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¡BUENAS NOCHES, RAKATÁN!

Osvaldo Muñoz Romero, Rakatán, en caricatura de Lugoze (Luis Goyenechea) para el libro "¡Buenas noches, Santiago!".

En los estudios sobre la diversión y el espectáculo nacionales, se hace necesario invocar varias veces el nombre de Osvaldo Muñoz Romero, conocido en sus buenos años de actividad por su pseudónimo Rakatán. Es una fuente imprescindible para describir las noches encantadas del Santiago festivo e insomne que tanto difiere -muchísimo, en realidad- de lo que hoy identificaríamos como la bohemia capitalina, acaso ni la sombra ya de aquella que él describió, gozó y protagonizó; una bohemia y que ya parece irremediablemente perdida, para desconsuelo de quienes más la romantizan.

Rakatán es una vertiente rotunda de información útil al respecto, en especial por su pequeño pero contundente libro producido hacia el final de su entretenida vida: “¡Buenas noches, Santiago! Medio siglo del espectáculo nocturno capitalino”, pieza de culto entre los estudiosos de la clásica vida nocturna y ventana en el tiempo para los investigadores de las viejas carteleras, publicado en 1986. La portada de esta joyita fue ilustrada por su amigo Víctor Aguirre Abarca, alias Tom, pero en el estilo propio de René Ríos Boettiger, más conocido como Pepo, el creador de Condorito, para la que colaboraba también el primero. De hecho, aparecen en ella el personaje de la misma tira cómica llamado Garganta de Lata y una sexi bailarina emplumada muy parecida a Yayita y a otras figuras femeninas en las que trabajó el ilustrador antes de concentrarse en su famoso “pajarraco”.

Osvaldo Alfredo Muñoz Romero llegó al mundo en 1916, comenzando su carrera como periodista en 1939. Firmó inicialmente con el pseudónimo Osmur, antes de adoptar el alias Rakatán que sintetizaba bastante mejor la alegría e intensidad de su divertidísima pluma editorial. Aunque su formación académica era la de ingeniero comercial, egresado ese mismo año desde la Escuela de Economía de la Universidad de Chile, la tentación por la crónica fue tan fuerte que no alcanzó a ejercer, quedando seducido para siempre por este oficio al que amó y dando tanto de sí. Iba a ser la labor perfecta para un bohemio, además: trabajar en las críticas del mismo ambiente de sus recreaciones, copas, escenarios, espectáculos, orquestas en vivo y placeres varios.

En aquellas aguas de vigilia nocturna y de focos dorados recortando siluetas, entonces, el periodista autodidacta se inició en la casa editorial Zig-Zag, en donde fue cofundador de la popular revista “Vea”, una de las más famosas de la historia de medios en Chile. En ella se permitió hacer varias notas de carácter cultural hacia los años cuarenta, que comienzan a consolidar su nombre en el gremio. También escribió para revistas “Zig-Zag”, “Margarita”, “Sucesos”, “Familia”, “Ecran”, “El Rincón Juvenil”, “El Pingüino”, “Flash” y “Novedades”. En diarios y periódicos, en tanto, firmó artículos para “El Imparcial”, “El Mundo”, “La Tercera”, “Las Últimas Noticias” y, ya acercándose al final de su envidiable existencia, en “La Estrella” de Valparaíso. Siempre destacó como un hábil entrevistador y diestro reportero en aquellas labores.

Muñoz Romero también tuvo algo de crítico literario en aquellos quehaceres y fue, además, el creador y primer redactor de una fotonovela pionera de su tipo en Chile, en la revista “Mi Vida” publicada a partir de 1960 y dirigida por Guido Vallejos, el creador y dibujante de la historieta “Barrabases”. La primera historia de aquellas fotonovelas se titulaba “Desesperanza”, fotografiada por Hernán Morales, corresponsal gráfico de la revista “Estadio”, con los actores Humberto Onetto, Doris Landi y Sara Astica.

La trayectoria de Rakatán en el periodismo fue extraordinaria, y no se detiene en los citados ejemplos. A todo su currículo se sumó también la participación en radios Minería, Corporación, Nuevo Mundo, Yungay y Del Pacífico, entre otras. En esta última creó y dirigió un programa llamado “Semáforo” de corte informativo y que estuvo al aire por diez años, a partir de 1953.

También fue guionista y libretista de programas como "Clapper", en Radio Santiago", dedicado a temas de cinematografía, mientras que en Cooperativa trabajó con su colega Tito Mundt en el programa "Tiene la palabra". Después, trabajó en Radio Carrera con el programa de espectáculos “Fauna Show”, que realizó con su colega Toño Freire, mismo quien lo trajo de vuelta en forma póstuma en su novela “Rakatán en La Sirena”, dedicada a la última época de auténticas grandes noches santiaguinas, ya hacia los días del gobierno de la Unidad Popular. Muñoz Romero también había llegado a ser el primer presidente de la Asociación de Periodistas de Espectáculos (APES), en 1967.

Teatro Balmaceda de calle Artesanos, en el barrio de los mercados veguinos. Imagen del archivo fotográfico del Museo Histórico Nacional.

