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EXPANSIÓN POPULAR DE LA FIESTA DE CUASIMODO EN EL SIGLO XX

Huasos de Santiago celebrando la Fiesta de Cuasimodo en los sesenta, escoltando la carroza del párroco. Fuente imagen: "Folklore Religioso Chileno" de Oreste Plath, 1966. Foto de José Muga.

"Lector, amigo mío, si no habéis visto un hospital en día de Cuasimodo, no habéis visto la fiesta más poética y consoladora de la Religión Cristiana; una solemnidad simpática en que resplandece la bondad del Verbo, que baja del cielo a un tabernáculo y desciende todavía del tabernáculo hasta la pobre vivienda y sale a la calle a ofrecerse a quien lo llame desde el lecho del dolor, escoltado por el pueblo que lo sigue, como en Jerusalén, y lo aclama Padre de la misericordia".

(José Ramón Gutiérrez M., revista "Zig-Zag", abril de 1906)

Muchas reseñas sobre la tradicional Fiesta de Cuasimodo destacan la distribución casi generalizada que experimentó la celebración en el país en las últimas décadas del siglo XX. No yerran con tales observaciones, pues se produce una expansión interesante hacia los años setenta y ochenta. Sin embargo, también es cierto que el impulso se puede rastrear ya en la primera mitad de la centuria, entre los años diez y cuarenta aproximadamente, permitiendo que la fiesta religiosa y folclórica no solo permaneciera muy vigente en los calendarios, sino que experimentara aquella dispersión terminando por abarcar todo el país en décadas menos lejanas.

Curiosamente, el criollismo seguía bien afianzado en la sociedad chilena de aquella primera mitad del siglo XX, y así el Cuasimodo se verá cada vez más destacado en el santoral y la agenda de festejos nacionales. La celebración se había adaptado a la vida en las ciudades y así se veían caravanas de peregrinos a caballo y en carruajes, durante el domingo siguiente a la Semana Santa acompañando, a los sacerdotes que extendían el viático a enfermos y ancianos que no habían podido hacerlo en la Pascua de Resurrección.

Todavía en las primeras décadas del siglo XX, las actividades cuasimodistas más aristocráticas que se realizaban en Santiago seguían concentrándose en torno a las parroquias del Sagrario y de Santa Ana. En el Museo del Carmen de Maipú se puede observar una elegante carroza española de fines del siglo XVIII que era usada en las procesiones que salían en caravana desde el Sagrario, justamente. En 1909, sin embargo, se dispuso que la salida de cada año desde el Sagrario prescindiera de cortejos con fuegos artificiales como petardos y voladores que antes se empleaban al momento de la partida de la procesión, después de la misa.

La parroquia de Santa Ana, en tanto, tenía una señorial romería propia y que se realizaba a pie, “de palio”, mientras que otra ejecutada desde la Parroquia de San Isidro en el barrio del mismo nombre, con una caravana de carruajes y, al parecer, de carácter más popular que las recién nombradas.

Juan Guillermo Prado, en su libro dedicado al Cuasimodo, se refiere también a la fiesta que tenía lugar en la Parroquia de Ñuñoa y que abarcaba casi todo el territorio oriente de Santiago, en el pueblo de Los Guindos, Las Condes y Lo Barnechea desde fines del siglo XIX. Identifica y transcribe una crónica sobre esta fiesta, publicada en 1896 en la revista “La Comunidad Autónoma”, que ya nos esboza el rasgo y estéticas mantenidos durante la siguiente centuria:

Era imponente ver aquella procesión compuesta de católicos fervientes que se disputaban el honor de acompañar a Nuestro Divino Salvador. Calculase en 700 el número de personas que recorrieron el trayecto de tres leguas, tapizado de flores y ostentado variados y lucidos arcos que las señoras se habían esmerado en preparar. Todo parecía contribuir al engrandecimiento de tan hermosa fiesta. Era ver el entusiasmo con que los habitantes de estos villorrios procuraban solemnizarla; uno que no bajaban de 300, acompañaban a caballo al Santísimo; otros lo aguardaban con lluvias de escogidas flores, y los niños con sus cohetes, voladores y armas de fuego seguían a pies hasta donde le permitían sus fuerzas.

