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EL BAILE DEL “CUÁNDO, MI VIDA, CUÁNDO”

Una recreación del baile el cuándo entre criollos al estilo del siglo XIX, por los integrantes del grupo folclórico Cantalar.

El cuándo fue un estilo musical y de baile que llegó a ser sumamente popular en Chile, en lo inmediato después de la Independencia. Los criollos lo practicaban en formas más pícaras y casi licenciosas, pero en instancias de mayor elegancia y formalidad dentro de los salones se ejecutaba en parejas siguiendo su sofisticada coreografía, incluso con trajes rebuscados y hasta pelucas con tocados. Hoy se vería como una excentricidad siútica y casi divertida en esta última forma, por lo amanerado y hasta arrogante de sus modos, pero incluso así supo conquistar y adaptarse a las clases más bajas y sus ambientes, tomando nuevos arrestos.

Por lo general, las parejas del cuándo bailaban solas o se ordenaban en dos filas: hombres a un costado y mujeres al otro era lo corriente, avanzando con algunos toques de manos en alto y ejecutando pasos que podían ser reflejos simétricos entre sí. Tenía, además, dos partes de ritmos en diferente velocidad, con ciertos atributos folclóricos que permanecían en su esencia, a pesar de la presencia de los señalados vestidos ostentosos o arreglos de cabello entre las damas, o las elegancia hidalga de los caballeros en los casos de mayor filtro social.

El primer ritmo de una misma pieza de cuándo solía ser más suave y lento, tipo minueto o minué barroco (minuet) que era determinante, además, en el aspecto estilístico de los bailarines en las fiestas más nobles. Los criollos del pueblo, sin embargo, supieron adoptar para sí estas figuras de la danza, practicándolas sin que perdiera su belleza y elegancia. La segunda parte, en un contraste ex profeso con la anterior, era más enérgica y veloz; un allegro incluso más picaresco o suelto, basado en movimientos de la danza folclórica el gato y en parte también con el bailecito del norte argentino, Uruguay y parte del Alto Perú. Esta consiste en pasos y rondas de flirteo de las parejas simulando un mutuo juego seductivo y evasivo, ágil y alegre.

Como sucedía con varias otras danzas de salón en esos años, el nombre del cuándo se debía a la presencia invariable de un verso leit motiv: en este caso era “¿Cuándo, cuándo? ¿Cuándo, mi vida, cuándo?”, su estribillo. Esta letra del coro era cantada por voces principalmente femeninas o altas, aunque la escritura solía ser sencilla, en tanto, muy simple en cuanto a conceptos y de ligera poesía, pero también con ese perfume de contraste entre tristeza y felicidad.

Definida como estilo y danza en los territorios andinos centrales de las Provincias de la Plata, de acuerdo al autor argentino Carlos Vega en “La música popular argentina” el cuándo habría viajado al mundo popular desde la aristocracia europea del 1800, como variante del baile francés llamado la gavota (gavotte), del que los criollos tenían también una versión llamada el churre. Llegó de esta forma a territorio argentino en donde se acriolló, aunque sin desplazar las evidentes influencias bases de aire pavano y cortesano europeo, con estética afrancesada en muchos de sus rasgos.

Sin embargo, fue Chile un lugar en donde el cuándo alcanzó esplendor como entretención de salones y chinganas tras ser acogido. Se presume arribado en los días de la Independencia con los argentinos de la expedición patriota, y la leyenda acogida por José Zapiola señala incluso que fue el propio general José de San Martín quien lo introdujo desde Mendoza, en plenas guerras de emancipación, o acaso en las celebraciones de sus triunfos militares sobre los realistas.

En efecto, es muy factible que, como sucede también en el caso de la sajuriana, el pericón, el llanto, el cielito y otras danzas relacionadas que eran contemporáneas entre sí, haya una influencia de los cuyanos llegados a Chile en el período para instalar el cuándo entre los chilenos. Esto, en caso de no tener también raíz local de influencias, pudiendo especularse, además, que hubiese sido conocido desde antes en el país, aunque siempre con la posibilidad de la Provincia de Cuyo como factor mediante.

El caso es que en Chile el cuándo se interpretaba con base de piano o clavicordio y cuerdas. Y fue desde imprentas chilenas, también, que salieron las primeras partituras importantes que se conocieron de tan singular propuesta. Bien puede decirse que se volvió un baile nacional en su mejor momento de popularidad y dispersión por el territorio, entonces, a pesar de que sería un hijo cultural adoptivo y no originario. Su apogeo estuvo entre 1820 y 1840, tanto así que viajeros como Eduard Poeppig, William S. W. Ruschenberg o María Graham lo estimaron sinceramente un baile vernáculo y propio del país, como observa Eugenio Pereira Salas en “Los orígenes del arte musical en Chile”.

