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CAPILLA LOS TRONCOS: UN MISTERIO EN EL PLANO URBANO

El  característico letrero colgante presentando a la Capilla Los Troncos, en madera labrada.

Es uno de los pocos locales que sobreviven en Santiago con la tradición secular y nacional de la chicha y el chancho juntos en una misma mesa: la sagrada sede de la Capilla los Troncos, o Los Troncos a secas para sus amigos creyentes, monasterio de peregrinación de los devotos de nuestra Santa Señora de Parrilla y la Santísima Caña de Pipeño. Pocos lugares se parecen a este: chileno y tradicional hasta las lágrimas, y así lo sienten todos sus parroquianos.

Pero el templo de paredes centenarias también tiene algo atípico: situado en medio del vecindario de avenida Andes, arteria del Santiago de antiguos barrios obreros y en sector capitalino sin grandes características comerciales. Parece arrancado a la fuerza desde algún pasaje perdido de calle San Diego, de Estación Central o de los alrededores de Mapocho, llevado a rastras hasta donde hoy se lo encuentra. Es, por lo tanto, uno de los secretos que mejor ha sabido guardar la ciudad de Santiago, volviéndose casi un conocimiento de iniciados en la fe de Los Troncos.

La hospitalidad que alguna vez fue proverbial en la chilenidad clásica, se conserva fresca en este espacioso establecimiento, desde el cuidador de vehículos hacia adentro. Dos etapas de crecimiento del local están señaladas en el par de carteles que se le aparecen al visitante de camino hacia el interior del santuario: uno blanco, muy sencillo y con dibujos casi infantiles, seguido más adentro de otro de madera pulcramente tallada repitiendo el nombre del sitio. Es la presentación para los recién llegados, buscando establecer su propia comunión con esta chanchería.

Los mozos cuidadosamente uniformados corren dentro y a veces afuera del santo enclave. Parecen sacerdotes en un convento, o de un claustro entre montañas; solo faltan las velas y las palomas, quizá. Por décadas, han pasado con sus bandejas por las amplias salas, todas iluminadas por voluminosas lámparas colgantes y varias de metal oscurecido. Esquivan las aún más pesadas sillas y mesas del fascinante bodegón, dejando estelas de olores tentadores y apetitosos en el camino. Esos muebles son famosos por ser de ciprés Guaiteca, en varios casos de una sola pieza y también con gran peso, desafiando al enfermo de hernia a acomodarlas en su espalda. Parecen los troncos y tocones de un enorme bosque antediluviano.

Repasando su larga historia, el restaurante la Capilla los Troncos nació hacia los años cincuenta en la populosa comuna de la Quinta Normal, por iniciativa de don Guillermo Riquelme, huaso y jinete quien habría estado relacionado con la familia materna del prócer Bernardo O’Higgins, además de ser primo de la folclorista Mirtha Carrasco. Sus primeros tiempos fueron como chichería, mutando después a quinta de recreo y restaurante de parrilladas.

Pequeña publicidad para la Capilla Los Troncos en la revista literaria feminista "Safo", año 2002.

Entrada a la misteriosa capilla de parrilladas y muebles centenarios.

Mesas de la sala principal. Atrás, la barra y las cocinerías del establecimiento.

Los pesados muebles característicos del local, confeccionados con troncos de ciprés Guaitecas.

El restaurante se llamaba por entonces Los Troncos Milenarios y no sin razón: además de las mesas y sillas con todos sus cientos de kilos se suma, como parte de la decoración, un monstruoso segmento de una extraordinaria parra que creció por un siglo o más en el fundo de los Riquelme, según cuentan en el mismo restaurante, y que se luce asombrando a los usuarios junto al paso entre los dos salones principales. Esta maravillosa pieza ha sido tentación de muchos coleccionistas, pero el dueño siempre se negó a la posibilidad de desprenderse de tal tesoro. Antes estaba en la sala del frente, pero la reliquia hoy se encuentra en el salón central, junto a una de las puertas. Los mozos del establecimiento confidencian, además, que una importante viña nacional productora de vinos había ofrecido impensables cantidades de dinero por ella, sin convencer a los dueños.