A pesar de la naturaleza evidentemente religiosa de la colorida y tradicional fiesta, esta seguía siendo una fecha muy esperada por devotos y cofradías de fieles que formaban parte de la caravana, dándoles una oportunidad más folclórica de integrarse a los festejos. Además, la celebración permaneció activa en ciudades como Santiago y sus pueblos vecinos, por lo que al llegar el mismo siglo era ya una de las principales relacionadas con la fe, también con música, baile, bebida y concursos que ocupaban gran parte de la jornada del Domingo de Cuasimodo.

Pasados los días del Centenario Nacional, sin embargo, algo nuevo sucede: la tradición ya estaba en parcial retirada dentro de la capital, pero permanecía fuerte y creciente en aquellos contornos y en localidades vecinas, tal como sucede hasta ahora.

Ilustraciones de Carlos Zorzi con escenas del antiguo Cuasimodo, en la revista "Zig-Zag" de abril de 1906.

Cuasimodo de 1906 en el Llano Subercaseaux de Santiago, en nota de la revista "Zig-Zag" de aquella temporada.

Procesión de Cuasimodo de 1909 desde la Parroquia del Sagrario, cuando se prohibieron explosivos y fuegos artificiales. Imagen publicada por la revista "Corre Vuela".

Cuasimodistas de la Parroquia de San Miguel, en imagen publicada por la revista "Corre Vuela", año 1909.

Celebraciones cuasimodistas del barrio Matadero de Santiago en 1911, en la revista "Zig-Zag".

A mayor abundamiento, siendo claro que se practicaba devotamente por habitantes de grandes ciudades como Santiago, por alguna razón había comenzado a volverse algo más bien periférico, quizá como retornando a sus orígenes populares o rurales, si es que estos realmente se hallasen completamente allí. Y a pesar de que la actividad cuasimodista en la capital se revitalizó con el tiempo conservando sus aspectos más característicos, no parece coincidencia que muchas caravanas de peregrinos adoptaran la costumbre de partir y terminar en parroquias del contorno urbano o en alguna medialuna de rodeo, como sucede con las de Colina, Chocalán, Cachapoal, San José de Maipo, La Florida, Peñalolén o Las Condes. Culminan, así, al ritmo de cuecas huasas en vivo, a guitarra y zapateo espuelado.

Una pista sobre la razón de aquel desplazamiento desde la zona urbana más céntrica la proporciona la propia Iglesia en que se había dado origen a la celebración cuasimodista, pero que ahora la veía con cierta resistencia. Pesaban en la opinión clerical, especialmente, los excesos con alcohol y parranda que, de todos modos, habrían encontrado excusa en cualquier otra forma para ser complacidos. Seguía siendo, además, una fiesta de raigambre netamente criolla, que se había mantenido prácticamente igual por siglos, pero agregando paulatinamente automóviles y bicicletas a las romerías de jinetes y carreteros, por lo que sus periplos podían ser ahora más extensos y no necesariamente céntricos.

Aunque la tradición había acabado siendo oficializada y asumida por la Iglesia, las denuncias continuaron presentándose con majadería alrededor del Centenario, algunas referidas a los peligros del uso de fuegos de artificio y de pólvora durante la fiesta. Ya a inicios del siglo, manifestaban esto notas de “El Mercurio” en 1902 y las ya comentadas prohibiciones de 1909. Una carta-circular del entonces Arzobispo de Santiago, monseñor Juan Ignacio González Eyzaguirre, dirigida a la clerecía de la ciudad con fecha 11 de abril de 1912, daba orden “a los párrocos que exhorten a sus feligreses a que se abstengan de tales manifestaciones dentro de los límites urbanos de la ciudad, especialmente en la procesión de Cuasimodo”… Ahí puede estar la razón de todo.

