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EL CURIOSO EDIFICIO DE LA PARAMOUNT EN SANTIAGO

 

El Edificio Paramount de calle Tenderini, bosquejado antes de su construcción. Imagen publicada por el libro de los expositores de "Chile en Sevilla", año 1929.

Hacia 1925, en pleno auge de las proyecciones de películas mudas, la compañía internacional Paramount Pictures Co. escogió a Santiago de Chile para facilitar la distribución de sus producciones por todo el tramo Pacífico de América del Sur, haciéndolo como sociedad anónima de solo cuatro accionistas y ajustándose con este minimum a las leyes chilenas. Fundada en 1912, esta firma era una de las pioneras entre los estudios de Hollywood, competidor de las casas anteriores como la Gaumont Film Co., Pathé y Universal Pictures, así como de varias otras que llegarían después.

Con el objetivo de afianzar su presencia continental, entonces, la Paramount destinó en la capital chilena al español Benito del Villar Lamoza, un joven, inquieto y audaz empresario, presidente de la misma compañía en Chile y vicepresidente de sus estudios a nivel de Iberoamérica. Dedicado a los negocios del cine y del espectáculo abultando su ya holgada fortuna, iba a convertirse en un tremendo personaje de su época que llamó la atención de toda la sociedad chilena de entonces.

Contextualizando, ya entraban país las compañías Universal y Fox; poco después, lo haría Warner Bros. Muchas de ellas operaron solo como agencias de la principal que solía tener sede en Buenos Aires, salvo por el experimento que quería iniciar la Paramount con mayor autonomía y sin las ataduras de ser una mera sucursal. Una empresa pionera del rubro había sido la Ítalo-Chilena, pero que por entonces abandonaba la importación de material cinematográfico optando por el negocio de la construcción de nuevas salas, mientras otras firmas traían filmes principalmente de Europa, como Consortium Cinematográfico Chile, Internacional Cinematográfica, Hansa Films, Zito Film y Unión Cinematográfica. Tomamos las palabras de Jorge Iturriaga en “La masificación del cine en Chile. 1907-1932”:

La gran vedette de la cinematografía de EE.UU. en el país fue la Paramount. Lejos de ser solo una pequeña oficina import-export, de la mano de su gerente, el español Benito del Villar, desembarcó con pompa en el país, desarrollando profundos lazos con el territorio. Operativa desde junio de 1925, instalada en el viejo epicentro de la actividad (calle Estado 230, frente al teatro Imperio), la empresa de Adolph Zukor apostó a la idea de innovación. Tratando de deslindarse del antiguo sistema, Del Villar sentenció que su comercio se basaría en “la absoluta honradez", para “contribuir al saneamiento definitivo del cine”.

Luego de un viaje por ambas costas de los Estados Unidos, Del Villar había comenzado a buscar afanosamente una alternativa viable para sus propósitos en el mapa sudamericano. Su idea era establecer las bases operativas de la compañía, optando por Santiago de Chile en tiempos cuando aún quedaban utilidades y esperanzas en la industria salitrera. El plan del empresario incluía instalar un cine propio, además, para dar grandes exhibiciones y estrenos en el país.

La prensa de espectáculos terminaría siendo otro gran apoyo para la casa artística. El domingo 6 de junio de 1926, por ejemplo, el diario “La Nación” publicaba bajo el título “La Paramount cumple un año de vida independiente en Chile”:

Hace un año la Paramount, en forma brillante abrió las puertas de las oficinas de la calle del Estado al Comercio del Cinematógrafo, y en una reunión elevada y simpática, el Gerente de esta Compañía, señor don Benito del Villar, dijo que desde esa época se traerían a Chile todas y cada una de las producciones que la Paramount de Nueva York produciría. En efecto, desde entonces la Paramount ha venido sistemáticamente estrenando producciones de gran valor, constituyendo el estreno de cada una de estas películas el asombro y la admiración del público en Chile.