En los señalados inicios, Los Troncos Milenarios vendía chicha mantenida en tinajas de cerámica, dentro el mismo lugar. Era algo común en las antiguas quintas de recreo de la época, rasgo adoptado también por cantinas como Las Tejas y La Piojera, pero proveniente de establecimientos que se encontraban en la vera o proximidad de caminos entre provincias, en este caso con el de avenida San Pablo, ruta que conectó primitivamente a Santiago con la carretera colonial hacia Valparaíso. Su rasgo popular urbano se combinaba en perfecto equilibrio con el más folclórico y de evocación rural, algo todavía visible en su decoración y alhajamiento.

Aproximadamente en 1972, la cantina y cocinería se trasladó hasta su actual ubicación dentro de la misma comuna: calle Progreso 1337, en una propiedad que años antes había pertenecido a don Ricardo Arriagada, salida a remate a fines de los años cincuenta. Sin embargo, con la fama de sus brebajes embriagantes ya consolidada, se hizo acreedora entre sus clientes del apodo La Capilla, pues “se llega a pie y se sale de rodillas” según rezaban sus fieles peregrinos en cada evocación a su santo nombre, con la rima correspondiente. Otra versión dice que a la quinta se entra de pie y se sale “de guata”, aunque para ambos casos se estima que el factor transubstancial del cliente y su cambio de forma motriz se puede deber a la buena y embriagante bebida, o bien a lo voluminoso de sus platos y parrillas.

Tanto el señor Riquelme como su esposa, doña Carmen Sepúlveda, se encargaron de preservar el carácter chileno que se siempre hizo tan distintivo en este local, desde la carta menú hasta la señalada decoración ambiental. A decir verdad, a ratos semeja un museo costumbrista de mediados del siglo XX, partiendo por el notable mobiliario. Antes había también dos viejas pieles de puma que ya no están a la vista del público, y en esas paredes el visitante podía ver orgullosamente enmarcada una foto y algunos textos dedicados al señor Riquelme vestido de manta y en tenida de huaso collerudo, al estilo del rodeo.

Al irle sumando elementos de la propia cultura generada por el local y su clientela que se resistía de dejar de llamarlo La Capilla, terminó asumiendo formalmente el nombre de la Capilla Los Troncos, entonces. Lo mantiene hasta nuestros días, cuando ya es frecuentada no solo por viajeros o trabajadores, sino también por políticos, artistas y otros famosillos de diferentes órdenes y grados de popularidad.

En un artículo de “Las Últimas Noticias” del 9 de mayo de 1982, mismo que cuelga en otra de las paredes del restaurante adornado con unos copihues dibujados, Riquelme se jactaba también de que los gringos que llegaban a Los Troncos “compraban en dólares” también los muebles de ciprés dentro del mismo. Y durante ese mismo año de la nota, según otro artículo del diario “La Cuarta” del 25 de junio de 2004, el local recibió un reconocimiento como la “Mejor Picá” de Santiago, por la calidad de su servicio y su oferta culinaria.

A pesar de todo el tiempo transcurrido y de los cambios experimentados por la urbe,  la Capilla Los Troncos continúa siendo uno de los enigmas más curiosos de la capital chilena, como un boliche escondido en un plano urbano y en donde parece casi una anomalía su presencia allí, además de presentar cierto desafío al primerizo que llega hasta allá buscando encontrar aquella perdida Ciudad de los Césares, entre barrios proletarios de principios del siglo XX.

Vista de la sala y las grandes y elegantes lámparas colgantes dentro del local.

Izquierda: estas pieles de pumas estuvieron largo tiempo en el salón de la Capilla Los Tronco. Derecha: majestuoso fragmento tronco de una parra centenaria dentro del local, cercano al metro y 90 centímetros.