De manera indiscutible, María Graham ve la danza en Santiago en 1822, de visita en la quinta de don Enrique Lastra, ex director de Chile ya retirado de la vida pública, dedicado a los negocios agrícolas y la vinicultura para entonces. Esto fue cerca del sector santiaguino de El Salto, en donde fue recibida la viajera inglesa. Allí había sido agasajada en la noche “con el baile nacional del cuándo” por don Enrique, don José Antonio Cotapos y las damas presentes:

Lo ejecutan dos personas, y comienza lentamente como un minué; luego los movimientos se aceleran en conformidad con la música y el canto, que representa una especie de querella amorosa y la reconciliación final. El arte del danzante consiste en mantener el cuerpo a plomo y mover los pies con suma rapidez, que es lo que llaman zapatear.

Doña Mariquita tocaba el acompañamiento y cantaba unos versos que ella misma ha adaptado a la música, porque los versos corrientes son amorosos, que ella no quiso cantar, por corresponder al hombre cantarlo a su compañera.

Pasando a detallar esas letras del cuándo que escuchó en la capital, su diario transcribe en la larga nota a pie de página:

Anda, ingrata, que algún día
con las mudanzas del tiempo,
llorarás como yo lloro,
sentirás como yo siento.

Cuándo, cuándo,
Cuándo, mi vida, cuándo.

Cuándo será ese día
de aquella feliz mañana,
que nos lleve a los dos
chocolate a la cama.

Por otro lado, parece ser que el culto malicioso al alcohol y sus efectos no era exclusividad de las clases bajas o de sus espacios de acción, como sí sucedía con las tendencias más pendencieras o delictuales que dieron grandes excusas para acosar a chinganas y algunas quintas de aquellos años. Por ejemplo, se recuerda esta otra letra para el cuándo, que era una verdadera apología a la dipsomanía:

Cuando yo me muera,
no me lloren los parientes,
llórenme los alambiques
donde sacan aguardiente.

A la plata me remito,
lo demás es bobería,
andar con la boca seca
y la barriga vacía.

Entre los demás bailes de salón que iban a tono con el cuándo, estaban el vals, el mismo minué, el paspié, la gavota o el rin, junto a otros que mencionará, por ejemplo, Félix Maynard en sus “Viajes y aventuras en Chile”. El norteamericano Amasa Delano dice en sus memorias de viaje de 1817 que ve entre los chilenos también al minué, el cotillón y algo que relaciona con el fandango español, aunque especulamos que pueda tratarse de una versión primitiva de la cueca. Zapiola, por su parte, agregaba a la nómina la zamba y el abuelito como opciones más picarescas de los bailes a pareja suelta hacia la Patria Vieja, aunque sin dar más detalles al respecto

Otras danzas provenientes de tiempos coloniales y practicadas a la sazón eran el fandango, el bolero antiguo y la cachucha, este último cantado por primera vez entre miembros del Batallón de Talavera, según el mismo Zapiola. La aristocracia los prefería en la pulcritud y el encierro de sus cómodas y cálidas veladas nocturnas, sin embargo, como los famosos saraos y tertulias más doctas.

 

Danza tipo pavana de fines de la colonia, en ilustración publicada por la revista "Pacífico Magazine" de 1913.

Bailes señoriales de polka y minuet, en 1810. Ilustración publicada en la revista "Zig-Zag", año 1910.

Litografía de Aurora de Pietro, con la presentación de los bailarines del cuando hacia 1840 en Argentina. Fuente imagen e información: Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).

Por su parte, en sus “Noticias de Chile”, Ruschenberg, quien era cirujano de la marina estadounidense de paso en el país, también declara haber observado el baile del cuándo y lo describe de la siguiente manera:

Las parejas se adelantan hacia la otra, volviendo enseguida al lugar de partida; dan la vuelta dos a dos zapateando a compás, agitando con la mano derecha y apoyando la izquierda en la cintura; inclinan la cabeza y el cuerpo hacia delante con la vista fija en el suelo, hasta que por fin el caballero, haciendo un airoso cupé con el pie, coge la mano de la dama, se desliza por debajo de su brazo y los dos ocupan sus asientos, en medio de los aplausos de los concurrentes. ¡Otra!, ¡Otra!, óyese decir; sale otra pareja y se repite la danza. En el verso del andante de la tonada, el joven le echa en cara a la dama su ingratitud y le presagia que con el tiempo ella sentirá y llorará tanto como él mismo; el alegro da por entendido una reconciliación entre los dos y pregunta él, ¿cuándo serán las bodas?

