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LA ENMARAÑADA HISTORIA DE LA CANCIÓN NACIONAL

Portada muy cargada a la floritura, de las partituras enviadas desde Londres a Santiago por Mariano Egaña, con la música compuesta por don Ramón Carnicer para el Himno o Canción Nacional de Chile.

Miguel Luis Amunátegui dedica un capítulo entero a la Canción Nacional de Chile en su libro sobre la historia del teatro chileno. Esto parece apropiado por varias razones, pero es mejor que él las explique porque, dada la vigencia que conservan y a pesar del abismo de tiempo transcurrido, acá retomaremos por completo las motivaciones expresadas en su preámbulo:

Ha llegado ahora la oportunidad de traer a la memoria el origen y las vicisitudes de la canción nacional chilena, que se acostumbra cantar en las fiestas cívicas, y aun en algunas que no podrían ser clasificadas entre ellas, pero que desde el principio, y entonces más que después, se reputó una de las solemnidades indispensables de los espectáculos teatrales. Estaba expresamente ordenado que el canto de la canción nacional precediera a todas ellas, y así se practicaba.

Empero, también de entrada debe advertirse que la historia de cómo se llegó al actual himno, es una relación llena de baches, rizos e incluso ciertas confusiones que han persistido por el tiempo en algunas fuentes, sobre las que conviene aportar un poco de luz y desenredar los bucles. Es un relato que se cruza con la de los orígenes del teatro republicano chileno y sus recintos de espectáculos como adelanta el autor, además.

El 19 de julio de 1819, el gobierno de Bernardo O’Higgins emitió un decreto encargando la creación de un himno patrio al poeta de origen argentino Bernardo de Vera y Pintado. Este sería el punto de partida para el proyecto al que fue incorporado, poco después, el compositor y violinista chileno Manuel Robles Gutiérrez.

Sin embargo, Vera y Pintado, residente en Chile desde fines del siglo anterior y alumno de la Real Universidad de San Felipe, ya había escrito en 1813 lo que, en la práctica, sirvió como primera canción patriótica: el “Himno a Yerbas Buenas”, utilizado en algunas ocasiones hasta el final de la Patria Vieja. Fue, por consiguiente, lo más parecido que había tenido el país a un himno nacional hasta ese momento y pudiendo reconocerse como tal. Decía en su coro:

Salve, Patria adorada,
amable, encantadora
el corazón te adora
como a su gran deidad.

A pesar de aquel antecedente, es preciso observar la existencia de un primer ensayo o intento aun anterior, titulado simplemente “Himno Patriótico”, el que había sido obra de fray Camilo Henríquez. Fue interpretado en un homenaje con gran banquete ofrecido a la colonia de los Estados Unidos en Chile, el 4 de julio de 1812, cuando se presentó también el primer estandarte patrio chileno por don José Miguel Carrera y sus hermanos. Muy probablemente, aquella interpretación del himno no haya sido más que una declamación ante los presentes por parte del sacerdote Henríquez o un recitador.

Sin embargo, el problema con aquella pieza de Henríquez como para poder ubicarla en la historia de las canciones patrias de Chile, estriba en el hecho de que pasó casi sin dejar huella en los anaqueles culturales y la simbología nacional. La letra del olvidado e intrascendente himno, de hecho, era una loa de unidad americana más que la chilena. Apareció transcrita en “La Aurora de Chile” del 16 de julio siguiente y dice en  sus primeros versos entonados “a la gloria de la América”, según anota el editor:

Aplaudid, aplaudid a los héroes
que a la patria el Cielo otorgó;
Por su esfuerzo se eleva gloriosa
A la dicha, que nunca esperó.
Coronada de olivas se ostenta
Llena de gloria, y de bendición,
Cayó el muro de separación
Al sud fuerte le extiende los brazos.
La patria ilustre de Washington
El nuevo mundo todo se reúne
En eterna confederación.

Tal vez queriendo hacer un mejor esfuerzo de su parte, Henríquez probó suerte con un nuevo “Himno Patriótico” para celebrar el aniversario de la Primera Junta Nacional, en septiembre de 1812. Aunque se superó un poco con relación a la tosquedad y escasa poesía del primero, también resultó ser un experimento baladí, olvidado casi al mismo tiempo en que fuera presentado. Decían su coro y primera estrofa:

En día tan glorioso,
Coronad de laureles
Eternos y triunfantes,
De la patria las sienes,
Dadle perpetuo honor

Hoy sale de las sombras,
Y del sueño profundo;
Y se presenta al mundo
Rodeada de esplendor.
Sacudió el yugo indigno
Que sufrió por costumbre;
La dura servidumbre,
En Chile pereció.