Mesas de la sala principal y de la sala lateral posterior del recinto.

La tradicional "chanchada" de la Capilla Los Troncos.

Al sentarse el cliente en alguna de las enormes mesas de la misma madera gruesa y tosca que, por más de medio siglo, han sido usadas por varias generaciones de comensales adictos a Los Troncos, se puede pedir algún traguito para acompañar los kilos de carne que vienen encima (o adentro, según el punto de vista) en cada pedido a los garzones. Las posibilidades van desde sus excelentes vinos hasta la sacrosanta jarra de terremoto, además de pipeño, cerveza, combinados, etc. Parece haber de todo en esta gran fonda, como puede sospecharse. También se ofrece un sabroso borgoña de frutilla en vino tinto o el alternativo ponche de piña en vino blanco, probablemente dos de las mejores preparaciones de su tipo disponibles en Santiago.

La contundente especialidad de la casa ha estado principalmente entre las parrilladas, sin embargo: la llamada “chanchada”, totalmente hecha de carnes y embutidos de cerdo con papas, y la “parrillada al tronco”, más surtida y que puede incluir interiores. En realidad la carta es amplia, pero definitivamente la “chanchada” es la más atractiva e identificada por buena parte del público que llega allí, autorizados por la divina voluntad a comer del animal impuro sin violar la observación bíblica.

Si bien la parrilla principal y característica está concebida originalmente para cuatro hambrientos (un pernil, cuatro prietas, cuatro costillas, cuatro longanizas, cuatro arrollados, cuatro chuletas), en Los Troncos siempre se han jactado de que puede alcanzar fácilmente para seis o más bocas, dada su contudencia. La mesa ha sido tradicionalmente acompañada con pequeños panecillos amasados, con ají y con cebolla en escabeche y mantequilla. Todo un banquete de fonda republicana, en otras palabras.

Con el transcurso de los años, además, la Capilla Los Troncos comenzó a incluir pequeños shows en vivo para amenizar el ambiente dentro de sus salas, de modo que su rasgo de quinta de recreo tiene algo también de sala de espectáculos. Cantantes y folcloristas se han encargado de esa parte de la oferta, extendiendo las características del establecimiento a las mismas que podría tener una posada santiaguina semi-rural antigua. Todos los días de esta parroquia tienen algo de Fiestas Patrias, en consecuencia.

En tiempos más cercanos a los nuestros, el local ha sido visitado por distinguidos jueces, el cónsul de España y el humorista Juan Carlos Palta Meléndez, entre otros célebres. Sus características siguen siendo atractivas para viajeros y turistas bien informados de las auténticas tentaciones de Santiago, además. Y la hermosa gatita Rucia, rescatada por el propio dueño tras divisarla herida durante un viaje y convertida ahora en la mascota del establecimiento, aparece a veces paseando por entre las patas de sillas y clientes o saludando coquetamente a los presentes.

Finalmente, cabe señalar que el restaurante fue elegido entre los principales para la “Guía de Picadas de la Quinta Normal” de la Ilustre Municipalidad de Quinta Normal, publicada en 2016 y que incluía otros tradicionales boliches de la comuna, como el Don Rigo de avenida J. J. Pérez, El Colonial de calle Santa Genoveva, El Corralero en Walker Martínez, la Posada de don Pepe en Alejandro Fierro y la Unión Fraternal que estaba en calle Santo Domingo con Patria Nueva.

Misterioso y escondido en un rincón de la calle Progreso, entonces, el monasterio sacro continúa sus días extendiendo la comunión recreativa sobre sus devotos y recibiendo a cambio las promesas de volver, para celebrar entre enormes y pesados muebles el perpetuo ritual de la “chanchada”, reafirmando votos con la noches de plata que aún sobreviven en una ciudad agónica, ocultos y esperando ser conocidos... Y es que así se hace la fe. ♣

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