Continúa informando el artículo que la primera película presentada por la compañía en esta fase fue “Bailarina española”, de Paola Negri, seguida de “Monseiur Beaucaire” y “Los diez mandamientos”. Además, a la sazón la firma se valía de novedosas técnicas publicitarias, incluyendo el recursos de colocar avisos propios sobre los titulares de los periódicos, algo que varias veces sucedió también con "La Nación". La promoción de películas incluía notas de un redactor que, a modo de crítico, en ocasiones presentaba un texto registrando la experiencia completa de haber ido a ver alguna de aquellas películas, con una trivia relativa también a cómo fue la producción de tales filmes, algo más popular y casi necesario en nuestros días, ya que acaba enriqueciendo el atractivo de cada obra.

Sin embargo, sucedía que, en ciudades como San Francisco, don Benito había conocido lo más top en la arquitectura de los edificios de cinema bajo los influjos de la industria hollywoodense, mientras que en Nueva York pudo familiarizarse estrechamente con el más reciente concepto de la modernidad y vanguardia corporativa de la época. No siendo suficiente para desarrollar sus proyectos la sede de la firma ni la gran casona que Del Villar poseería en avenida Pedro de Valdivia 1604, había decidido tener algo cercano al núcleo medular de Santiago para poner allí sus cuarteles.

Trabajos de apertura de la actual calle Tenderini, para dejar aislado y como una sola manzana al Teatro Municipal. Imagen publicada en 1909 por la revista "Sucesos".

Aspecto del edificio del Teatro Municipal hacia 1920-1930. Alcanzan a distinguirse parte de las fachadas que existían en la calle lateral Tenderini.

Uno de los avisos de la compañía Paramount en los años veinte. Publicado en "La Nación", octubre de 1927.

Proyecto de construcción del edificio y teatro Real de calle Compañía, dedicado a exhibir producciones de la Paramount. Imagen publicada por la revista "Ecran" en 1930.

Aviso de la inauguración del Teatro Real. publicado en "La Nación" del 6 de septiembre de 1930. Las entradas se compran en la sede de calle Tenderini.

Resuelto y enérgico, entonces, lo primero que hizo el empresario en aquella etapa fue levantar la que iba a ser sede de la Paramount; su cuartel central en Chile. El lugar escogido para la fortaleza estaba en la ex calle del Teatro, renombrada Bombero Germán Tenderini en homenaje al mártir de la institución caído en el incendio del Teatro Municipal de 1870.

A mayor abundamiento, la vía había sido abierta y luego extendida hacía unos años, quedando espacio para nuevos proyectos de inmuebles como este que se trazó casi llegando a Agustinas, enfrente del edificio teatral. Tras un decreto de 1906 destinado a eliminar las calles “tapadas”, se habían demolido muchos de los antiguos inmuebles contiguos al teatro, uniendo después la vía con una callecita nueva desde la Alameda de las Delicias hacia el norte, que formaron la actual vía única. Fueron muchos particulares se interesaron en construir allá con las suntuosas edificaciones que se ven en el tramo entre Moneda y Agustinas, al lado del teatro. Y, además de Del Villar, pocos años después la Sociedad Nacional de Agricultura reemplazó su viejo edificio con la actual sede también en esa cuadra, haciendo esquina con calle Agustinas.

Cabe observar, de paso, que aquella era aún la época de los grandes estudios, en la que acababa de debutar Al Jolson con el cine sonoro de “El Cantor de Jazz” (1927), además, filme que hacía furor en el momento y prometía la inminente revolución de la industria del cine a nivel mundial. Por estas y varias otras razones fue que el visionario y astuto empresario olfateó un futuro esplendoroso para las producciones internacionales, las que serían vistas en salas de este lado del planeta, así como también las que se producirían en la incipiente industria local de los años veinte.

Con los planos del arquitecto Emilio Santelices R. ya aprobados, entonces, Del Villar hizo erigir a nombre de la compañía un curioso edificio de la dirección 159-165, en donde se permitió dar rienda suelta a su habitual relación con grandes e imponentes escenografías de la industria fílmica norteamericana. Santelices diseñó también una residencia que tuvo Del Villar en el actual barrio universitario de República.