La letra aparece publicada en "La Aurora de Chile" del 4 de octubre de 1812, con otras dos propuestas de canción patriótica del propio Vera y Pintado, curiosamente. También figuraron en las páginas de "El Monitor Araucano". Sin embargo, su sencillez y limitada poesía se suman al hecho de haber sido concebidos solo para el aniversario de la Primera Junta, a pesar de llamarse "Himnos Patrióticos".

Por lo expuesto, entonces, aún no había un auténtico himno patriótico chileno en los días de la Patria Nueva, quedando todas aquellas primeras propuestas previas solo en los antecedentes de lo que debía ser, ahora, una legítima Canción Nacional concebida y presentada como tal.

Varios historiadores han anotado que la flamante canción patria escrita por Vera y Pintado pudo haber sido presentada durante las fiestas de septiembre de 1819 pues, contrariamente a lo que muchos han creído, la elección de ese mes como el de las Fiestas Patrias ya estaba parcialmente instalada por entonces, con el antecedente de las celebraciones que había realizado Carrera en plena Patria Vieja. Amunátegui ofrece como demostración de aquello el oficio que envió el presidente del Senado, don Francisco Antonio Pérez, al director supremo O’Higgins con fecha 20 de septiembre de 1819, en donde dice que habían presenciado “con placer la canción que este le había acompañado”.

Llamada hasta aquel instante como la Marcha Nacional, agrega que la pieza merecía ahora el nombre de Canción Nacional de Chile dado por el mismo Senado:

Puede Vuestra Excelencia mandarla a imprimir, repartiendo en todo el estado ejemplares, y al mismo Instituto y escuelas para que el 28 del presente saluden el día feliz en que Chile dio el primer majestuoso paso de su libertad.

 

Primer himno patrio de fray Camilo Henríquez en "La Aurora de Chile", 1812

Los himnos patrióticos de fray Camilo Henríquez y Bernardo Vera y Pintado en "La Aurora de Chile", 1812.

Suplemento de "El Mercurio" con las partituras de la primera Canción Nacional de Chile republicadas en 1910.

Las partituras de la Canción Nacional Chilena, en la revista "Sucesos", año 1907.

Durante ese mismo día, O’Higgins promulgó el acuerdo y después envió cuatro ejemplares de la canción con las partituras al Teatro de Arteaga, la primera sala republicana de Chile, estableciendo que se cantara al inicio de cada presentación desde entonces. Amunátegui lo encuentra publicado en “La Gaceta Ministerial de Chile” del 25 de septiembre siguiente y en el periódico “El Telégrafo” del 28 de ese mes, con grandilocuentes elogios.

 Sin embargo, mientras estuvo pendiente la música definitiva, se hizo un curioso híbrido entre la letra de Vera y Pintado y la melodía del Himno Nacional de Argentina, posiblemente a sugerencia suya. Esto explica que su métrica pueda ajustarse a la canción platense, remanente que aún subyace en el himno chileno a pesar de las modificaciones posteriores. Con los ajustes provisorios se siguió tocando en público por las bandas de los cuerpos del Ejército, con ocasión de las fiestas cívicas en las que también hubo fuegos artificiales en la Plaza de Armas y otras manifestaciones patrióticas.

Domingo Arteaga, coronel y edecán de O’Higgins además de creador del teatro de la República, debía resolver el problema del himno solicitando la música pendiente al maestro peruano José Ravanete, pero su propuesta no resultó de agrado para nadie, según parece, involucrando también alteraciones en aspectos de la letra que no fueron felices. Perseverante, Arteaga recurrió entonces a Robles, quien aportó por fin la composición necesaria para el lanzamiento como pieza totalmente original.

De esa manera, el primer himno fue estrenado con letra y música propias el 20 de agosto de 1820, en la reinauguración del mismo teatro de Arteaga en la Plazuela de la Compañía de Jesús. Esto fue consignado por el maestro Zapiola en “El Semanario Musical” del 8 de mayo de 1852 y en “La Estrella de Chile” del 13 de octubre de 1867, aunque el autor cree, erróneamente, que esta fue la primera vez que se mostró el himno de Vera y Pintado, y que solo a partir de entonces comenzó a ser cantado formalmente al inicio de cada función.

