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LAS LUCES DORMIDAS DEL AMERICAN BAR EN CALLE BANDERA

Un antiguo bar, en pintura de John Sloane. Fuente imagen: portal Arthive.

Es algo bien sabido que el “barrio chino” de calle Bandera llegando Mapocho concentró a uno de los primeros vecindarios bohemios modernos de Santiago, con cerca de medio siglo de reinado. El eje principal era la cuadra del 800, entre San Pablo y el edificio del Hotel Bristol, vecino a la Estación Mapocho, y mucha influencia sobre la gestación de aquellas ofertas para las recreaciones de la época provino comunidades como los estudiantes universitarios y las casas periodísticas de entonces, varias de ellas ubicadas en la misma calle Bandera o en sus manzanas inmediatas.

La señalada última cuadra reunió a numerosos e inolvidables boliches de diversión, en una concentración asombrosa durante aquel período: el cabaret Zeppelin, la Hostería Antoñana, el Zum Rhein, el Teutonia, La Estrella de Chile, el Bar Suizo, el Ciclista, el café París de Noche, el Dragón Rojo o el Oro Purito, solo por nombrar a algunos de los más mencionados por los memorialistas. Hasta el mismo bar del Bristol, en el extremo de aquel enjambre, solía ser visitado en las horas nocturnas por los sedientos pasajeros del último tren que llegaba a la estación, ni bien ponían pie en el andén. Y, por supuesto, estos eran lugares en permanente claroscuro, como siempre sucede con los refugios de entretención en donde podían mezclarse, entre mesas y barras, desde escritores o artistas hasta peligrosos rufianes de la cáfila nacional y extranjera.

Casi en la esquina al inicio de aquel tramo, en la dirección de Bandera 808 a sólo metros de calle San Pablo, estuvo uno de los establecimientos más populares y longevos del alegre "barrio chino": el American Bar, cantina y centro de espectáculos con mucha apariencia del antro de puerto, en donde se fundían simultáneamente características de fuente de soda, cabaret, café y restaurante. Sus luces alargaron hasta la amanecida innumerables noches de música, cervezas, gula, música en vivo, muchachas bailando y compañía de las infaltables copetineras que paseaban sus a veces agotados encantos por aquellos establecimientos del clásico Santiago.

La fama del American Bar comienza cuando aún se vivía la época romántica del tranvía corriendo por esas arterias de insomnes y cuando parecía que la actividad de los ferrocarriles de la Estación Mapocho nunca podría detenerse. Había sido fundado por el comerciante de origen italiano Héctor Gioro y ocupaba un espacio de rentas en donde existió también una casa comercial y agencia del diario “La Nación”, regentada por doña Clotilda Acuña durante los años treinta.

El American Bar no era el primer establecimiento en llevar este nombre en Santiago, sin embargo, pues había existido otro anterior en calle Estado cerca de la Plaza de Armas. Tal denominación parece provenir de la “barra americana” de moda en la bohemia de entonces, y coincide con aquellos bares surtidos ostentando una carta amplia de tragos o cócteles, un poco más novedosos que los de estilo británico, tradicional criollo o incluso conservador. Empero, como sucedía con el famoso bar homónimo que existió en Valparaíso, los clientes del que se hallaba en Santiago solían llamarlo el American a secas.

Su debut sucedía en el trascendental período cuando los dancings nocturnos y las "filóricas" con orquestas en vivo habían mandado ya hasta el museo del romanticismo a los viejos salones de las sociedades filarmónicas, trayendo nuevas y más atrevidas formas de espectáculo y bailable a la sociedad de entonces. De hecho, su show de madrugada llegó a tener fama de ser “lo más malevo que había en Santiago”, según apunta un testimonio tomado por la escritora Ana Vásquez-Bronfman para la novela "Abel Rodríguez y sus hermanos".

El negocio era una atracción especial  también para ciertos folcloristas y músicos populares quienes, según se recordaba entre los que alcanzaron a conocer su ambiente, aparecían cargando sus instrumentos bien fuera por venir de sus propias sesiones o entusiasmados con la idea de lucirse en el mismo local. Por esta misma seducción tan particular para muchos exponentes del canto tradicional, puede explicarse el que la cueca “Por esa calle Bandera” mencione al American Bar entre otros célebres boliches del desaparecido "barrio chino", pieza que ha sido parte del repertorio de Los Chileneros de los sesenta y después el de la pareja de maestros Pepe Fuentes y María Esther Zamora, entre otros:

Me cantan cueca, sí
el Cule Zorro, el Cule Zorro
en American Bar
ahí me enamoro, ahí me enamoro.

