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LA DISCUSIÓN SOBRE EL ORIGEN ETNOCULTURAL DE LA CUECA

 

Postal de la casa fotográfica de Carlos Brand con la cueca chilena, hacia 1895-1905. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.

Tan discutido como el umbral geográfico e histórico preciso en el origen de la cueca chilena y de su relación con la zamacueca peruana u otros ritmos, es la matriz etnocultural de la misma, aunque en los hechos sea más bien un debate sobre su arranque antropológico y su primera identidad… Cuestión donde que la contaminación llega de varias formas a la pluma de cada autor: dogmas, nacionalismos, americanismos, prejuicios, revanchismos, etc. El excesivo énfasis que han hecho algunas fuentes sobre el aspecto de baile por sobre el de canto y música tampoco ha sido un punto de partida óptimo para estas discusiones, generando otras teorías polémicas y hasta controvertidas, en algunos casos.

Hay muchos quienes sostienen que la cueca debe su gestación a la influencia española en el mestizaje chileno. Se concentran para argumentar, principalmente, en la estructura rítmica, los bailes y sus semejanzas con otros de la Península. Están también los que ponen una atención especial en los instrumentos: guitarras, panderos, arpa, violín, piano y acordeón. Cabe notar que no todos ellos fueron de gran conocimiento popular en tiempos de la Colonia o los primeros de la República, pues a algunos podrían parecer tomados de la música más docta e incorporados al ritmo del pueblo solo cuando este llegaba a las casas patronales o los salones menos herméticos. Es decir, pudo tener un grado de influencia desde familias de origen castellano-vasco y desde ambientes de la aristocracia chilena, pero fusionándose después en el elemento hispano criollo y el mestizo... Por supuesto, esta idea admitiría muchas posibles observaciones.

A favor del origen hispano o “blanco”, puede esgrimirse también que el movimiento de pies ha sido relacionado con bailes como la jota y el fandango españoles. Este posible nexo fue notado por músicos y musicólogos como Albert Friedenthal o Vicente Salas Viu, y en cierta forma sugerida también por Nano Acevedo. Además, la investigación de la mayoría de los ritmos nativos del continente siempre termina por arrojar alguna cepa en conexión con España, sea por influencias culturales o por líneas directas.

Con relación a lo anterior, en localidades como Ñuble se baila la sajuriana y secudiana, una danza posiblemente llegada desde Argentina pero parecida a otros bailes hispanos, mezclada con elementos de la cueca como las ruedas y el uso del pañuelo; incluye “escobillado” o movimientos de pies. En Chiloé, en tanto, se baila igualmente la danza española sirilla o seguidilla, acompañada del mismo pañuelo, y se cree que esta influencia habría sido vital sobre el origen de la popular cueca chilota, por mixtura. Los vascos trajeron también su zortziko, quizá con alguna posible influencia adicional sobre la música y la danza cuequera tradicional.

Otra de las razones por las que se ha creído identificar elementos de la cultura blanco-hispánica en la cueca chilena, brota de la presencia de elementos de la estructura musical que coinciden con los presentes en el folclore español, como los llamados versos llaves (que abren la canción) y los versos guachos (los que se repiten al final de una copla). La destacada folclorista Margot Loyola, por ejemplo, identificó estas y otras analogías en sus valiosos estudios, aunque también fue defensora del factor afro en la misma.

Sin embargo, las miradas completas y profesionales del folclore por parte de sus propios cultores, también han planteado que el posible origen español puede ser, más correctamente, una influencia árabe desde su herencia secular sobre la Península Ibérica. El influjo habría llegado a Chile desde una de las dos posibles vertientes principales, o bien desde ambas: los bailes y cantos de tonos moriscos como la zambra, traídos por africanos o berberiscos de paso por el territorio chileno y por algunos viajeros de ese origen que acompañaron a los españoles; y, lo que se aparenta más intenso, desde la parte de la misma cultura hispánica profundamente influida por el mundo arábigo y gitano, a través de lo que Fernando González Marabolí y otros folcloristas identificaron como el surgimiento de la Daira, la fuente del canto a la rueda, especialmente por vía andaluza.

No hay gran disimulo en algunas de las influencias árabes que acusa la cueca chilena y que explican, en buena medida, cierto distanciamiento con ritmos matrices de la zamacueca en el resto de Sudamérica. De hecho, esta misma influencia se vislumbra como posibilidad en muchos otros elementos folclóricos que se consideran propios de la chilenidad, como el uso de determinados instrumentos musicales, juegos populares como la famosa carrera a la chilena muy parecidas a las corridas de caballo en pueblos del norte de África, además de tradiciones como la paya y sus semejanzas con otras de práctica y oralidad arábiga. En la obra de Samuel Claro Valdés sobre la cueca chilena, se reafirman estos conceptos:

La voz cueca o chilena se utiliza generalmente para denominar la danza folclórica de ese nombre, considerada como danza nacional de Chile, conocida también como chilena o marinera en diversos países latinoamericanos, desde Chile hasta México. Actualmente podemos extender este concepto a una compleja forma de música, poesía, canto y danza de raigambre árabe-andaluz, que origina diversas especies folclóricas latinoamericanas, especialmente la cueca o chilena. Esta última se conserva por tradición oral con gran pureza en Chile.