El maestro Buddy Day, fundador del Teatro Casanova y luego Teatro Ópera, junto a su orquesta en 1942. Fuente imagen: Memoria Chilena.

El mítico Teatro Ópera y compañía del Bim Bam Bum en sus buenos días. Fuente: Flickr  Santiago Nostálgico.

Isabel Ubilla, presentando a su hermana Elba en 1956, revista "En Viaje". El ambiente de la revista nacional fue especialmente cubierto por el observador Rakatán.

Alegre y dicharachero, “incansable periodista del mundo nocturno y frívolo” como lo definió Enrique Lafourcade, don Osvaldo era un hombre gordito, de bajo tamaño: “medía poco más de un metro sesenta”, comenta el escritor. Una leve tendencia a la calvicie y un ocasional bigotillo chistoso complementaban el retrato de hombre de gran simpatía y carisma, ideal para esos bosques de neón y mesones en el Santiago de antaño. Gran amigo de artistas consagrados y emergentes, se recuerda también que era un buen conversador, de esos que alargaban la noche hasta el canto del gallo intercambiando historias y anécdotas inagotables de su hoja de vida.

Rakatán, tanto en esas actividades profesionales como fuera de ellas, paseó así por toda la noche del Santiago sumida en diversiones ardorosas, y con este periplo dejó un legado precioso plasmado en su libro de memorias y en los innumerables artículos que legó para la historia del periodismo de espectáculos. Definitivamente, su relación fue directa, de primera fila, con músicos, artistas, vedettes, empresarios, rufianes y todo el reino en la jungla del bailable, la orquesta en vivo y la boîte… Un itinerario tan distinto al periodismo farandulero y de micrófonos puertas afuera o por ventanas de vehículos en marcha, al que se ha reducido la crónica de espectáculos en nuestros días, es preciso observar.

Una variopinta fauna había llegado -en un largo tramo de tiempo- hasta aquellos coloridos rincones de la capital que no dormía, del Santiago extinto: desde el vate Pablo Neruda, hasta el incomparable periodista Raúl Morales Álvarez o el caricaturista Coke Délano. Lo propio hacían escritores, poetas, directores de arte, músicos, dramaturgos y todas las pepitas de oro que quedaban en el cedazo de esa entretención nocturna popular que pudo testimoniar Rakatán. Sus “copucheos” sobre este medio ambiental, por lo mismo, eran deliciosos y casi antológicos, tan diferentes también a los menudeos de cremalleras y pantaletas de la prensa rosa actual.

A mayor abundamiento, junto al desarrollo comercial, hotelero e industrial había llegado hasta Santiago la masiva entretención popular que echó raíces con variadas ofertas, especialmente en las calles Bandera, San Pablo, la primitiva avenida Mapocho y cercanías de Balmaceda. Rakatán transitó por el período preciso de vida para dejar testimonio de ella, afortunadamente. Un importante núcleo de la zalagarda comercial-recreativa, diurna y nocherniega, el “barrio chino” de Mapocho, era mágico atractivo para artistas e intelectuales nacionales y extranjeros, tentados con los platillos suculentos de bajo precio, sazonados con ambientes de espectáculos de música, escenarios de tablas crujiendo a los pies de bailarinas con pretensiones de sensualidad exótica y en el vértigo de un vecindario con cierta fama oscura, misma que le puso el terno de palo (el del sastre de la muerte) a varios de sus más queridos visitantes, en aquellos años. Por supuesto, el periodista conoció a la perfección este y otros reinos tan parecidos.

Era imposible que Rakatán no cayese embriagado de encantos por el contexto destellante que le tocó, entonces, brotado entre actividad de hoteles, mercados, bares, cabarets, music-halls, teatro, cafés y dancings. Y así, el reportero de las noches olvidadas recordaba orgulloso en su libro sus aventuras por barrios santiaguinos a los que “las fiestas de amanecida, las farras, los romances furtivos y las infaltables 'mochas' de curados, le imprimieron su más fiel fisonomía… A los ritmos de la conga, el cha-cha-chá y el tango pasamos muchas horas de inolvidable bohemio”… Ambientes que ya habían desaparecido cuando escribía esas líneas, por cierto.

En el mencionado “barrio chino” de Bandera, por ejemplo, Rakatán localiza su más intensa bohemia “exclusivamente a la cuadra del ochocientos situada entre General Mackenna y San Pablo”, en donde estaban el Teutonia, el Hércules, el Zum Rhein, La Estrella de Chile y muchos otros. En la Hostería Antoñana, escuchaba el violín del entonces muy joven Ernesto Neira; en La Cabaña, vio los inicios de Nino Landi y Chito Faró; y en el night club Las Torpederas conoció la orquesta del baterista Elizondo y su cuerpo de bailarinas, entre las que destacaba una tal Gata, la que “destrozó muchos corazones y seguramente muchos bolsillos”.

Del cercano cabaret Zeppelin, en tanto, reconoce la categoría y legado de su patrón, Humberto Tobar, después dueño de los legendarios Tap Room, paseando nostálgico por aquellos recuerdos diluidos en el tiempo. Como amigos y confidentes, Rakatán visitó varias veces a Tobar en la misma casa de acogida en donde terminaría sus días aquel gran señor de las noches de la capital chilena.