Los siguientes versos se cantan andante, con el mismo alegro más arriba indicado:

Las durísimas cadenas
Que mi triste cuerpo arrastra
Puesto que por ti las llevo
No pueden serme pesadas.

Aunque huya de los rigores
Con que procuras herirme
Si prosiguen tus amores
Ya no puedo resistirme.

Cuando, cuando tengo pena
Me voy a orillas del mar
Y le pregunto a las olas
¿Mi amante me dejará?

Este hermoso ramillete
Recibe antes que tu partas
En señal de mi memoria
Y en prensa de mi constancia.

Agrega Ruschenberg que estuvo en una tertulia de Valparaíso en donde constató que, después del cuándo, solía bailarse o incluso reemplazar a aquel otra danza llamada la perdiz, que incluía palmoteos, un juego de pies semejante y un estribillo muy animado que decía:

¡Ay, de la perdiz, madre!
¡Ay, de la perdiz!
Que se la lleva el gato
Y el gato… mis, mis
Ven acá, ven acá, mis, mis.

Cuando aquella danza concluía, las parejas terminaban su coreografía frente a frente, de pie. El protocolo era que la dama repitiera de memoria alguna estrofa de la pieza, como por ejemplo:

Tengo una escalerita
hecha de flores,
para subir al cielo
de mis amores,
de mis amores.

El baile de la perdiz también fue observado por Benjamín Vicuña Mackenna, señalándolo en su libro “De Santiago a Valparaíso”, en 1877. Lo curioso, sin embargo, es que el cuándo, la perdiz y otros bailes parecidos nunca quedaron atrapados en los circuitos más distinguidos desde donde provienen aquellas crónicas: ya habían llegado a conquistar las chinganas y posadas más plebeyas, volviéndose piezas favoritas aquellas que ostentaban letras como las acá revisadas.

El capitán británico Basil Hall, en tanto, verifica también la presencia del cuándo en Valparaíso, observándolo en las ramadas de la Pascua navideña de 1820, como se advierte en sus “Extracts from a journal, written on the coasts of Chili, Peru and Mexico, in the years 1820, 1821, 1822”. La parte más chillona y animada del baile ofrece un sospechoso parecido a la cueca en su descripción, además:

Visitamos juntos varia fondas y tuvimos oportunidad de observar más bailes populares que en la primera noche. Una de las figuras favoritas principia, más o menos, como en el minuet. Se baila con lentitud y solemnidad, y según el gusto de cada cual, se avanza o retrocede o se toman de las manos balancéandose; algunas veces se detienen para pasarse el brazo por encima de la cabeza. Estas figuras están llenas de gracia y naturalidad, pero, a veces, sucede que descubren la torpeza del danzante. Estas actitudes lentas duran un minuto o dos, y en seguida el compás cambia de repente, y de un tono triste y monótono se pasa a un aire vivo y animado, al que acompañan los sonidos rápidos y repetidos del tambor y un coro de voces quejumbrosas y elevadas. Una especie de entreacto viene después; los pies apenas tocan la tierra con una rapidez extrema, los danzantes presentan sus pañuelos de una manera afectuosa, pero siempre a distancia, y continúan dando vueltas uno alrededor de otro, describiendo círculos más o menos grandes. Unen a estos movimientos circulares multitud de gestos, haciendo, a menudo, floral el pañuelo sobre la cabeza de su pareja. Se observa una diferencia notable entre la manera de bailar de los habitantes de la ciudad y aquella de los campesinos o huasos; estos últimos tienen más gracia y habilidad.

La convivencia del cuándo con la parte más popular funcionaría en perfecta simbiosis, pero solo hasta que el contacto de la aristocracia local con la cultura francesa comenzó a hacer más escrupulosos sus despreciativos sentidos artísticos y musicales, fenómeno sudamericano más que chileno, es preciso aclarar. Llegaría, así, a despojarse del mismo una vez que ya estaba totalmente adoptado y posicionado entre esas clases bajas.

Para peor, había existido también una tentativa por apartar al cuándo de los escenarios y salones con mármol, junto a la cueca y todos los bailes “de parejas” ajenos al vals o a sus expresiones más parecidas. Esto sucedió cuando se creó la Sociedad Filarmónica, en 1827, y se estableció tal restricción en su primer reglamento.

A pesar de todo, la danza del cuándo se repartió por gran parte del territorio chileno, apareciendo registros de su presencia en Coquimbo, Concepción, Chiloé y otras localidades. Logró extender su vigencia hasta mediados del siglo, más o menos, pero comenzaría a decaer y perder terreno ante la popularidad de la cueca en las siguientes décadas, tras haber adoptado varias versiones y formas de ejecución a lo largo de su breve pero intensa residencia en el país.

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