal fue el sistema de terror que aquel mandatario impuso a la capital y con el que no le fue difícil dominarla. Díjose aun, y tiénese por un hecho cierto, que aquel tirano en miniatura (pues el de cuerpo entero estaba ya colgado en los sombríos muros de la Moneda) había muerto, una noche, con su espada, a un infeliz que, estando ebrio, no le cedió la vereda o le asustó, al pasar, con algún vaivén de su cuerpo.
Formando parte de las intrigas y conflictos partidistas, entonces, habrían existido algunos intentos por enganchar soldados de tan particular manera en el siglo XIX, también entre fines del gobierno de Bulnes y cuando recién asumía el de Montt. La calle Duarte y sus quintas se se habían visto involucradas en tan extrañas barridas, reclutando a soldados supuestamente con engaños y borracheras, en fiestas organizadas por la autoridad, colmadas de alcohol y arengas inflando instintos patrióticos.
A pesar de los esfuerzos de las autoridades en aquella ocasión, sin embargo, solo se pudo formar un batallón de modesto número, con muchos de sus integrantes conseguidos atrapando aquellos borrachines y aventureros en las telarañas del enganche.
Los agentes reclutadores había acudido hasta los barrios populares llenos de fondas y posadas, como era la calle de Duarte, precisamente. Un chinganero muy conocido de aquel ambiente actuaba en aquellas argucias bajo órdenes del intendente Ramírez. En nota a pie de página, Vicuña Mackenna describe la situación con la que reaccionaba el nuevo gobierno ante la Revolución de 1851:
A pesar de la prodigalidad del gobierno para enganchar soldados, solo pudo formar un batallón de 300 plazas, que se llamó Santiago y condujo al sur, a mediados de noviembre, el comandante don Santiago Amengual. Tanta era la innata aversión del pueblo al presidente Montt, que aun para reunir aquel escaso número, se había ocurrido a los arbitrios más indecorosos. Abriéndose, con aquel fin, en algunos de los barrios más populares de Santiago, como el Arenal y la calle de Duarte, garitos públicos, bajo las apariencias de chinganas de pasatiempo. Isidoro Jara, el famoso canchero, era, bajo la inspección de Ramírez, el jefe de estas sentinas de escándalo y de infamia. Dábase gratis el licor a los asistentes, y cuando se les veía bajo la influencia de la embriaguez, se les brindaba generosamente algún dinero para que apostaran a las cartas, pues había un tallador perpetuo nombrado oficialmente. Si el tahúr habilitado ganaba en la partida, devolvía el dinero a los agentes de las policía, con el premio de un real en peso; mas, si perdía, como sucedía en casi todos los casos, se le ponía en la alternativa de ir a la cárcel o engancharse como soldado, cuyo último partido todos aceptaban pues ahí quedaban libres de la deuda, abandonándoseles el adelanto a cuenta de su enganche.
De esta manera, el presidente Montt logró alistar 500 hombres para su defensa; mientras en el sur, con el solo prestigio de la revolución, habían corrido a las armas más de 4 mil hombres, y habría sido este número doble, si aquellas hubiesen alcanzado para todos los brazos que las pedían.
Pese a las intrigas y conflictos alcanzando sus cuadras, continuó viva la diversión de Duarte en otras quintas que sobrevivieron a la del Parral de Gómez, extendiéndose por más de una década cuanto menos. Volvemos al relato de Carrasco, para las descripciones de primera fuente sobre aquella olvidada Villa Alegre y su relación con la actividad recreativa y folclórica de la urbe en aquellos momentos:
De estas filas han salido los llamados garroteros, unos mozos robustos, aunque no honramos, que el el gobierno ha tenido y tiene a su servicio para disolver las sociedades políticas y otros usos.
En la Villa Alegre se publica no ha mucho un periódico manuscrito, redactado por palladores bajo la inspiración de Baco, el Apolo de estos vates, leído y celebrado en las tabernas con grande algaraza y palmoteos por las muchas desvergüenzas que contenía.
Pero ha dicho un hombre célebre que la educación cuando se generaliza, lejos de ser provechosa es perjudicial; y en efecto, el periódico de la Villa Alegre, mientras se publicó, mantuvo en perpetua alarma al descamisado del vecindario. Posteriormente ocurrieron las extraordinarias, y los rotos de Santiago cesaron de escribir para probarle al gobierno que sus facultades eran la muerte del diarismo.
La Villa Alegre, como su nombre lo indica, es un eterno festín. Los que concurren a sus bailes atropellan todas las leyes de la decencia: los forasteros bailan la zambacueca con poncho y con botas de lana, y los rotos de Santiago, estos grandísimos bribones otra vez, la bailan en su traje habitual: en mangas de camisa y en calzoncillos. ¡Qué espectáculo ofrece entonces esta tertulia! Revueltos en lubrico desorden, se tambalean a uno y otro lado, menudean los tragos, celebran las truhanerías y de cuando en cuando se reparten sendos puñetazos, ocasionados por el licor o por los celos de alguna ninfa cruel.
A pesar de la caída del antro de Gómez y del alejamiento de los simpatizantes de la Sociedad de la Igualdad, disuelta en 1852, la misma calle había estado lejos de perder su encanto, aunque ahora adoptando otra faz. Curiosamente, además, a pesar del cargo que recaía sobre Montt de despreciar todo lo que sonara a popular, el mandatario hizo colocar en la misma un establecimiento de instrucción primaria para niños de ambos sexos: hacia 1854, las alumnas aprendían gratuitamente allí lectura, escritura, doctrina cristiana, principios de aritmética, costura y bordado, nombrando a doña Juan Díaz como directora, una de las solicitantes. Quizá era parte de algún esfuerzo por cambiar su pasado y mejorar su cotización social, o bien de arrebatarlo a sus adversarios.