Pero las prohibiciones a los explosivos eran poco respetadas por los devotos, como reclamaba también “El Mercurio” en 1914, si bien comenzaron a lograrse cambios positivos en el período que continuó. Coincide que, a partir del año siguiente, cuando están desapareciendo ya los petardos y fuegos artificiales, también comienza el comentado retiro del Cuasimodo desde la zona urbana, hallando territorios más libres y alegres en los contornos de Santiago. Ese año 1915, además, la fiesta cayó justo en el período de las campañas presidenciales, lo que significó que no pudiera realizarse la procesión de la Iglesia del Sagrario, que era quizá la más importante del cuasimodismo santiaguino en aquel entonces.

La tendencia se mantuvo durante aquellos años. Observa Prado, además, que con la separación definitiva de la Iglesia y el Estado en la Constitución Política de 1925, los orfeones y bandas militares no participarán más de las celebraciones, apartando de la misma uno de los elementos que habían sido más característicos y populares hasta entonces. Por el contrario, en ciudades vecinas y otras localidades del valle santiaguino se hacían divertidos eventos, ferias y celebraciones públicas.

Como consecuencia de lo anterior, el mapa definitivo de la dispersión del Cuasimodo en la zona central estaba bastante configurado ya para los años treinta. Entre otras localidades, las caravanas recorrían los caminos de Melipilla, Talagante, Lonquén, Isla de Maipo, Colina, Quilicura, Conchalí, Renca, San Miguel, San Bernardo, Maipú, Puente Alto, Peñalolén, La Florida, etc. Se hizo conocida, además, la actividad de los cuasimodistas en las parroquias de San Francisco de El Monte, Puente Verde, Portezuelo, Nuestra Señora de los Dolores de Carrascal, Divino Maestro de San Bernardo, Preciosa Sangre del Resbalón, etc.

Así pues, la naturaleza bastante rural y huasa presente en buena parte de la estructura y estética de esta fiesta, se reforzó principalmente en territorio centrino del país y entre grupos sociales modestos o familias campesinas, a pesar de la participación aristocrática que siempre hubo en la misma tradición. También siguió afianzándose en todas aquellas comunas ubicadas en las afueras de las grandes concentraciones urbanas o bien en las márgenes de las principales metrópolis, en donde aún sobreviven rasgos de vida campesina y vestigios de ella.

En Valparaíso, en tanto, había grandes actividades involucrando las visitas de las caravanas solemnes al Hospital San Juan de Dios, procesiones que partían después de la misa matinal recorriendo la ciudad y siendo recibidas por el capellán del mismo recinto hospitalario. El edificio, los patios y sus pabellones solían ser decorados para la ocasión, usando banderas, guirnaldas y flores naturales. También se instalaba un bazar en la plaza principal, cuyas ventas hacia los tiempos del Centenario Nacional iban a beneficio del mismo hospital, mientras que los enfermos recibían de regalo chocolate y caramelos durante la visita.

Si bien cada lugar fluye con tradiciones que son generales en la fiesta, también lo hacen con rasgos de identidad local, algo que puede verse incluso en barrios de Santiago. En la comuna de San Miguel y sus deslindes con Santiago centro, por ejemplo, fueron muy importantes los cuasimodistas “matarifes”, correspondientes a los trabajadores del Matadero viejo, hoy convertido en mercado popular. De hecho, algunas de las más conocidas celebraciones santiaguinas corriendo a Cristo se realizaban por el Llano Subercaseaux y el mismo barrio Matadero. La Parroquia de San Miguel aparecía todos los años en algunos medios, señalada cuartel cuasimodista durante el período.