Resultó así que el edificio Paramount mezclaba estilos de evocación egipcia con las corrientes de art decó de moda y toques de la arquitectura californiana, también en boga en esos años. El diseño tomó algunos ecos de lo que había sido el neoclasicismo, incluyendo falsos balaustres. Su fachada de cuatro pisos era recorrida por dos columnas o pilastras meridianas centrales y dos laterales, a modo de muros cortinas, y el centro de su cuarto nivel centraba un plato a modo de medallón, con una obra artística pintada en su centro. 24 estrellas se ordenaban en la estructura (alusivas al logotipo de los estudios, es de suponer), que lucía con ostentación el nombre de la Paramount al centro, todo muy simétrico y dispuesto con dos torreones como remate del par de líneas-pilastras centrales.

El inmueble era un pequeño homenaje a Hollywood y sus temáticas históricas más sensacionales; esas que todavía revelaban la raíz del cine en sus primeras décadas, conectada con el teatro más tradicional y clásico. Sus dependencias quedaron habilitadas en 1928; los retoques de su obra y su mobiliario fueron completados al año siguiente, cuando llegaron los representantes de la compañía a ocuparlo, con don Benito a la cabeza.

En su interior, el novedoso y atractivo edificio albergaba oficinas, una sala de exhibiciones de cine privadas, un espacio concebido como biblioteca, salas de reuniones, un salón para encuentros de los empresarios y amplios departamentos para parte del personal de la compañía. La oficina de la secretaría atendía allí a diario en la semana laboral, desde las 10 las 12 horas en las mañanas y de 15 a 18 horas en las tardes. Sus servicios comerciales incluían también un taller de fabricación de afiches y fotografías de artistas para la decoración o publicidad de salas de biógrafo.

No parecía ser casual la descrita proximidad del edificio con el Teatro Municipal, dicho sea de paso: se sabe que Del Villar también fue -además de todo lo revisado- dirigente de Chile Films, Gerente General de la Compañía Chilena de Espectáculos y un adicto a las funciones escénicas, por lo que siempre mantuvo un vínculo con las artes de los teatros, no solo los de su actividad profesional.

Siguiendo con sus planes, en 1930 Del Villar hizo levantar otro hermoso edificio, esta vez en Compañía y a escasos metros de la Plaza de Armas: el Cine Teatro Real, uno de los más lujosos que han existido en Santiago y donde el empresario volvió a homenajear a su propio gusto por la ostentación arquitectónica, más allá de la envidiable capacidad de poder pagarla. Este sería el cine de cabecera de la Paramount en el mercado chileno, y otro de los varios que estaban en manos del español, incluyendo en su red al Santiago, Rex y Victoria en la capital; el Real y Velarde en Valparaíso; y el Olimpo de Viña del Mar. Las entradas de la fiesta inaugural del Real se debían adquirir en la sede de Tenderini, a inicios de septiembre de ese año.

Vista lateral del edificio, desde el lado norte, hacia calle Agustinas.

Vista lateral desde el lado sur, hacia la calle Moneda.

Parte alta de la fachada del Edificio Paramount.

Fachada de la planta baja del edificio, hacia 2010, sector del zócalo ocupado para comercio. Después se instaló allí un interesante café con mesas exteriores.

Corresponde observar que, hasta aquel momento, la sociedad santiaguina disponía principalmente de teatros de artes escénicas adaptados para proyecciones y, cuando no, de los rústicos biógrafos para las funciones del cine mudo. Estas propuestas correspondían más al concepto de teatro tradicional que a las grandes y cómodas salas cinematográficas con las que soñaba el empresario. Fue ese mismo año de 1930, además, cuando a partir del mes de abril se estrenaron estrenarían algunas de las primeras películas sonoras llegadas a Chile, en el teatro Victoria de Huérfanos con San Antonio.

Aquel magno episodio en el desarrollo de la industria llegaba, sin embargo, en medio de los incipientes estragos que secundaron a la catastrófica Caída de la Bolsa de 1929 y el inicio de la crisis económica internacional, los mismos que iban a desestabilizar al gobierno de Carlos Ibáñez del Campo precipitando su caída, poco después. Para peor, la sociedad chilena también se aproximaba a enfrentar la crisis del mercado de nitratos, que llevaría a la ruina de la industria del salitre.