Al Hollywood fuera
como tetera, como tetera.

Calle Bandera en 1924, en imagen del archivo fotográfico de Chilectra. Fuente imagen: sitio AmoSantiago.

La calle Bandera en postal de la casa fotográfica León. Se observa la fachada de la sede del diario "El Ferrocarril", en el número 39. El gremio periodístico estuvo muy vinculado a los más antiguos boliches del "barrio chino" de Mapocho. Fuente imagen: Flickr de Pedro Encina (Santiago Nostálgico).

Vista de calle Bandera hacia el río Mapocho, esquina con San Pablo, en enero de 1927, con los trabajos de las líneas de tranvías. En la esquina derecha se observa la Botica Boston, y en la izquierda un restaurante no identificado, junto al cual (en su costado norte) estuvo el American Bar. Imagen del archivo Chilectra.

Aspecto del sector en donde antes estaba el acceso al American Bar de Bandera 808, después de la remodelación completa del inmueble.

El inmueble de la esquina de Bandera con San Pablo, en donde estuvo el American Bar, después de la remodelación completa del mismo.

Aquellos músicos invitados al American Bar solían ser de muy buen tono y calidad en lo suyo, bien se tratara de artistas conocidos o meros debutantes. Hubo muchas noches en que alguna promesa musical amenizó el lugar, además: futuros grandes maestros que llegaron a tocar algunos de sus primeros acordes profesionales en vivo, caso del violinista Eugenio Maturana. Él, junto al escritor, cronista, poeta y también músico Andrés Sabella, fundaría en el barrio la llamada Logia del Tango, durante el período en que ambos se reunían de manera habitual en las mesas de aquellos clubes de calle Bandera.

Por su parte, en sus sabrosas memorias tituladas "Una mirada hacia atrás", Jorge Orellana Mora describe un sorprendente y casi desconocido hecho ocurrido en la misma cantina y cabaret, durante otra de sus veladas propias de una capital chilena que hoy parecería inexplicable, ni siquiera imaginable:

En otra oportunidad la noche santiaguina nos dio la oportunidad de disfrutar de una sorpresa increíble. Era noche de mitad de semana y estábamos bebiendo unas copas de tinto en el American Bar. No éramos muchos los parroquianos.

En el escenario, alguien interpretaba música de jazz. No le pusimos mucha atención. Vino el mozo que nos atendía y me dijo:

- Don Cucho, ¿qué le parece el pianista que hemos contratado?

Yo estaba lejos del escenario.

- No lo distingo bien, ¿quién es?

- Sabe qué más, don Cucho, es Claudio Arrau.

Y era Claudio Arrau. Oímos embobados más de media hora a uno de los mejores intérpretes de Beethoven, en un local de bailoteo y tragos, tocando música de jazz.

Con los varios artistas que orbitaban o aterrizaban por clubes del "barrio chino" como este, además, sus presencias entre el escenario y los comedores se iba volviendo prácticamente lo mismo, intercambiando entre uno y otro durante cada noche. Varios de ellos llegaron a ser muy queridos por el público y la casa, como podrá sospecharse.

Un pequeño artículo publicado en la sección de espectáculos del diario “El Mercurio de Antofagasta” en 2008, dedicado al músico Armando Carrera, aportaba un bello dato sobre otro de los próceres que dejaron su huella en el alma de los devotos del American Bar, cuando se quiso recordar allí al personaje tras su fallecimiento acaecido el 17 de septiembre de 1949:

En el “American Bar”, de calle Bandera, en Santiago, donde triunfaba el piano de Aurelio Mérida, hermano de Jorge “Choche” Mérida, nos juntamos varios antofagastinos, esa noche y, tras las primeras honras al “18”, el bandoneonista Ángel Capriolo, pidiendo silencio, habló a la concurrencia del músico que nos dejaba.

Las gentes entendieron que, por un instante, Armando se uniría a nosotros. Callaron. Dulcemente, la orquesta tocó el vals “Antofagasta”. La pista de baile permaneció solitaria y en penumbra. Concluida la pieza, vino un largo silencio. Miramos la pista de baile, con tristeza. La noche saludaba, pura y sutil, a uno de sus más finos adoradores.