Cruzando el río Mapocho y vecino al Luna Park estaba el Teatro Balmaceda de don Enrique Venturino, posterior dueño del Teatro Caupolicán y creador de compañías como como la de los luchadores del Cachacascán y el famoso Circo de las Águilas Humanas. Muñoz Romero tenía también una gran evaluación de este célebre señor de los espectáculos, cuya sala fue una sede histórica para el género revisteril y el teatro popular humorístico, en los inicios de la Compañía Cóndor. Rakatán pasó gran tiempo de sus andanzas allí, viviendo parte de sus incontables experiencias y visitando con su amigo e igualmente bohemio Tito Mundt al artista y director Retes, quien los esperaba en el camarín.

Osvaldo Muñoz al centro de la mesa, durante la despedida del cantante chileno Mario Arancibia (de pie) en la confitería Goyescas de Estado con Huérfanos, antes de iniciar una gira que culminaba en Estados Unidos. Entre los presentes están también Eliana Mayerholz (esposa de Arancibia) y el compositor José Goles. Imagen publicada por revista "Ecran" en diciembre de 1949.

Osvaldo Muñoz cuando lanzó "¡Buenas noches, Santiago!", en revista "Hoy" del año 1986. Fuente imagen: Biblioteca Nacional Digital.


Portada de la obra "¡Buenas noches, Santiago!", ilustrada por Tom.

En la luminosa calle San Diego, en cambio, Muñoz Romero paseará su pequeña enormidad por las casas históricas como el Teatro Cariola de la Sociedad de Autores Teatrales de Chile, sacando del olvido algunas de las primeras jornadas de esta importante sala nacional aún activa y en funciones, vecina al ya cesado Teatro Roma, cuyas dependencias pasaron a ser ocupadas por el popular bar Las Tejas.

También fue testigo de los inicios del Teatro Ópera y de la Compañía Bim Bam Bum. En un texto que publicara en “Las Últimas Noticias” (17 de julio de 1983) citado por Oreste Plath en “El Santiago que se fue”, Rakatán recordaba una ocasión en que, tras hacer cola más de mil personas frente al teatro para ver el Follies Bergere de París y admirar a la despampanante vedette ítalo-francesa Xenia Monty, esta se pasó de copas en el bar de Il Bosco, famoso y distinguido boliche de la Alameda 867, inaugurado en 1947 casi enfrente de la Universidad de Chile. Así las cosas, la hermosa artista terminó completamente ebria en el baño de mujeres del establecimiento, tirada en el suelo con su exuberante busto al aire, mientras dos complicados garzones intentaban tomarla de algún lado, para poder recogerla de la manera más decorosa posible.

Plath rememora, además, otra entretenida situación descrita por el paladín de las fiestas sobre Il Bosco, entre otros, cuando los miembros de un insólito funeral se metieron con cajón y todo al local para hacer una parada en sus mesas y barras. Llegaron en procesión brindando con velas encendidas por alguien fallecido hacía un año y simbolizado en ese ataúd colocado sobre las mesas, asombrando a los presentes. Muñoz había dicho que, de pronto, un hombre salió del cajón representando al homenajeado y provocando pánico en el público. Uno de los clientes llamó a carabineros, quienes llegaron pidiendo la salida del singular cortejo, de los más extraños que se tenga registro.

Con esa tendencia innata a vivir los lances más curiosos y variados, Rakatán tenía también el privilegio de ser remunerado por pasarlo tan bien como la misma noche se lo permita. Su grito de guerra institucionalizado para las buenas críticas era “¡Hay ambiente!”... Pocos hombres han disfrutado tanto de su empleo, según parece. Con tal eslogan para avalar todas sus correrías, sin embargo, también iba a convertirse en testigo presencial del auge y caída de la bohemia santiaguina, a la que dedicó tantas líneas y textos casi conmemorativos.

Por todo lo anterior, en sus páginas escritas y aquellas que quedaron pendientes, asoman los legendarios locales y nombres del espectáculo de esos años de porfiada nictofilia y candilejas. También estuvieron allí todos aquellos arquitectos del ambiente: Tobar, Venturino, Cariola, los Retes…

Casado con la profesora Ana Madariaga Letelier, los hijos de Muñoz Romero heredaron la pasión por el periodismo. Y fue entre los suyos que el gran cronista de espectáculos de toda una época ya extinta, falleció a principios de 1988, a la edad de 71 años. Sus amigos y colegas se esforzaron -durante largo tiempo- por mantener la memoria por el insigne redactor en un Chile que olvida tan fácil, a través de la Corporación de Amigos de Osvaldo Muñoz Romero, organizando homenajes y romerías en su tumba en el Cementerio General de Recoleta.

Rakatán, de esa manera, se marchó con la romántica época de luces a la que pertenecía: la edad de coloridos resplandores bajo la noche de un Santiago muy distinto… Noche de esa que fue protagonista, notario, juez y sepulturero.

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