Gañanes en una cantina. Ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" en 1917.
Antigua cantina rural en obra de Pedro Subercaseaux para la revista "Selecta", en 1910.
"La Zamacueca" de Manuel Antonio Caro (Chile, 1872), en una fiesta de chinganas con mucha de la estética y estilo adoptado después por las fondas temporales de Fiestas Patrias.
Detalle de imagen publicada en "La Lira Popular. Poesía popular impresa del siglo XIX", Colección Alamiro de Ávila, selección y prólogo de Micaela Navarrete.
Terminamos la crónica de Carrasco, con la parte en que asoma el aspecto más policial y delictivo del barrio, pertinente para la comprensión de aquellos cambios dirigidos desde las autoridades:
El costino o lugareño aficionado al chisguete, que se detiene en la Villa Alegre, deja en sus tabernas el dinero que trae; y en su defecto empeña el pellón de la montura, o malbarata al naipe, al trago, a las muchachas los garbanzos, el ají, las aves.
De manera pues que mientras en el seno de Santiago prosperan las artes, la industria y el comercio, en sus afueras prosperan también otras artes, otra industria, otro comercio. Esto sucede a vista de la policía, que conoce perfectamente las guaridas de los ladrones, de cuyas filas salen sus soldados, custodios de nuestras vidas y propiedades.
(...) Ha dicho Sarmiento, refiriéndose a las tertulias instructivas de la calle de Duarte, que la clase trabajadora de Chile se halla completamente desmoralizada; y en efecto, esos continuos festines con que, por una desleal política, se ha procurado adormecer al pueblo, no han servido más que para minar espantosamente sus costumbres.
Uno de los primeros ciudadanos de alta sociedad que hizo construir residencias lujosas en aquel barrio fue el empresario Enrique Meiggs: por el año 1860, había levantado el palacio con su apellido en Alameda hacia la esquina con Duarte, como anticipo de lo que se venía después para aquellas cuadras. Y, ya en los tiempos de la intendencia de Vicuña Mackenna, la calle llegaría hasta el barrio del Matadero en su extensión; los ramales al norte y sur de la vía fueron mejorados y nivelados durante la misma administración. El barrio había perdido los contornos de aspecto arrabaleros, al crecer la ciudad en todas direcciones, y también se inició la apertura de algunas calles transversales en aquel período.
A la sazón, en la calle era conocida la panadería del señor Lauro Piano, del número 27. Cerca de allí llegaría la botica del señor Copia. Unos años después, comienza a residir en el 8 una figura intelectual como don José Toribio Medina, junto a su esposa, instalando su imprenta particular en el número 9. El escritor, dramaturgo e ingeniero Daniel Barros Grez, en tanto, reside en el número 3 de la misma calle.
En parte por la arremetida del propio intendente Vicuña Mackenna, había comenzado a quedar atrás el pasado de remolienda y huifa de la calle, desapareciendo sus ranchos y comenzando a levantarse las residencias más suntuosas que la caracterizarán hacia el cambio de siglo, cuando también fue pavimentada con adoquines. Quedan aún algunos ejemplos de ellas en pie, así como recuerdos folclorizados de la época más disipada. Lo dice otra cueca tomada desde el libro abstracto de la crónica del pueblo santiaguino:
Las niñas de calle Duarte
son como el papel rosao
que desprecian los soltero
por querer a los casao.
A pesar de todo, Duarte pudo encontrar formas de conservar su legítimo aire tradicional y folclórico, emigrando mucho del mismo más cerca de los barrios en sus extremos meridionales. Lo hará con exponentes como el mítico cuequero apodado el Paliza, por ejemplo, para muchos el más grande de su época. De su recuerdo quedó también una cueca en la tradición también recopilada por González Marabolí y Claro Valdés. Dice en su inicio:
Descubrió el Cojo Paliza
todas las flores del arte
y en los nidos de canarios
que tuvo la calle Duarte.
La vía mantuvo un teatro su entrada, en el que estuvieron circos y compañías teatrales, de modo que las artes escénicas no la abandonaron del todo en ese sector cerca de la Alameda. El nombre de calle Lord Cochrane lo ha recibido ya a fines de aquel siglo en homenaje al insigne marino británico de la Independencia.
Uno de sus primeros saltos de la calle a la prensa con aquel nuevo título fue en enero de 1916, al ocurrir el macabro asesinato del acomodado señor David Díaz Muñoz en su residencia de Lord Cochrane 338, el viernes 21, después de una reunión familiar y comida en el mismo domicilio. Murió por encargo de su pareja, Corina Rojas, y su amante, Jorge Sangts, en manos de un cochero vicioso de los bajos fondos llamado Alberto Duarte Serrano, apodado el Saco de Luche. El sangriento crimen, ejecutado con golpes de objetos contundentes y armas blancas, había tratado de ser disfrazado de un suicidio.
A esas alturas, el semblante urbano de la ex calle Duarte era por completo diferente al de los tiempos del pequeño callejón popular y decimonónico adosado a la Alameda de las Delicias. Sus primeras cuadras ya no eran de fiestas folclóricas, espectáculos y celebraciones chinganeras, sino de tertulias en elegantes salones o bajo la fresca sombra de los parrones, y de señoras tocando el piano para sus invitados en la hora del té. ♣
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