El día del estreno era el mismo de la reinauguración del teatro en aquella ubicación, en la plaza enfrente de la Iglesia de la Compañía, elegido porque era el del cumpleaños y onomástico de O’Higgins. El propio Robles fue el director de la orquesta. Dado que Vera y Pintado era asiduo asistente al teatro, es posible que también haya estado presente. La ejecución del himno sería encargada solemnemente a la primera orquesta lírica que llegó a Chile, conocida como Compañía Scheroni, y en todas las noches que siguieron se cantaba de pie allí, con su letra y música propias, tradición que perduró por varios años.

Pero la letra de Vera y Pintado, a pesar de las zalamerías intelectuales, era para muchos sentimientos de mayor cautela una agresiva y casi insolente declaración de antihispanidad; tan acentuado que, a la larga, iba a marcar su destino obligando a revisarla. La obra del poeta se iniciaba con los siguientes versos, abriendo las compuertas a un todavía fresco resquemor contra España:

Ciudadanos: el amor sagrado
de la patria os convoca a la lid:
libertad es el eco de alarma
la divisa: triunfar o morir.

El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español:
arrancad el puñal al tirano
quebrantad ese cuello feroz.

Ya entonces, sin embargo, la canción traía el coro que todavía existe en la letra del actual himno, lo único que en ella ha sobrevivido desde el primero:

Dulce Patria, recibe los votos
con que Chile en tus aras juró
que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

El descrito exceso de recriminación de Vera y Pintado, sumado a la urgencia con la que debió componer Robles, dejaron puerta franca a algunas críticas. Esto daría la oportunidad al argentino Juan Crisóstomo Lafinur para proponer una nueva canción nacional con letra más lírica, hecho comentado también por José Zapiola. Sin embargo, Arteaga la rechazó y, según se ha dicho, rompió las partituras para no herir el orgullo de su amigo Vera y Pintado.

Coro:
Dulce Patria, recibe los votos
con que Chile en tus aras juró
que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

I

Ciudadanos: el amor sagrado
de la patria os convoca a la lid:
libertad es el eco de alarma
la divisa: triunfar o morir.
El cadalso o la antigua cadena
os presenta el soberbio español:
arrancad el puñal al tirano
quebrantad ese cuello feroz.

II

Habituarnos quisieron tres siglos
del esclavo a la suerte infeliz
que al sonar de sus propias cadenas
más aprende a cantar que a gemir.
Pero el fuerte clamor de la Patria
ese ruido espantoso acalló
y las voces de la Independencia
penetraron hasta el corazón.

III

En sus ojos hermosos la Patria
nuevas luces empieza a sentir
y observando sus altos derechos
se ha encendido en ardor varonil.
De virtud y justicia rodeada
a los pueblos del orbe anunció
que con sangre de Arauco ha firmado
la gran carta de emancipación.

IV

Los tiranos en rabia encendidos
y tocando de cerca su fin
desplegaron la furia impotente,
que aunque en vano se halaga en destruir.
Ciudadanos mirad en el campo
el cadáver del vil invasor;
que perezca ese cruel que el sepulcro
tan lejano a su cuna buscó.

V

Esos valles también ved, chilenos,
que el Eterno quiso bendecir,
y en que ríe la naturaleza
aunque ajada del déspota vil
Al amigo y al deudo más caro
sirven hoy de sepulcro y de honor:
mas la sangre del héroe es fecunda
y en cada hombre cuenta un vengador.

VI

Del silencio profundo en que habitan
esos Manes ilustres, oíd
que os reclamen venganza, chilenos,
y en venganza a la guerra acudid.
De Lautaro, Colo-Colo y Rengo
reanimad el nativo valor
y empeñad el coraje en las fieras
que la España a extinguirnos mandó

VII

Esos monstruos que cargan consigo
el carácter infame y servil,
¿cómo pueden jamás compararse
con los héroes del Cinco de Abril?
Ellos sirven al mismo tirano
que su ley y su sangre burló;
por la Patria nosotros peleamos
nuestra vida, libertad y honor.

VIII

Por el mar y la tierra amenazan
los secuaces del déspota vil
pero toda la naturaleza
los espera para combatir:
el Pacífico al Sud y Occidente
al Oriente los Andes y el Sol
por el Norte un inmenso desierto
y el centro libertad y unión.