Otro de los detalles que recordaban algunos ex clientes del local rondaban aspectos como sus grandes jarras de chispeante cerveza, la presencia de buenos vinos y la carta de sabrosos platillos económicos, generalmente de de comidas populares o "de casa". Si bien no se trataba esencialmente de un club dancing ni night club como sucedía con varios otros establecimientos del barrio, aunque teniendo un poco de ambos, algunos de los antiguos comerciantes en el sector sí rememoraban con nostalgia la presencia en el boliche de orquestas de música bailable, jazz, mambo o foxtrot, al menos en lo que parece haber sido su período más próspero.

Tampoco faltaban las muchachas que pululaban "haciendo mesa" en todos aquellos años. Algunas de estas chiquillas llegaron a ser famosas en ese medio de barrio Mapocho, inclusive, aunque no eran solo las copetineras que se sentaban con los comensales para aumentar la ingesta de copas y el consumo, ya que hubo verdaderas divas de calle Bandera con mejor reputación y algo de artistas en su oficio, incluidas las que subían a acalorar la libido en aquel pequeño escenario.

Cabe comentar que, durante ese mismo año de 1949, el establecimiento figuraba como el American Café en ciertas revistas institucionales del gremio de los dueños de hoteles y restaurantes, propietado por la sociedad Gioro, Dameri y Cía. Ltda. Así se confirma, por ejemplo, en la gaceta “Fontana”, órgano oficial del Sindicato Profesional de Fuentes de Soda, Pastelerías y Cafés. Y si bien no llegó a tener la popularidad ni la audacia del mencionado gran club homónimo de Valparaíso, pudo hacer su propia y contundente leyenda en aquellos laberintos de la noche mapochina.

Por aquel motivo, en su edición del jueves 28 de agosto de 1952, decía el diario "La Nación" refiriéndose a las sombras de la vida nocturna y a sus personajes en el "barrio chino":

Uno de los sectores más concurridos es el famoso Barrio Chino, en San Pablo con Bandera, a dos cuadras del río Mapocho. Hay grescas todas las noches. A veces por una mujer; en otras ocasiones, por una botella de vino. Están el áspero American Bar, donde se presentan algunas bailarinas frívolas; el medio oscurecido y tradicional "Zeppelin" en que ocho o diez mujeres le lanzan insinuadoras miradas a la entrada; el nuevo "Hollywood"; cuatro fuentes de soda, y, en la esquina misma, encontramos a Ramón Castro Olivos, un hombre que en el día lustra zapatos y que en la noche vende tortillas y empanadas.

Pero, como nada es para siempre, la incontenible bohemia del "barrio chino" había comenzado a decaer hacia ese período a mediados de la centuria, cuando avanzó el rasgo residencial por sobre el comercial en aquellas manzanas, algo observado después por autores como Oreste Plath. El gran cambio lo trajo la construcción del edificio de departamentos con sede bancaria en su zócalo ubicado en la misma cuadra y haciendo esquina con Aillavilú, por el costado oriente de la calle. Esto afectó la libertad ambiental reinante hasta entonces y obligó a silenciar el bullicio de trasnochadas interminables en aquellos establecimientos para diversión adulta.

Afectado por aquellos cambios y varios otros que se vinieron con el correr de los años, el American Bar iría abandonando las fiestas de madrugada y sus veladas, aunque sin apartarse de algunas propuestas relativas a su lado más parecido al de un night club o cabaret; subidos de tono según decían a veces los viejos que alguna vez se apretujaron en su sala, tras llegar a ella por el estrecho pasillo de ingreso y para mirar a las bailarinas o seguir el compás de las orquestas.

Ya en sus últimos años, reducido a solo un café y restaurante, el American Bar no ofreció más espectáculos estables ni audacias como las del pasado. Dicen que sus comidas aún eran las típicas caseras, algunas muy cargadas al ají y la salsa pebre, aunque el local mantuvo también algunas características de fuente de soda hasta el día en que, sin más que hacer ante los hechos consumados, bajó cortina para siempre.

El inmueble de aquella esquina acabó siendo remodelado por completo, interiormente con sus espacios unidos y adaptado para alojar un pequeño supermercado con otros negocios exteriores. Curiosamente, quedó en pie y menos intervenido un fragmento del sector de muros exteriores, los que dan a calle Bandera, justo por donde se ingresaba al desaparecido American Bar. ♣

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