A pesar de todo, el público aceptó complacido la nueva tecnología sonora de entretenimiento y así surgen nuevas formas y complementos para el espectáculo en Chile, incluyendo una revista especialmente dirigida a temas de cine internacional: “Ecran”, que se publicó desde 1930. El costo de esto, sin embargo, fue la caída de la inmadura industria fílmica chilena de los años veinte, viéndose obligada a renunciar a sus aspiraciones y a asumir la novedad del cine sonoro, desde allí en adelante.

Entre otros cambios visibles, estuvo también el explosivo aumento de la publicidad impresa para filmes, tanto en el tamaño de los avisos como en sus contenidos, gráficas, diseños y frecuencias. Vimos que la Paramount pudo haber sido una importante impulsora de estas formas de promoción en el país. El cambio no se verificaba solo en las revistas de cine y espectáculos, sino también en secciones completas que comienzan a aparecer en los mismos periódicos que, hasta poco antes, destinaban con suerte una o dos páginas a las carteleras de cine.

Unos años más tarde, con la creación de la CORFO en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda, se creyó que la producción de cine chileno podía ser recuperada y convertida en una industria a la par de las grandes compañías extranjeras. Sin embargo, la falta de recursos, la politización ambiental y los problemas con los que siempre cargó el gremio, sumados a la inexperiencia de productores, directores y actores, reveló grandes incapacidades en los primeros proyectos para hacer cine moderno en Chile, con asistencia de algunos argentinos que también fueron pioneros en su patria.

Para peor, el debut de Chile Films en 1944 con el largometraje “Romance de medio siglo”, obra de Luis Moglia Barth y guión de Carlos Vattier, resultó en un rotundo fracaso que casi hace abortar la aventura del cine nacional. Sus cuarteles en avenida Colón fueron cerrando paulatinamente hasta ser traspasados a manos privadas hacia 1950, tras el desastroso resultado del filme “Esperanza”  de Francisco Mugica y Eduardo Boneo, golpe de gracia a seis años de desaciertos y experimentos fallidos.

Por lo descrito, grandes estudios internacionales como la Paramount y otros introducidos al país siguieron teniendo la preferencia y la confianza del público, aun sorteando las dificultades del medio. Posteriores leyes emitidas en la paranoia de la Guerra Fría de los Estados Unidos impedirían a las productoras de cine ser propietarias de las cadenas de salas de cine, surgiendo así la competencia en las propias salas de proyecciones y luego en el desarrollo vertiginoso de la televisión como opción de entretención doméstica.

Don Benito, en tanto, si bien no abandonó sus vínculos con las artes cinematográficas, comenzó a separarse gradualmente de la exclusividad de estas actividades, retirándose de forma parcial para pasar parte de su vida en la hermosa Casa Hildesheim Baviera en Zapallar, localidad en donde llegó a ser alcalde, en 1938. Por su obra a favor de este balneario, se le recordaba allá como un virtual patriarca y artífice de mejoramientos y progresos para la comuna, con una calle que lleva su nombre, además de haber sido todo un excéntrico.

El edificio Paramount quedó a la deriva después del retraimiento de la agencia autónoma en Chile. Pasó por distintas manos y usos, incluyendo oficinas de organismos e instituciones, hasta los setenta. Toda su decoración fastuosa evocando a Hollywood y a superproducciones de grandes estudios cinematográficos fue removida y escondida casi con vergüenza, dejando una fachada blanca y estéril unificada en tono claro. Sobrevivió no sin marcas al terremoto de 2010, siendo puesto a la venta al poco tiempo, otra vez.

En algunos períodos, el ex edificio Paramount de Tenderini ha sido ocupado otra vez como centro de oficinas y, ya en nuestra época, su planta baja ha alojado centros farmacéuticos, tiendas de artículos de óptica y luego a un cordial café con pastelería de mesas exteriores.

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