IX

Ved la insignia con que en Chacabuco
al intruso supisteis rendir
y el augusto tricolor que en Maipo
en un día de triunfo nos dio mil.
Vedle ya señoreando el océano
y flameando sobre el fiero león
se estremece a su vista el íbero
nuestros pechos inflama el valor.
Ciudadanos la gloria presida
de la Patria el destino feliz,
y podrán las edades futuras
a sus padres así bendecir.


Manuel Robles, compositor del primer himno.

Bernardo de Vera y Pintado, escritor del primer himno.

Como tampoco lograba aprobación total la música de Robles, hacia 1826 se solicitó al ilustre compositor español exiliado en Inglaterra, don Ramón Carnicer y Battle, una nueva partitura para la Canción Nacional de Chile. Titulada por él “Himno Patriótico de Chile”, la obra debió ser compuesta hacia el año siguiente, pues fue cuando regresó a su patria. Curiosamente, el español nunca visitó Chile, ni antes ni después de haberle dado esta música patria, pero sus ideas liberales y opositoras a la monarquía, mismas que le habían significado problemas en su tierra, fueron suficiente cercanía para haber confiado a sus pasiones creativas la obra.

A la sazón, oficiaba en Londres como ministro plenipotenciario de Chile don Mariano Egaña, uno de los ideólogos de este cambio en la composición y quien envió las nuevas partituras a Santiago en 1828, las que prendieron rápidamente entre las autoridades durante el gobierno interino de Francisco Antonio Pinto. Las últimas presentaciones oficiales de la canción con la música de Robles, entonces, se realizaron hasta fines de ese año.

La nueva obra, compuesta en compás 4/4 marcha, se estrenó oficialmente el 23 de diciembre de 1828, también en el Teatro Arteaga, con un concierto de la recientemente creada Sociedad Filarmónica de Santiago, a beneficio del director de orquesta del teatro don Vicente Tito Mazoni, primer violinista italiano de renombre que vino al país. El programa incluyó un repaso por la versión de Robles y obras de doña Isidora Zégers, una de las fundadoras de la misma sociedad artística.

Los compases y arreglos de Robles, en tanto, cayeron en tal olvido a partir de entonces que, de no haber sido recuperados después por Zapiola, quizá se habrían perdido para siempre y no existirían partituras completas de ella. A su vez, tras largo tiempo extraviados, recién en mayo de 1910 fueron redescubiertos los manuscritos originales de Carnicer, siendo exhibidos después en la Exposición Histórica del Centenario realizada en el desaparecido Palacio Urmeneta de calle Monjitas.

Aunque la nueva canción patria fue aplaudida con euforia y aprobada por el público, tampoco pasó mucho antes de que volviera a sufrir modificaciones. Al ir cambiando los ánimos de la sociedad chilena se fue acentuando la percepción de que la letra de Vera y Pintado parecía innecesaria y exageradamente orientada en contra de los españoles, incomodando a muchas autoridades y motivando incluso un reclamo del encargado de negocios de España en Chile, don Salvador Tavira. La ciudadanía había asumido ya la pieza como suya, no obstante que un gran rango de la misma se perturbaba con estas alusiones tan violentas.

Súmese a lo anterior, también, que el deseo de exaltación de lo nacional había encontrado un alero propio en el “Himno de Yungay” de Zapiola, cuyo contenido celebrando la victoria chilena de 1839 sobre las fuerzas de la Confederación Perú-Boliviana, ofrecía ese saborcillo más patriota y orgulloso que faltaba un tanto al Himno Nacional por su enfoque independentista, salvo por el coro. De hecho, en la práctica el “Himno de Yungay” llegó a convertirse casi en el segundo himno chileno, dada su popularidad y recurrencia.

Por otro lado, iba a suceder que, después del reconocimiento español a la Independencia de Chile ocurrido el 25 de abril de 1844, el sentir popular que había motivado al himno antiguo perdía buena parte de sus excusas para la existencia. Fue casi natural, por lo tanto, que soplaran los vientos con el deseo ardiente de rectificar aquel enfoque emocional y visceral del primero, escrito con demasiado énfasis en su contexto y no con una mirada trascendente de exaltación patriótica.