En sectores como Recoleta, en cambio, se usará también el rito de “correr a Judas”, expulsándolo simbólicamente de la comunidad y exorcizando sus calles con el paso del Santísimo a galope. La quema de un muñeco representando al apóstol traidor hace coincidir con el período, aunque siendo la más popular la que se realiza en Valparaíso. Otras tradiciones relacionadas, sin embargo, se irán apagando en el período, como la de los cucuruchos o penitentes de Semana Santa, muy populares en localidades como Salamanca.

Antigua celebración de Cuasimodo, al parecer en los senderos de los campos en Maipú, cuando la comuna aún tenía paisajes rurales. Fuente imagen: sitio Maipú Patrimonial.

Cuasimodo del año 1912 en el Hospital San Juan de Dios de Valparaíso, en la revista "Sucesos".

Fiesta de Cuasimodo en 1913, en revista "Zig-Zag". Corresponden a las celebraciones del barrio Matadero, con la presencia del connotado presbítero Miguel León Prado.

Adultos y niños celebrando la Fiesta de Cuasimodo en 1954, durante una procesión de la Parroquia San Luis Beltrán de Pudahuel (ex Barrancas). Fuente imagen: sitio Memorias del Siglo XX; aporte de la Biblioteca Pública N° 11 "Jaime Quilán".

Plaza de Talagante y campanario del edificio religioso, hacia el año 1958, lugar importante en las tradiciones cuasimodistas. Fotografía de Darío Sarret, en la Municipalidad de Talagante. Fuente imagen: "Historia de Talagante", de H. Bustos Valdivia.

Siguiendo con las descripciones localistas de la fiesta, en el poblado de Barrancas, hoy correspondiente a las comunas de Pudahuel y Cerro Navia, también era tradición que las mujeres cuasimodistas confeccionaran grandes y bellos altares florales con ocasión de la fiesta. Y en la Parroquia de Nuestra Señora de la Merced de El Salto los feligreses también “corren a Judas” y solían acompañarse con desfiles de otros parroquianos de la Recoleta Franciscana, Recoleta Dominica, Parroquia de Santa Filomena, Parroquia del Niño Jesús de Praga de Carmelitas Descalzos, San Alberto y San Luis de Huechuraba.

En el caso de Conchalí, durante los antiguos Cuasimodos se cubría este territorio con las caravanas organizadas desde la Iglesia de Nuestra Señora de la Estampa, en calle Independencia, desde 1889 cuanto menos y por gran parte de la siguiente centuria. Pasaba por casi toda La Chimba, en la ribera norte del Mapocho, con su gran procesión abarcando la comuna conchalina, Huechuraba, El Salto, Recoleta e Independencia, costumbre que se extendería en el tiempo.

En 1942, sin embargo, estos feligreses cambiaron la sede de sus actividades hasta la Parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes de Recoleta, y nueve años después, Oreste Plath destacaba en sus publicaciones lo típico y pintoresco de la fiesta cuasimodista en el pueblito de El Guanaco de Conchalí, comuna que cuenta con su propio Club de Cuasimodistas y con el antiguo Club de Huasos que se hace parte de la organización principal, junto con el Club de Equitación Paperchase. Al paso de la ruta por calles Einstein con Guanaco, además, una vecina llamada María Ramírez sentó la tradición de montar un escenario con la mencionada efigie de Judas, para ser quemada al llegar la caravana, costumbre que continuaron sus hijos, tras el fallecimiento de la querida residente.

Al otro lado de la capital, desde la construcción del Santuario Nacional del Carmen de Maipú, esta histórica comuna tan ligada a la Independencia de Chile y a la simbología patria pasó a ser otra importante concentración de las actividades del período de la fiesta, a pesar de tener estas una presencia fuerte desde mucho antes allí, como lo describió Plath. Había sido en el extenso gobierno parroquial del padre Alfonso Alvarado Manrique, entre 1941 y 1972, que la fiesta comenzó a volverse cada vez más intensa en Maipú.