¿La cueca es una herencia hispánica en Chile?

¿O se trata de una influencia de origen árabe?

¿Acaso proviene de influjos de naturaleza afro?

¿Y si hubiese en ella también elementos mapuches o nativos?

Otro indicio del posible origen bajo influjo árabe lo da la estructura de la rueda en la misma tradición del canto a la Daira, y la seguidilla de cuatro voces (tres o cuatro grupos de cuatro cantores cada uno), que sería similar a la de algunos encuentros de canto alárabe: con frecuencia, los tres primeros cantores de una rueda van entrando a los compases con tres sílabas métricas cada uno, mientras que el cuarto aviva y vocifera gritos que complementan la letra y el ritmo, metiendo al conjunto sílabas al final de cada verso de la copla.

De lo anterior se confirma un detalle de gran relevancia: mientras que en la ronda de zamacueca lo importante era el baile, en la rueda de cueca chilena es el canto-música y toda la correlación que gira en torno a ella, como eje. Más aún, es común que las ruedas de cantores descritas interpreten cuecas más lentas de lo común y sin necesidad de baile. Incluso existe, hasta hoy, todo un estatus para las mujeres que se aventuraban en estas artes del canto, como si ejecutaran un rol con cierto prestigio y reconocimiento especial procedente de las artes cuequeras originarias.

Cabe resaltar, también, cierta influencia del número ocho en la organización de la cueca, principalmente en los versos. Esta cifra sacra, coincidente con el número de puntas de la estrella del Islam, se repite en algunos tecnicismos de sus cánticos religiosos. Está presente en parte de la matemática musical de la chilena, como las entradas con tal número de sílabas métricas y salta en ritmos y ajustes del canto dentro de los compases en una estructura basada, a su vez, en la tabla del ocho. Podría presumirse alguna relación ancestral con cantos de corte más bien místico o ceremonial, identificable solo con el dominio de ciertas pautas precisas.

Quizá buscando ratificar aquello, González Marabolí insertó en sus cancioneros estas sugerentes estrofas del tema “Con permiso, soy la cueca”, tomado del folclore y citando disciplinas emparentadas con la cultura arábiga:

Yo soy la cueca patria
la más joyante
El que no me conoce
que no me cante.

Que no me cante, sí
soy la geometría
la fórmula del arte
y la astronomía.

Curiosamente, los cultores de la más genuina chilena mantienen hasta hoy la costumbre de entonar la recién citada cueca para burlarse, discretamente, de quienes llegan al ambiente folclórico pero sin comprenden bien la identidad de la cueca tradicional.

El uso de instrumentos asociados al mismo efluvio arabesco, como el pandero y las castañuelas (sustituidas estas últimas con platos y cucharas golpeados con sus concavidades opuestas), parecen acusar parte del lejano origen, reforzando las teorías que la vincularía a ancestrales bailes moriscos o arábigos entre los andaluces y los gitanos peninsulares. La pandereta hexagonal más utilizada por los cuequeros chilenos evocaría también a instrumentos membranófonos como el riq, brincando también a expresiones de folclore religioso y ceremonial de Chile.

Sin embargo, la teoría más popular o que ha resultado más simpática a la intelectualidad, es la divulgada principalmente por Benjamín Vicuña Mackenna proponiendo que el origen de la cueca es negro o afro, tras ver personalmente a los esclavos bailándola. Habría nacido entre esas comunidades, aunque no siempre se define si esta influencia se remitió únicamente a los negros que bailaban la zamacueca en las haciendas del Perú o si influyó también el efímero paso de los esclavos por Chile, como creía el autor. Para él, pues, la cueca estaría relacionada con ritmos primitivos como el lariate, introducido por los negros en Quillota y El Almendral hacia 1813, ya que en estos lugares se encontraban los alojamientos para los esclavos provenientes de Guinea, mismos que iban de viaje hacia el virreinato peruano.

René León Echaíz también participa, en parte, de la teoría del origen africano. Nicomedes Santa Cruz, por su lado, señala con más detalle que el baile que inspiró la cueca era el sembacuque, de origen bantú. Hay otras versiones y derivaciones de la teoría del origen negro, pero en general mantienen el mismo argumento central, enfatizando el rasgo del baile y variando en algunos detalles.

El compositor Pedro Humberto Allende, en cambio, consideraba que la zamacueca y la cueca chilena estarían relacionadas con la fiesta y tradición de origen morisco de la zambra, pero vinculándola más con el mundo afro que con el árabe llegado desde España. Es una observación del todo interesante.

Cuecas en la famosa fonda de"Aquí está Silva", en caricatura de Fiestas Patrias publicada en revista "Sucesos", año 1905.