Así las cosas, se decidió cambiar la canción en 1847, durante el gobierno del general Manuel Bulnes, aunque en medio de grandes protestas y manifiestas resistencias ciudadanas a esta iniciativa, ya que una gran porción de la sociedad se negaba a aceptar más modificaciones. Y a pesar de los obstáculos y reclamos, la nueva letra había quedado encargada por el ministro Manuel Camilo Vidal al poeta y activista político Eusebio Lillo, cuando este recién cumplía los 21 años de vida. El joven literato presentó su trabajo ese mismo año, con la letra del actual Himno Nacional. El presidente la aprobó con algunas pequeñas modificaciones.

Aunque costó posicionarla y persistió por largo tiempo el uso de ambas versiones, no cabía duda de la excelencia con la que Lillo logró la nueva letra, muy superior a la anterior: era apasionada y poética, encantando profundamente a las autoridades y logrando convencer a la mayoría del público.

Sin embargo, desde la letra original de Vera y Pintado, por consejo de Andrés Bello y decisión del propio Lillo según parece, se conservó el coro del himno anterior, pues a la par de su encanto se facilitaría así la aceptación e introducción efectiva de la nueva letra entre las masas populares, doblegando de esta manera a los más disgustados con el cambio.

Las propuestas de Lillo omitidas de la versión definitiva, los llamados versos “perdidos” del himno y escritos a mano, estuvieron en una posesión familiar hasta que Juan Carlos Lillo, bisnieto de don Eusebio, los donó en 2006 al Museo Naval de Valparaíso. Estos curiosos fragmentos decían, originalmente:

Dulce Patria recibe los votos
Con que el pueblo en tus aras juró
Que será de los libres asilo
Al luchar contra odiosa opresión

Libertad, invocando tu nombre,
La chilena y altiva nación
Jura libre vivir de tiranos
Y de extraña, humillante opresión

Viva Chile do quiera se aclame
Y el chileno ese grito al sentir
En la paz al trabajo nos llame
Y en la guerra a vencer o morir.

Coro:

Dulce Patria, recibe los votos
con que Chile en tus aras juró
que o la tumba serás de los libres
o el asilo contra la opresión.

I

Ha cesado la lucha sangrienta;
ya es hermano el que ayer invasor;
de tres siglos lavamos la afrenta
combatiendo en el campo de honor.
El que ayer doblegábase esclavo
hoy ya libre y triunfante se ve;
libertad es la herencia del bravo,
la Victoria se humilla a su pie.

II

Alza, Chile, sin mancha la frente;
conquistaste tu nombre en la lid;
siempre noble, constante y valiente
te encontraron los hijos del Cid.
Que tus libres tranquilos coronen
a las artes, la industria y la paz,
y de triunfos cantares entonen
que amedrenten al déspota audaz.

III

Vuestros nombres, valientes soldados,
que habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados;
los sabrán nuestros hijos también.
Sean ellos el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
y sonando en la boca del fuerte
hagan siempre al tirano temblar.

IV

Si pretende el cañón extranjero
nuestros pueblos, osado, invadir;
desnudemos al punto el acero
y sepamos vencer o morir.
Con su sangre el altivo araucano
nos legó, por herencia, el valor;
y no tiembla la espada en la mano
defendiendo, de Chile, el honor.

V

Puro, Chile, es tu cielo azulado,
puras brisas te cruzan también,
y tu campo de flores bordado
es la copia feliz del Edén.
Majestuosa es la blanca montaña
que te dio por baluarte el Señor,
y ese mar que tranquilo te baña
te promete futuro esplendor.

VI

Esas galas, ¡oh, Patria!, esas flores
que tapizan tu suelo feraz,
no las pisen jamás invasores;
con su sombra las cubra la paz.
Nuestros pechos serán tu baluarte,
con tu nombre sabremos vencer,
o tu noble, glorioso estandarte,
nos verá, combatiendo, caer.


Ramón Carnicer, compositor de la música actual del himno.

Eusebio Lillo, autor de la letra del actual himno (excepto por el coro).

Detalle del plano de Santiago de John Miers, 1826. La ubicación del Teatro Arteaga en la Plaza de la Compañía se señala con la letra H. La G es el vecino Palacio del Real Tribunal (ambos en donde ahora están los Tribunales de Justicia). La F es la Real Aduana (hoy Museo de Arte Precolombino), la E la sede de Estado Mayor y la Plaza de Armas es la A. Las letras D, B y C son los edificios del gobierno; O es la Intendencia. El número 1 es la Catedral y el 2 la Iglesia de la Compañía de Jesús, destruida por el incendio de 1863 (donde está ahora el Congreso Nacional de Santiago).