Cabe indicar que, en 1974, el sacerdote español Domingo del Álamo peregrinó a Maipú con un gran grupo de cuasimodistas, tomando contacto con el rector, el padre Raúl Feres, y el equipo pastoral del propio Templo Votivo. Propuso invitar a los huasos y ciclistas que formaban parte de la celebración en una organización formal de esta “fiesta única en su género y propia de Chile”, como dijo de ella. Así, se realizó la primera gran peregrinación al santuario maipucino en el año siguiente con el Gran Cuasimodo de 1975, al que asistieron cinco grupos de la región Metropolitana y otros de orígenes cercanos.

Hoy, ya consolidada la tradición de Maipú, asisten cerca de 4.000 cuasimodistas, siendo probablemente la más grande del Gran Santiago o una de las que ostentan la mayor convocatoria, lo que ha llevado a algunos a suponer que la comuna habría tenido un papel más protagónico del que en realidad tuvo en el origen de la fiesta.

Renca es otro caso notable: un texto de Domingo Faustino Sarmiento para el periódico “El Progreso” (1844) revela la importancia que ya tenía entonces como “célebre más que ninguno por las algazaras de este día”, entre todas las otras localidades de la periferia santiaguina. Sería injusto no mencionar, entonces, que el mismo fervor sobrevivió en los habitantes de la actual comuna y ha permanecido con gran vigencia. “El vecino de Renca, el muchacho y el gañan -agregaba el intelectual argentino- se procuran a costa de cualquier sacrificio, un caballo para acompañar al cura el día de Cuasimodo”. Por estas razones y portando tan enorme tradición sobre sus hombros, los habitantes de Renca consideran hasta que su Cuasimodo debe estar entre los más antiguos del país, mezclando la tradición con muestras del Canto a lo Divino y realizando aún hermosos actos públicos.

Colina, por su lado, ya estaba entre los principales y más pintorescos escenarios cuasimodistas del primer medio del siglo XX. Aunque recién en 1968 se fundó su Asociación de Cuasimodistas de Colina, con apoyo del sacerdote Rosendo Gálvez, desde antaño sus feligreses iban con los curas entre caseríos y fundos de Lampa, Peldehue, Chicureo, Quilicura, Puente Verde, Lo Arcaya, Puente los Patos, Esmeralda, San Luis de Colina, El Colorado, San José de los Menores o Portezuelo, haciendo notable la concentración de tradiciones al norte de Santiago.

El valor de los cuasimodistas colinanos es destacado por Juan Uribe Echevarría, en artículo de “En Viaje” (“Fiesta de  Cuasimodo: corriendo a Cristo en Colina”, 1961). Comenta también que sus pares de Peldehue, liderados a la sazón por don José Luis Gatica, “se llevan la palma desde hace años por el entusiasmo y la correcta presentación de sus jinetes embanderados”. Marchaban adelante de la escolta y justo atrás de la del cura, debiendo cuidar su puesto desde el mediodía anterior. A las filas de 300 jinetes les abría paso un radiopatrullas de carabineros y un camión con la banda de músicos del Campo Militar de Peldehue. Así describe la jornada el autor:

La gente del campo se arrodilla al paso del sonoro carruaje que se bambolea vigorosamente. Se inicia el recorrido por el fundo Lo Seco; sigue al fundo Peldehue y continúa por el pueblo Esmeralda y las haciendas La Reina y San José. En estos lugares, mientras el párroco y sus sacristanes reciben confesiones y administran los sacramentos, los jinetes son festejados con la rapidez exigida con pigüelos y rotundos potrillos de chicha pura con torrejas de naranja.