"El día del pueblo" de  M. Richon Brunet. Ya en 1905, la revista "Zig-Zag" publicaba esta imagen en una nota sobre las Fiestas Patrias en el Parque Cousiño, anotando al pie: "La fonda que desaparece".

Una cueca popular en Valparaíso, en la revista "Sucesos", año 1907.

Este interesante mural del bar-restaurante Las Tejas, de San Diego, pareciera resumir todo el proceso histórico de la cueca chilena, y su fusión entre el elemento rural y el elemento urbano.

Aunque la teoría del origen negro, mulato o zambo es tan interesante como difundida, teniendo también el atractivo de lo exótico para muchos investigadores de la cueca chilena (que no siempre son folcloristas o cultores de este oficio, vale recordar), presenta sus propios problemas para convencer del todo. Uno de ellos es que, por mucho que la zamacueca o sambacueca y sus presumibles ramificaciones hayan estado asociadas a tales grupos étnicos en Perú, como su propio nombre lo indicaría (samba-cueca o samba clueca, en otra alusión a las aves de corral aunque no por todos aceptada), esta influencia étnica en Chile fue mucho menor en lo referido a las proporciones de asimilación de los grupos humanos que conformaron el elemento popular chileno. El rasgo de la raza negra en el folclore de Chile y en la cueca, entonces, quizá ha de ser más cultural que étnico propiamente dicho, corriendo ambas características o influjos por cuerdas separadas.

Otro aspecto crítico que siempre ha sido disonante al respecto es que, aun poniendo acento en la cueca como danza, esta carece mucho del movimiento notorio de caderas que caracteriza a los bailes típicos de ombligo y de origen o influencia afro, como la zamba brasileña, el candombe o aquellos que los negros bozales crearon en Lima también en la línea evolutiva de la zamacueca. Esta ha sido, de hecho, la histórica pata coja en la misma teoría.

Se cree que los chilenos de la Colonia y principios de la República llamaban zambos no solo a los sujetos mezclados de negro e indígena, sino también a la gente de pelo crespo o ensortijado. Si bien esto no comprueba ni niega algún origen negro para la cueca, podría aludir a una posible vinculación original. Según la tradición oral, además, se llamó patizambo en la sociedad criolla y mestiza a quienes tenían las piernas arqueadas, condición debida muchas veces a una vida sobre el caballo pero que se estimaba adecuada para llevar mejor el ritmo “1, 2, 3” en el zapateo del baile.

Otras teorías son menos populares y todavía más difíciles de demostrar, como las que relacionan la génesis de la cueca con influencias culturales indígenas, particularmente araucanas o específicamente mapuches. Y aunque ciertos autores e investigadores consideraron muy posible una influencia indígena, Pablo Garrido concluye que toda “cuota indígena en la cueca -si la hubo- es ya indefinible; radicaría más en rasgos demóticos que en formales, fenómeno común a toda transculturación”.

Una teoría en particular perteneció al controvertido investigador y presidente de la Confederación Indígena de Chile, el profesor Lonko Kilapán (César Navarrete), quien proponían tal origen nativo de la danza y parte de sus tradiciones, situándolo entre los pueblos de la zona de la Araucanía. Kilapán planteó estas ideas en ensayos como “El origen araucano de la cueca”, aunque todo indica que no logró más que un puñado de seguidores, si acaso. De acuerdo a su planteamiento, la cueca provendría de las danzas mapuches aschaw kai aschawalk y weishe purrum, lo que explicaba -en la impresión del autor- el uso de expresiones de fonética mapudungún durante la ejecución del baile, tales como “¡Guaifa!” o “¡Güifa!” (“¡Alegría!”), “Aro, aro, aro” (“con permiso”) o la misma presencia de chicha de uva en las ruedas, reemplazando a la antigua de maíz, y la muska o chicha de manzana.

A favor de Kilapán, y poniéndose en la imprecisa doble suposición de que, primero, la cueca sea principalmente un baile y, segundo, que está inspirada solo en el cortejo y movimiento de gallos-gallinas, puede recordarse que en la cultura tradicional mapuche existieron otras danzas basadas en el comportamiento de las aves, como el choique purrum (del movimiento ñandúes o choiques) y el tregüil purrum (del movimiento del queltehue o tregüil). Sin embargo, la debilidad del planteamiento no logró cuajar en una propuesta más sólida de lo que aquí se sintetiza, ni consiguió llegar a cubrir los aspectos principales para definir la cueca o chilena, referidos esencialmente a la música y los arreglos.

Con más moderación y sensatez, autores como Rodolfo Lenz, había preferido la idea de que la cueca o la chilena sería el resultado de un cruce cultural más o menos equilibrado entre el español y el indígena, sin prioridades tan notorias en la mezcla étnica a la que se ha arrastrado la discusión.

Tal vez ahí, en la búsqueda de semejantes equilibrios, esté el camino correcto para solucionar el persistente acertijo, después de todo.

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