Fue así como se llegó al actual himno chileno, o más precisamente la Canción Nacional de Chile. En la tradición histórica y republicana del mismo se hizo cantar, además del coro, sólo la estrofa V de la letra de Lillo:

Puro, Chile, es tu cielo azulado,
puras brisas te cruzan también,
y tu campo de flores bordado
es la copia feliz del Edén.

Majestuosa es la blanca montaña
que te dio por baluarte el Señor,
y ese mar que tranquilo te baña
te promete futuro esplendor.

Ciertos puntos alrededor del himno y ajustes de uso se extienden todavía en el siglo XX, con decretos de agosto de 1909, en el gobierno de Pedro Montt (que incluyó pequeñas precisiones de Lillo y la primera edición oficial impresa), y de junio de 1941, en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda (que aceptó y formalizó los previos ajustes a la obra formulados antes del Centenario, con una nueva edición oficial para el público). Con el tiempo, además, la música de la Canción Nacional iría siendo adaptada y flexibilizada desde su estructura de marcha recta y compás 4/4, pasado a versiones 12/8, e incluso con algunas acomodaciones posteriores, musicalmente más “modernas”.

Quedaban algunos giros en el destino de la Canción Nacional, sin embargo; tanto así que aún no constituye opción total de unidad en la vida chilena, o al menos cuando ha sido afectada profundamente por el veneno político, incluso con casos recientes de público conocimiento. El caso más evidente tendrá lugar entre 1973 y 1990, cuando los opositores al rigor dictatorial cantaron invariablemente y en forma más bien privada la tradicional versión del himno con estrofa V y coro, mientras que el gobierno de facto estableció la obligatoriedad de la estrofa III como parte del mismo, con alusiones elogiosas a las Fuerzas Armadas de Chile que se escucharon en colegios, actos públicos y encuentros deportivos en esos años:

Vuestros nombres, valientes soldados,
que habéis sido de Chile el sostén,
nuestros pechos los llevan grabados;
los sabrán nuestros hijos también.

Sean ellos el grito de muerte
que lancemos marchando a lidiar,
y sonando en la boca del fuerte
hagan siempre al tirano temblar.

Con el regreso de la democracia, la estrofa III fue retirada inmediatamente, volviéndose a la práctica de cantar solo la V y el coro. Desde entonces, sin embargo, un sector asociado a las simpatías por el señalado período histórico suele seguir cantando la “estrofa de los valientes soldados”, como es llamada.

La misma solemnidad de los antiguos teatros cantando a viva voz la Canción Nacional, hoy se practica ya no tanto en los recintos escénicos pero sí en encuentros escolares, estadios deportivos, grandes actos públicos, inicios de fiestas religiosas y carnavales. Nos remitimos a los ejemplos provenientes del mundo civil, porque en el estamento militar están más profundamente arraigadas estas tradiciones y hasta reglamentadas en sus formas y ocasiones de cantarlo.

Hubo varios otros posibles aspectos controversiales en la Canción Nacional de Chile, vinculados incluso a sus orígenes. El historiador Oscar Espinosa Moraga, por ejemplo, veía una renuncia cándida y explícita a los derechos patagónicos que iba a tratar de defender Chile en las controversias con Argentina, en aquel mismo siglo, al señalarse en la letra a la cordillera andina “que te dio por baluarte el Señor”. Por años rondó un viejo mito, además, relativo a que la canción chilena habría ganado el segundo lugar en un supuesto concurso internacional de himnos patrios a principios del siglo XX, vencido solo por La Marseillaise francesa, creencia que Joaquín Edwards Bello atribuye a una confusión con otro concurso, uno de banderas de 1907, en que el pabellón chileno habría sido elegido “la bandera más linda del mundo”, aunque fuera bastante discutible como certamen real y legítimo.

A pesar de todo, la Canción Nacional sigue vinculada a instancias de recreación y encuentro social de la misma manera que lo hacía en sus primeros años, cuando fue cantada por nobles y plebeyos en el Teatro Arteaga. Cada canto a coro enérgico de miles de gargantas en los estadios de fútbol, confirman la vigencia de aquel impulso íntimo que ha destacado a los chilenos en el mundo como un pueblo particularmente comprometido con su himno… Aunque debiendo obviarse algunos conocidos vicios populares respecto del mismo, como el meter el “yo la tumba” en la letra, en lugar del “que o la tumba”.

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