El regreso se hace a mediodía. Para entonces la ancha calle Concepción, la principal de Colina, se ve atestada de gente que ha llegado de a caballo, en autobuses, carretones, coches, cabritas y camiones. Abundan los campesinos con sombreros de fieltro y trajes oscuros, domingueros. Junto a ellos lucen mujeres antiguas de los fundos, con trenzas y moños, vestidas de morado y azulino. Los comerciantes y charlatanes del Mercado Persa y las orillas del Mapocho han enviado delegaciones completas. Frente a la iglesia, en un solar abandonado, los fotógrafos de trípode instalan sus cartelones y panoramas religiosos y patrióticos: Virgen de Andacollo, San Sebastián de Yumbel, Parada Militar en el Parque Cousiño, Rodeo en el campo, Las Torpederas de Valparaíso y la Escuadra Nacional, El Congreso, sobrevolado por aviones de color, como enormes mariposas. Comerciantes y fotógrafos hacen su  agosto. En las calles trasversales ya ha comenzado, discretamente, el contrapunto entre guitarra y acordeones.

Entre los cuasimodistas del Fundo El Colorado, en cambio, destacaban por entonces los veguinos: trabajadores, cargadores, comerciantes y proveedores del Mercado de la Vega de Santiago, siendo su principal organizador y líder don Emilio Haltar, concesionario del mismo mercado y dueño del fundo. Es sabido que este gremio es especialmente devoto de las tradiciones de la fe en el país, además.

Fiesta de Cuasimodo en Talagante, en 1959. Fotografía del archivo personal de don Alfonso Henríquez, distinguido comerciante y cuasimodista talagantino, al frente con la cruz. Fuente imagen: sitio Talagante mi Pueblo.

Corredores de Cristo en la famosa fiesta de Colina, en 1961, en la revista "En Viaje".

Cuasimodistas de la fiesta celebrada en Colina en 1961, en una parada del camino. Publicada en revista "En Viaje".

Esclavina de un devoto de Colina, de los huasos de Peldehue, con simbología patriota, en 1961, revista "En Viaje".

Procesión de cuasimodistas en imagen de la revista "En Viaje", año 1968.

Hacia el poniente de Santiago, en Melipilla, El Monte y alrededores, el quehacer cuasimodista será tan intenso que también se la toma por tradición de origen local. Se cuenta allá, por ejemplo, que ya en  1864 uno de los primeros grupos organizados corredores de Cristo surgido en torno a la Parroquia de Talagante, servían de protectores del sacerdote en la comunión a domicilio de los enfermos. Llegó a facilitarse un coche cerrado al sacerdote de la parroquia para llevar ir en terreno evitando a los asaltantes y cuatreros violentos, según la leyenda, rufianes que estaban capitaneados por un temible cuatrero llamado Federico Soto.

La relación emocional de los talagantinos con la fiesta se refleja mucho en la pintoresca artesanía local y en su folclore. Plath la describe de la siguiente manera:

El punto de partida es la Parroquia de Talagante. En coche descubierto y adornado va el sacerdote con las hostias para la comunión expuestas en la Custodia. Los huasos, con la cabeza cubierta por  pañuelos de seda, llegan una bandera nacional en la mano.

La entrada de algunos fundos y casas lucen adornadas con guirnaldas de flores. Algunas ostentan pequeños altares con el santo que veneran. Esta es la señal para que el sacerdote se detenga y dé la Comunión. Los huasos van al galope y quiere ser cada uno el primero en descubrir esta seña para plantar la bandera chilena en el lugar donde se detendrá el carruaje y descenderá el sacerdote para dar la comunión.

Hasta nuestros días, el Cuasimodo de Talagante se celebra con gran acento popular y alegría costumbrista en el territorio parroquial de la Inmaculada Concepción. En la vecindad provincial sucede lo propio: San Francisco de El Monte, San José de Melipilla, Niño Dios de Malloco, Nuestra Señora del Carmen de Curacaví, Nuestra Señora del Rosario de Peñaflor, etc. Empero, el desarrollo y los drásticos cambios viales alteraron peligrosamente la situación de las rutas de estas caravanas, produciéndose incluso algunas situaciones trágicas desde entonces.

Cabe comentar también que, por Decreto N° 670 del 26 de mayo de 2006, fueron declarados Monumentos Históricos Nacionales los siguientes objetos procedentes de las tradiciones cuasimodistas: el coche de paseo para tronco de tres caballos de Talagante usado en la fiesta, de 1885 (con cuatro metros de largo por dos de ancho y 1,70 de alto, capacidad para diez personas); el palio o dosel portátil sostenido por seis varas largas bajo que era llevado el sacerdote, obra de 1880  que fue obsequiada después por el Monasterio Carmelita San José al Templo Votivo de Maipú, que lo usaría en Cuasimodo y Corpus Christi (hoy a resguardo en el Museo del Carmen); la Custodia y Vaso Sagrado de madera del Cuasimodo de Malloco, en la Parroquia del Niño Dios de Peñaflor y de posible origen cuzqueño, siglos XVII o XVIII; mas tres antiguas esclavinas del Cuasimodo de Colina, una de 1950 perteneciente a las Religiosas Carmelitas (en propiedad de Moisés Guajardo Amesties), otra de la misma fecha de procedencia particular (Domingo Segundo Ortiz), y una de 1930 también de origen particular (Juan Francisco Martínez González).

Con todo lo expuesto, puede decirse que el Cuasimodo logró en el siglo XX un equilibrio perfecto entre la necesidad de las demostraciones de la fe, por un lado, y la recreación con algunas licencias del pueblo, por otro, manteniendo mucho de aquella pauta de tradiciones, folclore y legendario. La centuria dejó mucha documentación gráfica, además, como cuando las fiestas de 1969 en Lo Barnechea fueron filmadas por Germán Becker. Y aunque su territorio originario sea más bien central, la devoción fue expandiéndose como identidad cultural durante todo ese período, instalando cuasimodistas en localidades que incluyen regiones extremas como Arica-Parinacota y Aysén, llegando a sumar unos 100 mil practicantes por todo el país agrupados en la Asociación de Cuasimodistas de Chile, fundada el 5 de junio de 1977 en Peñaflor como la Agrupación de Cuasimodistas de la Arquidiócesis de Santiago, que pasó a ser la Asociación Nacional en 1988.

Sobre la misma expansión geográfica resultante de todo lo acá visto, así describe Prado la sorprendente distribución de la fiesta en la tradición chilena:

En los inicios de la década de los 80, Cuasimodo ya se corría en unos 50 lugares. No solo se realizaba en la Región Metropolitana de Santiago, se habían agregado Valparaíso y Viña del Mar. Al llegar el tercer milenio, la festividad de Cuasimodo había salido de las comunas rurales que rodean Santiago y ya se extendía por diversas regiones: entre Poconchile, en el valle de Lluta, más al norte de Arica y en el límite con Perú, y hasta Coyhaique en la zona patagónica austral. En algunos lugares su vida era efímera, en otros la festividad se hacía permanente y en muchos crecía año a año, constituyéndose en una celebración de dimensiones, que décadas atrás hubiera sido impensable. El año 2010 se agregó la conmemoración en Isla de Pascua.

Actualmente, los cuasimodistas no solo participan el domingo siguiente a Pascua de Resurrección. Concurren durante el año a diversos santuarios. En 1994 comenzaron la romería hasta Santa Teresa de Los Andes, en Rinconada de los Andes; en 1999 se inició la peregrinación el 15 de agosto hasta la tumba de San Alberto Hurtado, en Estación Central, y desde el año 2003 en el tercer domingo de agosto, previo a la festividad patronal, peregrinan al santuario de Santa Rosa de Pelequén, Patrona de América.

Para cerrar, un dato curioso: cuando el investigador magallánico Mario Isidro Moreno ocupaba el cargo de relacionador público de la Secretaría de Relaciones Culturales de la Intendencia de Magallanes, en 1983, realizó la primera Fiesta de Cuasimodo en la austral ciudad de Punta Arenas, organizando una ruta hasta localidades rurales de Barranco Amarillo, Pampa Alegre y Río Seco. La presencia de la fiesta por todo este terruño chileno quedó cubierta, de esa manera, con experiencias reportadas en todas las regiones del país.

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